|
Justicia, Derecho y Ley.
El problema del Derecho se resume en la cuestión permanente de la legitimidad. En la doctrina liberal clásica y comúnmente aceptada este problema trata de obviarse mediante el recurso alternativo a la legalidad, es decir, la legitimación basada en la pura adecuación formal de las normas jurídicas a las normas superiores más generales y abstractas, conforme al modelo kelseniano. La legitimidad se basa, en cambio, en el reconocimiento del carácter trascendente del espíritu del hombre que se manifiesta en el vínculo necesario de las normas jurídicas a los principios de la verdad moral revelada por Dios e inscrita en la naturaleza humana
Derecho es un adjetivo, que se ha
sustantivado, aplicable a la conducta humana. Quiere decir lo
recto: lo que va por donde debe ir, por el camino recto. Esta
idea pertenece a la tradición cristiana, en tanto la palabra
pagana correspondiente - ius -, que tiene también un originario
sentido adjetival, se refiere, más que a la
"rectitud", a la conveniencia social, y se dice de
aquellos actos particulares que la sociedad, a través de sus
jueces, considera ajustados a las conveniencias de la vida
colectiva. Derecho ha desplazado a ius; pero de la antigua
palabra derivan otros términos corrientes que se refieren al
derecho, como justo o justicia, o los ya más cultos de
jurídico, jurista, jurisprudencia, iusnaturalismo,
iusprivatismo, iuspublicismo,...étc.
A diferencia de lo sucedido en el ámbito gramatical en el campo
semántico, en las cuestiones de fondo si se quiere, ha sucedido
lo contrario. El Derecho se define hoy no como la plasmación
concreta de una idea de justicia, sino como una mera convención
social. No se busca con las normas que se promulgan tanto hacer
justicia como satisfacer una conveniencia social. Puede parecer
lo mismo, pero no lo es. La justicia es, según la fórmula
clásica de Cicerón, "constans et perpetua voluntas ius
suum cuique tribuere". La conveniencia social no equivale al
bien común, sino a la "volonté generale" del
liberalismo, cosa muy diferente. No pretendemos negar que en un
régimen totalitario liberal exista política de reforma social
plasmada en medidas correctoras de situaciones injustas. Lo que
pretendemos poner de manifiesto es que al apelar a una
abstracción engañosa como instancia suprema e inapelable la ley
queda reducida a un acto de ordenación social.
Hablamos de abstracción engañosa porque una cosa es que los
ciudadanos de una Nación tengan la legítima facultad de elegir
sus representantes para que defiendan sus derechos e intereses
legítimos ante las distintas instancias del poder público y
otra, muy diferente, que una serie de grupos de presión
monopolicen la representación política mediante privilegios
jurídicos y económicos que enervan el principio democrático y
configuran el sistema político, en la práctica, como una
oligarquía que se renueva periódicamente por cooptación.
El desarrollo histórico del régimen liberal condujo, en muchos casos, al triunfo de la demagogia, de la corrupción y la venalidad de la clase política, y al gobierno de individuos que carecían de la mínima honradez social ganada con su trabajo.
Con el tiempo, los partidos
políticos pasaron a reclutar para sus aparatos directivos no a
conspiradores de gabinete, sino a personas de reconocida
competencia que aportaran solvencia a sus propuestas
programáticas. La evolución de esta postura llegó al extremo,
incluso, de afirmar el primado absoluto de la técnica y negar el
valor real de la prudencia política. El último hito de este
proceso viene dado por el contubernio tácito entre la
tecnocracia y el sistema de partidos. Los partidos políticos
instrumentalizan el prestigio profesional de los técnicos para
imponer como más racionales sus ofertas ideológicas o para
justificar sus virajes ideológicos.
Un efecto tangible de todas estas premisas lo tenemos en el
fenómeno de las privatizaciones. Con frecuencia los puestos de
supervisión de procesos delicadísimos, tanto por la necesidad
de garantizar los derechos de los consumidores como por la
igualmente necesaria vigencia de la competencia efectiva en el
sector liberalizado, se ponen en manos de técnicos, pero
técnicos designados por los partidos políticos, amparándose en
una presunta implicación del principio democrático. El
resultado es, como finalmente ha afirmado el Presidente Aznar,
que "una cosa es la Compañía Telefónica y otra el señor
Vilallonga". Estos puestos, de extraordinaria importancia,
se convierten en la práctica en un medio de promoción
profesional o de enriquecimiento económico para los técnicos
(que jamás tendrían una oportunidad similar en el sector
privado ), y simultáneamente sirven para que los partidos
políticos ubiquen a hombres de su confianza en los puestos
claves de los grupos económicos y mediáticos, asegurándose un
amplio control social.
Otra manifestación de la
perversión del Derecho viene dada por el fenómeno calificado
por el jurista alemán Carl Schmitt como "legislación
motorizada". Un Estado no puede pretender ser de Derecho, en
un sentido profundo y sustantivo, para terminar afirmando que la
ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento. La
inseguridad jurídica ha culminado en la figura de las
denominadas "leyes de acompañamiento", que modifican
sustancialmente el ordenamiento vigente mediante un parcheo
indiscriminado. ¿Puede pretenderse que tales técnicas responden
a la intención de asegurar un orden permanente de justicia?
En consecuencia, el problema del Derecho se resume en la
cuestión permanente de la legitimidad. En la doctrina liberal
clásica y comúnmente aceptada este problema trata de obviarse
mediante el recurso alternativo a la legalidad, es decir, la
legitimación basada en la pura adecuación formal de las normas
jurídicas a las normas superiores más generales y abstractas,
conforme al modelo kelseniano. La legitimidad se basa, en cambio,
en el reconocimiento del carácter trascendente del espíritu del
hombre que se manifiesta en el vínculo necesario de las normas
jurídicas a los principios de la verdad moral revelada por Dios
e inscrita en la naturaleza humana. Hay síntomas del fracaso de
una ética no-confesional y una insatisfacción profunda por los
resultados del individualismo jurídico y del positivismo
legalista, así como una cierta alarma ante la locura de la
inmoralidad capitalista. Pero no sabemos cómo estos fenómenos
de agotamiento general acabarán por cristalizar en una nueva
forma que permita hablar a los hombres del futuro de una nueva
época histórica.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.