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Editorial
El aumento de proporciones de las guerras modernas ha hecho que el balance entre beneficios y daños sea francamente desastroso. La guerra moderna ha llegado a trastornar y conmover a los pueblos hasta las capas más profundas de la sociedad, alterando todas las actividades de la vida humana.
Un ordenamiento que asegure unas normas jurídicas para la vida internacional ha sido a través de los tiempos aspiración de los hombres, que hoy ha querido cristalizar sobre la desigualdad y el privilegio que concede a la fuerza; quedan sus decisiones al arbitrio de aquellas naciones que, por su fortaleza, son precisamente las que pueden perturbar la paz, con detrimento de la buena voluntad de los pueblos más pacíficos que pasan a una segunda categoría.
Supervive aún es esta hora entre las clases directoras y responsables de algunos pueblos un viejo y torpe concepto de aspiración a zonas de influencia y a países debilitados y mediatizados, en abierta pugna con los principios de libertad política de las naciones, y que despierta los naturales sentimientos de odio y de rencor entre los propios, sin que puedan jamás justificarse por los temores o las necesidades de defensa, ya que el vicio recae precisamente en el ámbito de los poderosos.
La falta de fidelidad a los compromisos contraídos y el abandono en que se ha dejado a tantos países, ha hecho nacer una desconfianza justificada en la mayoría de las naciones, que obligan a volver por los fueros del honor y a restablecer los principios de una mutua fidelidad, única garantía de los pactos para los débiles.
Premisa indispensable para la entrada en una era de paz, es la liquidación de las situaciones de injusticia y la obtención de la libertad de los pueblos.
Pero además la mentira en que se desenvuelven la mayoría de los órganos de opinión de los principales países, en los que el interés y la mala fe presiden en medio de la irresponsabilidad más absoluta la formación de la opinión entre los humanos, está creando el clima inmoral que una guerra necesita.
Es imprescindible garantizar a los pueblos contra el engaño, evitando las deformaciones de la verdad en el ánimo de tantos individuos y naciones; cortar de una vez el pernicioso efecto de una propaganda sin freno, que, consciente o inconscientemente, alienta el odio y las pasiones.
Sólo en esta forma se podrá asegurar el respeto a los derechos vitales de las demás naciones. Su libertad en lo político, su integridad en lo territorial y su seguridad en lo económico. La paz solamente puede descansar sobre los principios de justicia, de equidad y de honor.
(19481220ffb)*
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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