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La Caridad en la historia de la Iglesia: 2000 años de servicio.
El artículo en primer lugar define, diferencia y clarifica los conceptos y marca las bases sobre las que se apoya la filantropía, la beneficencia, la justicia y la Caridad. Y en base a ellos hace un repaso histórico y doctrinal de la influencia y actividad, con algunos ejemplos, de la Iglesia en la sociedad y durante todos los tiempos.
Introducción.
A lo largo de toda la Historia de la Iglesia, uno de los aspectos
que más llama la atención es el desarrollo de la beneficencia,
elemento que ha podido ser esgrimido por la propia Iglesia con
frecuencia cuando ha tenido que hacer frente a numerosos ataques
y acusaciones contra ella. Pero, ¿de dónde nace propiamente
esta beneficencia? La respuesta a la cuestión creemos que es en
realidad sencilla: de la "caridad".
La beneficencia, que en un sentido literal significa "hacer
el bien", podemos definirla más ampliamente como la
actividad dirigida a satisfacer necesidades vitales de quienes se
encuentran en situación de indigencia o de precariedad, por
medio de prestaciones gratuitas y graciosas.
Y la caridad, según la doctrina católica, es una virtud
teologal, esto es, que tiene a Dios por objeto inmediato y nos es
dada por su gracia. Es la mayor de las tres virtudes teologales,
tal como expresa el propio San Pablo: "Ahora subsisten
la fe, la esperanza y la caridad, esas tres; mas la mayor de
ellas es la caridad" (I Co. XIII, 13). Y la caridad no
es otra cosa que el amor, el grado supremo del amor, es decir, el
amor a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo y a nosotros
mismos por este amor de Dios. Por eso, la caridad es ciertamente
la mayor de las tres virtudes teologales, pues será la que
permanezca en la vida futura, y en ésta es la expresión
auténtica de la fe. En definitiva, el auténtico amor al
prójimo nace del amor de Dios. Toda la Sagrada Escritura, y muy
especialmente el Evangelio, está llena de exhortaciones al amor
al prójimo, especialmente al más desvalido y necesitado, y se
observa siempre la unión del amor de Dios y del amor del
prójimo, pues si se pretende el uno sin el otro, es algo falso y
vacío. Asimismo, no hay que olvidar el reconocimiento que el
cristianismo hace de la dignidad de la persona, como hijo de Dios
e imagen de Cristo, como hermano; de ahí que también se pueda
hablar de una verdadera "fraternidad" cristiana,
distinta del concepto de "fraternidad" que enarbolaría
la Revolución Francesa de 1789.
Esta visión de la persona como imagen de Cristo, sobre todo en
el caso de los más necesitados, tiene buena parte de su
fundamento en las propias palabras de Cristo al hablar del Juicio
Final y el examen de la caridad que en el mismo tendrá lugar:
"Entonces dirá el Rey a los de su derecha: «Venid,
vosotros los benditos de mi Padre, entrad en posesión del reino
que os está preparado desde la creación del mundo; porque tuve
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber;
peregrino era, y me hospedasteis; desnudo, y me vestisteis;
enfermé, y me visitasteis; en prisión estaba, y vinisteis a
mí.» Entonces le responderán los justos, diciendo: «Señor,
¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y
te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos peregrino y te
hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Y cuándo te vimos enfermo
o en prisión y fuimos a ti?» Y respondiendo el Rey, les dirá:
«En verdad os digo, cuanto hicisteis con uno de estos mis
pequeñuelos, conmigo lo hicisteis.»"(Mt., XXV,
34-40).
Por lo tanto, la auténtica caridad cristiana no es mera limosna
piadosa, como muchas veces se ha pretendido y se pretende decir.
Es algo que tiene una raíz muy profunda para el cristiano y que
se puede manifestar de muchas maneras en la atención espiritual
y material al prójimo: limosna, atención sanitaria, enseñanza,
consejo, consuelo, etc.; y, por supuesto, la oración por las
necesidades ajenas y por los difuntos, y la difusión de la fe de
salvación (evangelización), como el mayor don que uno puede
transmitir.
Muy unida a la caridad debe ir la idea de "justicia",
una de las cuatro virtudes morales o cardinales que indica la
doctrina católica y que también aparece recogida en el
pensamiento de Platón. Como virtud, la justicia es un hábito,
es decir, una disposición permanente del hombre para actuar, y
se puede definir, de acuerdo con Santo Tomás de Aquino, como el
hábito según el cual el hombre tiene la constante y perpetua
voluntad de dar a cada uno según su derecho. Básicamente, se
suelen señalar dos tipos principales de justicia: la justicia
conmutativa, referida a las relaciones de individuo a individuo,
como personas privadas, y la justicia distributiva, que regula
las relaciones entre la comunidad social y el individuo. Como una
síntesis y aplicación de ambas, en la Época Contemporánea se
habla también de "justicia social", especialmente
referida a las cuestiones económicas y sociales (igualdad de
oportunidades, justa distribución de los bienes, etc.). Todas
ellas están contempladas en la doctrina católica y no deberían
en realidad separarse de la caridad, pues el verdadero amor al
prójimo ha de conducir a un deseo de justicia.
Otro concepto que se suele poner en relación con la beneficencia
es el de "solidaridad", del que pueden darse varias
acepciones. En relación con la política de raíz cristiana, el
principio de solidaridad es el que asevera que el bien común de
la sociedad es obra y responsabilidad de todos, aunque el
conjunto social se halle bajo la dirección y tutela de la
autoridad. Pero, más bien fuera del marco del catolicismo, desde
la Sociología y desde ciertas corrientes generalmente laicistas,
se ha utilizado el término para definir un sentimiento natural
humano que llevaría a adherirse circunstancialmente a la causa o
la empresa de otros. Aquí tendríamos, pues, un rasgo que
distinguiría este concepto respecto de la caridad: mientras que
la caridad, como virtud que es, ofrece un carácter de
disposición permanente del alma, la solidaridad entendida al
modo de la Sociología y de varias corrientes laicistas es algo
más circunstancial, aun cuando se trate de un sentimiento
natural del hombre.
Y, en fin, debemos referirnos también a la idea de
"filantropía", nacida en los ambientes ilustrados del
siglo XVIII, y de un modo particular en el seno de la
francmasonería, y que se define como el amor al género humano;
un amor meramente humano y desligado totalmente del amor de Dios
y del reconocimiento del valor de la dignidad de la persona como
hijo de Dios.
Como hemos apuntado más arriba, en la caridad cristiana es
posible observar muchas vertientes o líneas, muchas maneras de
expresarse, y que principalmente podemos resumir en las
siguientes: una caridad que cabría denominar "de primera
mano" (más sencilla y de respuesta a las necesidades más
inmediatas del prójimo desvalido: limosnas, repartos de comida,
alojamiento y albergue, etc.), una hospitalidad más
especialmente desarrollada, la asistencia a los enfermos en
hospitales, la enseñanza (tema que no tratamos en esta
conferencia), la lucha contra la usura, la redención de
cautivos, y toda una gama de obras de promoción social y
cultural, así como una actitud y una doctrina ante la economía
para que ésta no pierda su finalidad social y su carácter
humano.
Así, pues, el tema de este artículo se podría abordar de dos
maneras: de acuerdo con un criterio cronológico, o de acuerdo
con un criterio temático. En esta ocasión, hemos preferido
optar por el primero, dado que consideramos que permitiría una
mejor visión de síntesis, en la que fuera posible ver la
evolución histórica de las diversas constantes que se han dado
a lo largo de los siglos, así como las respuestas ofrecidas ante
necesidades nuevas. Por otra parte, nuestra actitud parte de la
del historiador, tratando de acercarse con objetividad al asunto,
pero a ello añade la condición de historiador católico, que
ciertamente le puede condicionar en algunas valoraciones
subjetivas, pero que también le permite comprender muchas
realidades de fondo que la ausencia de fe impide
irremediablemente.
Caridad y
beneficencia en la Iglesia antigua.
Por supuesto, toda la vida de Cristo es la expresión máxima de
la caridad: reconocimiento de la dignidad de las personas como
hijos de Dios, compasión hacia los que sufren, milagros en favor
de los desvalidos, llamadas profundas a la conciencia social y al
amor al prójimo,
y todo ello culmina con su Sacrificio
Redentor en la Cruz.
Por ello, los Apóstoles y las primeras comunidades cristianas se
volcaron en una vida de caridad, tanto en el interior como hacia
el exterior. En el seno de las comunidades cristianas, tenemos
referencias del Nuevo Testamento acerca del espíritu de amor
fraterno existente, siguiendo el mandamiento nuevo de Jesús:
"Amaos los unos a los otros como Yo os amé; en esto
conocerán que sois mis discípulos". Y quizá cabe
resaltar de un modo especial la atención prestada a los
cristianos encarcelados en épocas de persecución. También
podemos recordar que inicialmente se estableció la comunidad de
bienes. Y hacia el exterior, se llevó a cabo igualmente toda una
labor de asistencia hacia sectores especialmente necesitados: las
viudas y los huérfanos, los pobres, etc., mediante limosnas y
con los pocos recursos entonces habidos, así como con la
atención personal.
Respecto de las viudas y los huérfanos, hay que decir que
constituyeron siempre un sector "privilegiado" de la
beneficencia cristiana, como también lo había sido ya en la
época veterotestamentaria. Así, en el capítulo IV del libro
del Eclesiástico se puede leer: "Sé para los
huérfanos como un padre, y a modo de marido para las viudas, y
Dios te llamará su hijo y te será clemente y te librará de la
destrucción" (Eccli. IV, 10). Y Jesucristo, que en
numerosas ocasiones hace referencias a ambos y se vuelca en
ellos, llega incluso a obrar en su favor una de las tres
resurrecciones recogidas en los Evangelios: la del hijo único de
la viuda de Naím, movido por su compasión; o, como traduce muy
bellamente el P. Bóver desde el texto original, "viéndola
el Señor [a la madre viuda], sintió que se le enternecía el
corazón con ella, y le dijo: «No llores»", y a
continuación resucitó al muchacho "y se lo entregó a su
madre" (Lc. VII, 11-17). Decimos que es especialmente
bello porque aquí se observan dos hechos: como en las otras dos
resurrecciones obradas por Jesús, se manifiestan a la vez su
humanidad y su divinidad, y también se ve que es su Corazón
Sagrado el que le mueve a la compasión y a realizar el milagro.
En la Iglesia de la época romana nos podemos encontrar con
varios aspectos de la caridad. Por una parte, vemos que la
nobleza romana cristiana es protagonista de varias acciones en
este sentido, y de un modo particular tiene importancia entre el
círculo de discípulos de San Jerónimo. Se trata, en general,
de matrimonios y de viudas y viudos que se entregan de lleno a
distintas obras: la venta de sus bienes para repartir el fruto
entre los pobres y otros necesitados, el reparto de propiedades y
otros bienes a éstos, la manumisión de esclavos, la
edificación y mantenimiento de albergues, hospicios, hospitales,
etc. Algunos incluso murieron en una situación de una gran
pobreza, habiendo sido inicialmente grandes potentados. Ejemplos
de esta caridad del patriciado romano en el siglo IV son los del
senador Panmaquio, la matrona Fabiola, el matrimonio formado por
Melania y Pimiano, etc.
Asimismo, diversos pastores de la Iglesia, a través de la
predicación y de su mensaje escrito, promovieron la conciencia
social y alentaron a los ricos a ayudar a los pobres, llegando a
veces a criticar duramente la dureza de corazón y el lujo de
bastantes poderosos. Es el caso del propio San Jerónimo, o de
San Basilio Magno con sus homilías En tiempo de hambre y A los
ricos, o de San Juan Crisóstomo, San Efrén el Sirio, San
Ambrosio de Milán,
Ellos mismos destacaron en muchas
ocasiones por su propia acción caritativa, tal como hizo San
Juan Crisóstomo, organizador de la beneficencia en la ciudad de
Constantinopla, donde por medio de orfanatos, refugios y otras
obras llegó a dar asistencia a unas 5.000 personas necesitadas.
Por otra parte, en la época antigua nacieron los primeros
hospitales cristianos. Parece que Santa Elena (c. 242-329), la
madre del emperador Constantino, pudo haber fundado los primeros,
y que su hijo habría erigido uno en Constantinopla para dar
acogida a los peregrinos que iban a Jerusalén. Sin embargo, de
los que tenemos mayor certeza y documentación es de los surgidos
a partir del siglo IV: el de San Efrén en Edesa, con trescientas
camas para apestados, el de la matrona Fabiola y el del senador
Panmaquio en Roma, etc. En el caso de éste último, el propio
personaje se dedicó a la atención a las personas asistidas.
Pero, sin duda alguna, resultan de un gran interés, en el
ámbito de la Iglesia oriental, los llamados
"xenodochia", hospitales para distintos tipos de
necesitados edificados junto a los monasterios basilianos, es
decir, los monasterios que se regían por las dos Reglas
monásticas de San Basilio Magno (c. 330-379), el cual había
fundado además en su propia vida un gran hospital que fue
denominado "Basilias". Y volviendo a Occidente, cabe
recordar el importante centro que erigió el obispo Másona de
Mérida ( c. 600) en esta ciudad en la época del Reino
hispano-visigodo.
La Iglesia jugó un importante papel en la reducción de la
esclavitud. Ésta no llegó a desaparecer del todo, pero sí se
redujo muy considerablemente. También es cierto que la propia
evolución de la economía romana, por la crisis del sistema
agrario de latifundios trabajados con mano de obra esclava y una
producción dirigida hacia el gran comercio, dio paso al llamado
sistema del "colonato", pero esto no debe dejar de
hacer ver que, gracias a la predicación de los pastores de la
Iglesia y las manumisiones realizadas por grandes propietarios
cristianos, se produjo una reducción enorme de la esclavitud tan
característica del mundo romano. Así, entre las manumisiones
podríamos recordar las llevadas a cabo por el matrimonio
patricio romano de Melania y Pimiano, o las del obispo Másona de
Mérida en época visigótica, el cual además les repartió
tierras de la Iglesia para trabajarlas y poder vivir de ellas.
En fin, el último aspecto que debemos señalar es la
cristianización del Derecho Romano y de la legislación de los
reinos germánicos, sobre todo en lo que afecta a la
beneficencia. Ya Constantino otorgó una serie de disposiciones
en favor de las viudas, por ejemplo, pero fue a partir de la
época de Teodosio y del Código Teodosiano cuando se estableció
más claramente el deber del Estado de apoyar a la Iglesia en la
asistencia social. Asimismo, se especificaría después que los
obispos habrían de visitar semanalmente las cárceles y vigilar
que los presos recibieran un trato humano y que pudieran recibir
la atención espiritual necesaria. Otro elemento sin duda
importantísimo, sobre todo en el Derecho de la España visigoda,
y por influencia cristiana igualmente, fue la protección a todos
los hijos en las herencias, pues en la legislación romana un
padre podía dejarles totalmente desheredados y en la mayor
pobreza.
Caridad y
beneficencia en la Iglesia medieval.
En la época medieval hay que señalar, en primer lugar, varios
aspectos de una caridad que llamamos "de primera mano",
no de un modo despectivo, sino refiriéndonos a la atención a
las necesidades más inmediatas que se presentan: limosnas,
reparto de comidas y de vestidos, etc.
En este sentido, destacaron, en primer lugar, algunos papas en
Roma desde bien pronto. Por ejemplo, San León Magno a mediados
del siglo V, o Símaco a finales de éste y principios del VI
(construyó tres refugios para pobres), o San Gregorio Magno al
disponer el destino de algunos ingresos pontificios hacia los
sectores más desfavorecidos, etc. También varios obispos
resaltaron por su caridad, y en numerosos concilios,
predicaciones y disposiciones eclesiásticas, sobre todo desde la
época carolingia, se indicó el deber de los ricos de no
desentenderse de los pobres. No obstante, fueron sin duda alguna
los monasterios quienes de un modo especial sobresalieron en las
actividades caritativas de este tipo. Por un lado, el reparto de
limosnas, algo en lo que llaman la atención los casos de algunos
abades como San Odilón de Cluny (994-1049), quien vendió
incluso vasos y objetos sagrados para asistir a los necesitados.
Otra faceta importante fue el reparto de comidas a las puertas de
estos centros, construyendo en muchas ocasiones unos comedores o
refectorios para acoger mejor a las personas que acudían
solicitando alimento; algunos monasterios lo facilitaron hasta
unas trescientas personas diariamente, y la gran abadía de Cluny
llegaría a atender algunos años hasta 17.000. Estas actividades
fueron habituales tanto en los distintos monasterios
prebenedictinos, como en los de las diversas órdenes
posteriores: benedictinos y cluniacenses, cistercienses,
premonstratenses y de canónigos regulares, cartujos,
Asimismo, un aspecto singular de la caridad monástica fue el
regalo de medicinas a pobres enfermos, por lo que las boticas de
estos centros solían situarse con frecuencia hacia la puerta. En
fin, también muchos sacerdotes seculares y seglares
protagonizaron variadas obras de esta caridad "de primera
mano".
Pero, volviendo nuevamente al mundo monacal, hay que decir que es
en las propias reglas y disposiciones monásticas donde se
establecen los deberes benéficos. Por ejemplo, de las Reglas
hispano-visigóticas, la de San Isidoro determina que una tercera
parte de los ingresos vayan destinados a los pobres, y también
la de San Fructuoso y la "Regla Común", de la misma
época histórica, señalan cuestiones caritativas. Además,
desde el período carolingio comienzan a ser abundantes este tipo
de ordenaciones, tal como sucedió en el Sínodo de Aquisgrán
del año 817, en el que los abades decidieron dar a los pobres la
décima parte de los donativos recibidos por los monasterios. Por
otro lado, cabe recordar la importancia de la figura del
"limosnero" en Cluny y su Orden.
Ahora bien, la caridad monástica sin duda más originaria es la
hospitalidad, la hospitalidad monástica. Casi todas las reglas
ordenan dar una acogida especialmente buena a los huéspedes, si
bien es en la Regla de San Benito (siglo VI) donde se puede
observar la raíz cristocéntrica más profunda: en el capítulo
LIII, el santo italiano manda a sus monjes recibir a los
huéspedes "como al mismo Cristo en persona". Con el
tiempo, dentro de los monasterios se fue diferenciando un
"hospitale pauperum" para los pobres, un
"hospitale peregrinorum" para los enfermos y
peregrinos, y un "hospitale hospitum" para los
huéspedes propiamente dichos. Por supuesto, la clausura y el
recogimiento de los monjes habrían de quedar siempre
salvaguardados, para lo cual las reglas dejan todo bien claro. De
un modo especial, la hospitalidad monástica alcanzaría una gran
relevancia e influencia en las rutas y centros de peregrinación
medievales, sobre todo en el Camino de Santiago.
También resultan llamativas las atenciones ofrecidas por algunos
personajes y pequeñas instituciones a los viajeros y peregrinos,
como San Bernardo de Aosta o de Menthon en los Alpes (
1081), Santo Domingo de la Calzada en La Rioja ( 1109), los
"Fratres Pontifices" en Francia (nacidos en 1189),
etc., que se encargaron generalmente de construir puentes y
caminos y conceder albergue.
Los hospitales medievales ocupan otro punto interesante de la
beneficencia medieval y debemos señalar una serie de
características. Por una parte, su abundancia y dispersión, es
decir, existían muchos hospitales en numerosos lugares, tanto
del campo como en las ciudades, y solían ser de un tamaño
pequeño o muy pequeño: habitualmente, no pasaban de cuatro o
seis camas, o, a lo sumo, de doce. Todo ello se debía en
realidad a la diversidad de su fundación: podían haber sido
erigidos por papas, obispos, sacerdotes seculares de distinto
rango, monasterios, cofradías o seglares de muy variada
estratificación social. Por ello, otro elemento frecuente eran
los escasos medios con que contaban y el cuidado no raramente
deficiente que mostraban.
En relación con este tipo de asistencia, hay que destacar el
nacimiento de unas primeras órdenes hospitalarias en la Edad
Media. Algunas de ellas vincularon el carácter militar con el
hospitalario, pues se orientaban a la vez a la defensa y el
albergue de los peregrinos, sobre todo de aquellos que se
dirigían a Tierra Santa: es el caso de la Orden Militar de San
Juan de Jerusalén o del Hospital (actual Orden de Malta), nacida
en 1048, y de la Orden Teutónica, surgida a finales del siglo
XII en favor de los peregrinos alemanes.
Otras órdenes adquirieron un carácter más específicamente
hospitalario, como la Orden de San Antonio o antonianos, creada
en 1095 por el noble Gastón en Motta, y que se ocupaba de los
pacientes del llamado "fuego de San Antón", enfermedad
bastante habitual en la Edad Media y que, aunque no lo era, se
creía contagiosa; en realidad, era producida por consumir con el
pan de centeno un parásito vegetal de éste, el cornezuelo, y
causaba una sensación interna de quemazón muy dolorosa y
frecuentes calambres, y en muchas ocasiones acababa llevando a la
muerte. Su curación se atribuía a San Antonio Abad (San
Antón), y la Orden fue suprimida por mandato pontificio en 1787.
Otra Orden hospitalaria fue la del Espíritu Santo, fundada en
1198 por el noble Guido de Montpellier, y no deja de ser
interesante la Orden de San Lázaro de Jerusalén, de tipo
militar-hospitalario en sus inicios, que fue aprobada en 1255 y
que se orientaba a la atención a los leprosos; sería suprimida
por el papa en 1603. Tampoco deberíamos olvidar a los
"Cruciferarios" de Praga.
En el siglo XV italiano se produjo un fenómeno singular, que fue
el nacimiento y desarrollo de las "Compañías del Divino
Amor", un movimiento principalmente seglar, aunque promovido
también por algunos eclesiásticos destacados (San Antonino de
Florencia, San Jacobo de la Marca y el Beato Bernardino de
Feltre), y que se enlazó con la recuperación de la
espiritualidad jeronimiana y de la figura de San Jerónimo que en
esta época se produjo en varias partes de Europa, especialmente
España e Italia. Por el impulso de Héctor Vernazza, se orientó
en gran medida hacia la asistencia a los enfermos de sífilis,
los llamados "incurables", dado que se consideraba que
no tenían curación, además de ser rechazados por la sociedad
por la transmisión generalmente sexual de la enfermedad (por
promiscuidad y prostitución); fue así como nacieron los
"hospitales de incurables".
En fin, cabe recordar que en la Edad Media también se levantaron
centros para enfermos mentales, los llamados "hospitales de
locos", pero hay que decir que entonces no siempre se daba
una actitud de gran caridad y comprensión hacia ellos.
Las órdenes mendicantes (principalmente dominicos y
franciscanos) se vincularon igualmente a diversas obras
benéficas: reparto de limosnas, comidas y vestidos, creación y
mantenimiento de hospitales, inspiración y dirección de
cofradías con fines sociales bastante marcados, etc.
Y un aspecto singular del período plenomedieval europeo es la
cristianización del trabajo artesanal (y también de otros
oficios, como el marinero) por medio de los gremios y las
cofradías, que además cumplían unas importantes funciones en
la previsión social, tanto hacia los propios miembros de estas
instituciones (asistencia a las viudas y los huérfanos de los
trabajadores, facilidades para el entierro de éstos, ayudas para
bodas de sus hijos e hijas,
), como hacia el exterior
(promoción de diversas obras dirigidas a los pobres, las viudas
y los huérfanos, hospitales,
).
En la Edad Media, asimismo, adquirió una gran importancia la
lucha contra la usura. Ya desde bien pronto, a través de los
concilios, las predicaciones y diversas disposiciones, la Iglesia
condenó duramente la usura (habitualmente ejercida por cambistas
judíos) y promovió la prestación de créditos sin interés o
con un interés muy bajo, en especial a favor de las personas
más necesitadas económicamente. Por ello, fueron apareciendo
algunas iniciativas e instituciones, y en la España visigoda,
por ejemplo, nos encontramos con el obispo Fidel de Mérida, que
concedió préstamos sin interés, u otro prelado de la misma
sede, Másona, que llegó a establecer una caja de créditos.
Sin embargo, sería a partir de los años 20 y 30 del siglo XV
cuando naciesen unas entidades totalmente renovadoras en este
sentido, en Italia y España, muy vinculadas al movimiento
franciscanista: los "Montes de Piedad", también
llamados en España en ocasiones "Arcas de
Misericordia". Su función era otorgar préstamos con un
interés muy bajo o incluso nulo, sobre todo a los pobres,
normalmente sobre prendas y otras garantías seguras, y sin
buscar un provecho económico, sino un fin social. Además,
aparecieron por entonces otras instituciones en relación con
ellos, como fueron los "Montes Frumentarios" y los
"Pósitos", también en Italia y España, como
almacenes para aprovisionamiento de la población en épocas de
escasez y para prestar grano y sementera a los campesinos
necesitados en esos períodos. Como decimos, todo esto fue muy
unido a la Orden de Hermanos Menores, destacando como impulsor
principal en Italia el Beato franciscano Bernardino de Feltre
entre 1462 y 1496, y en España el también franciscano cardenal
Cisneros, a finales del siglo XV. Durante mucho tiempo se
debatió si los Montes de Piedad deberían en realidad dar sus
créditos sin interés o con algo de interés, y el debate lo
cerró el papa León X en 1515, en el V Concilio Lateranense, al
conceder que lo pudieran hacer con un pequeño interés
suficiente para hacer frente a los gastos de la institución.
Sin duda alguna, otro de los aspectos más sobresalientes de la
caridad medieval es la redención de cautivos cristianos en
"tierras de moros", de dominio islámico. En las
guerras entre cristianos y musulmanes en España, así como en
los saqueos berberiscos a las costas europeas y en abordajes
navales, los seguidores de Mahoma capturaban cristianos que eran
después llevados como remeros a los barcos de los piratas, o
bien a las prisiones, o a los mercados para ser vendidos como
esclavos, siendo destinados unos como mano de obra, o para
harenes en el caso de las mujeres. Así, aparte de la pérdida de
libertad y de las malas condiciones humanas y laborales, podía
ponerse en peligro su vida moral e incluso su fe, y por ello
surgieron algunas iniciativas particulares para obtener fondos
para pagar su rescate y el regreso. Sin embargo, sería a finales
del siglo XII y principios del XIII cuando se produjera un hecho
nuevo: el nacimiento de dos órdenes religiosas especializadas,
orientadas de lleno a la redención de los cautivos cristianos de
la España islámica y del norte de África: los trinitarios y
los mercedarios.
La Orden de la Santísima Trinidad de Redención de Cautivos fue
fundada por el provenzal San Juan de Mata (c. 1153/60-1213) y por
San Félix de Valois en 1198, rigiéndose por la Regla de San
Agustín, con hábito blanco con una cruz azul y roja sobre el
pecho y capa negra, y haciendo profesión, por primera vez, de
los que serían ya los tres votos clásicos de la vida religiosa:
pobreza, obediencia y castidad, que antes se integraban en la
fórmula genérica de la conversión de costumbres y la
estabilidad en el monasterio. Los trinitarios se agruparon en
comunidades pequeñas y desde el primer momento se ocuparon de
cumplir su fin principal: la redención de cautivos, enviando
cada año unos frailes "redentores" con el dinero
recogido para pagar el rescate y traerlos de vuelta a Europa, e
incluso se contemplaba la posibilidad, realizada en bastantes
casos, de que el religioso pudiera entregar su propia libertad a
cambio de la del cautivo. La expansión de la Orden se produjo ya
de un modo temprano, contando además con la simpatía
eclesiástica y social por el eficaz cumplimiento de su tarea, y
hasta el siglo XVIII se beneficiarían de esta labor unas 500.000
personas. Asimismo, crearon las llamadas "casas de
misericordia" para hospedar a los cautivos redimidos que, al
regresar a su patria, se hallaban totalmente desamparados.
Por su parte, los mercedarios surgieron de la mano de San Pedro
Nolasco (c. 1180-1249), comerciante del Languedoc que había
residido en Barcelona desde su juventud. En 1203 creó una
asociación de varones con vida religiosa en común y orientada a
la redención de cautivos cristianos y en 1218 se erigió
propiamente la Orden de Nuestra Señora de la Merced de
Redención de Cautivos, confirmada por el papa en 1235, y con el
apoyo de Jaime I de Aragón y el canonista dominico San Raimundo
de Peñafort. También siguió la llamada "Regla de San
Agustín" y sus frailes añadieron, a los votos de pobreza,
obediencia y castidad, el de entregar su propia libertad a cambio
de la del cautivo si era necesario. En su primer siglo funcionó
en gran medida como una Orden Militar, contando con unos miembros
guerreros cuya misión era proteger las costas frente a los
ataques berberiscos, y otros miembros clérigos, más centrados
en las labores de redención; en 1317 perdió el carácter
militar. La liberación de cristianos, al igual que en el caso de
los trinitarios, también se hacía generalmente a través del
pago de su rescate, gracias a los donativos recibidos y a parte
de los fondos de los conventos. Los mercedarios trataron de
vincular a los seglares con estas labores por medio de las
"cofradías de redención".
En fin, cabe decir que estas dos órdenes fijan buena parte de su
espiritualidad en la figura de Cristo Redentor.
En la Edad Media se pueden observar algunos otros aspectos de
transformación social por inspiración cristiana, normalmente
más relacionados en esta época con un sentido de caridad que de
justicia. Así, tenemos conocimiento de la manumisión de siervos
por ciertos señores, los repartos de tierras realizados por
algunas personas de la nobleza o del entorno de la realeza (como
Teresa Enríquez, la "Loca del Sacramento",
perteneciente al círculo femenino de la reina castellana Isabel
la Católica), o disposiciones como la de la Regla de San Benito
relativa a que los monjes rebajen un poco el precio de los
trabajos artesanales elaborados por ellos, con respecto al que
utilizan los seglares para vender sus productos (cap. LVII).
En fin, cabe recordar que los reinos cristianos europeos
atendieron también la faceta benéfico-social por su
inspiración católica, dando lugar así a diversas leyes en
favor de personas desfavorecidas o necesitadas, creando
instituciones públicas con fines sociales o asistenciales
(hospitales, pósitos,
tanto la monarquía como los
municipios), etc.
Caridad y
beneficencia en la Iglesia moderna.
En la Edad Moderna, una cuestión fundamental va a ser la
importancia que la ortodoxia católica dará a la fe con obras,
frente a lo que predica el protestantismo, reafirmando así la
doctrina tradicional y la sentencia de Santiago: "¿Qué
aprovecha, hermanos míos, que uno diga que tiene fe, pero que no
tenga obras? ¿Puede acaso la fe salvarle? La fe, si no tuviere
obras, muerta está por sí misma. Aun podrá uno cualquiera
decir: «Tú tienes fe y yo tengo obras; muéstrame esa tu fe
desprovista de obras, y yo te mostraré por mis obras la
fe»" (Sant. II, 14. 17-18).
Así, por una parte, se sigue observando esa caridad que hemos
llamado "de primera mano", de respuesta a las
necesidades más inmediatas: limosnas, reparto de comidas y
vestidos, etc.
En cuanto a la atención a los enfermos, se observan
principalmente dos hechos. Por un lado, a finales del siglo XV y
en el XVI se produce una renovación hospitalaria, para poner fin
al deficiente sistema existente en la Edad Media: se trata de
concentrar más los hospitales y crear unos mayores y mejor
atendidos, con un mayor control tanto desde la Iglesia como desde
el Estado a través de visitas periódicas y disposiciones para
su regulación. En este aspecto adquiere una relevancia especial
la labor desarrollada por los Reyes Católicos en España.
Y el segundo punto al que hacemos referencia es el nacimiento de
dos grandes órdenes hospitalarias en el siglo XVI. La primera de
ellas es la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, nacida de la
mano de este santo portugués en Granada, aunque erigida ya como
tal en años posteriores a su muerte. Juan Ciudad (1495-1550),
que ese era su nombre originario, se "convirtió" a un
nuevo tipo de vida en 1537, al escuchar un sermón de San Juan de
Ávila, el llamado "Apóstol de Andalucía", con quien
se dirigiría en gran medida después, y comenzó al poco tiempo
a recoger pobres y enfermos y atenderles caritativamente. Fue
reuniendo en torno a sí unos pocos seguidores, y en Madrid
logró la reconciliación de Antón Martín con el asesino de su
hermano, Pedro de Velasco, haciendo de ambos dos importantes
colaboradores de su obra. La formalización de la comunidad como
Orden fue conociendo varios pasos desde 1571 hasta 1619 y se les
concedió la "Regla de San Agustín" y hábito propio
de color negro, así como poder profesar un cuarto voto de
servicio a los enfermos. Muy pronto comenzó su expansión,
haciéndose cargo de hospitales o creando otros nuevos,
principalmente por Andalucía.
La otra Orden que nació con fines hospitalarios en el siglo XVI
fue la de los Ministros de los Enfermos, Padres de la Buena
Muerte o camilos, de San Camilo de Lelis (1550-1614), personaje
que había nacido en el Reino de Nápoles (perteneciente entonces
a la Corona de Aragón) y que comenzó su tarea en Roma, a partir
propiamente de 1584. Se regirían también por la "Regla de
San Agustín", su hábito sería una sotana negra con cruz
roja y se constituirían como una Orden de clérigos regulares.
En el siglo XVII, San Vicente de Paúl (1581-1660) y Santa Luisa
de Marillac (1591-1660) protagonizaron en Francia el surgimiento
de dos nuevos institutos orientados a labores de misión y de
caridad. Él fue limosnero de la reina Margarita de Francia y
quiso consagrar su vida al socorro material y espiritual de los
pobres, algo que trató de llevar a cabo en gran medida en el
señorío de los Gondi. Pero, además, creó las "Cofradías
o Compañías de la Caridad", y en 1625 la Congregación de
San Lázaro o de la Misión, conocida de un modo general como
lazaristas, paúles en España, o vicentinos en Hispanoamérica y
en el mundo anglosajón. Su fin había de ser llevar a cabo
misiones gratuitas entre los pobres, principalmente entre los
campesinos, uniendo a ello otras labores benéficas. Asimismo,
San Vicente se ocupó de la reforma del clero, la lucha contra la
mendicidad, la asistencia a los galeotes, erigió la Obra de los
Niños Expósitos, etc. Y contó como gran colaboradora con Santa
Luisa de Marillac, mujer viuda que dio origen a las Hijas de la
Caridad en 1633, instituto que supuso el inicio de las religiosas
de vida activa. Ellas, concretamente, se irían encargando desde
entonces del cuidado de enfermos pobres en sus casas, asistencia
a niños abandonados, hospitales, asilos, escuelas rurales,
cárceles, la formación profesional,
En la Edad Moderna se puede observar una evolución de los Montes
de Piedad. Por una parte, hay que destacar un mayor papel del
Estado en la prestación de créditos a bajo interés, como
sucedió con la creación de los Erarios Públicos en España en
época de Felipe II, y que pretendían ser a la vez la base de
una organización bancaria y realizar una labor benéfico-social.
En este sentido, también cabría señalar el caso de los
"Montepíos" estatales y profesionales nacidos en el
siglo XVIII español. Por otra parte, en las centurias del 1600 y
1700 surgieron también nuevos Montes de Piedad en diversas
ciudades y localidades más pequeñas. En España debemos
destacar algunos como el de Madrid, que fue el origen de otros, y
nació de la mano del sacerdote secular don Francisco Piquer y
Rudilla, capellán de las clarisas del monasterio de las
Descalzas Reales (por lo tanto, se puede seguir observando al
menos cierta vinculación con el espíritu franciscano); aparte
de desarrollar toda una tarea de concesión benéfica de
préstamos, tenía por finalidad la realización de sufragios por
las ánimas del Purgatorio, y tuvo desde el principio el apoyo de
la Corona. Asimismo, en los siglos XVIII y XIX se fueron fundando
otros Montes de Piedad profesionales en distintos puntos,
igualmente de inspiración católica en su mayoría, y en no
pocas ocasiones promovidos por los obispos, como el Monte de
Piedad de Cosecheros del obispado de Málaga (1776), o el de
Labradores del arzobispado de Zaragoza (1802). En fin, el último
aspecto que tenemos que apuntar es la aparición de las primeras
Cajas de Ahorros en algunas ciudades alemanas desde finales del
siglo XVIII, pero de este tipo de instituciones vamos a ocuparnos
más adelante.
En la época moderna se fue caminando además hacia el fin de la
redención de cautivos en el norte de África musulmán, y la
última se llevó a cabo en el siglo XVIII por mandato de la
Corona española, para liberar a los que quedaban allí.
En fin, debemos referirnos a la inspiración cristiana que los
Estados católicos europeos tuvieron en la legislación que
dieron de tipo benéfico-social y en el apoyo que ofrecieron a
las actividades e instituciones caritativas. Pero, sin duda, el
caso que resalta por encima de todos es el de la obra social de
España en América. A partir de las disposiciones del codicilo
del testamento de Isabel la Católica, totalmente orientado hacia
la evangelización y la promoción humana, social y cristiana de
los indios, se fue gestando el "Derecho Indiano" o
"Leyes de Indias", principalmente con las Leyes de
Burgos de 1512 y las Leyes Nuevas de 1542, que constituyó en
gran medida un auténtico Derecho Laboral muy avanzado para la
época, gracias a su inspiración católica, asumida de lleno por
la Corona española o "Monarquía Hispánica". Como
muestra de esto, podemos recordar una de las Leyes Nuevas de 1542
dada por Carlos I, y que respondía al informe que se había
recibido acerca de los muchos indios (libres) y negros (esclavos)
que morían ahogados en una pesquería de perlas en aguas de
Venezuela; el rey ordenó que una comisión estudiase el asunto y
diera las normas necesarias para que se pudieran dar unas buenas
condiciones laborales, pero incluso, "si les paresciere que
no se puede escusar a los dichos indios y negros el peligro de
muerte, cesse la pesquería de las dichas perlas, porque
estimamos mucho más, como es de razón, la conservación de sus
vidas que el interese que nos pueda venir de las perlas".
Se creó además, de forma más general, la figura del
"protector de indios", y se constituyó toda una serie
de instituciones de asistencia social, tales como las "cajas
de comunidad", que funcionaban como una especie de
cooperativas con diversos fines: prestación de créditos, compra
de aperos de labranza, sostenimiento de hospitales y de colegios,
etc. Asimismo, debemos señalar los hospitales, atendidos con
frecuencia por los hermanos hospitalarios de San Juan de Dios, y
otras obras de asistencia a huérfanos y desvalidos, además de
toda la labor que se desarrolló de tipo cultural y educativo en
favor de los indígenas.
Por supuesto, un hecho que ha resultado de un gran interés son
las "Reducciones" jesuíticas, en especial las que se
establecieron en las zonas habitadas por los guaraníes del
Paraguay, y que fueron un intento de llevar la utopía a la
realidad (se fundamentaban sobre todo en libros como la Utopía
de Santo Tomás Moro y La Ciudad del Sol de Campanella), con un
régimen comunal-paternalista de signo cristiano. A pesar de lo
que a veces se ha dicho en años recientes, no significaron
jamás un anticipo de la "Teología de la Liberación"
y siempre se hallaron en plena comunión con el Papa y con la
Iglesia, además de mostrar su adhesión a la Corona hispánica,
de la que siempre tuvieron su apoyo hasta que en el siglo XVIII,
por influencia de algunos ministros francmasones españoles y
portugueses (en especial el marqués de Pombal), los jesuitas
fueron expulsados de allí.
Caridad,
beneficencia y preocupación social en la Iglesia contemporánea.
En el siglo XIX, a las actividades más propias de la caridad y
la beneficencia, se va a unir una honda preocupación social en
toda la Iglesia por la llamada "cuestión social", el
problema del proletariado, surgido a raíz de la Revolución
Industrial y el gran desarrollo del capitalismo industrial, que
provocó la aparición de unas ingentes masas de población
empleadas en esta faceta económica y que vivían en la mayor
estrechez, en unas condiciones realmente terribles, quedando
además bajo la influencia de propuestas "redentoras"
de su situación como el marxismo y el anarquismo.
Por un lado, vemos que se siguió manteniendo la línea de la
caridad "de primera mano": limosnas, reparto de
comidas,
La atención a los enfermos, niños, jóvenes, ancianos,
pobres,
continuó de un modo importante, pero resalta ahora
la enorme floración de nuevos institutos religiosos,
especialmente femeninos, con estos fines. Por sólo citar algunos
como ejemplo, principalmente españoles:
*Las Hermanitas de los Pobres, surgidas en 1839 en Francia de la
mano de Juana Jugan (Sor Mª de la Cruz), para ancianos pobres de
ambos sexos.
*Las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, fundadas en
1798 por el sacerdote don Antonio Roig Rexach en Mallorca, para
la asistencia a enfermos y la enseñanza a niñas
*Las Hermanas de la Caridad de Nuestra Señora de la
Consolación, creadas en 1858 por la M. Molas en Tortosa, para
asistencia a enfermos y enseñanza de la juventud)
*Las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús,
nacidas en 1877, en Madrid gracias a la M. Isabel Larrañaga, y
orientadas a la enseñanza, roperos de caridad,
*Las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús,
surgidas en 1881 en Ciempozuelos por iniciativa del P. Benito
Menni Figini, hospitalario de San Juan de Dios, para la atención
a enfermas.
Podríamos seguir citando otros muchos más, aunque cabe destacar
quizá las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, de una
santa madrileña, Soledad Torres Acosta, junto con el sacerdote
secular don Miguel Martínez y Sanz, que fueron aprobadas en 1867
y buscarían también una formación en enfermería; y las
Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Santa Teresa de Jesús
Jornet e Ibars, catalana, que aparecieron propiamente en 1873 en
Barbastro.
Además, habría que añadir otros institutos más orientados
hacia las familias obreras, tales como las Hermanitas de la
Asunción, fundadas por el P. Esteban Pernet en París en 1865,
para la recristianización de la familia obrera y la prestación
de una asistencia social, médica, cultural, religiosa,
doctrinal,
; y las Hermanas Apostólicas de Cristo
Crucificado, nacidas en 1939 en Valencia, de la mano de María
Seiquer Gayá y Amalia Martín de la Escalera, que se centraron
en la atención espiritual y material de las clases necesitadas y
la enseñanza primaria en aldeas y suburbios. También citamos
estos casos por poner un ejemplo. Y en gran medida, los
salesianos de Don Bosco, San Juan Bosco, se orientaron desde el
principio hacia las familias obreras, y sobre todo hacia la
enseñanza, la formación profesional y el progreso de los niños
y jóvenes de estos ambientes.
Por otra parte, se crearon numerosas obras de beneficencia,
muchas de ellas más vinculadas al mundo seglar y por iniciativa
de laicos. Así, hacia la infancia desgraciada y las madres
necesitadas: la Asociación de Caridad Materna, la Asociación de
Madres de Familia, la Obra de la Cuna a Domicilio, la Obra de la
Asistencia Maternal e Infantil,
Y hacia la niñez y la
juventud desvalidas o en peligro: la Obra de Santa Ana en 1824,
la Piccola Casa della Providencia en 1827 (fundada por
Cottolengo), la Obra de Adopción en 1859 (para huérfanos), la
Obra de Niños Expósitos en 1863, la Obra de Adopción de Niñas
Abandonadas en 1879, etc.
En cuanto a la lucha contra la usura, hemos dicho antes que a
finales del siglo XVIII comenzaron a aparecer las Cajas de
Ahorros en algunas ciudades alemanas. Desde entonces, este
fenómeno se comenzó a difundir por Europa. Se trata de
entidades crediticias de carácter benéfico-social, regidas en
régimen de patronato y con la colaboración técnica de
profesionales, y orientadas hacia la asimilación del
proletariado, ayudándole a convertirse en propietario por medio
del ahorro. No siempre surgieron de la mano de la Iglesia, y
muchas veces ni siquiera por una iniciativa propiamente
católica, pero sí contaron desde el principio, en cada una
nueva que se creaba, con el apoyo de obispos y sacerdotes
seculares, así como de católicos seglares. Además, sobre todo
en España y en otros países católicos, se vincularon a la
tradición de los Montes de Piedad y se fusionaron con ellos,
asumiendo así las labores benéficas que éstos venían
desarrollando. Un aspecto que hay que destacar es que también
los Estados trataron de favorecerlas y desde bien pronto dieron
una legislación para ellas y su funcionamiento.
Entre una caridad más clásica y un modelo de respuesta nueva a
la "cuestión social", al problema obrero, se hallan
las "Conferencias de San Vicente de Paúl" de
Antoine-Frédéric Ozanam (1813-53), un profesor casado de la
Universidad parisiense de la Sorbona, que deseó que la doctrina
fuera unida al testimonio de una caridad operante. Así, la labor
de estos círculos consistiría en la exposición de la doctrina
y la asistencia material y espiritual a los pobres, sobre todo de
una manera personal y a través de visitas. Se optó por una
visión evangélica de los pobres, la búsqueda de la pobreza de
los propios socios y el fomento de la justicia social y del
desarrollo humano, y desde bien pronto gozó del apoyo del papa
Pío IX.
Pero, como decimos, la "cuestión social" suscitó en
la Iglesia, tanto entre clérigos como entre seglares, una
profunda preocupación desde el principio, que deseaba hallar una
solución adecuada, partiendo de la doctrina católica y
superando los males del capitalismo y los defectos de las
propuestas hechas por el marxismo y el anarquismo. No es éste
nuestro tema en realidad, pero sí creemos que al menos hay que
hacer una referencia a él.
Las primeras respuestas doctrinales y prácticas ofrecen ejemplos
como los de las reflexiones hechas en España por pensadores como
Jaime Balmes y Juan Donoso Cortés (sobre quienes se ha debatido
si son los precursores o no del llamado "catolicismo
social" en España), o las de los "socialistas
utópicos" cristianos en Francia. No obstante, es quizá el
obispo Ketteler de Maguncia quien ya se ocupó de un modo más
novedoso del asunto, a partir de 1848, y en 1864 publicó un
libro acerca de La cuestión obrera y el cristianismo, además de
erigir cooperativas de producción y esforzarse por mejorar la
legislación laboral. En Austria aparecieron pronto varias
iniciativas de tipo católico-social, como la del barón de
Vogelsang, y en Italia jugó un papel importante el profesor
Toniolo, de la Universidad de Pisa. En Francia, el conde Albert
de Mun y el marqués de la Tour du Pin dieron lugar en 1871 a los
"Círculos Católicos de Obreros", que en España
habían comenzado a desarrollarse desde 1865 gracias al P.
Vicent, jesuita. En Inglaterra fue el cardenal Manning uno de los
adalides del "catolicismo social", y en Estados Unidos
lo fue el cardenal Gibbons, creador de los "Knights of
Labour".
El nacimiento de una doctrina oficial sobre el tema, la
"Doctrina Social de la Iglesia", tuvo lugar en 1891 con
la encíclica Rerum Novarum de León XIII, que puso en marcha ya
de un modo definitivo y en todo el mundo el fenómeno conocido
como "catolicismo social", del cual partieron numerosas
iniciativas desde entonces: círculos y asociaciones de obreros,
sindicatos católicos, cooperativas, diversas obras sociales,
cajas de créditos, periódicos,
, tanto en el campo como en
la industria y en otras facetas de la economía.
Y llegados al siglo XX, podemos distinguir también toda una
serie de vertientes de la caridad y la atención social. Por una
parte, se mantiene la línea de la asistencia clásica "de
primera mano": limosnas, comedores para indigentes, etc. Por
otro lado, y de un modo importante, se ha continuado incidiendo y
profundizando en la "Doctrina Social de la Iglesia",
sobre todo desde la encíclica Quadragesimo anno de Pío XI
(1931), y a partir de la exposición de la respuesta católica a
estos problemas también ha proseguido la labor del
"catolicismo social": diversos tipos de obras,
sindicatos católicos, etc. Cabe recordar el impulso dado por
algunas personas, como lo hizo en España don Ángel Herrera
Oria, primero periodista seglar de la Asociación Católica
Nacional de Propagandistas nacida gracias a él y al P. Ángel
Ayala, jesuita; más tarde fue sacerdote, obispo y cardenal. En
su primera etapa ya apoyó la Confederación Católico-Agraria y
en los años 30 fundó el Instituto Social Obrero; en 1940 fue
ordenado sacerdote, y entre los años 40 y los 60 creó la
Escuela Social Sacerdotal en Málaga (1948), luego convertida en
Instituto Social León XIII (1952), y promovió el conocimiento y
la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia.
En la segunda mitad del siglo XX, a raíz de las secuelas de un
proceso tan mal llevado a cabo como ha sido la Descolonización,
la Iglesia ha tenido que hacer frente al problema del Tercer
Mundo, impulsando la promoción humana y social en los países
menos desarrollados y la prestación de su ayuda por parte de los
más poderosos, y evitando al mismo tiempo caer en soluciones
heterodoxas como la "Teología de la Liberación",
surgida en América y que supone una mezcla de elementos
cristianos y marxistas.
En la centuria del 1900 también han aparecido nuevos institutos
religiosos con una dedicación caritativa-social, y algunos de
ellos se han orientado plenamente hacia el Tercer Mundo
precisamente, como los "Siervos de los Pobres del Tercer
Mundo", del P. Salerno, agustino. Pero, sin duda, el caso
que sobresale más es el de las Misioneras de la Caridad de la M.
Teresa de Calcuta (1910-97), fundadas por esta pequeña monja
albanesa en 1950 y aprobadas definitivamente por Roma en 1965,
año en el que además comenzaron a fundar fuera de la India
(más en concreto, en Venezuela). Sus tres líneas principales de
actuación, siempre al servicio de "los más pobres de los
pobres", fueron las siguientes: primero, el "Hogar del
Moribundo", la atención a los moribundos para ofrecer una
muerte humana y rodeada de afecto a aquellos que no habían
tenido una vida digna; en segundo lugar, la asistencia a niños
pobres y abandonados; y la tercera faceta, el cuidado de los
leprosos, enfermos totalmente despreciados en la India. Asimismo,
en años más recientes ella y sus religiosas se volcaron en la
atención a los drogadictos y a los enfermos de SIDA, y la Madre
se destacó desde bien pronto además por la lucha contra el
aborto en todo el mundo, sobre todo en Occidente, y la
promoción, como remedio, de la adopción de niños.
El espíritu de la M. Teresa dio lugar al nacimiento de una rama
masculina, los Hermanos Misioneros de la Caridad, del Hno. Andrew
(1963), y de otras ramas contemplativas de la Congregación, así
como a todo un movimiento de Colaboradores (a través de la
oración, la ayuda económica y el ofrecimiento de los
sufrimientos y enfermedades propias). Entre los elementos
característicos de la espiritualidad de la M. Teresa y de su
obra, podemos resaltar el amor cristocéntrico a la persona
concreta, la fuerte unión de oración contemplativa y acción
caritativa, la comunión con el Papa y con la Iglesia, y la alta
valoración del hábito religioso como signo externo de
consagración a Dios.
Después de la Segunda Guerra Mundial surgió en Europa, de la
mano del canónigo regular premonstratense llamado "Padre
Tocino", el P. Werenfried van Straaten, la "Ayuda a la
Iglesia Necesitada", una organización dedicada a apoyar
espiritual y materialmente a la Iglesia perseguida, en especial
por el comunismo, y de un modo aún más particular en los
países del este europeo, si bien tras la caída del "Telón
de Acero", e incluso ya antes, ha ido ampliando mucho su
radio de acción.
Por otra parte, en los últimos años se ha reanudado la
redención de cautivos o esclavos, sobre todo cristianos, en los
países musulmanes donde la esclavitud sigue en plena vigencia
práctica y en los que la población cristiana es muy duramente
perseguida, como Sudán. Los trinitarios y los mercedarios, de
esta manera, han comenzado a volver en gran medida a sus raíces,
por sí mismos o a través de la organización "Solidaridad
Cristiana Internacional".
Hay que añadir a todo esto, que en el siglo XX el papel de los
seglares ha sido también muy importante en todas las labores de
beneficencia por medio de su colaboración o de su propia
iniciativa, tanto en tareas más "de primera mano"
(ayuda en comedores y roperos, limosnas, etc.), como en otras
más típicas del "catolicismo social", o en la
adopción y cuidado de niños pobres y del Tercer Mundo, etc.
En fin, debemos recordar que algunos Estados han mostrado una
clara inspiración católica en su legislación laboral y social,
como el Austria de Dollfuss, el "Estado Novo"
portugués de Oliveira Salazar y la España de Franco. En este
último caso, tanto el "Fuero del Trabajo" de 1938 como
todas las leyes posteriores de este cariz, se elaboraron
siguiendo fundamentalmente dos fuentes: el nacionalsindicalismo
de la Falange y la Doctrina Social de la Iglesia. Y las
realizaciones logradas no dejan de tener relevancia, tal como
demostró un informe de la Organización Internacional del
Trabajo (O.I.T.), perteneciente a la Organización de las
Naciones Unidas (O.N.U.), en el que se concluía que uno de los
dos Estados del mundo donde mayor protección legal se
garantizaba a los trabajadores, era la España del Régimen del
18 de Julio. No hay más que recordar la auténtica
consolidación de la Seguridad Social y todos los demás sistemas
de seguros gracias al ministro Girón, la constitución de las
Universidades e Institutos Laborales para la formación de
obreros cualificados, la labor de repatriación de emigrantes y
el apoyo docente para aquellos que marchaban (fue en esta época
cuando comenzaron a retornar más emigrantes que los que
salieron, frente a lo que muchas veces se cree, y así se
invirtió la balanza anterior), la creación de la O.N.C.E.
(Organización Nacional de Ciegos de España) en plena Guerra de
1936-39, o el apoyo a órdenes como los hospitalarios de San Juan
de Dios, por sólo citar algunos ejemplos.
Conclusiones.
Llegados a las conclusiones, lo que ante todo conviene resaltar
es que la caridad, ciertamente, es la expresión más auténtica
de la fe, y así lo ha entendido la Iglesia católica, siguiendo
las indicaciones de las cartas de San Pablo y Santiago al
respecto, que en puntos anteriores hemos recogido.
Su ejercicio en la Historia ha reflejado ser algo propio de toda
espiritualidad católica, tanto de seglares, como de sacerdotes
seculares y de religiosos consagrados, ya que es a la vez una
manifestación de su fe y una exigencia para todos los cristianos
católicos. Evidentemente, se pueden observar "luces y
sombras" a lo largo de los siglos, pues ha habido bastantes
casos de cristianos que han desatendido a su prójimo necesitado.
Pero, sin embargo, no se puede recriminar esto al conjunto de la
Iglesia, y el balance general de la beneficiencia y la acción
social desarrollada por ésta resulta muy altamente positivo.
Otro elemento que tenemos que señalar es que se han producido
unas constantes en la Historia, unas facetas concretas de la
caridad que se han podido ver con el transcurso del tiempo: una
asistencia "de primera mano", la atención a los
enfermos, la hospitalidad, la lucha contra la usura, etc. No
obstante, han ido conociendo unos altibajos según la evolución
de los acontecimientos y del marco general, y también se puede
ver que, ante problemas nuevos, se han aportado respuestas nuevas
en momentos determinados: así, el nacimiento de las órdenes de
redención de cautivos a finales del siglo XII y principios del
XIII, o el desarrollo de la Doctrina Social de la Iglesia y el
"catolicismo social" en el siglo XIX.
En fin, creemos que no se deben desvincular las ideas de caridad
y justicia social cristianas, y que mantienen una plena
actualidad ante el mundo presente. Asimismo, ante el fenómeno
que hoy se está produciendo, y que nosotros nos atrevemos a
calificar como "moda de la solidaridad", consideramos
que conviene distinguirlo del verdadero sentido de la actuación
de la Iglesia a lo largo de la Historia.
Por un lado, la caridad y la justicia, como virtudes que son, son
hábitos y tienden a una actitud permanente, constante, mientras
que la "solidaridad" que hoy se promueve, distinta del
sentido católico de solidaridad, se concibe más bien como una
tendencia natural humana a una adhesión circunstancial a las
necesidades o las empresas de otro u otros; es decir, hace
referencia a algo circunstancial, pasajero, y en gran medida esto
se confirma porque no deja de tener el carácter de una moda, y
las modas pasan. Así, pues, el primer rasgo que apuntaríamos
sería la poca raíz de este fenómeno, frente al enraizamiento
más profundo que ofrecen la caridad y la justicia social
cristianas.
En segundo lugar, en la práctica se observa una contradicción:
dos de los vocablos que hoy más se utilizan en la sociedad y en
los medios de comunicación, son "solidaridad" y
"competitividad". Por lo tanto, dos términos bastante
contradictorios, pero cuyo sentido se observa las más de las
veces porque se suele producir un sentimiento de
"solidaridad" hacia personas necesitadas que se hallan
muy lejanas de nosotros, y en cambio una actitud de
competitividad hacia nuestro prójimo más cercano.
Y, por último, cada vez resulta más manifiesto que existe
actualmente un auténtico "negocio de la solidaridad"
por parte de muchas empresas multinacionales. Parece claro que el
capitalismo, que es la expresión económica del liberalismo (la
expresión política de éste es la democracia de partidos, y la
expresión filosófica y moral es una forma de relativismo), ha
encontrado una imagen amable en la "solidaridad",
mostrando a los consumidores, a través de la propaganda, la
bondad de sus negocios, por los cuales se destina un 0,7% de sus
ingresos a alguna Organización No Gubernamental (O.N.G.). Cabe,
sin embargo, concluir recordando la discreción que en la caridad
recomendaba el Divino Maestro: "Mirad no obréis vuestra
justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de lo
contrario no tenéis derecho a la paga cerca de vuestro Padre,
que está en los cielos. Por eso, cuando hicieres limosna, no
mandes tocar la trompeta delante de ti, como lo hacen los
hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados
de los hombres: en verdad os digo, firman el recibo de su paga.
Mas cuando tú hagas limosna, no sepa tu mano izquierda lo que
hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto, y tu
Padre, que mira a lo secreto, te dará la paga." (Mt. VI,
1-4).
Santiago Cantera Montenegro
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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