Sin embargo, las obras puramente escolásticas de Millán-Puelles no son la obra de Millán-Puelles, aunque toda ella deba ser vista, en todo caso, como una unidad. Es evidente que los escritos escolásticos de Millán-Puelles no dan la medida completa de este autor, pero en rigor su obra no escolástica se yergue, sin duda alguna, sobre aquélla y en aquélla Lo escolástico de Millán-Puelles se manifiesta abierta y temáticamente en los Fundamentos, pero también en una obra de menor éxito (y yo diría que casi olvidada) como es Léxico filosófico. Quizá pueda añadirse que los dos tomos de La lógica de los conceptos metafísicos son una prolongación de ese modo de hacer filosofía. Esta obra en realidad da argumentos precisamente a favor de que las relaciones entre las obras escolásticas y no escolásticas de Millán-Puelles no hay fronteras. En esta obra son evidentes las conexiones entre la metafísica clásica del ser y las teorías emilianenses de la subjetividad y del objeto puro. En la cuenta de lo no escolástico de Millán-Puelles hay que inscribir lo que de él se tiene por más original, a saber, La estructura de la subjetividad, Teoría del objeto puro, y La libre afirmación de nuestro ser. Tres obras en las cuales es también evidente la presencia de lo escolástico. Entre esos dos tipos de obras no hay contraste, como en realidad sucede entre escolástica y filosofía. Las obras escolásticas de Antonio Millán-Puelles no se reducen a ser meros ejercicios rutinarios o escolares, dechados o alardes, textos sin espíritu y para la galería, obras sin relación esencial y filosófica con la filosofía misma de Millán-Puelles y con todos sus escritos, escolásticos o no. Podrá el lector de ambos tipos de obras en cada ocasión distinguirlas, pero no debe separarlas de modo que en unas piense que se manifiesta un filósofo que en las otras queda oculto o disfrazado. Las que vengo llamando obras escolásticas de Millán-Puelles no son puros manuales ni obras de encargo en las que la personalidad del autor permanezca ajena y distante. Millán-Puelles está tanto en Teoría del objeto puro como en Fundamentos de filosofía. Porque, en realidad, Millán-Puelles no es ni escolástico ni no escolástico. Tampoco hay propiamente en el profesor Millán-Puelles una diferencia radical, sino sólo temática y estilística, entre obras esotéricas y obras para expertos. Para describir la posición filosófica general del Prof. Antonio Millán-Puelles, el historiador A. Guy, en una aproximación muy descuidada y algo displicente, dice de él: Alumno de Eulogio Palacios, que le conquistó definitivamente para la escolástica, ha intentado al mismo tiempo permanecer fiel a los logros de la fenomenología (sobre todo a través de los filósofos alemanes, Husserl, N. Hartmann, Scheler y Jaspers). Aquí hay un montón de inexactitudes que pueden dar una idea no correcta de Millán-Puelles. Con mayor pulcritud se aproxima a la imagen real de nuestro filósofo el Prof. E. Forment cuando escribe: Desde una primera orientación fenomenológica [
], que no ha abandonado nunca, el conocido catedrático de la Universidad de Madrid ha ido profundizando en la tradición tomista, exponiendo y continuando sus doctrinas con una terminología propia muy precisa y cuidada. Es cierto que Millán-Puelles descubrió su vocación por la filosofía de la mano de E. Husserl y que conoció a Santo Tomás propiamente a mediados de sus estudios universitarios. Pero no debe olvidarse la avidez con que Millán-Puelles se propuso aprender de todos sus profesores, incluso de Historia del Arte, cualquiera que fuera su orientación; como tampoco es de menor interés para el conocimiento de la génesis de su pensamiento el cúmulo de lecturas que ya muy tempranamente fue adquiriendo. Al cabo, no es retórico describir su trabajo filosófico, a la vista de su obra, con los términos que el propio Millán-Puelles emplea para presentar la tarea de los filósofos del futuro: El de renovar el tratamiento de los problemas clásicos de siempre. Yo no sé si tiene razón o no Conrad Martin, al afirmar que todos los filósofos de verdad se ocupan de lo mismo. Las tareas de los filósofos se concentrarían, pienso yo, en dos grandes áreas: la metafísica y la moral, pues esas son las columnas fundamentales de la filosofía. Lo que necesitamos es un replanteamiento con hondura, un replanteamiento que no sea repetición de los temas, sino un nuevo modo de vida filosófica que los asuma desde dentro. Esto es lo que yo desearía para este final de siglo, y para el siglo siguiente. La filosofía nunca está acabada, pienso yo. Con eso no quiero negar la existencia de eso que los griegos llaman ktésis eis áei, posesiones para siempre: sí, hay posesiones para siempre, pero es necesario saber desarrollarlas y expresar con nuevos términos en nuevos contextos. Estoy persuadido de que toda la obra de Millán-Puelles es un modelo de cómo hacer eso. Y precisamente por ello es por lo que me parece de gran importancia el no leer Fundamentos como si fuera un mero manual, sino también como obra de creación filosófica. A ello dedicaré principalmente el trestoi del artículo. Me propongo exponer algunos rasgos destacados de Fundamentos de filosofía, con el intento de hacer ver algunas de sus dimensiones características. Tras ello quiero también aportar algunas observaciones sobre Léxico filosófico. * * * La primera edición, en dos volúmenes, de Fundamentos de filosofía, es de 1955. Han pasado cuarenta y nueve años. El autor era entonces un joven de treintaicuatro años que llevaba cuatro de catedrático de la Universidad de Madrid. Era este su tercer libro. El primero, de 1947, es resultante de su tesis doctoral y fue publicado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Se titula El problema del ente ideal. Un examen a través de Husserl y Hartmann. El segundo libro de Millán-Puelles fue publicado en 1951, el año en que ganó la cátedra universitaria, y se titula Ontología de la existencia histórica. También fue editado por el Consejo, pero la segunda edición fue ya asumida por Ediciones Rialp, precisamente en ese mismo año de 1955. El autor de Fundamentos había desarrollado ya desde los tiempos universitarios un desinhibido conocimiento de la filosofía escolástica, que él mismo amplió sobre todo con ocasión de las dos épocas de preparación de oposiciones: la primera, que le llevó a la cátedra de Institutos Nacionales de Bachillerato, y la segunda, que le asentó definitivamente en la Universidad de Madrid. También hubo una intensa preparación de este libro durante algunos años. No es un libro improvisado, ni mucho menos. Al margen de motivaciones externas, en su inmediata sustancia los Fundamentos de filosofía se proponen, según declara literalmente su autor, ofrecer al lector un mínimo sistema de conocimientos filosóficos, expuestos con la concreción imprescindible para que realmente puedan servir a los intereses de una formación superior (pág. 9). Es decir, el autor intenta condensar en las seiscientas setenta páginas de este libro la información que se precisa como base para una cultura de alto nivel. Algo así como el abecé de la filosofía, como las primeras sopas para una persona culta. A lo que añade: Por encaminarse a una formación realmente articulada y eficaz, las enseñanzas que aquí se brindan han procurado ser, más que personalmente originales, fieles a un pensamiento depurado por una experiencia multisecular y que, lejos de haber sido excluido por las geniales improvisaciones de algunos filósofos, goza en la actualidad de una excelente salud (pág. 10). Naturalmente, ese pensamiento depurado por una experiencia multisecular al que se refiere Millán-Puelles no es otro sino el de la escolástica cristiana medieval en su más amplio alcance histórico. Aparentemente, lo dicho por Millán-Puelles en el texto que acabo de citar echa por tierra la pretensión de presentar sus Fundamentos de filosofía justamente como una obra original. El autor declara que ha procurado ser, más que personalmente original, fiel a la tradición escolástica. Sin embargo, una contraposición entre originalidad y fidelidad no forma parte de los esquemas mentales de alguien que, siendo filósofo, se entrega a un abierto homenaje a la Escuela, descrita en ese texto como bien lozana. Sin duda alguna, una alternativa entre originalidad y fidelidad tiene algo de espejismo, al menos en el contexto en que Millán-Puelles hace esas afirmaciones. Hay desgraciadamente el caso de algunos profesores de filosofía, que se formaron en climas más o menos escolásticos y que, cuando han salido de las escuelas, por prurito de modernidad, han optado por una originalidad que excluye la fidelidad a sus orígenes. El escolasticismo ha quedado en esos casos a lo sumo en un lejano afecto, como el que se puede tener al triciclo que uno utilizó en su infancia. Se lo mira con cariño, pero no se lo utiliza. Millán-Puelles no tiene esa historia. También sucede que nos hemos acostumbrado a un uso derivado o traslaticio de la palabra escolástica según el cual se entiende por ella una transmisión de enseñanzas sin originalidad, mera repetición o copia. Desde luego, no es ese el caso de escolásticos modernos como Maritain, Fabro, Gilson y tantos otros. Ni lo es en el de Millán-Puelles, que no es propiamente un escolástico. Antonio Millán-Puelles no se mueve en esas coordenadas, como lo demuestra el tono de los Fundamentos y lo corroboran todos y cada uno de sus libros y artículos. Renovar el tratamiento de los problemas clásicos de siempre, este es el objetivo y ésta es la mentalidad. De ahí que no sea una buena descripción de lo escolástico la que ofrece Ortega y Gasset en La idea de principio en Leibniz[8]: Llamo escolasticismo a toda filosofía recibida, y llamo recibida a toda filosofía que pertenece a un círculo cultural distinto y distante -en el espacio social o en el tiempo histórico- de aquel en que es aprendida y adoptada. Recibir una filosofía no es, claro está, exponerla, cosa que revierte a otra operación intelectual diferente de la recepción y se reduce a un caso particular de la habitual interpretación de textos. Millán-Puelles ni recibe ni expone en Fundamentos de filosofía, en el sentido orteguiano de estas palabras, el pensamiento escolástico. Lo renueva, lo recrea según su propio estilo y ofrece una obra viva. Como tampoco participa Millán-Puelles, con su maestro Husserl, de la tan extendida cinegética antiescolástica. En realidad, aquella personal originalidad a que se refiere en el Prólogo a los Fundamentos, ha de entenderse en relación con el concepto de la información que Millán-Puelles maneja justamente en el párrafo anterior al mencionado. La idea de una información básica en filosofía implica el conocimiento de los problemas que se han planteado y de las respuestas sólidas que han obtenido, y en ello no cabe originalidad, es decir, no cabe novedad esencial. Millán-Puelles, a lo largo de Fundamentos de filosofía, toma postura, se inclina por determinadas respuestas y rechaza otras, incluso algunas procedentes de escolásticos autorizados y prestigiosos. Habrá de decirse entonces que Millán-Puelles no es original en Fundamentos por lo que respecta a planteamientos y problemas, y deberá añadirse enseguida que Millán-Puelles es original, a pesar de todo, y lo es por cuanto lo que expone en ese libro tiene su origen no sólo en lo que otros (escolásticos, y no escolásticos) pensaron y dijeron, sino también y sobre todo en lo que Millán-Puelles entiende y justifica como verdadero. En Fundamentos no hay simple y solamente repetición, sino al mismo tiempo recreación. No hay en Fundamentos ningún pasaje del que pueda pensarse que su autor lo tiene a distancia y no se compromete en él, reproduciendo como mero copista lo que dicen los manuales escolásticos; sino que la escolástica de este libro es asumida, vivida, afirmada como propia por su autor. * * * Fundamentos de filosofía se divide en cinco grandes partes precedidas por una amplia Introducción. También aquí se cumple lo que Fernández de la Mora ha dicho de toda la obra emilianense: Ha escrito páginas difíciles, pero siempre diáfanas, ordenadas, esforzadamente mantenidas en las antípodas de la paradoja, la logomaquia y la ambigüedad. De su estilo literario quisiera señalar un pequeño detalle. En general, es rico y elegante, terso y directo, pero con agilidad y sin sequedad. No elude la construcción compleja ni el periodo largo. Un rasgo característico es el gusto pedagógico de Millán-Puelles por los juegos de palabras, con los que abrevia en una línea un argumento de un párrafo. Por ejemplo: ... la carencia de finalidad práctica no es una absoluta falta de finalidad (pág. 33). O: «Estar en el lugar» es, en efecto, algo, si es que es algo el cambiar de lugar (pág. 238). Y en otros escritos, como en la conferencia La síntesis humana de naturaleza y libertad, cuando, en referencia a la naturaleza humana, dice: A lo largo del cambio, esta naturaleza sigue idéntica. Es algo fijo como principio de comportamiento. Mas no es lo mismo ser un principio fijo de comportamiento, que ser un principio de comportamiento fijo . Pero volvamos al asunto. El Prof. Luis Clavell , de la Pontificia Academia de Santo Tomás, me hizo ver en cierta ocasión que los dos capítulos de que consta la Introducción a Fundamentos de filosofía, esas cincuenta y dos páginas, constituye una formidable e inigualable presentación de la filosofía. Está en lo cierto. La Introducción de Fundamentos ofrece un programa completo en lo esencial de lo que es filosofar, y compactas y sólidas respuestas a las aporías que mantienen hoy a la filosofía en un estado mortecino y débil. Se inscribe en la más nítida tradición clásica de Platón y Aristóteles, acoge sin tensiones y sin falsas subordinaciones la peculiar posición de los saberes derivados de la fe religiosa, y aborda con tersura y personalidad la moderna relación de la filosofía con las ciencias positivas. Ningún problema fundamental es rehuido. De todos modos, la cabal comprensión de esas páginas sólo es posible cuando ya se ha recorrido un largo camino en la experiencia filosófica, aunque Millán-Puelles dice ofrecer en esas páginas sólo una aproximación en forma de «idea previa» ( pág. 13 ) de la filosofía. El carácter resueltamente abierto del pensamiento de Antonio Millán-Puelles se pone a prueba, y encuentra sus coordenadas básicas, en los párrafos que dedica a distinguir la unidad formal y la unidad material de la filosofía. Así lo explica: «No es posible forjar un concepto que, de una manera material (es decir, atenta al contenido y la dirección propia de cada sistema), logre reunir todas las definiciones históricas dadas; por la obvia razón de que las direcciones y las concepciones filosóficas de los diversos sistemas son, en cuanto tales, irreductibles a una doctrina común. Es un empeño vano el de conciliar las doctrinas de las múltiples corrientes filosóficas, y tal empeño, más que profundidad, revela una superficial comprensión de las cosas, que acaba en ocasiones en un despreocupado eclecticismo. Pero es igualmente cierto que todas las doctrinas filosóficas coinciden, de una manera formal, en ser precisamente eso: filosóficas. Y su carácter filosófico estriba en la índole sapiencial que para sí recaban, cada cual a su modo» ( pág. 24 ). No hay en Millán-Puelles un irenismo igualitario que todo lo presenta con perfiles imprecisos para que sea posible percibir alguna uniformidad entre las diversas filosofías. Millán-Puelles prefiere distinguir uniendo, unir en la distinción, perfilar las fronteras nítidas cuando las hay, reconociendo al mismo tiempo los factores comunes o constantes. En este sentido, frente a historicismos culturalistas y hermenéuticas indecisas, Millán-Puelles prefiere las posiciones claras y el chocolate espeso. Sólo así es posible el diálogo filosófico. También el error instruye. Esta amplitud de miras supone en Millán-Puelles la conciencia de que, en cuanto humana, la filosofía es tarea en que cada filósofo es un eslabón, una gota en la gran corriente del río de la historia de la Humanidad. Es tarea que cada filósofo ha de realizar en compañía de todos los hombres, y de todos los filósofos, desde Parménides hasta Heidegger, desde Plotino hasta Bergson, desde Anaxágoras hasta Jaspers, en pos de la sabiduría humana. La primera parte de Fundamentos de filosofía se titula El ente lógico. Aquí Millán-Puelles recorre los tramos axiales de la lógica según las tres operaciones de la mente (concepto, juicio y raciocinio). La lógica proemial está al principio, en el primer capítulo, aunque formalmente pertenezca a la lógica material. El quinto y último capítulo deja de lado la lógica predicamental para limitarse a la lógica demostrativa. La justificación de este modo de proceder es perfectamente pertinente: En unos Fundamentos de filosofía -dice el autor- no es necesario atenerse rigurosamente a las divisiones clásicas de la lógica formal y material, ni desarrollar todas las cuestiones que serán pertinentes en un curso o tratado sistemático. Basta únicamente tomar contacto con los temas fundamentales, abordándolos de una manera esquemática y esencial (pág. 91). De este modo, la lógica es presentada como una ciencia y un arte cuya obra más acabada es la ciencia. A ello se ordena el estudio del concepto, el juicio y el razonamiento. El primer capítulo de la parte dedicada a la lógica en Fundamentos es muy significativo en la biografía intelectual de Millán-Puelles. Es fácil advertir que aquí están esbozadas posiciones que posteriormente se desarrollan, enriquecidas, en la primera parte de la Introducción en La lógica de los conceptos metafísicos (Tomo I). Es muy de agradecer la falta de complejos con que Millán-Puelles deja de lado aquí la moderna lógica matemática (ver págs. 25-32). La considera una ciencia positiva y, como tal, la excluye del ámbito de la filosofía (p. 88). La lógica, para la filosofía emilianense, tiene también un alcance o sentido ontológico, aunque sólo sea porque el ente lógico es la contrafigura y apariencia del ente real. Pero más interesantes resultan, sin duda, sus consideraciones acerca de la distinción suareciana entre concepto formal y concepto objetivo (que tantas y tan graves consecuencias tiene en teoría del conocimiento, en psicología y en ontología), y las que ofrece sobre la universalidad de los conceptos, en el segundo capítulo de esta parte del libro. A este respecto, Millán-Puelles ofrece reflexiones morosas y muy cuidadas que inciden precisamente sobre el punto de ruptura entre lo real y lo ideal y que son preludio remoto de las posiciones de Teoría del objeto puro. Pero la lógica es sólo instrumento. La filosofía comienza propiamente cuando el hombre se admira por los fenómenos de la naturaleza y, en consecuencia, indaga las raíces del ser de lo que encuentra en el mundo. Aquí se abren las puertas de la filosofía de la naturaleza, que comienza en la segunda parte de Fundamentos. La filosofía de la naturaleza es la resultante de la pregunta filosófica por el ser de las cosas materiales y mudables, aquellas que primariamente se presentan a la experiencia del hombre. Millán-Puelles se detiene todo lo necesario en estas cuestiones, reconociéndoles un alcance fundamental, al dedicarles la segunda parte del libro para las cuestiones generales, y la tercera para las cuestiones relativas a los seres vivos. En realidad, pues, las partes segunda y tercera de Fundamentos no se corresponden con otras tantas partes distintas de la filosofía, sino que contienen respectivamente la parte general y una parte especial de la filosofía de la naturaleza. Aquí, como no puede ser menos, el enfrentamiento de la vieja filosofía de raigambre aristotélica con las modernas ciencias positivas alcanza un punto de máxima tensión. De ninguna manera renuncia Millán-Puelles a la posesión y soberanía filosófica sobre el ámbito de los seres materiales y protesta frente a la idea de un posible monopolio sobre estos territorios que pueda ser pretendido en nombre de las modernas ciencias positivas. No cae Millán-Puelles prisionero de los encantos de la ciencia positiva, ni se rinde ante ella. Para Millán-Puelles permanece objetivamente incólume el ámbito propio de la ontología de lo móvil y material aun tras el nacimiento y emancipación de las ciencias positivas. La reivindicación de una auténtica y propia filosofía de la naturaleza, asentada en los principios esenciales de la física aristotélica, la realiza Millán-Puelles en sintonía con autores como Juan de Santo Tomás, Maritain y Hoenen, entre otros. Consta principalmente de dos elementos. Por un lado, la determinación de la formalidad propia de la física filosófica, ya anunciada en la Introducción de Fundamentos, queda terminantemente acotada en esa segunda parte del libro, donde se dice: «La filosofía de la naturaleza se fundamenta sobre el supuesto de que los entes físicamente móviles son, en efecto, entes, y no tan sólo meros objetos de aprehensión fisicomatemática» ( pág. 203 ). La evidencia de la diferencia entre el ser y el aparecer de lo físico hace ver que no cabe reducir la postura de Millán-Puelles a una mera reivindicación nostálgica ni a una falta de conocimiento de la situación general de las ciencias positivas en la actualidad. El segundo elemento sustancial de la filosofía de la naturaleza es la crítica del mecanicismo, del atomismo filosófico y del dinamismo, que en estas páginas ocupa una extensión no escasa. El mecanicismo supone un error crucial acerca del ser de lo extenso. El atomismo filosófico, por su parte, es una extralimitación inadmisible de una teoría física perfectamente admisible y que Millán-Puelles considera complementaria del hilemorfismo: El hilemorfismo y el atomismo científico -dice- no están [
] en pugna, antes, por el contrario, se complementan y perfeccionan mutuamente como conocimientos de los cuerpos, siendo el primero una teoría filosófica de la estructura sustancial de estos, y el segundo una hipótesis, suficientemente confirmada en sus principales líneas, acerca de la composición fenoménica, meramente física, del mundo material. Por lo demás, la teoría hilemorfista no pretende imponer límite alguno a la investigación empírica positiva. La estructura de materia prima y forma sustancial no es de índole empírica y, en consecuencia, ningún experimento puede hacerla patente y terminar así la labor de la ciencia fenoménica (pág. 289). Por lo demás, es prodigiosa la claridad, que no es incompatible con la real y efectiva dificultad, de las páginas en las que Millán-Puelles disecciona los conceptos de la cantidad, el espacio, el tiempo, los cuerpos mixtos, etc. Temas todos ellos lamentablemente abandonados hoy y que, sin embargo, están en las puertas mismas de la filosofía y de una idea cabal y adecuada de la realidad. Puestos a dejar constancia de algún rasgo crítico, aludiré tan sólo a la conveniencia de organizar con mayor nitidez las páginas dedicadas a la explicación de la teoría hilemórfica. En psicología filosófica, que es la materia de la que se ocupa la tercera parte del libro, pasa algo parecido. Es constante y nuclear la apelación al carácter inmediatamente ontológico de la psicología filosófica, distinto del carácter fenoménico de la biología y de la psicología positivas. Una vez allanado el camino con esta distinción, Millán-Puelles entra resueltamente en la descripción de los contenidos clásicos de la filosofía de lo viviente, en donde subraya con fuerza las siguientes ideas: - la vida de los vivientes materiales procede del alma. El alma no es un ectoplasma, sino que consiste, ni más ni menos, que en el principio vital de los vivientes materiales; - hay diferencias esenciales radicales, no de mera intensidad, entre los tres grandes tipos de vivientes (vegetales, animales y humanos); y - el hombre es un mundo aparte y sobresaliente. Es un centón de problemas, dada su condición semi-material y semi-espiritual. Respecto del hombre son minuciosos los análisis emilianenses en estas páginas, y hace ver con claridad que la clave de la cuestión antropológica está en una correcta comprensión de lo que es y significa la racionalidad que especifica la naturaleza humana. Si lo racional no es apertura irrestricta al ser, a diferencia de lo sensorial, entonces no hay manera de entender nada de lo propiamente humano. Luego de esto viene la metafísica, en la cuarta parte de Fundamentos de filosofía. La exposición se atiene sin duda a los parámetros de los manuales tradicionales, y puede constatarse que obras posteriores han abierto para Millán-Puelles algunas perspectivas nuevas en esta materia. Por ejemplo, en La lógica de los conceptos metafísicos, tomo I, ha recuperado el sentido trascendental de la voz cosa (res) y su valor como auténtica propiedad trascendental, mientras que en Fundamentos no pasaba de ser res un mero concepto trascendental (cfr. pág. 434). Es el caso asimismo de la doctrina de la analogía del ente (págs. 492-496). Las posiciones de Fundamentos son profundizadas y ampliadas en Léxico filosófico (en el artículo correspondiente) y en La lógica de los conceptos metafísicos[16]. En cualquier caso, bastaría para que este libro quedara como modélico el epígrafe que en él se dedica a la clásica distinción entre acto y potencia (págs. 444-452). Millán-Puelles hace de esta cuestión una derivada del principio de contradicción en su aplicación a lo finito. En esta misma línea, puede el lector comprobar que palabras como ente, ser, existencia, no tienen en Millán-Puelles una utilización automática o ritual, que supongan alguna especialísima ascensión a un quinto cielo o experiencias extraordinarias reservadas para espíritus selectos y especiales. Ser y existir, como esencia, forma, sustancia, etc., no son palabras, sino nombres de realidades captadas realmente. Con todo, y a mi ver, esta parte del libro sufriría amplios cambios estructurales si fueran escritos hoy. Seguramente, la parte dedicada a la analítica ontológica, que incluye parte de los predicamentos y la causalidad, podría adelgazar y dividirse, y quedaría subrayado el estudio de la sustancia. La parte dedicada a la teología natural denota una especial predilección. Su extensión es grande dentro del conjunto de las páginas dedicadas a la metafísica. Millán-Puelles la desarrolla con todo detalle y gran detenimiento. Aquí el lector encuentra, básicamente, un planteamiento en el que late inmediatamente y con especial claridad la doctrina de Santo Tomás, ilustrada con otros muchos autores clásicos destacados. La última parte de Fundamentos contiene una muy rápida incursión en la ética. Se limita a las cuestiones de principio. No hay un desarrollo de las partes especiales de la ética (individual, familiar y social), pero insiste en las cuestiones fundamentales, en donde subraya, por un lado, la conexión entre norma moral y finalidad de la vida humana; y, por otro, la relación entre las virtudes morales y las pasiones. Hay que esperar a La libre afirmación de nuestro ser para que cristalicen y fructifiquen las reflexiones emilianenses sobre los fundamentos de la ética, obra que fue preparada por muchos otros trabajos relativos a esta materia, como Persona humana y justicia social o Economía y libertad. * * * Veintinueve años más tarde salió Léxico filosófico, poco antes de que Millán-Puelles fuera jubilado de la cátedra universitaria. En esta ocasión se aborda también una exposición básica y completa de la filosofía. Hasta entonces Millán-Puelles había publicado nueve libros más, entre los cuales el más destacado es, sin duda, La estructura de la subjetividad, de 1967. Léxico filosófico deja de lado el problema de la articulación sistemática de sus contenidos, al estar ordenado según artículos alfabéticamente sucesivos. Pero no es, de ninguna manera, un diccionario filosófico al estilo del Vocabulaire francés de Lalande o la Enciclopedia filosofica italiana de Gallarate. Parece Léxico un balance y resumen de la maduración intelectual de Millán-Puelles en relación con los asuntos básicos de la filosofía. Las tesis axiales son las mismas que las de Fundamentos y no hay en Millán-Puelles ninguna evolución sustancial en su carrera (aunque sí haya enriquecimientos y algunas rectificaciones de detalle). Sí hay en Léxico, como es lógico, acentos y matices peculiares que hacen de este libro un trabajo complementario de Fundamentos, pero no alternativo ni supletorio. Debido a la libertad de que dispone Millán-Puelles en la organización de esta obra, sus intereses especulativos del momento marcan la selección de algunos temas. En particular, hay más artículos dedicados a cuestiones metafísicas que al resto de las cuestiones. Y entre los artículos relativos a esta materia, son abundantes los de teología natural. De los cincuenta y ocho artículos de que consta la segunda edición de Léxico, cinco se dedican a la exposición de cada una de las cinco vías de Santo Tomás para demostrar la existencia de Dios. Otro versa sobre el argumento ontológico. Y son numerosos los que tratan de los aspectos del ser y del hacer divinos, como el concurso, la ciencia divina, la creación, etc. En el Prólogo lo explica Millán-Puelles: Temas tales como las pruebas de la existencia de Dios [
] exigen para su debido tratamiento un espacio muy superior al que se les concede en los Léxicos monográficamente adscritos a la Filosofía y en los que se estudian con mucha mayor holgura otros asuntos de menor relieve filosófico (por ejemplo, la doctrina del psicoanálisis, las figuras del silogismo, los reflejos condicionados, etc.). Todo lo cual resulta, hasta cierto punto, comprensible cuando los autores de esas obras son agnósticos en materia de teología natural; pero no se ve cómo entenderlo cuando no es ese el caso (pág. 4). Por el contrario, la lógica está reducida al mínimo (y este mínimo, circunscrito a la lógica material), como también la filosofía de la naturaleza. Son pocas las páginas que en Léxico se refieren a la filosofía de la naturaleza, pero no deja de subrayar Millán-Puelles la importancia de los problemas de continuo y de la extensión. Por otro lado, toda la psicología filosófica se reduce en Léxico al estudio de las dimensiones específicas del ser humano: el entendimiento, la voluntad, la libertad y la inmortalidad del alma del hombre. Tomemos nota, en fin, del importante aumento relativo que en Léxico tiene el número de páginas dedicadas a cuestiones de ética que en Fundamentos no aparecen. Familia, trabajo, derecho de propiedad, sociedad civil, justicia, etc., recogen ideas que Millán-Puelles llevaba muchos años sosteniendo en múltiples conferencias, artículos y libros. En general, en Léxico filosófico Millán-Puelles abre más explícitamente que en Fundamentos su diálogo y discusión con filósofos no escolásticos modernos. En Fundamentos son escasas, relativamente, las referencias a autores, de cualquier tendencia o escuela. En Léxico son más numerosas y variadas. Por ello insisto en el valor complementario que este libro tiene respecto de Fundamentos. Como siempre, aquí se manifiesta, una vez más, la independencia de criterio de Millán-Puelles, que en su cuidadoso estudio de la teología natural somete a un examen exigente aun la propia doctrina de Tomás de Aquino. Para terminar estas muy sumarias consideraciones sobre Léxico filosófico permítaseme narrar una anécdota. Este libro ha tenido una segunda edición en el año 2002, cuando ya hacía mucho tiempo que la primera estaba agotada. Pues bien, la segunda edición de Léxico tan sólo se diferencia de la primera en una cosa: en un nuevo artículo. Ese nuevo artículo es, ni más ni menos, que el titulado Acto y potencia. No es que una revisión de lo editado en 1984 llevara a Millán-Puelles a echar en falta ese artículo. Es que, sencillamente, se le había olvidado enviarlo a la imprenta en aquel momento, teniéndolo ya escrito. Se le había traspapelado. * * * Concluyamos. Antonio Millán-Puelles merece un puesto en la historia de la filosofía sobre todo por Teoría del objeto puro, y también por La estructura de la subjetividad y La libre afirmación de nuestro ser. Esas obras no son ajenas a Fundamentos de filosofía y a Léxico filosófico. Las primeras tienen sus cimientos en las segundas. Así que quien estudia Fundamentos y Léxico entra realmente en un espacio de alta filosofía. Un peligro esterilizante para la filosofía actual, y sobre todo para la filosofía cristiana, es el de obsesionarse por querer ser moderna, por querer estar, por encima de todo y antes que nada, a la altura de los tiempos. El caso de Antonio Millán-Puelles es un ejemplo de cómo conseguir estar en el tiempo sin traición a lo perenne de la filosofía de todos los tiempos. ·- ·-· -··· ···-· José J. Escandell Notas Lo reconoce explícitamente en A. y R. Llano, Entrevista a Antonio Millán-Puelles, en Nueva Revista, nº 57 (junio 1998), págs. 13-31, especialmente en págs. 29-30. |