En un artículo publicado en el
diario italiano Il Foglio*, el
fundador y regente nacional de la asociación
cívica-cultural Alianza Católica
Giovanni Cantoni, comenta de esta forma las
declaraciones del vicepresidente del gobierno
italiano Gianfranco Fini sobre la posibilidad de
otorgar el voto en las elecciones administrativas
a los inmigrantes: Las declaraciones del
vicepresidente Gianfranco Fini sobre la
problemática respecto del trato
institucional que se debería reservar a los
inmigrantes regularizados por parte del Estado
italiano han dado lugar a varias polémicas
de distinto peso. ¿Pero qué ha hecho el
presidente de Alianza Nacional? En primer lugar
ha dado a conocer y ha tomado nota del éxito, en
sus elementos cuantitativos quizás inesperados,
conseguido por la denominada Ley Bossi-Fini.
Consecuentemente ha ido más allá, dando
de esta manera un paso en el territorio que se
extiende entre la administración, la noble
actividad dirigida a organizar lo existente, y la
política, la asimismo noble actividad volcada en
la organización de lo previsible. ¿Qué cosa
diferente debería hacer quien, tras haber
verificado el éxito de un movimiento gestional,
tiene título cuando no más bien,
incluso, obligación para hipotizar la
gestión política de sus consecuencias? Pues
bien, sobre Italia como sobre toda Europa
se cierne una tragedia demográfica:
según datos ofrecidos por la ONU la disminución
de la población en edad laboral, esto es, de los
15 a los 65 años, está prevista en un
14,8% entre el 2000 y el 2025 y
en un 31,8% entre el 2000 y el 2050 [1].
Tal disminución, que mina en la raíz la
estructura de la pirámide generacional,
contribuye con la mala gestión pública
al desastre del instituto de previsión y
ennegrece el futuro de la estructura productiva,
a la cual no sólo sirven inversiones y patentes,
sino también mano de obra, y mano de obra
apropiadamente retribuida, con el riesgo, si no,
de la desaparición de los importantísimos
consumidores. Todo en la constante
persecución de un equilibrio de estos
distintos factores, no cierto de una condición
definitivamente estable, que por otra parte no
tendría en absoluto los caracteres de la
perfección, irrealizable en este mundo, sino del
rigor mortis. Y el pueblo italiano
como el europeo demográficamente
suicida, trata de reintegrar el
propio déficit a través de aquel
incremento de los nacimientos sui generis,
aquel modo de adopción social
constituido por la inmigración. Por lo tanto, en
Italia como en toda Europa
encuentran amplio espacio inmigrantes de
países cuyo retraso económico y/o inestabilidad
político-social se casan con normales
incrementos demográficos. Su llegada es
percibida como una auténtica agresión, mientras
se suele esconder habitualmente su necesidad, que
es tal no para que nuestro mundo
materialmente mejore, sino para que al menos
materialmente no empeore. A su llegada, no
espontánea sino querida y organizada por
malhechores, se ha propuesto hacer frente el
gobierno de centroderecha con la Ley Bossi-Fini,
dirigida a no negar los problemas la
necesidad de la inmigración y la manera de
realizarla -, sino a encaminarlos a solución,
aunque de tales problemas el primero, la
necesidad, ha sido y es ampliamente silenciado.
Hasta aquí se puede hablar sobre
todo, si no exclusivamente, de administración de
lo existente. Pero, llegados a este punto, se
presentan problemáticas que, a partir de lo
existente, abren sobre un futuro previsible,
sobre el denominado próximo futuro.
Y aquí entran obligatoriamente en juego la
política y sus operadores. De hecho, no basta la
enunciación también reiterada de palabras con
efecto, como integración y
multiculturalidad, sino que también
es necesario imaginar un adiestramiento
apropiado, un training que no sólo
prevea la adquisición de una cualificación
profesional y de la competencia lingüística,
sino que prepare asimismo al pasaje del status
de inmigrante al de ciudadano
culturalmente integrado. Y
culturalmente quiere decir también
administrativa y políticamente, por lo tanto
es la hipótesis hecha por el
vicepresidente Fini significa adiestrar a
la política emparentada con la
ciudadanía a través de una previa
participación todavía por definir a la
vida administrativa, adiestramiento quizás necesitado
de una consitente vinculación y regular
permanencia, como por ejemplo la
que se certifica en la expedición del permiso de
residencia.
Ergo, la lógica que pide gradualidad y no
improvisación preside la apertura formal
del problema por parte de quien practica
profesionalmente la política. En caso contrario
se vive de emergencias, que son tales no porque
se trate de situaciones repentinamente emergidas,
como en el caso de una calamidad natural, sino
porque irresponsablemente descuidadas y/o
maliciosamente ocultadas. En caso contrario
una vez más de la misma Ley
Bossi-Fini se revelaría tener o se
acabaría por tener una percepción
estrictamente emergencial, como de un gesto hecho
para contener un oleaje y no como una etapa
de un recorrido.
Por fin, una tal actitud de largo
recorrido puede ser calificada sólo conforme a
parámetros apropiados. Los problemas no son ni
de derechas ni de izquierdas: los problemas son
la realidad de mañana implícita, para
quien lo sepa o quiera ver, en los hechos de hoy;
por consiguiente, los problemas son de alguna
manera la realidad. Pero es realista,
por lo tanto de derechas, quien los encara para
tratar de solucionarlos, mientras es de
izquierdas servirse de ellos para imaginar
confusamente y a largo plazo mundos nuevos
posibles, en definitiva utopías y
para ser fantaseadores no es
necesario ir a la feria de los restos
ideológicos de Puerto Alegre, basta con pensar
que los inmigrantes sean piezas de
recambio -, y acogerlos concretamente y a
breve plazo sólo para poner en dificultad al
adversario político.
Me comentan que uno de los padres del
neoconservadurismo estadounidense, Irving
Kristol, afirme en alguna parte que un
neoconservador es [...] un progresista
que ha sido golpeado por la realidad. A
la espera que nuestros progresistas sufran el
mismo trauma, aquellos que no son progresistas
no digo felizmente conservadores no
deben molestar con chácharas distrayentes a
quien se esfuerza en encarar seriamente la
realidad porque la capta antes de ser golpeado
por ella.
Pero para que no se piense que el problema de
la inmigración (y su integración) afecta
solamente a la economía y a un nebuloso concepto
de ciudadanía, el mismo autor se
encarga en otro artículo de explicar que [...]
entre los parámetros del control [de la
inmigración] hay que destacar apropiadamente
el relacionado con la cultura del inmigrante
por lo tanto no su alfabetización o su
adiestramiento tecnológico, sino su
visión del mundo -, a elegir entre
las más próximas y las más compatibles con la
cultura de los nativos del país de inmigración.
La compatibilidad no elimina, pero ciertamente
disminuye las inevitables fricciones con las
capas más desfavorecidas y menos integradas del
cuerpo social italiano, reduciendo la
eventualidad o al menos la dimensión de la
denominada guerra entre pobres. Esta
atención tiene un codicilo particularmente obvio
pero no por ello presente a la
conciencia de la pública opinión y de los
hombres políticos -, relativo a la prioridad que
se debe dar, entre los posibles inmigrantes, a
los... emigrantes con ganas de volver. Ya que
tales emigrantes con ganas de volver
existen, ¿existen también datos al respecto?
¿Qué puede decir el ministerio de Exteriores
con respecto a las solicitudes de repatriación
no tramitadas, aspecto descuidado, pero no
irrelevante, de una política servil de
multiculturalismo salvaje? Si alguien tuviera la
tentación de encogerse de hombros, imaginando
cifras exiguas, creo útil recordar que
actualmente los emigrantes italianos en el mundo
rondan los cinco millones, mientras el mundo de
los oriundos otra categoría que se
debería privilegiar con toda evidencia
tiene una consistencia superior a la de la actual
población italiana, ya que ronda los sesenta
millones de personas (Giovanni Cantoni,
Inmigrazione & calo demografico,
en Cristianità, n° 249).
Mientras dejo abiertos estos interrogantes y
las muchas reflexiones y consideraciones que se
podrían hacer sobre estos artículos (sobre todo
aplicando las categorías del autor a la concreta
situación española) como aliciente para la
reflexión, considero oportuno afrontar otro
aspecto de las iniciativas de Gianfranco Fini
para dar un rostro auténticamente
realista [2], esto es,
auténticamente conforme a una alternativa
cultural y política natural y cristiana, a la
identidad de su partido.
La purificación de la memoria
histórica del pueblo italiano
Tras la visita de noviembre a Israel del
vicepresidente del gobierno italiano Gianfranco
Fini, han sido muchas las polémicas suscitadas
en su partido (aunque abundantemente exageradas
por los medios de comunicación) a raíz de las
declaraciones realizadas durante la visita a
Israel y a su regreso a Italia. También la
prensa internacional inclusive la
española se ha ocupado del caso dando una
interpretación como casi siempre ocurre
cuando menos superficial. Pues bien,
¿qué ha dicho realmente Gianfranco Fini?
Ante todo ha calificado la memoria de la Shoah
como [...] símbolo perenne del
abismo de crueldad en el que puede caer el hombre
cuando desprecia a Dios. Para luego
añadir que la condena de los tiranos
tiene que ir acompañada por la conciencia que
nos viene de las enseñanzas de la historia de
los justos. Ellos demuestran que no puede haber
ninguna justificación no sólo para los que
mataron, sino también para quien podía salvar
un inocente y no lo hizo. Cierto, así como el
milagro de los justos, implorado por Abrahán, no
salvó a Sodoma y Gomorra, así las acciones, los
comportamientos de hombres como Giorgio Perlasca [3]
no impidieron la Shoah. Sin embargo, es con el
ejemplo de estos hombres que debe medirse
nuestra conciencia nacional de italianos. Tenemos
que hacerlo para conocer a nuestros Justos y para
transmitir su ejemplo. Tenemos que hacerlo para
denunciar las páginas vergonzosas que hay en la
historia de nuestro pasado.
Tenemos que hacerlo para entender la
razón por la cual indolencia, indiferencia,
complicidad o cobardía hicieron posible que
muchísimos italianos, en 1938, no hicieran nada
para reaccionar contra las infames leyes raciales
impuestas por el fascismo (Il
tempo della responsabilità, en Il
Secolo d´Italia. Quotidiano di Alleanza
Nazionale, Roma 25-11-2003).
Ya de regreso a Italia, ha reafirmado la
condena del Holocausto y de aquellos que de
alguna manera participaron en su realización: [...]
si el Holocausto representa el mal absoluto,
lo mismo también vale para las obras del
fascismo que han contribuido a la Shoah. Sabemos
que en la historia compleja del fascismo también
ha habido muchos otros momentos, pero si queremos
que sean reconocidos por parte de todos los
italianos sin que se dispare el reflejo
condicionado de la acusación de revisionismo
histórico es indispensable para nosotros ser
intransigentes en denunciar las fechorías y las
tragedias (Fini: una
scelta di coerenza, en Il Secolo
d´Italia. Quotidiano di Alleanza Nazionale,
Roma 28-11-2003).
La purificación de la memoria histórica del
pueblo italiano emprendida por el vicepresidente
Fini (en plena conformidad, por otra parte,
con el ejemplo y las enseñanzas del Santo
Padre), era más que necesaria si se tiene en
cuenta el carácter peculiar, complejo y
profundamente ambiguo, del fascismo italiano y no
sólo, pues, por su enorme responsabilidad en la
Shoah. En efecto, y a pesar de las
contradicciones y ambigüedades del régimen del
General Franco (contradicciones y ambigüedades
que se explican al menos en parte teniendo
presente la situación histórica en toda su
amplitud, y la concreta situación de ruptura de
la convivencia pacífica durante la Segunda
República ruptura que a su vez necesitaba
ser curada analógicamente a la rotura de un
miembro del cuerpo, esto es, con la escayola;
aunque ello suponga incomodidad y picazón...),
la identidad católica del fascismo
era, en el mejor de los casos, una necesidad.
Las tres almas del fascismo
Una vez más acudo al magisterio de Giovanni
Cantoni para encontrar un análisis cabal del
fascismo [4]: En el fascismo en efecto
viven al menos tres almas que reproducen
ampliamente, de manera casi geológica, la
historia de la derecha, en Italia y en otros
lugares, en sus manifestaciones de hecho y en las
de principio, en sus elementos positivos y
auténticos y en aquellos en cambio advenedizos y
espurios.
De la derecha se comienza a hablar,
en sentido político, a partir de la Revolución
francesa, y originariamente el término servía
para indicar a los partidarios de un retorno
íntegro al Antiguo Régimen, al menos en sus
aspectos estructurales y por lo tanto de
principio. Se trata de una derecha autónoma, que
se opone ciertamente a la Revolución, pero que
no saca las propias ideas y las propias tesis
simplemente de esta oposición, sino sobre todo
de los principios que defiende. Es la derecha
católica y tradicional, que dio al mundo los
mártires y los guerreros cristianos de la
Vendèe, de Navarra, del Tirol, de Calabria, de
Méjico, de España. Es, por tanto, la sola
derecha capacitada para dar vida a la
Contra-Revolución y de conducir un pueblo
a resurgir.
A esta derecha auténtica,
originaria, y felizmente intransigente y
rigurosa, se añaden consecuentemente al avance
de la Revolución, los elementos liberales
satisfechos con las conquistas de la Revolución
en su fase liberal e intencionados a conservarlas
contra los ataques del emergente socialismo. Nace
de esta manera el liberalismo
conservador, la revolución
conservadora, el conservadurismo
revolucionario las fórmulas son
distintas pero la substancia no cambia que
se convierte, en el marco político en el cual el
fenómeno se produce, en la nueva derecha,
que va a unirse a la primera o más a menudo a
superponerse a ella, moderando con este contacto
las propias posturas revolucionarias pero
tentando, con sus tesis moderadas, a la derecha
auténtica al abandono y al compromiso. Es
manifiestamente una derecha de acarreo y de
deslizamiento, de hecho y no de principio; una
falsa derecha cuyo ideal no es un mundo ordenado
según los principios que inspiraron últimamente
el Antiguo Régimen y originariamente la sociedad
medieval, esto es, los principios del
catolicismo, sino un mundo parado en
la Revolución en su fase liberal. Nos hallamos
ante la primera derecha de la
Revolución, y no ante la derecha como
indicación de las fuerzas que a la Revolución
misma se oponen en todas sus formas y sobre todo
en sus elementos inspiradores.
Si ésta es la primera falsa derecha,
es decir, la primera derecha revolucionaria,
también existe una segunda, que se manifiesta en
la medida en que la Revolución procede
ulteriormente y se revela. Tras la fase liberal,
en efecto, la Revolución atraviesa la fase
socialista, y cuando está a punto de revelarse
comunista e internacionalista nace la segunda
falsa derecha, también ésta de hecho, y
no de principio, que se manifiesta como
socialismo nacionalista, como revolución
nacional-socialista, como escoramiento hacia la
derecha, en el marco político del momento, por
parte de las fuerzas del socialismo. También en
este caso se trata por consiguiente de una
derecha revolucionaria, de una derecha de acarreo
que se va a suporponer a las otras dos, a la
auténtica y a la liberal-conservadora, y que a
su vez se propone conservar las conquistas de la
fase socialista de la Revolución, y rechaza la
fase comunista en cuanto incompatible con la
individualidad nacional; por tanto sus fórmulas
son, por ejemplo, socialismo alemán,
bolcheviquismo prusiano, etc. Y
también en este caso el contacto induce el
socialismo a moderarse sólo así se
explican las declaraciones ancipitales de algunos
de sus exponentes y la derecha auténtica
se corrompa.
El proceso histórico ve por tanto
sucederse una derecha auténtica que se propone
restaurar las instituciones naturales y
cristianas, esto es, la sociedad sobre cimientos
religiosos, borrando también los errores del
regalismo; luego una seudoderecha que acepta a
veces examinar con benevolencia, entre otros,
también el problema religioso, sobre todo a
causa de la aplastante presencia de los
católicos, y está dispuesta a concederles
parciales concesiones para convertirlos en
aliados primero contra el socialismo y
consecuentemente contra el comunismo y el
internacionalismo puesto que la religión
católica proclama la paz social y es un elemento
de la cultura nacional -, aunque no esté
dispuesta a convertirse, sino simplemente unirse,
superponerse y servirse de la derecha auténtica,
y a ser posible subyugarla, aprovechando la
ausencia de jefes en grado de conservar la
autonomía necesaria para el mantenimiento de
posturas doctrinales íntegras y la independencia
operativa, o bien desautorizándolos, donde
estuvieran presentes. La unión entre la
verdadera y falsas derechas, construida desde el
exterior conforme a situaciones contingentes y
dictada por la oportunidad, muestra al principio
solamente las ventajas políticas; y sólo desde
puntos de observación elevados sobre una sólida
doctrina y sobre la esperanza teologal son
posibles consideraciones y puestas en guardia
agudísimas como la de Giuseppe Sacchetti
uno de los fundadores de la Obra de los Congresos
[5] y director de la combativa Unità
Cattolica, que ya había exhortado: Católicos,
imploremos de Dios que la revolución muera
mañana, pero luego trabajemos como si tuviera
que vivir para siempre -, el cual, a
propósito de la pacificación práctica del
mundo católico con el liberalismo, escribía: No
cabe duda que los católicos cumplieron su deber
deteniendo los progresos de la revolución
social; pero retrasaron mucho la conversión de
la monarquía; y advertía, y
magistralmente sentenciaba: Se lo metan
bien en la cabeza los liberales, en este momento
típico la Iglesia les socorre sin pedir nada a
cambio, pero ellos no se salvarán si no otorgan
o devuelven a la Iglesia lo que la justicia exige
[...]. El haz no es posible sin la homogeneidad:
no se atan juntos el agua y el fuego, o el aire y
el hierro. Hablando claro, hasta que el
liberalismo no renuncie a los errores, que lo
hacen incompatible con el catolicismo, no espere
afrontar victoriosamente las hordas furibundas y
brutales del socialismo. Sólo a largo
plazo, además, afloran las desventajas de
hábito y luego de mentalidad, la primera de las
cuales es la consecuencia de la imposición
artificial de una mitología que debe subrogar la
falta de unidad de fe.
El fascismo, como categoría
política, se presenta como bloque histórico,
como conjunto de éstas tres derechas
estratificadas, teniendo como primer estrato a la
derecha auténtica, representada por algún
heredero de la tradición contra-revolucionaria e
implícitamente presente al menos en el buen
sentido popular; en medio la primera derecha
revolucionaria; y en la cumbre la segunda derecha
revolucionaria. La primera encarnando, como bien
dice una tesis de De Maistre, lo contrario de la
Revolución; las segundas, respectivamente, dos
revoluciones contrarias. La primera, una
contraposición orgánica a la Revolución; las
segundas, dos contraposiciones de carácter
dialéctico a ésta o aquélla de sus
manifestaciones históricas.
Tras esta agudísima aunque breve
introspección en las tres almas del
fascismo italiano, resulta evidente la necesidad
de no limitarse a una purificación de la memoria
que afecte única y exclusivamente al aspecto
más revolucionario e inmoral de la relativamente
breve historia del fascismo, sino que es menester
urgente purificarse también de las dos falsas
derechas que tantos males han acarreado a la
causa del Catolicismo. Ello, por supuesto, si
realmente se desea restaurar/instaurar una
auténtica Derecha cultural y política. Veremos
cómo acaba la cuestión...
Por otro lado, ¿no tiene nada que enseñarnos
la experiencia italiana? Yo creo que sí.
Primeramente considero oportuno poner en
evidencia la necesidad de superar la
contraposición franquismo-antifranquismo (lo
cual, evidentemente, no significa abandonar el
estudio objetivo de la historia con su
consecuente apologética y purificación de la
memoria) y volcarse en el estudio de los signos
de los tiempos. Soy consciente que para algunos
desapercibidamente mal educados por
la vulgata políticamente correcta postconciliar
todo esto puede sonar a ruptura con el
pasado, con la tradición y con la misma Iglesia,
casi como si se tratara de hacer tabula rasa con
los dos mil años de historia cristiana. Nada de
eso. De lo que aquí se trata es de cómo
encarnar los principios eternos de la
tradición en la hora presente: en pocas
palabras, estudiar la realidad así como es y
no como nos gustaría que fuera.
Una realidad, por cierto, que manifiesta toda
su tragedia antropológica y - por tanto -
cultural, cuando se intenta la descripción
unitaria de los rasgos culturales y religiosos de
lo que queda del mundo católico en España y en
el resto de Europa. En efecto, a la común fe
católica profesada, no corresponden coherentes
perspectivas conformes a la unidad de la Iglesia
y a su Magisterio, sino una pluralidad de
mundos católicos. Tan es así, que casi se
podría afirmar que el número de mundos
católicos coincide con el número de los que se
profesan católicos...
A esta condición de dishomogeneidad se
propone hacer frente la nueva evangelización,
reconquista de la homogeneidad cultural y
religiosa perdida, cuyo mayor instrumento
doctrinal es el Catecismo de la Iglesia
Católica. De hecho, la nueva evangelización
tiene como tarea prioritaria la de dar nuevo
vigor al tejido social católico, para, de esta
forma, devolver la concienciación de la
globalidad a tal tejido, ya sea en la perspectiva
de la gestión del presente histórico, ya en la
transformación de tal presente. En efecto, no
puede haber Cristiandad sin cristianos, sobre
todo, si no son cristianos cultural y
religiosamente homogéneos. Lo cual, a su vez
envuelve la necesidad de la autoevangelización,
ya que es imposible que una fe se haga cultura
por consiguiente, realmente vivida,
plenamente aceptada y fielmente pensada si
no es adulta, esto es, formada a fondo a la luz
de la doctrina social de la Iglesia.
Ahora bien, ¿qué tipo de representación
política puede tener el mundo católico actual
una vez que se ha dejado sentado que para que
haya electores procedentes de ése mundo tiene
que haber católicos? Evidentemente
la respuesta no puede ser el
entreguismo a la voluntad manipulada
y mediatizada de las mayorías populares, casi
como si el político católico no tuviera
obligaciones de conciencia con las cuales no
puede transigir (algo, en cambio, que ocurre
todos los días con los políticos
católicos entregados alma y cuerpo
al proyecto centro-reformista). Para
tratar de dar algunas indicaciones útiles a la
reflexión, considero oportuno recordar que tras
el derrumbe del Muro de Berlín y el consecuente
fin de las ideologías y de sus
instrumentos por excelencia, esto es, los
partidos políticos ideologizados (lo cual no
obsta para que sigan existiendo
restos ideológicos de cierta
entidad), los partidos políticos van poco a poco
transformándose, más que en comités
electorales, en auténticos colegios de abogados
que se ofrecen para representar exigencias
sociales frente a poderes ante los cuales no
tienen influencia, de la misma manera que un
abogado no tiene poder para cambiar el derecho
positivo dentro del cual ejerce su profesión.
Tales poderes constituyen la nueva clase
política del Estado postmoderno, integrados o en
vías de integración en ordenamientos jurídicos
supranacionales que substraen a los electores y a
los elegidos y, por consiguiente, a los Estados
nacionales, las decisiones políticas
significativas, las elecciones de alto perfil.
Los únicos refugios de libertad política lo
constituyen quizás los poderes municipales y
regionales (aunque en el caso de estos últimos
cabe plantearse hasta cuando, dada la
institución del Comité para las Regiones en la
Unión Europea), más transparentes y menos
expuestos a las consecuencias del centralismo
comunitario.
En este contexto de reducción administrativa
de la política de los Estados que un día
eran soberanos y que hoy lo son cada vez menos,
la representación del mundo católico puede
venir de aquellos grupos que estén dispuestos a
representar exigencias identificables con los
valores naturales y cristianos y que demuestren
su capacidad para satisfacerlos
institucionalmente. Ellos pueden convertirse en
los destinatarios del lobby ejercido por
las distintas realidades socio-culturales del
mundo católico. Como, por ejemplo, un abogado
que elige su propio ámbito de actividad, penal o
civil, o que rechaza patrocinar causas judiciales
que lleven a la realización del divorcio,
ejerciendo de esta manera un comportamiento
análogo al de la objeción de conciencia.
Quede claro que ser el posible receptor del lobby
católico no implica renunciar - por una
parte - a una política que tenga una visión integral
de cómo debe ser una sociedad según el plan
de Dios y a la medida del hombre (a la luz, pues,
del Magisterio social de la Iglesia), y por otra
consecuencia de la primera a una
santa intransigencia en los principios que
le permita constituirse como auténtica
Derecha natural y cristiana. Todo ello, pues,
con la vista puesta en la superación de la
actual fase administrativa y relativista de la
política y la sociedad para la
restauración/instauración de una futura
Cristiandad; sabedores, no obstante, de que no
sabemos cuándo, cómo y dónde se alcanzará la
Tierra Prometida, pero conscientes de que el
Señor decidió contar con nosotros en ésta
realidad histórica para la restauración de
Su Reinado social
·- ·-· -··· ·· ·-·
Ángel Expósito Correa
Notas:
(*) 15 de diciembre de 2003
[1] http://www.iespana.es/revista-arbil/(70)expo.htm
[2] Por su parte,
la prudencia es virtud con dos rostros, de los
cuales uno mira a la realidad objetiva y el otro
a la actuación del bien, por tanto es un hábito
que media primariamente entre el sujeto que mira
la realidad para aceptarla, para verificarla,
luego es medida entre la verdad "cierta y
verdadera" y la acción, entre la realidad y
la acción, ya que "todos los diez
mandamientos de Dios - explica magistralmente
Josef Pieper (1904-1997) - se reducen a la
executio prudentiae, a la actuación de la
prudencia", http://www.iespana.es/revista-arbil/(64)puri.htm
[3] Empresario y convencido
fascista hasta el 25 de julio de 1943 (fecha del
armisticio con los Aliados). Disimulando ser un
cónsul español consiguió salvar a varios miles
de judíos en la ciudad húngara de Budapest. Por
otra parte, no cabe olvidar que uno de los
mayores Justos del período de la Segunda
Guerra Mundial es nuestro General Francisco
Franco Bahamonde. Según las estimaciones
mínimas del rabino Chaim Lipschitz, gracias a
España y a Franco, se salvaron 45.000 judíos;
ver Los secretos de la historia,
de Ricardo de la Cierva, págs. 235-264.
[4] Ensayo introductor L´Italia
tra Rivoluzione e Contro-Rivoluzione a
la edición italiana de la obra de Plinio Corrêa
de Oliveira http://www.lucisullest.it/international/es/rcr-espanol.htm
[5] http://www.iespana.es/revista-arbil/(62)movi.htm
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