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Revista Arbil nº 80

Momento de la “mundialización”

por Emilio Álvarez Frías

Estamos, pues, sumidos en el trance de un momento histórico adjetivado como de la mundialización, donde han desaparecido las fronteras de la comunicación, aparentemente las de la cultura y en buena medida las que facilitan el movimiento de personas y mercancías. Pero, tras ese señuelo, fácilmente se podía observar que la mundialización no llega por igual a todas las personas, a todas las naciones, a todos los pueblos. En el fondo, el mundo está férreamente configurado en bloques casi inamovibles

Probablemente algo que se echa en falta en nuestros días es la inquietud del hombre por la búsqueda de las razones de por qué existen tantos conflictos, por qué la pobreza se hace más extrema en buena parte de determinadas zonas de la tierra, por qué la riqueza se concentra cada vez más en menos manos, por qué las guerras son cada día más frecuentes y cruentas, por qué se radicalizan más extremadamente las ideas. Y es que en los tiempos que corren nos dedicamos con mayor interés a la indagación de cómo conseguir más, vivir mejor, obtener metas personales o de grupo superiores, incrustados en la inmanencia y con olvido de objetivos trascendentes por considerarlos una carga que resta posibilidades de libertad del hombre, cuando, no es preciso demostrarlo, las consecuciones materiales no garantizan que éste sea más feliz, se encuentre mejor consigo mismo o haya atinado con el bálsamo que calme las pugnas entre unos y otros.

¿Qué hacer para encauzar los pasos del ser humano en este discurrir por el lado de acá de la vida, para llamar su atención sobre cuáles deben ser sus prioridades, para recordarle que no es pura materia a la que debe dar continuamente satisfacciones en escala creciente, para convencer a nuestros semejantes de que la felicidad está en nosotros mismos, para armarnos contra la adversidad dotándonos de un buen bagaje de amor con el que armonizar la existencia de cuantos bullimos en constante ajetreo por el amplio mundo?

No es fácil dar la respuesta. Ya lo han intentado, a lo largo de los siglos, quienes nos han precedido, ofreciendo numerosas recetas sin que hasta el momento hayan producido resultados plenamente satisfactorios, pues en muchas ocasiones han sido perjudiciales, nocivas, en otras han aportado tan sólo algunos remedios circunstanciales. Mas la solución definitiva no se ha encontrado todavía. Y es sencilla a la vez que difícil: el amor. Lo dijo Jesús de Nazaret: sólo os doy un mandamiento, que os améis los unos a los otros. Hablamos de tolerancia, de entendimiento, de comprensión, de ayuda, pero pocas veces de amor. Somos cicateros en repartir amor, ofertamos amor condicionado, negamos el amor en muchísimas ocasiones, limitamos el amor debido a una humanidad amplia, total. ¡Qué pocos son los que ofrecen un amor sin límite, sin condiciones!

Estamos, pues, sumidos en el trance de un momento histórico adjetivado como de la mundialización, donde han desaparecido las fronteras de la comunicación, aparentemente las de la cultura y en buena medida las que facilitan el movimiento de personas y mercancías. Pero, tras ese señuelo, fácilmente se podía observar que la mundialización no llega por igual a todas las personas, a todas las naciones, a todos los pueblos. En el fondo, el mundo está férreamente configurado en bloques casi inamovibles.

En el mundo Occidental por antonomasia rige la cultura del capital donde lo que prima, fundamentalmente, es el poder, el liberalismo más radical, la idea de implantar un nuevo orden a escala planetaria basado en la versión que sobre democracia dicta el poder de EE.UU. frente a la tradicional cultura europea de raíz cristiana, en franca retirada. En esta cultura occidental han de inscribirse fundamentalmente EE.UU. y las naciones que conforman la UE, aunque con las nuevas incorporaciones a ésta existan grandes diferencias entre los distintos pueblos de la Unión.

Sin olvidar que, inamovible en su proyecto religioso, perdura la cultura del Islam en una importante zona del mundo. Y no nos debe engañar la añagaza de su incorporación a las formas de occidente, pues el Islam, desde el 632 de la hégira, no ha variado un ápice, y, con épocas de mayor o menor florecimiento, continúa en sus posiciones radicales, como lo está demostrando en los últimos tiempos. Es evidente que asistimos a una pujante expansión hacia Europa y un incuestionable control de fuentes energéticas y sectores económicos.

Por otro lado emerge, ya es una realidad, la cultura de Extremo Oriente: China y Japón son los faros más evidentes. Con una curiosa particularidad: que China, en su evolución, no es que se haya hecho comunista, sino que ha incorporado el comunismo a su cultura, lo cual plantea nuevos posicionamientos respecto al proceso de control de los espacios mundiales. Cuestión que no se debe olvidar obnubilados por el cercano poder del capitalismo liberal.

¿Y qué sucede con Hispanoamérica? Ahí está indecisa, inestable, como reserva de un mundo que echa sus garfios sobre los países que se extienden de río Grande hasta el estrecho de Magallanes, con profundas riquezas sin explotar, con permanentes convulsiones internas, con una enorme población sumida en la miseria, con unos políticos corruptos y unas guerrillas difíciles de erradicar. ¿Qué porvenir le espera? ¿Qué misión le corresponde a España en la tradicional colaboración con los pueblos hermanos, a los que ni debe ni puede olvidar?

El tema de la mundialización es de suma actualidad y ofrece numerosas caras, tantas como los habitantes de los diferentes sectores de nuestro planeta quienes las contemplan con visiones muy diversas, opuestas incluso, enfrentadas no pocas veces, pues ciertamente no a todos afecta por igual, no todos los países se ven influidos de la misma forma, el progreso no llegará uniforme a todos como si un rasero pudiera igualar las economías, los avances tecnológicos, la formación, la sanidad, las fuentes de trabajo, etcétera.

Porque, los grandes del mundo, a la hora de tomar decisiones, en el momento de firmar convenios y tratados, al programar futuro, ¿lo hacen mirando a todos lados o solamente en determinadas direcciones? Hay que asegurar que las miradas no cubren los trescientos ochenta grados de la circunferencia sino que convergen en sólo algunos gajos del globo terráqueo. Y eso, naturalmente, no es la «mundialización mundial» que sería la aspiración deseable.

Pero, además, los sectores de influencia van experimentando cambios sustanciales. Europa ya no ocupa la posición preponderante que en otros tiempos tuviera en el mundo; por un lado, porque las fuentes de la economía se van desplazado a otras zonas, y por otro porque ha renunciado a los valores espirituales que le dio ser y forma, perdiendo la fuerza moral necesaria para que su ascendencia se deje sentir en otros lugares. Y el imperio, tan mal visto por la progresía de esta Europa desquiciada, se ha trasladado a EE.UU. quien, querámoslo o no, rige los destinos del mundo, con sus errores y sus aciertos, con su poder indiscutible, con sus planteamientos a veces muy cuestionables.

Mas es preciso echar la mirada a zonas que durante siglos han permanecido olvidadas- A nadie se le ocurre pensar en estos tiempos que Japón es un lugar perdido en la geografía con un sistema feudal de convivencia, ya que ha sido capaz de autoconvertirse en un sistema de vida tradicional con un fuerte desarrollo económico e industrial puntero e incisivo. ¿Y China? Sin renunciar al comunismo porque lo ha hecho suyo incorporándolo a su cultura, ha experimentado un progreso económico lento, aunque primitivo, pero evidente, en cuanto a sus estructuras, lanzando sus avanzadillas sobre el mundo occidental para llenar los mercados con productos enormemente económicos y competitivos gracias a la baratura de su mano de obra.

Se está produciendo, pues, un desplazamiento de ciertos sectores hacia otras regiones con una evidente pérdida del egocentrismo que durante siglos ocupó Europa.

Por otro lado ahí está África. Prácticamente ha sido dejada a su suerte desde que el mundo occidental la abandonó porque ya no le interesaban sus reservas naturales. ¿Quién incluye a África en su mundialización de progreso? Nadie. Ahí está con su vuelta a viejas luchas tribales, con masacres repugnantes de unas etnias a otras, con caciques de la más baja condición moral, con enfermedades como el sida que invaden su población, con hambrunas imposibles de ser remediadas por ellos mismos y sus arcaicas estructuras, con la explotación ejercida todavía por algunos países occidentales para el aprovechamiento de sus recursos naturales. A África no le llega la mundialización salvo la de la tragedia, a nadie le preocupa qué sucede a su población. Está abandonada a su suerte.

¿Y qué decir de Iberoamérica? ¿Acaso quienes ciernen sus apetencias en la explotación de sus recursos naturales se plantean elevan el nivel de vida de Ecuador, Bolivia, Perú y el resto de los países de Centroamérica y el Cono Sur? ¿Es posible enfrentarse de la noche a la mañana con unas economías hundidas por unos políticos incompetentes, corruptos, incapaces de hacer frente a los problemas que presenta el país? Es difícil que la mayoría de ellos pueda acercarse a la mundialización si no es a la de la extorsión, la explotación de las poblaciones todavía sumidas en estructuras primitivas, con guerrillas difíciles de erradicar por responder a diferentes ideas motrices o a los intereses miserables de los capos de la droga. Pues, además, el «mundo de la mundialización» no siente preocupación alguna por esas poblaciones, por esos seres que precisan paz, ayuda, elevar su nivel de vida sin romper su propia cultura. Mucho habría que hacer también en Iberoamérica para que pudiéramos hablar de mundialización en términos absolutos.

Por otro lado, si nos fijamos, en todo este ir y venir acerca de la mundialización apenas salimos de los temas económicos pues son éstos los que priman en las mentes que manejan los designios del mundo. Olvidando que hay sectores de la población mundial que antepone otros valores a lo meramente económico. Si los valores a considerar fueran los del cristianismo, con las dudas que la Historia nos ofrece, probablemente sería posible una aproximación entre países y grupos con la idea puesta en lograr el bien general de los hombres, que es la suprema esperanza antes de encaminarse definitivamente a la eternidad.

Pero como ya se ha apuntado, con la renuncia a los valores del cristianismo, la sociedad ha quedado inerte ante la cotidiana realidad. Este no es el caso del Islam que, lejos de adentrarse en la actualidad, mantiene los principios del Corán por sobre cualquier otra valoración. Resultado: se produce el choque frontal con Occidente en el Medio Oriente, se introduce implacablemente en Occidente, va minando sus estructuras sin que por debilidad y confianza encuentre resistencia, se radicaliza y hace la guerra al infiel a través del terrorismo más salvaje e indiscriminado.

Ante este panorama, Occidente no debe bajar la guardia, sino más bien velar escrupulosamente las armas.

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Emilio Álvarez Frías

 

Revista Arbil nº 80

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