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Aproximaciones al carlismo: el movimiento de un pueblo católico por su rey.
¿Cómo definir al carlismo? ¿cómo explicar su aparente, hasta hace unos años pues vuelve a resurgir tímidamente, rápido declive y casi absoluta desaparición?. En este breve ensayo, a partir de algunos recuerdos personales, se realiza una aproximación a la cuestión, apuntando hacia algunos elementos de una teoría explicativa de todo ello.
Siendo el carlismo expresión de un
movimiento popular extraordinario, fundamental para la historia
de España, hemos querido reflexionar en torno al mismo, buscando
algunas claves que nos permitan comprender mejor una historia de
la que todos los españoles somos, en alguna medida, tributarios.
Para la historiografía dominante, el carlismo ha sido un
movimiento contrarrevolucionario orientado hacia la guerra civil.
Con resultados contradictorios con el planteamiento ideológico y
apriorístico anterior, un grupo de jóvenes historiadores, a los
que encontramos en gran medida en torno a la revista de historia
contemporánea Aportes, viene realizando diversas
investigaciones de consecuencias sorprendentes.
Pero ese prejuicio lo encontramos, también, en ámbitos de la
Iglesia, que ignoran, con su silencio, que fueron carlistas
muchos de los alumnos aventajados de la, en su día, novedosa
Doctrina Social católica de León XIII, lo que se concretó en
sindicatos, cooperativas, editoriales, mutualidades y obras
sociales de variado signo y alcance. Y ello sin olvidar que un
grupo significativo de los "mártires de la guerra civil
española", beafitificados en los últimos años, eran
carlistas.
Recuerdos de
familia.
Al inicio de este breve artículo, era inevitable nos afloraran
antiguos recuerdos, imágenes del Montejurra de 1975. Con 14
años recién cumplidos acudimos, con parte de nuestra familia, a
las laderas de Ayegui. Una larga fila de boinas rojas serpenteaba
por el Vía Crucis del Montejurra. Ascendimos después hasta la
cumbre por el camino y, después, a comer a Estella. Aquel
espectáculo nos fascinó. Muchísima gente joven viviendo un
espíritu común. Sin apenas entender lo que aquello implicaba,
sentíamos la fuerza y el atractivo de una compañía humana que
compartía unos ideales y un modo de vida.
Pero son bastantes más los recuerdos que traen a nuestra memoria
el carlismo.
Nuestra madre narró, en varias ocasiones, sus remotos recuerdos
de aquel lejano julio de 1936. Varios camiones recorrían el
navarro Valle de Ollo, cargando con los voluntarios requetés que
partían hacía Pamplona con sus boinas rojas. Uno de ellos era
nuestro tío, Iluminado Oroquieta, quien en una de sus cartas
narraba cómo la Virgen del Pilar había obrado un milagro al
impedir que explotaran unas bombas. Desapareció en el frente de
Aragón y nunca se llegó a saber con certeza que fue de él. Su
nombre figura entre los miles recogidos en el "Monumento
de Navarra a sus muertos en la Cruzada" de Pamplona.
Algunos años después nos preguntó, angustiada, si era cierto
que los nacionales habían realizado tantos fusilamientos en
Navarra, tal como una señora del barrio le había asegurado.
Ante la respuesta, su reacción fue: "Pero entonces, mi
hermano... ¡él luchó en el frente!".
A primera hora de una tarde de primavera de 1974 arrojaron una
enorme cantidad de panfletos en el patio del Colegio de los
Hermanos Maristas de Pamplona, donde cursábamos estudios,
firmados por el Partido Carlista. "¡Ha sido M...!",
proclamaron algunos; pero no podíamos entender que M
, un
chaval de 13, años pudiera dedicarse a aquellas labores. Con los
años él mismo, ya decepcionado por el partido, nos confirmó su
participación
En 1975 depositaron, con destino a la venta, una veintena de
ejemplares del libro de Felio A. Vilarubias "El carlismo
en el ser de España", en la librería de nuestro
padre, situada en el segundo ensanche pamplonés. "Se
venderá muy bien", le dijeron. Pero, por el contrario,
el libro apenas tuvo aceptación; tal vez un indicio de que
Navarra había perdido ya buena parte de su identidad carlista.
Sin embargo, la lectura de ese texto nos descubrió una historia
formidable, apasionante, heroica. Especialmente conmovedores eran
los testimonios recogidos, escritos a modo de brevísimos
testamentos espirituales, por un grupo de carlistas catalanes,
quiénes los habían redactado poco antes de ser fusilados, en
nuestra última guerra civil.
Un par de años después, conocimos a otro "carlista"
de Carlos Hugo en el Instituto Ximénez de Rada, así como a
algunos tradicionalistas jóvenes vinculados a la Agrupación de
Juventudes Tradicionalistas (AJT) y a Regencia Nacional Carlista
de Estella (RENACE). Pero, en cualquier caso, tratándose de la
carlista Navarra, parecían muy pocos en número, mientras que
otros grupos políticos (desde Fuerza Nueva a los incipientes
grupos abertzales) tenían muchos seguidores en ese centro
escolar. Prácticamente, hoy día, ninguno de ellos persiste en
sus ideales de antaño.
Dos testimonios
sobre el carlismo.
El navarro Gregorio Monreal, catedrático de Historia del Derecho
en la Universidad Pública de Navarra, y antiguo rector de la del
País Vasco, en una larga entrevista publicada en la revista
"Hika", que edita el entorno de Zutik (antiguas LCR y
MCE), realizaba la siguiente reflexión sobre el carlismo que
vivió su familia: "
Y te voy a poner un ejemplo
que saco de mi propio entorno familiar, en concreto del de mi
madre, procedente del valle de Yerri, sancta sanctorum del
carlismo. Esa familia, que no había tenido nunca relación con
la cultura liberal, se ha dividido casi al 50% entre UPN y
HB."
Por su parte, el escritor navarro Miguel Sánchez-Ostiz, Premio
Príncipe de Viana 2001 de la cultura, respondía el día 1 de
julio de 2001 de la siguiente manera a la pregunta "¿por
qué rescata el carlismo?", a un periodista de
"Diario de Navarra": "Fundamentalmente por que
está en la raíz de nuestro presente. Me resulta muy enigmático
que el movimiento carlista, que ensangrentó estas tierras
durante 150 años, que está en el origen de la última Guerra
Civil, que todas las secuelas que dejó en Navarra de desdichas
familiares, ruinas económicas, la emigración a América que
provocó
Que todo eso, en una mañana, la del 9 de mayo de
1976 en Montejurra, dejase al carlismo herido de muerte, es un
asunto muy enigmático. ¿A donde fue toda esa masa de gente que
en los años 60 acudía a Montejurra por miles? Hay que ver que
ha habido un trasvase, estimo, tanto hacia el socialismo, como
hacia Herri Batasuna". Y, de nuevo, pregunta el
periodista: "¿Y ese trasvase fue por miedo?".
A lo que responde: "No. Qué va. No tiene nada que ver
con el miedo. Puede que fuera una ideología que tuviera muy poco
futuro en un mundo que ha cambiado tanto. La trama social de
Navarra ha cambiado horrores. No sé si la ideología carlista,
por muy estimable que sea, puede seducir a la gente".
El llamado "carlismo sociológico" ha desaparecido,
aparentemente. No obstante, encontramos a antiguos carlistas -o
hijos de carlistas- en todo el espectro político navarro, tanto
en sus bases, como en sus niveles dirigentes. De hecho, algunos
cualificados representes de la política navarra se pueden
incluir en esta categoría. Recordemos, a título simplemente de
ejemplo, a Tajadura, dirigente de la izquierda del PSOE, Jaime
Ignacio del Burgo (UPN), Florencio Aoiz Monreal (de familia
carlista de Tafalla y dirigente de Batasuna), Juan Cruz Alli
(líder de Convergencia de Demócratas de Navarra, expresidente
del Gobierno de Navarra), y tantos otros.
¿Con qué criterio se adscribieron antiguos carlistas a unas u
otras fuerzas políticas más "actuales"? Aquéllos de
acentuadas convicciones navarristas engrosaron las filas de UPN.
No en vano, hoy día, en algunas zonas del norte de Navarra, la
base de este partido es básicamente gente de edad de antigua
pertenencia carlista. Por contra, muchos jóvenes, de la etapa
final del carlismo "socialista", pasaron a Herri
Batasuna. Algunos otros engrosaron, explicable por el sentimiento
social del carlismo, las filas del PSOE y otros partidos a su
izquierda.
El movimiento
carlista.
¿Cómo podemos definir, entonces, al carlismo?
La respuesta es importante, pues puede proporcionarnos pistas
fundamentales para entender su aparente y brusca desaparición.
La historiadora Aurora Villanueva, autora del libro "El
carlismo navarro durante el primer franquismo" (Actas,
Madrid, 1998), caracteriza al carlismo de la siguiente manera: "Configurado
políticamente en torno a unas fidelidades personales -al
pretendiente y su dinastía-, el carlismo constituiría la
seña de identificación de aquellos que, en el universo
individualista característico del sistema político y cultural
liberal, participaban de una visión tradicionalista de la vida y
del mundo. Una `comunión´ de personas amasada a lo largo de la
historia sobre el eje de la lealtad a unas ideas y una dinastía"
(página 531). Fidelidad, por lo tanto, a la legitimidad
dinástica y a un preciso ideario; ambos elementos en perfecta
simbiosis.
El prolífico historiador Josep Carles Clemente considera, en su
abundante bibliografía, que el carlismo era, además, un
movimiento popular y de protesta. Originado en el legitimismo
español del siglo XIX, contendría, a su juicio, indudables
elementos ideológicos modernos (desde nuestro punto de vista,
herencia del cristianismo): federalismo, profundas aspiraciones
sociales, sentido de la protesta. Las relaciones de este pueblo
con sus líderes casi nunca habrían sido ejemplares, aunque en
general, los máximos abanderados del carlismo sí habrían
respondido a los anhelos de su pueblo. Tradicionalismo,
integrismo, franco-juanismo, habrían sido, opina el citado
historiador, tendencias ideológicas insertadas posteriormente en
el carlismo, pero con intencionalidad instrumentalizadora de ese
generoso movimiento, que no respondían al sentimiento general de
la base. Sería con Carlos Hugo cuando el pueblo carlista habría
alcanzado el grado mas alto de fusión con sus líderes
naturales, ya despojados de los elementos distorsionadores; lo
que no impidió su espantada con ocasión del fracaso electoral
del partido en 1979. En consecuencia, para este autor, los
carlistas concentrados el pasado 6 de mayo serían los últimos y
directos representantes de ese "pueblo en marcha" que
recorrió buena parte de los siglos XIX y XX.
Los autores tradicionalistas, por su parte, proporcionan una
perspectiva distinta. Consideran que la rápida evolución
ideológica, de la Comunión hacia el socialismo autogestionario
y federalista del Partido Carlista, fue forzada y "contra
natura". Dicha transformación, impulsada por un reducido
grupo de líderes y "cuadros", que se sirvieron del
instrumento de los "cursillos", empeñados en una
"modernización" a toda costa, les habría llevado a la
trinchera contraria, lo que provocó -o aceleró- la
desarticulación de ese pueblo o, por lo menos, del llamado
"carlismo sociológico".
Para algunos de esos autores, y para la actual Comunión
Tradicionalista Carlista, ésta sería la agrupación heredera de
ese carlismo extraordinario que ha asombrado a propios y
extraños.
En cualquier caso, ¿cómo es posible que un movimiento político
popular, centenario, vigoroso, que atravesó pruebas tremendas,
desapareciera casi de golpe?
Ya hemos mencionado que la historiadora Aurora Villanueva
describe al carlismo como un fenómeno político, sociológico e
ideológico. Paradójicamente, fue en los periodos liberales de
la historia reciente de España cuando el carlismo pudo
expresarse y desarrollarse. Describe, documentadamente, el
agónico proceso de desintegración que sufrió, en Navarra, un
carlismo que no supo adaptarse a la semiclandestinidad en que el
régimen de Franco le colocó, después de volcar todas sus
fuerzas en la guerra civil. Por otra parte, las convicciones
religiosas y semitradicionalistas del régimen pudieron
contribuir a la desmovilización de importantes sectores del
carlismo, que se sintieron cómodos en el mismo. En ese ambiente,
el carlismo sufrió nuevas fracturas: falcondismo,
carlosoctavismo, juanismo
Analizando los hechos descritos
en este libro, vemos que la suerte del carlismo se la jugaron
unas pocas decenas de protagonistas, en lo que a Navarra -la
"Israel del carlismo"- se refiere, permaneciendo en
buena medida ajena a todo ello su masa popular, acomodada a un
régimen que afirmaba, al menos sobre el papel, buena parte de
sus principios. Mientras tanto, la sociedad evolucionaba, se
iniciaba el éxodo del campo a la ciudad, disminuía la
influencia del clero rural (muy implicado, como en el caso de
Navarra, en el sostenimiento del carlismo), la familia
tradicional iniciaba una lenta pero imparable transformación,
nuevos aires soplaban en el seno de la Iglesia, etc.
Una hipótesis
De unos amigos vizcaínos, de raíces carlistas, procede la
siguiente reflexión relativa a la naturaleza de este fenómeno
histórico. El carlismo, a su juicio, era, más que nada, "el
movimiento de un pueblo católico por su rey". Y su
crisis no puede separarse de la crisis general de España y de la
propia Iglesia católica.
A su juicio, el tradicionalismo y, posteriormente, el socialismo
carlista de los años 70, no habrían sido sino intentos de
ideologización de un movimiento ya en crisis. Difuminado el
liderazgo y atractivo del "rey legítimo", cuestionada
en sus fundamentos la "unidad católica" como
sustentadora de España a raíz de las nuevas corrientes
impulsadas a partir del Vaticano II, atomizado y dispersado en
consecuencia su pueblo; persisten, todavía hoy, algunas familias
y personas de profundas convicciones ideológicas. Por el
contrario, buena parte del antiguo pueblo carlista se diluyó,
con mayor o menor convicción, en las filas de otras fuerzas
políticas que consideraron más afines a su sensibilidad.
Avanzando en esta hipótesis, debe afirmarse, ante todo, la
profunda religiosidad del movimiento carlista; mientras que otros
componentes doctrinales, aparte de la dinámica de esa relación
pueblo - rey, serían ingredientes ideológicos accidentales.
Francisco Javier Caspistegui Gorasurreta en su libro "El
naufragio de las ortodoxias, el carlismo, 1962 - 1977"
(EUNSA, Pamplona, 1997) explica cómo el impacto de las nuevas
corrientes teológicas derivadas del Vaticano II fueron
determinantes en la rapidísima evolución ideológica
experimentada por el carlismo en las décadas de los 60 y 70. La
transformación de algunos movimientos eclesiales hacia posturas
de izquierda transformadora radical afectó también a algunos
hombres del carlismo. Ejemplifica tal hipótesis en la
trayectoria de dos personas: Antonio Izal Montero (carlista
navarro que asumió con pasión las nuevas corrientes de la
Iglesia) y Alfonso Carlos Comín (figura paradigmática del
progresismo católico catalán de los años 60 y de gran
influencia en determinados ambientes intelectuales
"comprometidos", hijo de un dirigente carlista
aragonés).
Así en la página 46 del citado texto se recoge el siguiente
párrafo que nos permitimos reproducir por su significación: "El
carlismo no iba a ser una excepción en este ambiente de cambio,
máxime tratándose de un movimiento cuya estructura social
marcadamente diferenciada entre dirigentes y dirigidos, iba a
hacer que su amplia y poco ideologizada base aceptase con rapidez
las transformaciones que iban introduciéndose en la variable
sociedad española del momento. Además, la debilidad de
estructuras ideológicas hacía que lo que hubiese de político
en sentido doctrinal se diluyese en el mucho más pujante
carlismo sociológico, más presto a los cambios ante influjos
diversos, poco condicionado por los escasos esquemas doctrinales
existentes en el carlismo, aunque sin dejar de lado las
posibilidades que una doctrina como la carlista -pese a sus
limitaciones- ofrecía para la renovación, insistiendo en un
rechazo al inmovilismo como tal
"
Por lo que respecta al vehículo de la transformación
ideológica operada, en sus páginas 52 y 53 lo concreta de la
siguiente manera: "A través de él (lo religioso) iba a
hacer acto de presencia un elemento que, poco a poco, de forma
real o imaginaria, como mito de lo disolvente o como efecto de
una realidad cambiante, se adueñó de las obsesiones e ilusiones
de buena parte del carlismo, contribuyendo de manera importante a
la aceleración de los cambios en él. El mito del progresismo
iba a introducirse en el carlismo, utilizado como excusa para la
crítica o como vía para la reforma.
Este progresismo de raíz religiosa iba muy unido al proceso de
puesta al día que afrontaba la Iglesia desde el comienzo del
pontificado de Juan XXIII".
Los años de regencia fueron críticos para el carlismo, a lo que
se sumó la semiclandestinidad de la Comunión y la
despolitización del régimen franquista. Pese a ello, la figura
de D. Javier de Borbón - Parma siguió concitando buena parte de
las adhesiones de las "primeras figuras" del carlismo,
aunque se produjeron algunas defecciones críticas importantes,
caso del que fuera Jefe Regional de Cataluña e impulsor,
posteriormente, de la Regencia de Estella Mauricio Sivatte. Pero
esa adhesión se rompe progresivamente, a lo largo de los años
60, con la salida de más figuras significativas de la Comunión,
al considerar que el carlismo sufría una transformación
ideológica inadmisible.
Un dato concreto avala esa religiosidad fundamental del
movimiento carlista: todavía hoy, buena parte de las vocaciones
al sacerdocio surgidas en los últimos años en Navarra, así
como a la vida contemplativa, lo han sido en el seno de familias
carlistas. Familias que han sabido transmitir el legado carlista,
parejo a su profunda e indudable experiencia católica.
Volvamos a nuestra tesis. Conforme a esta concepción del
carlismo, habría que diferenciar tres elementos humanos,
estructurales consustanciales, que lo integrarían: el pueblo,
los líderes, el rey.
La sintonía pueblo-rey habría sido, en general, magnífica.
Pero la continuidad dinástica se interrumpe en 1936 a raíz de
la muerte de Don Alfonso Carlos de Borbón Austria-Este,
estableciéndose una regencia. Este nuevo periodo histórico del
carlismo, iniciado en plena guerra civil, coincidiendo con el
esfuerzo militar que absorbió todas sus energías durante esos
vitales años, se prolonga hasta el llamado "Acto de
Barcelona" (31 de mayo de 1952). De esta forma, y en pleno
franquismo, se produjo la asunción del caudillaje monárquico de
la Comunión, ante su Consejo Nacional, por el hasta entonces
regente Don Javier de Borbón-Parma, padre de Don Hugo Carlos
(más tarde Carlos Hugo), después de muchas dudas y
vacilaciones.
Esa interrupción en la continuidad de la "dinastía
legítima" coincidió, en el tiempo, con la desmovilización
de buena parte de las masas carlistas, posterior al término de
la guerra civil, con una Comunión Tradicionalista ilegal. En
este sentido, Aurora Villanueva proporciona algunas claves de
sumo interés. Así, en la página 536 del referido libro afirma:
"Y es que ambos, carlismo y franquismo, procedían del
mismo universo mental: el tradicionalismo cultural de finales del
siglo XIX y principios del XX. De ahí que el esfuerzo de los
líderes carlistas por mantener diferenciado orgánicamente al
carlismo alcanzase tan sólo a los sectores de militantes más
politizados, mientras que las bases, del carlismo sociológico,
encontraban fácil acomodo en el régimen de Franco. Quizás
aquí resida la razón última de la pérdida de señas de
identidad carlistas durante el régimen franquista".
La reactivación del carlismo con un nuevo pretendiente a la
cabeza (D. Javier), y años después con un proyecto político
diferenciado ya en abierta oposición al franquismo, tras unos
años de reconciliación con el régimen, coincide con el proceso
de transformación social operado en España y los cambios de la
Iglesia católica. Todo ello impulsó la rápida evolución
ideológica del carlismo (rectificación o definición, lo
denominaron sus impulsores), que supuso el progresivo
apartamiento de sus elementos inequívocamente tradicionalistas,
ante el desconcierto de buena parte de la base de ese pueblo en
desintegración.
El papel de los líderes habría que cuestionarlo en mayor
medida; la historia nos recuerda múltiples disensiones,
escisiones, cambios de estrategia, expulsiones, cambio de
partido, etc., protagonizados por muchos de ellos. Todo ello
fracasó, siendo, por contra, polo de atracción del pueblo
carlista la concreta persona del abanderado que encarnaba la
continuidad de la dinastía legítima y la autopercepción de las
Españas.
Resumamos. La sintonía pueblo-rey, base del movimiento
histórico carlista, se rompe por un conjunto de causas:
1) Por factores estructurales internos de la propia realidad
carlista (la interrupción dinástica, las fluctuantes relaciones
con el franquismo, y la renovación de sus elites).
2) Por novedades doctrinales externas que afectaron, de forma
determinante, al "corpus" ideológico carlista (nuevas
corrientes teológicas desarrolladas en la Iglesia a partir del
Vaticano II, que cuestionaron un principio básico carlista como
es el de la "unidad católica" de España).
3) Por factores externos derivados de la dinámica social
histórica en la que se desenvuelve ese pueblo concreto (los
profundos cambios que transformaron España, pasando de una
sociedad en general rural a otra industrial con la consiguiente
desaparición de un clero rural carlista influyente; la
progresiva desarticulación de la familia tradicional en aras de
un modelo de familiar nuclear mucho más individualista, conforme
patrones sociales procedentes de las llamadas sociedades
"avanzadas"; el impacto cotidiano de las ideologías
del "68"; la incidencia del consumismo y el
individualismo de la sociedad postmoderna y postindustrial).
Todos estos complejos factores confluyeron simultáneamente sobre
el pueblo carlista, determinando que la familia, principal
custodia del carlismo durante varias generaciones, no fuera capaz
de transmitir, salvo contadas excepciones, su legado; como
tampoco fue capaz de comunicar una experiencia religiosa
atractiva en muchos casos.
Algunas
conclusiones.
Hoy día ¿queda algo vivo del carlismo? De forma organizada,
sobreviven dos pequeños grupos: el Partido Carlista (último
representante del carlismo socialista, federalista y
autogestionario) y la refundada Comunión Tradicionalista
Carlista (no olvidemos, por otra parte, la existencia de algunos
grupos tradicionalistas fuera de la disciplina de la CTC: AJT y
los grupos juveniles estructurados en torno al Círculo Carlista
San Mateo de Madrid).
Sociológicamente, por otra parte, podría entenderse que algunos
tics de la mentalidad navarra en particular, se encuentran
íntimamente entrelazados con el carlismo sociológico: sentido
de grupo, gusto por lo propio, generosidad y entrega personal,
apego a las tradiciones, espontaneidad, sustrato religioso
Si embargo, en las nuevas generaciones navarras, salvo contadas
excepciones, encontramos un pasmoso desconocimiento de la
historia y gesta carlistas de sus padres y abuelos.
En la dinámica de las relaciones humanas, la presencia y
compañía generada por unas personas excepcionales, puede
materializar, por el atractivo que es capaz de transmitir entre
los hombres y a lo largo del tiempo, un movimiento que atraviese
un periodo histórico. Esa dinámica elemental está presente y
operativa en la transmisión del catolicismo (que cuenta,
además, con el concurso determinante y esperanzador del
Espíritu Santo); y también lo ha estado en la historia del
carlismo.
No pretendemos polemizar por placer. Pero, ante un fenómeno
excepcional que todavía nos "toca", como es el del
carlismo, desde una perspectiva de pertenencia católica, creemos
que es posible emitir un juicio cultural que nos permita
comprender la realidad actual y, merced a ello, afrontar de forma
realista el futuro.
Reflexionando sobre la gesta popular del carlismo, y analizando
su peso en la historia de España y de Navarra, no podemos menos
que sentirnos agradecidos a todos esos carlistas que lucharon de
forma consecuente con sus ideales. Incluso podemos llegar a
afirmar que, en buena medida, gracias a ellos, nuestra concreta
tradición histórica y religiosa (el catolicismo) nos ha llegado
hasta nuestros días de una forma viva, reconocible y tangible.
Se trata, en definitiva, de un precioso legado para los navarros
de hoy y todos los demás españoles.
Fernando José Vaquero Oroquieta.
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