Con qué expectativa hemos
esperado en España el estreno de la película
The Passion of The Christ, la última coproducción
cinematográfica de Mel Gibson y Benedicti
Fitzgerald que, en palabras del escritor italiano
V. Messori, golpea al corazón y a la
conciencia de los espectadores.
Independientemente de las creencias de cada uno,
cabe preguntarse el por qué de semejante hecho,
cuya respuesta la tenemos en el propio
acontecimiento: la entrega completa, por amor, de
la propia vida en favor de todos y cada uno de
nosotros. ¿Tan enamorado está de mí el
llamado Cristo-, que es capaz de dar su vida a
cambio de la mía? ¡Está loco! Loco de amor,
claro está, loco de amor. El largometraje,
basado en los cuatro evangelios canónicos narra
las últimas doce horas que Jesús vivió entre
su apresamiento, juicio, tortura y ejecución. Es
decir desde la oración en el huerto de los
olivos, pasando por los cuatro juicios ilegales
(por ausencia de cargos, falsos testigos,
inexistencia de quórum en el Sanedrín y
nocturnidad) que le someten sucesivamente Caifás
como Sumo Sacerdote, Poncio Pilato como
Gobernador de la provincia romana de Palestina,
Herodes como rey títere de Roma en la región de
Galilea, y nuevamente Pilato, hasta la misma
sentencia condenatoria de la Crucifixión. Todo
ello a través de recuerdos del Nazareno durante
la época en la que vivió sujeto a sus padres
terrenos.
Fue rodada en Italia entre la localidad de
Matera (Basilicata) y los estudios de Cinecittà
(Roma), con un gran reparto de actrices y actores
(J. Caviezel en el papel de Jesús o M.
Mongerstern en el de Virgen María, entre otros)
que debieron de soportar temperaturas invernales
con indumentaria primaveral (incluso alguno de
ellos sufrió auténticas lesiones), donde el
ambiente caravaggiesco es plasmado en esa lucha
plástica y simbólica- de la luz por salir
de las sombras. Todo ello transmitido por medio
de miradas, gestos y el lenguaje de aquel tiempo,
tanto el latín coloquial propio de los
legionarios romanos como el arameo dialectal,
idioma materno de Jesucristo y los suyos.
Las tentaciones constantes a las que estuvo
sometido el Hijo del Hombre para abandonar la
cima de su misión en este mundo, son una lección
de cómo nosotros debemos de actuar en medio de
los quehaceres cotidianos. Que sepamos responder
a Dios: ¡corazón en la Cruz! ¡corazón en la
Cruz! cuando nuestra alma sienta repugnancia
hacia esa cruz pequeña o grande de cada día.
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J. Ignacio Vargas
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