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España, la frontera del oeste. (del 711 al 11-M)

por Steffano Leccisi Mérida

Hay alrededor de un millón de musulmanes en España, oficialmente 600.000, de los que una décima parte serían españoles conversos. Entre ellos pueden ya nadar confundidos los imanes y terroristas más extremos. Han "tomado" ya Ceuta y Melilla, "liberado" parte de Granada y algún barrio de Madrid, reclamado para mezquita la de Córdoba, que es todavía catedral. Demográficamente de crecimiento incomparable, no serían tanto emigrantes, como en Londres o Berlín, si no que recuperarían su casa. España sigue siendo, justo a los 14 siglos, frontera de Europa

España, la mayor de las tres penínsulas del Mediterráneo, la Iberia griega e Hispania latina, es, como Italia, un país con la silueta básicamente determinada por la geografía, aunque Portugal sea un recuerdo de lo incompleto de la Historia. Rica en minerales, Fenicios y helenos, Barcas y Escipiones tuvieron por ella duelos de antigüedad. Parece que “Span” en lengua púnica puede significar lo oculto bajo la tierra; “tierra de conejos”, o “tierra de metales”.

De orografía abrupta o mesetaria, presenta, tras Suiza la media de mayor altura sobre el mar. Dulce en su litoral, es la poética Sefarad , paraíso, de los judíos, y Al-Andalus, de los árabes. Dura en su interior, es la provincia que primero acometió Roma, y la última en someter. Es la patria de la “guerrilla” que en español se pronuncia en otras lenguas, como el legendario Viriato, y tantos indómitos combatientes que castigaron a Napoleón y disuadieron a Hitler. A diferencia de los francos, sajones, lombardos, burgundios, anglos... los godos no imponen un nombre bárbaro a un territorio que re-unen, pero que ya era romano y cristiano. Las islas adyacentes y una cabeza de puente en África siempre han estado incluidas en ese concepto.

Sobre todo, España nace como conciencia de frontera y combate. En el año 711, mientras Rodrigo, el último rey godo está al norte combatiendo una revuelta de los vascos, los musulmanes penetran por el sur. Ambos enemigos estaban coordinados por sus rivales de la aristocracia goda. Pero los que venían como “mano de obra” militar se acaban enseñoreando, como la historia de Roma enseña, sobre quien les recluta. Vencido este rey hacia el 718 han sometido toda la península. Claro que en las montañas del norte hay focos de resistencia, uno de ellos está representado por un escolta de Rodrigo llamado Pelayo, que se niega dar su hermana a un emir moro y encabeza la resistencia. Tras una emboscada en Covadonga, Asturias, comenzará un minúsculo reino, lleno de osadía, que desde Oviedo pretenderá restaurar toda la España “goda” para el cristianismo. Se trata de una soberbia alucinación, que rebusca esperanza en las profecías apocalípticas; la desproporción con la floreciente Córdoba, que pronto será Califato, era aplastante. La determinación del norte cristiano, y las divisiones entre árabes, bereberes y conversos indígenas, permiten que respire ese núcleo de resistencia encajando expediciones periódicas, pero ninguna definitiva, lo que por distracción de fuerzas permite que los francos rechacen en Poitiers y Provenza las suyas.

Al ir ganando terreno, y repoblando con cristianos, este pequeño Reino de Asturias, será luego el de León, y luego , ya no tan pequeño, el de Castilla. En paralelo, en el Pirineo surge otro foco, Aragón, que junto con Navarra y Cataluña colaborarán por levante al lento proceso de Reconquista. Es la época del Camino de Santiago, en el que entran peregrinos, guerreros, artistas y monjes. A veces los golpes se invertían, como hacia el año 1000, cuando Almanzor destruyó Santiago, Oviedo y Barcelona. La división entre reinos, y el refuerzo periódico de una oleada de fundamentalismo musulmán; almohades, almoravides y benimerines, hacen que sea forzosamente lenta la progresión, no exenta de conflictos entre cristianos, a veces con moros aliados, como el legendario héroe “el Cid”, llamado así porque significa “señor” en árabe. Además. Los pequeños reinos moros pagaban tributos anuales, lo que podía hacer poco rentable la pura conquista. Nunca hubo convivencia en total paridad, si no tolerancia circunstancial del dominado, categoría que incluyó siempre al judío, fuese el dominador sarraceno o cristiano.

La singularidad de España, quizá algo exagerada por los viajeros románticos del s. XIX, procedería de estos siglos de convivencia con la cultura musulmana. También de la mentalidad de frontera, entonces se decía “extremadura”, de hombres que alternaban el arado y la espada, que no conocieron del todo la servidumbre feudal, un poco a caballo entre los pioneros del oeste y los cosacos. Someter tierras y hombres, pero integrarlas en su cultura, no aniquilar, será el proyecto de imperialismo integrador, no sólo explotador, que se prolonga de Andalucía a las Indias sin interrupción de continuidad.

Cuando en el s. XV se superó el concepto de convivencia tolerada por el de unidad católica, los reyes que unieron Castilla y Aragón , Fernando e Isabel, expulsaron al último reino moro, en Granada, en 1492. Año decisivo en la historia, que coincide con el viaje a América de Colón, la expulsión de los judíos y la primera gramática española. La expulsión de los moros derrotados que no se convirtieron fue posterior, y respondió a un cambio radical en el Mediterráneo; tras la caída de Constantinopla los turcos surgieron como una poderosa amenaza, y los moriscos eran su “quinta columna”.

La frontera de Europa al este ha sido más elástica, comprendió los Balcanes hasta Viena, cercada dos veces, y la región del Caucaso. Madrid del 11-M y Chechenia son recuerdo de la actualidad de esta fricción.

Aragón se había expandido por el Mediterráneo, mientras Castilla marcha a las Indias occidentales, y Portugal comercia en las orientales. Se da la vuelta al mundo. Por ello el programa reconquistador del canciller de los Reyes, Cisneros; Ceuta de Portugal, Melilla y Orán de Castilla...se ve interrumpido por falta de recursos. La soñada “marcha hacia Jerusalem” del Rey Católico habrá de esperar. Su nieto, el Emperador Carlos V, conquistó Túnez, y el hijo de éste, Felipe II, aliado a Venecia y el Papa, conjuró la amenaza naval otomana en Lepanto. Un héroe de esta jornada, manco por ella, conoció el cautiverio en Argel antes de escribir la cúspide la lengua española y la narrativa universal, Cervantes. Su caballero Quijote y su Escudero Sancho representan el alma de España en gran medida. Pero el desafío la Reforma Protestante, que dividió espiritualmente a Europa, cercar a Francia, venciéndola con éxito en Italia, y conquistar nuevos mundos para ganar almas para Cristo y plata para el César, hizo que no se pudiese atender, más allá de la pura contención, al objetivo que hoy llamaríamos “globalizador”, en el que España relevaba a Roma y a Bizancio en la función de poder central del Mediterráneo, como heredaba a su vez el ideal medieval del Sacro Imperio.

España se desangra en hombres y oro por lo desproporcionado de sus ambiciones. Mientras la tecnología, la apertura al mundo, la economía, la ciencia abierta, hacen que Europa superase con mucho al mundo islámico, que más tarde, con la caída del turco, es objeto de humillante reparto colonial. Las pequeñas guerras españolas al norte de Marruecos, El Rif, no nacen de conquistas del s. XIX, como Francia. Son consecuencia de una fricción ininterrumpida, pues durante los siglos XVII y XVIII se sigue combatiendo en torno a Ceuta, Melilla y Orán.

España permaneció neutral en la IGM, mientras combatía en África. Hizo un discreto servicio al conjurar Primo de Rivera el primero foco militar de fundamentalismo contemporáneo, el del rifeño Ab-del Krim. La pacificación del protectorado fue tal que más tarde, otro general africanista, Franco ¡incluso contará con soldados moros en las filas de su cruzada!.

Pero la singularidad de España, aquello de que “Spain is different” se ha diluido en una generación. Ya no es particularmente católica, ni autoritaria entre democracias. Es incluso más progresista y“liberal”, también una palabra española exportada, que la mayor parte de Europa. Es también Al-Andalus, el único país de la Umma que los musulmanes, de Jomeni a Ben Ladem, dicen haber perdido, (no cuenta el imperio convencional turco). Hay cerca de un millón de musulmanes en ella, oficialmente 600.000, de los que una décima parte serían españoles conversos. Entre ellos pueden ya nadar confundidos los imanes y terroristas más extremos. Han "tomado" ya Ceuta y Melilla, "liberado" parte de Granada y algún barrio de Madrid, reclamado para mezquita la de Córdoba, que es todavía catedral. Demográficamente de crecimiento incomparable, no serían tanto emigrantes, como en Londres o Berlín, si no que recuperarían su casa. España sigue siendo, justo a los 14 siglos, frontera de Europa.

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Steffano Leccisi Mérida

 

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