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El proyecto cristiano para Europa.
Juan Pablo II ha advertido lúcidamente a las naciones del continente europeo que aspiran a entrar a formar parte de la Unión Europea (proyecto político en que se ha concretado la comunidad cultural europea) de que no se dejen engañar por la propaganda oficial, que parece condicionar la entrada en la Unión -e incluso la condición de europeidad- a la adopción del relativismo ético y el ateísmo de Estado
La misión de la Iglesia, hoy como hace
XX siglos, no es otra que anunciar la Buena Nueva de la
Redención. En este sentido, el único proyecto cristiano para
Europa es el de la conversión y la santidad, la configuración
de cada hombre con Jesucristo. Ahora bien, el hombre es el camino
de la Iglesia. Y en cuanto que la Iglesia pretende acompañar a
los hombres en su camino espiritual, tiene el deber y el derecho
de indicar a la Humanidad los caminos de Dios en cada una de sus
circunstancias.
Desde el comienzo del proyecto de integración europea, la
Iglesia ha animado y acogido favorablemente la idea de la unidad
del continente. Basta citar, para apreciar esta preocupación de
la Santa Sede por el destino de Europa, los discursos de Pío XII
"Consideraciones en torno a la Unión Europea"(1) y
"El espíritu europeo"(2).
Al hablar de la unificación de Europa, Pío XII señalaba la
necesidad de superar los egoísmos nacionales y los recuerdos de
las guerras entre los distintos países del continente. También
habló este Papa de la posibilidad y conveniencia de una
política exterior conjunta, e incluso llegó a enunciar la
necesidad de una autoridad supranacional, de ámbito europeo,
aunque se entendiera -en un principio- fundada en una delegación
parcial de la soberanía de sus miembros.
Pero, como no podía ser de otra forma, la principal
preocupación de Pío XII se centró en el espíritu que debía
animar la construcción de la nueva comunidad. Y, para Pío XII,
este espíritu no podía ser otro que la fe cristiana, que
constituye la base de la civilización europea y cuya difusión
en el mundo ha sido y es la misión histórica de Europa.
Así, por encima del fin económico y del político, señaló -en
los documentos citados anteriormente- que la Europa unida debía
asumir como misión propia la afirmación y la defensa de los
valores espirituales que en otro tiempo constituyeron el
fundamento de su existencia, y que ella tenía la vocación de
transmitir a las restantes partes de la tierra. La actualización
de este patrimonio cristiano, para Pío XII, se concretaba en
mantener la integridad de las libertades fundamentales de la
persona humana, la función inviolable de la familia y los fines
de la sociedad nacional (el Bien Común y el desarrollo de la
persona), así como garantizar en el ámbito de una comunidad
supranacional el respeto de las diferencias culturales y el
espíritu de conciliación y de colaboración entre todos sus
miembros.
Ya en nuestros días, el actual Pontífice, Juan Pablo II, ha
sido un gran promotor del europeísmo. Es famoso su discurso de
Santiago de Compostela, en el que lanzó a Europa el grito, lleno
de fe y de esperanza, de "Europa, sé tú misma". Desde
entonces, no ha cesado de clamar por la construcción de una
verdadera Unión Europea, en la que haya, sí, una dimensión
política y económica, con una política exterior conjunta,
basada en la solidaridad más que en el egoísmo nacional o
continental. Pero la propuesta de Juan Pablo II va más allá, va
al redescubrimiento de las raíces culturales cristianas, a la
restauración e instauración de una civilización en la que
primen el ser sobre el tener, la persona sobre las estructuras,
la fraternidad sobre la división y el odio.
En consecuencia con esta visión de Europa, el Papa ha insistido
una y otra vez en la necesidad de que la Unión Europea acoja en
su seno a los antiguos países comunistas, situados en Europa
central y oriental. En expresión de Juan Pablo II, es necesario
que Europa respire con los dos pulmones, el de la tradición
occidental o latina y el de la herencia oriental, que hunde sus
raíces en la ortodoxia y en el mundo greco bizantino.
Diez años después de la desaparición del Telón de Acero, es
preciso volver a tomar la medida histórica y cultural de Europa
en su totalidad: del Atlántico a los Urales. Si en parte las
Comunidades Europeas tenían como misión servir de contrapeso a
la URSS en Europa, la desaparición del bloque comunista nos
permite y nos exige construir la unidad europea no sólo como
defensa frente al comunismo, sino como proyecto positivo de
edificación de la casa común del hombre europeo, ese hombre
que, como anteriormente poníamos de manifiesto, se siente
persona.
Además, Juan Pablo II ha advertido lúcidamente a las naciones
del continente europeo que aspiran a entrar a formar parte de la
Unión Europea (proyecto político en que se ha concretado la
comunidad cultural europea) de que no se dejen engañar por la
propaganda oficial, que parece condicionar la entrada en la
Unión -e incluso la condición de europeidad- a la adopción del
relativismo ético y el ateísmo de Estado.
Así, por ejemplo, podemos citar el discurso de Juan Pablo II en
Wloclaweck, el día 7 de junio de 1991. El Papa señalaba que no
hay que "dejarse arrastrar en toda esta civilización del
deseo y del placer, que prevalece en medio de nosotros,
autodenominándose europeísmo, aprovechando los diversos medios
de transmisión y seducción". Al hablar de la entrada de
Polonia en Europa (reflejo del pensamiento del Papa a este
respecto para el resto de las naciones de la Europa central y
oriental), señalaba que "no debemos entrar, puesto que ya
estamos en ella (...), en cierto modo hemos estado siempre y
estamos en Europa. No tenemos necesidad de entrar porque la hemos
construido nosotros y la construimos con mayor esfuerzo que los
demás, a los que se les atribuye, o se atribuyen, ese
mérito".
Esta comunidad de naciones que es Europa se edificará, en
opinión de Juan Pablo II, no sólo con el respeto a sus raíces
cristianas, sino garantizando la democracia participativa y la
libertad religiosa. Al vincular democracia participativa a la
integración europea, el Papa pretende que la Unión Europea
tenga como fundamento un sistema político en el que se estimule
la participación en la construcción del Bien Común europeo
-participación que no se reduce al voto en las urnas, sino que
incluye todas las formas de contribuir al bien de Europa,
principalmente desde la familia y las sociedades intermedias,
así como la defensa del orden moral y de los verdaderos derechos
humanos y de los derechos de la familia3 , así como el respeto
de la libertad religiosa.
Por su parte, el cardenal Ratzinger, al hablar de la
construcción europea, propone cuatro Tesis sobre una Europa
futura (4) .
Primera tesis: Un elemento constitutivo de Europa, a partir de su
origen en la Hélade, es la íntima relación entre la democracia
y la eunomía, de un derecho y una justicia no manipulables.
Segunda tesis: Si la eunomía es el fundamento que da vida a la
democracia, en cuanto antídoto a la tiranía y a la demagogia,
el fundamento a su vez de la eunomía es el respeto, común y
vinculante, por el derecho público, respecto a los valores
morales y a Dios.
Tercera tesis: La renuncia al dogma del ateísmo como presupuesto
del derecho público y de la formación del Estado, e incluso el
respeto públicamente hacia Dios como fundamento del ethos y de
un derecho justo, implica el rechazo de la nación o de la
revolución mundial como summun bonum.
Cuarta tesis: Como constitutivos de Europa hay que reconocer la
aceptación y la garantía de la libertad de conciencia, de los
derechos de la persona, de la libertad científica y, por
consiguiente, de una sociedad humana y libre.
Esta tarea de la construcción europea, esta "herencia que
obliga a los cristianos (5) ", precisa de laicos
comprometidos que la lleven a cabo. Ya lo dijo Pío XII:
"Debemos, pues, preguntarnos: ¿de dónde vendrá el
llamamiento más apremiante a la unidad europea? Vendrá de los
hombres que amen sinceramente la paz, de los hombres de orden y
de calma, de los hombres que -al menos en su intención y en su
voluntad- no están "desarraigados" y que encuentran en
la vida de familia honrada y feliz el primer objeto de su
pensamiento y de su dicha. He aquí los que levantarán sobre sus
espaldas el edificio de una Europa unida. Mientras no se dé
oídos a su llamamiento, no se hará nada durable, nada que esté
a la medida de la crisis actual(6) ".
Fernando Ruiz
1) Discurso a los asistentes al II Congreso Internacional para el
establecimiento de la Unión Federal Europea, 11 de noviembre de
1948.
2) Discurso a los profesores y alumnos del Colegio de Europa,
Brujas, 15 de marzo de 1953.
3)Vid. las conclusiones del II Encuentro de Políticos y
Legisladores de Europa sobre derechos humanos y derechos de la
familia, celebrado en Roma en el mes de octubre de 1998.
Ediciones Palabra, Madrid, 1999.
4) Europa: una herencia que obliga a los cristianos. En Iglesia,
Ecumenismo y Política, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid,
1987.
5) Cardenal Ratzinger, op. cit.
6) Discurso a los asistentes al II Congreso Internacional para el
establecimiento de la Unión Federal Europea, 11 de noviembre de
1948.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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