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Revista Arbil nº 73
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La "democracia"
relativista
por
Javier Alonso Diéguez
Frente
a un bien entendido principio democrático de
participación del pueblo-sociedad
como indispensable en la gobernación del Estado
cuyo poder esté limitado por la Ley Divina y la
soberanía social la pseudo democracia liberal
relativista es una forma política soberanista,
dotada de un poder originario y, en consecuencia,
germinalmente ilimitado -es decir, totalitario-
desde el punto de vista material
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Toda la doctrina liberal se
asienta sobre una aporía: o democracia o
dictadura. El único régimen político legítimo
es la democracia, gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo. Fuera de la democracia
sólo existe la barbarie, el imperio del
despotismo y la arbitrariedad.
Existe un concepto lato de democracia. De acuerdo
con él, la democracia es un régimen de gobierno
en el que las magistraturas políticas se proveen
por períodos limitados de tiempo mediante el
ejercicio del voto por parte de los ciudadanos.
Sin embargo, esta idea de la democracia no es la
que está en la base de la doctrina
constitucionalista contemporánea. Para el
pensamiento liberal, la "democracia" es
mucho más, ya que deriva directamente de la
soberanía popular, que se expresa de forma
auténtica mediante el sufragio universal.
Esta "democracia" no es tan sólo un
sistema de gobierno, es un estado de cosas que
invade todas las esferas de la vida humana,
imponiendo el despotismo encubierto de instancias
despersonalizadas y transnacionales de poder
eminentemente económico -sinarquía-.
El dinero es el padre de esta
"democracia". Crea la opinión
publicada, que suplanta a la opinión pública,
y, a través de ella, logra catalizar la falsa
legitimidad de un sufragio corrompido y reducido
a un acto de mera animalidad gregaria.
Ante todo esta "democracia" procede de
la "opinión" y, en consecuencia, es
preciso proscribir del ámbito de decisión el
debate sobre la justicia, es decir, la
legitimidad. La" opinión" se sitúa a
la derecha o a la izquierda, es conservadora o
progresista y, aplicando el sistema electivo a
tales conceptos, puramente formales y vacíos de
contenido, se alcanza la politicidad absoluta de
todas las realidades de la vida humana. La causa
próxima de la decisión política es su
"democraticidad", es decir, el logro de
la mayoría numérica, no su justicia. Es
entonces cuando surge el centro, la postura
política aquilatada por la media aritmética de
los sufragios. Con ello, el Derecho queda
profanado por una violencia subliminal, de forma
que la voluntad que se expresa en la elección,
por su objeto, ya no es condición, sino
auténtica causa de la decisión en todo su
alcance. Esta "democracia" es
despótica porque es potestad pura, sin mezcla de
autoridad.
Es entonces cuando logramos intuir la falacia del
sofisma inicial: la alternativa es falsa y
engañosa, porque la dictadura no es más que una
de las modalidades de esta "democracia"
revolucionaria moderna, es una
"democracia" plebiscitaria, o el fatal
resultado al que frecuentemente conduce la
anárquica oligarquía parlamentarista.
En los países en vías de desarrollo la
experiencia es aleccionadora: la implantación de
la panacea democrática sujeta a los pueblos a
una situación de corrupción y venalidad
generalizada que desemboca demasiado
habitualmente en un gobierno militar.
La Revolución desencadena una anarquía
incontrolada que, antes o después, se ve
obligada a embalsar en la férula despótica de
una dictadura que, a su vez, sólo consigue dejar
atrás después de permitir que la plutocracia
parasite totalmente el cuerpo del Estado. La
dictadura es el humo que delata la presencia del
fuego y la devastación social
"democrática", del poder del número
como sublimación de la fuerza bruta.
En ambos casos, nos encontramos con una forma
política soberanista, dotada de un poder
originario y, en consecuencia, germinalmente
ilimitado -es decir, totalitario- desde el punto
de vista material. Y al mismo tiempo, esa
soberanía popular no sirve sino de pábulo a un
poder impersonal y oculto de carácter
eminentemente económico. Si alguien desea
disfrutar de un poder ilimitado e irresponsable
basta con ejercerlo siempre de forma indirecta
con respecto a las instancias formalmente
soberanas, levantadas a partir de una
abstracción transpersonal, la voluntad general,
en la que el individuo queda reducido a una
condición anodina y gregaria.
La misma doctrina de la "democracia"
representativa es el mentís más rotundo a la
teoría de la soberanía de la masa
indiscriminada de los habitantes de un
determinado territorio, ya que gobernante es el
que tiene la potestad efectiva de decidir sobre
los aspectos fundamentales de la vida de la
comunidad, y no el ciudadano adulado a quien se
otorga un derecho arbitrario y absurdo a opinar
sobre todo lo divino y humano, con el fin de
justificar la atribución efectiva de dicha
facultad a sus próceres.
El principio electivo implantado de forma masiva
e indiscriminada supone la disolución del
sentido comunitario de la convivencia. Postular
la identificación entre gobernantes y gobernados
supone, en el fondo, equiparar el interés
público a la satisfacción simultánea de todos
los intereses individuales, lo cual resulta
absurdo y antisocial. La predicación constante
de los voceros de esta "democracia" ha
sido que con ese régimen todos son libres y cada
uno puede hacer lo que le venga en gana, siendo
la autoridad pública responsable de la
satisfacción universal de semejante necesidad
vital. A partir de tales premisas se hace
prácticamente imposible el logro de un gobierno
responsable, apelándose de forma sistemática a
la demagogia. La versión económica de esta
nefasta teoría ha abogado en favor de una
pretendida virtud regulatoria del ánimo de
lucro, entendido de forma totalmente amoral -la
mano invisible-, frente a la exigencia racional
de un principio directivo que garantice que la
asignación de recursos no sólo responde al
principio de maximización del beneficio, sino
también, de modo eminente, a los requerimientos
de la justicia distributiva.
Esta "democracia" asentada sobre estos
principios es la negación del régimen
tradicional, basado en una fuerte conciencia
comunitaria y en una autoridad concreta, personal
y, por tanto, funcional y limitada. La primera
misión del Estado es garantizar un orden de
justicia, mientras que esta
"democracia" constituye la negación
más radical de ese orden mediante la
enajenación de la humanidad del individuo y su
reducción a factor de cómputo. El ahora llamado
gobierno "democrático" es pura
ingeniería social. Esta "Democracia"
significa estatización de la sociedad, no
socialización de la autoridad política. Es la
sociedad la que queda condenada a dividirse en
grupos políticos que incuban una eterna y
larvada guerra civil, y no el Estado el que debe
reflejar en sus principios constitutivos la
riqueza vital de una sociedad organizada. La
ciencia política clásica alumbró hace ya
muchos siglos un sencillo axioma: democracia
radical en lo político, tiranía oligárquica en
lo social. Por eso, esta "democracia"
es el mal, esta "democracia" es la
muerte de los pueblos. . ·- ·-· -···
·· ·-··
-Javier Alonso Diéguez
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Revista Arbil nº 73
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La
reforma de la vigente Ley sobre Técnicas de
Reproducción Asistida de 1988, comunicada por el Consejo
de Ministros el 25 de julio, permite, según la propia
interpretación de la ministra de sanidad Ana Pastor, la
experimentación con embriones crioconservados.
El gobierno del PP, con mayoría absoluta, potencia la
"cultura de la muerte" y suma a los cientos de
miles de niños abortados la exterminación de centenares
de miles de seres humanos «sobrantes» de las clínicas
de fecundación asistida.
Célula Madre de un hombre a los pocos
días de su concepción
Los
ignorantes por ser muchos, no dejan de ser ignorantes.
¿Qué acierto, pues, se puede esperar de sus
resoluciones?
(Feijóo)
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La sociedad reposa sobre la conciencia y no sobre la
ciencia
La sociedad es ante todo una cosa moral
(Amiel)
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La misión de la ciencia es catalogar el mundo para
volverlo a Dios en orden
(Unamuno)
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