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Revista Arbil nº 78

Pasión contra Gibson

por Miguel Ángel. Loma

Del enemigo el consejo. A ellos no les gusta, entonces seguro que es buena en sus valores

El corresponsal de ABC en EE.UU., Alfonso Armada, descargaba recientemente su artillería contra la neonata película sobre la Pasión de Cristo, del actor-director Mel Gibson. En un primer artículo repetía Armada las gratuitas imputaciones que se vierten con ánimo injurioso sobre Gibson, tachado de pertenecer a una secta ultracatólica, así como de ser contrario al Vaticano II y partidario de las Misas en latín (terrible pecado). Reforzaba su inquina Armada añadiendo a las anteriores descalificaciones diagnósticos tan sumamente doctos como el del psiquiatra sevillano Luis Rojas-Marcos, que no se cortaba un pelo a la hora de acusar a Gibson de «utilizar a Dios como arma arrojadiza». Otras opiniones que adjuntaba Armada correspondían a personas tan independientes como un tal Abraham Foxman, director de la Liga judía Antidifamación, y la del rabino León Klenicki, asesor de esta misma organización que no sólo se pronunciaba expresamente contra la película sino que también negaba la veracidad del contenido de los Evangelios en los que aquélla se fundamenta, ya que según Klenicki (de apellido bien simpático), los evangelistas no fueron testigos de la Pasión de Jesús y por lo tanto no gozan de crédito sus testimonios.

Insatisfecho Armada porque quizás su artículo contuviera comentarios excesivamente dulces sobre Gibson, escribió un segundo que llevaba como cabecera la siguiente sentencia: «La crítica de EE.UU. vapulea la película de Gibson y los obispos deploran su antisemitismo»; sin aclarar, por supuesto, que en la llamada «crítica de EE.UU.» es determinante el peso del lobby judío, y sin aportar, respecto a los obispos, ninguna referencia que corroborase el juicio de valor tan despectivo que les atribuía. En un posterior tercer artículo, parece que redactado a las pocas horas de ver por fin la película, Armada rebajaba un poco su pasión contra Gibson limitándose prácticamente a recoger las opiniones de algunos espectadores a la salida de la película; aunque no obstante, y para contrarrestar estos testimonios demasiado positivos, se hacía eco de la noticia de la muerte de una pobre señora que al parecer no pudo aguantar la contemplación de tanto sufrimiento en una pantalla.

RIP. Aunque haya hecho referencia a los artículos de Alfonso Armada en ABC, el nombre del periodista no tiene tanta relevancia en el presente caso, porque los argumentos por él esgrimidos para atacar a Gibson y a su película no son nada originales, sino idénticos a los utilizados por casi todos los críticos de la mayoría de medios de comunicación, ya que en realidad «la crítica» se ha limitado, curiosamente, a reproducir las consignas difundidas desde Hollywood, ese corazón del mundo occidental custodio de la moral, e integrado por personas de intachable ejemplo, que se desvelan en alertarnos y preservarnos de las películas cuyos contenidos puedan herir nuestras sensibilidades.

Da igual que Mel Gibson se haya cansado de repetir que la película se limita a mostrar crudamente (aquello desde luego no fue una fiesta) el ufrimiento que padeció Cristo para nuestra redención, pero que en absoluto ha pretendido culpabilizar al pueblo judío. Da igual que Mel Gibson hubiera rodado una película anterior a esta, sobre la vida de Jesús (El hombre que hacía milagros), que pese a estar hecha con una técnica de muñecos animados consigue despertar la emoción en los espectadores, y en la que se descubre claramente que Gibson no es ningún ignorante de la persona y obra de Jesús, sino todo lo contrario (esta película pasó por supuesto sin pena ni gloria por las pantallas). Da igual todo, porque cuando los poderosos señores de trascendental influencia en los medios de comunicación y en la industria del cine, amén de en alguna que otra humilde institución de préstamos dinerarios, lanzan a los cuatro vientos su anatema, todo queda consumado y sin posibilidad de apelación. Confiemos en que tan poderosos señores no se enteren de la imaginería que suele caracterizar a la Semana Santa de nuestra tierra, o el único paso que nos van a dejar procesionar por aquí abajo es el de la Borriquita (gloriosa entrada de Jesús en Jerusalén), y eso siempre que acreditemos que la burra está vacunada contra el mal de las vacas locas y la gripe del pollo.

Sorprendentes tiempos estos en los que las atrocidades y perversiones más tremendas son filmadas bajo la excusa de la sacrosanta libertad de creación y expresión, pero en los que se pretende censurar una película sobre la Pasión de Nuestro Señor por estar realizada con fidelidad al relato evangélico. Y sorprendentes tiempos, también, por lo positivo que significa el que una estrella de Hollywood de la talla de Mel Gibson, arriesgue fortuna, fama y honra para embarcarse en hacer una película que le podía haber supuesto la ruina en muchos aspectos y que, felizmente, gracias al escándalo montado a su pesar, incluso le va a reportar grandes beneficios (y yo que me alegro). Con la excepción de Miret Magdalena, que por supuesto, ya se ha pronunciado reticente contra la película, el resto de cristianos deberíamos estar muy agradecidos a Mel Gibson, porque viendo la calidad de los ofendidos y la magnitud de sus reacciones, no me cabe duda de que este gran tipo ha realizado una obra que moverá la conciencia de muchas almas. Los caminos de Dios siguen siendo inescrutables.

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Miguel Ángel. Loma

 

Revista Arbil nº 78

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