|
Un apunte sobre la antropología en el pensamiento de Juan Pablo II.
Acaso desarrollar la ascética de la sociedad sea una de las grandes tareas de la Iglesia y de los cristianos de los albores del siglo XXI.
1.. Introducción
Vivimos una época en que a la pregunta ¿qué es el hombre?, se
suele responder tomando en consideración, con exclusividad, lo
que el hombre tiene de material, de animal. Obviamente, el hombre
es "también" un animal, pero no solamente un animal.
"Hasta hace poco, la Antropología ha consistido
-ha dicho Antonio Millán Puelles- en el intento de rebajar
el ser humano a la simple condición de animal".
Os contaré que en mis años de Facultad, tuve un profesor que
explicaba el segundo curso de Derecho Administrativo, que se
llamaba Fuentes y que dedicó el año a impartir una parte de la
asignatura, que es el Derecho de Aguas. El profesor Fuentes
justificaba la atención tan especial que prestaba a esa parte de
su disciplina en razón de su apellido y explicando que el ser
humano consiste, en una proporción muy elevada, en agua.
Lo que en él era una broma, se hace realidad en la Antropología
moderna. Cuenta Antonio Orozco que en el Museo de Historia de
Washington hay una pequeña sala dedicada "al hombre",
en la que se exhiben, en distintas vasijas, los productos que
integran un organismo humano de unos 77 kilos de peso: 40 litros
de agua, 17 de grasa, 4 de fosfato cálcico, 1 y medio de
albúmina, 5 de gelatina, y, en menores cantidades, carbonato
cálcico, almidón, azúcar, cloruro sódico, etc.
Carl Sagan, cuya serie de divulgación, "Cosmos", hemos
tenido la oportunidad de ver en televisión y cuyos libros son de
uso común en muchos colegios, dice:
"yo soy el conjunto de agua, de calcio, de moléculas
orgánicas, llamado Carl Sagan". Tu eres un conjunto de
moléculas casi idénticas, con una etiqueta colectiva
diferente".
¿Es eso el hombre?
Yo me pregunto: ¿es "La Divina comedia" un agregado de
letras, con determinada proporción de aes, determinada
proporción de emes determinada proporción de haches, estampadas
con tinta en un derivado de la celulosa? ¿Nos dice esa
proporción algo acerca de "La Divina Comedia"?
¿Son "Los fusilamientos de la Moncloa" una determinada
proporción de fibras, pigmentos y barnices? ¿Nos dice esa
composición algo acerca de "Los fusilamientos de la
Moncloa"?
Hay quienes, en uso del sentido común, poderosamente alentado
por la gracia divina, vemos que tras aquella proporción de
letras caprichosamente distribuidas e impresas, hay un genio
ordenador, que se llama Dante Aligheri; como vemos que tras la
los pigmentos y barnices estampados en tela, está el genio
ordenador de Goya; y como vemos que, tras la azarosa combinación
de productos químicos que nos ofrece el Museo de Washington,
está el genio ordenador de Dios.
La Antropología que atiende, en exclusiva, a lo que el hombre
tiene de material es, por prescindir de la transcendencia, una
antropología inhumana. Y el pensamiento de Juan Pablo II se
sitúa, desde luego, en sus antípodas.
Como es sabido, el pensamiento del actual Pontífice es complejo,
frecuentemente expuesto en modo circular, de cuño
fenomenológico, de aproximación gradual y metódica a los
temas, con más consideración hacia el fondo al que hacia la
forma. Este pensamiento gradual y circular, es el que voy a tener
al que voy a tener el atrevimiento de intentar presentar de forma
lineal y discursiva.
2. Principios de la
Antropología de Juan Pablo II.-
Juan Luis Lorda, de quien mi intervención es tributaria, al
terminar su "Antropología, del Concilio Vaticano II a Juan
Pablo II" (página 196), concluye que
"se pueden resumir en dos los principios aportados por
el concilio Vaticano II y por el actual Pontífice a la
antropología cristiana. Uno, la imagen de Cristo como Meta y
Fuente en la realización de cada hombre. Otro, la Trinidad como
Meta y Fuente de la comunión de la sociedad".
¿Qué quiere decir esto?.
Cristo como Fuente. Quiere decir, en primer término, que el
punto de partida, el fundamento de la consideración de la
persona humana, es que el hombre es imagen de Dios.
Cristo como Meta. Quiere decir que Cristo revela el hombre al
hombre. Que Cristo mismo es el proyecto para cada hombre, el
punto de llegada, que el destino de la libertad es la
identificación del hombre, de cada hombre, con Cristo: ser otro
Cristo
La Trinidad como Fuente. Quiere decir que en la comunión de los
seres humanos hay un reflejo de la Trinidad Beatísima, y que
comprenderlo es el punto de partida para comprender la sociedad
humana.
Y la Trinidad como Meta. Quiere decir, por último, que el
hombre, cada hombre, no encuentra su plenitud si no es su entrega
a los demás.
3.- El hombre,
imagen de Dios.-
La idea de que el hombre es imagen de Dios pertenece al depósito
de la Revelación:
"Creó pues Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de
Dios lo creó, varón y hembra los creó", se lee en
Génesis 1,27.
De esa verdad revelada extrae Juan Pablo II tres conceptos
relacionados: dignidad, fecundidad y dominio.
Dignidad: "el hombre es el ápice de todo lo creado en
el mundo visible, y el género humano... corona toda la obra de
la creación; ambos son seres humanos en el mismo grado; ambos
fueron creados a imagen de Dios", dice el Papa en
Mulieris Dignitatem, ep. 6.
Fecundidad: "esta imagen y semejanza con Dios, esencial
al ser humano, es transmitida a sus descendientes",
dice el mismo documento pontificio.
Dominio: "el Creador confía el dominio de la tierra al
género humano, a todas las personas", se lee también
en la Mulieris Dignitatem.
Y sobre estas ideas se extendió Juan Pablo II en una Audiencia
General que tuvo lugar el 9 de abril de 1986, afirmando:
3.1. Dignidad.-
Acerca de que el hombre esté hecho a imagen de Dios y que ello
constituya el fundamento de la peculiar dignidad de la persona
humana:
"El hombre se convierte en una expresión particular de
la gloria del Creador..., en esto encuentran fundamento el
particular valor de la vida humana como también todos los
derechos humanos... mediante la creación a imagen de Dios, el
hombre está llamado a convertirse entre las criaturas del mundo
visible en un portavoz de la agonía de Dios y, en cierto
sentido, en una palabra de su gloria".
"La razón más alta de la dignidad humana consiste en la
vocación del hombre a la unión con Dios", había formulado
el Concilio Vaticano II en el epígrafe 19 de la constitución
"Gaudium et Spes".
3.2. Fecundidad.-
Acerca de que en la fecundidad humana haya como una huella de
Dios mismo:
"transmitiendo la vida a sus hijos, hombre y mujer les
dan en heredad esa imagen de Dios que fue conferida al primer
hombre en el momento de la creación".
Así pues, en tanto que transmisora de la imagen divina, la
fecundidad humana está mucho más allá de la fecundidad
puramente animal, de lo que resulta su especial dignidad.
3.3. Dominio.-
Acerca de que en la vocación humana de dominio haya asimismo
huella divina.
"La creación a imagen de Dios constituye el fundamento
del dominio sobre otras criaturas del mundo visible, las cuales
fueron llamadas a existencia con miras al hombre y
""para él".
Y esa vocación de dominar es de un dominio amoroso y cuidadoso,
"porque la creación es un don de Dios y, como tal,
merece respeto".
Los derechos de la persona, a los que sin exageración podemos
calificar de sagrados, son inequívoca consecuencia de ser el
hombre imagen de Dios. O, en expresión tan familiar: la
dignidad, la integridad, la libertad del hombre, resultan ser
consecuencia de ser éste portador de valores eternos.
Está en las revistas del corazón el caso del heredero de una
corona europea que, según cuentan, se ha enamorado de una pobre
muchacha, madre de un niño, cuyo padre es, por lo visto, un
delincuente de baja estofa, drogadicto él, ex drogadicta ella.
Bien poca cosa parece ser la muchacha. Pero ella es en este
momento, en su país, el centro de atención de los políticos,
de los periodistas y de todos los ciudadanos: se ha convertido en
una persona importantísima. Su poquedad se ha realzado por la
mirada amorosa del futuro soberano.
Pues bien, salvando distancias, igual le sucede al alma, a cada
alma humana. Objetivamente, podemos ser, somos, bien poca cosa,
pero el reflejo de la Divinidad, la mirada amorosa de un Dios que
es mucho más grande y poderoso que aquel príncipe, nos alza
hasta convertirnos en verdaderos príncipes de la creación y,
por el bautismo, en verdaderos hijos de Dios.
Contaba el Beato Josemaría Escrivá, cómo, caminando un día
por una calle madrileña, se encontró a sí mismo engallado,
pisando fuerte, al darse cuenta de la inmensa dignidad que
suponía ser hijo de Dios.
Y San Juan de la Cruz dejaba patente la inmensidad a que la que
el Amor divino eleva la poquedad que es el alma humana, al
escribir en el Cántico Espiritual:
"Cuando Tú me mirabas,
su gracia en mí Tus ojos imprimía,
por eso me adamabas,
y en eso merecían
mis ojos adorar lo que en Ti vían.
No quieras despreciarme
que si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme,
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste".
Imagen de Dios. Desde luego, mirada de tejas abajo, bien poca
cosa parece el ser humano. Pero ese ser humano -cada ser humano-
es criatura maravillosa, por ser -permitidme la expresión- un
caprichito de Dios Altísimo.
4.- Cristo revela
el hombre al hombre.-
4.1. La Revelación descubre que el hombre está llamado
a imitar a Cristo.-
La idea de que Cristo manifiesta el hombre al propio hombre es
una de las claves del pensamiento de Juan Pablo II: clave de su
idea de evangelización, quicio de su antropología; y es, por
cierto, anterior a su propio pontificado, aunque no ajena a su
persona, ni nueva en la doctrina de la Iglesia.
Se lee en la Constitución Conciliar "Gaudium et Spes"
(ep. 22) que
"en realidad, el misterio de Cristo sólo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado... Cristo... manifiesta plenamente
el hombre al propio hombre, le descubre la sublimidad de su
vocación".
Curiosamente, esta declaración, que constituye probablemente el
punto más famoso del documento conciliar, procede de la pluma
del entonces monseñor Karol Wojtyla, quien había trabajado,
como padre conciliar, en la elaboración del esquema XIII, que
está en el origen de la Constitución Conciliar, y que fue el
redactor del capítulo conclusivo de la primera parte de la
misma, según confesó el cardenal Garrone a la revista italiana
30 Giorni, en marzo de 1985.
No llega a penetrar en el misterio del hombre ningún pensamiento
antropológico que no cuente con la verdad revelada. La Iglesia
custodia, con el depósito de la fe, una sabiduría sobre el
hombre que no se puede alcanzar en plenitud en ninguna otra parte
fuera de ella. Y es que la definición del hombre no está en el
origen, en Adán, sino en la vocación final, en Jesucristo.
4.2. El pecado como desorden.-
El hombre, como hombre, está ordenado a imitar a Cristo y el
desorden en esa su vocación constituye el pecado.
Declaraba la Gaudium et Spes que:
"al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su
principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin
último, y también toda su ordenación, tanto por lo que toca a
su propia persona como a las relaciones con los demás y con el
resto de la creación".
"La vida es milicia" se lee en la Biblia, en el Libro
de Job. Y bien lo aprendimos hace mucho no pocos de los
presentes, como aprendimos también que toda existencia humana,
de individuo o de pueblo, es una pugna trágica entre lo
espontáneo y lo difícil. Por eso nos resulta evocadora la tan
citada Constitución Conciliar, cuando, en su epígrafe 13 dice
que
"toda la vida humana, la individual y la colectiva, se
presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el
mal, entre la luz y las tinieblas".
Y por ello la salvación de cada uno, o el pecado de cada uno,
aunque sea, como es, personal, tiene también un carácter
cósmico, en cuanto afecta a todas las realidades del mundo.
En esta visión del pecado como desorden ven algunos una impronta
de la filosofía personalista, en concreto de Emmanuel Mounier:
eximio pensador y extravagante político que acuñó no pocos
conceptos que no nos son ajenos, como el de "desorden
establecido", o la aspiración a la "primacía de lo
espiritual".
5. La comunión de
los seres humanos, reflejo de la Trinidad Beatísima.-
5.1. Las relaciones intratrinitarias.-
Decir que voy a intentar explicar el misterio de la Santísima
Trinidad no sólo sería una herejía: sería, además, una
perfecta memez. Si hay un misterio impenetrable, es este de la
Santísima Trinidad. Pero, para intentar acercarnos a saber qué
es eso que nos dice Juan Pablo II de que la comunión de los
seres humanos es reflejo de la Trinidad Beatísima, encuentro
preciso intentar, al menos, escudriñar el misterio.
Sin pretender entender lo que por su naturaleza es, en nuestro
estado actual, ininteligible, los inquietos teólogos han
intentado avizorar unas y otras facetas de este misterio. Y se
han preguntado por las relaciones que sostienen entre sí las
tres Personas de la Trinidad Beatísima que, siendo Dios cada una
de ellas, no son tres dioses, sino un solo Dios verdadero.
Explican los teólogos que la distinción entre las tres Divinas
Personas se basa en la relación que existe entre ellas. E
intentaremos seguirles de la mano de un buen divulgador, Leo J.
Trese.
Si el concepto que Dios tiene de Sí mismo ha de ser, por la
propia inmensidad de Dios, un pensamiento infinitamente completo
y perfecto, ese pensamiento tiene que incluir la existencia, ya
que el existir es de la naturaleza de Dios. O, dicho de otro
modo, si la realidad de las cosas es la idea que Dios tiene de
las mismas, la idea que Dios tiene de Sí es Dios mismo. La
imagen que Dios tiene de sí mismo, la Palabra silenciosa con que
Dios se expresa eternamente a Sí mismo, debe tener una realidad
propia, distinta. Y a este Pensamiento vivo en que Dios se
expresa a Sí mismo, le llamamos Dios Hijo.
Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo; y Dios Hijo es la
expresión del conocimiento que Dios tiene de Sí.
La contemplación mutua de las Personas Divinas de Dios Padre y
de Dios Hijo, mueve (hablando en términos humanos e imprecisos
de Quien es infinito e inefable) a un acto de amor recíproco e
infinito. Y dado que el amor de Dios a Sí mismo, como el
conocimiento de Dios de Sí mismo, son de la misma naturaleza
divina, resulta ser un Amor vivo. Y a este Amor vivo
infinitamente perfecto e intenso que fluye del Padre y del Hijo,
es al que llamamos Dios Espíritu Santo.
Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo.
Dios Hijo es la expresión del conocimiento de Dios de Sí mismo.
Dios Espíritu Santo es el resultado del amor de Dios a Sí
mismo.
Y las tres Personas son un solo Dios, con igualdad infinita,
basada en la única naturaleza divina que las tres poseen. Y ello
de tal modo que, aunque los hombres -no sin fundamento en la
Escritura- atribuyamos a cada Persona ciertas obras, ciertas
actividades, que nos parecen más apropiadas a una o a otra
Persona divina (la generación del Hijo se atribuye al Padre, la
creación y la redención se atribuyen a Dios Hijo, y la
santificación y el consuelo se atribuyen a Dios Espíritu
Santo), lo cierto es que "ad extra", hacia el exterior
de la propia Trinidad, Dios actúa en su unidad, sin merma de la
infinita riqueza de la intimidad de la vida trinitaria.
De estas intuiciones, de estas aproximaciones al Misterio sublime
e incomprensible de la Santísima Trinidad, lo que sí llegamos a
aprehender con claridad es que la relación intratrinitaria es
amorosa en sumo grado.
Y de ese amor admirable e inalcanzable es de donde toma modelo la
comunión entre los seres humanos.
5.2. El amor íntimo de Dios, modelo del relación
humana.-
El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, está llamado a
relacionarse con los demás hombres siguiendo el modelo de esas
amorosísimas procesiones intratrinitarias.
El hombre es, por su naturaleza, un ser relacional, de tal manera
que las relaciones interpersonales pertenecen al propio
"ser" del hombre. Ser persona es ser un sujeto capaz de
relaciones. Por eso, la imagen de Dios que se da en cada hombre
en particular, se da también en las relaciones humanas de
comunión de amor:
"El hecho de que el ser humano, creado como hombre y
mujer, sea imagen de Dios no significa solamente que cada uno de
ellos individualmente es semejante a Dios como ser racional y
libre; significa además que el hombre y la mujer, creados como
unidad de los dos... están llamados a vivir una comunión de
amor que se da en Dios", dice en Mulieris Dignitatem,
7,1.
Y añade:
"esta unidad de los dos... significa que en la creación
del hombre se da también una cierta semejanza con la comunión
divina".
Esa comunión de amor que se da en Dios, que es la plenitud del
amor propia de las procesiones intratrinitarias, es el tipo y el
modelo de la comunión a la que están llamados los hombres.
Acaso prefigurara esta comunión el emperador Marco Aurelio
cuando, en sus "Meditaciones" aseguraba que
"lo que no beneficia al enjambre, tampoco beneficia a la
abeja".
En el prototipo de la vida trinitaria como modelo de la relación
humana, igual que en tener a Jesús como paradigma de la
existencia humana, late una aspiración que es, en su plenitud,
inalcanzable, del mismo modo que. la llamada universal a la
perfección ("Sed perfectos como perfecto es el Padre")
no consiste, como agudamente observó Unamuno, en que logremos
materialmente la identificación con el modelo, sino en que
consumamos la vida en intentarlo.
6. El hombre
encuentra su plenitud en su entrega a los demás.-
6.1. Dios es Amor, y el hombre está llamado a imitarle.-
Es de sentido común que el hombre no puede vivir sólo, y que si
algún Robinson subsiste en alguna isla remota es porque pone en
práctica los conocimientos y destrezas que adquirió cuando
vivía en sociedad. Pero el hombre necesita de los demás no
sólo para poder vivir, para aprender, o para alimentarse:
necesita de los demás para realizarse como hombre.
El hombre no sólo precisa de la acogida de los demás hombres,
sino que es un ser social porque, reflejo de la imagen de Dios,
está ordenado a amar él mismo a sus semejantes.
Dice Juan Pablo II, en "Familiaris Consortio" (11,1),
que
"Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza:
llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo
tiempo al amor. Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de
comunión personal de amor. Creándola a su imagen y
conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la
humanidad del hombre y de la mujer la vocación y
consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de
la comunión. El amor es, por tanto, la vocación fundamental e
innata de todo ser humano".
Otra vez aquí sigue Juan Pablo II a la Gaudium et Spes, en donde
se declaraba (24):
"El hombre, única criatura a la que Dios ha amado por sí
misma, no puede encontrar su propia plenitud sino es en la
entrega sincera de sí mismo a los demás".
6.2. ¿Qué es Amor?.-
Más ¿qué es el amor? Si hay una palabra gastada por el uso y
devaluada por el abuso es ésta de amor.
Amor, el amor cristiano, no es, desde luego, un simple
"sentir", ni una inclinación espontánea de afecto,
sino querer el bien del otro, con un afecto que lleva a la
entrega: una entrega que, cuando es perfecta, es donación.
Y en esto de hablar de amor, como tantos han observado, los
españoles llevamos ventaja sobre los hablantes de otras lenguas;
y es que sólo en español se dice querer a otro, como sinónimo
de amar, y en el querer, en la voluntad, es en donde se
residencia lo más auténtico del amor. El amor cristiano, sea
amor a Dios, sea uno de los muchos amores humanos legítimos y
santos, no es inclinación afectuosa, ni arrebato sentimental,
sino que es, sobre todo, "querer", con la voluntad,
aunque el sentimiento se declare en huelga. Querer. Querer al
marido, o a la mujer, con una voluntad sólida y recia, incluso
cuando el enamoramiento o la pasión se ha desvanecido; querer a
la patria descarriada, que no nos gusta; y querer también a
Dios, incluso cuando llega la noche oscura, que dicen los
místicos, y no se experimenta ningún consuelo.
Querer la entrega propia al otro, a los otros, y, en perfección,
querer la propia donación.
Se puede vivir sin amar, sin entregarse, sin darse. Y ¿quién no
ha pecado alguna vez de egoísmo, que eso y no otra cosa es el
desamor? Pero, por ser esencial al hombre, la existencia
desamorada no es humana. Y Dios nos guarde de ella.
Epílogo.-
Recapitulando, cuatro toques de atención:
El hombre es imagen de Dios:
Llamada a sentar sólidamente la inmensa grandeza, la inalienable
dignidad, los sagrados derechos del hombre, en su calidad de
reflejo de Dios mismo.
Cristo revela el hombre al hombre:
Llamada a la evangelización, a presentar a Cristo a quienes no
creen en Él, poniéndolo en relación con sus aspiraciones más
hondas. Y la evangelización es tarea de cada cristiano.
Llamada a los cristianos, a cada cristiano, a buscar la
identificación con Cristo, a la santidad. Y todos los llamados
están llamados a la santidad: no solo los frailes, curas o
monjas.
La comunión de las personas como reflejo y meta de la Trinidad:
Urge que la pedagogía de la caridad no se quede en retórica. La
Iglesia tiene una experiencia multisecular de ascética de la
persona, de transformación del hombre hacia la santidad. Pero no
tiene igualmente desarrollada una ascética de la sociedad, de
transformación de la sociedad, por la caridad, hacia la
comunión. Y acaso desarrollar la ascética de la sociedad sea
una de las grandes tareas de los cristianos de los albores del
siglo XXI.
José-Ramón López Créstar
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.