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Revista Arbil nº 78

El ideal monárquico en la II República

por José Luis Orella Martinez

El 14 de abril de 1931, se dijo que España se había acostado monárquica y se había levantado republicana. Alfonso XIII había perdido el trono y no parecía contar con ningún apoyo social relevante. En cambio en los años veinte, el sistema monárquico no había sido cuestionado

El 14 de abril de 1931, se dijo que España se había acostado monárquica y se había levantado republicana. Alfonso XIII había perdido el trono y no parecía contar con ningún apoyo social relevante. En cambio en los años veinte, el sistema monárquico no había sido cuestionado y el rey era una persona que gozaba de gran popularidad entre sus ciudadanos por su campechanía y múltiples anécdotas protagonizadas en sus salidas de Madrid.

 

¿Que había ocurrido para cambiar el panorama de forma tan radical?. Durante el desarrollo de la dictadura del general Primo de Rivera, el régimen se había ido quedando sólo. En el campo socioeconómico, el dirigismo llevado por el Estado enajenó el apoyo de la patronal empresarial que no estaba de acuerdo con el protagonismo que el sector público ejercía en la economía, y el respaldo que el rey dio a Primo de Rivera en los enfrentamientos corporativos, hizo lo mismo con importantes sectores militares.

 

 Los errores de la dictadura habían reforzado a la oposición con nuevos enemigos y con la caída de la dictadura y la muerte de Primo de Rivera en París, los odios se concentraron en el monarca. Los enemigos del régimen pasaron a serlo de la monarquía y Alfonso XIII no tenía otra opción que la abdicación ante el abandono general del ejército y la vieja clase política.

 

De cortesanos a comspiradores

 

La derrota de las municipales trajo un gobierno provisional republicano que convocó elecciones a Cortes Constituyentes. El cambio de régimen alventó los restos de los partidos dinásticos y la sopa de letras de los diferentes grupúsculos monárquicos que habían intentado frenar en las municipales el avance republicano. Entre éstos estaban la Unión Monárquica Nacional, heredera de la extinta Unión Patriótica primorriverista y que por esta razón fue repudiada por los monárquicos demócratas, y el Centro Constitucional, amalgama de mauristas, regionalistas y catalanistas, con Francisco Cambó, Gabriel Maura y Pedro Sáinz Rodríguez de figuras de relieve, como los dos polos monárquicos más importantes.[1]

 

 El resto eran agrupaciones de poca importancia que reunía desde proyectos de levantar un monarquismo alfonsino de base proletaria, como el Partido Laborista de Eduardo Aunos (ministro corporativista de Primo de Rivera) y el P. Socialista Monárquico de Alfonso XIII, hasta Acción Nobiliaria y la Juventud Monárquica Independiente que aglutinaban lo más granado de la nobleza restauracionista, pasando por Reacción Ciudadana que pretendía levantar un movimiento de clase media.[2]

 

Los alfonsinos, con la república ya instaurada, intentaron formar una agrupación electoral llamada Círculo Monárquico Independiente con la misión de reunir a los diputados monárquicos en las Cortes Constituyentes. Pero el 10 de mayo de 1931 estallaron disturbios revolucionarios que asaltaron la sede y quemaron numerosos conventos e iglesias de la capital. Este suceso fue importante porque impidió a los alfonsinos construir una alternativa moderada de signo monárquico, pero a su vez, también sirvió para que los católicos identificasen republicanismo con anticlericalismo. Por esta razón, los planes de Miguel Maura y Niceto Alcalá- Zamora de erigir una derecha republicana moderada se fueron al traste.

 

El fervor republicano había salido de su marginación y había conquistado amplios sectores moderados de las clases medias urbanas, que eran las que habían contado en política hasta entonces. Ya en febrero de 1930, antiguos políticos liberales y conservadores como Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura se habían declarado republicanos y otros como José Sánchez-Guerra, su deslealtad al rey. Estas declaraciones fueron muy importantes para los republicanos que vieron con estos conversos abrirse sus ideas hacia los sectores moderados de la sociedad. La posibilidad de instaurar un régimen republicano respetuoso con sus intereses y reformista en sus aspiraciones tomaba forma material. El distanciamiento de los sectores moderados liberales de los sentimientos monárquicos propició el abandono del mensaje realista en manos de los derechistas más radicales.

 

Sin embargo, pese a la quema de iglesias y conventos, la iglesia española había declarado su obediencia al poder republicano constituido, aunque las nuevas autoridades ya habían expulsado para entonces al obispo Múgica, de la diócesis de Vitoria y al Primado de Toledo, el cardenal Segura, quien había elogiado de forma pública la figura del monarca Alfonso XIII. A pesar de todo, la iglesia decidió hacer todo lo posible por mantener una actitud conciliadora con la II República. No obstante, el pobre resultado obtenido por los católicos republicanos, debido a la quema de iglesias del 10 de mayo de 1931, entregó las instituciones republicanas en manos de los republicanos más anticlericales. Cuando estos decidieron la supresión de la Compañía de Jesús, los miembros católicos republicanos del gobierno dimitieron de sus puestos, abandonando la posibilidad de formar una derecha republicana moderada.

 

Como el enfrentamiento religioso había estallado, la defensa de la Religión, la propiedad privada... relegó el conflicto de la forma de gobierno a posiciones secundarias. Ángel Herrera Oria, fundador de la Editorial Católica y el periódico "El Debate", creó con el apoyo de sus congéneres de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas un movimiento político en defensa de los derechos de la Iglesia. Este partido se llamó Acción Nacional en un principio, pero tuvo que ser rebautizado como Acción Popular por la prohibición expresa de la autoridad. El adjetivo nacional únicamente podía ser utilizado por las instituciones oficiales, aunque el sindicato anarcosindicalista CNT hizo caso omiso de la prohibición.

 

Acción Popular fue agrupando a los náufragos políticos de los diferentes movimientos derechistas y quedó como el partido más adecuado para representar los intereses de la derecha sociológica.  Aunque ésta no fuese de forma oficial monárquica, la creencia de sus dirigentes era que las bases eran en su mayor parte fieles a la figura de Alfonso XIII. Pero los momentos difíciles en que vivían les empujaron a diluir su monarquismo en favor de la defensa de la Iglesia y la propiedad privada.

 

Los elementos alfonsinos que quedaron como defensores a ultranza de la forma monárquica se radicalizaron y su consecuencia más inmediata fue el abandono de las formas constitucionales por la aceptación de los argumentos que defendían la monarquía tradicional. Los carlistas que habían sido los defensores genuinos de esta forma de gobierno vieron reflorecer los viejos laureles de tiempos pretéritos. La unión se hizo precisa y la menguada organización jaimista se vio engrosada por la llegada de los integristas, mellistas, upetistas de origen tradicionalista y alfonsinos conversos al carlismo. La nueva Comunión Tradicionalista no era una fuerza nacional homogénea, pero ocupó el espacio de la derecha sociológica en aquellas provincias de gran tradición carlista. Sin embargo, tuvo la suficiente importancia para poder ser considerada en las alianzas electorales de la derecha.

 

Pero su mayor influencia fue ideológica, la adopción de los alfonsinos de teorías neotradicionalistas hizo concebir la idea al conde de Rodezno, quien lideraba la Junta directiva del Tradicionalismo carlista, de una fusión de ambas corrientes monárquicas por la afinidad de programas. Este suceso ayudó sobremanera al éxito de la revista y sociedad cultural "Acción Española".

 

El Mercurio de la Idea Monárquica

 

Algunos alfonsinos como Eugenio Vegas Latapié, Ramiro de Maeztu y el marqués de Quintanar habían creído que la caída del régimen primorriverista había sido por falta de una base ideológica coherente. Para poder destruir la República recién instaurada, los monárquicos debían crear un plataforma ideológica que sintetizase y reelaborase las ideas de los pensadores tradicionalistas españoles para formar un programa intelectual superior al discurso republicano.

 

Este proyecto se pudo hacer cuando parte de los apoyos económicos que iban para un levantamiento militar del general Orgaz fueron entregados a Vegas Latapié, quien los utilizó para la operación ideológica que tenía in mente.[3] Por el contrario, la conspiración militar que había sido promovida para proteger la unidad nacional quebrantada por los nacionalismos periféricos fue un rotundo fracaso. El 10 de agosto de 1932, el general Sanjurjo se adueñaba de la ciudad de Sevilla, pero no conseguía el concurso de ninguna otra guarnición militar teniendo que entregarse a las autoridades.

 

La represión posterior del gobierno fue muy dura porque cerró numerosos periódicos de significación monárquica y deportó a centenar y medio de militares y simpatizantes derechistas al Sáhara. Los carlistas se mantuvieron al margen del movimiento conspiratorio por la debilidad de su organización paramilitar y la falta de entusiasmo en un pronunciamiento dirigido por alfonsinos y derechistas republicanos. Su triunfo hubiera significado una orientación conservadora o una instauración alfonsina, de todas formas algo que no preocupaba a los carlistas.

 

Entre tanto, Eugenio Vegas Latapié tomando como ejemplo la "Acción Francesa" de Charles Maurras (1868-1952), había desarrollado las actividades divulgativas sobre la forma monárquica. El provenzal Maurras con un importante equipo de intelectuales galos había convertido la asociación, la revista y la editorial en un laboratorio doctrinal cuyas enseñanzas ganaban adeptos en Bélgica, Suiza, Portugal y España. "Acción Francesa" se había convertido en el modelo a seguir por todos los derechistas antiliberales europeos. Sin embargo, la condenación eclesiástica a la revista (no al diario) por el agnosticismo positivista de su director, obligó a sus admiradores extranjeros a concentrarse en fuentes intelectuales autóctonas aunque las moldeasen con el discurso del francés.[4] Maurras había sido denominado por Pio X "sólido defensor de la Iglesia y la Santa Sede", a pesar de sus condenas que Pio XI haría públicas en 1926, metiéndole en el Indice.

 

De esta forma, "Acción Española" se inspiró en Balmes, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo, Vázquez de Mella y los escritores neocatólicos del XIX, buscando un discurso dialéctico enraizado con las enseñanzas surgidas de la tradición española y a su vez eludiendo la influencia metafísica del tradicionalismo galo.[5] En esta empresa, el monopolio alfonsino fue casi absoluto, Eugenio Vegas Latapié, Ramiro de Maeztu y el marqués de Quintanar formaron la triada dirigente y eran alfonsinos como la mayor parte de su lista de colaboradores. La excepción la marcaron Víctor Pradera y el conde de Rodezno de filiación monárquica carlista. Los tradicionalistas colaboraron en la creencia de que "Acción Española" era un laboratorio doctrinal independiente de siglas políticas.

 

"Acción Española" sirvió como aglutinante de los diferentes sectores ideológicos de la derecha española y consiguió la reunión de un prestigioso equipo de intelectuales, que con sus conferencias, cursillos, artículos y libros pudieron dotar a una generación de estudiantes y universitarios españoles de una argumentación ideológica antidemocrática y antirrepublicana. Para su sostén económico consiguieron sus dirigentes el apoyo de la aristocracia terrateniente andaluza y castellana, la industrial vasca y la comercial catalana. Entre sus componentes podían encontrarse a: marqués de Pelayo, Lorenzo Hurtado de Saracho, Pilar de Careaga, José Félix Lequerica, conde de los Andes, conde de Mayalde, Joaquín Bau, duque de Fernán-Núñez, José de Aresti, conde de Ruiseñada, Matías Guasch, José Luis Oriol, José María Pemán, duque de Toledo (Alfonso XIII), Juan de Borbón...[6]. Sin embargo, esta ayuda duró una suscripción en muchos casos, quejándose Vegas Latapie de la penuria que sufrió la revista[7].

 

Las ideas que los monárquicos de "Acción Española" propugnaban eran una conexión del presente con el pasado imperial. España estaba en decadencia desde la asimilación de los presupuestos ideológicos liberales y debía recobrar la conciencia política de su pasado histórico dotándose de un régimen coherente con él. Este nuevo Estado sería la monarquía tradicional que los carlistas llevaban un siglo defendiendo y los alfonsinos habían descubierto con la instauración republicana. El Estado debía ser heredero de aquel que los Reyes Católicos construyeron como base del futuro imperio español.

 

La monarquía tradicional propugnada por los hombres de "Acción Española" era el sistema ideal por estar en consonancia con el pasado imperial. Además, como institución respetuosa con los fueros y derechos de las personalidades históricas formantes del reino, la monarquía tradicional ejercía de elemento integrador de la nación española. El rey era el juez moderador de los diferentes poderes, porque por la ley de la herencia su persona era independiente de los intereses de partidos y oligarquías, siendo la persona más cualificada en conducir por el sendero del bien común.[8]

 

El derecho hereditario de la monarquía proporcionaba a la nación una estabilidad política que la república carecía al cambiar de jefe de estado cada cierto tiempo. En definitiva los monárquicos consideraban la monarquía tradicional superior a la república porque era una institución que garantizaba la unidad nacional y la estabilidad del Estado. La figura del monarca ejercía de poder moderador entre las diferentes instituciones conformantes del Estado, las cuales servían a su vez para limitar su poder evitando el absolutismo.

 

Por el contrario, el monarca constitucional no podía realizar este papel positivo por ser un "augusto cero", según las palabras de Vázquez de Mella. El rey liberal era un símbolo decorativo al estar el poder confiado al parlamento. Según los monárquicos tradicionalistas el sistema liberal, parangonando a Maurras, representaba al país oficial, pero no al real. Por tanto, se hacia necesario que el Estado se dotase de un organismo que representase fielmente los organismos naturales de la sociedad. La adopción del corporativismo organicista reflejaba según sus opiniones a la nación real por estar representados la familia, el municipio, la región y los cuerpos socioeconómicos del país. Las Cortes corporativas serían más representativas que el parlamento liberal y más moderno que el del Antiguo Régimen formado por los tres estados.

 

La discusión ideológica se centró en rebatir todas las ideas procedentes de la Revolución Francesa, considerando a 1789, como la fecha del inicio de los males de este mundo después del pecado original. Sobre todo Rousseau fue el filósofo más criticado y su concepción del hombre y de la sociedad desmontada con los argumentos proporcionados por el neotomismo de la escuela de Lovaina.

 

Los tradicionalistas españoles eran nacionalistas y fervorosos católicos, y como tales identificaron ambos términos, llegando a considerar sinónimo de buen español al creyente católico, del mismo modo, el republicano fue considerado izquierdista y anticlerical. Los monárquicos concebían la monarquía tradicional como algo consustancial con la historia de España, como también lo era su misión divina católica. La religión había sido el engarce unificador de los diferentes pueblos de España y la desaparición de esta cualidad del catolicismo español podía representar el inicio de la disgregación de la nación entre sus fuerzas centrífugas.

 

La institución monárquica había sido la espada del catolicismo contra los turcos y los luteranos, y no podía concebirse ser español sin ser católico. Por la identificación del término republicano con el discurso de izquierdas y anticlerical, la posibilidad de un republicanismo de derechas quedaba condenada y sus mentores considerados traidores. Sin embargo, León XIII había permitido el ralliement en Francia para unir a los católicos y con su mayoría natural transformar las instituciones republicanas desde dentro. Esta era la misma opinión de los católicos sociales, Herrera Oria y Gil Robles, dentro de Acción Popular, y la apoyada por el nuncio apostólico Tedeschini, quien con su influencia ayudó a que la derecha optase por el camino del medio del accidentalismo, y no por el republicanismo, ni por el monarquismo declarado.

 

La génesis de una Nueva Derecha

 

La creencia en la accidentalidad de la forma del Estado por los católicos sociales llevó a una fractura de la derecha sociológica española. Esta se hizo efectiva cuando José María Gil Robles, un abogado salmantino que había militado en el Partido Social Popular y que era hijo de uno de los más prestigiosos ideólogos carlistas, se puso al frente del partido. El joven Gil Robles era partidario de transformar las leyes anticlericales sin alterar el régimen republicano. La orientación cada vez más posibilista obligó a la salida de reconocidos monárquicos de la agrupación política. Hasta entonces, Acción Popular había agrupado como alianza electoral a todos los partidarios del orden, tanto monárquicos, como católicosociales. Gil Robles, como el 90 % de los afiliados de Acción Popular no se consideraban republicanos, pero querían evitar la marginación política que hubiera supuesto declararse monárquicos.[9]

 

 A principios de 1933, Antonio Goicoechea, Pedro Sáinz Rodríguez y Ramiro de Maeztu levantaron un nuevo partido político sustentado sobre la fidelidad a la figura de Alfonso XIII. Renovación Española, que es como se llamó, no logró atraer a sus filas las bases supuestamente monárquicas de Acción Popular. La derecha sociológica aunque fuese de sentimiento monárquica, daba por perdida la posibilidad de una restauración alfonsina y de ahí su conformidad con el sistema imperante republicano. El nuevo partido monárquico reclutó lo más granado de la antigua nobleza restauracionista y en un principio se declaró católico, monárquico y demócrata constitucional. Sin embargo, al apoyo dado a Renovación Española por un grupo de antiguos ministros primorriveristas exiliados en Francia le enajenó el posible apoyo del alfonsismo demócrata liberal.

 

Los alfonsinos ante su fracaso quedaron reducidos a un grupo de presión bien representado en los diferentes colegios de profesionales liberales, pero sin bases populares. Ante su cada vez mayor distanciamiento del posibilismo católico de Acción Popular, los alfonsinos intensificaron sus relaciones con los carlistas que disponían de menores medios financieros y de prensa, pero contaban con un amplio respaldo popular en Navarra, País Vasco, Valencia y zonas concretas de Castilla-León, Cataluña y Andalucía Occidental. Sin embargo, los tradicionalistas habían cambiado de liderazgo, el nuevo hombre fuerte era el andaluz Manuel Fal Conde, quien coincidía con su rey en que cualquier unión con los alfonsinos era contraproducente para su movimiento.

 

Don Jaime había fallecido en 1931 dejando como heredero a su tío Alfonso Carlos, un anciano extremadamente religioso que había defendido al Papa como zuavo pontificio frente a los piamonteses. El cambio fue importante con respecto a las relaciones con Alfonso XIII, si el anterior monarca carlista había transigido en tener unas negociaciones que presuponían la búsqueda de la unidad monárquica, el nuevo pretendiente era totalmente opuesto a cualquier concesión hacia la rama liberal de los Borbones. Este suceso significó el cambio de los dirigentes carlistas, mientras el conde de Rodezno representaba el ala proclive al alfonsismo, los jóvenes dirigentes provenientes del integrismo, como Fal Conde, se auparon al poder apoyando la opinión de su anciano jefe. La falta de sucesión de la rama carlista creaba una buena expectativa en los alfonsinos que tenían un candidato ideal en el tercer hijo de Alfonso XIII.

 

Los carlistas se dieron cuenta de que aquella esperanza de ver algún día a la totalidad de los monárquicos integrados bajo la bandera de la cruz de Borgoña había fracasado con la formación de un partido alfonsino. A pesar de todo, se formó una oficina de enlace electoral llamada TYRE (Tradicionalistas y Renovación Española) encaminada a preparar la coordinación de candidaturas electorales para las elecciones generales de 1933.

 

Estos comicios fueron un éxito para la derecha que vio triunfar las candidaturas de la CEDA, agrarios y de los monárquicos de ambas tendencias. La facción mayoritaria de la derecha pertenecía a la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), ésta era una coalición de candidaturas derechistas locales con Acción Popular, la Derecha Regionalista Valenciana y la Agrupación Regionalista de Santander, como principales socios de la confederación. La nueva agrupación política reunía 735.000 afiliados y defendía una actitud accidentalista, que aceptaba el régimen imperante, aunque esto no significase una aceptación oficial del republicanismo.

 

 Sin embargo, la victoria significó la escisión de la derecha cuando la negativa del presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, a llamar a José María Gil Robles como presidente de Gobierno, la CEDA tuvo que apoyar gobiernos del Partido Radical de Alejandro Lerroux. Los nuevos gobiernos de centroderecha se configuraron con el apoyo de la CEDA, Partido Radical, Partido Liberal Demócrata y Partido Agrario Español. El tercer grupo político era republicano y conservador, encabezado por el histórico Melquiades Álvarez y con presencia exclusivamente en Asturias. El cuarto pilar de los gobiernos del bienio negro, era un partido nuevo creado en 1934 en torno al ala liberal de los componentes del antiguo Bloque Agrario.

 

 La alianza electoral agraria estaba compuesta por los diputados liberales castellano-leoneses, defensores de los intereses trigueros, de la propiedad privada agraria y de la unidad de España. Estos diputados eran herederos del liberalismo regeneracionista de Santiago Alba. Su jefe era José Martínez de Velasco, quien apoyó las uniones electorales de la derecha, aunque como los socialcatólicos, los agrarios fueron accidentalistas, en enero de 1934, reconocieron oficialmente la república y se configuraron como partido político agrario. La defensa de las posiciones de los terratenientes, la iglesia y su postura contraria al nacionalismo catalán fueron los puntos más en los que fueron más beligerantes. Antonio Royo Villanova, director de "El Norte de Castilla", fue uno de los hombres más activos de este grupo. Sin embargo, la aceptación de la posición republicana eliminó al único grupo, con excepción del conde  Romanones, que hubiera podido formar el núcleo de un monarquismo alfonsino de base democrática y liberal.

 

La decisión de los cedistas y agrarios de colaborar con los Radicales produjo el rompimiento de la alianza de derechas y la marginación de los dos grupos monárquicos que se vieron orientados hacia el camino de la conspiración como única posibilidad de conquistar el poder. Si la "Sanjurjada", el intento fallido del 10 de agosto de 1932 encabezado por Sanjurjo, había fracasado por la división de las fuerzas derechistas ahora se intentaría formar una amplia base derechista como soporte a la acción del ejército comprometido. Esta acción política se había facilitado con la llegada de José Calvo Sotelo, que había estado exiliado en Francia, quien pronto por su elocuencia fue considerado como el líder más atrayente de la derecha monárquica.

 

El exministro de la dictadura tuvo en su cabeza la unión de todas las fuerzas derechistas antirrepublicanas. Sin embargo, fracasó en su intento de atraer a la Falange por su rivalidad personal con Jose Antonio Primo de Rivera. El hijo del dictador jerezano pensó que la inclusión de Calvo Sotelo en sus filas crearía una dependencia de la derecha monárquica, restando mensaje revolucionario al nacionalsindicalismo, y su carisma impediría afianzar el liderazgo del joven falangista.[10]

 

Los alfonsinos ante su carencia de apoyos populares habían pensado financiar el falangismo como modo de poner su combatividad al servicio monárquico. En el verano de 1934, Pedro Sáinz Rodríguez entró en tratos con Jose Antonio Primo de Rivera y el 20 de agosto firmó el líder falangista un pacto con Antonio Goicoechea, presidente de Renovación Española, en el cual a cambio de no atacar al sistema monárquico, el nacionalsindicalismo recibiría apoyo económico. Pero el deseo de independencia de su movimiento y de preservarlo ideológicamente del derechismo conservador llevó a Jose Antonio a distanciar su movimiento de los monárquicos, prescindiendo de su ayuda económica.[11] 

 

Esta actitud provocó una sucesiva salida de significados militantes monárquicos. El aviador Juan Antonio Ansaldo, creador de sus escuadras de asalto, y activista alfonsino conocido fue expulsado del partido cuando reconoció al propio Jose Antonio que estaba dispuesto a matarle para cambiar el rumbo del falangismo[12]. La configuración de los 27 puntos ideológicos de la Falange creó la oportunidad para la salida del marqués de la Eliseda, principal sostén económico del partido, la posterior fuga de Pablo Arredondo y del teniente coronel de artillería retirado, Ricardo de Rada, eliminaron la configuración de un sector monárquico corporativista en el falangismo y en cambio acentuó más su republicanismo. Los tres primeros dirigentes monárquicos escindidos del falangismo se unieron al Bloque Nacional de Calvo Sotelo y el cuarto paso a organizar el Requeté.

 

El paso del Rubicón

 

La revolución asturiana de octubre y la crisis política ocasionada por la corrupción detectada en varios miembros Radicales del gobierno acentuaron las posibilidades de los monárquicos. Estos reforzaron considerablemente las tres líneas de acción abiertas. La preparación doctrinal de una alternativa monárquica antiliberal, la formación de una federación política que mediante los votos intentase el cambio de régimen y en su defecto la vía conspiratoria a través de las acciones clandestinas de los miembros de la UME (Unión Militar Española).

 

La Unión Militar Española era una asociación clandestina de oficiales activos y retirados, apolítica en un principio, pero que fue adoptando posiciones autoritarias con el tiempo. Este grupo nació para defender los intereses profesionales de los militares ante la reforma efectuada por Manuel Azaña. La revolución asturiana de 1934 ayudó al reforzamiento de la UME con nuevos miembros. La mayoría de los oficiales comprometidos eran de la escala media del ejército, sus líderes eran el comandante Bartolomé Barba y el capitán Barrera.[13] La UME entraría en contacto con los generales monárquicos retirados que llevaban desde 1931 conspirando, como Orgaz y Muslera, y con derechistas republicanos favorables a tomar medidas de fuerza, como el general de brigada Emilio Mola.

 

En el aspecto ideológico, "Acción Española" había conseguido cosechar un gran triunfo en su aspecto divulgativo. La transmisión de ideas monárquicas, católicas y corporativas no procedían exclusivamente de los intelectuales españoles. "Acción Española" en su afán de respaldar con firmas de peso sus opiniones recurrió a los escritores de Action Française, a los integralistas portugueses, a los monárquicos integrados en el fascismo italiano y a los ingleses conversos al catolicismo[14].

 

En concreto, obras como "La encuesta sobre la Monarquía" de Charles Maurras y "Monarquía" de Sir Charles Petrie fueron traducidas por primera vez al español gracias a "Acción Española", en su búsqueda de las obras más cualificadas que demostrasen la superioridad del sistema monárquico. Del mismo modo, Víctor Pradera, entre los autores autóctonos, con su obra "El Estado Nuevo" pretendió demostrar que la monarquía era una forma de gobierno superior a la republicana,  por la armonía y unidad que daba a sus diferentes poderes. La monarquía era la única adaptable a la tradición histórica, a la constitución interna, a la foralidad de sus regiones y a la unidad católica de España.[15]

 

En coincidencia con los autores extranjeros, los monárquicos españoles concibieron la forma de gobierno alternativa como la restauración de una monarquía corporativa, católica y descentralizada respetuosa con las particularidades regionales que se asemejaba al Estado Medieval. En este punto, Pradera y sobre todo autores ingleses como los hermanos Chesterton y Belloc fueron los que nostálgicos del medievo pretendieron ver en la solución monárquica una vuelta a una Edad Media ideal.

 

 Para estos autores el Estado medieval no era un sistema arcaico, sino nuevo porque posibilitaba una vía alternativa al liberalismo imperante, al socialismo y completamente diferente del totalitarismo fascista. En este sistema, los ricos serían felices por ver preservadas sus riquezas, los trabajadores por no verse explotados y reducidos al proletariado, los regionalistas por ver reconocidas las personalidades de sus tierras y los pacifistas por ver las guerras reducirse gracias a la autoridad espiritual supranacional del Papa.

 

Tras la adscripción de los agrarios al republicanismo y la aceptación de los cedistas del régimen imperante, los únicos monárquicos oficiales favorables al sistema liberal fueron los seguidores del conde Romanones. Por tanto, el resto de los monárquicos, aglutinados fundamentalmente en Renovación Española y "Acción Española", habían admitido las ideas de la monarquía tradicional. Esta se tendría que regir según los principios del derecho natural, porque su vulneración deslegitimaría al monarca. El rey sería un órgano más junto al legislativo, ejecutivo y judicial que ejercería como elemento moderador por su independencia. Su poder estaría limitado por los Consejos y la constitución interna tradicional del país. El monarca ostentaría la representación de la soberanía nacional, originaria de Dios, y sería colegislador junto al Consejo y a las Cortes corporativas. Una figura que nos recuerda más los tiempos de la dinastía de los Austria que los de principios del siglo veinte.[16]

 

Para llevar a cabo este programa había primero que eliminar la república y se podía hacer por las buenas o por las malas. Por el primer método consistía en obtener una mayoría parlamentaría suficiente para apoyar un gobierno antirrepublicano en la figura de algún militar, quien introduciría los cambios necesarios para una solución monárquica. El ejemplo a seguir sería la restauración realista protagonizada por Grecia en 1935.

 

El movimiento político encargado de reunir esa mayoría parlamentaria fue el Bloque Nacional liderado por José Calvo Sotelo. Este proyecto político había sido una idea de Pedro Sáinz Rodríguez que tuvo la esperanza de unir a las derechas monárquicas bajo el liderazgo del gallego, sin menoscabar el de Fal Conde y Goicoechea en sus partidos. Sin embargo, a pesar de las amplias expectativas fundadas en él, la organización no tuvo el éxito esperado. Manuel Fal Conde y Antonio Goicoechea celosos del protagonismo de Calvo Sotelo mantuvieron la pervivencia de sus organizaciones condenando al Bloque Nacional a ser una mera alianza electoral sin casi organización propia. Únicamente, el reducido grupúsculo extremista de Albiñana aceptó con gusto la jefatura  de Calvo Sotelo.

 

José María Albiñana era un neurólogo valenciano que había fundado en 1930 el Partido Nacionalista Español. Este grupo político era nacionalista y decía regirse por los valores del tradicionalismo, aunque su fidelidad monárquica siempre fue para la persona de Alfonso XIII. A pesar de que, en su momento, su milicia, los legionarios de España, intentaron hacerse dueños de la calle fueron desplazados por los más numerosos activistas republicanos. Su líder fue deportado a las Hurdes y su movimiento se disolvió hasta reconstituirse después de la victoria derechista de 1933. Pese a que contó con el apoyo de los carlistas y los alfonsinos, fueron adhesiones a su persona y no a su partido.

 

El nacimiento de organizaciones como Falange y las JONS condenaron al PNE a una mayor marginación. Los simpatizantes de un fascismo hispano o de un nacionalismo revolucionario fueron atraidos por el mayor atractivo de estos grupos. Si bien Albiñana se había declarado fascista, era un nacionalista de extrema derecha similar a movimientos europeos del periodo anterior a la Primera Guerra Mundial. La adhesión al Bloque Nacional del PNE, después del rechazo de Falange a la unión con los monárquicos, abrió a este la posibilidad de recibir ayuda económica y escapar a una pronta disolución.[17]

 

Pero había que sumar otros problemas al Bloque Nacional como era el dinástico entre sus componentes monárquicos. Los carlistas que eran con diferencia los más numerosos se encontraban con el problema de la pronta desaparición de su dinastía. Su cabeza era un anciano octogenario sin descendencia que quería evitar que sus derechos pasasen a los descendientes liberales de Isabel II. En el bando alfonsino el problema era diferente, los hombres de Renovación Española eran fieles a la figura de Alfonso XIII, sin embargo, los monárquicos aglutinados en "Acción Española" y en el entorno de Calvo Sotelo eran favorables a una solución renovadora para unir ambas corrientes dinásticas. Juan de Borbón, el tercer hijo del exiliado monarca fue presentado como la persona que podía encarnar esa alternativa.

 

El conde de Barcelona, como único hijo sano de Alfonso XIII era presentado también como la esperanza de la monarquía tradicional, uniendo en su persona la aceptación de los principios tradicionalistas de sus primos y la herencia de su padre, que debía abdicar en él, algo que no estaba previsto por Alfonso XIII. El exiliado monarca había decidido que su heredero fuese su tercer hijo, habiendo aprovechado el matrimonio morganático del príncipe de Asturias para pedirle la renuncia a sus derechos el 11 de junio de 1933. Alfonso XIII se apoyo en la pragmática de Carlos III del 27 de marzo de 1776, recogida en la Novísima Recopilacion, en cuya cláusula 12 especifica que no heredarán bienes, dignidades ni honores de la Corona, los descendientes de matrimonios desiguales. Después de la renuncia del príncipe Alfonso vino la de su hermano Jaime por su condición de sordomudo, el 21 de junio de 1933.[18]De esta forma, el camino estaba despejado para el conde de Barcelona.

 

La boda, en octubre de 1935, de Juan de Borbón fue un suceso aprovechado por los alfonsinos para su instrumentalización política. Sin embargo, Alfonso XIII se mantuvo firme en no abdicar y Goicoechea consiguió mantener la fidelidad del aparato de Renovación Española y sus juventudes a la persona del cabeza de la rama borbónica alfonsina. El projuanismo pudo conseguir el apoyo de Calvo Sotelo y sus partidarios del Bloque Nacional, el núcleo intelectual de "Acción Española" y los diarios "La Época" y "La Nación".

 

 Eugenio Vegas Latapié organizó la primera intervención política de Juan de Borbón preparando con la ayuda de Maeztu y Pradera una carta, en la cual, el conde de Barcelona reconocía ser acreedor doctrinal de pensadores tradicionalistas alfonsinos como: Pemán, Sáinz Rodríguez, Goicoechea y Maeztu; carlistas como Pradera y Solana; falangistas, como Montes y Giménez Caballero y jesuitas como el P. García Villada. Además, Juan de Borbón reconocía asumir la ideología desarrollada por "Acción Española".[19]

 

Entre tanto, el camino legal para obtener el poder fue un fracaso, los desencantados con la CEDA fugados a la organización calvosotelista no dejaron de ser escasos, los diputados Francisco Roa de la Vega y Víctor Lis Quiben únicamente, porque el jefe nacional de las JAP (juventudes de Acción Popular), José María Valiente ingresó directamente en el carlismo.[20]El Bloque Nacional no tuvo más remedio que coaligarse con los accidentalistas católicos para obtener una buena representación parlamentaria. Sin embargo, la derrota de 1936 ante el Frente Popular, alianza electoral que unió a la izquierda burguesa republicana con la obrera marxista, y el posterior asesinato en julio de Calvo Sotelo acabaron de hundir la formación política. El carlismo se había retirado el 16 de abril del Bloque Nacional y reuniendo a tránsfugas de otras formaciones se fue preparando para un alzamiento armado[21].

 

La actuación parlamentaria carlismo fue secundaria, y aunque el conde de Rodezno ejerció oficialmente de portavoz, Calvo Sotelo monopolizó, hasta su asesinato, el liderato parlamentario de los dos grupos monárquicos, favorecido en el caso alfonsino por la anulación del acta de Goicoechea en Cuenca. Los alfonsinos se quedaron sin posibilidades políticas al ver desaparecer el Bloque Nacional, su órgano de prensa "La Nación" fue quemado por activistas del Frente Popular en marzo,[22] y Renovación Española se fue marchitando ante las faltas de perspectivas políticas pacíficas, su militancia fue abandonando el movimiento y las deudas obligaron al partido a reunirse por última vez el 22 de abril.[23]

 

La vía conspiratoria fue cobrando cada vez más fuerza y cuando las expectativas de victoria del Frente Popular se hicieron inminentes los diferentes grupos fueron coordinando sus fuerzas para tener una tentativa exitosa. Si la CEDA y el Bloque Nacional habían agrupado los intereses del sector social derechista, a partir de finales de 1935, será la Falange y la Comunión Tradicionalista los nuevos ejes de la juventud derechista, debido a un proceso de rápida radicalización.

 

Los grupos conspiradores fueron monárquicos en su génesis inicial empezando por reagrupar a los elementos dispersos de la Sanjurjada. Después, en 1934 se logró un pacto entre la delegación monárquica (tanto carlista, como alfonsina) y Mussolini, que les prometió ayuda material. Más tarde, estos grupos entraron en relación con la Unión Militar Española y con militares republicanos derechistas. Con la dirección del movimiento conspiratorio en manos del general Mola se fue vertebrando una acción puramente militar en la que los elementos civiles serían auxiliares del ejército.

 

 En esta labor, los alfonsinos buscaron ayudas económicas y apoyos en el extranjero. En este papel, Antonio Goicoechea recuperó parte del liderato perdido ante Calvo Sotelo, porque el madrileño fue el interlocutor preferido de Mussolini, tenía contactos con los alfonsinos adinerados y contaba con la representación de Falange, cedida por Jose Antonio ante la detención de la Junta Política de este partido por las autoridades frentepopulistas.

 

Entre tanto, el carlismo organizaba su milicia, el Requeté. Desde la rebelión asturiana, la llegada de nuevos contingentes juveniles a las juventudes carlistas permitió a Fal Conde seleccionar a los elementos más aptos para el Requeté. Después de estructurarse la milicia de forma independiente con su delegado nacional, Zamanillo y con el general Varela de inspector nacional. El Requeté empezó adoptar la forma de un ejército de base popular. El encuadramiento jerárquico de los jóvenes bajo el mando de militares retirados por la ley de Azaña y de activistas entrenados en Italia, como estaba convenido en el Pacto de Roma con Mussolini, llevó a diferenciar la milicia carlista de las otras políticas que no pasaban de ser grupos de seguridad callejera, sin espíritu militar. 1935 fue el año de su organización y su fruto lo demostraría al año siguiente.

 

Por tanto, cuando el 18 de julio estalló la guerra civil, los dirigentes alfonsinos se habían desplazado a las ciudades castellanas donde pudieron prestar a los militares su colaboración en la reorganización política de la zona nacional, como fue el caso concreto de Eugenio Vegas Latapié, Pedro Sáinz Rodríguez, Jorge Vigón, José Ignacio Escobar y el marqués de la Eliseda,[24]aunque su contribución militar se redujo a una unidad de 44 voluntarios de boinas verdes (Renovación Española) comandado por los hermanos Miralles, famosos activistas alfonsinos, en el vital paso de Somosierra y a 200 albiñanistas del núcleo burgalés. Por el contrario, los tradicionalistas tuvieron menos peso en la formación del futuro Estado nacional pero contribuyeron con 15.000 requetés de primera línea y otros 7.000 de la reserva el primer día de hostilidades siendo elementos determinantes en el triunfo del alzamiento en el norte de España.[25]

 

En la conformación del futuro Estado nacional los monárquicos fueron uno de los elementos más influyentes. El conde de Rodezno en Justicia y Sáinz Rodríguez en Educación dieron su marchamo característico diferenciándose del nacionalsindicalista. Sin embargo, ninguna de las dos corrientes monárquicas pudo instaurar su forma de gobierno, los alfonsinos se convirtieron en un grupo de oposición de salón y los carlistas que eran los únicos monárquicos con capacidad de reunir masas de seguidores se volvieron a sus casas con el óbito del último de sus reyes.


 

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José Luis Orella Martinez


[1] Julio Gil Pecharromán, Renovación Española. Madrid, 1983. p. 113

 

 

[2] Ídem, p. 92-94

 

[3] Eugenio Vegas Latapié, Escritos Políticos. Madrid, 1940. p. 12

 

[4] Raul Morodo, Los orígenes ideológicos del franquismo, Acción Española. Madrid, 1985. p. 95-96

 

[5] Ídem, p. 52

 

[6] "Acción Española". Madrid, enero de 1936, nº 83. p. 1

 

[7] Javier Badía, La revista Acción Española: Aproximación histórica y sistematización de contenidos. Tesis inédita. Pamplona, 1992. p. 48-51

 

[8] Víctor Pradera, El estado Nuevo. Madrid, 1937. p. 219 y siguientes

 

[9] José María Gil Robles, No fue posible la paz. Barcelona, 1968. p. 79

 

[10] Stanley Payne, Falange, historia del fascismo español. Madrid, 1985. p. 87

 

[11] Ídem, p. 82

   Ian Gibson, En busca de Jose Antonio. Barcelona, 1980. p. 104

 

[12] Stanley payne, Falange...p. 80

 

[13] Stanley G. Payne, Los militares y la política en la España Contemporánea. París, 1968. p. 275

 

[14] Para un estudio más pormenorizado de las colaboraciones, temas y funcionamiento interno de la revista "Acción española", el último trabajo es el de Javier Badía, La revista Acción Española: Aproximación histórica y sistematización de contenidos. Pamplona, 1992. p. 107 y siguientes.

 

[15] Víctor Pradera, El Estado Nuevo. Madrid, 1937. p. 397

 

[16] Ídem, p. 255

 

[17] Julio Gil Pecharromán, "Albiñana, el rey de los ultras", en Historia 16 , nº 45, Enero, 1980

 

[18] Luis María Ansón, Don Juan. Barcelona, 1994. p. 129

 

[19] Eugenio Vegas Latapié, Memorias...p. 239-247 y Javier Badía, La revista Acción Española...p. 96, aunque se contradice con la opinión de Jose María Toquero, Don Juan de Borbón. Barcelona, 1992. p. 76 donde, sin fundamentar su opinión, dice que mandó una carta carente de contenido político. Vegas, que fue el instigador y Badía, apoyado en la documentación y testimonio de éste dicen lo contrario.

 

[20] Julio Gil Pecharromán, Renovación...p. 560

 

[21] Martin Blinkhorn, Carlismo y contrarrevolución en España 1931-1939. Barcelona, 1979. p. 322

 

[22] ABC 13-III-1936

 

[23] Julio Gil Pecharromán, Renovación...p. 698

 

[24] Eugenio Vegas Latapié, Memorias...p. 318

 

[25] Rafael Casas de la Vega, Las Milicias Nacionales. Madrid, 1977. p. 20

 

Revista Arbil nº 78

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