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Portada revista 52

La nueva ideología ya vence, el consumismo Indice de Revistas Las Filipinas en busca de su identidad hispana.

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Instalados en la derrota. Cuando los acomplejados "conservadores" buscan la coartada "progresista".

La cobardía moral de los "bienpensantes"  no solo paraliza la reacción sino que les hace cómplices de los que atacan el orden natural y los valores de la civilización

Ocurrió en San Sebastián, pero podía haber ocurrido en cualquier otra ciudad de España. Es decir: si se tiene en cuenta el código de contramoral ya plenamente establecido, es lógico suponer que esta clase de incidentes puedan ocurrir en cualquier ciudad de España.

Dos hombres estaban besándose públicamente en un establecimiento, lo que ocasionó expulsión de uno de ellos (se supone que el que más escándalo causaba) por parte del guardia de seguridad, quien avisó al portero que no volviese a admitir a homosexuales en el local.

Esta actitud que hace años hubiese sido normal y bien aceptada por todos, le va a costar al dueño del establecimiento una fuerte multa que oscilará entre un cuarto de millón y cinco millones de pesetas; y si hay reincidencia podrán cerrarle el local durante un año. Esta ha sido la consecuencia de la denuncia interpuesta por el afectado ante el Ayuntamiento. También ha recurrido a la vía judicial.

Se da el caso de que la concejalía de Cooperación y Tolerancia del Ayuntamiento es la que gestiona la tramitación de las denuncias de estas infracciones para castigarlas "mediante las herramientas precisas que el ordenamiento jurídico pone a su disposición para combatir la homofobia" y, en consecuencia, ha abierto el expediente sancionador. Y se da el caso de que la concejala que está al frente pertenece al partido conservador.

La apuesta que este partido (mal definido como conservador, pero con un electorado que sí lo es y que le vota por no tener otra opción) ha hecho por la homosexualidad es clara y rotunda. Preguntémosles, si tenemos dudas, a Alonso, alcalde de Vitoria, a Zaplana, presidente de la Comunidad de Valencia, a Ruiz Gallardón, etc.

Hay dos motivos para esta especie de profesión de fe. Por un lado, se consigue atraer el voto de la comunidad homosexual. Esto es esencial para los políticos democráticos, quienes han erigido el voto como referente supremo de toda conducta. Pero el segundo motivo es más importante, pues el número de homosexuales es reducido, por mucha fuerza y presencia que tenga la comunidad homosexual en determinados ambientes. El segundo motivo consiste en que así se adquiere algo como una coartada, un salvoconducto, un disfraz. De lo que se trata es de demostrar que se es tan progresista como el que más. De lo que se trata es huir de toda aquella actitud que pudiera calificarse de reaccionaria, retrógrada o fascista. Y ¿qué mejor demostración de progresismo que hacer causa común con los sodomitas?

Y digo que esta orientación es una coartada, un salvoconducto o un disfraz, porque los políticos que así obran en este mal llamado partido conservador, por sus antecedentes familiares, por su educación, y hasta por su íntimo pensar, no debieran seguir esa línea de actuación, sino otra muy contraria. Pero se colocan la careta del progresismo para salvarse de toda crítica, y piensan que así están al día, de acuerdo con las corrientes predominantes en el extranjero, y que esta es la mejor manera de conseguir votos. Ya lo dijo su presidente no hace mucho con su pose de estadista y su voz engolada: "La nostalgia de los valores del pasado es un error que no puede conducir a buen puerto". Naturalmente, el "buen puerto" consiste en la victoria electoral. Lo que no dijo es que se puede vencer electoralmente pero ser derrotado moralmente. Y esto ocurre cuando se traicionan las convicciones propias para adoptar las del contrario para ganarle por la mano. Se produce entonces una derrota moral, y cuando se asume ésta con satisfacción porque a cambio se han ganado las elecciones, el resultado es un innoble instalarse en la derrota. El progresismo es creación de la izquierda marxista o liberal, y cuando en vez de combatirlo se le asume como propio, resulta que es la izquierda la que gana aunque pierda electoralmente.

Esta coartada progresista exige también obligadamente atacar al clero. Y así se hace periódicamente. Aunque la apuesta sodomítica supone ya por sí misma, no sólo un ataque al clero y a la Iglesia, sino al mismo Evangelio y la Religión. Pero yo me refiero a ataques explícitos y directos, como cuando se ha reprochado a la Iglesia ambigüedad a la hora de condenar el terrorismo. Esto se ha hecho en las ocasiones en que ha convenido. Y resultaría cómico, si no fuese trágico, observar cómo el estamento clerical, tan acomplejado y tan dispuesto a disfrazarse y traicionar su doctrina como la clase conservadora española, recibe los fustazos de ésta como chivo expiatorio.

Esto se comprobó durante la reciente visita de D. Juan Carlos de Borbón a la Conferencia Episcopal. Al rey se le llenó de elogios como rey católico, tutelador de la Iglesia y mantenedor de la tradición católica. Como era de esperar en personas sumisas al progresismo dominante, no hubo ni una palabra sobre la matanza de inocentes mediante el aborto (50.000 cada año, 500.000 en total), sobre la droga, la descristianización vertiginosa, la destrucción de la familia tradicional (redundancia pues es la única), la pornografía, etc.

El rey contestó también con gran cortesía y elogios. Pero... llegado el momento oportuno, con la autoridad moral que todos conocemos, y, siguiendo las directrices del partido gobernante, insistió en que la Iglesia tenía que condenar el terrorismo sin ambigüedades. Fué el fustazo del amo. Los lametones se aceptan, pero hasta cierto punto. Fué un fustazo de aviso del gobierno.

¿Qué significa esto? Sencillamente, que la clase conservadora española teme como al diablo a la izquierda y a los medios de comunicación que ésta controla, que son la mayoría. Y piensa que ha de ponerse el disfraz progresista por encima de todo, aún de sus propias convicciones íntimas. En consecuencia, ha de fustigar a la Iglesia (con motivo del terrorismo y otros), permitir el aborto, el divorcio, la pornografía, etc... y defender apasionadamente la sodomía.

Se dirá con cierta razón que esta derecha española no es una derecha conservadora sino liberal. Pero es que ni siquiera admitiendo esto cuadran las cosas. Aparte de que cuenta con prácticamente todo el electorado conservador al que debería satisfacer en vez de traicionar, una derecha liberal no tendría que haber llegado a los extremos de permisivismo progresista, de sumisión al progresismo, a que ha llegado. Pues en algo debería distinguirse una derecha liberal de la izquierda liberal representada por el actual socialismo. Pero la clase gobernante quiere eliminar todo distingo, y esto es una anomalía que apunta a una íntima derrota del pensamiento propio, así como la asunción del ajeno; con lo que éste va ganando la partida por mucho que se pierdan elecciones.

Todo va expresando esa derrota moral. Como cuando se declara que se admira a Manuel Azaña y se sigue su pensamiento. Es decir, el pensamiento de un republicano de izquierdas, aliado de los bolcheviques socialistas y comunistas (pues en aquella época los socialistas eran tan bolcheviques como los comunistas, algo que no habría que olvidar) y que coadyuvó a la tragedia final en un papel protagonista.

O como cuando se bautizan lugares públicos con figuras señaladas de la izquierda.

O se subvencionan películas de mensaje izquierdista sobre la contienda civil.

Y un largo etcétera. Todo en la misma dirección. En la dirección de abominar de los valores tradicionales y abrazar el progresismo.

Y cuando lo hacen, cuando atacan a la Iglesia, o bien sancionan a los homófobos, o se muestran apasionadamente indulgentes con cualquier perversidad o crimen, hay que ver con qué complacencia exhiben su postura, como quien está demostrando incontrovertiblemente que sus credenciales son auténticas y con esto queda a cubierto de toda crítica.

Pero alcanzan un éxito mediano nada más. Porque si esperaban que sus contrarios cesaran en sus tan socorridos insultos, bien pronto salen de este error. La palabra "fascista", la más temible de la ristra habitual de improperios, siempre está en la punta de los labios de los progresistas de izquierda. Y no iban a renunciar a ella por mucho que los conservadores les hayan robado ideas y hasta ideología en relación con la moral y las costumbres. Pues esto les enfurece aún más. Una y otra vez los acosan con sus descalificaciones, y pasado algún tiempo, la presa tiene que volver a justificarse. Tiene que demostrar que no es "fascista" sino todo lo contrario. Atacará a la Iglesia con motivo del terrorismo u otro cualquiera, dará vía libre a los más repugnantes programas televisivos, volverá a la carga contra los homófobos, estudiará la legalización de los matrimonios entre homosexuales, etcétera. Pues de lo que se trata es de ganar las elecciones y piensan que esta es la dirección correcta, ya que "la nostalgia de los valores del pasado es un error que no puede conducir a buen puerto".

Pero se puede salir victorioso de unas elecciones y estar derrotado moralmente, y esto es lo que ocurre por desgracia. Y el estruendo del triunfo externo quizás no impida que algunos sientan en su silencio interior la herida de la derrota espiritual.

Ignacio San Miguel



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