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Los Caballeros de Cristo.
"Los
nuestros son como caballos ligeros, que han de estar siempre a
punto para acudir a los rebatos de los enemigos para acometer y
retirarse y andar siempre escaramuceando de una parte a otra. Y
para esto es necesario que seamos libres y desocupados de cargos
y oficios que obliguen a estar siempre quedos."
Ignacio de Loyola
La Compañía de Jesús ha sido hasta la actualidad el organismo más controvertido de la Iglesia Católica. Sus hombres han tenido los mayores elogios, pero también han sido el centro de grandes persecuciones.
Cuando el 20 de mayo de 1521,
un caballero guipuzcoano fue herido de un cañonazo en Pamplona,
no sabía que iba a convertirse en el fundador de la orden
religiosa más famosa de la historia. Ignacio de Loyola, gran
admirador de los caballeros medievales se entregó después de su
conversión a seguir el ejemplo de los santos.
Aunque la imagen que nos han intentado vender es la de un hombre
frío y calculador, la verdad es que Ignacio fue un místico que
paso por los caminos más duros hasta que, con la formación
adecuada, pudo dedicarse a la creación de su magna obra. El
guipuzcoano trató del modo más familiar a sus compañeros
procurando imprimir un aire de familia entre los miembros de la
futura Compañía de Jesús.
El 27 de septiembre de 1540, el Papa Paulo III dió la
aprobación oficial a la nueva institución. La Compañía de
Jesús coincidió con otros clérigos regulares en la
intensificación del apostolado, pero su manera de realizarlo fue
diferente. Además, su cuarto voto de obediencia absoluta al Papa
en cualquier trabajo a que El quisiera mandarles, les dió el
matiz de tropas ligeras que han tenido hasta la actualidad.
Contrariamente a lo que se
cree, los jesuitas no aparecieron como respuesta al
protestantismo. Como los antiguos caballeros, de los que se
sentía seguidor Ignacio, quisieron partir a Oriente, pero sería
el Papa quien les orientaría a otros frentes.
El espíritu que impulsó a la fundación de la Compañía de
Jesús fue la necesidad de renovación interior de la Iglesia.
Por aquel entonces el universo católico sufría un gran
desprestigio por la simonía, la falta de espiritualidad, la
relajación de la moral y la decadencia de algunas órdenes
religiosas, que como la de los benedictinos venía desde el siglo
XIII, y la de las órdenes mendicantes desde el XIV.
La Iglesia inició algunas
reformas con las congregaciones de observancia, dentro de algunas
órdenes, y algunos reyes, como los Católicos, reformaron el
episcopado, fundaron colegios de formación sacerdotal y la
Universidad de Alcalá en este sentido.
Sin embargo, estas reformas en el ámbito local y episcopal
fueron insuficientes para evitar la aparición del luteranismo.
Las reformas efectuadas evitaron que el protestantismo se
extendiese por los países que las habían recibido. Como la
reforma interior de las órdenes religiosas no había sido
suficiente, la siguiente medida fue la fundación de nuevas
instituciones regulares que ayudasen a la reforma interior de la
Iglesia. Entre estas aparecieron los teatinos, los clérigos de
Somasca, los barnabitas y los jesuitas con un modo muy diferente
de hacer apostolado.
La nueva orden estaba centralizada y jerarquizada buscando
practicar la obediencia con perfección. El general, aunque
controlado por la Congregación General, tenía un gran poder de
gobierno por el nombramiento de superiores, rectores y
provinciales. La formación de los futuros miembros era larga y
dura para seleccionar los mejores en el periodo de preparación,
expulsando al resto. El mantenimiento de la relación fraterna
entre los jesuitas se mantuvo, aunque estuviesen destinados donde
fuesen, porque su modo de vida no exigía un centro geográfico,
sino espiritual.
La preocupación apostólica fue una prioridad para los jesuitas
a la que subordinaron los otros componentes de la vida religiosa
como ritos, plegarias, ayunos, devociones y obediencia. Para ello
utilizaron indistintamente los medios naturales como instrumentos
activos para la mayor gloria de Dios. Su finalidad era la vida
activa en el sentido más amplio. Ignacio transformó el Opus Dei
medieval en el Opus Animarum renacentista. Los jesuitas debían
vencerse a sí mismos para reordenar la vida interior y cumplir
después con la voluntad de Dios.
Nada más ser fundados, Paulo III mandó a Trento como teólogos
a dos de los compañeros de Ignacio, Diego Laínez y Alfonso
Salmerón. En la ciudad alpina los dos jesuitas dejaron
constancia del espíritu renovador que latía dentro de la
Iglesia. Esta vez no se perdieron en discusiones bizantinas y se
favoreció el trato con la gente. Los jesuitas se propagaron por
las principales y más influyentes ciudades de Europa,
"Colles Benedictus, valles Bernardus amabat; oppida
Franciscus, magnas Ignatius urbes". Su alta preparación
intelectual empezó a llamar la atención de los príncipes
quienes en 1548 mandaron a los primeros escolásticos seglares al
colegio de Messina donde se formaron con los novicios de éstos.
En un periodo histórico donde la creencia de un príncipe
determinaba la de un Estado, la importancia de la formación
pedagógica de la elite política podía ser vital para el
catolicismo. Los colegios de los jesuitas empezaron a
multiplicarse y los vástagos de los señores católicos
recibieron su formación conjunta con los futuros apóstoles del
Norte de Europa. Los hijos de Loyola iban a ser los encargados de
recuperar extensas zonas europeas para el catolicismo. La mal
llamada Contrarreforma, como la denominó Ranke, porque fue una
reforma católica, estaba en marcha, el luteranismo iniciaba su
pleamar.
Entretanto, Francisco Javier había comenzado la labor misionera
entre los gentiles. Del mismo modo que sus hermanos en Europa, el
navarro se dio cuenta de que mientras en la India portuguesa se
bautizaba masas de gente, en el difícil Japón la respuesta de
su conversión estaba en la evangelización de sus elites
dirigentes.
Sin embargo, no todo había sido un camino de rosas para la
Compañía de Jesús. El Papa había intentado cambiar sin éxito
el espíritu de la orden, Felipe II con el apoyo de algunos
jesuitas se había querido beneficiar con la creación de un
comisariado independiente de la provincia española. La finalidad
había sido la de controlar la independencia que la Compañía
gozaba por su obediencia al Papa. Además, los jesuitas se
ganaron como enemigos a los dominicos, cuando el P. Molina
defendiendo el libre albedrío del hombre en la eficacia de la
gracia se enfrentó al P. Bañes.
Entretanto, el Renacimiento iba pasando y en su desarrollo
secularizó el mundo de la ciencia, la Compañía de Jesús
intentó ponerla al servicio de Dios para valerse de ella como
instrumento de apostolado. De esta forma, el jesuitismo se
convirtió en el símbolo de la contraofensiva católica y fue
identificado con el Barroco.
El Barroco era la expresión de una nueva forma de cultura, que,
por lo mismo, se manifestaba no sólo en las artes plásticas,
sino en la pintura, en la música, en la poesía, en el teatro,
en la vida social y en la filosofía. Ciertamente, era un arte
que respondía al espíritu de los pueblos católicos, en que
nació, al ambiente de las naciones absolutistas y a ese
espíritu de conquista, de dinamismo, de glorias triunfales.
La arquitectura y el teatro fueron por lo constructivo y lo
dinámico, las que mejor expresaron y simbolizaron la fuerza
creadora y triunfal del catolicismo. El Barroco ayudó a
glorificar en particular el dogma central de la Eucaristía
contra Lutero. Como se necesitaba más luz y espacio, y el arte
medieval era demasiado sombrío para una época de expansión y
apoteosis, el Barroco sustituyó un arte frío, clásico y
austero por otro más recargado.
La Compañía de Jesús no creo nuevas formas, sino que propagó
las que estaban en boga. A finales del siglo XVI los jesuitas
germanos todavía construían sus iglesias en el estilo gótico y
no fueron ellos los que llevaron después el Barroco a su máxima
expresión. Sin embargo, en el sentido con el que se habla de un
románico cluniacense, o un gótico cisterciense, se puede hablar
de un barroco jesuítico. La Iglesia de Roma, Il Gesú, fue el
ejemplo más claro, levantada por Vignola con una sola nave y con
capillas laterales entre los contrafuertes, y otra nave más
corta y ancha que hace de crucero, sobre el cual se levanta la
cúpula, inundada de luz por la linterna.
El modelo representado por Il Gesú fue muy utilizado por la
amplitud del local, los contrastes de luz a que se presta y la
potente unidad que domina toda la construcción. Esta iglesia
servía perfectamente para glorificar la Eucaristía y
evangelizar a grandes masas populares en las ideas de la reforma
católica.
En cuanto al teatro, los jesuitas reconocieron su utilidad
pedagógica incluyéndola en la Ratio Studiorum. El móvil
principal de las representaciones teatrales era el afinamiento
del sentido estético, la educación de los más nobles
sentimientos, el uso perfecto de la lengua latina, la
instrucción de la declamación, del gesto, de la emisión de
voz, de la expresión de los afectos y el dominio de los grandes
auditorios. Aunque algunos de sus alumnos llegarían a ser
famosos como Calderón, Corneille y Moliere. Su éxito vino de
educar y formar conforme al carácter y disposición de cada
individuo.
Los jesuitas en el siglo XVII se habían transformado en el
cuerpo religioso más efectivo de la Iglesia a través de sus
colegios, donde se educaban las familias más influyentes del
catolicismo; las congregaciones marianas, de las cuales se
canalizaron numerosas obras de caridad y las misiones rurales que
ayudaron a reevangelizar las zonas rurales de la Europa
católica. El fervor protagonizado por las masas era tan grande
que un jesuita dijo que "las bofetadas que se daban en los
sermones al sacar el Santo Cristo, eran con tan buena gana, que
se acardenalaban las mejillas".
Pero el siglo XVII no iba tener noticias positivas exclusivamente
para los jesuitas. La adaptibilidad que demostraron a las
diferentes culturas para poder acercarlas a Dios les planteó
graves problemas en China y la India. La prohibición a los
jesuitas de aceptar algunas costumbres locales como compatibles
con la religión, impidió el desarrollo de la cristiandad en un
periodo propicio en el Oriente.
Entretanto, en Europa se enfrentaron en el terreno ideológico a
los jansenistas. Los discípulos de Jansenius eran de una moral
tan rígida que creían en la predestinación y que la salvación
del hombre solo podía venir de la Gracia de Dios. Por el
contrario, los jesuitas desde el probabilismo rebatían esta
teoría dándole mayor importancia al hombre al aceptar el libre
albedrío de éste. La naturaleza no estaba del todo corrompida,
la persona era capaz de hacer el bien con la gracia de Dios y
ésta sólo podía producir su efecto por la decisión del libre
albedrío.
Esta apreciación les enfrentó a los jansenistas que habían
modificado esta idea agustiniana. A pesar de todo, los agustinos
se sintieron ofendidos con los hijos de Loyola por lo que
creyeron un ataque a San Agustín. El Papa castigó las ideas
jansenistas, pero no por ello se aceptó el probabilismo
molinista como la interpretación oficial de la Iglesia, aunque
dejó constancia del humanismo de la Compañía de Jesús.
Sin embargo, el siglo XVIII iba a ver aumentar considerablemente
el número de los enemigos de los hijos de San Ignacio. La
Compañía de Jesús iba perdiendo gas y mostraba síntomas de
decaimiento, la brillantez de los tiempos de la fundación había
pasado. Una de las causas fue la no-aceptación por los jesuitas
del espíritu ilustrado, germen del naturalismo, positivismo y
racionalismo por mantenerse fieles a la autoridad y firmes en la
tradición.
Los jesuitas, como todos los filósofos católicos que deseaban
influir en la sociedad, sintieron dentro de sí el atractivo de
lo nuevo y el temor de lo peligroso, el escrúpulo de abandonar
los principios consagrados por la tradición y la vergüenza de
defender un sistema desacreditado.
Los restos del jansenismo se unieron al galicanismo que defendía
una reducción del poder papal sobre la Iglesia francesa. Las
autoridades galas apoyaban esta postura clerical autóctona, como
los jesuitas con su 4º voto especial de obediencia al Papa se
convirtieron en los máximos defensores de la teoría contraria,
llamada ultramontanismo. La Compañía de Jesús se convirtió en
el centro de los odios de los jansenistas, galicanos e
ilustrados. Estos últimos defensores de una religión razonada y
adaptada a sus intereses, atacaron a los jesuitas como
principales representantes de la Iglesia, acusándoles de ser
símbolo del oscurantismo más retrógrado.
El inicio del fin empezó en las Reducciones del Paraguay. En
este lugar, los jesuitas erigieron un conjunto de comunidades
indígenas donde los indios vivieron sin ser explotados, con
derecho a la propiedad privada y con comunales que favorecieron
la formación de una sociedad bastante igualitaria. Como los
únicos españoles presentes eran los jesuitas administradores,
los indios nombraban sus propios concejos municipales.
Al principio su relación fue positiva ya que su contribución
militar ayudó al mantenimiento español en el actual Uruguay.
Sin embargo, en 1750, un tratado de límites entre Portugal y
España, puso parte de las reducciones bajo soberanía lusa. Como
los portugueses habían atacado varias veces las misiones en su
afán exclavizador. Los jesuitas se opusieron, pero fueron
sometidos a obediencia por un enviado especial de su general,
porque en Europa las nubes anunciaban una terrible tormenta
contra la Compañía y quizás la amputación del brazo paraguayo
podía salvar a los hijos de Loyola. Los jesuitas salieron y los
indios que opusieron resistencia fueron aplastados manu militari.
A pesar de todo, la prudencia jesuítica no sirvió de nada.
Portugal fue el primer país que decretó la expulsión de la
Compañía de Jesús, pronto su ejemplo fue seguido por los
Borbones de España, Francia, Nápoles y Parma. Finalmente, los
embajadores ilustrados de estos países con el apoyo de un
importante partido eclesiástico antijesuítico formado por las
otras órdenes religiosas que se sentían minusvaloradas ante los
orgullosos hijos de Loyola, convencieron al Papa Clemente XIV de
la necesidad de suprimir la orden en todo el orbe. Siendo incluso
su general, el P. Ricci, encarcelado bajo falsos cargos, aunque
cuando se mandó liberarlo ya había fallecido en prisión.
El mandato fue obedecido allí donde todavía existían, pero
pudieron mantenerse en Prusia y Rusia, porque Federico II, como
luterano, y Catalina la Grande, como ortodoxa, no tenían
obligación de obedecer las directrices venidas de Roma. Entonces
los ilustrados de boca de D´Alembert pudieron decir:
"Abatida esta falange macedónica, poco tendrá que hacer la
razón para destruir y disipar a los cosacos y genízaros de las
demás órdenes. Caídos los jesuitas, irán cayendo los demás
regulares, no con violencia, sino lentamente y por insensible
consunción."
Pasado el temporal napoleónico y con los aires nuevos traídos
por Metternich. El Papa Pío VII restituyó la Compañía de
Jesús en 1814, cuando estaba en el trance de ver desaparecer a
los últimos que habían conocido el espíritu jesuítico. En
esta función de reconstrucción de una nueva orden formada en
viejos odres se destacó San José Pignatelli. Sin embargo, el
siglo XIX aún les reservó la amargura del exilio numerosas
veces, en Suiza, Francia, Argentina, Colombia, Guatemala,
Nicaragua, Costa Rica y en España por tres veces, en 1835, 1854
y 1868. En todas ellas los jesuitas fueron expulsados por
gobiernos liberales que veían en ellos representantes del
Antiguo Régimen.
Pero los jesuitas tenían en aquel entonces una gran desconfianza
hacia el sistema democrático. En España, la mayor parte de
ellos provenían de un norte prolífico en vocaciones levíticas
y en donde el carlismo tenía sus reductos más fuertes.
Precisamente, la división política de los católicos entre
carlistas e integristas, ambos contrarios al liberalismo, produjo
roces interiores entre los jesuitas, con partidarios a favor de
unos y otros. Como los superiores habían depurado todos los
atisbos de liberalismo, únicamente las posiciones
antidemocráticas tenían cabida en la orden.
A pesar de todo, cuando el régimen liberal proporcionó la
oportunidad de volver en la Restauración, los jesuitas no lo
hicieron hasta que se vieron expulsados de Francia en 1880.
Después de tantas expulsiones, la Compañía de Jesús se
volvió más pragmática y se mantuvo independiente de los
partidos políticos, favoreciendo la unión de los católicos en
el terreno social, como los Círculos Obreros Católicos. Como la
burguesía liberal había adoptado posiciones conservadoras y
temía el peligro del naciente socialismo, se alió con la
Iglesia en preservación del orden social.
La Compañía conoció de este modo una nueva edad de oro
erigiendo formidables colegios donde los vástagos de las clases
medias se formaban. Los jesuitas tuvieron por esta razón una
tardía percepción de los problemas sociales y un trato
preferente hacia las personas de posición elevada. Además su
apostolado intelectual les llevó a la creación de Colegios
Máximos, Universidades como Deusto y Comillas, Observatorios
como el del Ebro e Institutos como el de Química de Sarriá,
pero esto les trajo un complejo de superioridad sobre el resto
del clero regular.
La formación de una elite católica, tanto profesional,
intelectual como política resultó gracias a sus universidades,
a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y a las
Congregaciones Marianas por ellos dirigidas. Numerosas órdenes
religiosas femeninas se fundaron bajo su apoyo y los
conservadores se vieron apoyados por la teoría del mal menor,
con el que algunos jesuitas pretendieron hacer tragar el
liberalismo a los católicos más intransigentes. Sin embargo,
aunque consiguieron que incluso Alfonso XIII consagrara España
al Sagrado Corazón de Jesús, una devoción fomentada por la
Compañía, con la proclamación de la II República el
anticlericalismo democrático liberal volvió a expulsarles del
solar hispano.
Los jesuitas volvieron a la zona nacional durante la Guerra
Civil, mientras, en la zona republicana 113 de sus miembros, que
habían quedado de forma clandestina, eran exterminados. La
política corporativa que algunos miembros de la compañía
habían defendido sirvió para la formación del Estado
franquista. La orden progresó hasta 1965, fecha en la que
alcanzó los 36.038 miembros. Pero a partir de entonces, bajo el
generalato del sexto español, el P. Arrupe, la Compañía entró
en decadencia perdiendo un tercio de sus efectivos por las
secularizaciones.
La orden dirigida por los elementos más progresistas optó por
la "promoción social de los sectores marginales". Pero
esta acción significó una minusvaloración del sector
pedagógico, que fue perdiendo efectivos religiosos siendo
sustituidos por seglares e incluso se llegó a cerrar algunos de
los colegios. Esto contribuyó aún más al vacío de los
noviciados, muy castigados por la secularización de la sociedad.
La participación en el mundo obrero y la supuesta defensa de los
menos favorecidos en América les llevó a los jesuitas a tomar
posiciones comunes con la izquierda política.
Después del fin de la II Guerra Mundial el corporativismo
católico quedó proscrito en un mundo dividido entre el
capitalismo y el comunismo. En los países del Este los jesuitas
formaron el nervio clandestino de la Iglesia, por la detención
de su jerarquía y en Hispanoamérica de la formación de una
conciencia social hacia un sistema injusto. El precio no se hizo
esperar, numerosos jesuitas pagaron con su vida la defensa de los
sectores más desfavorecidos. La causa, el enfrentamiento, en el
caso americano, a las oligarquías locales apoyadas por los
Estados Unidos, posicionándose de forma indirecta con los
soviéticos.
La Compañía ha seguido proporcionando sus héroes como el P.
Daniel Linehan, quien descubrió en 1954, el Polo Norte
magnético o el P. LLorente en Alaska, donde llegó a ser
diputado. Pero las bases sociales tradicionales de los jesuitas
les han abandonado por formas de espiritualidad más acordes con
sus sentimientos.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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