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Una idea genial: tener hijos.
Cada vez nacen menos niños. Es un problema grave, pues estamos llegando a una sociedad de ancianos. Junto a quienes nunca han puesto en duda la importancia de la familia y de la procreación, surge muy tímidamente el deseo de tener hijos, desordenado pero real, incluso en ambientes hasta hace poco refractarios a la idea. Es importante el papel de las instituciones públicas.
Antonia, soltera de 42 años, es
periodista y de izquierdas y ha tenido un hijo. Dice con
convicción: "He contribuido a perpetuar la especie humana.
Estoy orgullosa". No hay rastro del padre. Antonia
proseguirá su vida de soltera con algunos gemidos y pañales
más.
Román, ingeniero, y Josefina, bióloga, aún no llegan a los
treinta. Ambos son hijos únicos de la burguesía, de derechas y
agnósticos. En tres años de matrimonio han sacado a la luz tres
bebés, y ella ha conseguido conservar su trabajo.
Julia y Miguel, casados hace veinte años, son comerciantes. Hace
cinco años que intentan tener un hijo a toda costa, gastándose
una fortuna en ginecólogos, andrólogos y compañía. Ahora
Mateo, hijo-probeta, berrea en la cuna. No lo van a bautizar.
Antonia y los demás son gente normal que ha querido
«continuarse», cuestionándose su inicial "alergia" a
los hijos. Aducen razones "laicas". A todos parece
quedarles muy bien el modelo de la saga literaria de Los
Malaussène de Daniel Penac, cuyos miembros, en el París
multiétnico de Belleville, inventan los embarazos más
insólitos impulsados por las ganas de procrear. Uno de los
libros de esta serie, El señor Malaussène en el teatro, no es
sino el monólogo del padre, Benjamín, con el hijo por nacer, un
divertidísimo y a su modo profundo intento de restituir su
sentido a la vida partiendo precisamente de la vida. Parece que
algunos no sólo quiere tener hijos, sino que están convencidos
de que es lo más justo e inteligente.
Estas nuevas ganas de procrear son algo anómalas. Justo ahora
que tanto se habla de mayorías transversales, aquí nos
encontramos con un fenómeno que rompe la habitual división
(poco fiable en el fondo) impuesta por los medios de
comunicación: los que tienen hijos (papistas, tradicionalistas,
imprudentes, etc...) y los que no los quieren (izquierdistas,
feministas, gente acomodada...).
Ahora la opinión que se abre camino es que hay que garantizar a
las mujeres que lo deseen la posibilidad de tener hijos. Claro,
hemos insistido tanto en deshacer la ecuación mujer-maternidad,
que ahora la sociedad rechaza el deseo de maternidad. Es que las
opiniones cambian: antes era "obrera o madre", y ahora
"obrera y madre". Naturalmente, la maternidad y la
paternidad de hoy no se sitúan sólo en el ámbito tradicional
de la familia, sino de "las familias", en plural. Se
tienen hijos en cualquier parte y de cualquier modo. Generosidad
y egoísmo, libertad y anarquía se mezclan y se confunden. Pero
se tienen niños y esto, por lo menos, es una señal de buenos
augurios.
La merma demográfica es grave.
Si la tendencia no se invierte, la población de España en el
año 2020 será la más vieja del mundo, junto a Italia, que
maneja similares cifras.
Dice el demógrafo Jean Claude Chesnais que "las ciudades,
habitadas sólo por viejos, se transforman en museos y los pocos
niños son tratados como reyes; una situación trágica,
realmente increíble".
Las razones del descenso de nacimientos en Europa, y en
particular en España, son obviamente múltiples. Pero los
analistas parecen coincidir en un factor: el modelo de bienestar
consumista; el enriquecimiento tiene la culpa del crecimiento
cero. La prueba evidente de ello son los índices de fecundidad
de los países más pobres (Angola, Burkina Faso, senegal, 7
hijos por mujer; Benín, Camerún, Laos, 6; Costa de Marfil,
Guatemala, Honduras, Nepal, 5).
Consumismo, pues, y carrerismo, hedonismo, nuevo papel de la
mujer y crisis de la paternidad... Uno de los efectos de esa
crisis es la caída de la fertilidad y el rechazo de los jóvenes
a la responsabilidad de crecer: quien no tiene padre, rehusa
llegar a serlo.
Y aún más, muchos siguen viendo el fantasma de ser demasiados,
"la ideología del miedo demográfico", como la llama
un reciente documento vaticano. Aunque los tiempos han cambiado
desde que Konrad Lorenz incluyera la superpoblación entre los
ocho pecados capitales de nuestra civilización, seguimos con
miedo de asfixiarnos.
Hace poco, por ejemplo, National Geographic publicaba un largo
informe sobre el "peligro demográfico". En realidad,
no tiene en cuenta que la tasa de crecimiento, contra toda
previsión, ha bajado del 2,06% en 1965 al 1,56% en 1995, y que
en el año 2025 será del 0,95%. Según John Caldwell, la
población mundial se estabilizará dentro de un siglo en los
11.000 millones, "una cifra soportable para el
planeta"; y según las estimaciones de Alvin Toffler,
célebre futurólogo: "Tendremos más problemas con la
inestabilidad política en el planeta que con la capacidad
nutritiva de la tierra".
Es el decrecimiento lo que ahora no angustia en España. Dentro
de un decenio un tercio de la población tendrá más de 65
años, y pasados 30 años a este ritmo, aumentará la población
mayor de 60 años y disminuiría gravemente la que está por
debajo de esta edad. ¿Quién pagará las pensiones gente?
¿Quién asistirá a tanto anciano? ¿Cuánto le costará al
estado su cuidado? Tenemos a la vista gravísimos problemas
económicos.
Pero hay más cosas. En una sociedad sin niños, la cohesión
social disminuye y la fraternidad se transformará en algo raro,
incluso desconocido. Decía el Nobel italiano Canetti a este
respecto: "Un país sin hermanos, nadie tiene más de un
hijo". Hablaba de su país, pero vale para el nuestro. Y,
¿qué decir de la creatividad? Es cierto que la capacidad
imaginativa de los ancianos hasta ahora no ha sido bastante
valorada. No obstante, las grandes ideas, las novedades de un
conjunto social nacen siempre de las nuevas generaciones.
Y hay otro problema -éste sí que es inmenso- provocado por
nuestra escasa fertilidad: el tema totalmente existencial del
sentido de la vida. No es raro oír que "hemos perdido el
sentido del futuro", que "tener un hijo es el único
modo de huir de la demencia de la vida, de darle un sentido y
colmar nuestras esperanzas de inmortalidad", que "tener
un hijo es tener un proyecto grande, audaz, arriesgado,
imprevisible", que "un hijo es para siempre, y no los
ahorros que administramos", que "un hijo es un lujo, un
bocanada de vida, un milagro". Y acabemos con el consejo de
Élémire Zolla: "Tened hijos, sólo la infancia salvará el
mundo". Resumiendo: un hijo daría sentido a la vida. No es
mala idea, sobre todo si viene de gente que no acostumbra
defender esta bandera.
Entendámonos bien, para no caer en equívocos: los destinos de
la demografía no se van a aliviar porque unos miles de
cuarentones acomodados tengan un hijo para dar sentido a su vida,
o tal vez sólo para satisfacer su enésimo deseo. Son las y los
veinteañeros quienes pueden hacerlo, formando más familias y
familias más numerosas. Esto sólo puede llegar con una poderosa
inyección de valores sólidos y duraderos (y no siguiendo la
moda del momento) y también con una política familiar adecuada.
En este sentido, bienvenidas sean la medidas aprobadas por el
Congreso de los Diputados. Según la nueva ley de
"Conciliación de la Vida Laboral y Familiar", las 16
semanas de baja por maternidad se las podrán repartir ambos
progenitores a su criterio, de forma sucesiva o simultánea, si
bien las 6 primeras son obligatoriamente para la madre. En el
caso de adopciones (y esta equiparación es una novedad) los
progenitores gestionarán libremente ese tiempo. También sale al
paso la ley de los despidos de embarazadas, pues no sólo
prohíbe expresamente tales casos, sino que presta apoyo a las
empresas para cuidar de las buenas condiciones laborales de la
gestante. También se amplía el período de excedencia laboral
para cuidar a los hijos hasta 3 años. El Ministro de Trabajo,
Manuel Pimentel, valoraba la nueva ley como "de vanguardia y
moderna", que permitirá a más madres y padres conjugar
mejor sus obligaciones laborales con sus necesidades familiares.
Es muy aventurado "decir" que estas medidas incidirán
en un crecimiento de población, pero nadie nos prohíbe
"pensarlo". Al menos así lo demuestra la experiencia
de Suecia, un país en el que tradicionalmente hubo más
"paridad" en las relaciones hombre-mujer, y que está a
la vanguardia con una indiscutible planificación familiar,
después de haber sido la primera en Europa que registró una
fuerte disminución nacimientos. Pues bien, su caso demuestra que
existe una fuerte correlación entre las medidas gubernativas en
favor de la familia y la tasa de fecundidad: pasó del 1,68 en
1980 al 2,3 en 1990. Después, las restricciones del estado de
bienestar han hecho caer las cifras al 1,60 en 1996.
Es necesario entonces favorecer a quienes quieren procrear.
La New Household Economics, escuela fundada en Estados Unidos por
el célebre economista Gary Baker, sostiene que las opciones en
el campo de la reproducción son fruto de haber hecho una
valoración racional de costes y beneficios. Ciertamente, las
razones se sitúan también en otro plano, porque la vida no
puede ser un simple cálculo matemático, una estrategia fría y
cínica; pero este "cálculo" no puede ser
infravalorado. El mejor modo de preservar una sociedad y una
cultura es siempre y generalmente el de tener hijos: tengamos
hijos si queremos que se siga hablando de nosotros.
A propósito de nacimientos, el filósofo Cioran tituló un libro
suyo con un elocuente Del inconveniente de haber nacido. Ahora,
se me ocurre parafrasearlo en Del inconveniente de haber escrito.
Sólo los poetas y los santos pueden intuir con palabras la
grandiosidad de una vida que nace.
Los padres (muchas veces santos, y quizás poetas) lo hacen casi
siempre sin palabras: ésa es su grandeza. Es más fácil decir
que es bueno tener hijos que tenerlos y criarlos. Así es que un
agradecimiento sincero a nuestros amigos mediatizados por
habernos recordado (mejor tarde que nunca) esta sencillísima y
genial verdad que millones de padres ya viven en su piel sin
tanta publicidad. Y tengamos hijos, pero no como los conejos,
sino con equilibrio y racionalidad. En silencio, por favor.
Miguel Zanzucchi y Javier Rubio.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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