Portada revista 25

La ofensiva homosexual Indice de Revistas ¿Qué es el "Nuevo Orden Mundial"?

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

¿Vocación de suicidio?.

La situación decadente de España se percibe con indiferencia por una parte de la población y con un gobierno que actua en merma de los intereses nacionales

James Petras, prestigioso analista político y económico norteamericano, nos avisa en uno de sus últimos artículos de que la llamada "globalización" o "mundialización" de la economía no es tal. En efecto, la eliminación de fronteras comerciales está siendo rentabilizada casi exclusivamente por las grandes potencias. Estados Unidos, Unión Europea (sobre todo, Alemania) y Japón son los grandes beneficiarios. Son las multinacionales las que extienden su imperio sin obstáculo. Y estas empresas tienen su sede en las naciones correspondientes. Son norteamericanas, europeas, japonesas; y sus beneficios revierten en sus países de origen. No se globalizan, pues, estos beneficios, sino que se concentran en las naciones punta.

Esta gigantesca evolución económica repercute negativamente, por tanto, en las naciones débiles. Con el señuelo del desarrollo se echan en brazos (abren sus fronteras) al gran capital, siguen obedientemente sus instrucciones de reconversión, que implican enormes sacrificios humanos al eliminar muchas industrias, y prácticamente desaparecen como naciones soberanas.

Tenemos el caso de España, que es el que íntimamente nos concierne. España es débil, mucho más social y políticamente que en el aspecto económico, aunque también en éste relativamente, si la comparamos con las grandes potencias.

Inexorablemente, nos hemos encaminado hacia la pérdida de la conciencia nacional. Desde hace más de tres siglos, con el comienzo del declinar político de España, se instaló en el alma de los españoles un sentimiento derrotista. No es algo que esté explicado claramente por nadie. La teoría expuesta por Ortega y Gasset en "España invertebrada" es brillante y sugerente, como todo lo escrito por este pensador. Pero no hay una explicación que no admita dudas, y se seguirá discurriendo sobre este tema interminablemente. Lo cierto es que ya en 1653 escribía Gracián de los españoles en El Criticón: "Son poco apasionados por su patria, y trasplantados son mejores." "Abrazan todo lo extranjero, pero no estiman lo propio." Esta inclinación psicológica, propia de una decadencia, se ha mantenido hasta la fecha, con algunos altibajos históricos, pero arraigando profundamente, lo que se puede apreciar contemporáneamente en diversos acontecimientos. ¿No hubo algo más que imprevisión en la forma en que se estatuyó el Estado de las Autonomías? ¿No hubo algo parecido a la indiferencia? ¿No hubo indiferencia, por ejemplo, al transferir a las autonomías las competencias de educación con lo que esto previsiblemente conllevaba de una enseñanza de Historia de España con rasgos antiespañoles en determinadas autonomías? ¿Y la forma en que nos echamos en brazos de la Comunidad Europea, aceptando condiciones durísimas, sin el suficiente período de adaptación, desmantelando nuestra industria naval, pesquera, siderúrgica, sacrificando en parte la agricultura, provocando un paro masivo y la tasa de natalidad más baja de Europa, si no del mundo? ¿Hubo otras naciones con un espíritu tan fatalista, resignado, como el nuestro?

Estos dos acontecimientos cardinales: disgregación de España en autonomías cada vez más ambiciosas y voraces, e ingreso inerme en la Comunidad Europea son hitos de un acelerado proceso de debilitamiento del Estado y de la Nación que ha sido querido y aplaudido por los políticos españoles ante la cansina, resignada indiferencia del pueblo. Manifestación plena del derrotismo a que he aludido y que lleva tres siglos imperando en el país, salvo algunos intervalos de reacción.

El gobierno actual, más honrado y mejor administrador que el anterior, se queda en eso: en más honrado y mejor administrador. Su ambición máxima es cumplir los "deberes" (¿por qué no decir las órdenes?) de Bruselas, y en no apearse del poder bajo ningún concepto. Para esto último se apoya decididamente en los nacionalismos separatistas, haciéndoles concesiones, lo cual no parecer preocuparle lo más mínimo. La última concesión ha sido hacer desaparecer la mención a la unidad de la Patria en el juramento a la bandera de los militares.

Realmente, es lícito hacerse la pregunta: ¿a qué poderes sirve el gobierno? Si la unidad de España no le preocupa ¿cuáles son sus preocupaciones? ¿Sólo le preocupan sus deberes? ¿Pero sus deberes para con quién o para con quiénes?

Pues lo cierto es que estos procesos de globalización económica, que son, más bien, de expansión de las grandes potencias, necesita naciones así, inermes, obedientes, que no pongan obstáculo alguno a las actividades de las multinacionales, que no se les ocurra esgrimir nunca los intereses nacionales frente a los del gran capital que exige la desaparición de las fronteras protectoras.

Ya que esto es lo que no puede tolerar el gran capital: patria, interesas nacionales. ¿Que podría importarle la fragmentación de España? Por el contrario, le conviene. La desaparición de España como nación sería la eliminación del último obstáculo. Pues el único elemento corrector del capitalismo desaforado mundial es la existencia de Estados-Nación con el suficiente poder soberano como para ponerle trabas.

No es ese el caso de España. España es la nación ideal, y aún lo será más cuando se fragmente. De momento, las cosas van en esa dirección y el gran capital nada puede tener que reprochar a España. Los grandes intereses capitalistas han convergido con la debilidad y apatía de una clase gobernante, de izquierda o de derecha, tanto da, que parece carecer de la altura de miras que deben tener los políticos de temple.

Para facilitar aún más las cosas, no existe en España ningún partido con fuerza que cubra el vacío que dejan los vigentes al derivar obsesivamente al centro. Al centro que no es nada, sino "moderación" sin ideas firmes de ninguna clase. Falta un partido con influencias que tenga ideas vigorosas, consciente de los peligros señalados, patriótico, que esté dispuesto a defender ante todo los intereses nacionales. Esta ausencia es una nueva muestra de debilidad y pacatería, de acomplejamiento aldeano que impulsa a acoger de forma entusiasta y acrítica la filosofía globalizadora, desnacionalizadora, que ha sido impuesta por los hacedores de opinión al servicio de los poderes hegemónicos.

En resumen: mientras no se demuestre lo contrario, los hechos apuntan a que intereses extraños actúan en convergencia con el proceso de decadencia de una nación que parece tener en lo íntimo una vocación de suicidio.

IGNACIO SAN MIGUEL .


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