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Ver amanecer
"Lo que es absurdo es que, por tener unas cosas, perdamos las mas elementales, las principales, las que producen tal vez al alma una mayor riqueza."
Ha sido el tema preferido por todos los medios de difusión; es natural. Periódicos, radios, televisiones nos han contado minuciosamente cómo se ha liberado a quien llevaba secuestrado quinientos veintitrés días. No hay detalle que no conozcamos. Sabemos también las características del tétrico "zulo" en el que el infeliz cautivo ha estado encerrado durante tan largo tiempo. Tampoco se nos ha hurtado circunstancia alguna sobre la penosísima y torturada existencia del hombre aprisionado. Sobre estos hechos caben comentarios de todas las clases: humanos, policiacos, sociales, políticos, etc. Mas yo quiero fijarme ahora en un punto nimio: en lo primero que hizo aquella persona en el primer día de hallarse en libertad.
Año y medio llevaba viviendo dentro de un reducidísimo espacio, incomunicado, en condiciones infrahumanas, privado hasta de la luz solar. No veía los campos, ni las calles, ni las nubes, ni a las gentes... Pero una vez libre, ya en su casa, madrugó, se asomó a su propia ventana y, tras los chopos de siempre, contempló el amanecer. Se emocionó. Es posible que, hasta ese momento, nunca hubiera reparado especialmente en la visión de la aurora desde su mismo hogar. Pero ahora, después de tan prolongadísima oscuridad, descubriría probablemente el gran valor que tiene la luz del sol y el gozo de saludar el despuntar de un nuevo día.
Estimamos a menudo las cosas sólo cuando nos faltan. Y, si de estas cosas podemos disponer cotidiana y gratuitamente, no les concedemos ninguna importancia. ¿Qué valor damos, no ya a la luz, sino al aire que respiramos, al agua que bebemos, al sueño que nos repara? Apenas ninguno. Y, sin embargo, sin todo ello no podemos ni siquiera vivir. Y ¿qué aprecio hacemos a la posibilidad, simplemente, de pasear, de ver, de conversar? En general, ninguno, cuando, no obstante, son acciones que nos producen bienes y satisfacciones y que están vedadas a muchas personas.
Sólo consideramos, con frecuencia, lo que se nos reclama desde fuera, lo que se nos ofrece a cambio de dinero, lo que con fines interesados se nos vende presentado atractivamente con los oropeles de la publicidad. Es lo corriente valorar las cosas por su precio en el mercado; así, lo más caro parece lo mejor; lo más barato, lo peor, lo ofrecido gratis, ni cuenta.
Valoremos todas las cosas, pues todo nos puede producir una satisfacción, una alegría, un enriquecimiento. Lo que es absurdo es que, por tener unas cosas, perdamos las mas elementales, las principales, las que producen tal vez al alma una mayor riqueza. Para que esto no suceda basta que mantengamos viva nuestra natural sensibilidad. Como la tenían -cualquiera nos da una lección- aquellos pobres mendigos de una deliciosa película italiana -"Milagro en Milán"- que cada atardecer se reunían para disfrutar de la gratuita y admirable contemplación de la puesta de sol. No son siempre los más valiosos espectáculos los que cuestan más dinero.
Por eso, lector amigo, te invito a seguir el ejemplo de aquel hombre recién liberado: Mira mañana el amanecer, aunque sea desde tu ventana.
Patricio Borobio *
"ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Critica", es editado por el Foro Arbil
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