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Editorial.
El abandono del alma
Uno de los pecados inexplicables es aquel de descuidar el alma; dejarla abandonada; el no poner en valor el potencial interior; contentarse con un rendimiento mediocre en la vida, cuando se es llamado a realizar actos mucho más grandes. Y nos acordamos de la parábola de los talentos. Aquél que recibió un talento, temió invertirlo y lo enterró en la tierra, para no perderlo, para eludir responsabilidades. Cuanto recibió, tanto devolvió a su amo. Pero el amo se enfadó con él, le quitó el talento y lo dio a los demás que fueron laboriosos y multiplicaron lo recibido, mientral que a aquél lo echó. Lo que había hecho el desafortunado era muy grave: había anulado su propia persona, había impedido el crecimiento y el desarrollo de la simiente que había sembrado Dios en su alma.
Me acuerdo de una viñeta relacionada con la misma cuestión y que me djó impresionado profundamente: dos manos blancas, inmaculadas, se alzaban hacia el cielo en un gesto de ofrenda de una vida: "Dios -decía el poseedor de estas manos-, mis manos están limpias".
Dios le contestó: "Si, están limpias, pero están vacías".
No es suficiente con conservar
la pureza moral, no caer en las prohibiciones, sino que se tiene
que intervenir en la acción, crando algo bueno. Esta creacción,
aunque tenga manchas y sombras, es preferible a la inactividad,
al entierro del talento.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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