Arbil cede expresamente el permiso de reproducción bajo premisas de buena fe y buen fin | Para volver a la Revista Arbil nº 85 Para volver a la tabla de información de contenido del nº 85 | ACNDP y represión durante la guerra civil por Cristina Barreiro Gordillo Una síntesis de la represión sufrida por los miembros de la A.C.N. de P. durante los años de la Guerra Civil española. Desde la suspensión de sus actividades en las zonas en las que no triunfó el alzamiento, la persecución, cárcel y muerte que sufrieron muchos propagandistas, hasta la marginación que en parte vivieron en la España nacional en los primeros meses de guerra, la asociación presidida por Fernando Martín-Sánchez pasó por muchas dificultades que la llevaron a una posición económica y organizativa difícil y de la que se tiene que recuperar a partir de 1939 | La Asociación Católica Nacional de Propagandistas, agrupación de católicos con fines de apostolado en el campo seglar fundada por Ángel Herrera y presidida desde 1935 por Fernando Martín-Sánchez Juliá, perdió durante la guerra civil española un propagandista por cada seis y algunos centros fueron prácticamente exterminados. En otros, como el de Madrid, donde los propagandistas pasaban de un centenar, fueron asesinados uno por cada cuatro integrantes de la A.C.N. de P. En total, cerca de un centenar de propagandistas fueron víctimas de la represión desde el 18 de julio de 1936 hasta el 1º de abril de 1939: en una estimación general, uno de cada seis propagandistas murieron durante la Guerra Civil. El golpe militar que dio origen a la Guerra Civil se precipitó en Marruecos en la tarde del 17 de julio. Ni los extremos intentos de Martínez Barrio por establecer el orden, ni el nombramiento de un nuevo Gobierno encabezado por José Giral, podían frenar una guerra que va a asolar España durante más de tres años. El país quedaba dividido en dos mitades irreconciliables: los centros de la A.C. de P. ubicados en las zonas que permanecieron fieles a la República fueron saqueados, los propagandistas sufrieron persecución, tortura y condena, otros tuvieron que esconderse y no pocos vivieron peripecias hasta conseguir llegar a la “zona nacional”. Muchos propagandistas se sumaron con entusiasmo al alzamiento mientras que otro elevado número, se enroló en el Ejército en servicios “patrióticos”, ciudadanos o de vanguardia y retaguardia. Algunos centros quedaron parcialmente desiertos porque sus componentes partieron hacia el frente de batalla. Los preparativos: ¿la participación de los propagandistas?. Se ha debatido mucho si los propagandistas conocían los preparativos para la conspiración militar así como su grado de participación en la misma. En términos generales podemos afirmar que el movimiento católico español estaba ajeno a los preparativos aunque bien es cierto que existen casos concretos y notorios de participación. Pero la mayoría de los miembros de la A.C. de P. mostraron una actitud poco propicia y la Asociación, como tal, no tuvo nada que ver con el alzamiento. Cuando el 10 de mayo de 1936 Ángel Herrera partía hacia Friburgo, desconocía el entramado articulado por Mola. El primer presidente de la A.C. de P. se mostró partidario del entendimiento y de la lucha dentro de la legalidad, tal y como había preconizado El Debate hasta las últimas horas republicanas. En un principio se manifestó contrario a las soluciones armadas y expuso su desacuerdo ante la rebelión militar; todavía creía en una salida pacífica para la situación española. No obstante, también hay que decir que una vez producido el alzamiento aconsejó el apoyo a las autoridades del embrionario “estado nacional”: se trata una vez más de la aplicación de la política de acatamiento activo de las formas de gobierno recomendada por Leon XIII. Por lo tanto podemos afirmar que Herrera pasó de la crítica al levantamiento, por serlo contra un régimen legalmente establecido, a la obediencia a las nuevas autoridades, como aplicación, una vez más, de esa teoría del acatamiento al poder constituido. Por su parte parece que Fernando Martín-Sánchez, presidente de la Asociación cuando comienza la guerra y que se encontraba en Santander en julio de 1936 -ciudad a la que había acudido para participar en los Cursos de Periodismo de la Universidad Menéndez y Pelayo- ignoraba el complot militar. La posición adoptada por José María Gil Robles resulta mucho más compleja. Es sabido que el líder de la C.E.D.A. entregó 50.000 pesetas -una parte del remanente del fondo electoral de su partido- a Carlos de Salamanca para auxiliar a Mola en caso de que este se viese obligado a huir al extranjero. Por lo tanto es de suponer que el político salmantino estaba aunque fuese de manera imprecisa, al tanto de las tareas conspiratorias. Cuando se produjo el alzamiento, Gil Robles estaba en Biarritz, localidad a la que había acudido para celebrar la onomástica de su esposa (Carmen, 16 de julio). El día 17 se había desplazado a San Sebastián, donde conoció que los militares se habían levantado en África. Francisco Herrera -hermano del inspirador de El Debate y miembro del Consejo de Administración de la Editorial Católica- se encontraba informado y conforme con el complot. El líder de la Derecha Regional Valenciana -integrada en la C.E.D.A.- el propagandista Luis Luciá, sí tuvo conocimiento de lo que estaban tramando los militares aunque no aprobó su comportamiento: cuando el Gobierno todavía estaba intentando salvar la situación, Luciá mandó un telegrama a Madrid en el que manifestaba su expresa aceptación de la autoridad republicana. Otros propagandistas como el exministro de los República, Manuel Giménez Fernández no apoyaron el levantamiento de julio de 1936, lo que le trajo graves problemas. Primeras horas. Represión y persecución: consecuencias inmediatas para los propagandistas. Cuando comienza en España la Guerra Civil había en España 25 Círculos de Propagandistas. Los que se encontraban en zona en la que triunfó el movimiento militar no sufrieron destrozos físicos ni se vieron obligados a interrumpir sus actividades aunque, en los primeros días de guerra, suspendieron los Círculos de estudios; la gran mayoría limitó sus funciones a la celebración de la Misa de Comunión de los primeros viernes y un número importante de ellos vio reducida la concurrencia debido a la inscripción de sus miembros en las filas del ejército nacional. Es lo que le ocurrió al Centro de Jerez y Córdoba que se quedaron vacíos y no pudieron reanudar sus actividades hasta el fin de la contienda. Por el contrario, los Círculos de los propagandistas situados en localidades en las que fracasó el movimiento militar sufrieron saqueos, destrozos y desbaratamientos. Es el caso del centro de Madrid, ubicado en la calle de Alfonso XI, 4, que fue ocupado por elementos del Frente Popular. Porque no en vano, a las pocas horas del pronunciamiento militar comenzó en la zona controlada por el gobierno republicano una especie de “revolución social” contra el sentimiento católico tradicional español que se materializó en actuaciones contra la Iglesia y todo lo que ello representaba: las publicaciones madrileñas no populistas son incautadas y las personalidades dirigentes del movimiento católico perseguidas y -en muchas ocasiones- detenidas y encarceladas. En este ambiente de hostigamiento, ¿qué fue de los propagandistas vinculados al centro de Madrid, al Consejo General de la A.C. de P. y a los periódicos de La Editorial Católica?. Los únicos Consejeros libres (que habían quedado en zona nacional) desde el primer momento fueron Ricardo Fernández Cuevas y Nicolás Albertos Gonzalo. El director de El Debate, Francisco de Luis, el Presidente del su Consejo de Administración, José Larraz y el vicepresidente de la Junta de Gobierno, Alberto Martín Artajo, estaban en Madrid y sólo con el tiempo lograron pasar a la zona controlada por las armas de Franco. La Oficina de Madrid, fue completamente destrozada y el Tesorero General -Jesús de la Fuente Martínez- resultó detenido. Muchos otros propagandistas son encarcelados y puestos a disposición de las milicias populares o de la Dirección de Seguridad. Otros como Ramón Valdés y Martínez de Pinillos -quien en sus años como universitario había sido Secretario General de la Confederación de Estudiantes Católicos- caen asesinados. No pocos propagandistas fueron trasladados a la cárcel Modelo para convertirse en víctimas de la represión: Francisco Rodríguez Limón, José Montero García, Agustín Minguijón -que el 18 de julio estaba en Madrid por razones de estudio- y el ex-ministro de la República, Federico Salmón Amorín. Otros miembros del Círculo de Madrid van a morir en las “sacas” que se produjeron en la capital durante el mes de noviembre coincidiendo con el avance de las tropas nacionales sobre la capital de España: Joaquín de la Sotilla y Adsuar, Fernando Benito, José Palma Campos, Manuel de Llanos y Pastor, Felix María de Llanos y Pastor... En Paracuellos de Jarama perdió la vida el propagandista Rafael Vinader Soler, miembro fundador de la Asociación en Murcia que por motivos profesionales se había trasladado a Madrid y cuyo “delito” fue el haber refugiado en su casa a Federico Salmón. También en Paracuellos, en la madrugada del 6 al 7 de noviembre, fue asesinado el propagandista del centro de Madrid, abogado y directivo del Consejo Central de la Juventud de Acción Católica, José Montero García. Otros propagandistas que se encontraban en la capital al estallar la guerra consiguieron refugiarse en embajadas internacionales: Francisco de Luis, Director de El Debate en el momento que se inicia la sublevación militar se refugió en la embajada de Argentina; el taquígrafo del mismo periódico, José Luis García Rubio va a permanecer en la Legación de Turquía hasta su evacuación y después, huir de la travesía del barco que los conducía a la nación turca como internados en ella; Ernesto Laorden se refugió en una embajada hispano-americana -donde escribirá su obra Romancero Nacional- y el arquitecto, Julián Laguna Serrano consiguió salir de Madrid por medio de la embajada francesa logrando al poco tiempo pasar a la zona nacional. Ante estas circunstancias de represión, es lógico suponer que las publicaciones vinculadas a la A.C. de P. que se editaban en la capital no se librasen de la violencia. El último número de El Debate vio la luz el 19 de julio de 1936 fuertemente censurado aunque con informaciones acerca de la sublevación militar. A partir de este día quedó clausurado. Desde el Ministerio de Gobernación, a través de los micrófonos de Unión Radio, el Gobierno transmitió la siguiente nota: Los periódicos Ya, El Debate, Informaciones, El Siglo Futuro y ABC han sido incautados por el Gobierno, pasando a ser propiedad del Estado. Se ha encargado de la dirección y redacción de dichos periódicos a periodistas de reconocida filiación republicana. El pueblo debe respetar dicha propiedad, que ha dejado de ser particular. Los periódicos serán publicados en todo conforme al régimen republicano. Los talleres de El Debate ubicados en la calle Alfonso XI, 4 y compartidos con el suspendido Ya fueron ocupados por elementos afectos al Frente Popular, en concreto del Partido Comunista. En ellos pasaron a editarse los diarios Mundo Obrero y Política. Sus directivos, redactores y personal administrativo fueron víctimas de una persecución de la que no se sintieron ajenos otros periódicos católicos de la capital. Hasta tres años más tarde, el 28 de marzo de 1939, fecha en que entran en Madrid las tropas nacionales y termina la guerra, no reaparecerán. El semanario Trabajo y el Boletín de la A.C. de P se ven obligados a suspender su publicación. La agencia de noticias Logos tampoco se libró de la violencia contra sus trabajadores. En el resto de los centros situados en zona republicana el proceso fue muy similar: se procedió a la incautación de los locales de la A.C. de P. y a la persecución de sus miembros. Resultó especialmente violenta la represión contra los propagandistas en Valencia -fusilamiento de José Manuel de Castells- así como la cometida en los demás centros de Levante y del Sur. En los primeros días de guerra es asesinado en Barcelona, el propagandista Antonio María de Febrer y Jover, el consiliario de la Correspondencia de Fuente del Mestre (Badajoz), Manuel Casimiro Morgado, el ex-subsecretario de Comunicaciones y Obras Públicas durante el bienio radical-cedista Francisco Javier Bosch Marín... En el mes de septiembre se encuentra en la carretera de Torrelodones el cadáver del Jefe de Secretariado de la Confederación Nacional Católico Agraria (C.N.C.A.), Felipe Manzano, y en la de Alpedrete, el del Vocal de la Junta Central de Acción Católica, José María de la Torre de Rodas ... era fusilado el veterano propagandista del Centro de Oviedo, Gonzalo Meras y así con muchos otros. Fueron numerosos también los miembros de la A.C. de P. que decidieron huir de la zona republicana hacia territorios dominados por las tropas de Franco. No obstante y pasados los primeros meses de guerra, mas de la mitad del censo de la A.C. de P. estaba en zona de dominio republicano. Se conocen los casos de personalidades destacadas de la Asociación que sufrieron verdaderas dificultades hasta conseguir llegar a la zona nacional. Alberto Martín Artajo -encargado de las materias sociales de El Debate- estuvo recluido en su casa durante algunos días hasta que, cuando se vio cesado por el gobierno del Frente Popular de su puesto como abogado en el Consejo de Estado, decidió refugiarse en la embajada de México desde la que después de una estancia de siete meses, huye a la zona controlada por Franco. Joaquín Ruiz Jiménez, Secretario General de la Confederación de Estudiantes Católicos de España y una de las promesas mas brillantes de los sectores juveniles católicos, permaneció hasta junio de 1937 preso en cárceles de Madrid -entre ellas la Modelo- y aunque estuvo a punto de ser ejecutado en mas de una ocasión, consiguió llegar “merced a la humanidad del ministro de la gobernación, Ángel Galarza” a la legación de Panamá y mas tarde a la zona nacional donde se enroló en el ejército de Franco. Francisco de Luis, Director de El Debate y Consejero de la A.C.de P., se escondió en casa de unos parientes hasta que en septiembre de 1936 consiguió asilo en la embajada Argentina. Tras un “azaroso” viaje, en palabras de su hijo y biógrafo, embarcó en el puerto de Alicante en el torpedero argentino “Tucumán” que le trasladó con su familia a Marsella. De allí pasó a la villa de Guerthary, en el país vasco-francés, hasta que el 4 de febrero entró en la zona nacional por la frontera de Irún. Se instaló temporalmente en San Sebastián. El propio Presidente de la A.C. de P, vivió momentos difíciles hasta salir del territorio republicano. Fernando Martín-Sánchez estaba en Santander cuando comenzó la guerra. Parece que a los pocos días recibió aviso de un Banco para asistir a la apertura de una caja que tenía alquilada y contenía documentos “comprometidos” para los propagandistas, entre ellos la relación y señas de todos los miembros de la A.C. de P.. Por temor a la represión decidió huir a Bilbao. Para ello era preciso un coche y permiso de circulación que, en tiempos de guerra, únicamente era concedido por las autoridades del Frente Popular. Los papeles se hicieron a nombre de Fernando Martín -se ocultó Sánchez Juliá- “paralítico” (efectivamente padecía una enfermedad degenerativa que limitaba su movilidad) que necesitaba desplazarse a Bilbao para consultar con un especialista su enfermedad y se dio el nombre de un médico de ideología izquierdista. El Presidente consiguió llegar a Bilbao y se refugió en el domicilio de su amigo Rafael Vilallonga Medina, propagandista y secretario del Centro de Bilbao desde 1933. Desde aquí -y gracias a la ayuda del dirigente nacionalista vasco José María Leizaola y parece que también, según cuentan sus allegados, del entonces propagandista José Antonio Aguirre Lekube- pasa a Francia con rumbo al San Sebastián “nacional”. Llegaba el 30 de diciembre de 1936. Alfredo López -director de los Cursos de Verano de Acción Católica celebrados en el Colegio Cántabro de Santander y en los que estaban participando los propagandistas Pedro Laín Entralgo y Juan José Barcia Goyanes- entró en zona nacional a mediados de agosto. Aunque la mayor parte de los participantes en los cursos lograron pasar a Bilbao, cuatro alumnos fueron asesinados en Santander. Los barcos de la Cruz Roja ayudaron a muchos otros a cruzar la frontera. Años después, el propio Martín-Sánchez recordaba así la experiencia: Salí de zona roja a los cinco meses, entre graves riesgos, por la bondad de Dios, y en mí se cumplieron al pie de la letra las palabras del salmo: “Dios envió a sus ángeles para que me llevaran en volandas...”, y entre los instrumentos humanos de que el señor se sirvió uno fue la serenidad augusta de Alfredo López, verdadero salvador de los muchachos que asistían a la Universidad Católica de Santander. Otros propagandistas no consiguieron llegar al territorio liberado y se tuvieron que integrar en el ejército republicano. Es el caso del entonces propagandista Rafael Calvo Serrer que, tras refugiarse en un pueblo de Alicante, fue reclutado por el XII Batallón Garibaldi de la 45 División en la que coincidió con el también propagandista del Centro de Valencia, Alfredo Sánchez Bella. Luis Luciá vivió una tremenda odisea: después de permanecer seis meses oculto en el Maestrazgo, fue detenido por grupos anarquistas que le maltrataron, encarcelaron e hicieron pasar dos años en la cárcel. Los propagandistas ante la formación del “Nuevo Estado”. ¿Integración o colaboracionismo?/marginación y mímesis. Los Centros de la A.C. de P. que permanecieron en zona nacional continuaron -en parte- celebrando las actividades propias de la Asociación. Llama la atención el elevado número de jóvenes que se apuntaron como voluntarios en las filas del ejército nacional y la baja que ello derivó en la concurrencia a los actos de los propagandistas. El propagandista y abogado, Juan M.Castro Rial se incorporó al poco de iniciarse la guerra como voluntario a la Falange gallega como alférez provisional de infantería en octubre de 1936 y combatió en el frente norte hasta agosto de 1937; Francisco Elías de Tejada Spínola -que se encontraba en Alemania ampliando sus estudios jurídicos- regresó para alistarse como voluntario en las brigadas navarras; Guillermo Escribano Ucelay fue soldado de Artillería en el frente de Santander, nombrado teniente del Cuerpo Jurídico Militar y destinado al Consejo de guerra permanente de la Auditoría de Burgos; Rafael de Balbín sirvió en el ejercito del Aire como capitán provisional y el ingeniero de caminos Esteban Errandonea, del Centro de Santander, fue requerido por el Estado Mayor del Ejército para que ayudase a la causa nacional. No obstante, era de imaginar que en una España polarizada entre lo que entonces se llamó “la anarquía y el orden” o lo que era lo mismo “el ateismo y la religión”, los propagandistas se inclinasen hacia la defensa de su valor mas preciado: el sentimiento católico. Al convertirse en guerra el fracasado pronunciamiento militar y sobre todo, al conocerse la persecución que en la zona republicana se había desencadenado contra la Iglesia y seguidores, la elección no iba a tener dudas. De este modo y aunque muchos propagandistas se mostraron poco partidarios del uso de la fuerza, pronto unieron sus intereses en la protección de los valores cristiano: las disposiciones de las autoridades nacionales resultaron bastante favorables a la religión católica y es lógico pensar, que después de unos iniciales momentos de confusión, los propagandistas se alinearían con la nueva España de Franco. Cuando en marzo de 1937, Martín-Sánchez transmita a los propagandistas congregados en Pamplona para la celebración de la XXIII Asamblea General de la Asociación, la idea que Herrera tenía respecto a la situación política al manifestar que “entiende su deber estar al servicio del gobierno nacional acatando sus órdenes” había pasado el tiempo de incertidumbre, miedos y recelos. Los propagandistas debían adaptar sus actividades a las circunstancias de la Patria y servir a la Iglesia con inquebrantable fidelidad. Entramos así en la controvertida cuestión acerca de la actitud que adoptaron los principales dirigentes del catolicismo político -y por tanto la A.C. de P.- en el seno de la España de Franco y viceversa: es lo que el profesor Tusell denomina con acierto “marginación y mímesis”. Marginación Pese a lo que en un primer momento pueda parecer, la tónica inicial de la España franquista en guerra respecto a muchos propagandistas fue de “recelo” hacia aquellos que durante los años de la República se habían acogido a la política de acatamiento activo de las formas de Gobierno y en general, hacia aquellos católicos que habían colaborado con el gobierno republicano. Por ello, durante los años de guerra -y prácticamente hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial- muchos de los propagandistas que habían militado políticamente en la CEDA van a ser relegados de las esferas de poder que habían ocupado en la década de los años 30, periodo en el que más miembros de la A.C. de P. se sentaron en el Gobierno. Su influencia política será inferior y aunque continúan con la labor de apostolado seglar, no van a tener la misma relevancia política que en el periodo inmediatamente anterior a la guerra. No todas las fuerzas que componían la llamada España Nacional -militares, tradicionalistas, falangistas y monárquicos- vieron con buenos ojos la participación de quienes mayoritariamente y hasta hacía bien poco, clamaban en pro de posiciones legalistas. La “marginación estatal” sea quizá el término que mejor exprese la actividad de estos propagandistas en los primeros meses de guerra, marginación que en ocasiones pudo transformarse en persecución o cuanto menos, en amenaza: cuando en agosto de 1936 José María Gil Robles entró en la España nacional se encontró con un ambiente de resentimiento. Viajó hasta Pamplona para recoger a su mujer y a su hijo -que se encontraban en casa de Rafael Aizpún, exministro de la República y destacado miembro de la A.C. de P.- en un peregrinaje en el que hubo de soportar una algarada contra él en Burgos y “cierto temor” al llegar a la capital navarra. Este ambiente hostil le hace abandonar España y dirigirse de nuevo a Portugal, abandonar las gestiones públicas para años después, volver a la política activa aunque como destacado personaje de la causa monárquica. De echo, cuando a finales de mayo de 1938 hace una corta visita a Salamanca -su tierra natal- la Prensa oficial del régimen le ataca y hace responsable de la situación que España atravesaba. También el exministro de Agricultura cedista y propagandistas numerario del Centro de Sevilla, Manuel Giménez Fernández -que residía en Chipiona (Cádiz), localidad que fue muy pronto dominada por el ejército nacional- sufrió conflictos con las autoridades y parece que estuvo a punto de ser fusilado por milicias juveniles. A mediados del mes de agosto se le retiró la protección oficial con la advertencia de que “no diera noticias que puedan llevar la alarma o inquietud a su vecindario” y fue amenazado por grupos de militantes carlistas y falangistas que parece le sacaron de su casa para asesinarle en una playa y sólo fue redimido “cuando se puso de rodillas para encomendarse a Dios”. El general Queipo de Llano tuvo que intervenir para terminar con estos abusos. El propagandista Luis Luciá, que como se ha visto estuvo procesado por los republicanos, fue condenado a muerte por las autoridades de la España nacional. Aunque no fue ejecutado, morirá a comienzos de 1943 en el destierro. El Boletín de los Propagandistas no hace siquiera mención del fallecimiento de quien fuera fundador del Centro de Valencia. El demócrata cristiano catalán y también propagandista, Manuel Carrasco Formiguerra corrió peor suerte y fue fusilado en Burgos por el bando franquista el 9 de abril de 1938. El propio Presidente de la Asociación, Fernando Martín-Sánchez, soportó durante su estancia en San Sebastián varios registros por parte de elementos falangistas. Ni siquiera Ángel Herrera se libró del ambiente de hostilidad que reinaba en la primigenia España de Franco. Herrera, que vino a España en diciembre de 1937 para resolver cuestiones personales (salud de su madre y sobre todo problemas respecto a la propiedad de La Editorial Católica) y entrevistarse con Franco en audiencia que no le fue concedida, hubo de aguantar insultos mientras duró su estancia en Santander. Su domicilio sufrió intentos de asalto por parte de elementos falangistas en unos actos de antipatía que sólo remitieron cuando el Gobernador Civil le puso protección oficial. En resumen, durante los primeros meses de Guerra fueron los poderes emergentes del nuevo estado nacional y especialmente los falangistas, quienes mayores reparos mostraron respecto a aquellos miembros de la A.C. de P., que -de manera individual y nunca implicando a una Asociación de la que siempre hay que recordar su apoliticismo corporativo y su finalidad de propaganda católica en el orden social- habían secundado las posiciones legalistas preconizadas por la CEDA. La Jerarquía Eclesiástica se mostró recelosa respecto a los tintes estatistas que se respiraban en Burgos y no reconocerá el gobierno de la España de Franco hasta abril de 1838. Además la A.C. de P. se mostró contraria a la integración de los Estudiantes Católicos en el Sindicato único así como a la suspensión de la Confederación Nacional Católica Agraria, organizaciones ambas en las que el catolicismo social de los propagandistas tenía un peso específico. Algunos grupos falangistas no se sentían identificados con el sentimiento católico “de cruzada” que movía a muchos jóvenes a enrolarse en el ejército nacional. Ello llevó a muchos propagandistas a encontrarse en un ambiente de recelo y desconfianza que les condujo a posiciones ciertamente limitadas en cuanto a sus actividades como católicos en la vida pública; como confirma el profesor García Escudero “las fuerzas dominantes de la España nacional no perdonan el anterior colaboracionismo republicano”. Los dirigentes del catolicismo político no solo perdieron parte de su relevancia anterior sino que sobre todo, sufrieron la “observación adusta” de quienes colaboraban con la España de Franco. Esta relativa “marginación” llevó a algunos miembros de la A.C.N. de P. a ocupar puestos públicos de menor significación política de la que habían ostentado en periodos anteriores: dadas las circunstancias, eran desplazados por simpatizantes falangistas y monárquicos no vinculados a la Asociación. En este sentido, hay que recordar cómo ningún propagandista va a ocupar un ministerio en el primer gobierno de Franco, aunque poco a poco fueron ganando esferas de poder. Mímesis y colaboracionismo. El papel de la Iglesia. Pero a pesar de esta relativa “marginación” que sufrió el catolicismo católico y social en el primigenio estado nacional, la A.C. de P. apareció siempre vinculada a la causa de la España de Franco; los propagandistas coincidieron en una aceptación de la jefatura nacional y en los principios de la “Cruzada". Las causas que llevaron a la A.C. de P. a esta aceptación general son muy diversas aunque todas convergen en el mantenimiento que de la religión como valor, hacían parte de los mandos nacionales. La Jerarquía eclesiástica española y en general todos los propagandistas identificaban el “bien” con la causa de Franco mientras que el “mal” era todo lo que representaba el Frente Popular. De este modo se produce lo que podríamos llamar la “identificación” entre las actitudes políticas del sector católico del régimen y el resto del mismo: para militares, católicos y gobierno nacional existía un enemigo común, el Frente Popular. En esta coyuntura es lógico suponer que los apoyos de las asociaciones de carácter religioso y de la Jerarquía se inclinasen hacia el bando nacional. En la identificación que muchos propagandistas sintieron hacia la “España de Cruzada” tuvieron también un fuerte papel las noticias sobre la represión que se estaba cometiendo en la zona republicana contra quienes mantenían cualquier vinculación con la causa católica en España, además claro está de las disposiciones legales sobre materias religiosas que se estaban aprobando por las autoridades franquistas y que Martín-Sánchez agradeció de manera pública en septiembre de 1938 durante la celebración de la XXV Asamblea General de la Asociación: ya en los primeros meses de guerra se prohibió emplear en las escuelas libros contrarios a la moral y al dogma, se restableció el estudio de la religión en la enseñanza primaria y media, volvieron a crearse las Juntas de Beneficencia, se organizó la asistencia religiosa al Ejército, en 1937 se recuperaron las fiestas que habían sido eliminadas por la República (Jueves Santo y Viernes Santo, la Inmaculada, el Corpus, Santo Tomás en la enseñanza...), regresó el crucifijo a los tribunales, se derogó el matrimonio civil obligatorio, se anunció la revisión de la ley de divorcio y se reformó la segunda enseñanza de modo que los colegios católicos quedaron virtualmente equiparados a los institutos estatales. En 1939, antes de terminar la Guerra, se restableció la retribución estatal a los sacerdotes con cura de almas, se volvió a conceder la exención tributaria para los bienes eclesiásticos y, sobre todo, se derogó la tan criticada Ley republicana sobre Confesiones y Congregaciones. En la España de Franco los propagandistas recompusieron su vida y sirvieron a la causa del bando nacional porque era la más afín a sus convicciones. Y fue precisamente este inicial colaboracionismo con el bando nacional, el que llevó a un número destacado de propagandistas a participar en las nacientes administraciones públicas. El Presidente de la A.C. de P. Fernando Martín-Sánchez, fue nombrado Consejero de consulta de la Junta Técnica del Estado españolen Burgos, al constituirse el primer gabinete nacional de Franco en 1938, ocupa el cargo de Secretario Técnico del Instituto Geográfico, dependiente de la Presidencia del Gobierno y ya en 1939, jefe de los Servicios del Instituto Geográfico de Madrid; Francisco de Luis trabajó en la Delegación del Estado para Prensa y Propaganda y José María Pemán Pemartín, académico, monárquico vinculado a Acción Española, propagandista numerario y primer secretario del Centro de Cádiz, fue nombrado Presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza de la Junta Técnica de Gobierno, organizada en octubre de 1936 tras el nombramiento de Francisco Franco como Jefe del Estado. El médico Enrique Suñer, accedió a la Vicepresidencia de esta Comisión y fue quién -debido a los múltiples compromisos de Pemán- ejercerá realmente como Presidente. Como Vocal de esta Comisión de Cultura se nombró al tradicionalista Mariano Puigdollers, propagandista numerario vinculado al Centro de Valencia aunque ahora residente en Burgos. Alberto Martín Artajo, abogado y miembro desde 1930 del Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado, fue nombrado asesor jurídico de la Comisión de Trabajo de la Junta Técnica del Estado en Burgos y, luego, asesor del ministerio del mismo nombre. El propagandista José Ibañez Martín, quien había sido elegido diputado cedista en los años de la República -aunque como uno de los principales representantes de la derecha del partido, vinculado incluso a las posiciones de la extrema derecha monárquica- y que desde el momento mismo del estallido de la Guerra Civil se identificó con la causa de Franco, va a prestar un importante apoyo al nuevo Estado a través de la defensa exterior y mediante su participación en una misión cultural de propaganda en Hispanoamérica. Meses después es nombrado Ministro de Educación. Los propagandistas colaboraron también con el nuevo poder civil a través de sus puestos como dirigentes de asociaciones católicas que se habían fraguado en años anteriores. El caso mas destacado es el de la Confederación Nacional de Padres de Familia, como se sabe vinculada a la Acción Católica y que al estallar la guerra tenía como Presidente y Secretario General a los propagandistas, José María Mayans -conde de Trigona- y José María Torre de Rodas. Esta organización, fue la que -en parte- se encargo de materializar la llamada “depuración del Magisterio” en la que consideraban “un penoso pero importantísimo deber que cumplimos con espíritu de servicio, para contribuir de esa manera a que no se pueda perder el esfuerzo enorme de la guerra”. Participaron también en las tareas de purga de bibliotecas, librerías y censura cinematográfica. Pero sobre todo, y a medida que muchos propagandistas iban llegando a la zona nacional –en muchos casos después de cárcel y persecución en la España republicana- se van a ir incorporando a la administración de Burgos y Salamanca. Los propagandistas del “círculo interregional” vuelven a sus ciudades. En los últimos días de enero de 1939 quedó incorporada Cataluña a la zona nacional. Conforme avanzaba la guerra y las victorias iban siendo favorables al ejército franquista, los propagandistas que se habían refugiado en San Sebastián y donde se había constituido un “círculo interregional” de miembros procedentes de todas las regiones españolas emprendieron el regreso a sus ciudades; eran los casos de Valencianos, gerundenses, barceloneses...cuyas ciudades acababan de ser liberadas. En septiembre de 1936, con la incorporación de San Sebastián a la zona nacional, el Centro de esta ciudad volvía a funcionar convertido en punto de encuentro de muchos propagandistas que había conseguido abandonar la España populista. Durante la guerra se habían reunido en la capital vasca propagandistas de municipios dominados por el Frente Popular y ahora, “las victorias de las tropas de Franco” permitían la vuelta a sus hogares de estos “compañeros convertidos ya en amigos entrañables”. Con este motivo, Fernando Martín-Sánchez Juliá, va a remitir una circular. Firmada en Santander en enero de 1939, se centra en los siguientes conceptos: la necesidad de la unidad como católicos, unidad por ser españoles y -finalmente- unidad por ser propagandistas. Muestra su agradecimiento al centro de San Sebastián y concluye con las siguientes palabras: A los que marcháis ahora os pido que forméis un propósito antes de separaros: el de fundar, mantener y hacer fecunda a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas en tierras catalanas. Has caído muchas cosas y han cambiado muchas vidas. Actividades desperdigadas en obras múltiples, que hoy ya no son, y mentes consagradas a otras creaciones, vuelven hoy su alma hacia lo que ni varia ni perece; hacia el Apostolado religioso en la Acción Católica que es la misma vida de la Iglesia inmutable (...). La Iglesia de siempre en la España nueva nos aguarda con esperanza. Conclusiones: Los miembros de la A.C. N. de P. fueron perseguidos en la zona republicana por su condición de católicos y por sus diferentes formas de concebir la acción pública. El número total de muertos durante la Guerra Civil fue de 81; lo que convierte a la A.C.N. de P. en la institución más castigada por la guerra. En la relación de propagandistas “triunfantes” que elaboró la Asociación hay abogados, militares, ingenieros, catedráticos, periodistas, obreros, médicos y políticos de diferente significación política. Fernando Martín-Sánchez, en el discurso ante el Nuncio papal que pronunció en junio de 1940, hizo especial hincapié en la “unidad y variedad” como características comunes a los propagandistas muertos durante la guerra. Unidad, dice, en cuanto al ideal por el que todos murieron. Variedad, insiste, en sus “vidas y en sus muertes, en sus cunas, en sus vocaciones, en sus filiaciones políticas, en su manera de morir y hasta en su modo de estar sepultados”; desde el obrero metalúrgico que había llegado a ser presidente de la Confederación de Sindicatos Católicos, hasta el grande de España y el marqués que “meció su cuna entre las viejas paredes de un céntrico palacio madrileño”. Variedad, también en sus vocaciones; desde la vocación eclesiástica de los consiliarios de la A.C.N.de P. que “rindieron crecido tributo al martirio” hasta los padres de familia que “las han dejado más confiadas a la esperanza en la Divina Providencia que a la ayuda real, tangible y eficaz de los hombres”. Entre esos “propagandistas triunfantes” abundan las vocaciones de Acción Católica: Ricardo Cortés, “patriarca de las vegas palentinas que recitaba las bienaventuranzas como una oración y que las practicaba como un deber” y Presidente de la C.N.C.A.; Felipe Manzano, quien no ocultó ni uno solo de los documentos que pudieran comprometerle y llevarle a la muerte -entre los dos llevaban el peso principal de la importante Confederación Nacional Católico Agraria-; José María Torre de Rodas, encargado de la Confederación de Padres Católicos en España durante la Segunda República y que había orientado su quehacer público hacia la defensa de la enseñanza católica, la moralidad y el “cine decoroso”; y Luis Campos, Secretario General de la A.C.N. de P., que fue asesinado en el picadero de Paterna de Valencia en una madrugada de noviembre. Entre los propagandistas muertos en la guerra también son variadas sus profesiones y encontramos notarios; capitanes de Caballería que como Ortiz Portillo se lanzaron al Alto de León para evitar que los republicanos invadieran las llanuras de Castilla; comandantes de Estado Mayor como Barja de Quiroga, encargado de la organización de la Legión Gallega -agrupación muy destacada en la conquista del norte- que falleció en la estación de Teruel cuando pretendía liberar la plaza para la causa nacional. No faltó tampoco diversidad en las afiliaciones políticas de los miembros de la A.C.N. de P. asesinados entre 1936-1939: desde Onésimo Redondo, fundador de las J.O.N.S, y que murió camino de Guadarrama en una emboscada cerca de Olmedo, hasta Federico Salmón, ex-ministro de Trabajo y autor de la Ley contra el Paro, que fue asesinado en una de las muchas sacas de las cárceles madrileñas de noviembre de 1936. Propagandistas diversos en sus muertes: unos como Bermúdez Cañete fallecieron tras varios pistoletazos asestados en la madrileña calle de Alcalá cerca del Círculo de Bellas Artes mientras que otros como Luciano Puigdollers mueren en los Pirineos después de un largo martirio. Diversos también en sus sepulturas; desde el cadáver del capitán Herraiz que fue exhumado y trasladado con honores militares, hasta los de Federico Salmón, hermanos Alarcón, Pérez de Laborda...y otros que “no se sabe ni cuándo, ni cómo murieron, ni dónde murieron”. Todos ellos habían dado su vida por su apostólico celo por el catolicismo y su ardiente deseo de servir a España”. Todos ellos eran “propagandistas triunfantes”, “hojas caídas del árbol de nuestra Asociación”. •- •-• -••• •••-• Cristina Barreiro Gordillo Capítulo aparte merecería el estudio del caso vasco, el PNV y la represión de la Iglesia. Las fuerzas gubernamentales vascas asesinaron a casi una cincuentena de sacerdotes o religiosos y varios propagandistas sufrieron persecución y cárcel. Es el caso de Vicente Gómez, Antonio Ferrando, Luis Leguina, Juan Villota, Antonio Álvarez Robles y Ricardo Sánchez de Movellán, que entonces aún no pertenecía a la Asociación pero que ingresará en ella en 1937. Puede verse; ANDRÉS GALLERO, José y PAZOS, Anton: La Iglesia en la España contemporánea/2. Madrid, Encuentro 1999. pp.27-33 y ONAINDÍA, Alberto de: Capítulos de mi vida. I. Hombre de paz en la Guerra. Buenos Aires, Ekin, 1973. pp.192-194; donde se relata cómo en marzo de 1937 Herrera le propuso que los vascos firmaran la paz con los militares y, a continuación, que sus soldados fueran movilizados en los cuadros del ejército nacional. En la esquela que se publica en el Boletín con fecha de 1 de septiembre de 1939, se contabilizan un total de 77 propagandistas que murieron “por Dios y por España, sacrificados por los rojos o luchando bajo las banderas de la Patria”. Poco después, en el Boletín con fecha de 1 de octubre de 1939, se añade a la enumeración anterior los siguientes nombres: Fernando Quiroga (Cádiz), José Palma Campos y Fernando Benito Villanueva (Madrid) y Rafael Vinader Soler (Murcia). De este modo nos encontramos con un total de 81 “propagandistas triunfantes”, cifra que se contradice con la de 78 que presenta el profesor GARCÍA ESCUDERO, José María: De periodista a Cardenal. Madrid, BAC, 1998. p.210. No obstante no se ha podido confirmar la muerte como víctimas de la represión de David Fernández Diéguez, Gonzalo María de Piñana, Manuel Cabada Vázquez y Eduardo Mascias, quienes parece que fallecieron durante la guerra pero por enfermedad. Por su parte, MONTERO, Mercedes: MONTERO, Mercedes: Historia de la A.C. N. de P. La construcción del Estado Confesional. 1936-1945. Navarra, Eunsa, 1993, establece en 80 el número de propagandistas asesinados. | | Para volver a la Revista Arbil nº 85 Para volver a la tabla de información de contenido del nº 85 La página arbil.org quiere ser un instrumento para el servicio de la dignidad del hombre fruto de su transcendencia y filiación divina "ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el Foro Arbil El contenido de estos artículos no necesariamente coincide siempre con la línea editorial de la publicación y las posiciones del Foro ARBIL La reproducción total o parcial de estos documentos esta a disposición del público siempre bajo los criterios de buena fe, gratuidad y citando su origen. | Foro Arbil Inscrita en el Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F. G-47042924 Apdo.de Correos 990 50080 Zaragoza (España) ISSN: 1697-1388 | | |