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¿Vocación de suicidio?.
La situación decadente de España se percibe con indiferencia por una parte de la población y con un gobierno que actua en merma de los intereses nacionales
James Petras, prestigioso analista
político y económico norteamericano, nos avisa en uno de sus
últimos artículos de que la llamada "globalización"
o "mundialización" de la economía no es tal. En
efecto, la eliminación de fronteras comerciales está siendo
rentabilizada casi exclusivamente por las grandes potencias.
Estados Unidos, Unión Europea (sobre todo, Alemania) y Japón
son los grandes beneficiarios. Son las multinacionales las que
extienden su imperio sin obstáculo. Y estas empresas tienen su
sede en las naciones correspondientes. Son norteamericanas,
europeas, japonesas; y sus beneficios revierten en sus países de
origen. No se globalizan, pues, estos beneficios, sino que se
concentran en las naciones punta.
Esta gigantesca evolución económica repercute negativamente,
por tanto, en las naciones débiles. Con el señuelo del
desarrollo se echan en brazos (abren sus fronteras) al gran
capital, siguen obedientemente sus instrucciones de
reconversión, que implican enormes sacrificios humanos al
eliminar muchas industrias, y prácticamente desaparecen como
naciones soberanas.
Tenemos el caso de España, que es el que íntimamente nos
concierne. España es débil, mucho más social y políticamente
que en el aspecto económico, aunque también en éste
relativamente, si la comparamos con las grandes potencias.
Inexorablemente, nos hemos encaminado hacia la pérdida de la
conciencia nacional. Desde hace más de tres siglos, con el
comienzo del declinar político de España, se instaló en el
alma de los españoles un sentimiento derrotista. No es algo que
esté explicado claramente por nadie. La teoría expuesta por
Ortega y Gasset en "España invertebrada" es brillante
y sugerente, como todo lo escrito por este pensador. Pero no hay
una explicación que no admita dudas, y se seguirá discurriendo
sobre este tema interminablemente. Lo cierto es que ya en 1653
escribía Gracián de los españoles en El Criticón: "Son
poco apasionados por su patria, y trasplantados son
mejores." "Abrazan todo lo extranjero, pero no estiman
lo propio." Esta inclinación psicológica, propia de una
decadencia, se ha mantenido hasta la fecha, con algunos altibajos
históricos, pero arraigando profundamente, lo que se puede
apreciar contemporáneamente en diversos acontecimientos. ¿No
hubo algo más que imprevisión en la forma en que se estatuyó
el Estado de las Autonomías? ¿No hubo algo parecido a la
indiferencia? ¿No hubo indiferencia, por ejemplo, al transferir
a las autonomías las competencias de educación con lo que esto
previsiblemente conllevaba de una enseñanza de Historia de
España con rasgos antiespañoles en determinadas autonomías?
¿Y la forma en que nos echamos en brazos de la Comunidad
Europea, aceptando condiciones durísimas, sin el suficiente
período de adaptación, desmantelando nuestra industria naval,
pesquera, siderúrgica, sacrificando en parte la agricultura,
provocando un paro masivo y la tasa de natalidad más baja de
Europa, si no del mundo? ¿Hubo otras naciones con un espíritu
tan fatalista, resignado, como el nuestro?
Estos dos acontecimientos cardinales: disgregación de España en
autonomías cada vez más ambiciosas y voraces, e ingreso inerme
en la Comunidad Europea son hitos de un acelerado proceso de
debilitamiento del Estado y de la Nación que ha sido querido y
aplaudido por los políticos españoles ante la cansina,
resignada indiferencia del pueblo. Manifestación plena del
derrotismo a que he aludido y que lleva tres siglos imperando en
el país, salvo algunos intervalos de reacción.
El gobierno actual, más honrado y mejor administrador que el
anterior, se queda en eso: en más honrado y mejor administrador.
Su ambición máxima es cumplir los "deberes" (¿por
qué no decir las órdenes?) de Bruselas, y en no apearse del
poder bajo ningún concepto. Para esto último se apoya
decididamente en los nacionalismos separatistas, haciéndoles
concesiones, lo cual no parecer preocuparle lo más mínimo. La
última concesión ha sido hacer desaparecer la mención a la
unidad de la Patria en el juramento a la bandera de los
militares.
Realmente, es lícito hacerse la pregunta: ¿a qué poderes sirve
el gobierno? Si la unidad de España no le preocupa ¿cuáles son
sus preocupaciones? ¿Sólo le preocupan sus deberes? ¿Pero sus
deberes para con quién o para con quiénes?
Pues lo cierto es que estos procesos de globalización
económica, que son, más bien, de expansión de las grandes
potencias, necesita naciones así, inermes, obedientes, que no
pongan obstáculo alguno a las actividades de las
multinacionales, que no se les ocurra esgrimir nunca los
intereses nacionales frente a los del gran capital que exige la
desaparición de las fronteras protectoras.
Ya que esto es lo que no puede tolerar el gran capital: patria,
interesas nacionales. ¿Que podría importarle la fragmentación
de España? Por el contrario, le conviene. La desaparición de
España como nación sería la eliminación del último
obstáculo. Pues el único elemento corrector del capitalismo
desaforado mundial es la existencia de Estados-Nación con el
suficiente poder soberano como para ponerle trabas.
No es ese el caso de España. España es la nación ideal, y aún
lo será más cuando se fragmente. De momento, las cosas van en
esa dirección y el gran capital nada puede tener que reprochar a
España. Los grandes intereses capitalistas han convergido con la
debilidad y apatía de una clase gobernante, de izquierda o de
derecha, tanto da, que parece carecer de la altura de miras que
deben tener los políticos de temple.
Para facilitar aún más las cosas, no existe en España ningún
partido con fuerza que cubra el vacío que dejan los vigentes al
derivar obsesivamente al centro. Al centro que no es nada, sino
"moderación" sin ideas firmes de ninguna clase. Falta
un partido con influencias que tenga ideas vigorosas, consciente
de los peligros señalados, patriótico, que esté dispuesto a
defender ante todo los intereses nacionales. Esta ausencia es una
nueva muestra de debilidad y pacatería, de acomplejamiento
aldeano que impulsa a acoger de forma entusiasta y acrítica la
filosofía globalizadora, desnacionalizadora, que ha sido
impuesta por los hacedores de opinión al servicio de los poderes
hegemónicos.
En resumen: mientras no se demuestre lo contrario, los hechos
apuntan a que intereses extraños actúan en convergencia con el
proceso de decadencia de una nación que parece tener en lo
íntimo una vocación de suicidio.
IGNACIO SAN MIGUEL .
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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