Bajo la neutralidad de España, los españoles se dividieron en partidarios de los beligerantes y, otra vez, de modo castizo, vivieron en clima de guerra civil. Movidos por la propaganda de los contendientes, llevados de convicciones y de afectos más o menos razonables, olvidados generalmente del bien común, germanófilos y aliadófilos batallaron incansablemente en la Prensa, en el café, en las academias y en las familias PABÓN, Jesús: Cambó I: 1876-1919. Barcelona, 1951. INTRODUCCIÓN: Durante los años de la Primera Guerra Mundial se publicaban en España 280 diarios, de los que 20 lo hacían en la capital. Asistimos a las primeras horas de la decadencia en la Prensa de Política o de Partido en favor de lo que comenzaba a llamarse Periódico de empresa; desde primeros de siglo se habían ido constituyendo los grandes grupos de periodismo español que como la Sociedad Editorial de España (1906), Prensa Española (1909) o la Editorial Católica (1912) estaban llamados a tener larga vida en nuestra historia. El diario de mayor tirada en 1913 según las estadísticas oficiales era La Correspondencia de España con 135.000 ejemplares, seguido de Heraldo de Madrid y El Liberal con 124.000 y 115.000 respectivamente. Ninguno de ellos alcanzó las grandes tiradas que caracterizaban ya a los periódicos extranjeros aunque sí es cierto que el impacto de la Guerra Europea potenció el interés por la lectura. Además, en 1917 de la mano de Nicolás Mª de Urgoiti aparece el El Sol, principal portavoz del reformismo liberal, con una línea editorial renovadora y crítico con los partidos dinásticos. Los periódicos costaban 5 céntimos el número y se financiaban por la venta de sus ejemplares la suscripción predominaba frente a la venta callejera- y los anuncios, aunque lógicamente el conflicto provocó una rápida bajada en la publicidad extranjera y encarecimiento del precio del papel. Ello se materializó en una difícil situación económica para la Prensa que se intentó paliar con la intervención directa del Estado a través del siempre polémico sistema del anticipo reintegrable. Además de la subida en el precio del papel, también se encarecieron las materias necesarias para la composición y la tirada de los mismos; subió el precio de la tinta, de la pasta de los rodillos, de las mantillas de los cartones y accesorios para la estereotipia, de los cordeles, engrudos y materiales de cierre y empaquetado. La condición del periodista que nos encontramos a la altura de 1914 era muy semejante a la del proletariado; no existían los horarios fijos, el descanso dominical ni los contratos de trabajo. Ser periodista era algo bohemio, casi reservado a noctámbulos que cubrían sus horas a la luz de las bombillas tambaleantes de redacciones desordenadas. No obstante eran otros los dueños y -en la mayoría de los casos- directores de los diarios. Estamos ante un nuevo ejemplo de interrelación política/periodismo: la figura del parlamentario periodista reivindica un papel en la vida activa del momento. En las Cortes de 1916 aparecen cerca de 40 nombres directamente relacionados con la Prensa, que cubrían un puesto como parlamentarios. Todos ellos sabían del papel de la Prensa como configuradora de opinión y utilizaron las páginas brindadas por los diarios, para hacer valer sus puntos de vista ante el lector. La Prensa era un medio fundamental de propaganda y todas las personalidades políticas contaban e influenciaban periódicos. No obstante, se hace obligado decir que aunque la Prensa entre 1914 y 1918 aborda fundamentalmente cuestiones de política nacional e internacional, no siempre son los periódicos de partido los que difunden una orientación ideológica concreta; durante la Primera Guerra Mundial en España, algunos partidos tuvieron sus órganos oficiales caso de El Socialista- pero la mayoría de los periódicos eran empresas independientes de las tendencias a las que alentaban. Durante los años de la guerra adquiere una importancia capital la figura del corresponsal: con el conflicto la Prensa se abre al exterior y nombres como Salvador de Madariaga, Ramiro de Maeztu, Julio Camba, Luis Araquistain, José Pla, Corpus Barga o Azpeitúa, se hacen familiares a los lectores. Los periódicos reciben crónicas desde París, Viena, Berlín, Roma, Bruselas, La Haya, Belgrado, Sofía y Ginebra, desde todos los puntos en los que está la noticia. Además, en diciembre de 1917 nos encontramos con la primera mujer que cubre los acontecimientos que ocurren en el extranjero: la escritora gallega Sofía Casanova, corresponsal del diario ABC en Varsovia y San Petersburgo, desde donde envía crónicas humanas y de color, tanto de la Primera Guerra Mundial como de la Revolución bolchevique (es la única representante de la Prensa española en la Rusia revolucionaria que acaba de destituir al zar Nicolás II). En abril de 1919 regresa a España, convertida en una heroína y autoridad en cuestiones políticas del este de Europa. Otros nombres como Armando Guerra, pseudónimo de Francisco Martí Llorente, se hicieron muy populares también por sus escritos en la Prensa. La gran mayoría de los diarios relevantes de Madrid se imprimían en rotativa aunque casi todos los de provincias lo hacían todavía en máquina de doble reacción. El huecograbado se sustituye por la técnica del fotograbado, que permite imprimir simultáneamente texto y dibujo, además de otros adelantos de carácter tipográfico. El lenguaje que se utiliza en la Prensa durante estos años es ágil y agresivo, menos envarado que el que apreciamos en las publicaciones de la primera década del siglo. La Primera Guerra mundial permitió también el despegue de nuestra industria editorial. ¿ NEUTRALIDAD ESPAÑOLA EN LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL?: LA PRENSA BELIGERANTE. Entre 1914-1918, España mantuvo una posición de neutralidad sumamente difícil. En una Corte dividida entre las inclinaciones de la Reina madre MªCristina austriaca- y la esposa de Alfonso XIII, Victoria Eugenia británica- el país se debatía entre quienes optaban por una proximidad a los Imperios Centrales (a los que más tarde se unen Bulgaria y Turquía) y los que abogaban por olvidad los contenciosos que España mantenía con Francia e Inglaterra recuérdense los problemas por la soberanía en Tánger y Gibraltar- y apoyar los intereses comerciales y políticos de unos aliados a los que posteriormente también apoyarán Rusia, Italia, Estados Unidos y Japón. Ante esta situación conviene recordar la frase de Antonio Maura de que España ni podía, ni quería, ni debía ir a la guerra. La posición neutralista estaba clara: la intervención era contraria a los intereses nacionales; ni ética ni políticamente podía comprometerse a la totalidad del país haciéndolo beligerante contra la voluntad de la mayoría del pueblo. Eduardo Dato, líder del Partido Conservador y jefe de Gobierno al estallar la Guerra, se apresuró a hacer una declaración formal de neutralidad que fue aceptada por las potencias. El diario La Época, principal defensor en la Prensa de la política gubernamental publicó el 1 de agosto de 1914 un editorial Neutrales en el que hacía público un firme posicionamiento de apoyo a la política de Dato y llamamiento a la prudencia: La posición de los neutrales no es tan sencilla ni tan fácil de mantener como pudiera creerse á primera vista, sobre todo cuando los neutrales no disponen de grandes medios militares y navales. Hace falta una gran vigilancia, una exquisita prudencia, y sobre todo, una gran sinceridad y una firme resolución. Con esto, si llega el caso, habrá que ir sorteando todas las dificultades. Preparado para ello, y completamente resuelto a proceder así, se encuentra el gobierno; pero hace falta que la opinión le secunde y le ayude. Sin embargo, a pesar de esta neutralidad formal, la sociedad española vivió la guerra con una beligerancia extrema y una conciencia política que dividió a la población entre aliadófilos y germanófilos. El entonces líder de los liberales, conde de Romanones, publicaba el miércoles 19 de agosto de 1914 en el madrileño Diario Universal un artículo sin firma-, Neutralidades que matan, que ha pasado a la historia del periodismo como la manifestación más palmaria de las diferentes opciones planteadas en el seno de la política ante el conflicto europeo. Tras la presentación que en el diario se hace del articulista y que reza uno de nuestros colaboradores, de los que tienen y merecen más alta consideración, nos envía el artículo que va al pie de estas líneas, leemos: (...)España, pues, aunque se proclame otra cosa desde la gaceta está por fatalidades económicas y geográficas, dentro de la órbita de atracción de la triple inteligencia; el asegurar lo contrario es cerrar los ojos a la evidencia; España, además no puede ser neutral, porque llegado el momento decisivo la obligarán a dejar de serlo. 8...) lo hora es decisiva, hay que tener el valor de las responsabilidades ante los pueblos y ante la Historia; la neutralidad es un convencionalismo que sólo puede convencer a aquellos que se contentan con palabras y no con realidades; es necesario que tengamos el valor de hacer saber a Inglaterra y a Francia que con ellas estamos, que consideramos su triunfo como el nuestro y su vencimiento como propio; entonces España, si el resultado de la contienda es favorable para la Triple Inteligencia, podrá afrontar su posición en Europa, para obtener ventajas positivas. (...) la suerte está echada; no hay más remedio que jugarla; la neutralidad no es un remedio; por el contrario hay neutralidades que matan. Esta división política tuvo también su manifestación en la Prensa; una Prensa que tomó partido a favor de uno y otro bando. Los periódicos pusieron sus páginas al servicio de los intereses que estimaban convenientes y dedicaron artículos, editoriales y caricaturas a propagar la visión que les parecía correcta: se habían convertido en medios de propaganda. Los periódicos se hicieron contendientes en un episodio que suscitó el interés y encrespó los ánimos de nuestras plumas más vigorosas. En la Prensa asistimos a una lucha dialéctica encarnizada entre germanófilos y aliadófilos. La agresividad de la Prensa fue tal que ya el 4 de agosto de 1914, La Gaceta de Madrid tuvo que insertar una nota en la que se lee: Con motivo de los sucesos de orden internacional que en estos momentos preocupan a los gobiernos de los pueblos europeos, parte de la Prensa española, al dar cuenta de tales acontecimientos, viene mostrando desde hace días sus simpatías y afectos por unas u otras naciones, según el criterio de cada publicación, traspasando en algunos casos el límite que los muchos respetos imponen, mucho más obligados ahora en que todos los elementos de la vida social española deben cooperar a la actitud de absoluta neutralidad declarada por el Gobierno de Su Majestad. Nos encontramos en un periodo que podríamos calificar de rico en audacias y limitado en prudencia: a pesar de las advertencias la Prensa tomó partido y se convirtió en un medio de lucha que hizo incluso tambalearse a la tan proclamada neutralidad española en la Primera Guerra Mundial. LEGISLACIÓN Y ANTICIPO REINTEGRABLE: Durante los años de la Primera Guerra Mundial, la Prensa continúa regulada por la Ley de 26 de julio de 1883. Comúnmente conocida como Ley de Policía de Imprenta se ha interpretado como un plagio de la de la República Francesa de 1881 en cuanto establece unas normas mínimas a la hora de controlar las publicaciones impresas: elimina la figura del censor y del tribunal de Prensa, y pasa a disposición de los tribunales ordinarios los delitos cometidos en los periódicos. En definitiva, no establece más que unas normas mínimas encaminadas a la consagración del sistema liberal en España. La aplicación de esta Ley convivió entre 1914/19, con la Ley de Jurisdicciones de 20 de abril de 1906 que viene a suponer cierta injerencia del poder militar en las atribuciones de la Prensa en cuanto se someten a la jurisdicción castrense los delitos contra el Ejército, la nación y su bandera, himno nacional u otro emblema representativo. No obstante, las circunstancias propias de una España políticamente neutral, obligaron al Gobierno a la aprobación del Real Decreto de 4 de agosto de 1914, encaminado a garantizar la no beligerancia nacional; se hacía necesario asegurar que el neutralismo no corriera peligro por el enfrentamiento periodístico. Así mismo, conforme avanzaba el conflicto en Europa y los bloques contendientes ansiaban la participación propagandística de los diarios españoles, el Gobierno Maura se vio forzado a aprobar la Ley de 7 de agosto de 1918, contra el espionaje: se trataba de una disposición que incluía la censura previa para todo lo publicado acerca de la Guerra, sin necesidad de suspender las garantías constitucionales. En este sentido, manifestaba El Sol: (...) hacemos de pasada, la declaración concreta de que el criterio que preside esa censura, nos parece de una increíble insensatez, y protestamos contra esos procedimientos antidemocráticos y antiliberales. (...)El ministro de la Gobernación ha dada cuenta de la conducta de algunos periódicos que, sin tener en consideración los perjuicios que con ello pueden producir a los intereses generales del país, publican, sin presentarlas a la previa censura, informaciones que, por su naturaleza, están sometidas a ella. El Gobierno ha encargado al ministro de la Gobernación que si una apelación amistosa al patriotismo de la Prensa no es atendida por todos sus órganos, aplique a los que no atiendan ese requerimiento. Ahora bien, el mayor problema con el que tuvo que enfrentarse la Prensa española durante los años de la Gran Guerra Europea, vino derivado del encarecimiento de las materias primas y -en el caso que nos ocupa- del papel; el coste de este había pasado de 380 pesetas la tonelada, en 1914, a 1.100, en 1916, y seguía en aumento. El precio del papel representaba un promedio del 30% del coste de cada ejemplar del periódico. Papelera Española nunca se mostró capaz de competir en precios y calidad con el papel-prensa que provenía del extranjero y los diarios españoles, excepto una minoría con servicios de papelera propia, recurrían desde primeros de siglo al suministro proporcionado por empresas exteriores. Por ello, las circunstancias de la guerra afectaron muy negativamente a los periódicos nacionales. El aumento de las tiradas no sirvió para que Papelera Española supiera aprovechar la coyuntura tan favorable de la que disfrutó durante la Primera Guerra Mundial y menos aún, para que la Prensa nacional requiriera sus servicios. Ante esta disyuntiva parecía que solo quedaban dos posibles salidas: subir el precio del periódico o reducir el número de páginas de los diarios. A la primera se opuso el Gobierno, por no considerarlo oportuno la Prensa ayudaría a mantener la neutralidad y no convenía perjudicarla- y las propias empresas periodísticas, que preveían una fuerte disminución de las ventas. La segunda opción, parecía inadmisible en cuanto eran ya muchos los periódicos que aparecían sólo con cuatro o seis páginas. En esta disyuntiva se encontraba el panorama periodístico español cuando por Decreto de 19 de octubre de 1916, comenzó a vislumbrarse la única salida que entonces parecía aceptable: la intervención del Estado a través del ya célebre anticipo reintegrable: la Prensa no puede vivir si ha de costear por si misma el precio del papel. El anticipo reintegrable es de necesidad apremiante y absoluta, decía Heraldo de Madrid[19]. Consistía en la concesión por el Estado de un crédito a la Central Papelera. La Hacienda Pública adelantaría a la Central Papelera el dinero suficiente para cubrir la diferencia entre el precio que tenía el papel en 1914 y los que fueran estableciéndose posteriormente, anticipo reintegrable por los periódicos que lo devolverían mediante un impuesto de 5 céntimos por kilo. La Central Papelera incluiría en sus facturas esa cantidad monetaria a cada empresa y se encargaría de devolvérsela a Hacienda. Esta disposición solo afectaba a los diarios y no a las revistas; a él se acogieron 234 diarios no oficiales, y rehusaron a él El Socialista y El Mundo de Madrid, y varios de Barcelona encabezados por La Vanguardia, dirigida por Miguel de los Santos Oliver y La Veu de Catalunya. Por su parte, El Sol mostró su postura contraria a la fórmula del anticipo reintegrable recuérdese que Urgoiti era Director General de Papelera Española- y salió en defensa de los intereses de los papeleros. Así, el domingo 4 de agosto de 1918 El Sol publicaba en primera página el siguiente suelto: EL SOL no admite subvenciones de ninguna especie, ni anticipos reintegrables del Gobierno: El papel que se emplea en cada número de El Sol cuesta más de 5 céntimos. Como los únicos ingresos con que cuenta El Sol son los lícitos y confesables en que se basa toda empresa seria e independiente, este periódico, que necesita ocho páginas diarias para dar cabida a sus amplísimas y exclusivas informaciones, se vende en toda España al precio de 10 céntimos. Como era de esperar, El Sol recibió las críticas de todos su colegas madrileños. El anticipo reintegrable quedó finalmente regulado por la Ley de 29 de julio de 1918. Mantuvo su vigencia hasta junio de 1920, casi tres años después del término de la Guerra. El Estado anticipó un total de casi ochenta millones de pesetas, y los diarios que lo recibieron se comprometieron a devolverlo, con un impuesto de cinco pesetas más tarde reducido a dos- por kilo, que pagarían cada vez que adquirieran papel. ALIADÓFILOS/GERMANÓFILOS A pesar de la neutralidad formal española en la guerra, la clase política y periodística se posicionó abierta y apasionadamente al lado de uno u otro bando. En términos generales podemos decir que liberales, republicanos, reformistas y de izquierda se situaron a favor de los aliados; según ellos, luchaban por la libertad, la democracia y la sustitución de las estructuras anacrónicas que entonces se identificaban con el régimen monárquico. Esta postura tuvo su manifestación en diarios como La Correspondencia de España, El País, El Imparcial, El Socialista, El Sol, La Mañana, El Radical, El Liberal, Heraldo de Madrid, y la revista semanal España, fundada en enero de 1915 por José Ortega y Gasset y dirigida por Luis Araquistain. Los conservadores, principalmente los monárquicos liberales, mauristas y carlistas (integristas y jaimistas), militares y parte del clero se posicionaron del lado de la autoridad y del orden establecido, virtudes netamente prusianas que a su juicio, defendían los Imperios Centrales. Además no se cansaban de recordar que Inglaterra mantenía en la península el único enclave colonial existente en el continente (Gibraltar), que envenenaba las relaciones hispano-portuguesas y cómo Francia hacía todo lo posible por recortar la zona española de protectorado marroquí. Es la posición defendida por los diarios La Acción, El Debate, El Universo, Nueva España, El Correo Español, El Día, El Mundo, La Tribuna, El Siglo Futuro, ABC y La Correspondencia Militar. No obstante, y a pesar de esta división genérica, hay que decir que no todos los periódicos se mostraron conformes con la adscripción que se les hace en uno y otro bloque. El caso más destacado de esta disconformidad lo encontramos en el ABC: aunque tradicionalmente definido como descaradamente germanófilo, su director-propietario, Torcuato Luca de Tena defendió la independencia política de su diario. A finales de agosto de 1914 afirma que; ABC está por completo identificado y de perfecto acuerdo con el Sr. Dato y con el gobierno que preside. Ambos pueden contarnos entre sus partidarios más entusiastas y más fieles para defender por todos los medios la neutralidad de España. En junio de 1915 constituye, junto a otros 160 periódicos españoles, lo que se bautiza como el Bloque Periodístico. Su objetivo era defender la neutralidad de España y oponerse a que tome parte activa en la guerra europea a favor de ninguno de los beligerantes. Lo cierto es que el ABC tuvo entre sus corresponsales personalidades tan abiertamente germanófilas como Antonio Azpeitúa (pseudónimo de Javier Bueno y García) que mandaba sus crónicas desde París, Berlín y Bruselas o Juan Pujol futuro director de Informaciones- destinado en Londres, pero también contó con la colaboración de otros que como Azorín -quizá el escritor de periódicos más popular que había entonces en España- o Alberto Insúa (pseudónimo de Alberto Galt y Escobar) escribían en pro de Francia y de las naciones aliadas. Pese a ello, siempre fue acusado de ponerse abiertamente al lado de los Imperios Centrales y mantuvo una sonada polémica con el santanderino Luis Araquistain, por publicar el 12 de enero de 1916 en The Daily News, de Londres un artículo en el que señalaba veladamente a varios rotativos madrileños de recibir subvenciones prusianas o guardar silencio respecto a las informaciones poco favorables a Alemania. Existieron también publicaciones de nueva creación que como Los Comentarios o La Nación, nacieron al amparo de intereses políticos concretos y tuvieron una vida efímera. Pero las dificultades económicas por las que atravesaron los diarios españoles en los años de la guerra, fueron aprovechadas por los agentes de los aliados y de los alemanes para tentar a periódicos y periodistas con dinero, subvenciones, anuncios u otro tipo de prebendas con tal de defender su causa: entre 1914 y 1919 se compraron periodistas y se crearon publicaciones ficticiamente españolas. Fueron pocos los medios que se libraron de aceptar dinero de los distintos contendientes. Parece que las subvenciones alemanas se canalizaban a través de embajada y consulados, por intermedio del Banco Alemán Transatlántico, mientras que la británica fue organizada por John Walter, Presidente del Consejo de Administración de The Times y antiguo corresponsal de este periódico en España. La propaganda francesa la controlaba el también periodista León Rollin, buen conocedor de los entresijos de la Prensa madrileña. El diario madrileño La Acción, germanófilo, cuenta que el director del aliadófilo La Correspondencia de España, Leopoldo Romero, recibía 40.000 pesetas anuales como corresponsal del Daily Telegraph, y comenta: aparentemente es su remuneración como corresponsal de un diario inglés, pero no hay diario que por expedir dos o tres telegramas diarios pague tanto. España Nueva, recibió de los alemanes 54.000 pesetas para poder saldar unas deudas y 60.000 pesetas, entregadas en cuatro mensualidades para el director. Pero lo cierto, es que de creer a la Prensa aliadófila pocos fueron los diarios germanófilos que no cedieron a las prebendas alemanas; de dar crédito a la Prensa germanófila los periódicos francófilos, hacían compatible su identidad política con otras adherencias menos confesables. María Cruz Seoane y María Dolores Sáiz citan entre los germanófilos que reciben subvenciones a La Correspondencia Militar, El Correo español y La Acción, y entre los aliadófilos a La Correspondencia de España, El Imparcial y el semanario España. Hay, sin embargo, diarios que apoyan a uno u otro bando por propias convicciones, sin recibir nada a cambio. Un informe elaborado para el Foreing Office británico incluye al ABC y El Universo entre los germanófilos, pero les describe como los dos únicos medios que mantienen formas de decencia, y cuenta de los aliadófilos El Liberal y El País que nos han ayudado muchísimo sin solicitar nada a cambio, ni nosotros les hemos ofrecido nada. CONCLUSIONES: Durante los años de la Primera Guerra Mundial asistimos a un periodo agitado y rico del periodismo español. La Prensa tomó partido, se politizó, participó activamente en el curso de los acontecimientos bélicos y contribuyó a encrespar un pulso nacional formalmente neutral aunque socialmente beligerante. La guerra supuso también una retracción de la publicidad, un aumento en los costes de producción y el recurso al siempre polémico anticipo reintegrable: su devolución en tiempos posteriores, sumirá a la Prensa en una crisis económica de la que tardará años en salir. ·- ·-· -··· ·· ·-· Cristina Barreiro Para consideraciones generales sobre la Prensa española en los años de la Primera Guerra Mundial puede verse; SEOANE, María Cruz y SÁIZ, María Dolores: Historia del periodismo en España. Madrid, Alianza, 1996. pp. 211-321; GÓMEZ APARICIO, Pedro: Historia del Periodismo Español. Madrid, Editora Nacional, 1974. Tomo 3, pp.431-486; SÁNCHEZ ARANDA, J.J. y BARRERA DEL BARRIO, C.: Historia del Periodismo español. Pamplona, Eunsa, 1992.pp.168-307. Como obra específica centrada en la Prensa de ámbito local puede verse; MARTÍNEZ HERMOSO, Manuel: La primera guerra mundial en la prensa sevillana (1914-1918). Sevilla, Padilla Libros, 1998. No obstante el crédito inicial de 1 millón de pesetas concedido en 1916 se vio incrementado a 8 millones el 12 de julio de 1917 y el 27 de marzo de 1918 eran dos millones más los aprobados. |