Arbil cede expresamente el permiso de reproducción bajo premisas de buena fe y buen fin | Revista Arbil nº 79 | Valoración historica del carlismo: pasado y futuro por César Alcalá Significado y plasmación del trilema que informa el pensamiento y la praxis carlista | El Carlismo se estructuró y creció durante el siglo XIX, bajo unos parámetros que han marcado su futuro. Como dijo Carlos VII: se puede ser católico sin ser carlista, pero no se puede ser carlista sin ser católico. Éste axioma es innato en los carlistas desde la noche de los tiempos. Sobre esta base han luchado generaciones enteras. Con los años a evolucionado, o mejor tendríamos que decir, que ser carlista se ha convertido en una manera de entender la vida. Tal vez, también, en una filosofía de vida. Si se le pregunta a cualquier carlista porqué lo es, inmediatamente contestará esto: porque soy católico, por herencia, porque no sabría ser otra cosa que carlista. Hace años, Carlos del Rey, escribía sobre éste tema y simplificaba el porque de su adscripción al Carlismo con esta frase: soy carlista por herencia, carlista por convicción; soy carlista por decencia, carlista de corazón. Soy carlista por la gracia de Dios. Y, a continuación, resumía su pensamiento al afirmar: si quieres resumir todo cuanto te he dicho, puedes encerrarlo en el siguiente silogismo: lo que se nos muestre como bello y sublime debe ser sentido y amado con toda pasión, con toda nuestra alma. Es así que el Carlismo se nos muestra como bello y sublime. Luego el Carlismo debe sentirse y amarse con toda pasión, con toda nuestra alma. En similares términos se expresa José de Sobregrau al afirmar que: en términos muy generales es tradicionalista aquel que adopta ante la vida íntima postura de respeto a cuanto esencial nos legaron nuestros mayores... Para el espíritu tradicionalista las verdades de la Religión son las definidas por la Iglesia. Los principios esenciales del Derecho están sólidamente fundamentados en el Derecho natural. Su desarrollo y progresiva adaptación o rectificación siempre es posible y deseable mientras no se conculquen aquellos principios divinos y humanos. Pero atendiendo y respetando en cuanto a estos últimos, en todo lo posible, las directrices y experiencias, las normas y costumbres que nuestros mayores nos legaron, mientras las circunstancias cambiantes o la depuración y mejoramiento de las calidades humanas, individuales o sociales, no nos demuestren la conveniencia de rectificación . Pues bien, todo esto ha tenido, en los reyes carlistas, sus máximos representantes. Cada uno de ellos ha salvaguardado la Tradición en cada uno de sus manifiestos y declaraciones al pueblo carlista y, por derivada, al pueblo español. Anteriormente hemos comentado que ser carlista es una forma de vida o, mejor dicho, una filosofía de vida. Esta filosofía se sostiene sobre tres palabras: Dios, Patria y Rey. A estas, en determinadas épocas se le ha unido otra, fueros, pero, no siempre ha formado parte del trilema. La autoridad viene de Dios. Como dijo Sus Santidad Juan XXIII: resulta necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija; autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor. Similares palabras nos dejo San Pablo: Porque el que existan las autoridades, y haya gobernantes y súbditos, y todo suceda sin obedecer a un azar completamente fortuito, digo que es obra de la divina sabiduría. Carlos V, el primer rey de la dinastía carlista, en 1836, manifestó: Será para mi corazón un deber tan grato como sagrado el proteger y promover la religión santa de nuestros padres, que tanta paz y dulzura han derramado siempre sobre estos piadosos pueblos . Si toda la autoridad viene de Dios, la vida social y política debe basarse en los principios que Él nos legó a todos. No reconocer la autoridad de Dios supone vivir en una sociedad laica y liberal. Quítese a Dios de la sociedad, y no habrá en el mundo más que tiranos y códigos de tiranía; póngase a Dios, y la obediencia será justa, santa y obligatoria: obedecerá el hombre a quien tiene derecho de mandarle, porque es su autor, y por un fin y bien más alto que todos los fines y bienes de la tierra; pues el Criador tiene infinitos recursos para compensar los sacrificios que a sus criaturas imponen, y la obediencia de ésta será esencialmente libre, así como libremente obedece a las leyes que la perfeccionan. Sólo a Dios se debe obediencia, decimos: las leyes serán justas y obligatorias cuando se conformen con su tipo y ejemplar que es la divina. Estas palabras aparecieron publicadas en el periódico La Esperanza el 5 de enero de 1845 y, aunque antiguas, son modernas por lo siguiente: en ellas se resume la base de la sociedad. Aunque la sociedad las haya olvidado, el pueblo carlista se ha regido por estos principios pues, no puede existir nada sin Dios. La segunda palabra del trilema es la Patria. Si bien todos, en nuestra mente, podríamos dar una definición del concepto Patria, para sintetizar el verdadero sentido, el sentido tradicional de la palabra, hemos escogido unas palabras de la Princesa de Beira, en las cuales, desde un exilio forzado y forzoso, nos infunde cuál debe ser, si deseamos convivir bajo los principios de la Tradición, la definición de Patria. Escribía la Princesa de Beira: La segunda palabra de nuestra divisa es Patria, nombre dulce y suave, nunca más amado por un hijo suyo que cuando se ve lejos de ella. Patria, de la cual es difícil renegar por grandes que puedan ser los atractivos que se encuentren en países extraños. Pero si no es fácil renegar de la Patria, no es raro encontrar hombres sin patriotismo; tales deben ser todos los liberales siguiendo sus principios. Pues la autonomía de la razón que hace al hombre libre e independiente; la soberanía nacional, que hace de él un soberano; la ambición que ésta engendra, y el orgullo que alimenta; la empleomanía que le hace suspirar por puestos lucrativos; el sumo apego a los intereses materiales y placeres, plaga suscitada por el liberalismo, y, por fin y sobre todo, el interés de partido, que monopoliza los empleos y las riqueza nacionales, todo esto junto hace que los liberales deban por sus principios carecer de patriotismo, porque todos estos principios son egoístas y el egoísmo es incompatible con el patriotismo . Éste amor a la Patria, es el que sintieron cientos, miles de requetés cuando, en las diferentes guerras, se alzaron para defenderla de cuantos ataques liberales ha sufrido nuestra nación. Por eso, al haberse consagrado los reyes carlistas -con un amor sin límite- a España, el pueblo carlista no ha dudado un solo momento en empuñar las armas y defenderla con sangre, sudor y lágrimas. Y es por eso que la tradición diferencia claramente lo que son nacionalismos de lo que son fueros. El Carlismo siempre ha admitido los fueros pues, en ellos se basan las leyes naturales de cada uno de los pueblos. El fuero no significa separación del Estado. El fuero une más que separa. De no ser así, ¿por qué se levantaron miles de navarros para defender a España de la República? De haber sido el fuero separatista, el día del Alzamiento Nacional, Navarra hubiera quedado en manos de la República y, no fue así. Como dijo Carlos VII: Felicítome particularmente de ver constituirse un centro de leales en aquella sagrada tierra, empapada en sangre de tantos millares de héroes, que ofrecieron su vida por los fueros, a la par que por los derechos de la gran Patria española. Ambas causas tienen indisolublemente ligados sus destinos, como indisolublemente iban unidas en mi solemne juramento bajo el roble venerado . El amor a la Patria, sin olvidar nunca los fueros, da libertad al pueblo porque, todo ello está intrínsecamente ligado a la ley natural, esto es, a la ley dictada por Dios. No puede coexistir una sin la otra. Como expresó Su Santidad León XIII: Esta libertad, la libertad verdadera, digna de los hijos de Dios, que protege tan gloriosamente la dignidad de la persona humana, está por encima de toda violencia y de toda opresión y ha sido siempre el objeto de los deseos y del amor de la Iglesia. Esta es la libertad que reivindicaron constantemente para si los apóstoles, la que confirmaron con sus escritos los apologistas, la que consagraron con su sangre los innumerables mártires cristianos. Con respecto a los Fueros, debemos pensar que frente la centralismo que atrofia las energías regionales y mata la vida de todos los organismos intermedios entre el individuo y el Estado, debemos afirmar las franquicias concejiles y regionales en el orden administrativo y económico que hoy el poder centralista les usurpa y que tiene su expresión tradicional en nuestros Fueros, fórmula española de democracia cristiana. La tercera palabra del trilema es el Rey. Última palabra pero, no por eso la menos importante. Su categoría radica en el hecho de que, el Rey, tiene que reconocer las otras dos palabras del trilema. ¿Nos vale un Rey que no reconozca la máxima autoridad de Dios y la responsabilidad de la Patria y de su pueblo? No. Ese rey nos sirve de bien poco. Un Rey liberal ostenta el título pero, en realidad de bien poco sirve. Carlos VII lo asumió al afirmar: Nosotros, hijos de reyes, reconocimos que no era el pueblo para el Rey, sino el Rey para el pueblo; que un Rey debe ser el hombre más honrado de su pueblo, como es el primer caballero; que un Rey debe gloriarse además con el título especial del padre de los pobres y tutor de los débiles . Sólo se puede expresar así un rey tradicionalista. No podrían ser redactadas por un Rey liberal pues, éste sentido de la responsabilidad queda sujeto a unas leyes -constitucionales o no- que limitan la libertad no sólo del Rey y de los ciudadanos de su reino, sino que limita el acercamiento y la comprensión a la obra realizada por Dios. Como nos enseña Lactancio: para esto nacemos, para ofrecer a Dios, que nos crea, el justo y debido homenaje, para buscarle a Él solo, para seguirle. Éste es el vínculo de piedad que a Él nos somete y nos liga, y del cual deriva el nombre mismo de religión. Fuera de estos principios, que deben ser básicos en cualquier sociedad tradicionalista, se origina el caos, el ateísmo, la no creencia, el libertinaje y la carencia de un Rey que, como antaño, dirija a su pueblo por los principios de la Tradición. En resumen, como publicó el periódico La Esperanza, el 23 de marzo de 1854: ¿Qué es un rey?... Si no es algo más que el hombre, ni representa otro poder que el humano, su autoridad es para nosotros usurpada; su derecho el del león, que se enseñorea de un rebaño. Que el soberano representa la ley, se nos objetará... No: non serviam, responderá cada monárquico desde que se le diga que la ley toma su fuerza obligatoria de la legitimidad del poder que la promulga, o que la legitimidad del poder no descansa en el derecho propio y exclusivo del que la ejerce, o que éste derecho no trae su origen del Autor del hombre y de la sociedad. Todo esto queda resumido en las palabras que, recientemente, han publicado Joseph Ratzinger y Tarcisio Bertone: La fe en Jesucristo, que se ha definido a sí mismo "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), exige a los cristianos el esfuerzo de entregarse con mayor diligencia en la construcción de una cultura -léase sociedad- que, inspirada en el Evangelio, reponga el patrimonio de valores y contenidos de la Tradición católica. La necesidad de presentar en términos culturales modernos el fruto de la herencia espiritual, intelectual y moral del catolicismo se presenta hoy con urgencia impostergable, para evitar además, entre otras cosas, una diáspora cultural de los católicos... Es insuficiente y reductivo pensar que el compromiso social de los católicos se deba limitar a una simple transformación de las estructuras, pues si en la base no hay una cultura capaz de acoger, justificar y proyectar las instancias que derivan de la fe y la moral, las transformaciones se apoyarán siempre sobre fundamentos frágiles. II Llegados a éste punto y antes de hablar o, mejor dicho, teorizar sobre el futuro, nos tenemos que detener en cinco aspectos que han marcado el presente y que, por derivada, marcarán el futuro. Estos son: a) La represión que sufrió el Carlismo durante la guerra civil de 1936 a 1939 y el enorme coste humano de víctimas en el frente. b) La carencia de la Tradición. c) La falta de unos líderes naturales. El Carlismo, por desgracia, ha perdido a aquellos líderes que, en nombre del Rey y de la Tradición, han dirigido, con acierto, al pueblo carlista. Así se encuentran a faltar personalidades como: el duque de Solferino, el marqués de Cerralbo, el marqués de Miraflores, el conde de Rodezno, o a un Mauricio de Sivatte, por poner sólo unos pocos ejemplos. d) La muerte de don Alfonso Carlos I, en septiembre de 1936, y sus consecuencias posteriores. e) El retroceso religioso de la sociedad española. El coste humano que sufrió el Carlismo, durante la guerra civil española, fue demasiado costoso. Si bien, como han teorizado algunos, es la guerra más carlista de todas, las acciones llevadas a cabo por los republicanos en la retaguardia se apartan, muy mucho, de las consecuencias de una guerra convencional. Las cifras hablan por sí solas. Sólo en Cataluña se asesinó a 1.199 carlistas en la retaguardia. ¡Qué decir de otras regiones! En el Reino de Valencia asesinaron a 970 carlistas. Cifras similares las encontramos en toda España. A estas debemos añadir los carlistas muertos en combate. Citaré únicamente dos ejemplos. El glorioso Tercio de Nuestra Señora de Montserrat tuvo 319 muertos en combate. En Navarra se han contabilizado más de 1.700 muertos. Y la suma de víctimas se podría extender. ¿Qué repercusiones podemos extraer de esta amalgama de cifras? Una muy concreta y, con ella pasamos al segundo aspecto reseñado. Los asesinatos se extendieron a todas las clases sociales y a todas las edades. Existen referencias de carlistas asesinados desde los 15 hasta los 90 años. Esto significa que, una vez finalizada la guerra, la masa carlista, el cuerpo social que tenía que haber transmitido la tradición a sus descendientes, se truncó. Es cierto que los supervivientes la transmitieron pero, nos hacían mucha falta los que perecieron entre 1936 a 1939. A esto hay que añadir a todas aquellas familias que, una vez finalizada la guerra y, como consecuencia de las carencias y amarguras sufridas, decidieron girar página a su historia, a la Tradición, y olvidarse que, alguna vez sus antepasados habían dado su vida por los eternos ideales de Dios-Patria-Rey. A todos esos también se les necesitaba para el restablecimiento del Estado. El tercer aspecto está intrínsecamente ligado con la muerte, en septiembre de 1936, del rey don Alfonso Carlos I. A partir de ese momento, se abrió un nuevo periodo en la historia del Carlismo. La Regencia de don Javier de Borbón-Parma, si bien fue la solución más adecuada para algunos, en vez de unir, desunió. Como dijo Jaime del Burgo, la Regencia es la muerte de cualquier monarquía. En un periodo breve de veinte años encontramos tres grupos, claramente diferenciados, seguidores de los principios tradicionalistas. La Comunión Tradicionalista, afín a las directrices marcadas por don Javier de Borbón-Parma y Manuel Fal Conde; la Comunión Católico Monárquica, conocida vulgarmente como Carloctavismo u Octavismo, integrada por los seguidores del archiduque don Carlos de Habsburgo, nieto de Carlos VII; y la Regencia Nacional y Carlista de Estella, fundada por don Mauricio de Sivatte. Por si fuera poco, la aparición, en 1957, de don Carlos Hugo de Borbón-Parma, condenó al Carlismo a una nueva separación, esto es, el Partido Carlista y su socialismo autogestionario. Esta carencia de Tradición, por los aspectos señalados en los puntos primero y segundo ha desencadenado, inevitablemente, en una irreligiosidad por parte de la sociedad española. Si bien es cierto que tendríamos que añadir otros factores, la verdad es que esta circunstancia está latente y es una lacra que, poco a poco, nos va minando. Sólo pondré un ejemplo relacionado con Navarra. Recordar únicamente que Navarra aportó 8.500 voluntarios carlistas en el levantamiento de julio de 1936. Pues bien, las vocaciones religiosas pasaron de 2.300 en 1939 a 4.088 en 1965. A partir de 1977 la media no llega a 10 por curso. El número de ateos y agnósticos es la más alta de toda España, entre el 15 y el 30% de mayores de 19 a 30 años. Difícilmente hoy, como ocurriera en 1936, el pueblo navarro ofrecería tantos miles de voluntarios. Como escribe Azcona San Martín: Hemos recibido una herencia religiosa y católica, que en estos momentos tiene problemas para su conservación: una cosa de solera, pero con debilidad. En parte vivimos de rentas. Y en tiempos como el nuestro no se puede vivir de rentas mucho tiempo. Demasiados cristianos descristianizados, testigos incapaces de testificar. III Éste es el análisis, pormenorizado, de cómo estamos. Ahora intentaremos dar unas breves pautas de cómo ha de ser el futuro o, por decirlo de otra manera, de cómo nos gustaría que fuera. Ya se sabe que el deseo y la realidad están siempre en desacuerdo. Como escribió Su Santidad Juan XXIII en la carta-encíclica Paecen in terra: El nuevo orden que todos los pueblos anhelan... ha de alzarse sobre la roca indestructible e inmutable de la ley moral, manifestada por el mismo Creador mediante el orden natural y esculpida por El en los corazones de los hombres con caracteres indelebles... Como faro resplandeciente, la ley moral debe, con los rayos de sus principios, dirigir la ruta de la actividad de los hombres y de los Estados, los cuales habrán de seguir sus amonestadoras, saludables y provechosas indicaciones si no quieren condenar a la tempestad y al naufragio todo trabajo y esfuerzo para establecer un orden nuevo . Cuanta razón tiene Juan XXIII al comentar que el nuevo orden mundial debe cimentarse sobre el orden natural. Esto no deja de ser Tradición o, dicho de otra manera, tradicionalismo. El orden natural, como hemos visto a lo largo de estas páginas, es por lo que lucharon los reyes y el pueblo carlista. Un orden natural que, intrínsecamente, siempre ha estado ligado al pueblo carlista pues, de todos es conocido el trilema, cuya primera persona es Dios. El orden natural, establecido por Dios, ha de servirnos para gobernar la Patria y, sobre estos dos parámetros el Rey debe gobernar. Nada más sencillo y, debido a su sencillez, olvidado ya no sólo por los gobernantes, sino por el pueblo. En ese nuevo orden, el pueblo carlista, fiel seguidor, desde la noche de los tiempos, debe ponerse a la cabeza y arrastrar a todos los demás. De no volver al origen, esto es, al orden natural, ya no sólo el Carlismo, sino la sociedad actual -tal y como la conocemos- está condenada al fracaso. Hay muchos casos precisos y elocuentes, en nuestra vida diaria, que no inducen a pensar que, en vez de acercarnos, nos estamos alejando del orden natural. Quizás la sociedad se de cuenta de su error y, como si de un Ave fénix se tratara, resurgirá de sus cenizas y volverá hacia la verdad. Una verdad muy sencilla y fácil de encontrar pues, todos los caminos, por muy retorcidos que estos sean, siempre conducen a Dios. Hasta el momento presente hemos valorado el pasado del Carlismo y su presente. ¿Qué le deparará el futuro? Podríamos decir que la Tradición nunca muere y no nos equivocaríamos. Si bien es cierto que éste axioma es verdadero, nosotros, todos nosotros, como futuro, tenemos que hacer algo pues, no se puede vivir ni del recuerdo ni dejar que las cosas evoluciones por una fuerza natural que le ha permitido subsistir hasta el momento presente. ¿Qué queremos decir con esto? Si bien es cierto que la Tradición nunca muere, tenemos que poner de nuestra parte no sólo para que no muera, sino para que resurja y de luz a todos aquellos que están ciegos por el liberalismo. Muchos han confundido la libertad con el libertinaje. Los principios de la Tradición quedan perfectamente resumidos en las palabras de Su Santidad Juan XIII al encabezar su carta-encíclica al afirmar que: la paz entre todos los pueblos, ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Ninguno de estos postulados se contradice al principio tradicionalista que, como ya hemos apuntado anteriormente, es aquel que adopta ante la vida la íntima postura de respeto a cuanto siendo esencial nos legaron nuestros mayores. Verdad, justicia, amor y libertad son los principios del orden natural y sobre ellos debemos basar el futuro. ¿Cómo debe enfrentarse a ese futuro el pueblo carlista? Leamos lo que recientemente a escrito Álvaro d'Ors: el vínculo personal de la Monarquía, es entre un rey que gobierna como delegado de Dios, de quien procede toda potestad -concretamente, de Cristo Rey-, y unos súbditos personales y responsables, que confían a ese rey la defensa de su libertad y de su seguridad. En esta fidelidad natural radica la legitimidad esencial de toda Monarquía como forma de gobierno; falta, en cambio, en la Democracia, régimen de legalidad, que prescinde de Dios y de la familia, y carece por tanto de toda legitimidad (...) Nuestro trilema sigue siendo así el de las fidelidades tradicionales, aunque con un nuevo sentido: a la Fe, a la Libertad y a la Legitimidad del gobierno monárquico. Y su principal adversario es hoy la Democracia. Como vemos, volvemos a las palabras expresadas por Su Santidad Juan XXIII. Ahí esta la base. No la debemos olvidar porque, de lo contrario, estamos condenados al caos. Ahora bien, alguien puede decir que estas palabras están muy bien pero, ¿dónde esta el rey? Por suerte tenemos una contestación a esta pregunta. Carlos VII, en su testamento, pensó en esta posibilidad y dejo escrito lo siguiente: Mantened intacta nuestra fe, y el culto a nuestras tradiciones, y el amor a nuestra bandera. Mi hijo Jaime o el que en derecho, y sabiendo lo que ese derecho significa y exige, me suceda, continuará mi obra. Y aún así, si apuradas todas las amarguras la dinastía legítima que nos ha servido de faro providencial estuviera llamada a extinguirse, la dinastía de mis admirables carlistas, los españoles por excelencia, no se extinguirá jamás. Vosotros podéis salvar a la Patria, como la salvasteis, con el Rey a la cabeza, de las hordas mahometanas y, huérfanos de Monarca, de las legiones napoleónicas. Antepasados de los voluntarios de Alpens y de Lácar eran los que vencieron en las Navas y Bailén. Unos y otros llevaban la misma fe en el alma y el mismo grito de guerra en los labios. Por lo tanto, aún sin rey, la dinastía continúa en el pueblo carlista. Aunque no haya, hoy por hoy, un líder que pueda dirigir los designios del Carlismo, siempre habrá un pueblo carlista, que infunda a la sociedad los eternos principios de Dios-Patria-Rey. Es ese pueblo el que debe seguir adelante, por Dios y por España, como dijo Carlos VII. Sólo, con la ayuda de Dios, se podrá establecer el orden natural a una sociedad que, cegada por liberalismos y democracias se ha apartado de la verdad, esto es, de la Tradición ·- ·-· -··· ·· ·-· César Alcalá | | Revista Arbil nº 79 La página arbil.org quiere ser un instrumento para el servicio de la dignidad del hombre fruto de su transcendencia y filiación divina "ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el Foro Arbil El contenido de estos artículos no necesariamente coincide siempre con la línea editorial de la publicación y las posiciones del Foro ARBIL La reproducción total o parcial de estos documentos esta a disposición del público siempre bajo los criterios de buena fe, gratuidad y citando su origen. | Foro Arbil Inscrita en el Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F. 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