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La Iglesia y la Revolución:
La Cristíada Mexicana y Cruzada Española en la encrucijada entre el Pensamiento Político Tradicional y Moderno
Resumen: Tradicional versus nueva relación España-América. La Iglesia cara a la Revolución: apuntes sobre el cambio furtivo de paradigma en la concepción de la relación entre fe y política. El catolicismo posrevolucionario visto selectiva, pero indivisamente, a través de cuatro momentos contrarrevolucionarios:
1/ Fidelidad católica y sacrificio de la 'cristiandad' en la Francia revolucionaria 2/ Las guerras carlistas o el fracaso momentáneo del tradicionalismo político
3/ La guerra 'cristera' del 26 al 29: el triunfo de la concepción masónica-liberal en México. La 'traición' al pueblo mexicano en los "Arreglos"
4/ La guerra civil española o la victoria de la fidelidad a la tradición multisecular. Una opinión legítima: el fracaso cristero como antecedente del triunfo de la 'cruzada' española del 36 al 39
.
"La cruz de cada hombre público que
haga frente a la revolución es ser objeto de mordacidad, de
difamación y de calumnia, porque ya se escribió en el catecismo
de un revolucionario: "Contra los cuerpos, la violencia;
contra las almas, la mentira"
(Maeztu, 'La cruz acuestas', en Las Provincias, Valencia,
29.III.34)
1. Cambio de
paradigma en la relación España-América
La nueva relación España-América en el proyecto europeo,
ofrece una multitud de enfoques posibles. Esta comunicación
adopta una aproximación al tema desde la perspectiva
político-filosófica, escogiendo a este efecto unos hechos
históricos que sirven de hilo de fondo para desarrollar el
conflicto omnipresente entre revolución y tradición
que, naturalmente, también se hace presente en la relación
entre España y (Hispano)América.
En primer lugar, analicemos los términos estipulados. Puede
decirse, sin necesidad de polémica, que la relación
entre España y América -y la misma concepción de
América- siempre han sido el fiel reflejo de la idea de
Europa vigente en cada momento. El Mensaje Radiofónico de S.S.
Pío XII a todos los fieles de España con motivo de la
terminación de la Guerra, del 16 de abril de 1939, nos da una
pista elocuente al respecto, haciendo hincapié en el hecho
fundamental de que el sentido más radical de Europa es el de Christianitas
en tanto comunidad de pueblos y gentes idealmente unidos, sin
confusión ni separación de religión y política, bajo el
imperio de la fe católica en Cristo Salvador. Sólo sobre esta
base se entienden las palabras pontificias, claras y
contundentes. Cuando Europa en su esencia significaba
Cristiandad, toda acción emanada de ella por principio era
portadora de Cristo, o sea, evangelizadora. He ahí la tradicional
relación España-América amparada por el originario
proyecto europeo, que por cierto no se quedó en proyecto sino
que fue una gloriosa realidad durante siglos:
"Los designios de la Providencia se han vuelto a
manifestar una vez más sobre la heroica España. La Nación
elegida por Dios como principal instrumento de evangelización
del Nuevo Mundo como baluarte inexpugnable de la fe católica,
acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de
nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo
están los eternos valores de la religión y del espíritu" (AAS
31, 1939, pp.131-154).
Ahora bien, solo es natural que cuando cambia la
comprensión de lo que constituye el principio-motor de lo que
hoy denominamos Europa, también cambia el principio
radical que ha de alentar y alimentar la relación
España-América. Por ello cabría dotar de un sentido irónico
al título "La nueva relación España-America en el
proyecto europeo". Ese título, en primer lugar, refleja
cabalmente la revolución del significado esencial en el
concepto de Europa; y en segundo lugar nos confronta con un
cambio de paradigma que ipso facto cambia de raíz
también aquello que Ramiro de Maeztu ha acuñado con tanta
fuerza en su Defensa de la Hispanidad (1934), meditada y
escrita durante sus años de Embajador de España en Argentina,
desde 1927 hasta que fue elegido Diputado del Congreso para la
Segunda República.
El eje de la Hispanidad,
entroncada en el ideal de la Cristiandad, es la
supremacía del espíritu (1), individual y socialmente
considerado, encarnado en el atributo católico de universalidad
(cf. Maeztu: Defensa del Espíritu, 'La Hispanidad y el
Espíritu', 183ss), frente a una Europa desvirtuada, secularizada
y particularizada, por el multisecular remolino revolucionario
que contiene elementos de revolución teológico-religiosa
(Ockam, Wyclif, Hus, Lutero, Calvino), filosófica (Hobbes,
Locke, Rousseau, Kant, Marx), política (Cromwell, Guillermo de
Orange en Inglaterra; Robespierre, Napoleón en Francia; Lenin y
Trotzki en Rusia; Isabel II, Cánovas y Juan Carlos I en España)
y por supuesto económica (anclada en el capitalismo de la era
industrial), siendo esta última el espejo y reflejo a la vez de
todas esas revoluciones en la 'res pública cristiana'.
La nueva relación, frente a la tradicional, entre España
y América ha de describirse por tanto en estrecha analogía con
el profundo altercado en la concepción de Europa, que hace sólo
unos veinticinco años ha terminado por imponerse también en
España (2); altercado en definitiva en la consideración de
cuáles son instancias directivas en la vida social, tanto
a nivel de una comunidad política, como España, como
considerando globalmente el plexo de las naciones y pueblos.
Dicha consideración está en estricta correlación con otra referida a la historia, su significado y papel para la vida social, porque las diferentes práxis humanas (sociales) son fruto de un largo caminar histórico y, a la vez, son el surco que abre el presente, condicionando el futuro, para bien y para mal, sin necesidad de creer en determinismos. Es decir, en cada momento histórico, la libertad de acción necesariamente está condicionada por el pasado, tanto individual como colectivamente considerado, pero nunca queda por él anulada.
La historia como referencia
omnipresente en toda actividad humana institucionalizada, es
posible conceptualizarla en términos de lo que R. Alvira define
como trascendental social (3) y, en consecuencia,
conduce a graves desequilibrios el olvido de su estatuto
trascendental, a la hora de enfocar, individual o colectivamente,
las acciones por acometer. En el ámbito político, esto es
especialmente grave, cuando en nombre de la legitimación
democrática (consenso peregrino), reflejada en el juego
caprichoso de la mayorías parlamentarias de cada momento, un consenso
multisecular (la tradición) se pone a libre disposición de
las simples fuerzas del presente, que por ese mismo
reduccionismo temporal han de calificarse de arbitrarias
(4).
He aquí el profundo desajuste en la consideración de las
dimensiones temporales (pasado, presente, futuro) constitutivas
de toda 'unión política'. Si el criterio de unión son
las simples fuerzas del presente, la política se reduce a
geometría, o sea, al cálculo astuto de espacios de poder, tan
propio del régimen de partidos políticos. Tal régimen, pese a
sus apariencias contrarias, agota su legitimidad en el simple
nivel pasional-sentimental del hombre, porque no hay nada más
transitorio (5) que pasiones y sentimientos (por muy reiterativos
y renovables que sean, con tal de que uno sepa, habilidad
especial de los estrategas del marketing, volver a 'tocar la
misma cuerda', con estímulos cada vez más fuertes).
Frente a esta consideración
antropológicamente unilateral y social y políticamente esteril
se alza, condenada prácticamente al silencio, la tradición
política católica. Frente al astuto cálculo político de las
'pasiones en presencia' se sitúa una realidad política
multisecular, emanada del magisterio, de la mística y ascética
católicas, que el establishment 'políticamente
correcto', sin demasiada penetración intelectual, suele tachar
de 'fascista', como supuesta contradicción unívoca a todo lo
que en la terminología democrática- significa
soberanía popular.
Ocurre que el sentido común se ha puesto 'patas arriba'. Porque,
ciertamente, el hecho de tomar en serio las conquistas del
pasado, al margen de los vaivenes de las 'pasiones en presencia',
no significa otra cosa que estar realmente abierto un futuro
mejor. No hay trascendencia (capacidad de futuro) sin el amor y
respeto a la tradición (presencia del pasado) del catolicismo,
no sólo la religiosa y moral, sino también la política. La
capacidad creativa (futuro) de la monarquía tradicional fue
precisamente su vinculación a la doctrina católica. De ahí
también su capacidad histórica de trascender el miope anhelo
del escurridizo 'interés' común, porque el "bonum
honestum" (el progreso en virtudes, que son bienes internos)
no se identifica sin más con el "bonum útile" (el
progreso en cosas, bienes externos).
Ya Aristóteles definió la virtud como bien arduo, reconociendo una jerarquía de bienes felicitarios. En este sentido la felicidad de cada uno está en estricta correlación con los hábitos que tenga.
Y esto es clave porque se
aplica tanto al individuo como a la comunidad política. Es
decir, el bien común igualmente es un bien arduo.
Necesita ser conquistado, por tanto, y defendido contra las
simplificaciones reduccionistas (6). No nos engañemos. El
proyecto europeo, y con ello, la nueva relación
España-América, no está precisamente centrado en la virtud
(bien arduo), sino en en la simple ampliación del reino de los
placeres, claudicando ante un dinamismo ciego que hemos dado en
llamar globalización o mundialización (económica, jurídica y
política).
Tras este breve inciso sobre la perenne necesidad de equilibrar,
también en la vida política, las tres dimensiones del 'tiempo'
humano, resultará evidente la consideración de que la
tradición es para la sociedad lo que la memoria es para
el individuo. Sin memoria no hay capacidad de futuro. No
sólo vital y socialmente, sino ante todo especulativamente,
resulta ilusoria la pretensión ilustrada y analítica de pensar
fuera de toda tradición. Así lo evoca también la encíclica Fides
et Ratio: "la tradición no es un mero recuerdo del
pasado, sino que más bien constituye el reconocimiento de un
patrimonio cultural de toda la humanidad. Es más.. nosotros
pertenecemos a la tradición y no podemos disponer de ella como
queramos. Precisamente el tener las raíces en la tradición es
lo que nos permite hoy expresar un pensamiento original, nuevo y
proyectado hacia el futuro" (nº85).
En este sentido, la tradición, en su acepción socio-política, es la memoria colectiva. Es posesión o hábito colectivo que a la hora de actualizar el rico potencial humano, en constante diálogo con el fin último, no en el sentido de un dinamismo ciego que no esté finalizado, es orientación segura y guía firme para recibir y encauzar todo lo nuevo que por naturaleza surge sin cesar de la entraña humana. Mas, es mayor la capacidad de inovación cuanto más descanse dicha actualización en el Alfa (origen) y Omega (fin) de la vida, o sea, en Cristo, que recapitula en sí todas las cosas (7).
Por lo tanto, ni el solo enfoque del origen (prioridad de la potencia sobre el acto, paradigma clave de la cosmovisión nominalista, de la teoría de la evolución, basado en un modelo fisicista que sobrevalora la "dinamis" frente a la "energeia") ni la sola consideración del fin como punto terminal (teleologías dialécticas y consecuencialistas, donde el fin justifica los medios, contentándose tal 'pensamiento débil' con la consecución de efectos sin considerar la bondad del camino: el plexo de medios organizativos que el hombre ha ido creando al 'zigzagear' por el camino de la historia), ni mucho menos el alegato antiteleológico que culmina en la sentencia budista de que 'el camino, eso es el fin', sino la simultánea mirada -no esceptica sino confiada- al Alfa y Omega constituye el signo inequívoco de que, más allá del individuo concreto, la comunidad política como tal no haya perdido de vista la categoría del bien común, que es más que el 'commonwealth' británico, cuyo dios es el dinero.
Pues bien, resulta que el
proyecto europeo, y por lo mismo la nueva relación
España-América, no rebasa en nada esa aspiración genuinamente
protestante al 'commonwealth'. He ahí su intrínseca limitación
y frustración anticipada (8).
También resulta obvio que cuando se interrumpe ese diálogo con
el Alfa y Omega, y es patente que el empeño de santidad de
individuos aislados no basta, he ahí el dilema de todo
régimen no confesional católico, irrumpe forzosamente el silencio
de Dios en la vida pública, y privada (9).
Frente a la interpretación
moderna, tendencialmente revolucionaria, la tradición
católica, cuyas enseñanzas significativamente divergen de
buena parte de la actual orientación y producción teológica
(10), recientemente calificada por el Cardenal Meissner de
'desesperantemente antropocéntrica', de 'auto-secularizadora' y
de 'tiranía de la lógica desnuda' (cf. también Fides et
Ratio, nº49 y nº77), siempre ha mantenido que el hombre no
es ni sólo instrumento (en Marx el individuo está
finalizado por el género), ni tampoco primordialmente fin en
sí mismo (ese error se agudiza a partir del imperativo
práctico de Kant y domina todo el discurso falaz de los derechos
humanos), sino que el hombre, ante todo, tiene un fin
(Juan Pablo II). El olvido generalizado de Dios, no lo dudemos,
es el olvido de que el hombre tiene un fin (11), y aunque lo
nieguen los católicos liberales, el olvido individual de
Dios en su mayor parte se debe al olvido colectivo, o sea,
a la supresión de la católica confesionalidad de la
comunidad política (constitución, leyes, instituciones).
La mística católica, no necesariamente así la especulación
teológica, siempre ha sabido existencialmente, que conocer a
Dios es habitar con él. Y esa co-habitación del hombre con Dios
en Cristo, ardientemente plasmada ya en el Cantar de los
Cantares, es la culminación de todo hábito (individualmente:
virtudes teologales; colectivamente: tradición cristiana).
Resulta evidente que al rechazo de la concepción de 'virtud' en
la teoría y práxis morales se corresponde o
incluso antecede- el rechazo de la tradición en la
teoría y práxis políticas. En términos más amplios,
escribe J. Marías (ABC, 27.05.99), la propensión de nuestro
tiempo a las descalificaciones, a la devastadora busca de
originalidad -infalible método para no encontrarla- ha llevado a
la pérdida del siglo XIX, a través del cual se puede poseer el
conjunto del pretérito, la herencia que nos permite ser actuales
y no arcáicos. Porque de eso se trata: para ser actual hay que
poseer la totalidad del pasado en su continuidad y articulación;
la otra alternativa es simplemente el arcaismo, la afirmación de
una fracción aislada del pasado, como si fuera presente. Con
otras palabras, estamos sufriendo la suplantación de la
propia realidad.
Ahora bien, cabe preguntarse si la nueva relación
España-América, en estricta analogía a lo que significa hoy el
proyecto europeo, no significa acaso una tal suplantación de la
realidad, porque la afirmación exclusiva de principios como
libertad, democracia, capitalismo, derechos humanos no son sino
la afirmación de una fracción aislada del pasado, es decir, la
que pasa por ser consensuable en cada momento por las fuerzas en
presencia. Eso es, y poco más, el trasfondo ideológico del
liberalismo político y económico imperante (12): puro
pragmatismo, con un claro telón agnóstico-escéptico de fondo.
Por ello puede -y debería-
resultar no sólo interesante sino sumamente ilustrativo el
contemplar la "nueva relación" y el "proyecto
europeo" a la luz del pasado histórico, visto no a través
del prisma de una fracción aislada sino en su integridad, su
continuidad y articulación, es decir, referidos a los
prinicipios que inspiraron y caracterizaron a la
"tradicional relación" y la "cristiandad".
Si no hicieramos así estaríamos de lleno en la suplantación de
la realidad, consciente o inconscientemente, ya que se está
comprobando hasta la saciedad que ni aun los propios católicos
'vivos' suelen lucirse con tener una idea -o sentido natural- de
esa realidad. Más, es frecuente que la violencia que
sobre las conciencias ejercen las ideas dominantes, produce el
demoledor efecto de ya no saber rebasar o elevarse por encima de
los prejuicios 'contemporáneos', emanados de la manipulación
universal de la historia a partir de la revolución francesa y de
la instauración paulatina del pensamiento único,
articulado en términos del liberalismo (político y económico)
(13).
Para una cabal consideración del conflicto irresuelto entre
revolución y tradición, pese al aparente triunfo de la primera,
resulta imprescindible tener presente la compleja interacción de
instituciones y grupos sociales (familia, instituciones
intermedias, estados, organismos internacionales e globales). La
práxis social de menor a mayor escala 'espacial' está
constituida por dicha interacción compleja, que puede
categorizase conceptualmente según el tipo de relación
social que constituye su esencia. De este modo pueden
distinguirse como categorías o relaciones sociales la
ecología, la economía, el derecho, la política, la ética y la
religión. El 'sabor' y 'perfume' de esa interacción compleja
viene determinada por el peso que dichas categorias sociales
ocupan respectivamente en el vasto entramado de la múltiple
práxis social, a nivel nacional o global.
Es decir, la cuestión de vital
importancia reside en cuál es el ordo (orden) establecido
entre ellas, quiénes son directivas con respecto a qué otras, y
cuál es la garantía de su armonización. Como bien puede
observarse, no se trata ni de demonizar a la economía ni de
absolutizar a la religión. No es cuestión de supresión de unas
u otras, sino de armonía: una cuestión de jerarquía o
dirección.
Sin embargo, la unilateral y descompensadora preeminencia de las
voluntades o fuerzas en presencia en los juicios y
actuaciones morales y políticas conduce necesariamente a una
falta de ordo, considerado teleológicamente, y esto por
la sustitución de las instancias sociales directivas (religión
y ética) por las condicionantes (derecho, economía, ecología).
La filosofía moderna, y con su triunfo, poco a poco también la
sociedad moderna han hecho su propio dictamen, por vía de
solución unilateral, estableciendo una revolucionaria
separación entre lo público y lo privado, relegado a esto
último la categoría -anteriormente directiva- de la religión.
Con ello, pese a los esfuerzos de una fundamentación
absolutamente racional, y por tanto universal, de la moral (Kant
sería el protagonista más ilustre de dicho esfuerzo, y Hans
Küng el último y rancio epígono de dicha moral ilustrada), ha
perdido terreno hasta niveles insospechables la afirmación de
una ética con validez universal, o incluso su mera posibilidad
(cf. los primeros cápitulos de After Virtue de A.
MacIntyre, vers.esp. Ed.Crítica, Barcelona, 1987) (14).
Está claro. Si la religión es
'asunto privado', así lo afirma toda la Modernidad con Hegel, o
ficción mitológica, irrelevante e incluso dañina (según el
materialismo dialéctico del marxismo), la ética como referencia
de bienes, normas y virtudes, necesariamente lo es también (15),
con la lógica consecuencia, salvo notables excepciones más o
menos heroicas, de que la búsqueda del bien se confunda
habitualmente con el búsqueda del interés y del placer. El bien
auténtico se comparte y difunde (bonum diffusivum); el interés
y el placer por el contrario son 'míos' o de los 'míos', es
decir, son privativos y exclusivos por su propia índole.
Tras estas disquisiciones interdisciplinares, y volviendo a
nuestro análisis inicial de los términos de la temática del
Simposio, podemos decir sin temor a equivocarnos que el 'perfume'
(olor predominante) de la tradición europea, e ipso facto
de la tradicional relación España-América, fue el 'incienso'
en tanto que símbolo de una comunidad de naciones y gentes, la
Cristiandad, cuya instancia directiva era la religión universal,
o sea, la católica (16), instancia expresada en la alianza (por
muy fragil o violenta que parezca a primera vista) entre Imperium
y Sacerdotium (edad media) (17) y entre Monarquía e
Iglesia, Trono y Altar (edad moderna) (18). El olor dominante del
proyecto europeo, por el contrario, e ipso facto de la nueva
relación España-América, sorprendentemente es -o no tanto- un
'sinsabor', es decir, una falta de sabor y perfume propios,
siendo precisamente esa falta de cualidad propia la nota esencial
del dinero, omnipotente y omnipresente mediador y símbolo de la
'aldea global', bailando alrededor del becerro de oro. Hoy como
en los tiempos de Moisés, el símbolo de poder y riqueza
referido al cuerpo es fiel arquetipo del siempre fácil olvido de
Dios por parte de su pueblo, más fácilmente atraido por los
bienes externos, visibles (referibles al placer sensible) que por
los internos, invisibles (referidos a la bienaventuranza
meta-física), confusión en la relación de fin-medio que se
traduce en considerar el consumo como fin -y no como simple
término- de las actividades económicas.
Si la tradicional relación estaba al servicio del
espíritu, la nueva lo está del cuerpo. Si la primera era
una ampliación del habitat espiritual, entendido como
'espacio' de fines últimos, la nueva relación España-America
en el proyecto europeo, sin embargo, no puede ser algo distinto a
este mismo proyecto europeo: una ampliación del mercado, del
plexo de los medios, es decir del habitat corpóreo. No
hay lugar aquí para analizar más a fondo este concepto de suma
importancia (19), no sólo de cara a la ética, sino también a
la política, pero quede claro, que dicha ampliación del mercado
no es sino el núcleo y fin próximo del proyecto europeo, a
pesar de que el acento del discurso europeista y mundialista
resida en valores aparentemente meta-económicos, como son la
libertad (20), democracia (21) y derechos humanos (22), y que en
este contexto, sin embargo, no son más que Überbau
(hiperestructura ideológica) a los propósitos del cuerpo, una
vez asentada la exclusión de la noción de trascendencia, es
decir, la ausencia de los derechos de Dios en la vida pública
(23).
No nos ha de extrañar, sin
embargo, la preeminencia de los valores del cuerpo sobre los del
espíritu en el proyecto europeo, espejo y motor, todo en uno,
del proyecto satánico (24) de la 'aldea global'. Los 'valores'
del cuerpo (salud, bienestar, seguridad, etc.) triunfan con tanta
facilidad porque el 'darse' exige fuerza (de ahí virtud, de virtus),
mientras que el 'regalarse' con placeres sensibles sólo precisa
relajación, debilidad, pereza, en una palabra, no humildad sino
simpleza. Conforme al principio psicológizante de Hume -y con
ello sólo mencionamos un ilustrado anti-metafísico entre
muchos- la idea de bien, a fin de cuentas, significaría aquello
que sea útil para los fines del placer, y consta que todo
placer, incluso los superiores, precisan del soporte corpóreo,
como forma de mediación o instrumento al servicio de los
sentimientos de placer.
Por tanto, la ampliación del 'espacio' para el consumo
patentemente anima al proyecto europeo, y a eso se aspira
'in-corporar', nunca mejor dicho, el 'mercado'
(hispano)Américano, frente a la ingente competencia del hermano
más joven, y sin embargo big brother (norte)Américano,
que con su red sui generis de comercio común llamado
Nafta (Canada, EE.UU., México, Caribe) intenta establecer su
propia plataforma para posicionarse ventajosamente para la
ampliación de mercados hacia la comunidad hispanoamericana.
Dicha ampliación, no lo dudemos, se inscribe por igual en la
lógica de incrementar el 'hábitat corpóreo'.
Si hábitat viene de habitar (habitare,
de habere en latín, traducción del verbo griego ejein,
sustantivado en hexis) Por Aristóteles, la hexis o
hábitat corpóreo es entendida como plexo de bienes que se
adscriben al cuerpo. La concepción actual del cometido de la
política en los términos de buscar una siempre creciente
disponibilidad de bienes que se adscriben al cuerpo, es signo
inequívoco de que la pugna de las ideas no ha ido más allá del
economicismo. La en sí noble función de la política ha
quedado absorbida por las pretensiones del cuerpo que
instrumentaliza a la razón para sus fines económicos, variando
hacia el infinito la espiral entre producción y consumo, el homo
sapiens-consumens (W. Röpke) (25).
La modernidad ha puesto en el centro de su cosmovisión sólo una
parte de la operatividad humana: la productividad (26); es
decir, no se ha fijado tanto en la capacidad moral como en
la técnica; y, por ello, ha contribuido al paulatino
ocultamiento del hecho de que las virtudes o bienes internos son
una forma más alta de «operación» y de «bien» que la que
quisiera hacernos creer el economismo (materialismo práctico y
teórico), con su énfasis en la dinámica circular imparable
entre producción y consumo de bienes y servicios, puesto que
éstos se quedan en los estratos externos de la persona. Con sus
más y sus menos, las doctrinas liberales inclusive las
socialistas suponen una afirmación radicalizada del
estatuto dinámico del hombre, implícita en la señalada
limitación de la operatividad humana (27).
En este mismo sentido se explica el carácter dinámico de las
necesidades humanas y de su objeto propio: los bienes referidos a
ellas mediante los actos singulares de apropiación. No obstante,
no son concebibles en un nivel puramente material, ni las necesidades
humanas ni tampoco las propiedades (tenencias)
correspondientes. Ahora bien, una semejante comprensión de las
necesidades humanas nos hace ver que la carencia de
perfeccionamiento y desarrollo personales (28) es perfectamente
compatible con la riqueza y abundancia de bienes materiales (29).
Aunque las 'posesiones' fomenten la libertad personal -fenómeno
muy ampliamente analizado por Georg Simmel en su Filosofía
del dinero (30)-, un enfoque reduccionista de ellas de hecho resta
libertad. La pobreza de la concepción del hombre como «homo
sapiens-consumens», consiste en acentuar unilateralmente su
capacidad de saber técnico, que pone a su alcance lo infinito
como suma de las posibilidades de consumo o disfrute todavía no
realizados. Es decir, no más que una mera suma de utilidades.
No obstante, la presunta facticidad del «mundo» no invalida las
reivindicaciones morales emanadas de una concepción de lo real
más amplia y más completa. Este es el punto débil del
pensamiento económico-societario liberal, predominante incluso
en la doctrinal social de la Iglesia de hoy. Incluso me inclino a
pensar, que la veracidad de la 'cristiandad' y la
tradicional relación, frente al 'proyecto europeo' y
la nueva relación, viene avalada precisamente por su
debilidad, es decir, por su falta de poder efectivo en la
sociedad actual.
Esta sociedad parece estar muy lejos de la vigilia de la
razón, postulada por Platón en el «mito de la caverna»,
como meta de todo aquél que busca la eudaimonía. En la
actualidad, más todavía que en los tiempos de Platón, se dan
perfectamente la mano el sueño de la razón (el
objetivismo cientista), propio de la tecno-estructura del mundo,
y la vigilia de los sentidos (la sensualidad muy despierta
del irracionalismo subjetivista), propia del mundo vital y de su
empobrecida visión de la cultura como consumo (31).
2. La Iglesia y la Revolución: apuntes sobre el cambio furtivo
de paradigma en la concepción de la relación entre fe y
política. El catolicismo posrevolucionario visto selectiva -pero
indivisamente- a través de cuatro momentos
contrarrevolucionarios.
Este segunda parte muestra de modo paradigmático uno de los
grandes dilemas en que se encuentra el Estado moderno, basado en
el concepto de soberanía popular. La tendencia universalizadora
del subsistema social económico, inherente en el principio
liberal de libre comercio, amenaza con vaciar de contenido
efectivo a la soberanía política de los Estados nacionales,
puesto que no cabe pensar que exista soberanía política al
margen de la soberanía económica. Es decir, el traspaso
generalizado del «mercado» de los límites de los respectivos
Estados-nación está agudizando el profundo desajuste propio de
la sociedad moderna entre el subsistema económico y el
subsistema político. La mengua o incluso inexistencia de
soberanía nacional en las cuestiones político-económicas
(tasas de interés, tasas de cambio, creación de credito,
subvenciones, etc.) confirma la subordinación sucesiva de lo
político (forma, símbolo, aristocracia) a lo económico
(materia, función, masa). Las sociedades modernas carecen cada
vez más de una exigencia, fundamental de toda sociedad que
pretenda ser humana, a saber, de unidad formal, en sentido
aristotélico, no kantiano. La sociedad política como espacio
formal tiene que concretarse en diversos niveles de unidad
material. Así supieron plasmarlo en la realidad social -cada uno
con las naturales limitaciones de toda organización terrena- la polis
griega (el Estado como ciudad), el imperium romano (el
tener ciudanía romana como sinónimo de pertencer a la comunidad
política con los derechos que implica), y de un modo más
acabado la christianitas medieval (la unidad «material»
plasmada en el obispo de Roma, al servicio de la unidad
«formal» del Sacro Imperio, por medio de la coronación del rey
germano como Emperador por parte del Papa).
Tras el abandono sistemático
de estos modelos, la existencia de múltiples aporías
políticas, con el vaciamiento de la soberanía política, para
dar sólo un ejemplo, no son nada extrañas cuando se analiza a
fondo el hecho de que el Estado moderno -no sólo en cuanto absolutismo
democrático, sino incluso antes como absolutismo monárquico
(32)- estaba constituido en torno al capitalismo (el dinero como
espíritu informe, cuantitativo y abstracto) y la ideología
materialista de éste que se traduce en buscar la redención en
la idea del progreso (emancipación, desvinculación) (33).
Si esto fuera la ideología de los mundanos, sería grave; más
grave sin embargo resulta que incluso amplias capas de la
Iglesia, jerarquía y laicos, se han dejado deslumbrar por el
descubrimiento moderno de la productividad infinita del hombre
(34). Hace siglo y medio ya lo advirtió Donoso Cortés, liberal
arrepentido. Porque incluso ella misma, la Iglesia, no estaba
libre de la acometida de la avalancha de errores. Donoso no
tenía miedo a la verdad. Lo mismo que en una Carta al beato Pio
IX, nunca titubeó en expresar su sincera convicción respecto de
la actitud de ciertos obispos y sacerdotes franceses, señalando
siempre los peligros que pueden amenazar a la Iglesia, compuesta
también por hombres: "Este error, si pudiera prevalecer
-pudo-, introduciría la confusión y el desconcierto en la
Iglesia del Señor. .. el Sumo Pontífice, bajo el imperio de
este error, queda inútilmente relegado.., como Dios.. en el
cielo, y como el rey, bajo el error parlamentario,.. en su trono
(o ni eso)" (en F. Suárez, op.cit., p. 259).
Las reflexiones de Donoso, gran profeta de los errores liberales
y socialistas (35), no carecen de actualidad. Habrá que tomar,
una vez más, una postura inequívoca, con prudencia, pero con
firmeza. Para ello, recomendaría además dos encíclicas
emblemáticas, la Cuanta Cura (y Syllabus) del beato Pio
IX y la Pascendi de san Pio X, que permiten entender, al
que pueda o quiere, el triste final, inevitable, de la
trayectoria de la democracia cristiana, que con el fin de
hacer las paces con la Revolución (no sólo francesa) arrancó
de Lamennais en Francia y está expirando por momentos (los
ejemplos de Italia y Alemania lo confirman, e incluso el PP
español).
Recorreremos selectivamente las relaciones doctrinales y
electorales habidas en Francia, México y España entre el
Cristianismo y la Revolución, durante los últimos ciento
cinquenta años, desde las primeras horas de la Revolución
francesa. No hay exageración en afirmar que su conocimiento es
de gran importancia para los católicos de todos los países. Dos
concepciones diferentes del hombre, el optimismo ilustrado (que
presupone un ecepticismo religioso variopinto) y el 'realismo'
católico (que parte de la realidad -nada luterana- del pecado
original), engendran dos diferentes sistemas políticos. La
primera acaba en reemplazar la autoridad de lo alto por la
autoridad de aquí abajo, que -en última instancia- acaba con
toda autoridad. En el caso español, el conflicto entre ambas lo
reflejan cabalmente la involución del pensamiento político de
Donoso, pero también la de Maeztu (mutatis mutandis, de
liberal convencido a monárquico tradicional) (36).
Evidentemente, un Dios desterrado en el Cielo y apartado de la
vida social y política, de Dios no tenía nada: "Negando
Dios -ilustra F. Suárez-, fuente y origen de toda autoridad, la
más elemental lógica exige una negación igual de radical de la
autoridad" (op.cit., p.254). En esto estamos, basta con leer
atentamente las aleccionadoras páginas dedicadas por A. Llano a
la 'crisis de la gobernabilidad' (La nueva sensibilidad,
Espasa-Calpe, Madrid, 1988, pp. 27-39).
La Revolución, al dividir el conjunto de los franceses, dividió
también a los católicos, menos al pueblo que a sus estratos
rectores (37). He aquí el principio de una falta de cohesión
política, e imperdonable ingenuidad, que, de un modo análogo,
más de un siglos más tarde, con el preámbulo anterior de las
tres guerras legitimistas, carlistas (monarquía tradicional vs.
monarquía liberal), padeciera también una España acéfala
desde abril de 1931 (38), dando ocasión a que se desencadenara
la triste dinámica de la revolución política y socio-cultural,
que llevó, he aquí la diferencia con la derrota de los
movimientos contrarevolucionarios franceses (Vandée, Pointou,
Anjou, Bretaña), españoles (Guerra Gran, Carlistas), rusos
(Ejército blanco) y mexicanos (Cristeros) (39), a la por ahora
última victoria, de la tradición sobre la revolución, en 1939,
aunque fuera a la postre traicionada, una vez más, por los
propios católicos, empezando por el propio rey.
El precedente revolucionario francés vale para todos los
procesos revolucionarios (constitucionales), surgidos desde
entonces, y de modo especial para el español y el mexicano.
Respecto al último, "La importancia de México en la
historia contemporánea de la Iglesia (no pasó nada especial,
salvo que coincidieron en muy breve tiempo casi todos los
conflictos conocidos) se pone de relieve -así lo confirma el
liberal G. Redondo- si se tiene en cuenta que las condenas del
liberalismo por Pio IX en la Cuanto Cura y el Syllabus vinieron
motivadas directamente por la nueva constitución mexicana de
1857 y, sobre todo, por las Leyes de Reforma de Benito Juárez,
de 1859" (40). Este proceso revolucionario ya había tomado
fuerzas con la Ley Juárez de 1855, pasando luego por el largo
Porfiriato (1876-1910), surgido de la 'Guerra de los
Religioneros' (1873-76), y por ella más moderado, si no en las
ideas y leyes, al menos en su aplicación, hasta desembocar en
las luchas fratricidas por el poder -al término violento del
Porfiriato- entre otros tantos masones (Madero, Huerta, Carranza;
Obregón, Calles). El mayor y común celo anticatólico de estos
últimos de tal modo llegó a anular las libertades tradicionales
del pueblo cristiano (hecho plasmado en la Constitución de 1917)
(41), he aquí la causa de fondo de los espontáneos
levantamientos 'cristeros' (1926-29), que el pueblo católico se
vio nada menos que obligado a alzarse ante la opresión de la
Revolución y ante el arrinconamiento sistemático de la
Religión verdadera en la vida civil.
El período intermedio del Porfiriato, frente al posterior de
Carranza, Obregón y Calles, y analogable hasta cierto punto a la
marca diferencial entre Alcalá Zamora y Azaña (42), también es
de especial interés, porque en su actitud pragmática viene a
ser un habil imitador del propio Napoleón I. Siguiendo los
análisis de Jean Meyer, Porifirio fue un viejo jacobino vuelto
conciliador. Su famosa política de 'conciliación', sin alterar
siquiera, como sí concedió Napoleón I en el Concordato, un
ápice la legislación anticatólica vigente, no fue el resultado
de la debilidad de Porfirio, sino de la sumisión de una Iglesia
que éste había 'calmado' interesadamente al tiempo que le
imponía el antiguo yugo dorado del patronaje real. "La
persecución de la Iglesia.. -pensaba Porfirio, no sin astucia-
significa la guerra, y una guerra tal que el gobierno no puede
ganar sino es contra su propio pueblo, gracias al apoyo
humillante, despótico, costoso y peligroso de los Estados
Unidos. Sin su religión, México está perdido sin remedio"
(en 'Les Cristeros', La Révolution méxicaine 1910-1940,
1973, París, p. 163). He aquí un claro caso de astucia
política, y de saludable anti-Américanismo (43).
Napoleón ya le había marcado la pauta, disciplinando la revolución, sin por ello dejar de mantener sus consecuencias, hecho finamente analizada por el notable historiador Albert Vandal (1853-1910), en su gran obra Avènement de Bonaparte, nada inclinado en principio a la intransigencia católica: "Pero, leal historiador -escribe de la Montagne-, hace constar los beneficios de ésta.. Observa que en el Oeste una población de varios millones de almas se había batido hasta el último extremo, se había dejado extirpar antes que renunciar a la fé de sus antepasados" (op.cit., p.15; cf. una nota anterior). Napoleón, acaso mejor todavía que Porfirio y Alcalá después de él, fue el primero en provocar una profunda escisión entre católicos: "Bonaparte se daba cuenta -prosigue la cita de Vendal- de que si no se otorgaban al culto garantías positivas, no acabaría jamás la gran secesión del Oeste. Durante las negociaciones del Concordato estará muchas veces en sus labios el nombre de la Vendée" (op.cit., p.17). Pierre de la Gorce (1846-1934), académico de historia, ha desarrollado ampliamente esta tesis en su magistral Histoire Religieuse de la Révolution française (5 vol., 1909-21). Sin embargo, aludiendo a la actitud de alabanza a Napoleón por Lacordaire, vanguardia de la futura posición eclesial demo-cristiana, se pregunta de la Montagne si "es menester hacer resonar la trompa épica", porque Bonaparte había dicho un día al Consejo de Estado, hecho referido por Gorce, que "haciéndome católico, he acabado la Guerra de la Vendée, haciéndome musulmán me establecí en Egipto.. Si yo gobernara el pueblo judío, restablecería el templo de Sión" (en Montagne, op.cit., 18).
Por tanto, su obra no es un
acto de deferencia para con Dios sino una prodigiosa medida
política, especialmente cuando "buscaba el apoyo del Papa..
para destrozar el episcopado del antiguo régimen (lo que llama
Vendal golpe de Estado ultramontano). .. Pretendía alistar el
clero.. y reclutar en su escolta obispos aduladores, .. a ejemplo
del cardenal Maury, arzobispo de París a pesar de Pio VII. ..
Pero la Providencia debía frustrar ese plan.. hasta tal punto
que cuando cien años más tarde, al romperse el Concordato,
lance Pio X el entredicho sobre una ley del poder temporal,
tendrá tras él la unanimidad católica francesa, pastores y
grey" (idem, p.19). En la España de 1936, mutatis
mutandis, pasa algo semejante, pese al momentáneo triunfo de
posturas propias de la ideología del 'mal menor', que
principalmente son responsabilidad de Vidal y Barraquer.
El caso revolucionario español, acaso más próximo al lector,
aunque con antecedentes considerables, sabemos que empezó a
tomar fuerzas desde la muerte de Fernando VII, con tres guerras
civiles por medio, culminando, casi trivialmente (por acefalía
política), ciertamente no al margen del Crash económico
mundial de 1929, pese al buen gobierno económico anterior de
Primo de Rivera (23-29), en la II República española, que
fiel -podría decirse- al ejemplo y la ferocidad de
la segunda revolución mexicana a partir de 1910, diseñó
análogos artículos anticatólicos: nº3,24,25,41,46,47,
recogidos -¡reveladora eficacia anticatólica! (44)- en el
proyecto constitucional aparecido oficialmente el 18 de agosto, y
promulgados, con cambios sólo númericos, en la Constitución
del 9 de diciembre de 1931.
Como ya sucedió en las
revoluciones francesa y mexicana, la reacción negativa de la
jerarquía no se produjo -como, en base a la historia, parecería
lógico y necesario- con la proclamación misma de la República,
sino con la -a mi juicio- connatural aparición de sus
consecuencias (callejeras y constitucionales), quedándose
además, al menos en estos momentos, en denuncias meramente
verbales, incluso cuando ya había acontecido la quema de más de
un centenar de iglesias y conventos, con sus asesinatos (ver
Pastoral del Cardenal Segura del 15 de agosto, Mensaje de la
Provincia Eclesiástica Tarraconense, Telegrama de Pio IX del 16
de octubre, Pastoral colectiva del Episcopado español hecha
pública el 1 de enero de 1932). Tras el desengaño sufrido por
la línea Vidal y Barraquier, creció la firmeza
anti-republicana, actuando muchos obispos más en conciencia que
según los dictados de la diplomacia del Nuncio. Cabe
resaltar especialmente, como punto de partida de esta
reencontrada firmeza en la tradición, la Pastoral Horas
Graves del Primado de España, Gomá, del 12 de Julio de
1933, donde declara la absoluta incompatiblidad de la Iglesia con
la Constitución (cf. F. de Meer, op.cit., pp.84s).
Hemos apuntado ya, perfilando la historia de las revoluciones
modernas, que el arma legitimador de toda revolución suele ser
la Constitución, es decir, la presunción de inventar un
'derecho nuevo', que se arroga sustituir la multisecular
constitución histórica de las naciones cristianas, conforme a
los principios de la ley natural, tal como la entendió la
tradición católica hasta hace poco.
Así, ya en su primera articulación, el Estado revolucionario
francés, en 1790, impone al clero una Constitución y un
juramento de fidelidad. El texto definitivo desarticuló a la
Iglesia católica o, lo que es lo mismo, se propuso la
'democratización' de la Iglesia a la fuerza, por falta de poder
destruirla, por el momento. El todavía vivo, pero débil y
desorientado Luis XVI, buen ejemplo de monárcas confusos
posteriores y actuales, sucumbe y sanciona la Constitución.
Entonces, la Revolución se ha quitado la máscara. La Iglesia
empezó a reaccionar pero ya fue tarde (45). Desde 1791 se
dibujaron en Francia dos mapas: una iglesia constitucional.. y
una Iglesia resistente en la clandestinidad, fiel a sí misma y
que sólo tiene el recurso de los fieles.
Desde 1791, el término catolicismo, fiel al principio de la
soberanía divina, se convirtió en sinónimo de
contrarrevolucionario. La posterior asimilación ecleasial de los
principios políticos y filosóficos de la revolución, a mi
juicio, políticamente incorrecto, no cambia en nada la verdad
íntima y necesaria de ese hecho. He ahí todo el conflicto, que
desde sus inicios cuenta, en el seno de la Iglesia, con muchos
cómplices, activos o pasivos, de la Revolución.
La ideología del 'nuevo' derecho bien refleja la sentencia Vox
populi, suprema lex de Lázaro Carnot hecha ante la Convention en
1794, tras el término del terror de Robiespierre (aunque el odio
a la fe perdura bajo la tapadera de una neutralidad mentirosa).
Prestándo unas palabras de Montagne, dicha sentencia sirve para
exponer "en toda su crudeza el sofisma revolucionario. No
todos los hijos de la Revolución llevarán tan lejos el sofisma;
sin embargo, que nadie se engañe; lo esencial.. del 'derecho
nuevo', es esto: el pueblo soberano dictando e imponiendo su
voluntad. De donde resulta que entre los hijos de la Revolución
y los del Cristianismo, el choque es inevitable, y la querella,
al mismo tiempo que política, teológica. .. La Revolución es
quien ha creado una divinidad opuesta, el pueblo, y quien la ha
enfrentado con Dios. .. Sin embargo.. un buen número de hijos
serán atraídos por ella. Tendremos tres escuelas católicas: la
que repudia la herencia (revolucionaria), la que se resigna, y la
que acepta con entusiasmo: escuela intransigente de Maistre,
Bonald y Veuillot; escuela liberal del siglo XIX; escuela de la
democracia cristiana" (op.cit., pp. 13s). Mutatis mutandis,
el mismo triste panorama reflejan las guerras carlistas (cara a
la monárquica constitucional-liberal), la república española
de 1931 y el renovado proceso revolucionario mexicano desde el
término del Porfiriato.
Trátese del caso revolucionario que fuere, es el pueblo sencillo
y fiel que es la primera fuerza que se opuso hasta la entonces
imparable Revolución. Lo que había ocurrido en Francia
sucederá, con variaciones, en las guerras carlistas
decimonónicas, la cristíada mexicana y la cruzada española. A
mi juicio, sin embargo, esta última habría fracasado lo mismo
que la méxicana, si hubiera dependido de la ejecución efectiva
de los principios político-social vigentes desde la
'reconciliación' pontificia, vaticana (Tedeschini) (46) -y
episcopal, en parte (47)- con la ideología republicana. Pero no
fue así. No sólo había una considerable población católica
dispuesta a luchar por los derechos de Dios con las armas, sobre
todo desde la revolución de 1934 (Asturias), sino también
había capacidad y voluntad intelectual y militar, cuya
motivación y composición personal, al principio al menos, no
era necesaria y exclusivamente de inspiración católica. Es
decir, no sólo había voluntad sino también poder, fuerza para
realizar la contrarevolución. A este respecto, la importancia de
los Tercios Requetés, clave para la difícil situación de los
primeros meses de la guerra civil, es significativa de esa
fructífera coincidencia entre defensa de la fe (religión) y
defensa de la patria (política) (48).
Volviendo al arquetipo francés, que no desdice la primacia
temporal de la revolución anticatólica desde arriba, iniciada
por Enrique VIII y consumada por Cromwell en Inglaterra (49),
ciento cincuenta años antes, durante el segundo año de la I
República la descristianización se volvió sistemática. Los
sacerdotes juramentados ya habían perdido su valor estratégico
para la Revolución. Se suprimió, por tanto, el culto cristiano,
toda su manifestación externa, hasta se cambió el calendario
para que desaparezca el Domingo. Durante esta época se iniciaron
los levantamientos armados en la Vandée y en todo el Oeste
francés. Como ya hemos dicho, si la Revolución no hubiese
encontrado esta oposición su trayectoria hubiera sido imparable.
"La Vandée salvó el catolicismo en Francia y fue un
referente para toda la Cristiandad" (Ahora Información,
nº40, p.9) (50).
Si no pudo con el catolicismo la revolución francesa, o la
tentación galicana bajo Napoleón, desde la Revolución de 1848
-que en Italia había de arrojar de Roma a Pio IX-, el
vaciamiento doctrinal del catolicismo, por el 'Américanismo' y
'Modernismo', omnipresente en el catolicismo light actual,
al haber triunfado pastoralmente, a partir del II Concilio
Vaticano. Repito, ese vaciamiento doctrinal aludido ya en el
primer apartado (ver Meissner), parece imparable, pese a breves
momentos de fortalecimiento bajo el gobierno firme de Pio IX y
San Pio X. El magisterio de León XIII, sobre todo su proyecto de
Ralliement y la Rerum Novarum, fueron ambiguos y se prestan a los
apologetas políticos tanto de un lado (tradicional) como del
otro (libeal). Veremoslo, brevemente, para concluir este breve
ensayo cuyo propósito es trazar una línea histórica aproximada
la actitud de la Iglesia ante el ideario de la revolución, tal
como se plasma también en la 'nueva relación' y el 'proyecto
europeo', objeto del Simposio.
No quisieramos entrar en disquisiciones sobre la paternidad del
liberalismo católico. Si se quiere, puede atribuírsele al
vizconde de Chateaubriand (1768-1848) y a Lamennais (1782-1854).
Ya el marqués de Roux había recriminado su postura: "'¿No
ha falseado Chateaubriand la defensa religiosa propalando que de
la discusión pública brota siempre la verdad, que la libertad
esclarece siempre a la opinión y que ni la verdad ni la Iglesia
tienen necesidad de tutelas temporales?' Afirmaciones temerarias,
según Pio IX en la Encíclica Cuanta Cura, pues 'jamás
faltarán hombres que osen resistir a la verdad y poner su
confianza en la charla de la sabiduría humana'. .. Chateaubriand
pudo ayudar a difundir un estado de espíritu. El creador del
liberalismo católico, el hombre cuya influencia hace estragos
todavía a mediados -y finales- del siglo XX, es otro bretón, el
clérigo Felicité de Lamennais. .. (Si el Obispo de Meaux,
Bossuet) es la rectitud de la razón, Lamennais (es) el exceso de
la imaginación e inspiración personal. El uno representa la
tradición; el otro, la fiebre da la novedad" (Montagne,
op.cit., pp. 27ss). Sus discípulos Lacordaire y Montalembert,
muy superior, no tenían el orgullo de éste, pero abrieron paso
a la tendencia liberal entre los católicos. Propugnan la
obligatoria adaptación al siglo, adaptación que es la base
misma del liberalismo católico. Y desde entonces quedan
incriminados los que tratan remontar la corriente. "Pero,
¿si la corriente es mala?" (idem, p.34). Tras los abusos de
1848, el ideal del parlamentario dominico Lacordaire es la
democracia Américana que considera 'la profecía y como la
vanguardia del futuro estado de las naciones cristianas' (cit. en
idem, p. 38). He aquí algo que le da actualidad cuando América
está de moda. D. Nissard, antaño venerado historiador de la
literatura francesa, dice que el parlamentario dominico
Lacordaire recibió su "'justo castigo de la debilidad que
le hizo decir un día el demócrata Jesus, como una variante del
sans-culotte (revolucionario) Jesús" (idem, p. 36).
Montalembert repruebó tal exceso. Liberal, no tropieza en la
democracia. Pero la historia sigue. La 'victoria pírrica'
católica (cf. idem., p.44) en la Ley Falloux (51), que
'restablece' la libertad de enseñanza, marca también la fecha
de una cada vez más profunda división entre los católicos. Por
un lado -según un abad de Solemnes (restaurador de Silos), tres
veces expulsados sus monjes por la III República- están los que
"tenían por primer cuidado la libertad de la Iglesia y el
mantenimiento de sus derechos en una sociedad todavía cristiana,
y -por otro- los que se esforzaban primeramente en determinar la
dosis de cristianismo que la sociedad moderna podía soportar,
para invitar a la Iglesia en seguida a reducirse a
ello"(cit.en idem, p.44). Había surgido la guerra entre los
católicos liberales y moderadamente liberales, sin hablar de los
liberales absolutos, y los ultramontanos, la gran guerra
espiritual del Segundo Imperio. Lo que todas formas de
liberalismo político tienen en común es que quieren emancipar
el orden civil del orden religioso. Los primeros abogan por la
mútua independencia de lo civil y lo religioso, sea como ideal o
como hecho irreversible; los segundos, la neta dominación del
Estado sobre la Iglesia, y los terceros la fraterna mútua ayuda.
Montalembert y los liberales del Segundo Imperio (52) son, a su
manera, campeones de la adaptación al siglo y abogados del
derecho nuevo. El liberalismo del Imperio empieze, con todo
lógica, trascender la categoría política, anidándose con
fuerza en la constitución dogmática de la fe de la Iglesia: es
liberalismo político y religioso. Montalembert y sus amigos
detestaron la tiranía de Napoleón III. Estaban en su derecho.
Pero se engañan sobre la dinámica propia del error liberal al
transplantarlo al terreno religioso. Cuántos hoy por hoy están
atrapados en el mismo error, pensando, e incluso defendiendo con
mucha verborea, que el 'no' católico al liberalismo religioso y
moral sería perfectamente compaginable con un rotundo sí al
liberalismo político y económico. Piensan que todas las
ampliaciones de la libertad política y civil son favorables a la
Iglesia. Seductores pensamientos, pero utópicos. ¿Qué es el
derecho nuevo? "León XIII nos lo ha dicho: el reinado de la
multitud". La libertad concedida indistintamente -hoy ya ni
eso- a la "verdad y al error, al bien y al mal.. 'no conduce
sino a rebajar todo lo que hay de noble, de santo, de generoso, y
a abrir ampliamente el camino al crimen, al escándalo, al
torbellino de las pasiones'. El grave defecto de todo liberalismo
es no distinguir entre la falsa y verdadera libertad, canonizar
una palabra que se presta a las más diferentes acepciones,
incluso a las más contradictorias, y construir su edificio sobre
un equívoco semejante" (idem, p.61s). Qué difícil resulta
hoy por hoy la reivindicación justa de que la libertad no es
privilegio de la forma republicana y democrática (cf. artículo
del H. Martín, Etudes, Compañía de Jesús, 1914).
No fueron sin más directamente los despropósitos
revolucionarios bajo Benito Juárez, como afirmaría G. Redondo
(cf. op.cit., p.113), sino de modo más próximo los llamados
Discursos de Malinas (idem, p.59-65) de un católico tan
publicitario como Montalembert, de agosto de 1863, que
conmovieron a Pio IX de tal modo que el año 1964 promulgara la
encíclica Cuanta Cura, como condena firme del liberalismo, no
sólo político. "El Syllabus un índice de proposiciones
reprobadas en documentos pontificios anteriores. Dicho índice se
publicó como anexo a la encíclica" (idem, p. 329). Su
valor doctrinal irrevocable se basa precisamente en que no es una
elucubración personal y relativa, sino que confirme una doctrina
política mediante el recurso a la propia tradicion magisterial
de la Iglesia (cf. idem, p. 65-69). Lo mismo la Pascendi de Pio
X, pese al tantas veces malinterpretado (53) ralliement propuesto
por León XIII (cf. idem, pp. 83-140) (54). Sin pretender entrar
en detalles, al menos quisiera plantear la duda, exclusivamente
ante un lector cualificado, de si se puede hablar, fuera de duda
la santidad personal de los demás Pontífices del siglo XX, de
una continuidad efectiva en la doctrina social de la Iglesia
(tanto en lo político como lo económico), o si efectivamente,
sobre todo desde Pio XI, empezó a producirse una ruptura con la
tradición, en términos a la antes brillantemente definida
'adaptación al siglo', que ni hace bien al siglo ni a la
Iglesia. El mal entendido, no menos efectivo ralliement
(adhesión de los católicos a la república), precipita la
ideología cada vez más amplia, entre los católicos, de la
democracia cristiana, que -como ya hemos visto-, siguiendo la
lógica propia del proceso de adaptación al siglo, va mucho más
lejos, de lo que un León XIII hubiera querido o soñado, incluso
en la Rerum Novarum, de la cual los demócratas cristianos no
dudaron de concluir la legitimidad del matrimonio de la Iglesia y
la democracia (cf. idem, p. 152). "¿Cómo se ha podido
sacar de esto -se pregunta con razón Montagne- que el Papa
innovaba? León XIII no se adaptaba al siglo y a la democracia.
Urgía al siglo y a la democracia adaptarse a la Iglesia. Esto es
lo contrario de lo que hicieron los demócratas cristianos. Pero
como la Encíclica sobre el ralliement siguió a nueve meses de
distancia a la Rerum Novarum, algunos se inclinaron -no faltos de
pre-juicio- a ver en aquélla el complemento de ésta"
(idem). De Federico Ozanam a los últimos años del siglo XIX la
democracia cristiana no existió más que bajo la forma de una
tendencia vaga. No tiene ni jefes ni tropas. No constituirá un
partido hasta después de las encíclicas mencionadas (cf. idem,
p.144). Con ello, colectivamente, ya no se trata de uno u otro
individuo católico, la voluntad democrática empieza a ir por
delante de la obediencia a la tradición, no sólo
doctrinal-política, sino también doctrinal religiosa. La
revolución ha alcanzado su nivel religioso y moral (55).
Frente a las aspiraciones de la democracia cristiana, sin
embargo, todavía el propio León XIII levanta la voz en Graves
de communi (1901). Teme que esa denominación confusa favorezca
al gobierno popular o que tenga trazas de limitar a los intereses
del pueblo la virtud de la religión cristiana. Nada más actual
que ese temor, algo olvidado. "Si León XIII no repudiaba la
palabra, limitaba singularmente su significación. Acción
cristiana popular, nada más, y sin inspirarse en los métodos
propios de la democracia política: 'Se debe procurar -escribe-
en especial la benévola cooperación de aquellos que por su
nacimiento, posición, cultura de ingenio y educación gocen de
mayor autoridad en la sociedad; faltando este elemento, poco
puede realizarse en orden al anhelado bien del pueblo'"
(idem, p.198). Se ve que el pontificado de León XIII no se
acomodaba a las novedades peligrosas mejor que lo haría el de
Pio X.
Será el asunto de éste, sobre todo en la Pascendi (1907),
condenar una vez más la 'adaptación de los católicos al
siglo', y así desenmascarar las relaciones de la democracia
cristiana con el 'modernismo', con su nota particular de
'Américanismo', clave también en el renovado proceso
revolucionario mexicano, a partir de fin del Porfiriato. El
Américanismo, sobre la base equívoca de la distinción entre
virtudes activas y pasivas, viene a decir, a unísono con los
viejos ilustrados, que la contemplación ha quedado caduca, en
aras a una nueva era de activismo social cristiano (cf. idem,
202-07). Fiel a sus principios, en el fondo luteranos -fue Lutero
quien proclamó primero con amplia eficacia social las libertades
evangélicas, aunque luego se sorprendió del mal uso que la masa
hiciera de ella, empieza a ocupar el individualismo un lugar muy
principal en la nueva teología demócrata-liberal, condenada
también por la Encíclica del 25 de agosto de 1910 (cf.idem,
pp.191-96), que culmina en la enseñanza política de que 'los
verdaderos amigos del pueblo no son los revolucionarios ni
innovadores, sino tradicionalistas' (cit. idem). El gran cambio,
largamente preparado por la violencia de los tiempos: regnum
coelorum vim patitur, sobreviene con el pontificado de Pio XI,
que poco a poco parece abogar por la política o diplomacia del
supuesto mal menor, como hemos visto en su intervención directa
en la guerra cristera, obligando la rendición de las armas a los
católicos alzados, bajo pena de excomunión, tras los
vergonzosos 'Arreglos' de 1929, bajo tutela directa del
Américanismo, o sea, los Estados Unidos. Los hechos, aunque no
su interpretación, como ya hemos visto, convenientemente pueden
ser estudiados en G. Redondo (op.cit., pp. 113-27). En el caso de
la Francia 'liberada' de 1945 (no ya del nacismo sino del
régimen de Pétain (56), la ideología adapcionista
demo-cristiana, claramente antitradicionalista, tomó nuevos y
'feos' revuelos en el seno del Moviemiento Republicano Popular
(M.R.P.). "Estos fiadores de la Cuarta República -relata
avergonzado Montagne, relato avalado por los éxitos de
rehabilitación ante la historia del régimen de Pétain en los
años 90- son católicos, y es lastimoso que unos católicos
hayan tomado parte en este drama de lucro, odio, fango y sangre,
que se llama 'depuración'(281). .. Cristianos en privado, son en
la vida pública más demócratas -y adeptos del 'libre mercado',
es posible añadir hoy- que cristianos"(282).Y este hecho es
perfectamente asimilable a los democristianos alemanes o
populares españoles actuales. "La gran miseria -concluye el
autor- de nuestra democracia es que exige obediencia a los
primates de la izquierda. ..el falso acuerdo que suscriben (los
demo-cristianos de toda denominación) para tener la
satisfacción de colocarse en la izquierda, produce una niebla,
en el seno de la cual se esfuman las nociones elementales de
política cristiana" (idem, p.285).
Si no fuera por otros factores, providenciales, y fundamentales
en la historia de España, la revolución, en su pura y dura
versión jacobino-marxista, habría triunfado en España, dígase
lo que se diga, en los círculos políticamente correctos de hoy.
Deo Gratias, el Papa Pio XII (ver arriba), sí pudo felicitar a
la tradición victoriosa, por última vez en 1939. Termina así
nuestra apasionada, aunque desenfadada excursión histórica, que
contempla la suerte varia de la Iglesia en su actitud ante los
principios y fervores de la Revolución.
Permítanme terminar también con unas ideas del desenfadado
Harvard de la Montagne y hacer una interrogación final, pese a
la obviedad histórica de que un régimen cristiano está
destinado a producir -reverso de la medalla- algunas hornadas de
hipócritas: "¿Es necesario guardarse de propugnar un
régimen cristiano so pretexto de que el anticlericalismo
lanzará contra el conjunto de los católicos la acusación
merecida por un puñado de histriones que hacen de la devoción
una comedia?" (op.cit., p.25). Además, jamás los
exponentes del tradicionalismo político "engancharon a
Jesucristo a remolque del Rey como los demócratas cristianos lo
han hecho a propósito de la Revolución del 89, de la República
y de la democracia" (idem, p. 197). Por supuesto, en la
tradicional alianza entre trono y altar, no hay que disimular las
dificultades. "Pero existe la manera que sabe no ser
coercitivo, ni arrogante, ni violenta.. sin faltar a los consejos
de la tolerancia que la prudencia dicta para los tiempos y
países donde la unidad religiosa se ha roto. Esta tolerancia
civil no se confunde con el liberalismo, que confía el cuidado
de arreglar todas los litigios solamente a la libertad (idem,
p.26). "(A parte de la insuficiencia de la fundamentación
doctrinal liberal, todos los inconvenientes de la unión
trono-altar, resumiendo un documento del Cardenal Billot) prueban
'que la perversidad del hombre corrompe a menudo las
instituciones divinas, de lo cual no se deduce que éstas deben
ser repudiadas. (Además los falsificadores de la historia) ..se
contentan con enumerar los males del régimen de unión sin decir
los inmensos bienes (mútuamente derivados, y) ..nada dicen de
los numerosos males que resultan del régimen de separación.
¡Cuánta es, en fin, la incoherencia del liberalismo católico
cuando propone como remedio la libertad, inclinada a la
irreligión, pronta al mal y causa de todo mal!" (idem,
p.51). Como quiera que sea, me parece indudable -escribe también
M. Ayuso- que el fervor religioso y el compromiso político han
sido siempre convertibles en los lares del tradionalismo, y
cualquiera que fuera la precedencia en el tiempo
-ontológicamente no admite duda la primacía-, una mutación en
cualquiera de los términos ha concluido siempre por afectar al
otro (57).
El error secular del liberalismo católico sigue consistiendo, en
vez de reconvertir el mal en bien, en admitir la teoría del mal
menor, o sea, en no odiar el mal y en hacerle proposiciones. Todo
arreglo concluido con él semeja no su triunfo parcial, sino su
triunfo completo. Pues el mal no pide siempre la expulsión del
bien; pide permiso para cohabitar con él. He aquí el problema
del liberalismo de los católicos de siempre. Conceden a la
'revolución' ciertos desahogos. Pero el fuego revolucionario es
celoso. El fuego que ilumina y el fuego que quema, ni uno ni
otro, admite el reparto de la presa.
Dr. Andreas A. Böhmler
_________________________________________________________________
(1) "Abierto al
pensamiento de su época y en constante diálogo con él -escribe
A. Millán Puelles en su estudio preliminar de la Defensa del
espíritu (1958), reconstrucción y culminación cautelosa del
plan de una obra que no llegó a publicarse como tal porque,
habiendo compuesto en la carcel sus capítulos finales, momentos
antes de asesinarle, rompieron los milicianos las cuartillas-
pudo Maeztu, como tantos otros, haber sufrido la tentación de un
espiritualismo equívoco y desmedulado. .. Lejos de abandonarse a
la corriente, arrolladora a veces, del historicismo y fenomenismo
al uso, Maeztu.. acierta en disponerlo.. en una forma concreta,
dentro de una psicología y de una metafísica que, aun en la
movidiza condición humana, admiten derechos de la sustancia y de
lo permanente. .. Para Maeztu, (espíritu) es el alma espiritual.
.. Tratando de la mutua conexión de la defensa del ser
individual y del ser social.. (subraya que) 'pelear cada uno de
nosotros por que el modo espiritual del alma prevalezca en
nuestra propia economía es combatir por la supremacía del
espíritu en el gobierno de las sociedades'. O este otro texto:
'el mundo empieza una gran pelea por el reino del espíritu, que
es, para cada uno, la que hemos de sostener para el valor supremo
del alma sobre los demás bienes'"(21s).
(2) "Lo característico del 98 -escribe Maeztu,
contextualizando España en este proceso- es que los lugares
comunes de índole antagónica, como el de la sacrosanta libertad
y la virtud de las damas, o el honor de los caballeros,
convivieron en los mismos pechos sin darse cuenta de que eran
incompatibles. ..en aquel momento se confundían los temas de la
tradición con los de la revolución y había muchos republicanos
que eran conservadores en todo, salvo en su concepto de la forma
de gobierno, y escritores socialistas.. y hasta grandes patriotas
que reclutaban sus huestes entre los elementos que después se ha
visto que constituían la antipatria. Esta confusión era propia
del momento y del país, que desde hacía mucho tiempo no se
había dedicado a precisar los contenidos de las ideas
generales.. Quizá ahora.. pretendamos suplir con papeletas y
fichas la falta de talento creador. ..muchos españoles (viven)
sin darse cuenta de que los pueblos sólo viven mientras hay
hombres dispuestos a morir por ellos. ..Unamuno sintetizaba:
"Robinson ha vencido a don Quijote". .. Entonces
empezaba a propagarse por España la interpretación económica
de la historia, que es la de Sancho Panza, y parte de los
intelectuales y del pueblo soñaron que al descargarse de las
altas responsabilidades históricas viviría la gente mejor o,
por lo menos, más a gusto" ('La novela del 98', en La
Prensa, Bs.As., 27.XII.31).
(3) Según una propuesta político-filosófica elaborada por R.
Alvira (cf. 'La empresa ante la decadencia de la modernidad
política', Servicio de Documentación 17, Instituto Empresa y
Humanismo, Pamplona, 1991, pp. 27-32) habrá que distinguir, sin
separar, los transcendentales sociales de las categorías o
subsistemas sociales (cf. A. Sisón, La narrativa
anglo-Américana de la propiedad, Cuadernos del Instituto Empresa
y Humanismo, Pamplona, 1999, pp. 80-82) y de las instituciones y
grupos sociales, como son la familia, las corporaciones civiles
de toda índole, la Iglesia y el Estado. Por trascendentales se
entendería en esta concepción político-filosófica aquellos
conceptos, indicativos de la pluralidad del actuar humano, que
siempre y de modo inmediato acontecen en cualquier acción
societaria:
en cuanto al "tiempo": historia, 'historizar'
en cuanto al "espacio":civilización, civilizar
en cuanto a lo sujetivo:educación, educar
en cuanto a lo objetivo: cultura, cultivar
Estos trascendentales pueden entenderse tanto de modo
objetivo-aristotélico, como de modo sujetivo-kantiano; lo
importante es que no son contingentes sino ineludibles en la
praxis social. No hay nada en la vida social sin un elemento
histórico o sin relevancia cultural, etc. En este sentido es
inadecuado hablar de 'política y cultura' o de la educación
como subsistema social en un mismo plano como el derecho o la
economía (cf. A. Böhmler: El ideal cultural del liberalismo,
Unión Editorial, 1998, pp. 68, 203, 208, 253, 329-55, 383).
(4) Tomando como marco de argumentación el famoso y nefasto
"café para todos" promovido por Suarez y la Corona
actual, como principio del actual régimen autonómico que está
conduciendo al arbitario, y de paso carísimo, desmantelamiento
de España como unidad histórica, Licino de la Fuente no hace
más que confirmar la tesis del olvido del estatuto trascendental
de la historia, es decir, del desequilibrio en la consideración
de las dimensiones del tiempo (pasado, presente, futuro) propias
de la condición humana: "Nosotros no disponemos de España.
España no es una herencia que se pueda partir y repartir.
España es la obra de muchas generaciones de la que una
generación determinada no tiene facultad de disposición"
(Razón Española, nº 95, mayo-junio 99, Madrid).
(5) El filósofo y periodista alemán Alexander Lohner, en un
ensayo a caballo entre texto académico y divulgativo analiza la
insuficiencia del sentimiento en general, y de la compasión en
particular, como fundamentación de la moral (y por lo mismo
también como fundamento de la política). En línea con la
Theorie der Sympathiegefühle de Max Scheler (1913), refuta la
validez de la doctrina ética schopenhaueriana que desvincula lo
moral de lo racional y lo personal, quedándose con un vago
sentimiento de compasión. Y en esto contexto desarrolla
lúcidamente la noción de la 'transitoriedad de los
sentimientos', sean de compasión o de otra índole, diciendo que
"hay muchas ocasiones que estimulan los afectos de
compasión y que sin embargo no conducen a un juicio éticamente
válido: ante el tribunal del sentimiento de compasión no sólo
tiene razón el supuestamente más débil frente al supuestamente
más fuerte, sino también el que está presente frente al que
está ausente, y de modo habitual impera lo presente sobre lo
pasado (tradición) y lo futuro (caso de la 'madre' que quiere
abortar su nasciturus). .. No debe olvidarse el hecho de que el
sentimiento de compasión) sólo tiene vigencia como tal cuando y
mientras exista como afecto realmente presente. Muchos mandatos
morales requieren sin embargo nuestra actuación también más
allá del estado de una actual afectación emocional" (Die
Tagespost, nº 49, 24 de abril de 1999). Se observa por tanto que
el reduccionismo temporal del hombre al mero 'hic et nunc' no
sólo trae graves consecuencias para una recta comprensión de
las cuestiones morales sino también de las políticas, e
viceversa
(6) El mundo actual padece de una incomprensión casi viceral de
la correlación entre hábito y placer. Es un problema práctico
que interpela tanto a la teoría moral como la política. Habría
que volver a asimilar la enseñanza clásica de que la calidad,
intensidad y duración de un sentimiento de placer está en
función directa con la índole y cualidad de los hábitos
(virtudes o vicios). La repetición de actos es el responsable
primordial para que brote y se consolide un sentimiento de
placer. Si leo mucho, me acabará por gustar. Si me doy
frecuentes baños en la música tecno, eso me gustará. Sería
erróneo pensar que no leo, pienso, rezo, etc. porque no me gusta
leer, pensar o rezar. El hábito hace al monje, nunca mejor
dicho. Podría decirse en analogía a la sentencia escolástica
de que la verdad es la adecuación del inteligencia con la cosa,
que el placer es la adecuación de los sentidos a las cosas. He
aquí el problema, a qué cosas me induce aplicar la atención la
sociedad moderna. Conforme al modelo de 'adecuación' que se
estila en una comunidad política, impera lo material o lo
espiritual. La 'defensa del espíritu' (Maeztu) tiene claras
consecuencias, también para la dirección política. He aquí,
'la adaptación al siglo', signo inconfundible de la crisis
actual de la Iglesia. Porque la aceptación de los principios del
liberalismo, avalando el espíritu renacentisa, oculta
prácticamente la primacía de los internos, pero son estos, las
virtudes, tanto los intelectuales como los morales, las que
permiten al hombre trascender el tiempo y que lo insertan en la
eternidad, anticipándola en cierto modo. La virtud es anticipar
el cielo, el vicio anticipar el infierno. Este es el auténtico
sentido de la idea católica, no protestante, por cierto, de que
cielo y infierno respectivamente comienzan en esta vida, o dicho
de otra manera, todo aquel que no alcanza cierta paz del alma en
este mundo (en el sentido de la noción de tranquilitas ordinis
de San Agustín, De Civitate Dei, XIX, 10-13), ya está
con un pie en el infierno.
(7) "Lo cierto es -dice A. Llano en una conferencia
pronunciada en el I Simposio Internacional de Fe cristiana y
Cultura contemporánea, Universidad de Navarra, 18 de Mayo de
1999, publicada en Nuestro Tiempo, nº 541-42, p.118- que
los conceptos centrales del pensamiento moderno y la concepción
del mundo que está en la base de la ciencia experimental sólo
pudieron surgir y desplegarse en el ambiente.. no
antropocéntrico aportado por la visión del hombre y de la
realidad física que el cristianismo lleva consigo. De hecho, el
modo cristiano de pensar ha sido extraordinariamente fecundo para
mantener a la razón en vilo y lanzarla a aventuras científicas
que hubieran sido inviables desde la sabiduría greco-latina o la
meditación oriental (por no hablar de su versión tardo-moderna
en la forma audiovisual del new-age)". En otras palabras,
mientras que el mundo antiguo no hizo ciencia por su cosmovisión
panteista-increada y circular, -lo cual abortaba el motivo para
su desarrollo-, el mundo moderno, por el contrario, llegó a
desplegar de modo creciente las consecuencias de la revelación
de un Dios (Uno y Trino) que creó, sin necesidad alguna, el
universo y todo cuanto hay en él. Mientras la Antigüedad
consideró la existencia de éste como necesaria y su
articulación como contingente, la visión en un Creador
convierte la existencia como tal en contingente, pero, -y aquí
viene lo fundamental, abre el camino a la ciencia física como
ciencia de la «propagación del primer ímpetu» del acto
creador de Dios, un acto amoroso con sentido y consistencia
interna. Este acto creador, claro está, presupone una
racionalidad a la altura de la grandeza de Dios Uno y Trino.
Situada en el contexto de este Dios «creador», principio y fin
de todo cuanto existe de modo contingente, la teoría
aristotélica de las «cuatro causas» encuentra su pleno
desarrollo. La «causa final» es verdaderamente principio de
todo movimiento; por lo tanto la «causa eficiente» de cualquier
movimiento no puede considerarse nunca desvinculada de la «causa
final», que es su fin y su principio: Dios. O sea, nos lo
habemos aquí con una doctrina de la causalidad completa
(teleológica), es decir, sin el reduccionismo de corte moderno a
la mera causa eficiente, propio del conocer del «método»
científico.
El conocido historiador y filósofo de la ciencia Stanley L.
Jaki, de origen húngaro, en su vastísima producción literaria
viene defendiendo que las más avanzadas teorías físicas
apoyan, con o contra la voluntad de sus propios autores, la fe
cristiana en la creación del universo, la cual impregnó a éste
ya desde sus momentos iniciales y decisivos un orden y una
causalidad eficiente que descarta toda especulación acerca de
"multi-versos", "azar" o "caos". En
sus libros "Chance and Reality" (Azar y Realidad),
"The absolute beneath the relative" (Lo absoluto
detrás de lo relativo), o "God and the Cosmologists"
(Dios y los cosmólogos) deja bien claras dos cosas que importa
conocer para no dejarse engañar por falsos profetas de la
ciencia.
(8) La Iglesia católica, 'experta en humanidad', en su doctrina
social reciente acaso ha hecho más explícito el
significado humano de la economía, asignado específicamente por
Dios en el Génesis, insistiendo en la humanización del hombre
por medio de la transformación y dominio de la naturaleza.
Hablando en serio, significa una participación del hombre en las
obras de Dios, en la transfiguración del mundo. Defender la vida
y ensancharla, resucitándola así en cierta medida: en ésto
consiste la actividad económica del hombre. Es la reacción
positiva del principio vivificante contra el principio
mortífero. Es la obra de la Sophía encarnada para restaurar el
mundo, obra que lleva a cabo por intermediación de la humanidad
histórica. Y es élla la que establece la teleología del
proceso de la historia. El mundo, caído en una condición de
no-verdad, o sea, de mortalidad, debe volver a la razón de la
Verdad. El medio de esta repuesta en orden es el trabajo, o la
economía. Pero el fin de la historia se halla más allá de sus
fronteras, ella no representa más que el camino. Además, del
mismo modo que la economía es meta-económica, el origen del
trabajo económico se halla más allá de la historia y la
economía en su sentido actual. Partiendo de las condiciones
ontológicas de posibilidad de la economía, es muy sugerente el
hilo argumentativo del filósofo-teólogo ortodoxo S. Búlgakov
(cf. Philosophie de l'économie (1912), Collection Sophia,
Ed. L'Age d'Homme, 1987, Lausanne) para terminar en la cuestión
por el sentido de la economía: su teleología y presunta
escatología. Si bien, mediante el trabajo, el hombre intenta
reconciliarse con Dios y con la naturaleza, no obstante, no puede
acabar esta «obra común» de la cual habla otro ruso
emblemático Nicolas Fedorov, atribuyendo al trabajo una
eficiencia escatológica real. Búlgakov, por el contrario,
expone con muchos matices una ontología, axiología (ética),
teleología y fenomenología de la economía sin admitir que el
trabajo de la humanidad tuviera una «fuerza» transfiguradora
inmanente.En sus obras posteriores a la Filosofía de la
economía, a saber, La lumière sans declin (1917,
idem, 1990) y 'Orthodoxie et Economie', en: Orthodoxie
(1921, idem, 1982), va profundizando en estos temas en un marco
de investigación que sucesivamente va rebasando los límites de
la mera investigación filosófica. Así, la economía tiene un
límite, por mucho que el mundo es tanto una «teofanía»
(postulado de un Dios transcendente al mundo) como una
«teogonía» (postulado de un Dios haciéndose en el mundo en
cuanto que se actualiza en cada miembro de su corpus mysticum).
Esa antinomia transcendental irresoluble (cf. Orthodoxie:
180-186) se traduce en que, por mucho que la economía tuviera
las dos tareas principales y nobles de vencer la pobreza natural
y la social, se topa con su misma incapacidad regeneradora.
Además, el reconocimiento mismo de aquel límite es precisamente
la salvaguardia ante el pesimismo y escepticismo que acosan al
«materialismo económico», sea en su vertiente socialista o
liberal-utilitarista-individualista. El trabajo y el consiguiente
poder y la riqueza, que mediante aquél adquiere el hombre,
indudablemente suponen una cierta victoria de la vida sobre la
muerte; y la historia universal es esto. Pero, no puede vencer
definitivamente a la muerte. (En la actualidad, esto lo
pretenderían, como su expresión quizá más contundente e
irrisoria, aquellas personas que hacen congelar su cuerpo para
que por medio de alguna magia de la ciencia y técnica puedan
resucitar algún día en este mundo). Esta transformación, que
es en realidad un nuevo acto creador de Dios de cara al hombre,
el trabajo económico (a pesar de su «magia» de poder y
riqueza) justamente no puede efectuarlo. Búlgakóv denuncia así
la falsedad de una «escatología» económica (del signo que
fuera) que no significa más que una nueva vuelta al «mesianismo
judáico»: "la seducción por el reino de este mundo,
objeto de la primera tentación diabólica: el hombre anhelando
manifestarse como mesias económico que por el poder de su
regulación de la naturaleza se vivifica y resucita" (La
lumière sans declin: 355; cfr. 336). Por la fuerza de las cosas
todos los esfuerzos del economicismo miran a la perpetuación de
la existencia de este siglo. "Todas las teorias económicas,
sobre todo las del socialismo, lo ponen de manifiesto: bajo el
manto de la libertad mediante la acumulación de la riqueza
pretenden consolidar la servidumbre económica del hombre,
incitándole a realizar el ideal contradictorio de una libertad
mágica o económica". Pero la economía no tiene
escatología, aunque se refiere a ella. Por el contrario "se
provoca una definición errónea de la economía por olvido de su
contingencia y su carácter relativ" (idem: 337).
(9) Ver la ya clásica obra de Rafael Gambra, El silencia de
Dios, Prensa Española, Madrid, 1968 (4ª ed.,
Criterio-libros, Madrid, 1998)
(10) Leo Scheffczyk no es el único teólogo de fidelidad y
discernimiento probados que denuncia este hecho lamentable, que
por ahora parece culminar en la confusión de los fieles
católicos mediante la claudicación ante un falso ecumenismo tal
como subyace a la labor del Card. Prefecto Cassidy, que, no d.m.,
va a firmar el 31 de Octubre, día de la reforma protestante en
Alemania, la controvertida declaración conjunta (de nulo valor
magisterial, sobre todo desde las dudas formuladas por el
Card.Prefecto Ratzinger) sobre la doctrina de la justificación.
En un conferencia reciente ante un círculo de sacerdotes (Linzer
Priesterkreis) austríacos Scheffczyk afirmó que 'aquí la
cuestión de la unidad práctica se ha resuelto a costa de la
verdad', en concreto, sobre todo a costa de la efectiva
'existencia de la gracia en tanto don creado', doctrina de la
gracia que rebasa con mucho las angustiosas, deficientes e
imprecisas afirmaciones de Lutero sobre la justificación como el
famoso 'simul iustus et peccator' (cf. Deutsche Tagespost, 21 de
Junio de 1999, p.7?)
(11) Hablando de la crisis teleológica de la modernidad, no
deberíamos dudar de que el campo semántico de la 'ley natural'
de la tradición católica, no iusnaturalista-racionalista, no se
identifica con lo que los revolucionarios franceses y
mundialistas actuales (ONU) entienden cuando hablan de los
'derechos humanos' (cf. José Zafra Valverde, La Torre de
Babel de los Derechos del Hombre, Pamplona, 1993). He aquí
una evidencia más de que crisis teológica y crisis teleológica
se implican mutuamente.
(12) Al respecto podría resultar no carente de interés traer a
colación un libro titulado Réquiem por la soberanía popular,
de Juan Francisco Martín Seco (Ensayo, Madrid, 1998), en que en
forma de diálogos simulados entre Rousseau y Maquiavelo se está
reflexionando sobre le rumbo que está tomando la política hoy
en día; con la limitación fundamental, sin embargo, de que esos
denotan una simplificación y radicalización, no menos forzada
como inconcluyente, en muchos de sus argumentos y
consideraciones, y eso sobre todo porque Rousseau queda erigido
en defensor de un comportamiento político con valores, mientras
que a Maquiavelo le queda reservado el papel del 'malo de la
película', defensor, a lo Cálicles (Platón, Gorgias), de la
voluntad de poder (económico), encarnado en el verdadero
'Principe' del mundo: el dinero. La nueva argumentación
maquiavélica estriba en la justificación abierta (ergo cínica)
de un hecho patente: que 'lo político', sin anclaje sólido en
lo ético-religioso, no se mantiene en pie como instancia social
propia, sino que se la ve cediendo y sucumbiendo al acoso de 'lo
económico' (la relación del hombre, individual y
colectivamente, con los demás en orden al interés propio). Ese
es el drama de la modernidad, al que por supuesto tampoco tiene
respuesta simulaciones rousseaunianas. Suele suceder que la parte
crítica (pars destruens) del análisis anti-capitalista es más
próxima a la verdad que la parte constructiva. Lo que interesa
aquí, sin embargo, no deja de ser una verdad ignorada por
muchos: ante el poder económico se doblegan las instituciones y
la voluntad pòpular (financiación de los partidos,
manipulación de la opinión pública). El dinero manipula y
dirige a su antojo tanto a gobiernos como jueces, creando, con
apariencia de legalidad democrática, el tablero ideal para el
despliegue de sus intereses. Aunque externamente el sistema
político funcione como una democracia, será en el fondo una
dictadura de los entes económicos: "Las democracias
modernas constituyen el invento más desarrollado para que las
oligarquías rijan la sociedad haciendo creer al pueblo que se
gobierna a sí mismo". El primero acaso, sin embargo, quien
desarrolló está tesis, en su desarrollo histórica, fue el
agudo católico inglés Hilaire Belloc en Carlos I Rey de
Inglaterra (vers.esp. Editorial Juventud, Barcelona, 1940),
donde queda analizado brillantemente cómo la potestad de la
monarquía tradicional (realeza) fue minada y vaciada de
contenido por el recurso manipulador del 'parliament' (lores y
comunes) por parte de un número relativamente reducido de
aristócratas oligárquicos (los Cromwell son un ejemplo
ilustrativo) que han adquirido poder, riqueza y estatus social
mediante el expolio o latrocinio por parte de Enrique VIII de los
bienes de los católicos (nobles fieles a Roma y las
tradicionales corporaciones y comunidades religiosas: lo que hoy
es la Universidad de Oxford es un ejemplo patente de ello).
(13) Se discrepe o no con múltitud de afirmaciones y
valoraciones hechas en la realmente prodigiosa producción
literaria de Ricardo de la Cierva, es una constante meritoria a
mi juicio el no sucumbir al 'pensamiento único'; más lo es el
combatirlo con todos los medios de historiador a su alcanze, que
al menos rozan con ser enciclopédicos. En este esfuerzo
inconformista se inscribe también La victoria y el caos
(Madridejos, 1999) donde pone el dedo en la falsificación de la
historia de España: "Aireado e irracional rechazo -escribe-
provoca en sectores decisivos del mundo cultural y el mundo
político cualquier exposición sobre.. la historia de España y
la historia de las ideas y formas políticas que no se ajuste a
los cánones de lo políticamente correcto. Una poderosa fuerza
-como se llamaba en los años treinta a la Masonería..- intenta
con todos los recursos imponer en el conjunto mundial de los
medios de comunicación, con inclusión de las editoriales de
prensa y de libros, una versión de pensamiento único que veta
implacablemente cualquier línea de opinión discrepante".
(14) Especialmente los siguientes: Una sugerencia inquietante. La
naturaleza del desacuerdo moral actual y las pretensiones del
emotivismo. Emotivismo: contenido social y contexto social. La
cultura precedente y el proyecto ilustrado de justificación de
la moral. Algunas consecuencias del fracaso del proyecto
ilustrado.
(15) Para evitar esta conclusión, frente al escepticismo liberal
(que no se queda en el nivel metafísico, sino coherentemente
niega cualquier pretensión de verdad universal en política), la
solución de Hegel consiste en totalizar la ética,
identificándola (Aufhebung) con la política, lo que equivale a
su supresión, confiando su realización en manos del Estado,
ideario que gustosamente han desarrollado Marx, Engels,etc, y que
posteriormente fue convertido en tarea diabólica por gente
demasiado conocida.
(16) "Algunos españoles.. no hemos podido contentarnos con
explicarnos la riqueza por la riqueza y hemos buscado su raíz en
el espíritu. .. (E)l desarrollo de nuestra conciencia económica
fue incompleto porque no supimos asociar íntimamente la
economía a la moral y a la religión. .. En 1898 no sabíamos lo
que era España como valor histórico. .. Hicimos la unidad
física del mundo porque sentíamos con más vigor que ningún
otro pueblo la unidad moral del género humano. ... Al
encontrarnos inferiores a un pueblo nuevo.. nuestro primer
impulso nos llevó a creer que nuestras tradiciones no podían
valer lo que se nos había dicho. .. Los españoles nos
persuadimos de que había que europeizarnos. Yo mismo escribí:
"Hacia otra España".. Volvimos la espalda a nuestra
tradición. .. Desde comienzos del siglo XVIII (España) había
dejado de ser fiel a sí misma. Desde hace dos siglos habíamos
renunciado a nuestra propia alma, para poder imitar mejor las
habilidades y comodidades de otros pueblos. Pero ello no lo
sabíamos en 1898. .. Al dejar de fundar nuestro gobierno en la
realización de una obra espiritual y universalista, tuvimos que
asentarlo en el patriotismo de la tierra (nacionalismo)"
(idem).
(17) "Miradas las cosas desde nuestro tiempo -escribe Maeztu
en 'Defensa del espíritu', op.cit., pp. 328ss- no parece posible
que hubiera remedio para el Imperio Romano de Occidente (lo mismo
me atrevo pronosticar para el proyecto europeo y similares). En
el siglo de San Agustín se caía a pedazos. De haber habido
algún remedio había de encontrarse, como quería el santo, en
el apoyo mútuo de la Iglesia y el Imperio. .. La idea de que el
Estado no debe cuidarse sino de garantizar la propiedad y de
facilitar diversiones al pueblo era repugnante a nuestro santo.
.. quería que el emperador consagrase sus poderes legislativos y
ejecutivos al servicio de las ideas cristianas. .. Sin una
minoría directora inspirada en estos principios no podrá
prosperar ningún pueblo. .. Lejos de abandonar la vida secular
al pecado, acepta y refuerza la idea de Cicerón sobre el origen
de la ley, cuando niega que la haga nacer la opinión de un
príncpe o el voto de una asamblea".
(18) "El gobierno del débil -escribe A. d'Ors en su ya
clásico libro La violencia y el orden (Ediciones Dyrsa,
Madrid, 1987; ed. Criterio, 2ª ed., Madrid, 1998)- siempre
tiende a ser más opresivo que el gobierno del fuerte. .. Quizá
el gran secreto de la bondad de nuestros antiguos reyes estuviera
precisamente en esta ausencia de miedo, en la seguridad que
tenían de su potestad. .. ¡Qué gran seguridad la de ser
gobernado por el que es realmente más fuerte! Porque la eventual
defensa del débil frente a la potestad no debe buscarse en un
expediente siempre insuficiente de fuerza, sino en la razón de
la autoridad que limita con su saber a la potestad. Esa ha sido
la gran misión de la Iglesia, que, con su superior autoridad, ha
defendido al débil a través de los siglos" (76).
(19) Remito a las sugerentes reflexiones sobre 'Tener y dar',
'Tener corpóreo', 'El habitat como adscripción' que L. Polo
emprende en tercer capítulo de su libro Etica, hacia una
versión moderna de los temas clásicos (Unión Editorial,
2ª ed. (Aedos), Madrid, 1997).
(20) Frente al discurso hueco de la revolución liberal, telón
de fondo del proyecto europeo y de la nueva relación
España-América, el Maeztu de la triple 'defensa', Defensa
del Humanismo, Defensa de la Hispanidad, Defensa del Espíritu,
recuerda la concepción de libertad de la filosofía perenne. No
basta ser naturalmente libre, ni usar, de cualquier forma, de esa
primaria y espontánea libertad. Para dar cumplimiento a las
verdaderas exigencias de nuestro modo espiritual de ser libre es
preciso que la verdad gobierne a la existencia. La perfección de
la libertad requiere por tanto una disciplina de cara a la
verdad: "Si pensamos -escribe Maeztu- que el alma es, de
hecho, agente libre y no siervo, el ideal que le propongamos no
ha de ser la libertad, sino precisamente aquella disciplina con
que ha de merecer y conquistar la libertad. Entre la libertad
instrumental o de hecho y la libertad ideal o final media un
aprendizaje que no podemos saltarnos a la torera. Stuart Mill se
engañaba al esperar la verdad de la libertad; tenemos que
desandar lo andado y reconocer humildemente que sólo la verdad
nos hará libres" (citado en A. Millán, op.cit., 25). Y
otro texto más claro todavía: "La liberad es libertarnos
de la servidumbre del pecado. .. A la conquista del alma, mejor
dicho, a la majestad del alma, sólo por el camino de la verdad
se llega" (idem).
(21) La relación profunda entre pacifismo y democracia es tan
clara como oculta. Se trata simplemente de sustituir la decisión
armada que, en principio, conduce a la victoria del más fuerte,
por la negociación económica, que conduce al dominio del más
rico. .. La democracia es, en el fondo, una Criptocracia
plutocrática.. y al ser un poder oculto es natural que se
combine con todas las otras redes y sectas de connivencia
oculta.. (A. d'Ors, op.cit., p.105s).
(22) "(T)enemos que poner un precio irrenunciable al
reconocimiento de tales atributos - así concluye Zafra su
penetrante obra antes citada-. Al caracterizarlos de 'inherentes'
a todo ser humano, jamás consentiremos que se les interprete
como dotes o potencialidades cuya última fuente esté en el
hombre mismo. Son derechos naturales, pero dados por Aquél que
ha dado al hombre su naturaleza como un ser presente a quo y como
un ser futuro ad quem. Son, pues, derechos naturales, pero
trascendentales en razón de da naturaleza de su Autor. Y como
tales, reciben su vigor más poderoso cuando Dios es contemplado,
no tan sólo como el Omnipotente que dicta mandamientos, sino
como el Amigo, como el Padre que, al hacer al hombre libre y
desear y esperar una respuesta armónica de éste, necesita,
porque quiere, que se le reconozcan Sus derechos eminentes"
(207s).
(23) Idem. En los dos últimos capítulos se analizan
detenidamente los derechos generales de Dios (pp.
177-87) y los derechos concretos del Dios-Hombre
(189-203).
(24) "El precepto de amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a uno mismo se puede entender como un deber de
servicio" - así arranca la lúcida argumentación de A.
d'Ors (op.cit., p.86). "Y ese Amor es precisamente la
expresión más cabal de la unidad: unidad con Dios y con todos
los hombres. .. Ese camino del Amor parece ser el de la santidad.
.. La historia nos muestra la reliquia social del Pecado en forma
de no-unidad, pero el supranatural perfeccionamiento del hombre
le lleva, también en el orden de su coexistencia social, a
buscar una unidad. El problema está en discernir cuándo esta
unidad es aceptable para Dios o no.. La idea guía para entender
esta diferencia entre unidad santificable y la no santificable
está en la unión matrimonial. .. Hasta tal punto (lo) es el
matrimonio.. que para explicar la trascendencia social de la
unión misteriosa de Jesucristo con la naturaleza humana, se
presenta a aquella por analogía del matrimonio: de Jesucristo
con la Iglesia por él fundada. .. Y esta Iglesia, precisamente
por ser única -como la esposa en el matrimonio- ha de ser
universal. ..de ahí.. católica. Pero se puede decir más: es la
única sociedad universal realmente santa. Las otras sociedades
que pretenden ser univesales podrían acaso ser indiferentes,
pero el hecho es que suelen ser contrarias a la voluntad de Dios.
.. La idea de constituir hoy un estado universal sería una
repetición analógica del pecado de la torre de Babel; pero hay
pretensiones similares. .. Fuera de la Iglesia (Pedro) no consta
una delegación de poder único universal. .. La ambición a un
dominio total del mundo se plantea hoy como dominio de un control
económico encubierto, manteniendo la apariencia de un pluralismo
político universal. Ese es el fin de la llamada Sinarquía, que
se disfraza bajo otros nombres (Masonería, Trilateral, ONU)
según los distintos aspectos de su influencia y las diversas
conyunturas mundiales, y resulta compatible con ciertas tensiones
ideológicas.. a pesar de hallarse dominadas por aquel control
despersonalizado y oculto (pp. 86-91). La unidad forzada de una
comunidad política universal sería contraria a la libertad y,
por ello, a la Moral cristiana. Tampoco parece ser conforme a la
voluntad de Dios, pues atenta igualmente contra el dogma del
Reinado actual de Jesucristo, la unidad universal que pretende
conseguir el gobierno sinárquico..; antes bien, este poder
universal secreto, cuyo fin es el dominio universal por el
control económico, es esencialmente anticristiano; presenta
rasgos claramente satánicos, al imitar la unidad universal de la
Iglesia de Cristo y encubrirse como 'autoridad' clandestina
aparentando que los pueblos son libres para elegirse libremente
otras 'potestades'; ..la única unidad universal positivamente
querida por Dios es la de la Iglesia, y parece conforme a esa
misma voluntad que coexistan distintas potestades en el orden
político..: a la unidad de la Iglesia corresponde la pluralidad
del mundo secular, y la unidad política del mundo secular, en
cambio, atenta siempre contra la unidad santa de la Iglesia"
(p.115s).
(25) Cf. A. Böhmler, op.cit., p. 259
(26) Cf. L. Polo, Claves del nominalismo y del idealismo,
Anuario Filosófico, s.u. nº5, Universidad de Navarra, Pamplona,
1993, pp. 142-44
(27) Cf. L. Polo, 'Hacia un mundo más humano', Servicio de
Documentación, Instituto Empresa y Humanismo, Pamplona,
1991, pp.60-62
(28) Cf. Johannes Messner, Ethik, Tyrolia, München, 1955,
pp. 119-32
(29) Cf. idem, pp. 133-36, 159s
(30) Citadada la 3ª ed., Duncker & Humblot, Leipzig, 1920,
pp.323-56. Remito a la nueva edición crítica más reciente,
realizada por Suhrkamp, Frankfurt, 1989.
(31) Cf. A. Llano, op.cit., pp. 39-53
(32) Entendemos que monarquía y absolutismo no son sinónimos,
sin considerar siquiera la esclerótica liberal: constitucional y
parlamentaria, que ya no es una forma de 'gobierno' en sentido
estricto; porque la esencia de la monarquía cristiana
tradicional, per-moderna, es el carácter no-absoluto del poder,
no sólo frente a la autoridad eclesiástica, sino en cuanto
potestad misma, limitada por la estructuración feudal de la
sociedad, hecho que puede ejemplificarse en el tránsito de la
monarquía habsburga a la borbona, tras la guerra de sucesión
española (cf. Francisco de Castellví: Narraciones
Históricas, Vol.I, Fundación Francisco Elías de Tejada,
Madrid, 1997).
(33) Unas reflexiones de R. Alvira sobre 'soberanía popular y
mercado abierto' son aleccionadoras al repecto: "Existe un
paralelismo claro entre el concepto de soberanía popular y la
posición hegemónica que la economía adquiere en el mundo
occidental de los últimos siglos. .. No es sólo que.. el
mercado sea un lugar de comunicación, sino que se trata de un
lugar entre iguales cualitativos. En el mercado puede haber
propotencias.., pero no jerarquías. Si la voluntad popular ha de
ser la síntesis de voluntades de igual cualidad, tiene que
constituirse en forma de mercado político. Que una voluntad
popular así concebida pueda ser aceptada, social y
políticamente, como soberana es un problema arduo, lo que
explica el rechazo que suscitó en la doctriana social de la
Iglesia. .. La supermacía de la opinión pública es
correspondiente a las otras dos supermacías paralelas. El juego
abierto y plural de partídos políticos es una mera
transposición de la misma idea. La clave está en el mercado
abierto y universal: él es el que condiciona todo lo demás en
la vida económica, política, jurídica, ética y, al final
incluso, religiosa" (El lugar al que se vuelve.
Reflexiones sobre la familia, Eunsa 1999, pp. 65-67).
(34) Por ello mismo, en vez de absolutizar el progreso
técnico-económico, debería advertirse la intrínseca
frustración de sus propósitos, puesto que la propia estructura
infinita de la voluntad natural (voluntas ut natura), por ser
Dios su objeto propio, hace que ninguno de los objetos
(realizaciones, apropiaciones), necesariamente finitas, puede
calmar, más que transitoriamente, dicho apetito infinito e
ilimitado. Nos lo habemos -ese es el argumento de A. Millán- con
una indefinida posibilidad de insuficiencia de las cosas y
recursos naturales para el hombre. Cualquier parte de la
Naturaleza puede llegar a sernos necesaria, pero también puede
resultarnos insuficiente, porque ni lo necesario ni lo suficiente
se están dados al hombre por su propia naturaleza, ni por la
naturaleza en torno a él (cf. primer capítulo de Economía y
Libertad, Madrid, 1974; cf. A Böhmler, op.cit., pp.
254s; o también 'La edad ecológica: el desafío de una nueva
relación hombre-mundo, en Servicio de Documentación nº
18, Instituto Empresa y Humanismo, Pamplona, 1991, pp. 15-20).
Por esta razón, resulta ser un significativo error
antropológico, con graves consecuencias, éticas y políticas,
el hecho de orientar tanto el discurso como el esfuerzo social
preponderante hacia la dinamización de la productividad, cuya
espiral entre producción y consumo necesariamente queda
frustrada, en cuanto a los propósitos de bienestar y felicidad
que ilusamente se propone. La conquista del espacio y tiempo
exteriores (hábitat corpóreo: cosas) no puede tener más
significado que ocasión, o condición, para la conquista del
espacios y tiempo interiores (hábitat espiritual: virtudes
naturales y teologales). En este sentido es puramente ficticia la
narrativa de la 'nueva relación' y del 'proyecto europeo', lo
mismo que de la 'aldea global'. Esta convicción debería ser la
base de toda reflexión y actuación de los católicos en el
mundo. Hay que parar los pies a un error fundamental ya
denunciado por Donoso Cortés, que consiste en afirmar que todo
apetito es excelente, una vez afirmada la independencia de la
razón de la fe y la natural rectitud de la voluntad, que no
necesitaría del llamamiento ni del impulso de la gracia para
ordenarse al bien. "En el orden político se afirma
consecuentemente que la función de los gobiernos está en
ordenarse a la satisfacción de todas las concupiscencias, sin
otras trabas que las nacidas voluntariamente de los mismos
hombres" (Federico Suárez, Introducción a Donoso
Cortés, Rialp, Madrid, 1964, p.257).
(35) Habiendo terminado su Ensayo en 1850, según F.
Suárez, "tuvo conciencia de que con él se ponía frente a
todo el pensamiento (políticamente correcto) de su tiempo,
contra todas las teorías y todos los sistemas francamente
optimistas.. Y lo hacía con plena deliberación, como un deber y
una necesidad, a sabiendas de que no iba a ser entendido ni,
probablemente escuchado" (op.cit., p. 199).
(36) Recomiendo, una vez más, la lectura, a modo de
introducción sobre el particular, de las reflexiones que sobre
el primero hace F. Suárez (cf. op.cit.), y que hace Vicente
Marrero sobre el segundo (El P. Arintero y Ramiro de Maeztu,
La Vida Sobrenatural, Salamanca, 1986).
(37) Todavía en Octubre de 1791 la monarquía parece aumentar su
fuerza, y los girondinos desencadenaron la guerra exterior
(Decreto del 24/02/93 para 'reclutar 300.000 hombres, a fin de
hacer frente a la sangría humana que supone exportar la
Revolución', escogiendo 'a aquellos que son más hostiles a la
Revolución', Ahora Información nº40, Barcelona, 1999,
p.13), formidable maniobra de política interior, para romper el
'secular encanto de la Monarquía'. Pero la operación -así lo
denuncia R. Harvard de la Montagne- no hubiera tenido éxito sin
la complicidad de la burguesía, aristocracia, incluso el clero y
la propia Corte, encandilada por las ideas de la 'Enciclopedia' y
del 'Contrato Social': "Sublime cuando se trata de defender
su Dios, Luis XVI no sabe defender su trono. Vive en un mundo
idílico e irreal, donde la pretendida bondad del hombre florece
bajo un cielo siempre azul" ('Los Católicos ante la
Revolución ', en Historia de la Democracia Cristiana,
trad. Editorial Tradicionalista, Madrid, 1950, p.9). Todo
comenzó con que, antes todavía de la toma de la Bastille,
animados por la demagogia 'democrática' de Mirabeau, muchos
miembros del Estamento eclesiástico, decidieron sumarse al
Tercer Estado, que en cuestión de semanas se autoconstituyó en
Asamblea Nacional (Junio), y pronto, en Constituyente (Julio). La
Revolución se inició gracias a clérigos 'emocionados' con las
ideas 'modernas'. Lo que no habían previsto es que una vez
desaparecidos los Estamentos, la Iglesia deja de tener existencia
legal. La Revolución no hace nada; la Iglesia se pone sola la
soga al cuello (cf. Ahora Información, op.cit. p.7).
Mirando la historia de la Iglesia de los dos últimos siglos,
resulta que poco han aprendido los católicos de las enseñanzas
de la historia desde la Revolución.
(38) La casi totalidad de los políticos alzados al poder eran
enemigos declarados de la Iglesia que pretendieron
apresuradamente un Estado laicista. He aquí la fuerza
revolucionaria detrás las Cortes Constituyentes, tras la
victoria en las urnas (28/6/31), consecuencia directa de la
comprensible 'gripe' que asoló la España tradicional, bastante
'indispuesta' con motivo del abandono poco 'real' del trono por
parte de Alfonso XIII, y algo perpleja por el precipitado
reconocimiento pontificio de los 'poderes constituidos', mediante
carta del Nuncio a los obispos, trascurrido escasos diez días
desde la declaración de la República (cf. F. de Meer, La
cuestión religiosa en las Cortes Constituyentes.., Pamplona,
1975, pp.30s). Acaso no fue signo de ingenuidad el hecho de que
la Santa Sede confiara en que el gobierno anticatólico respetara
los derechos de la Iglesia y el Concordato vigente, sobre todo
teniendo a la vista las múltiples lecciones de la historia
contemporánea, incluso reciente, sobre la futilidad e
infertilidad social de una paz a toda costa, como son p.ej. la
dolorosa orden de la Santa Sede en el curso del verano del '26,
de cara al conflicto mexicano de que "los sacerdotes se
abstengan de ayudar material o moralmente a la revolución
armada", hecho que además del desengaño popular con
respecto a la jerarquía, nunca recuperado, llevó, en última
instancia a que hayan podido darse los "sistemáticos
asesinatos de los 'cristeros', desde septiembre de 1929 hasta
Mayo del '31, sólo escasos meses desde que, en Junio del 29, los
obispos méxicanos, en un arrebato de obediencia al voluntarismo
reconciliador pontificio (al que obedece el diseño de Acción
Católica en el mundo católico), y de confianza ilusa o incluso
malévola respecto a las motivaciones del gobierno
revolucionario, habían firmado con Calles los famosos 'Arreglos'
(cf. Ahora Información nº 34, 'Cristeros, cruzados del
siglo XX', Barcelona, 1998, pp. 20-22). Los ejemplos de México y
España muestran que desde la Revolución Francesa la Jerarquía
eclesiástica ha ido perdiendo su fino sentido de las cuestiones
del poder, poniendo sus buenas 'intenciones' por delante de lo
que razonablemente puede esperarse de gentes e instituciones que
con más o menos furor se declaran y comportan como
anticlericales.
(39) Remito a las ilustrativas rectificaciones de la historia
políticamente correcta, realizadas por Ahora Información
en su número especial sobre La Vandée, el corazón de la
Cristiandad, op.cit., especialmente: 'La Vandée en armas'
(pp.12-18), 'Terror revolucionario: primer genocidio de la
historia moderna' (pp.19-21), 'Chuanes' (pp.28s), 'La Guerra
Gran' y 'Otros movimientos contrarrevolucionarios' (pp.31-37).
(40) G. Redondo, Historia de la Iglesia en España 1931-1939,
Tomo 1: La Segunda República (1931-1936), Rialp, Madrid, 1993,
p. 113. Estando en absoluto desacuerdo con el método histórico,
y conclusiones, de G. Redondo, viceralmente adepto a la
posibilidad de separar el liberalismo político y económico del
liberalismo filosófico, religioso y moral, retorciendo el
pensamiento político tradicional, interpretándolo
exclusivamente desde la perspectiva de lo políticamente
correcto, a saber, la hasta eufórica aceptación, con tintes
mesiánicos, del status quo demo-liberal, no puedo, no obstante,
dejar de agradecer vivamente la labor documental realizada, y eso
no sólo en el capítulo dedicado a 'Pio XI y la Revolución
mexicana' (pp. 113-27). Los hechos documentados, a partir de los
cuales establece su particular narrativa, por sí mismos, al
margen del pre-juicio 'republicano', podría haber dado lugar
perfectamente a una narrativa con conclusiones opuestas, sobre
todo si se mira el asunto desde la misión más genuina de la
Iglesia, que es la de favorecer al máximo, también en su
doctrina social (política y económica), la posibilidad de
salvación de las almas. Los hechos social actuales cantan. Y la
doctrina político-societaria hasta Pio IX y Pio X, por cierto,
también fueron otro cantar. El problema es que en su conjunto,
la doctrina social de la Iglesia, ofrece legitimaciones para una
postura y su contraria, al menos desde su giro hacia los
principios revolucionarios.
(41) Cf. idem, p. 116
(42) Según refiere el propio Alcalá Zamora ya en 1936, fue el
propio diseño del la Constitución republicana, y la nula
voluntad de las Cortes republicanas de enmendarlo (cf. Azaña, Obras
Completas, t.IV, p.186, México, 1968), que conducía con
bastante probabilidad a la guerra civil, hecho que tantos
historiadores voluntaristas, como p.ej. J.M. García Escudero o
G. Redondo, no quieren -o acaso ya pueden- ver en su índole
propia. Bien se aplica a ellos la sentencia de H. Arendt que 'el
peor engaño es el autoengaño' (Truth and Politics, The
New Yorker, 1967). "Se hizo una Constitución que invita a
la guerra civil desde lo dogmático -en que impera la pasión
sobre la serenidad justiciera- a lo orgánico, en que la
improvisación.. sustituye a la experiencia y a la construcción
sólida de los poderes" (Los defectos de la Constitución de
1931, Madrid, 1936, p. 51; cf. A. Vázquez, op.cit., p.356).
Cuando G. Redondo, sin embargo, tratando (cf. op.cit., p.154ss)
de los supuestos 'Acuerdos entre la jerarquía y el gobierno de
la República' del 14 y 18 de Septiembre de 1931(Vidal y
Barraquer, el Patriarca de Indias y el arcobispo de Valladolid,
por una parte, y Alcalá, de los Rios y Lerroux, por otra, sobre
la base de un voto favorable del Consejo de Ministros), que
-según la Nota reservada y la Complementaria del cardenal de
Tarragona- dieron lugar, con la premisa poco fraterna del
sacrificio involuntario, o como dice éste, de la 'resolución
satisfactoria del asunto Segura', a que triunfó una vez más la
ingenuidad católica filoliberal, manifiesta no sólo en la boba
confianza de que "un cálculo prudente permite alcanzar
mayoría (idem)", sino todavía hoy al contemplar los hechos
consumados (ver el estilo argumentativo de Redondo en op.cit. p.
154, nota 13). Fue y sigue siendo la misma 'ingenuidad'
voluntarista, los hechos históricos reiterados no parecen
importar. Pues, pese al efectivo cese de Segura, hecha pública
por Alcalá y de los Ríos (!) todavía el día 30 del mismo
més-, estos supuestos acuerdos, con objeto de un modus vivendi,
como primer paso para un futuro Concordato (en la mejor
tradición napoleónica), no eran más que papel mojado,
negociado con gente algo moderada, no representativa del claro
anticatolicismo de las fuerzas republicanas en las Cortes. No es
que "algo debió funcionar mal dentro del Gobierno
provisional", como -sin fundamento- sigue sugeriendo Redondo
(idem). La dinámica de las revoluciones ha demostrado
suficientemente, que las posiciones moderadas tienen una vida
efímera. Sea la de Porfirio o Alcalá/Rios/Lerroux -y la de
Azaña no era 'moderada' sino nefasta, pero esto es otro cantar-.
Parecida vida efímera ya había sufrido la posición
napoleónica, que acabó en una derrota inversa, que llevó a la
Restauración monárquica del Congreso de Viena (1815), no exenta
sin embargo del bacilus liberal. Luis XVIII, concediendo una
Carta constitucional, entregó a sus enemigos las armas para
combatir la monarquía católica. A parte de la
"conspiración de las sociedad secretas", "lejos
de agradecer al Poder real la libertad concedida, la sociedad
francesa .. comprimida por la Revolución y el Imperio, usa
contra aquél. .. " (Montagne, op.cit., p. 22). Pio VII, en
la mejor tradición de la Iglesia, y en nombre de ella, previendo
sus efectos perniciosos, se mostró afectado por ese liberalismo
(en especial cara a los artículos 22 y 23, referidos a la
libertad de cultos y la libertad de prensa: "Por el mismo
hecho de establecer la libertad de cultos -escribe el 29 de abril
de 1814- se confunde la verdad con el error. .. (La) libertad de
prensa amenaza a la fe y las costumbres con los más grandes
peligros y con la ruina segura" (idem, op.cit., p.20). No le
faltó la razón. Consumatum est. Pero el discurso eclesial ha
tomado otros derroteros, anestesiado por una insuficiente
pedagogía práctica que la noción de 'libertad' precisaría, en
rigor.
(43) Bien comprensible desde la anexión de enormes territorios
pertenecientes a México (Texas, y buena parte de las regiones
norteñas): Incluso los enemigos de la tradición católica, como
Porfirio, estaban sobre aviso cara al fulminante imperialismo
demográfico y cultural (religioso, político, económico)
norteAméricano, notablemente acentuado desde la doctrina el '98
y la doctrina Monroe, que -en otro plano menos tangible- amenaza
hoy por hoy con llevar a 'buen' término el 'lavado del cerebro'
del mundo entero, en Europa desde el Plan Marshall, y ahora
-mediante la Otan, o no- del resto del planeta.
(44) Basta este dato para dejar en evidencia de que la República
no buscaba tanto fomentar la prosperidad y justicia social en
España como satisfacer su afecto anti-católico. Lo mismo
-advierte J. Meyer- había ocurrido ya con la Constitución
mexicana de 1917: "La pasión (anti-católica) de los
constituyentes llenaba los debates de Queretaro, todos los
diputados toman la palabra sobre ese tema, y se muestran
incansables al efecto, mientras que el problema agrario y la
cuestión obrera se despacharon con la máxima rapidez"
(op.cit., p.163).
(45) "Finalizado el plazo para el juramiento (de fidelidad a
la República) -el 4 de enero de 1791- sólo han jurado 99
diputados eclesiásticos de 250. Cuando el decreto se lanza a
toda Francia.. la reacción de la Iglesia es variada. En el
episcopado hay una reacción unánime en contra. Con todo,
Talleyrand y tres obispos ilustrados (iniciando así la ya larga
tradición del modernismo en la Iglesia) juran la
Constitución"; entre el clero sin embargo, se supone que
llegaron a jurar hasta un 50%, pese a las tres Breves de Pío VI
que condenan solemnemente la Constitución civil. El deber era
resistir. La Revolución ha entrado por el camino del cisma.
"El juramento no es simbólico. Los que juran, se convierten
en funcionarios del Estado, y apostasían de la Iglesia
católica; los refactarios pierden sus parroquias y se convierten
en candidatos a mártires" (Ahora Información,
op.cit. p.8). La historia se repitirá. Según cálculos
rigurosos unos 40.000 sacerdotes no-juramentados abandonan
Francia (así p.ej. el confesor de la gran mística alemán de la
época revolucionaria, Ana Catalina Emmerich). Y unos "doce
mil sacerdotes asesinados, guillotinados, ahogados,
fusilados" (de la Montagne, op.cit., p.15).
(46) Ver el papel cobarde y claudicadora, más que de justicia es
signo de pragmatismo diplomático, sino de anti-tradicionalismo,
del Nuncio Tedeschini, manifesta en la eliminación por
'renuncia', no en conciencia sino por obediencia, del Cardenal
Segura, Primado de España, a escasos cinco meses de la
declaración de la república (cf. G. Redondo, op.cit., p. 156).
(47) Cf. G. Redondo, op.cit., 'Tarragona o Toledo: La batalla en
torno a la Sede Primada de España', pp. 228-42
(48) Recomiendo la lectura de las ilustrativas Memorias de la
Conspiración (1931-36), de Antonio de Lizarza (5ª ed.,
Ediciones Dyrsa, Madrid, 1986). Cf. también los capítulos
'Mola, el director, en Pamplona' (pp. 93-108) y 'Madrid, primera
clave de la guerra' (pp. 150-60) del libro de José Antonio Vaca
de Osma, La larga guerra de Francisco Franco, Rialp,
Madrid, 1991.
(49) Cf. Hilaire Belloc, op.cit., pp. 5-31
(50) Lo mismo puede decirse del holocausto colectivo de los
'cristeros' mexicanos, cuyo "martirio no fue en balde, pues
México, gracias a su sangre, sigue conservando la fe a pesar de
60 años de gobiernos revolucionarios" (idem, nº34, p.39).
Remito a la considerable y plurifacética producción
novelística que tiene como tema 'lo cristero', y que podría
considerarse como novela de la contrarrevolución. En general
estas obras tratan temas históricos y muchas de ellas
constituyen verdaderos documentos porque están realizadas por
personas que presenciaron los acontecimientos o tuvieron a su
alcanze la información necesaria para reconstruirlos. Casi todos
abordan aspectos políticos y sociales, así como filosóficos y
psicológicos, lo cual nos ayuda a captar con mayor facilidad la
forma de pensar y las razones que llevaron a un grupo de
católicos mexicanos a emplearse, en pleno siglo veinte, en una
guerra religiosa. Cf. Guy Thiebaut, La contre-revolution
méxicaine à travers la litterature, L'Harmattan, Paris,
1997; Paolo Gulisano, Cristeros: l'insorgenza cattolica e
populare de Messico 1926-29, Il Cerchio, 1996;
François-Xavier Guerra, México. Del Antiguo Régimen a la
Revolución, Fondo Cultura Económica, México, 1988; Alicia
Olivera de Bonfil, La literatura cristera. Antología, 2ª
ed., Instituto Nacional de Antropología e Historia, México
D.F., 1992
(51) Su colega en el Gabinete, el anticlerical Tocqueville, le
atribuye 'cierto olorcillo de sacristía' (idem, p. 42).
(52) Napoleón III o Luis Napoleón, de presidente a emperador,
por plebiscito, de 1852 hasta 1870, año del desastre en la
guerra franco-prusiana, hecho que igualmente pone fin al buen
término del I Concilio Vaticano (cf. idem, pp. 69-72), cuyo
comienzo coincide con la muerte de Montalembert, dicho sea de
paso.
(53) Otro dominico, algo más moderado sólo que Lacordaire,
Etienne Lamy, que mantuvo sus fervores republicanos, pese a haber
sido rechazado por electores republicanos, debido a sus
convicciones religiosas, hizo una afirmación sorprendente,
todavía para muchos católicos liberales de hoy, a saber: 'El
celo de León XIII por la alianza (entre trono y altar)
precipitó la Ruptura entre el Estado y la Iglesia'. ¡Qué
confesión sobre la postura de fondo del Pontífice! Mas
todavía, si se considera el hecho de que él fue el encargado
por León XIII de presidir los destinos del ralliement, un hombre
que afirmaba que la Revolución no soló es hija, ¡sino la
legítima!, del Evangelio (cf. idem, p. 80).
(54) A fin de dilucidar las muchas equivocaciones sobre la
orientación liberal o no (¡eso!) de León XIII, recomiendo
vivamente este capítulo entero, que analiza primero el punto de
partida, el 'falso pretexto' que amenaza a la recta
interpretación de la encíclica, que desvela, una vez más, la
'tradición republicana' como 'obra de irreligión', como
'religión de la irreligión'. A partir de esta rectificación
procede a desenmascarar las fuerzas de la 'primera tentativa de
adhesión', frente al propósito del 'primum philosphari' de
León XIII, opuesto a lo que se dice en las 'Memorias del
Cardenal Ferrata'. Comenta brillantemente 'las interpretaciones'
y 'equívocos' sobre la 'encíclica del 16 de febrero de 1892' (Au
millieu des sollicitudes), y por último, la 'culpa de los
adheridos' católicos al régimen en el caso Dreyfus. Páginas
históricas, como las demás, que no tienen pérdida para poder
juzgar mejor de la crisis actual de la Iglesia, a partir de la
definitiva implantación de la ideología, no del nombre, de la
democracia cristiana (cf. idem, pp. 141-217).
(55) El contenido ideológico, por ejemplo, de los Congresos
eclesiásticos de Reims (1896) y Bourges (1900) nos recuerden en
mucho a los disparates que hoy puede producir, para dar otro
ejemplo, el Deutsche Katholikentag o la Conferencia
episcopal alemana (en materia sobre el sacerdocio y el aborto).
Se inicia la 'abdicación de la cualidad de sacerdote', se habla
de 'reemplazar el gobierno de la Iglesia por los obispos con
gobierno según el modelo parlamentario' y de que convenga
'suavizar los puntos de la doctrina católica que las modernas
generaciones no se presten a aceptar' (idem, pp. 169-197).
(56) "Revelar que también el mariscal Pétain resistió,
como lo han demostrado libros que no se pueden refutar, es lo que
todo demócrata llama 'una obra de destrucción de la moral' de
Francia; es ofender a la verdad oficial, promulgada sobre los
Sináis de la Cuarta República" (idem, p. 286s). La
República coronada actual de España, también padece muchas
verdades oficiales de esa índole, y sus Sináis propios.
(57) Cito aquí a su libro reciente sobre Koinós. El
pensamiento político de Rafael Gambra, Speiro, Madrid, 1998,
p.56
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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