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"El infierno son los demás".
Frente a frases tópicas, como la del título ó "Yo soy yo y mi circunstancia", centradas en el yoismo, existe una realidad social que debe tenerse en cuenta
El título de este artículo, atribuido
al inteligente escéptico, Óscar Wilde, se ha formulado de cien
modos distintos, pero siempre desde única actitud: la falta de
comprensión del hombre, que no es un santo y nunca lo ha sido,
pero que merece un trato racional y no el ataque completo por
parte de personas mal integradas y, peor aún, convencidas de que
el individualismo es una virtud.
Si el infierno son los demás, habrá que reconocer, al menos,
que no todos los demás. Se me aparecen cientos de nombres, miles
de ellos, nada infernales, no sólo todos los santos sino
tantísimos y silenciosos desconocidos que ha entregado a los
demás su vida, una vida de esfuerzos y sacrificios. Quien crea
el título se demuestra como enemigo de la humanidad y como
dimisionario de la vida: es fácil que sea partidario del aborto,
de la eutanasia, de la muerte violenta de sus presuntos enemigos
y odie la organización social.
Cualquiera que no sea tiránica. De igual modo que el técnico,
el especializado es "el que sabe mucho de poco", el
típico miembro de la actual clase política del Sistema es el
primate que sabe muy poco sobre casi nada. Apenas el tópico que
la moda trae y el claro hecho de que la libertad hoy no existe
por mucho que algunos lo crean así. Casi todos -y algunos de
nosotros momentaneamente- hemos llegado a creer verdad la
literariamente afortunada frase de Ortega y Gasset: "Yo soy
yo y mi circunstancia". Luego se madura o no, pero es normal
reparar en que las circunstancias cambian, a un ritmo distinto
del hombre o, dicho de otro modo, que el ser humano cambia poco
en lo que de verdad es, cosa que no sucedería si fuéramos el
simple yo reaccionando ante una circunstancia.
Lo mismo que Oscar Wilde, todos sabemos que Infierno es «infer
nos», lo que está debajo de nosotros o por debajo de nosotros y
contiene, desde el romanticismo que no cesa, una valoración
clasista o un yoísmo exagerado: Los demás, dice la frase
traducida a su realidad, están debajo de mí.
Lo mismo que Ortega, sabemos que las circunstancias modifican
nuestra conducta en un momento o en otro, aunque esto niegue
parte del libre albedrío. La circunstancia, siempre individual
("yo soy", dice), es un principio de división, un
"accidente" en filosofía aristotélica y tomista. Y el
hombre "genérico" no puede definirse por diferencias
accidentales, porque, entre otras, contiene semejanzas
esenciales.
No soy «Yo y mi circunstancia» sino "yo con los
demás" y eso, tan grabado en el hombre de todas las
épocas, es lo que hace de nosotros es lo que nos hace sociales y
hasta lo que genera comportamientos heroicos, católicos,
amorosos. Sin los demás soy menos.
Los necesito; los necesitamos todos para ser hombres. Y quien
influye sobre los demás, me influye, porque nuestra sociedad es
nuestro cao.
Esta visión nos saca del YO, parte pequeña del hombre, casi una
"superestructura" (por decirlo en politiqués
anticuado) y traslada el centro de operaciones: Para ser yo con
los demás, necesito, por ejemplo, idioma, es decir un sistema de
codificación del mundo que permitirá que me comunique con los
demás: un vínculo general y un principio de unión, no de
división.
No deseo ser mal entendido: Un gran pensador* decía que España
no es una lengua, por buena y brillante que sea la nuestra; pero
sin ella no serían posibles ni España ni el hombre, que son,
ambos, comunicación, dar y recibir. Hablamos y escribimos para
decir algo a "los demás", precisamente porque los
demás no son el infierno, del mismo modo que la Patria no es la
infancia. El Pentateuco ya recoge de Jehová que "no es
bueno que el hombre esté solo" y hoy sigue siendo verdad
con un añadido implícito: sin compañía no hay humanidad. Y en
esto, en la compañía, se basa la libertad: un hombre solo en
una isla desierta, ¿sería libre? No: sólo salvaje.
El hombre es literatura, palabras e ideas al servicio no sólo de
la "persona", la máscara individual, lo que nos
diferencia a unos de otros, la llamada "personalidad".
Y las diferencias no son base para la convivencia. Ese ser
"literatura", ese contar a los demás, es lo contrario
a la personalidad, lo común a todos y, por lo tanto, lo que se
puede compartir de nosotros.
Nadie comparte su carácter, que es intransferible. Pero comparte
la obligación vital de comunicarse, que es pensar. Y Patria es
todo cuanto podemos compartir.
Arturo Robsy.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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