Conmovido por la noticia de que una obra de teatro con un título tan respetuoso como «Me cago en Dios», es objeto de subvención por esa noble y sensible Casa, no puedo más que felicitarles, porque convertir en un bello arte la acción de defecarse en la divinidad constituye un logro digno de figurar en los anales de la alquimia universal y, mutando viscosamente la naturaleza del resultado final, incluso supera a aquella otra industria de la piedra filosofal tan perseguida infructuosamente por los antiguos. El único riesgo que conlleva la desinhibida, airosa y ventoseada empresa de cagar hacia lo alto, es el tributo planetario a que nos somete la denominada Ley de la Gravedad, ley autoritaria e inflexible donde las haya (como su propio nombre indica), que en su impepinable mandato obliga, de manera casi inmediata, a hacer bajar todo lo que previamente subió. Confiando en que las ilustrísimas señorías del Círculo de Bellas Artes de Madrid hayan considerado la eventualidad anterior proveyéndose de los adecuados chubasqueros coprófugos y de un amplio surtido de ambientadores, les deseo que, ayudados por el laxante del progresismo tolerante (que siempre se muestra mucho más eficaz por detrás que por delante), sigan abriendo su Círculo como generoso esfínter, expeliendo subvenciones a todas aquellas obras preñadas de «complicidad», «transgresión» y buen rollito, que insulten tan grosera como gratuitamente el sentimiento de los arcaicos creyentes. Por favor, estimados Circulanos, no permitáis que las fuerzas reaccionarias estriñan vuestros evacuatorios efluvios de libertad. Sed conscientes de que cumplís un gran papel en nuestra laicista y avanzada sociedad: un papel higiénico que os hará pasar a la Historia. Dichosa edad y siglo dichoso éste donde la blasfemia se utiliza como título y reclamo de una supuesta obra artística, merecedora de subvenciones públicas ·- ·-· -··· ·· ·-· Miguel Ángel Loma |