Exitosa Marcha de Asia Hacia la Democracia Capitalista En el último cuarto de siglo los países del Asia-Pacífico se volcaron decidida y exitosamente a la construcción de democracias capitalistas, en una formidable transformación cuyo ejemplo más destacado tal vez sea el de la República Popular China, cuyo crecimiento económico ha sido el mayor en la historia del mundo. El parlamento chino va a aprobar una reforma constitucional que restablece la protección del derecho a la propiedad privada, abolido por la revolución comunista que, liderada por Mao Tse Tung, conquistó el poder en 1949. También resulta notable el proceso vivido por la India, el otro gigante asiático, que hacia fines de la década de 1980 abandonó las políticas económicas estatistas y restrictivas de la libertad de mercado de tinte socialista cuyos gobiernos, ejercidos por el Partido del Congreso fundado por Ghandi y Nehru, aplicaron desde su independencia de Gran Bretaña en 1947 y que hicieron de ese país un constante aliado de la Unión Soviética, hasta que el voto popular y la crisis a la que condujeron esas políticas impuso un cambio hacia la economía libre y la adopción de los principios de organización económica del capitalismo. En una dimensión cuantitativa incomparable con China o la India, el caso de Singapur es también digno de consideración habida cuenta que esta pequeña ciudad - estado, que es hoy un actor significativo de la economía mundial, llegó a serlo mediante las políticas de Estado aplicadas por un partido de gobierno de raíces leninistas que, bajo la conducción de Lee Kuan Yew, estableció un sistema de democracia capitalista sui generis, cuya solidez y estabilidad son notables . En otros países asiáticos -son los casos de Japón, Corea del Sur, Indonesia y Filipinas, por mencionar los más notorios- la libertad económica coexistió con restricciones de las libertades políticas y distorsiones del sistema democrático que generaron situaciones de crisis, en tanto una economía libre no puede funcionar demasiado tiempo en un clima político en el que no impere la libertad. La apertura política que mencionados a partir de la década de 1990 se produjo en los países y llevó a establecer en ellos un mejor sistema democrático, es una muestra clara del carácter unívoco de la libertad. Tropiezos Sudamericanos en su Camino Hacia la Democracia Capitalista En América del Sur, contrastando con ese recorrido firme y exitoso hacia la democracia y el capitalismo que vienen siguiendo loa países del Asia Pacífico a partir de la década de 1980, el generalizado proceso de democratización que se produjo en nuestro subcontinente en ese mismo lapso no cosechó éxitos similares. En cuanto a la estabilidad institucional, que es una de las condiciones propias del sistema democrático de gobierno, la asonada popular que derrocó al gobierno que en Bolivia presidía Gonzalo Sánchez Losada dejó a Chile, Colombia y Uruguay como los tres únicos países sudamericanos en los que en el último cuarto de siglo se preservó sin alteraciones la continuidad democrática. Vale subrayar que en esos tres casos, los diversos gobernantes que se sucedieron desde la década de 1980 -por encima de sus diferentes orígenes partidarios- coincidieron en mantener políticas de Estado tendientes a construir en esos países sistemas de economía capitalista y abierta al mundo y a establecer una firme alianza con las grandes democracias en general y con los Estados Unidos en particular. Bolivia, Ecuador, Perú, Paraguay y ahora Venezuela, de un modo u otro, atravesaron y/o atraviesan turbulencias que alteraron la continuidad normal del régimen de gobierno y vaciaron de gobernabilidad a quienes lo ejercían. En Brasil el gobierno que presidió Fernando Collor de Mello -que fue el primero elegido por el voto popular directo desde el golpe de Estado de 1964- se vio forzado a terminar su mandato antes del período constitucional, aunque el país parece haber recuperado el rumbo con la gestión presidencial de Fernando Henrique Cardoso, que transfirió el mando a Luis Inazio "Lula" Da Silva, candidato del opositor PT, sin que ello alterara la normalidad política o económica del país. En la Argentina había sucedido lo propio en 1999, cuando Carlos Saúl Menem completó su segundo mandato presidencial y, al cabo de más de diez años de ejercicio de la Presidencia de la Nación en los que condujo una espectacular transformación de la Argentina en plena democracia y libertad, transfirió el poder a Fernando De la Rúa, que había sido el candidato de una alianza política opositora. Pero, mientras Lula continuó las líneas económicas esenciales que había mantenido el gobierno de Cardoso, los sucesores de Menem alteraron el rumbo que la Argentina había seguido con éxito extraordinario durante la década de 1990 y provocaron una crisis que condujo a que De la Rúa debiera renunciar a la Presidencia en diciembre de 2001, apenas dos años después de haber asumido y generó una situación de inestabilidad política, catástrofe económica y social y débil gobernabilidad, que aún hoy padecemos. Esa frágil gobernabilidad de las democracias sudamericanas, expresada en el hecho que no hayan podido completar su tiempo de mandato tantos presidentes elegidos en comicios en los que la voluntad popular se manifestó libremente, se complementa con la reciente adopción por parte de algunos gobiernos de políticas económicas que buscan deshacer las transformaciones que, en la década de 1990, habían encaminado a algunos de nuestros países en la perspectiva del capitalismo o, si se prefiere, de una economía libre, siendo la Argentina el ejemplo más notorio de esa revisión. La constatación del rumbo y el resultado divergente que tuvo el proceso político y económico similar que siguieron en el último cuarto de siglo los países del Asia-Pacífico y los de América del Sur en general (valga reiterarlo, con las excepciones de Chile, Colombia y Uruguay), justifica intentar un abordaje de las raíces culturales de esos resultados dispares. Nos abstendremos de entrar siquiera a considerar el proceso asiático, cuyas complejidades y meandros nos exceden por completo; pero sí nos sentimos autorizados a intentar una explicación acerca de las dificultades que muchos de los países y los pueblos sudamericanos no conseguimos superar a la hora de establecer en estos lares sólidas democracias capitalistas. ¿Carlos I de España o Carlos Marx? Gran parte de los politólogos anglosajones y sus epígonos latinoamericanos de raíz filosófica liberal tienden a entender y a explicar los corsi e ricorsi que registra el proceso de construcción de la democracia política y la economía libre en América del Sur en este comienzo del siglo XXI, atribuyendo la condición de causa eficiente de la mayor parte de los males del "atraso" latinoamericano a la herencia hispano-católica, que está en la base nuestra cultura. Suelen ser fuentes principales de esa interpretación, por un lado, una aplicación sesgada, extemporánea y descontextualizada del trabajo de Max Weber acerca de la relación entre la ética protestante y el capitalismo y por el otro una adhesión acrítica a la denominada "leyenda negra" acerca de la creación de América por la España que encabezó la Reforma Católica En esta ocasión hemos de ahorrar a nuestros eventuales lectores la exposición de la crítica que nos merece la interpretación y aplicación de las tesis weberiana en las que incurren esos analistas y hemos de concentrarnos en tratar de refutar su aceptación de la "leyenda negra". Conviene empezar recordando que esa impostura histórica consiste en presentar como una brutal acción de saqueo y exterminio a la magna obra de la colonización española de América, que permitió crear este continente y hacer del mundo, por vez primera, una verdadera ecúmene abarcadora de todo el planeta. Esa "leyenda negra" (que se difundió con la colaboración de muchos españoles, como Fray bartolomé de las Casas) articuló falacias con lisas y llanas mentiras para elaborar un discurso condenatorio del proceso histórico que condujo a que, entre el siglo XV y el XIX, la mayor parte de América integrara al Reino de España, con todos los derechos y todos los deberes que ello implicaba y la fabricación de esa "leyenda negra" fue inducida por la inteligencia británica para usarla en la estrategia imperialista de dominio mundial de Londres como un arma eficaz contra España. Años después ese método se reprodujo con los llamados "Protocolos de los Sabios de Sion", elaborados por la Ojrana rusa (policía secreta zarista que cumplía las tareas de inteligencia y que fue la predecesora de la "Cheka" y la KGB soviéticas), usados antes y después de la revolución de 1917 como un arma de la política imperialista de Moscú y los cuales, pese a que se probó que son una fábula al servicio de operaciones de poder, aún hoy son tenidos por plausibles en ciertos segmentos de la opinión pública mundial. Mencionamos las similitudes entre la "leyenda negra" promovida por la inteligencia británica y los "Protocolos de los Sabios de Sion" creados por la Ojrana rusa y utilizados por el poder soviético, porque ambas operaciones se vinculan a las dificultades que los sudamericanos y otros pueblos del mundo tenemos hasta hoy para establecer en nuestros países la democracia capitalista, que probó ser el mejor -o el menos malo (siguiendo a Churchill), si así se prefiere- de los sistemas posibles para la vida en comunidad. Sucede que estas y otras operaciones de influencia y acción psicológica desplegadas por los aparatos de inteligencia, como parte de la lucha ideológica y política por el poder que desarrollaron potencias imperialistas como Gran Bretaña, la Rusia zarista y sobre todo su continuidad que fue la Unión Soviética, llegaron a ejercer una influencia decisiva sobre el pensamiento y la acción de las élites que modelaron la realidad y gran parte del imaginario colectivo en los países de América del Sur, al igual que en casi todo el resto del mundo De ahí que, entre otras consecuencias deletéreas, el gran salto hacia atrás que suelen dar los politólogos anglosajones y sus epígonos del neoliberalismo vernáculo al interpretar problemas latinoamericanos del siglo XXI, que les lleva a a pasar por encima del siglo XX para remontarse al siglo XVI y buscar en la herencia hispano-católica la causa eficiente de esas dificultades, omitiendo los efectos de la acción cultural, ideológica y política del marxismo soviético en nuestra región. Basta un sobrevuelo superficial sobre el acontecer histórico latinoamericano del siglo pasado para constatar que en la instalación de las reticencias a la democracia capitalista que hasta hoy persisten entre nosotros tuvo un peso mucho más significativo Carlos Marx, fundador de las diversas variantes del socialismo, que Carlos I, primer monarca del vasto imperio hispano-católico Así, en el pensamiento y la práctica de los líderes y dirigentes de la Revolución Mexicana de inicios del siglo XX, comenzando por Pancho Villa y sobre todo por Emiliano Zapata, hubo una influencia cierta de las corrientes socialistas europeas y el marxismo soviético no fue ajeno al corpus de ideas de Lázaro Cárdenas y otros dirigentes que, en la década de 1930, fundaron el Partido Revolucionario Institucional y modelaron al México moderno. No parece cierto, en cambio, que la revolución de los "cristeros" mexicanos o el tradicionalismo católico español, hayan tenido igual significación en la formación de quienes, en el México del siglo XX, construyeron una sociedad de democracia sólo aparente y frágil capitalismo. En Centroamérica, con todos los matices que corresponden a cada caso, lo mismo podría decirse de líderes como el nicaragüense Augusto Sandino, el guatemalteco Jacobo Arbenz, el costarricense José Figueres o el dominicano Juan Bosch, por sólo mencionar algunos. Variantes del marxismo como el socialismo democrático europeo y el comunismo soviético, en grados y medidas diversas, también fueron la inspiración del pensamiento y la acción de dirigentes de América del Sur como el venezolano Rómulo Betancourt, el colombiano Jorge Eliécer Gaitán, el ecuatoriano Velasco Ibarra, los peruanos José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre, el boliviano Víctor Paz Estenssoro, el chileno Luis Recabarren, el brasileño Luis Prestes y en la Argentina Victorio Codovilla, entre muchos otros. Artistas e intelectuales latinoamericanos, sobre todo a partir de la década de 1920, contribuyeron tanto o más que los mencionados dirigentes políticos, en el proceso de instalación en la cultura popular de nuestros países las tendencias "anticapitalistas" y el desprecio a la "democracia burguesa" o "partidocracia" que aún hoy existen y es evidente que una gran parte de esos artistas e intelectuales adhirieron de forma más o menos expresa y consciente al marxismo. Desde Rubén Darío y Leopoldo Lugones hasta Pablo Neruda, César Vallejos, Nicolás Guillén o Raúl Gonzalez Tuñón; por mencionar a algunos de los más reconocidos poetas latinoamericanos, coquetearon con el pensamiento socialista o fueron, lisa y llanamente, miembros destacados de los partidos comunistas prosoviéticos en sus respectivos países y lo mismo podría decirse de prosistas y plásticos, de músicos y cantantes, de actores y autores de teatro. El peso del marxismo soviético sobre el pensamiento y la acción de artistas e intelectuales latinoamericanos, después de la década de 1960, se prolongó mediante el influjo ejercido por la revolución cubana, que tantas y tan extendidas adhesiones recibió de los modeladores de la cultura institucional de nuestra región. Sólo como un ejemplo, vale recordar que los protagonistas del llamado "boom" de la literatura latinoamericana de la década del ´60 (Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, José Lezama Lima, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti y otros) fueron todos -o casi todos- fervientes propagandistas del marxismo y amigos incondicionales de Fidel Castro, sin mengua de reconocer algunas saludables conversiones como la del peruano Mario Vargas Llosa, que pasó de apologista a crítico del marxismo cubano-soviético. Artistas cuyo valor es hoy reconocido por todos como Jorge Luis Borges, hasta bien entrada la década del ´80, eran blanco de críticas feroces por parte de la pléyade de izquierdistas que predominaban y en gran medida siguen predominando en los círculos de la intelligentzia latinoamericana. Otros, como nuestro entrañable Leopoldo Marechal, permanecieron casi "ninguneados" por los popes de esa intelligentzia marxista debido a su proclamado catolicismo y su adhesión al peronismo, "culpas" de los que no llegó a redimirlo del todo su tardía adhesión a la revolución cubana. No podemos dejar de mencionar a Octavio Paz, quien hubiera podido decir de la capilla intelectual marxista latinoamericana lo que José Martí dijera de Estados Unidos -"conozco el monstruo porque vengo de sus entrañas"- y cuyas lúcidas, implacables y precisas críticas al marxismo provocaron venganzas miserables, incluso de quienes habían sido sus amigos. Todos ellos y muchos más, de un modo u otro, modelaron la consciencia y la práctica de una gran porción de los dirigentes y los pueblos de América Latina e indujeron a que, en el siglo XX, los sistemas políticos y económicos que se instalaron en nuestra región, por encima de sus diversas manifestaciones particulares, compartieran la imposición de severas restricciones al pleno ejercicio de los derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad, derechos humanos esenciales cuyo reconocimiento y respeto son proverbiales en la democracia capitalista y que son relativizados o por completo negados en las variopintas versiones del socialismo. Es cierto que en todos esos artistas e intelectuales está presente la marca de la herencia cultural hispano-católica en la medida que, por así decirlo, quien escriba poesía en castellano no podrá evadirse del influjo de Quevedo y quien quiera escribir en prosa no podrá ser del todo ajeno a Cervantes. Pero ello no empece a reconocer que los principios, valores y tendencias que forjaron la cultura popular latinoamericana del siglo XX en materia económica y política, antes que el resultado de la matriz hispano-católica, son la expresión del completo triunfo del marxismo soviético, primero por sí y después a través de los cubanos y que esa victoria cultural se prolonga hasta hoy, pese a la desaparición de la Unión Soviética y al colapso global del socialismo. A nuestro ver, si el marxismo alcanzó en nuestros países esa victoria cultural que en muchos casos perdura hasta hoy, es también por la mutua responsabilidad de quienes, en Estados Unidos y en América del Sur, no supimos presentar a la democracia capitalista como el resultado de una cosmovisión capaz de encender el alma e iluminar la cabeza de los pueblos de nuestra región, a partir de contribuir de modo efectivo a mejorar su calidad de vida. Creemos que la única excepción es la propuesta y la experiencia que se vivió en la Argentina con el Justicialismo, que con Perón primero y con Menem después, fue y es el más serio intento de construir una democracia capitalista que supo ganar la adhesión popular mayoritaria, al punto que las tendencias marxistas se vieran obligadas a intentar cooptar al peronismo, mediante diversas maniobras. Debemos reconocer, sin embargo, que a Perón no le fueron propicias las condiciones del contexto histórico en los que debió desenvolver su liderazgo y que Menem y quienes le acompañamos no supimos construir un discurso y un sistema de participación política que permitiera dar continuidad a los logros alcanzados desde el gobierno en la década de 1990. El análisis de esta cuestión en la forma pormenorizada que el tema merece excede los límites de este artículo dado que implica internarse a considerar los motivos por los cuales Estados Unidos suscita tanto rechazo en muchos países cuyos pueblos, no obstante el alto grado de "antiyanquismo" que expresan, reconocen que quisiera para sí el "American Way of Life", bien que adaptado a su específica identidad cultural. Por lo demás es notable que en los países del Asia-Pacífico, en los que el marxismo fue asumido en forma expresa o implícita por los dirigentes -son los casos de China e India-, a partir de la década de 1980 se haya producido una revisión completa de los principios del socialismo y a una creciente adopción del capitalismo democrático como el modo de vida más apropiado para alcanzar el bienestar popular y el crecimiento de las naciones. En América del Sur, en cambio, donde la única experiencia de un gobierno que adhiriera al socialismo marxista fue la que presidió Salvador Allende en Chile con las trágicas y conocidas consecuencias que aparejó, con las mencionadas excepciones de Chile, Colombia y Uruguay, estemos viendo un proceso que nos evoca a aquella película de terror que se llamó "El regreso de los muertos vivos". El Rechazo a la Democracia y al Capitalismo no es Hispano ni Católico Lo dicho respecto de los dirigentes latinoamericanos que integraron o integran la galería de próceres de la "progresía" izquierdista latinoamericana, también vale para los tiranos y tiranuelos, las dictaduras y los dictadores de los que tantos hubo en la América Latina del siglo pasado, incluso los que pasaban por "derechistas" o incluso se creían tales. Si bien se mira, por encima y por debajo de los discursos a los que recurrieran para justificar su ejercicio despótico del poder, ha de convenirse que, por sus hechos y hasta por su estilo, ellos y sus cómplices constituían un remedo vernáculo del modo de ejercicio despótico del poder que fue propio de Stalin y de la nomenklatura soviética. El desprecio a la soberanía popular expresada en comicios libres, que es una de las bases esenciales del sistema democrático, tantas veces violentada o lisa y llanamente ignorada en la historia política latinoamericana hasta hoy, es connatural al sistema soviético, pero no a la herencia hispano-católica. En verdad, la heredad hispanoamericana está cargada de tradiciones democráticas y de reconocimiento de la soberanía popular, muchas de ellas nacidas de la experiencia establecida por los "comuneros", que se mantuvo vigente en la España continental y también en la España "indiana", como lo muestra -entre otros muchos ejemplos- la realidad expuesta en Fuenteovejuna, escrita por Lope de Vega en 1619, casi un siglo después de la batalla de Villalar de 1523, en la que la derrota de los comuneros encabezados por Padilla fue, en cierto sentido, también la del emperador Carlos I, quien resultó el pírrico vencedor en esa ocasión. El municipio indiano y los Cabildos, las experiencias participativas en las misiones jesuíticas y el derecho de Indias, el pensamiento político de los escolásticos de Salamanca - Vitoria, Suárez y sus discípulos- que a partir de los siglos XVI y XVII fundamentaron el principio de la soberanía popular y ejercieron fuerte influencia en todo el Imperio son apenas algunos de los hechos que muestran el aporte de la herencia hispano-católica a la democracia en América Latina y refutan a la falaz "leyenda negra" que siguen exponiendo muchos politólogos anglosajos y liberales (en términos filosóficos) latinoamericanos. De igual manera, un pilar básico del capitalismo cual es el derecho a la propiedad privada de los bienes, incluidos los de producción, es un principio que nunca fue puesto en cuestión por la herencia hispano-católica. La tradición y el Magisterio de la Iglesia, al reconocer el derecho a la propiedad privada como de carácter natural, advierte que, como lo dijera Juan Pablo II en su Carta Encíclica Centesimus annus, "no es un derecho absoluto ya que en su naturaleza de derecho humano lleva inscrita la propia limitación". El mismo Juan Pablo II desarrolla la conexión que existe entre, por un lado, el legado de carácter abstracto que Dios, en el origen, otorgó en favor de todos los hombres, al darles el dominio sobre todas las cosas de la tierra y, por otro lado, el necesario régimen de propiedad privada, para que el dominio natural de todos los hombres sobre las cosas creadas pueda ser real y no teórico, eficiente y no conflictivo, de acuerdo con la doctrina desplegada por Santo Tomas. El Santo Padre hace esa conexión en su Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis cuando escribe: "Es necesario recordar una vez más aquel principio peculiar de la doctrina cristiana: los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos. El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio". Pero esa enseñanza de la Iglesia que señala la hipoteca social que grava a la propiedad en cuanto tiene una función social, fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes; es del todo armónica con lo que sucede en el capitalismo, en cuanto los bienes poseídos en privado son destinados al proceso de producción, creando puestos de trabajo y rentas para los demás. El avaro que atesora bienes sin generar provecho para nadie o el despilfarrador de los mismos que insulta a los necesitados, no forman parte del auténtico espíritu del capitalismo, marcado por la actitud del emprendedor que arriesga. Si es evidente que en la vertiente hispano-católica de América Latina no faltaron avaros y despilfarradores, no lo es menos que también hubo emprendedores de gran valía y que esto que decimos de nuestra región podríamos repetirlo a la letra respecto de los Estados Unidos. Juan Pablo II, con su indiscutible autoridad como vocero de la Iglesia, sintetiza lo que considera la doctrina católica respecto del capitalismo cuando, en el párrafo 42 de la encíclica Centesimus annus se pregunta: "¿Se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?". Se contesta a sí mismo diciendo: "La respuesta obviamente es compleja. Si por capitalismo se entiende un sistema económico que reconoce el valor fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva", aunque añade que "quizás sería más apropiado hablar de economía de mercado, o simplemente de economía libre", precisión epistemológica y no sólo expresiva con la que coincidimos. En el mismo párrafo, el Papa avanza al afirmar que "si por capitalismo se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa". La precariedad de un capitalismo y una libertad económica que no sea armónico y coetáneo con la vigencia de un "sólido contexto jurídico" al servicio de la libertad humana integral, se constata en las tensiones que genera ese desequilibrio y suele desembocar en crisis que ponen en riesgo la subsistencia misma de la libertad económica y del capitalismo, como se constató en la última década del siglo pasado en los torbellinos que sacudieron a Indonesia, Corea, México y otros países en los que los avances de la libertad económica no marcharon pari passu con la libertad política. A lo expuesto hasta aquí tratando de refutar la hipótesis según la cual la herencia hispano - católica es la matriz de la cultural social que obstaculiza el establecimiento de las democracias capitalistas en nuestros países, puede añadirse el ejemplo que brinda la realidad de la España actual, cuya adhesión a la democracia capitalista es indiscutible y la sitúa en una posición de avanzada en Europa. Por último, pero no por eso menos importante, no hay ningún fundamento que permita diferenciar a Colombia, Chile y Uruguay de la común herencia cultural hispano-católica del resto de los países sudamericanos y si en estos tres casos esa heredad no fue un obstáculo insalvable para avanzar en establecer una democracia capitalista, no se ve como ni porque el atraso que registran las otras naciones sudamericanas pueda explicarse por esa causa. Populismo y Marxismo Muchas de las interpretaciones acerca de la realidad latinoamericana de los politólogos que se sustentan en la filosofía liberal enfatizan las críticas a los dirigentes "populistas" y/o "nacionalistas" a los que suelen describir como continuadores actuales de los colonizadores españoles y atribuirles la principal responsabilidad por las recurrentes tendencias a restringir la libertad económica y política que se instalan cada tanto en nuestros países. Sin extendernos en demasía en la crítica que a nuestro juicio merece esta mirada, conviene recordar que las políticas económicas que podrían calificarse como "populistas" o "nacionalistas" que se aplicaron en casi todo el mundo después de 1930, en buena medida estuvieron influidas por las ideas expuestas en la obra clásica de John Maynard Keynes (La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero), publicada en 1936, cuando hacía ya cuatro años que Franklin D. Roosevelt era presidente de los Estados Unidos La adopción de las tesis keynesianas llevó a plasmar el New Deal de Roosevelt, mediante el cual se decide que el Estado intervenga en la economía para incentivar el consumo de los sectores populares mediante una redistribución de los recursos, confiando en que la recomposición del mercado interno y el consecuente incremento de la producción industrial permitiera volver a poner de pie a la economía y la sacara de la recesión y estancamiento en el que había caído. Conviene tener en cuenta que el auge que alcanzaron las ideas de Keynes y de algunos de sus discípulos y continuadores -de las que aún hoy hay quienes creen que siguen siendo válidas- debe ser entendido en el contexto del clima cultural que en esa década de 1930 vivía Occidente en general y sus élites políticas, intelectuales y académicas en particular. Ya en la década de 1920, en los medios culturales y académicas de Europa y de Estados Unidos, los principios de la economía libre y de la democracia política habían sido erosionados por la extendida sensación de horror que había dejado la I Guerra Mundial (1914-18) y por la poderosa influencia de la Revolución Rusa de 1917, del movimiento comunista internacional y de otras tendencias como el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán o el falangismo español que, aunque duramente enfrentadas con el marxismo, compartían con éste el desprecio por el capitalismo y la democracia. Los ámbitos universitarios fueron de los más permeables a esas influencias y en ellos prosperó un pensamiento económico que se inclinaba a explicar la crisis que estalló en 1930 y a proponer soluciones para superarla afirmando la teoría del valor que quedó expuesta en El Capital y a asumir como propias las críticas de Marx al Adam Smith de La Riqueza de las Naciones. Keynes fue uno de los más brillantes exponentes de ese pensamiento económico que incorporó las categorías del marxismo que habían ganado un gran prestigio en la cohortes que pasaron por la Universidad de Cambridge en las décadas de 1920 y 1930 y que se acentuó en los años de la Guerra Civil Española y de la II Guerra Mundial contra el nazismo y el fascismo. Habida cuenta de este clima por así llamarlo "promarxista" que se extendió en los campus universitarios y que llegó a influir en muchos altos dirigentes de Estados Unidos y de Europa Occidental, parece excesivo que quienes adscriben a la filosofía liberal quieran atribuir al "caudillismo" y al "populismo" latinoamericano la responsabilidad exclusiva y excluyente del atraso de nuestro continente en la construcción del capitalismo y más excesivo aún es afirmar que ese "caudillismo" y ese "populismo" son producto de nuestra herencia cultural hispano - católica. Por sólo mencionar dos ejemplos del mundo anglosajón, las políticas aplicadas desde el gobierno por Franklin D. Roosevelt o Clement Attlee, en su sustancia no eran muy diferentes a las que adoptaron en América del Sur aquellos "caudillos populistas" tan criticados por la politología liberal y a nadie en su sano juicio se le ocurriría que esas orientaciones de la Casa Blanca o el 10 de Downing Street eran el efecto de la herencia hispano-católica. Riesgos Políticos Actuales de una Explicación Histórica Falaz Lo que aquí estamos poniendo en debate no es una mera cuestión académica o una polémica que sólo involucra a investigadores de la historia o la ciencia política ya que incide de modo muy directo a la respuesta que se vaya a dar a algunos de los desafíos más perentorios de la actualidad política latinoamericana y mundial. Conviene tener en cuenta que, después del colapso del marxismo en la última década del siglo XX, los constructos ideológicos que tomaron la posta del combate contra la democracia capitalista han sido, en buena medida, el fundamentalismo islámico en los países con predominio musulmán y el indigenismo en buena parte de América Latina. No hemos de entrar en este trabajo en mayores consideraciones acerca del fundamentalismo islámico, aunque sí diremos que sus epígonos siguen utilizando a los Protocolos de los Sabios de Sión -esa patraña de la Ojrana rusa que tuvo clara continuidad en las políticas antisemitas del stalinismo- y las posiciones contrarias a Israel que siempre adoptó la Unión Soviética, como un medio válido de su lucha ideológica y cultural contra Estados Unidos. Las oposición a Israel, una constante de la política soviética que se transfirió a sus herederos, resulta restaurada en una versión que es, a la vez, contemporánea y extemporánea a través del líder cocalero boliviano Evo Morales, quien no se privó de afirmar que Chile tiende a convertirse en "el Israel de América Latina". Por lo demás, las proclamas indigenistas que el Ejército Zapatista de Liberación lanza al mundo desde sus bases de la selva Lacandona mexicana encuentran eco, apoyo y vasta difusión en diversos medios de comunicación de todo el mundo, en los que se exalta hasta la desmesura el talento literario que exhiben las proclamas del Subcomandante Marcos, un intelectual que, al igual que Fidel Castro, se formó en claustros jesuitas pero que abandonó las raigales enseñanzas ignacianas para adherir a las esotéricas tesis marxianas. No deja de ser llamativo que las semiverdades distorsionadas, las falacias y las mentiras en las que se basa la "leyenda negra" levantada contra el descubrimiento y la civilización hispano-católica de América, sean a la vez uno de los fundamento histórico de quienes se proclaman partidarios de la democracia capitalista desde la filosofía liberal y alimenten a todos los indigenistas que al sur del Río Bravo quieren enfrentar al "capitalismo salvaje" y al "imperialismo yanqui". Desde ya, entre quienes encuentran en el indigenismo una nueva utopía ideocrática con la cual buscan llenar el vacío que les produjo el derrumbe del marxismo-leninismo y que no cesan de proclamarse enemigos de todo lo que huela a español y católico, son muchos los que tienen un neto origen europeo y aún español y ni rastros de sangre aborigen en sus venas. Como fuere, en la realidad política de América toda tienden a alinearse dos bandos claramente diferenciados. Uno es el revoltijo que reúne a indigenistas y keynesianos; a los partidarios de la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo y del aborto; los amigos de Fidel Castro y de sus seguidores; quienes se instalan en la nostalgia del auge del socialismo y la guerrilla de los años ´60 y ´70; los que proponen contemporizar con el terrorismo y ser tolerantes con el abuso de drogas y el narcotráfico; a quienes creen que el orden impide la libertad y que la libertad no conduce a la justicia; a los que siguen adhiriendo a la lucha de clases como motor de la historia y suponen que los conflictos sólo pueden superarse por la supresión del otro diverso, en síntesis, a los opositores a la democracia capitalista. En el otro polo estamos los que vivimos con orgullo la identidad derivada de nuestra herencia cultural hispano católica y desde esa certeza en la identidad propia estamos abiertos al vinculo mutuamente enriquecedor con todos los otros; los que creemos en la construcción de una América económicamente libre que vaya de Alaska a Tierra del Fuego; quienes defendemos la vida desde la concepción hasta la muerte natural y el matrimonio entre el hombre y la mujer que crean una familia que es célula nuclear de la sociedad; los que reclamamos por el derecho del pueblo cubano a vivir en libertad y democracia; quienes buscamos superar las rémoras que nos quedan de las décadas del ´60, del ´70 y del ´80; los que estamos convencidos que el orden jurídico e institucional y la organización social son condiciones necesarias para el ejercicio efectivo de la libertad y que es la libertad la que conduce a la justicia; los que buscamos construir la armonía en la diversidad y por esas y otras razones somos partidarios de la democracia y del capitalismo. Desde el primer bloque se multiplican las interpretaciones que pretenden atribuir al "fracaso del modelo neoliberal" o al "agotamiento del Consenso de Washington" las crisis políticas, la inestabilidad, la débil gobernabilidad, las dificultades económicas y la innegable persistencia de situaciones de brutal pobreza e injusticia social que se registran en los países sudamericanos. Pese a que las verdades que exhibe la realidad colombiana, chilena y uruguaya dan un rotundo mentís a esas consignas, su martilleo constante por gran parte de la prensa de la región, la insistencia de su difusión en medios universitarios y académicos y la coordinación del discurso y la acción a través de ámbitos como el llamado "Foro Social de San Pablo" lograron establecer estas corrientes "neo-marxismo" (más "marxistas" que "neo"), permitió que sus posturas reúnan cierto consenso en nuestras sociedades. Ese nivel de consenso también fue favorecido por la ausencia de articulación en el pensamiento y en la acción entre las corrientes y las personalidades políticas, intelectuales, sociales y económicas que promovemos la libertad y la justicia a través del sistema político que es la democracia y que promovemos como su correlato sistémico una economía de empresa, economía de mercado, economía libre o capitalismo, como se le quiera llamar y que conformamos el otro polo arriba descripto. Sin mengua de las iniciativas orgánicas y políticas que puedan adoptarse para superar esa dispersión que existe entre quienes nos reivindicamos partidarios de la democracia, la libertad económica, la justicia social y la integración americana; lo que buscamos con este artículo fue contribuir al necesario debate que nos lleve a despejar la raíz cultural de las dificultades que aún tenemos para instalar esos principios en nuestra América del Sur ·- ·-· -··· ·· ·-· Victor E. Lapegna y Luis F. Calviño |