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La Doctrina Social de la Iglesia frente al Capitalismo.
Frente a algunos liberales doctrinarios, que intentan confundir, pretendiendo compatibilizar el Capitalismo y la DSI, las encíclicas de los Papas dejan bien claro, no sólo su diferencia sino su oposición
Alguien tan poco sospechoso de
heterodoxia como el profesor Wilhelmsen ha escrito que en el
siglo XIX "el desfile intolerable de damas liberales y
de sus maridos que, vestidos de levita y chistera, iban a misa
todos los domingos y ultrajaban el sentido de justicia de los
desposeídos" ayudó "a la propaganda
comunista, que se empeñaba en identificar el liberalismo con el
cristianismo". "Era un cristianismo muy
cómodo". "El liberalismo ya había borrado lo
religioso de la vida pública". "La fe se retiró de
los rincones del alma no tocados por la vida pública. La
religión se redujo a la beatería, un fenómeno típicamente
liberal. Muchas familias, cuyo bienestar dependía del robo de
los bienes de la Iglesia, no faltaban nunca a sus devociones en
la iglesia, domingo tras domingo. Como la conciencia liberal
quería engañarse a sí misma, no es de extrañar que el
comunismo, por haberse dado cuenta de esta mala fe, fuera capaz
de engañar a las masas. ¡Si esto es el cristianismo, entonces,
abajo el cristianismo! Es una lástima tener que decir que aquí
el comunismo tenía razón" (Federico D. Wilhelmsem. El
problema de occidente y los cristianos. 1964)
Al igual que en el siglo XIX, también hoy la Iglesia corre el
grave riesgo de que millones de seres humanos que sufren en el
mundo el yugo de la explotación capitalista, se alejen de ella,
confundidos por la perniciosa propaganda de algunos partidarios
del capitalismo liberal que, en estos momentos en que el
liberalismo económico parece imponerse a escala planetaria,
están empeñados en querer identificar el liberalismo con el
cristianismo, el capitalismo con la Doctrina Social de la
Iglesia, a base de interpretaciones retorcidas, de párrafos del
Magisterio sacados de contexto, y de medias verdades que suelen
ser, realmente, las peores mentiras.
A quienes tal cosa procuran, no les vendría mal releer aquellas
duras palabras que, ya en 1873, pronunciara el Beato Pío IX: "No
faltan algunos que intentan poner alianza entre la luz y las
tinieblas, y mancomunidad entre la justicia y la iniquidad a
favor de las doctrinas llamadas católico-liberales. Los que tal
hacen, de todo punto son más peligrosos y funestos que los
enemigos declarados porque, encerrándose dentro de ciertos
límites, se muestran con apariencias de probidad y sana doctrina
para alucinar a los imprudentes amadores de conciliación, y
seducir a las gentes honradas que habrían combatido el error
manifiesto". En consecuencia, un año después, el
Romano Pontífice animaba a los cristianos a "inculcar
en los ánimos todo cuanto esta Santa Sede tiene enseñado contra
las perversas o cuando menos falsas doctrinas profesadas en
tantas partes, y señaladamente contra el Liberalismo católico,
empeñado en conciliar la luz con las tinieblas y la verdad con
el error".
Más reciente, pero no menos clara, es la advertencia de Pablo VI
en su Octogesima Adveniens, donde, tras rechazar el marxismo,
sigue diciendo: "Tampoco apoya el cristiano la
ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual
sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la
búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las
solidaridades sociales como consecuencias más o menos
automáticas de iniciativas individuales y no ya como fin y
motivo primario del valor de la organización social".
Ignorando todas estas reprobaciones, algunos individuos que se
declaran católicos y al mismo tiempo fervorosos liberales, han
emprendido una especie de "cruzada" propagandística
destinada a cantar las excelencias del sistema capitalista y
sobre todo su presunta afinidad con el catolicismo.
Los valedores del "capitalismo católico", definen el
capitalismo como aquel sistema de organización económica basado
en la propiedad privada, incluso de los bienes de producción;
que utiliza el mecanismo de los precios como el instrumento
óptimo para la eficiente asignación de los recursos; y en el
que todas las personas, libremente, pueden decidir las
actividades que deben emprender, asumiendo el riesgo del fracaso
a cambio de la expectativa de poder disfrutar del beneficio si
éste se produce.
Partiendo de tal definición, para demostrar -siempre según
ellos- que Juan Pablo II es favorable al capitalismo, echan mano
de un párrafo de la encíclica Centesimus Annus (CA), en el que
el Papa afirma: "Si por «capitalismo» se entiende un
sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo
de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la
consiguiente responsabilidad para con los medios de producción,
de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la
respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más
apropiado hablar de «economía de empresa» «economía de
mercado», o simplemente de «economía libre»".
Lo que no dicen es que, a continuación, el Santo Padre aclara:
"Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en
el cual la libertad, en el ámbito económico, no está
encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al
servicio de la libertad humana integral y la considere como una
particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y
religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa".
Por esta razón, advierte el Vicario de Cristo, "se
puede hablar justamente de lucha contra un sistema económico,
entendido como método que asegura el predominio absoluto del
capital, la posesión de los medios de producción y la tierra,
respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre. En la
lucha contra este sistema no se pone, como modelo alternativo, el
sistema socialista, que de hecho es un capitalismo de Estado,
sino una sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en
la participación. Esta sociedad tampoco se opone al mercado,
sino que exige que éste sea controlado oportunamente por las
fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la
satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad".
Como se ve, la primera definición del Papa parece,
aparentemente, muy similar a la dada por los
"liberal-católicos". Ahora bien, hay que tener en
cuenta que los apologistas del liberalismo económico consideran
que el capitalismo vigente en nuestros tiempos a lo largo y ancho
del mundo, aunque perfeccionable, responde a ese primer supuesto,
es decir, puede encuadrarse dentro de la primera de las
afirmaciones del Santo Padre. Y aquí es donde pienso que
incurren -consciente o inconscientemente- en la manipulación de
las palabras pontificias, ya que la realidad es más bien -a mi
juicio y, como veremos más adelante, también según el criterio
del Papa- que, por el contrario, el capitalismo de nuestros días
coincide con el criticado y condenado en la segunda de las
definiciones y, sobre todo, en cuanto se refiere al predominio
absoluto del capital sobre el trabajo.
Así, el mismo Juan Pablo II, en la Solicitudo Rei Socialis
(SRS), reconoce que actualmente "en Occidente existe, en
efecto, un sistema inspirado históricamente en el capitalismo
liberal"; y afirma que "se puede hablar hoy
día, como en tiempos de la Rerum novarum, de una explotación
inhumana"; y que "a pesar de los grandes
cambios acaecidos en las sociedades más avanzadas, las carencias
humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas
sobre los hombres, están lejos de haber desaparecido; es más,
para los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido
la del saber y de conocimientos, que les impide salir del estado
de humillante dependencia". Por todo ello -entre otras
razones- "la doctrina social de la Iglesia asume una
actitud crítica ante el capitalismo liberal". Más
claro imposible.
Por otra parte, no hay más que comparar lo que los abanderados
del "capitalismo católico" entienden por propiedad
privada y mercado libre, con el sentido que la Iglesia atribuye a
esas mismas palabras, para darse cuenta de que, si bien coinciden
los términos, los significados son diametralmente opuestos.
En lo referente al mercado es claro el distanciamiento del
Magisterio con respecto a las teorías liberales. Según la
Centesimus Annus "existen numerosas necesidades humanas
que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de
justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las
necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres
oprimidos por ellas".
"Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de
los bienes colectivos, como son el ambiente natural y el ambiente
humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los
simples mecanismos de mercado".
"He ahí un nuevo límite del mercado: existen
necesidades colectivas y cualitativas que no pueden ser
satisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas
importantes que escapan a su lógica; hay bienes que, por su
naturaleza, no se pueden ni se deben vender o comprar.
Ciertamente, los mecanismos de mercado ofrecen ventajas seguras.
No obstante, conllevan el riesgo de una «idolatría» del
mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su
naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancías".
Con respecto a la propiedad privada, conviene recordar que la
Iglesia no ha dejado de denunciar que, históricamente -y más
aún hoy- han sido y son precisamente los partidarios del
liberalismo quienes, en virtud de la libre concurrencia por ellos
postulada, más han contribuido a destruir la pequeña propiedad
que, ante la competencia del gran capital, tiende a desaparecer,
a ser absorbida y a concentrarse en manos de unos pocos. En la
Mater et Magistra, Juan XXIII, refiriéndose a los tiempos de
Pío XI -en sus días y en los nuestros la situación es todavía
peor-, escribía: "La libre concurrencia, en virtud de
una dialéctica que le era intrínseca, había terminado por
destruirse o casi destruirse a sí misma; había conducido a una
gran concentración de la riqueza y a la acumulación de un poder
económico enorme en manos de pocos, y éstos muchas veces no son
ni dueños siquiera, sino sólo depositarios y administradores,
que rigen el capital a su voluntad y arbitrio".
Y es que, como señalábamos más arriba, media un abismo entre
el concepto de propiedad liberal y el católico.
Para la Iglesia Católica "la propiedad de los medios de
producción, tanto en el campo industrial como agrícola, es
justa y legítima cuando se emplea para un trabajo útil; pero
resulta ilegítima cuando no es valorada o sirve para impedir el
trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto
de la expansión global del trabajo y de la riqueza social, sino
más bien de su compresión, de la explotación ilícita, de la
especulación y de la ruptura de la solidaridad en el mundo
laboral. Este tipo de propiedad no tiene ninguna justificación y
constituye un abuso ante Dios y los hombres" (CA). Es
por ello que el principio cristiano del derecho a la propiedad,
como bien explica la Laborem Exercens (LE), "se
diferencia del programa del capitalismo, practicado por el
liberalismo y por los sistemas políticos que se refieren a él,
en el modo de entender el derecho mismo de propiedad. La
tradición cristiana no ha sostenido nunca este derecho como
absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el
contexto más amplio del derecho común de todos a usar los
bienes de la entera creación: el derecho a la propiedad privada
como subordinado al derecho al uso común, al destino universal
de los bienes".
"Además, la propiedad según la enseñanza de la
Iglesia nunca se ha entendido de modo que pueda constituir un
motivo de contraste social en el trabajo. Como ya se ha recordado
anteriormente en este mismo texto, la propiedad se adquiere ante
todo mediante el trabajo, para que ella sirva al trabajo. Esto se
refiere de modo especial a la propiedad de los medios de
producción. Desde ese punto de vista, pues, en consideración
del trabajo humano y del acceso común a los bienes destinados al
hombre, tampoco conviene excluir la socialización, en las
condiciones oportunas, de ciertos medios de producción".
"Desde esta perspectiva, sigue siendo inaceptable la
postura del «rígido » capitalismo, que defiende el derecho
exclusivo a la propiedad privada de los medios de producción,
como un «dogma» intocable en la vida económica. El principio
del respeto del trabajo, exige que este derecho se someta a una
revisión constructiva en la teoría y en la práctica. En
efecto, si es verdad que el capital, al igual que el conjunto de
los medios de producción, constituye a su vez el producto del
trabajo de generaciones, entonces no es menos verdad que ese
capital se crea incesantemente gracias al trabajo llevado a cabo
con la ayuda de ese mismo conjunto de medios de producción, que
aparecen como un gran lugar de trabajo en el que, día a día,
pone su empeño la presente generación de trabajadores. Se trata
aquí, obviamente, de las distintas clases de trabajo, no solo
del llamado trabajo manual, sino también del múltiple trabajo
intelectual, desde el de planificación al de dirección. Bajo
esta luz adquieren un significado de relieve particular las
numerosas propuestas hechas por expertos en la doctrina social
católica y también por el Supremo Magisterio de la Iglesia. Son
propuestas que se refieren a la copropiedad de los medios de
trabajo, a la participación de los trabajadores en la gestión y
o en los beneficios de la empresa, al llamado «accionariado»
del trabajo y otras semejantes. Independientemente de la
posibilidad de aplicación concreta de estas diversas propuestas,
sigue siendo evidente que el reconocimiento de la justa posición
del trabajo y del hombre del trabajo dentro del proceso
productivo exige varias adaptaciones en el ámbito del mismo
derecho a la propiedad de los medios de producción".
"El mero paso de los medios de producción a propiedad
del Estado, dentro del sistema colectivista, no equivale
ciertamente a la «socialización» de esta propiedad. Se puede
hablar de socialización únicamente cuando quede asegurada la
subjetividad de la sociedad, es decir, cuando toda persona,
basándose en su propio trabajo, tenga pleno título a
considerarse al mismo tiempo «copropietario» de esa especie de
gran taller de trabajo en el que se compromete con todos. Un
camino para conseguir esa meta podría ser el de asociar, en
cuanto sea posible, el trabajo a la propiedad del capital y dar
vida a una rica gama de cuerpos intermedios con finalidades
económicas, sociales, culturales: cuerpos que gocen de una
autonomía efectiva respecto a los poderes públicos, que
persigan sus objetivos específicos manteniendo relaciones de
colaboración leal y mutua, con subordinación a las exigencias
del bien común y que ofrezcan forma y naturaleza de comunidades
vivas; es decir, que los miembros respectivos sean considerados y
tratados como personas y sean estimulados a tomar parte activa en
la vida de dichas comunidades".
Aquí vemos apuntada otra profunda diferencia entre los que
postulan el capitalismo y las enseñanzas de la Iglesia.
Aquellos consideran que el fracaso del colectivismo marxista, y
su estrepitosa caída demuestra que no existe otra opción
económica más justa y eficaz que el liberalismo económico.
Para ellos cualquier alternativa al capitalismo tiene que ser
irremediablemente un socialismo más o menos encubierto, como el
comunismo, la socialdemocracia, o el llamado Estado del
bienestar. No conciben otra forma de socialización que aquella
que atribuye al Estado la propiedad de los medios de producción,
o su control por medio de la presión fiscal.
Sin embargo, el Papa, denuncia esa postura maniquea, advirtiendo
que "queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación
de que la derrota del socialismo deje al capitalismo como único
modelo de organización económica".
"Ingentes muchedumbres viven aún en condiciones de gran
miseria material y moral. El fracaso del sistema comunista en
tantos Países elimina ciertamente un obstáculo a la hora de
afrontar de manera adecuada y realista estos problemas; pero eso
no basta para resolverlos. Es más, existe el riesgo de que se
difunda una ideología radical de tipo capitalista, que rechaza
incluso el tomarlos en consideración, porque a priori considera
condenado al fracaso todo intento de afrontarlos y, de forma
fideísta, confía su solución al libre desarrollo de las
fuerzas de mercado" (CA).
"Tras el derrumbamiento del edificio ideológico del
marxismo-leninismo en los antiguos países comunistas, no se
detecta tan sólo una pérdida de la orientación, sino también
un apego ampliamente extendido al individualismo y al egoísmo
que caracterizaban y siguen caracterizando a Occidente.
Semejantes actitudes no pueden transmitir al hombre un sentido de
la vida y darle esperanza. Todo lo más, pueden satisfacerlo
temporalmente con lo que él interpreta como realización
individual. En un mundo en el que ya no existe nada
verdaderamente importante, en el que puede hacerse lo que se
quiera, existe el riesgo de que principios, verdades y valores
trabajosamente adquiridos en el curso de los siglos queden
frustrados por un liberalismo que no deja de extenderse cada vez
más" (Juan Pablo II, Discurso a los obispos alemanes
de las provincias eclesiásticas bávaras en visita "ad
limina" 4-12-92).
Es evidente, a la luz de estas últimas palabras, que la
indiscutible y evidentemente intrínseca perversidad del
comunismo no hace bueno al capitalismo liberal. Y además no hay
que olvidar que, como ya dijera Pío XI en su Divini Redemptoris,
fue el liberalismo el que preparó el camino al socialismo:
"Para comprender cómo el comunismo ha conseguido que
las masas obreras lo hayan aceptado sin discusión, conviene
recordar que los trabajadores estaban ya preparados por el
abandono religioso y moral en el que los había dejado la
economía liberal".
Pero además, Juan Pablo II propugna -como acabamos de leer-,
frente al reduccionismo, escepticismo y desconfianza de los
liberales, la invención y adopción de modelos de socialización
que asignen la propiedad de la empresa y de la tierra, no
exclusivamente al capital o al Estado, sino al trabajador; es
decir, modelos de socialización que no sólo no atentan contra
la propiedad privada, sino que contribuyen a su difusión y
universalización; sitúan al trabajo en una posición de
prioridad frente al capital, dejando de ser una mera mercancía
para pasar a ser el protagonista de la economía; y tienden a
sustituir el salariado por la participación de los trabajadores
en los beneficios, la gestión y la propiedad de la empresa en la
que aportan su esfuerzo físico, intelectual o directivo.
Postulados, todos estos, reiteradamente recomendados por la
Iglesia Católica desde León XIII.
Pío XII - y aquí también se puede apreciar una honda
divergencia entre liberalismo y catolicismo en cuanto al papel
del Estado en la economía- no tenía reparo en enseñar que
"el Estado puede, en el interés común, intervenir para
reglamentar su uso, [el uso de la propiedad] o incluso, si no se
puede proveer equitativamente de otro modo, decretar la
expropiación, dando la indemnización conveniente. Para
idéntico fin, deben ser garantizadas y fomentadas la pequeña y
media propiedad en la agricultura, en las artes y oficios, en el
comercio y en la industria; las uniones cooperativas deben
asegurarles las ventajas de la gran hacienda; donde la gran
empresa aun hoy se manifiesta más productiva, debe ofrecerse la
posibilidad de suavizar el contrato de trabajo con un contrato de
sociedad".
"Por otra parte, -según Juan XXIII en la Mater et
Magistra (MM)- la acción de los poderes públicos en favor
de los artesanos y los cooperativistas halla su justificación,
además, en el hecho de que unos y otros son portadores de
genuinos valores humanos y contribuyen al progreso de la
civilización".
"Además, moviéndonos en la dirección trazada por
Nuestros Predecesores, también Nos consideramos que es legítima
en los obreros la aspiración a participar activamente en la vida
de las empresas, en las que están incorporados y trabajan".
"Una concepción humana de la empresa debe, sin duda,
salvaguardar la autoridad y la necesaria eficacia de la unidad de
dirección; pero no puede reducir a sus colaboradores de cada
día a la condición de simples silenciosos ejecutores, sin
posibilidad alguna de hacer valer su experiencia, enteramente
pasivos respecto a las decisiones que dirigen su actividad".
"Conviene, por último, recordar que el ejercicio de la
responsabilidad, por parte de los obreros, en los organismos de
producción, responde a las legítimas exigencias propias de la
naturaleza humana".
"No basta afirmar el carácter natural del derecho de
propiedad privada, incluso de los bienes de producción, sino que
también se ha de propugnar insistentemente su efectiva difusión
entre todas las clases sociales".
¿Estarían dispuestos los "católicos" liberales a
proponer a los empresarios capitalistas que ofrezcan a sus
trabajadores la posibilidad de asociarse como copropietarios de
la empresa? ¿Qué mejor forma de defender la propiedad y la
libre iniciativa? ¿Cómo reaccionarían si el Estado, -que
según ellos no debe apenas intervenir en la economía más que
creando un marco jurídico adecuado para el funcionamiento del
sistema- arbitrase los medios conducentes a ofrecer dicha
posibilidad a los trabajadores, como sugería Pío XII?
Por último, en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America,
Juan Pablo II condena severamente el neoliberalismo con estas
palabras: "Cada vez más impera un sistema conocido como
«neoliberalismo»; sistema que haciendo referencia a una
concepción economicista del hombre, considera las ganancias y
las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de
la dignidad y del respeto de las personas y los pueblos. Dicho
sistema se ha convertido, a veces, en una justificación
ideológica de algunas actitudes y modos de obrar en el campo
social y político, que causan la marginación de los más
débiles. De hecho, los pobres son cada vez más numerosos,
víctimas de determinadas políticas y de estructuras
frecuentemente injustas".
Dos décadas antes Pablo VI ya había dado la voz de alarma ante
las primeras manifestaciones de este "nuevo"
liberalismo: "Se asiste a una renovación de la
ideología liberal. Esta corriente se apoya en el argumento de la
eficiencia económica, en la voluntad de defender al individuo
contra el dominio cada vez más invasor de las organizaciones, y
también frente a las tendencias totalitarias de los poderes
políticos. Ciertamente hay que mantener y desarrollar la
iniciativa personal. Pero los cristianos que se comprometen en
esta línea, ¿no tienden a su vez a idealizar el liberalismo,
que se convierte así en una proclamación de la libertad? Ellos
querrían un modelo nuevo, más adaptado a las condiciones
actuales, olvidando fácilmente que en su raíz misma el
liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la
autonomía del individuo en su actividad, sus motivaciones, el
ejercicio de su libertad. Por todo ello, la ideología liberal
requiere también, por parte de los cristianos, un atento
discernimiento" (Carta Apostólica Octogesima
adveniens).
En conclusión; como dicen las Orientaciones para el Estudio y
Enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia, de la
Congregación para la Educación, el catolicismo "no se
deja dominar por las implicaciones socio-económicas de los dos
principales sistemas, capitalismo y socialismo, sino que se abre
a una nueva concepción".
Por eso no es admisible la pretensión de unos pocos de querer
justificar su incoherencia, su acomplejamiento, su falta de
imaginación personal o la desesperada salvaguardia de oscuros
privilegios e intereses privados, tergiversando a su antojo el
Magisterio de la Iglesia para acercarlo a sus particulares
planteamientos político-económicos. Hay que tener en cuenta,
según la Congregación para la Educación, que "el
análisis sociológico no siempre ofrece una elaboración
objetiva de los datos y de los hechos, en cuanto que, ya en el
punto de partida, puede encontrarse sujeto a una determinada
visión ideológica, o a una estrategia política bien precisa".
Es lo que ocurre con el análisis marxista, pero "éste
peligro de la influencia ideológica sobre el análisis
sociológico existe también en la ideología liberal que inspira
el sistema capitalista; en él los datos empíricos están
frecuentemente sometidos, por principio, a una visión
individualista de la relación económico-social, en contraste
con la concepción cristiana".
"No se puede encerrar ciertamente el destino del hombre
entre estos dos proyectos históricos contrapuestos, pues sería
contrario a la libertad y a la creatividad del hombre".
Es evidente, pues, que la Doctrina Social de la Iglesia no sólo
no es favorable al capitalismo sino que, como bien decía el
Breviario de Pastoral Social de la Comisión Episcopal de
Doctrina y Orientación Social en 1959, "la Iglesia lo ha
reprobado como contrario al derecho natural".
José María Permuy Rey
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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