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El hombre como Misterio y como Problema.
"El hombre es el Sistema"*. Pues bien; si el Sistema, es decir, "el orden político, social y económico (preferible) es el que sirve mejor al hombre (y le ) ayuda a afirmar y cultivar su propia dignidad" ("Gaudium et Spes", nº 9), sería frívolo y contraproducente construir un Sistema, que es preciso "empezar por el Hombre"*, sin tener antes una idea exacta del hombre, al cual el Sistema ha de ordenarse.
¿Qué es el hombre?
Si el hombre es el eje y tiene, por tanto razón de fin, y el
Sistema se refiere al hombre y debe estar a su servicio,
teniendo, por lo tanto, razón de medio, para ser coherentes y no
actuar "contra natura", sino "secundum
natura", tendremos que proyectar primariamente nuestra
atención sobre el Hombre.
"¿Quid est homo?", "¿Quid est autem homo?",
se pregunta por dos veces la Constitución pastoral "Gaudium
et Spes" (Núms. 10y 12). Y la pregunta es tan lógica como
antigua, pues ya la formulaba el Salmo 8 en su versículo 5º.
Alexis Carrel, en "La incógnita del Hombre", ha dicho
que "es necesario que los hombres mediten acerca del
hombre". Pero cuando Max Scheller, en "El saber y la
cultura", comienza la meditación, asegura que del hombre
tenemos un conocimiento tan defectuoso, que cuando, con la
filosofía en las manos, nos hacemos la pregunta, la vacilación
se impone, siendo necesario contestar que se trata de un
verdadero problema. En tal sentido, Maritain, en su
"Humanismo Integral", estudia el "problema del
hombre".
Ahora bien; la pregunta no tiene una contestación filosófica,
pues escapa, como ha escrito Karl Rahner, a la pura reflexión
racional porque el hombre no sólo es un problema, como pueda
serlo el que hoy sigue planteando la electricidad, sino que es un
problema porque es, ante todo, un misterio, y del "mysterium
hominis" habla con valentía la Constitución pastoral
citada (nùm. 22).
El misterio del
Hombre
Conviene aquí dilucidar la distancia entre el hombre como mito y
el hombre como misterio. La confusión entre los místico y los
mistérico puede llevarnos por caminos sin luz. Lo mítico es lo
legendario y lo fabuloso, producto de la fantasía. Lo misterioso
es la realidad oculta e invisible. La diferencia entre el mito y
el misterio es tan grande y tan esencial como la que existe entre
lo imaginado y lo cierto. Lo mítico no se ve porque no existe.
lo misterioso o mistérico, existiendo, no se percibe con
nitidez, porque la razón no basta para captarlo, o al menos
captarlo con la nitidez necesaria.
La negación del "mysterium hominis" conduce a
soluciones falsas del problema planteado por el hombre;
soluciones en las que ha jugado mucho la imaginación y, por
ello, lo mítico o mitológico. Por eso, las respuestas no son
otra cosa que opiniones que el hombre da sobre sí mismo;
respuestas "distintas e, incluso, contradictorias, que
suponen su exaltación como regla absoluta, o su hundimiento
hasta la desesperación" ("Gaudium et Spes" nº
10), es decir, la marcha supervitalista y ascendente al
superhombre de Nietzsche, o la marcha desvitalizante y decadente
a la categoría de infrahombre o de náusea, como diría Sartre.
El hombre,
¿máquina/ animal?
La observación inmediata del hombre le define por, por razón de
su semejanza con los animales, como un animal que parece más
desarrollado biológicamente que los otros. Esta observación
primaria no goza, sin embargo del asentimiento general, pues
algunos afirman que el grado de indefensión del hombre es tan
grande que puede ser definido como un animal ontológicamente
frustrado y desamparado. Su gestación prematura -llega a
sostenerse- le obliga a una larga dependencia protectora una vez
ha saludo del claustro materno.
Ahora bien; tanto si el hombre es un animal biológicamente más
desarrollado que los otros como si es un animal frustrado
ontológicamente, la pregunta inmediata ha de ser la siguiente:
"¿qué es un animal?, puesto que aquello que nos revela la
esencia del animal pondrá de relieve la esencia del hombre. En
esta línea de pensamiento Descartes sostenía que el animal es
una máquina viviente, y La Mettrie, (en "el
Hombre-máquina" e "Historia natural del alma"),
llegando a las últimas consecuencias de la identificación
animal máquina, definió al hombre, en tanto en cuanto animal,
como una máquina que se destruye por el uso o el accidente.
La diferencia entre la máquina y el animal como máquina
viviente, estaría en que la máquina funciona en virtud de una
fuerza exógena que actúa sobre ella o de un motor ajeno que se
coloca en la misma (su fuente de actividad es heterónoma),
mientras que la fuerza o el motor vivificante del animal forman
parte de su estructura y constitución y están incorporados , o
mejor, corporizados con ella (su fuente de actividad es
autónoma).
La teoría de la
evolución.
Dejando al margen la identificación del hombre con la máquina y
fijándonos en el hombre como animal, la corriente evolucionista
entiende que el hombre, tal y como hoy le vemos, es el producto
de un largo camino de superación. Carlos R. Darwin, en su obra
"sobre el origen de las especies por medio de la selección
natural" (F. Sempere y Cía., Editores, Valencia), ha
expuesto, a través de la entrada en juego de dos leyes, la ley
de la degeneración del tipo primitivo y la ley de la superación
de los mejores, su teoría de la hominización de los
antropoides. El hombre, según la tesis evolucionista, tiene una
genealogía simiana y procede del mono o del gorila o del
chimpancé o el orangután.
Lo que importa es demostrar que la teoría es cierta, y a tal
objeto una pléyade de investigadores y arqueólogos se han
puesto a trabajar en busca de lo que se llama el "missing
link" o sea, el eslabón perdido, el animal que, por un
proceso de hominización o de tránsito de los antropoides a los
homínidas, ha empezado a dejar de ser simio ("homo
simius") y ha comenzado a ser hombre ("homo
primigenius").
Hasta ahora la infatigable tarea no ha tenido éxito, e, incluso,
se ha visto despreciada por los fraudes escandalosos como el del
cráneo de Piltdown o los homúnculos patagónicos. Esta
búsqueda infructuosa del eslabón perdido, del
"proanthropos", puede deberse, o bien a que existiendo
aún no ha sido encontrado, o bien, a que su hallazgo es de todo
pinto imposible porque la teoría de la Evolución es falsa.
Tanto en un supuesto como en el otro, el misterio del hombre
sigue planteado, puesto que llega un instante en que sobre la faz
de la tierra aparece el hombre diferenciado plenamente del simio;
y de ese hombre nos interesa saber que es en realidad.
El hombre por sus
cualidades
En este plano de la investigación al hombre se le define, quizá
eludiendo el problema, por su forma de presentación o por sus
cualidades. se habla así del "homo erectus", del
"homo habilis", del "homo sapiens", como
decía Linneo, que puede ser contemplado como "homo
faber", porque construye; como "homo pictor" o
"aestheticus", porque tiene dotación artística; como
"homo ludens", o que es capaz de divertirse; como
"yo social" (Aristóteles y Santo Tomás: "homo
est naturaliter animal sociali", Summa I.ª-II.ª, 94.ª),
porque por su propia naturaleza está destinado a vivir en
comunidad; y, a un tiempo, como "homo lupus", pues en
ella se comporta, como decía Spengler, al modo de un animal de
presa.
El problema del
hombre.
Las respuestas citadas dejan sin resolver el problema del hombre.
En realidad, lo escamotean. Para dar con la respuesta adecuada
hemos de subir a un nivel superior, a un nivel teológico. El
"lumen sensibus" y el "lumen rationis" no
bastan para disipar la tiniebla exterior y la confusión intima.
Hemos de solicitar la ayuda clarificante de otra luz con fuerza
iluminadora suficiente par barrer las tinieblas y sensibilizar
nuestro ser. Esa luz es la "luz vera" de que habla San
Juan, el "lumen Dei", que por la revelación se hace
"lumen fidei", y que, como el propio evangelista
asegura, "illuminat omnem hominem venientem in hunc
mundum" (1.9). A esa luz hace referencia de algún modo
Vintila Horia en su breve trabajo "Ciencia y Religión
("Punto y Coma, nº 1, 1983/84, págs. 25 y 26), aunque
aludiendo a un tema distinto, cuando recuerda que preguntando a
un astrónomo inglés sobre "los orígenes del mundo",
le dijo: "Para contestarle, tendría que reunirme con unos
teólogos".
Lo que importa es que recibamos gustosos la "lux vera"
y experimentemos la alegría que supone pasar del puro tanteo
sensible o especulativo a la aparición nítida de las cosas; de
la oscuridad de la noche, con sus sombras, incertidumbre y
angustias, a la diáfana transparencia del mediodía, con sus
clarividencias, seguridades y definiciones.
Bajo este cono de la "lux vera", es decir, de la
antropología metafísica y teológica, el hombre se nos muestra
como un ser integrado en el orden natural, pero más perfecto
("homo sapiens creatorum operum perfectisimum", dice
Linneo) y superior al mismo (rey de la creación), en el que se
dan cita, como se ha escrito con dureza, el bruto y el ángel, o,
con, más precisión y cortesía, el cuerpo y el alma
("Gaudium et Spes", nº 14)
Partiendo de aquí, la solución al problema del hombre nos lleva
a contemplarlo desde cotas distintas y complementarias al objeto
de que no se escape nada sustancial en la respuesta.
La naturaleza del
hombre.
Hemos dicho que en el hombre, a la luz de la fe -que en este caso
corrobora lo que rectamente orientada nos dice la luz de la
razón- hay un cuerpo y un alma.
Se impone, pues, una tarea de aproximación a la naturaleza del
hombre para, sin descomponer su unidad ontológica, analizar lo
que hace referencia al cuerpo (la carne) y lo que hace referencia
al alma (el espíritu).
La investigación requiere, sin embargo, una previa
consideración, a un tiempo semántica y conceptual, a fin de que
los vocablos se utilicen con la máxima precisión. Con tal
objeto, y "a priori", no vamos a utilizar el binomio
"cuerpo-alma", sino el binomio "carne- aliento
vital".
a) La carne:
Nadie que la examine podrá oponerse a que su funcionamiento
vegetativo y sensitivo identifica al hombre con el animal, aún
cuando, anatómicamente y fisiológicamente en algunos aspectos,
suponga un grado mayor de desarrollo. Ahora bien; ¿de dónde
proviene la materia, la carne, el "soma", lo que el
hombre tiene de común con el animal?
La pregunta puede también formularse así: ¿cómo aparece el
hombre sobre la faz de la tierra, en cuanto materia, carne,
"soma" o animal? La pregunta puede tener, en teoría,
las tres contestaciones que se formulaban ante la aparición de
algo, y que son las siguientes: Por emanación, por generación y
por creación. tres ejemplos sobre el particular ofrecen un valor
didáctico que excluye otros argumentos. La luz del sol aparece
por emanación (emanantismo); el hijo aparece engendrado por el
padre (generacionismo); el mundo aparece creado "ex
nihilo" por Dios (creacionismo).
Los conceptos de emanación, generación y creación quedan así
configurados de manera diáfana. Pues bien; el hombre, en el
aspecto que ahora consideramos bajo el cono de la "lux
vera", es, a partir de Adán, un ser engendrado, generado,
con estirpe y linaje; pero es, en Adán, un ser creado. ¿Pero
cómo se realiza esta creación? ¿Se trata de una creación
directa que, con inmediatividad, hace de Dios un divino alfarero?
-"Formavit igitur Dominus Deus hominem de limo terrae, et
inspiravit in faciem eius spiraculum vitae, et factus est homo in
animam viventem" (Génesis 2,7)- ¿O se trata de una
creación indirecta, que no está reñida con el evolucionismo
homogéneo y aún heterogéneo? (No se olvide la relación
etimológica entre "humus" y "homo", nacido
de la tierra).
En este orden de cosas conviene seguir proyectando la "lux
vera" sobre el concepto de creación, para mantenernos en
posiciones vigorosamente ortodoxas y, por que no decirlo,
dogmáticas. La creación auténtica es, como indicábamos antes,
loa que se produce "ex nihilo", la que saca las cosas
de la nada, la que, por tanto, desnadifica. No hay creación
propiamente dicha, o la hay metafóricamente, cuando el vocablo
se emplea para referirse a la ordenación de un caos anterior
(como cuando se atribuye a alguien la creación de un orden o de
un clima de paz) o a la conformación armónica de un conjunto de
elementos que ya existen (como cuando se habla de creación
artística).
La creación indirecta no comprende ninguna de las dos creaciones
metafóricas aludidas, sino que surge como fruto previsto y
querido de las llamadas razones seminales, que han sido
injertadas en la naturaleza en el momento de su creación inicial
"ex nihilo". por el juego eficaz de estas razones
seminales puede admitirse, sin herir el dogma, que el hombre
procede, por evolución homogénea -sin saltos- o heterogénea
-con saltos en la especie- de otros animales inferiores a él. El
divino alfarero, al dotar de fuerza evolutiva a la creación,
habrá creado al hombre, al señalar a la arcilla inicial la
dirección en la que, al cabo del tiempo, llegará a
configurarse. Al decir esto trato tan solo de exponer la
cuestión tal como doctrinalmente la presenta la "Humani
generis" (nº 29) de Pío XII (12-08-1950), y no como una
tesis científica, probada, ya que, por un lado, como
señalábamos antes, el eslabón perdido no acaba de encontrase,
y por otro, muchos biólogos, como Linneo y Leibniz, luego de
entender que el hombre tendría que haber aparecido en una línea
de evolución heterogénea, concluyen, negàndola, con esta
frase: "natura non fecit saltum".
b) El aliento vital:
Si el primer hombre, como animal, surge por creación directa o
indirecta, lo que no cabe la menor duda es que su aliento vital o
"spiraculum vitae", como "semen
aeternitatis", es una creación directa -"creatur a Deo
ex nihilo"-, que se une a la carne, vivificàndola. Esta
unión, aunque de forma imperfecta y lejana, recuerda la unión
en Cristo de su divinidad y de su humanidad. Si Cristo, en el que
se da la unión ontológica, o por hipóstasis, de las dos
naturalezas, la divina y la humana, es , sin embargo, una sola
persona y una persona divina, el hombre, cada hombre, en el que
se unen también ontológicamente la carne y el aliento vital,
es, de forma análoga, un solo ser, una sola persona, pero una
persona a la que el "aliento vital", que es "semen
aeternitatis" ("Gaudium et Spes", nº 18), hace ,
como escribía Seneca, "res sacra".
El aliento vital de cada hombre no proviene, por tanto, de la
generación ("non generatur a parentibus"). Los padres
no engendran ni transmiten el aliento vital, sino que ofrecen,
por así decirlo, la estructura que el aliento vital anima y que
es creado directamente y "ex nihilo" para cada hombre.
Melchor Cano y Santo Tomás hablan así del creacionismo y del
ánima "ab extrinseco inmisa", "quo ad
corpus". El análisis del aliento vital nos lleva a
considerarlo en dos perspectivas: una, que la ordena a expresarla
a través del cuerpo, y la otra, que la ordena a la unión con
Dios. En la primera, el factor dominante es la relación
hombre-mundo. En la segunda, el factor dominante es la relación
hombre-Dios. En aquélla, el soplo de vida se vierte en el
entramado horizontal, "hombre-criatura, y en ésta, en el
vertical ascendente "hombre-Creador".
¿En la primera perspectiva, el aliento vital se conoce con el
nombre de alma, y en la segunda, con el nombre de espíritu. En
la "natura hominis", el aliento vital, como alma, es
principio de vida par la carne inerte y para sus funciones
vegetativas y sensitivas, y como "psykhe", es objeto de
la psicología. Pero ese mismo y único aliento vital, como soplo
divino, "pneuma" o espíritu, es objeto de la
"pneumología", o mejor dicho, de la mística, que
descubre en él, con Santa Teresa, las moradas del castillo
interior.
C) Relación Carne-Aliento vital:
Esta relación forma parte decisiva del hombre como problema.
Claro es que el problema desaparece, al menos en teoría, cuando
se niega dicha relación, negando uno de sus términos; como lo
hacen cuantos profesan el materialismo, dialéctico o resignado.
Si todo lo que se atribuye al aliento vital, inteligencia,
memoria y voluntad, no es otra cosa que el resultado de una
evolución de la materia o de una estructura económica y social,
huelga que nos ocupemos de esa relación. El hombre no es más
que materia. No tiene más hogar que el mundo en que vive y las
medidas de tiempo y espacio le enjaulan y encorsetan desde el
hecho biológico de la concepción hasta el hecho biológico de
su muerte. Cuando la carne "yo" y el sujeto de
actividad y receptividad, desaparece, el hombre deja de existir
en términos absolutos. Nada subsiste del hombre, a no ser su
recuerdo, fácilmente difuminado y disipable. Por el contrario,
si en la unidad de cada hombre hay carne y aliento vital, o si
queréis, aclarados ya los conceptos, cuerpo y alma, el problema
de la relación entre ambos subsiste, se agudiza y cobra especial
interés ante a realidad cotidiana de la muerte, "el mayor
tormento (y el máximo enigma de la vida humana"
("Gaudium et Spes", nº 18).
Al llegar a este momento decisivo, la postura dualista, afirmando
la conjunción en el hombre del cuerpo y del alma, se bifurca.
para unos, esta conjunción es tan sólo accidental y se produce
tangencialmente o por yuxtaposición, de manera análoga a la del
caballo y el jinete. Para otros, la conjunción tiene carácter
esencial, y el alma no está adosada o pegada al cuerpo, sino en
todo él, impregnàndolo y vitalizàndolo de un modo penetrativo,
a la manera de el agua a la esponja o la electricidad al cable
que la conduce ("anima est unitur cum corpore non
accidentaliter sed est corporis forma vera per se et
essentialiter"). Para los accidentalistas, como Platón, la
filosofía griega, los saduceos y Descartes, la muerte es un
hecho biológico, y siendo tangencial la unión entre la carne y
el alma, mientras el alma continúa existiendo después de la
muerte, escapando de su prisión (a la manera del pimpollo que se
deshace de su cascara), el cuerpo se hace para siempre ceniza.
Para los que no lo entendemos así, porque nos hemos situado bajo
el cono de la "lux vera", la muerte en el hombre no es
un hecho biológico , sino el salario del pecado (Rom., 6,23:
"Stipendia enim peccati mors"), es decir, un castigo de
la desobediencia, que se impuso al insurgente que hizo causa
común con el "non serviam" de Satanás.
De aquí que el no conformismo contestatario que rechaza la
muerte, sea lógico, respondiendo, de una parte, a la
inmortalidad del soplo divino, y de otra, a la vivencia inmanente
de un paraíso perdido en el que el cuerpo, animado por ese soplo
divino de vida, gozó preternaturalmente de la inmortalidad. Lo
que ocurre es que -para suerte y gozo del hombre- la inmortalidad
ha sido recuperada por la resurrección -con su misma carne- del
Hombre por excelencia. Cuando en situación dramática Pilatos
mostró a Cristo a la multitud dijo, sin comprender su alcance:
"Ecce Homo" (Juan, 19, 5), he aquí al Hombre. Ese
Hombre, asumido por la divinidad, o con más acierto en frase de
San Pablo, el Hombre, ese Hombre en el que
"corporaliter" habita la plenitud de la divinidad (Col.
II, 9), demostró que la carne sería de nuevo inmortalizada
("resurrexit sicut dixit", Mateo, 28,6), que el cuerpo
que se entierra corruptible se recobrará incorruptible, y que a
la muerte se le podría desafiar gritando "¿dónde está,
oh muerte, tu victoria?" (1 Cor., 15, 35/53, y Rom, 8,23).
Testimonios adelantados, aunque simbólicos, de la inmortalidad
recuperable, fueron las resurrecciones -aunque para volver a
morir- de la hija de Jairo (Mc. 5,21), del hijo de la viuda de
Nain (Luc. 7,11) y de Lázaro, el hermano de marta y María
(Juan, 11). Pero testimonios, no simbólicos, sino reales, de la
incorruptibilidad de la carne y de su inmortalidad y
glorificación, los tenemos en la transfiguración de Cristo en
el Tabor y en la aparición de María en el Apocalipsis. En el
Tabor, la humanidad de Cristo se transfiguró (Mt. 9,1) y llenó
de gloria; su rostro (Luc. 9,32) se puso resplandeciente como el
sol y sus vestidos se hicieron blancos como la nieve (Mat. 17,2).
En la visión apocalíptica de San Juan, aparece María como
"una mujer vestida de Sol" (12,1). Advertimos que aquí
el vestido de Sol no quiere significar un revestimiento o
investidura que se añade "ad extra" a la Naturaleza
humana de Cristo o a la persona de María, sino a una floración
obrada por el Espíritu Santo desde la intimidad del ser, en la
que habita a la manera de un templo, como dice San Pablo (I Cor.
6, 18), de tal manera que la gozosa tarea espiritualizadora
convierte el cuerpo en cuerpo glorioso, que puede ver la luz de
Dios con la luz de Dios. En esta línea de pensamiento, el
vestido de Sol se contrapone a la desnudez del hombre en el
paraíso, porque no tanto se encontró el hombre desnudo porque
descubrió la descubrió la desnudez de su carne (Gen. 3,7),
luego del pecado, sino porque se hallo desvestido, es decir
desposeído, interiormente, de la gracia original, y
exteriormente de los dones preternaturales que le habrían
ahorrado el enfrentamiento con el dolor físico y moral y con la
muerte. La relación, pues, entre el cuerpo y el alma, según nos
enseña "la visión cristiana del hombre" de que habla
Juan Pablo II (discurso de Viena de 1983) queda definida
cronológicamente así: alma inmortal, por ser soplo de vida, y
cuerpo inmortalizado por un don preternatural, en la etapa del
paraíso y de la gracia original; alma inmortal y cuerpo que
muere, en espera de resurrección y reunión con el alma, cuando
el tiempo termine embebido por la eternidad y se produzca la
restauración integral de la persona, que es el hombre entero
creado incorruptible.
El alma, separada del cuerpo, subsiste, pero subsiste en una
situación que podríamos llamar "contra natura",
porque está ordenada a un cuerpo determinado y lo reclama para
ella, al objeto de perfeccionar la persona que con él
constituye. La resurrección del cuerpo, podríamos decir,
siguiendo la pauta sintética de Santo Tomás, es una
reivindicación del alma, a la que Dios accede incorporando la
muerte de cada hombre a la muerte y resurrección del Hombre que
fuè y sigue siendo su Hijo ("Credo et expecto
resurrectionen mortuorum", creo en la resurrección de la
carne). d) Relación carne- aliento vital "in itinere":
San Agustín hablaba del hombre como "cor inquietum".
Pues bien; el hombre tiene un corazón inquieto por muchas
razones: · La primera, porque el pecado la ha dividido
interiormente ("in ipso divisus est homo ",
"Gaudium et Spes", nº 13). Nadie como San Pablo dio
testimonio de la rivalidad entre el cuerpo y el espíritu, que le
llevaba a hacer lo que no quería, entre el aguijón de la carne
y el anhelo del alma (Gal. 5,14; Rom. 7,14 y ss, y Cor. 12, 7/9).
· La segunda, porque desdibujada por el pecado la "imago
Dei", la creación, al no reconocerla plenamente en el
hombre tal y como la contempló "ab initio", se rebela
contra la soberanía que le fue confiada como rey. la
subordinación del hombre a la Naturaleza, que le domina en lugar
de ser dominador -epidemias, inundaciones, incendios, huracanes,
terremotos, catàstofres cósmicas de todo género-, inquieta su
corazón. · La tercera, porque el hombre experimenta la desazón
del peregrino, es decir, del que aún no ha llegado a la meta.
esta peregrinación no es traslativa sino intransitiva. no se
trata de que el hombre recorra un camino "ad extra", de
que realice un viaje y cambie de lugar. Se trata de un
"status Viatoris" sustancial, sin traslado geográfico,
sin talante nómada. Se trata de una apertura asuntiva de su
plenitud.
Conclusión. La visión cristiana del hombre, la pone de
manifiesto la "lux vera" de la revelación, concluye
afirmando que el hombre es:
1) "creatura", Es decir, un ser, como los restantes,
creado por Dios ("creavit Deus hominen", Gen. 1,27). No
hay poligénesis humana. "Adam fuit primus homo", y de
este hombre, por generación, todos los hombres descienden. Ese
primer hombre recibe, por creación directa, un aliento vital
divino;
2) "Imago Dei": El primer hombre, al recibir el aliento
vital divino, y con él la gracia original, fue creado
("status naturae integrae"), a diferencia de as otras
criaturas, a imagen y semejanza de Dios ("faciamus hominen
ad imaginem et similitudinem nostram", Gen. 1,26), y dotado
de los dones preternaturales que le preservaban del dolor físico
y moral y de la muerte;
3) "Imago se ipsum": Al modo de la piedra que se arroja
al estanque quiebra la tersa quietud del agua, el pecado rompió
el equilibrio de la "natura hominis"; su tersura quedó
trastornada y la imagen divina que debió reflejarse se
convirtió en una imagen de sí mismo Por eso dice Ana Catalina
Emmeriick que de la presencia majestuosa de Adán en el Paraíso
al expulsado de él ("homo lapsus"), hubo una
diferencia tan enorme que bien podría decirse, en
contraposición a los evolucionistas, que el hombre no desciende
del mono, sino que el hombre ha descendido a niveles que le
acercan inicialmente al simio, como fruto de su decaimiento por
obra del pecado. Alguien ha escrito, y con razón, que el hombre
en la medida en que no reproduce la "imago Dei" deja de
ser hombre y se animaliza;
4) "Filius Dei": El hombre, mediante la aparición de
un vástago de su linaje, de un Hombre en el que Dios se revela
hasta el punto de ser "imago Dei invisibilis", deviene
imagen total y visible del Dios invisible (Col. 1,15). Ese
Hombre, Cristo, es, por una parte, Hijo de Dios, y por otra, por
medio del Gracia, nos incorpora a su Encarnación,
comunicàndonos la filiación divina. El punto esencial de la
predicación evangélica destaca esta ascensión del hombre al
estado de "filius Dei", al poner el énfasis en la
revelación de la paternidad divina (Mt. 5,48), sintetizada y
clamorosamente manifestado por el Maestro en el "Pater
Noster". La filiación divina del hombre, operada por
Cristo, no es una pura adopción, como podría inferirse del
lenguaje didáctico y jurídico de San Pablo, sino una filiación
real, porque la gracia es algo así como la sangre divina que al
vitalizarnos sobrenaturalmente nos permite ser concebidos de
nuevo;
5) "Heres Dei": Más aún, precisamente porque el
hombre, criatura e "imago Dei", asciende a categoría
de "filius Dei", deviene, como ser teológico, heredero
de Dios. Si el hijo hereda al padre, los hombres, que por la
gracia son hijos de Dios, en su Hijo único, son herederos con El
de la gloria celestial del Padre;
6) "Homo renovatus": Para que esta ascensión sea un
hecho, en el hombre ha de producirse un cambio, una
"conversio", una "metanoia", que San Pablo
sitúa en la desaparición del hombre viejo y en la aparición
del hombre nuevo (Col. 3, 9/10, y "Gaudium et Spes",
nº 23). La tensión que ha de conducir a la definición del
hombre juega, por tanto, entre dos arquetipos humanos: Adán y
Cristo. Por el primero -el hombre Adán- todos los hombres nacen
pecadores. por el segundo -el hombre-Cristo- los hombres se
liberan del pecado. Ahora bien; el hombre íntegro es el hombre
justificado, es decir, el que no tiene pecado; y en este sentido
resulta evidente que Cristo, en cuanto a Hombre, es más hombre
que Adán. Cristo, en efecto, es el Hombre sin Pecado, y el
pecado deforma y envilece al hombre, desnaturalizándolo. El
pecado no es inherente a la Naturaleza humana, sino un fallo o
deficiencia o aminoración de a misma. (Ve. Jean Galot:
"¡Cristo! ¿Quién eres Tu? Y. Pags. 134/5.Edit. CETE,
1982). En el hombre nuevo paulino va quedando atrás todo aquello
que le despojó de su rango, y va ganando fuerza todo aquello que
se ordena a su recobro ("expolientes vos veteram hominem...
et induentes novum, eum qui renovatur... imaginem eius qui
creavit illum": "desnudaos del hombre viejo y vestios
del nuevo... de aquél que se renueva según la imagen del que le
creó"). Pablo, al expresarse con su vehemencia
característica, "No soy yo el que vivo; es Cristo el que
vive en mí" ("vivo autemiam son ego, vivit vero en me
Christus", Gal. 2,20), está exponiendo en qué consiste la
transformación del hombre viejo, que es el hombre del pecado, al
que aguijonea el "fomes peccati" y al que hay que ir
dando muerte mediante la mortificación (I Cor., 9,22/27), en el
hombre nuevo, que hace suyos los sentimientos de Cristo y que con
su ayuda, vende la tentación que le induce al pecado (Ef. 5,14);
7) "Vocatio aeternitatis": El hombre es, por encima de
todo, una criatura que, nacido en el tiempo, está llamado a
insertarse, cuerpo y alma, en la eternidad;
8) "Libertas": Esa eternidad puede ser feliz o
desgraciada en función de la libertad, que le hace responsable
y, por ello mismo, merecedor, conforme a su conducta, de la
salvación o de la condenación;
9) "Fiat voluntas Tua": Dicha conducta ha de
programarse libremente por el hombre en función de su triple
carácter de criatura, de "imago Dei" y de hijo de
Dios, haciendo suya la voluntad del Dios creador, que le ha dado
el ser; la voluntad del Dios redentor, que le ha devuelto su
verdadera imagen; y la voluntad de santificador, que por la
gracia habita en él como en un templo, y grita "Abba",
Padre. A esa voluntad única de las tres personas divinas se
refiere Cristo cuando en el Padrenuestro ruega: "Hàgase la
voluntad en la tierra como se hace en el cielo". Ese ruego
se llama oración;
10) "Homo orationis": Por eso, el hombre es un ser que,
reconociendo su dependencia de Dios ora, y que con la oración
expía, agradece, suplica y ama. Resumen El hombre es, en
resumen, un ser que conoce por la razón, incrementando su
conocimiento por la fe; que ama con la voluntad afectiva; que
elige con libertad; que merece premio o castigo en virtud de la
responsabilidad que la libertad supone; y que ora, por su
radicalismo teológico. A este hombre con sus derechos
-recuérdese la famosa "Declaración de los Derechos del
hombre y del ciudadano" de la Asamblea constituyente
francesa, de 26 de Agosto de 1789, y la no menos famosa
"Declaración de los Derechos Humano", de la asamblea
General de las Naciones Unidas", de 10 de Diciembre de
1948-, pero también con sus deberes, ya que el derecho es el
término de una relación moral o jurídica, o jurídica y moral,
en cuyo polo opuesto se cataloga el deber, es al que nos
referimos cuando hablamos del hombre como Eje del Sistema. No se
trata de un hombre abstracto o filosófico, "químicamente
puro, desinteresado, desarraigado"*, sino del hombre
concreto, con cuerpo y alma, profesión y estado, pueblo y
patria, libre y responsable, con tiempo y eternidad. Un Sistema
que margine cualquiera de tales aspectos, contorsiona al hombre,
ha de ser rechazado. Para ese hombre concreto, y desde la visión
cristiana del mismo, se ha dicho: "nosotros estimamos al
hombre (como) portador de valores eternos... envoltura corporal
de un alma capaz de condenarse y de salvarse"; y al servicio
del hombre así concebido hay que construir el orden nuevo*. Ese
hombre tiene sus unidades básicas, y no artificiales, de
convivencia, "porque todos nacemos miembros de una familia;
somos todos vecinos de un municipio; nos afanamos todos en el
ejercicio de un trabajo"*. Ese hombre está vinculado a una
comunidad política, que tiene una entidad histórica
diferenciada y que se llama nación, de cuyas vivencias y futuro
participa. en el tejido social de la nación viven las familias,
las entidades comunitarias menores y las instituciones y
organizaciones profesionales.
B.P.L.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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