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Patria y acción.
España ha dado respuestas propias en cada época. Algunas absolutamente rotundas y otras extremadamente sutiles. Es hora también de analizar la sutileza española, aquello que sucede cuando parece que no está sucediendo nada
Las Patrias, por antiguas que sean, por
modernas que parezcan, son creación del hombre, desde los
primeros y lejanísimos que las empezaron a los últimos vecinos
nuestros con los que compartimos problemas, dificultades,
éxitos, fracasos y, ¿por qué no?, discordias.
Las Patrias, pues, tienen un motivo y una utilidad, y deben de
disponer de una serie de elementos capaces de generar, por
diferencia entre ellos, tensiones que movilicen a los hombres de
cada hoy para que lleguen, alguna vez, los hombres de cada
mañana.
Con esto se quiere insistir en que la Patria es, siempre, un
sistema previo a cualquier sistema político y, siendo un modelo
de percepción compartida del mundo, lo es también de
aspiraciones colectivas y de relaciones básicas de los
individuos que devienen en personas. Cuando apoyamos en lo común
compartido, en la Patria, el peso de nuestras decisiones, es
evidente que usamos a España como herramienta además de como
concepto.
Actuar desde España es, pues, la única forma de hacer futuro.
Actuar desde el sistema político previo a cualquier política,
que es España, es siempre una creación. Hacerlo, en cambio,
exclusivamente desde la política, es ignorar que España es una
realidad anterior a cualquier ideología, con contenidos
culturales además de sociales y, en general, tan variados como
la humanidad misma.
Pero, ¿cómo es posible actuar desde España siempre? Haciendo
un esfuerzo por entender. Comprender -en idea de Gracián- es
señorear, y, en cualquier caso, ser más libre al ser más
dueño de la situación y de las decisiones. Esto casi equivale a
actuar, en lugar de con una duda metódica, con una metódica
confianza en lo que es España y en lo que debe ser hecho, de
acuerdo con ella, para servirla.
Si actuar es imprescindible para el individuo, también lo es
para el conjunto de ellos que comparten historia, presente,
cultura y trascendencia, de modo que es tan preciso esforzarse
por descubrir las circunstancias personales como las colectivas
antes de tomar decisiones y actuar. Es preciso estudiar
cuidadosamente a España desde las más variadas posiciones
españolas para conocerla a través de sus actuaciones pasadas, y
en ellas hallar el método colectivo mediante el que hemos hecho
frente a los acontecimientos históricos.
Porque España ha dado respuestas propias en cada época. Algunas
absolutamente rotundas y otras extremadamente sutiles. Es hora
también de analizar la sutileza española, aquello que sucede
cuando parece que no está sucediendo nada, esos «tiempos
muertos» en que la nación parece conformarse con su destino y
permite que hombres de escasa categoría, en gran medida ajenos a
la problemática española, ocupen el poder y digan gobernar.
Son, creo, momentos en que el desconcierto conduce a la
meditación colectiva; momentos -en los que se fragua el cambio
real que, posteriormente, llega a manifestarse o bien en
creaciones colectivas o bien en colectivas salvajadas que sólo
indicarían la incapacidad de comprender lo que está sucediendo,
el fracaso momentáneo de ese continuado señorear sobre lo que
conocemos.
España misma es un método de supervivencia y, por lo tanto, un
método de cambio. Lo peor que le puede suceder es que ese
método sea interrumpido por circunstancias extraespañolas, como
la U.E hoy. Parte de ese método parecen ser, justamente, los
«tiempos muertos», los momentos en que se suspende la creación
colectiva y se apela a lo caduco para responder a las desafíos
del tiempo en presente. Como ahora nos sucede.
Es entonces cuando algo empieza a asimilarse, cuando se filtra
hasta lo español lo añadido por otros y se interpreta de un
modo nuevo. Hoy, por ejemplo, España está tratando de averiguar
lo que cree del Poder. También está planteándose la eterna
cuestión de si la política es para España o España para la
política. Las tradiciones españolas cargan hoy con la critica a
la que las somete el cambio de época a la vez que con el intento
de sustituirlas por otras tradiciones que no tuvieron aquí su
origen.
Imagino que este silencio español empieza a encubrir un intenso
momento de creación. Todos los españoles, con independencia de
ideas, estamos sometiendo a crítica profunda a la sociedad
actual, que cruje y se tambalea en ausencia de respuestas
oportunas. Estamos sometiendo a crítica a nuestras
instituciones, a nuestros hombres públicos y a lo que dicen
representar. También al mundo entero , que aceleradamente cambia
sin que, de momento, se nos indique la dirección.
No es España nación de Revoluciones y, de hecho, ninguna ha
triunfado aquí, a pesar de que todas ellas han modificado, más
tarde, a España, pero jamás con una transformación rápida y
radical. Cuando la transformación exigida se ha pretendido
llevar a cabo por la fuerza y con prisas, siempre ha causado una
guerra, lo mismo que cuando la transformación pretendida ha sido
parcial y doctrinaria.
Tal vez -incluso mediante la guerra- España tiende a la
armonía, al equilibrio en el desarrollo, y por eso la
Revolución Burguesa sólo fue posible aquí cuando se hizo a la
vez que la Revolución Proletaria, convirtiéndose en el
Desarrollo, que evidentemente supo crear burguesía junto con
clases medias, y pudo producir fortunas sólo gracias a que pudo
también repartir mejor la riqueza.
Es, sin embargo, un poco arriesgado concluir que España no es
capaz de cambios rápidos, porque evidentemente es capaz de
rápidas corrupciones, aunque a lo mejor ambas cosas no son más
que aspectos de una misma realidad: al modificarse más
lentamente nuestra sociedad, al no ajustar su paso al ritmo del
cambio que se da en otras naciones que ejercen sobre nosotros
considerables influjos culturales y políticos, muchos españoles
(pero no España) se despegan de nuestra realidad cultural para
asimilar individualmente -y mal- los cambios que vienen de fuera.
Y surgen así nuestras periódicas crisis de valores, en que una
parte de españoles se pasa del límite mientras que la otra no
llega a él en forma ninguna, con lo que involuntariamente se
establece (entre tesis y antítesis) la necesaria tensión que se
resuelve en síntesis más pausada y serena.
Ciertamente España tiene su método para el cambio y su
antimétodo para la revolución. El cambio sucede siempre
despacio. La revolución no sucede nunca, aunque para ello sea
preciso recurrir a la guerra, no por voluntad de unos pocos, sino
por decisión de grandes mayorías.
Los acelerados procesos de renovación no duran mucho y, hasta la
fecha, han perecido, víctimas de las tensiones que generan. Sin
embargo todos consiguen modificar España, aunque casi nunca del
modo previsto por los revolucionarios. Una República clasista
-quiero decir que asentada en la diferencia de clases-, con una
oposición monárquica y conservadora, trajo una sociedad en
trance de superar las clases, que transformó por igual a los
elementos conservadores que al proletariado. Es un ejemplo, pero
significativo.
Entonces, ¿en qué se va a convertir España en los próximos
años? Por lo pronto, la Democracia Liberal se transformará en
algo bien distinto; el Capitalismo, también; y, aun cuando esto
se aproxima más a la profecía que al análisis, la modernidad
española traerá las libertades que ahora se proclaman sobre el
papel, cuando el Estado asuma las funciones de los Partidos y no
los Partidos las del Estado.
A.R. Tessie
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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