La nación norteamericana había podido desarrollarse con calma desde 1865, fin de la cruenta guerra de sucesión; hasta 1898, guerra contra España. El distanciamiento geográfico de la convulsa Europa, la riqueza en materias primas del nuevo continente, la ausencia de enemigos peligrosos para la joven república, la aplicación y desarrollo de nuevas tecnologías, la falta de tensiones sociales y demográficas, el empuje proporcionado por la llegada de inmigrantes europeos y el mantenimiento del espíritu pionero de la frontera habían proporcionado los elementos necesarios para el crecimiento y desarrollo de la futura potencia.
La industria, la agricultura y las comunicaciones serán las principales ramas de la economía estadounidense. Su volumen y el rendimiento conseguido colocaban al país en el máximo productor de carbón, de petróleo y en el máximo consumidor de cobre. Sus cifras globales sólo podían ser comparadas considerando a los países europeos en conjunto. En definitiva, en 1914 los Estados Unidos, por su potencial económico e industrial estaban alcanzando al viejo continente y su impacto no se había notado por el mínimo intercambio comercial que guardaba el país norteamericano con el resto del mundo. Su aislacionismo y la aplicación de un fuerte proteccionismo, incentivado por los grupos industriales norteños, habían permitido el fuerte desarrollo industrial nacional sin competencia extranjera. Sin embargo, el fin de territorio virgen que colonizar y el aumento de productos manufacturados había reforzado la posición de los grupos expansionistas que reivindicarán la ampliación de mercados para su dinámica industria. En este sentido, la eliminación de España en 1898 había proporcionado el control absoluto de América central y el istmo de Panamá, y con el dominio de Filipinas y Guam había asegurado su presencia en el Pacífico y el camino hacia la China.
El estallido de la Primera Guerra Mundial dará la oportunidad de que los Estados Unidos ejerzan como potencia a nivel mundial. La administración que sepa aprovechar el momento será la encabezada por el presidente Woodrow Wilson, presidente desde 1912, y primer demócrata después de dieciséis años de gobierno republicano. El presidente Wilson era favorable a continuar el “espíritu del pionero” fuera de las fronteras estadounidenses, ante el agotamiento de nuevos territorios en el interior del país, y la necesidad de buscar nuevos mercados para la expansión económica y financiera de la nación norteamericana. No obstante, el presidente demócrata no era partidario de controlar políticamente el territorio, sino de favorecer la autonomía política, aunque los Estados Unidos rigiesen económicamente el país dominado. Con Wilson, el país abandonaba el aislamiento y retomaba la misión de ejercer como potencia mundial, apoyándose en su potencial económico, “porqué tenía una misión que cumplir en el mundo”.
El conflicto mundial que ensangrentó Europa, contó con unos Estados Unidos neutral, pero según iba evolucionando la guerra y el bloqueo marítimo a los imperios centrales, el país se fue convirtiendo en el principal proveedor de armas y materias primas de Gran Bretaña y Francia, asignándole generosos créditos para sus compras. La guerra submarina desarrollada por Alemania afectaba de una manera preocupante a los intereses económicos estadounidenses. La entrada en la guerra en 1917, desequilibró la balanza a favor de la Entente francobritánica. Los recursos industriales y la llegada de un millón de soldados norteamericanos al frente occidental decidieron el final de la guerra y otorgaron a los Estados Unidos un papel estelar en el nuevo orden internacional de después de la guerra. El presidente Wilson definió en catorce puntos su programa de paz, donde aseguraba la libertad de navegación; la autodeterminación de los pueblos europeos, según el principio de nacionalidades y el establecimiento de la Sociedad de Naciones, para asegurar la paz en el caso de conflictos territoriales.
Sin embargo, el electorado estadounidense retiró su confianza a la administración demócrata por su deseo de volver al ansiado aislacionismo. Los problemas sociales y económicos eran los que preocupaban al ciudadano norteamericano, y constituían la trama de la política interior. En las elecciones presidenciales de 1920 el republicano Warren G. Harding vencía gracias a sus promesas de repliegue internacional y mantenimiento de un ejército profesional reducido, incompatible con una presencia activa como potencia. El desconocido candidato de Ohio había conseguido enlazar con el sentimiento de los norteamericanos de que había llegado la hora de ganar dinero y era suficiente protección para su país la lejanía geográfica de Europa.
Los félices años veinte
Pero la dejadez en el plano internacional de Estados Unidos no significó una vuelta a la situación de 1914. La potencia norteamericana había reforzado la condición industrial del país, con un aumento de un 37 % de su producción y su política crediticia durante la guerra había hecho pasar a los Estados Unidos de un país deudor al máximo acreedor del continente europeo. No obstante, los Estados Unidos se van a encontrar con el dilema de exportar productos manufacturados y materias primas, como algodón y petróleo, pero no tener necesidad de importar productos esenciales para su industria o sus consumidores. El desarrollo será principalmente interno y los amplios beneficios generados saldrán del país como créditos de reconstrucción de una Europa arruinada. De esta manera, Alemania y Austria tuvieron una fuerte y estimulante inyección inversora de capital estadounidense que ayudó a levantar estos países, cuyas reparaciones de guerra, servía a su vez a Gran Bretaña y Francia para pagar sus deudas de guerra con las entidades financieras estadounidenses. En definitiva, la gran guerra había propiciado una estrecha relación económica entre el viejo continente y los Estados Unidos, y esta dependencia financiera se pagaría a un precio muy alto una década después.
La floreciente prosperidad norteamericana se debía a la aplicación de los adelantos tecnológicos, muchos de ellos desarrollados durante la guerra mundial, a la producción civil. La sociedad norteamericana de los años veinte era más rica y contaba con un nivel de vida mayor que el resto del mundo en aquel momento. Los medios de consumo, aunque ya conocidos desde antes del conflicto, van a socializarse. Especialmente la industria del automóvil y la producción eléctrica serán esenciales en el aumento de la inversión y por tanto de la expansión económica. La industria del automóvil se convertirá en un motor de desarrollo como el ferrocarril lo había sido en el siglo anterior. El mundo del motor generará en su entorno una amplia gama de industrias de accesorios y auxiliares que multiplicarán los puestos de trabajo derivados de esta industria. Además, el desarrollo del automóvil demandará productos nuevos, como el caucho para los neumáticos, y el consumo de níquel, plomo, cristal y cuero. Aparte, el uso del automóvil exigió una mejora creciente de las comunicaciones. La construcción de una red moderna de carreteras servirá de creciente estímulo a las constructoras y las fábricas de cemento. El transporte de mercancías en camiones aprovechará con rapidez las nuevas carreteras y eclipsará un poco el viejo ferrocarril, tan unido al mundo del pionero del oeste. Los automóviles exigirán para su consumo gasolina, ampliando la demanda de extracción de petróleo de los pozos tejanos. Pero la demanda originada del automóvil pudo ser satisfecha cuando Henry Ford aplicó la producción en cadena del modelo T en Dearborn. La aplicación de sistemas de producción más racionales, derivados de la enseñanza de la industria de armamentos, hará posible que el automóvil pase de ser un producto de ricos al consumo masivo de las nuevas clases medias norteamericanas.
La introducción del automóvil en la sociedad estadounidense provocó la cercanía de los lugares y la posibilidad de huir de las grandes ciudades. De esta manera, las clases medias pudientes trasladaron sus residencias a nuevas urbanizaciones con jardines, en las afueras de los grandes centros urbanos. Incluso se descubrieron nuevos territorios, como fue la posibilidad de viajar a zonas de clima templado, causando la primera experiencia turística en Florida, que se convirtió en el principal lugar de residencia estival de los ciudadanos de la costa este. La posibilidad de vivir más lejos aumentó la construcción de nuevas viviendas, y estas fueron rellenadas de nuevos artilugios que debían facilitar la vida de la familia norteamericana. La radio, la lavadora, el frigorífico y el aspirador se convirtieron en esenciales de la ama de casa, gracias a la posibilidad de consumir abundante energía eléctrica a bajo costo.
Sin embargo, aunque el automóvil y el consumo de energía eléctrica fueron lo que inició el profundo cambio de la vida de los ciudadanos estadounidenses, la capacidad de compra de los norteamericanos provocó la formación de la sociedad de consumo. El aumento de los salarios y la multiplicación de los puestos de trabajo en las nuevas industrias favorecieron el crecimiento de una sociedad con recursos que pronto se acostumbraría a su nuevo nivel de vida. La posibilidad de pagar a plazos, facilitó la demanda de productos caros como podía ser el automóvil, y la facilidad de comunicación acercó a los consumidores a los grandes almacenes de las ciudades, sin necesidad de comprar por catálogo. El consumo fue saturando el mercado estadounidense y la demanda tuvo que estimulada a través técnicas publicitarias. La prensa y la radio se convirtieron en medios esenciales para favorecer el consumo de sus ciudadanos. El modo de estimular el gasto debía hacerse con el cambio regular de modelos y la ampliación de la diversidad de productos. El cambio de diseño y el aumento del abanico de colores ayudaron a mostrar una mayor riqueza de modelos del mismo producto, estimulando la compra. La competencia también aumento, Ford vio aparecer nuevos proyectos automovilísticos de Chrysler y General Motors que encajaban mejor en la demanda de los consumidores. Con respecto a los ciudadanos, las entidades financieras proporcionaron créditos baratos que ayudaron a la compra de productos de calidad a largo plazo.
Este desarrollo económico produjo una expansión de tal calibre, que evitó el resentimiento de la caída de la demanda de la industria armamentística. La sociedad norteamericana entró en la era del consumismo por su poder adquisitivo y asimiló los bienes de consumo que la industria, readaptada a fines civiles, produjo con gran eficacia, gracias a las cadenas de producción. La publicidad y la propaganda, desarrolladas durante la gran guerra para mantener alta la moral de la población, tuvieron una aplicación directa de nuevo en la sociedad, al orientar los gustos de los ciudadanos. En 1922, los legisladores aprobaron un reforzamiento del proteccionismo, con la Ley Fordney-McCumber, que elevó al 33 % los derechos arancelarios. La nueva medida permitió asegurar el crecimiento en torno al consumo interno y proteger a sus noventa y seis millones de habitantes de la competencia directa con los productos de una Europa en vías de recuperación. La nueva América surgida de la guerra se mostraba como una nueva Meca urbana, donde los primeros rascacielos se convertían en el símbolo de una civilización asentada en torno al comercio y al enriquecimiento material de la sociedad.
La prosperidad norteamericana bajo el mandato republicano era evidente, la sociedad estadounidense prosperaba materialmente, sin que el gobierno interviniese en la economía del país. Cuando el presidente Warren G. Harding falleció en 1923, el nuevo presidente Calvin Coolidge, natural de Vermont y a su vez, también desconocido fuera de su estado, mantuvo la línea de apoyo a la iniciativa privada y ausencia total del capital público en la economía del país. La administración republicana pasaría a la historia como un gobierno de empresarios que favorecían el incremento de la riqueza mediante la iniciativa privada y el culto al triunfador. Bajo sus mandatos la sociedad norteamericana reverenció la imagen del triunfador hombre de ciudad, marginando al descendiente del pionero del medio oeste. Sin embargo, la muerte repentina de un infarto del presidente evitó el escándalo de la intensa corrupción de la administración republicana. Los amigos del presidente Harding habían aprovechado los cargos públicos para lucrarse económicamente y beneficiar a los grandes emporios privados con sus concesiones, el caso más llamativo fue el del secretario del interior Albert Fall, que fue encarcelado.
Con Calvin Coolidge se intentó lavar la imagen de la administración americana y mantener la línea tradicional norteamericana de aislacionismo. Hijo de un comerciante de Vermont, había destacado en sus estudios de leyes y se había convertido en 1918, en gobernador del estado de Massachusetts. Fue en este estado como alcanzó fama nacional al defender el orden, en su oposición a la huelga de la policía de Boston. Su fama le llevó a ser el vicepresidente de Warren G. Harding y su inesperada muerte le convirtió en presidente, tomándole juramento su propio padre con la Biblia de casa. El presidente Coolidge fue reelegido presidente en 1924 y sus líneas de gobierno fueron intentar preservar los preceptos morales y económicos de la sociedad norteamericana, en plena fase de enriquecimiento; y evitar el intervencionismo público en la economía. Sobre este aspecto, Coolidge se negó a ayudar a los granjeros, por no interferir en la libertad de precios. Del mismo modo, mantuvo el aislacionismo estadounidense, convencido de que la sociedad norteamericana únicamente le preocupaban sus problemas internos. Los incentivos al pago de reparaciones de guerra de Alemania, estaban motivados para facilitar el pago de los créditos pendientes por los países europeos vencedores de la gran guerra. Uno de los aspectos poco conocidos y sin embargo importantes, fue el reconocimiento de la ciudadanía estadounidense a los indios recluidos en reservas, después de ser derrotados y casi exterminados en el siglo anterior.
Pero la América urbana y moderna que había nacido con la administración republicana tuvo sus resistencias en un mundo rural que cada vez se veía más marginado del reparto de riquezas generado por la expansión económica. El crecimiento económico había valorado la vida de la ciudad y los mayores recursos empezaban a plantear cambios de conducta en la vida de los norteamericanos, algo más alejados de los rígidos principios del cristianismo protestante. Esta relajación de costumbres experimentada esencialmente entre los jóvenes de ciudad no dejaría de crear una respuesta en la ciudadanía rural del medio oeste y del sur, por preservar las costumbres morales del país. El único triunfo permitido por la administración republicana, con la creencia de que nunca se podría aplicar, fue la implantación de la Ley seca. La ley Volstead de 1919, no sólo prohibía la venta, sino también el consumo de bebidas alcohólicas con más del 0,5 % de alcohol. La presión de los grupos fundamentalistas protestantes ligados al cinturón bíblico, sur y medio oeste, fueron determinantes junto a los grupos feministas en la extirpación del consumo de bebidas alcohólicas de la sociedad norteamericana.
Sin embargo, la erradicación del hábito fue contestado por los ciudadanos con la aparición de centros clandestinos que vendían licores y que se procuraban el liquido elemento en destilerías ilegales e importaciones de Canadá, a partir de alcoholes industriales. El control de este mercado negro de bebidas se convirtió en uno de los puntos calientes de las diversas mafias de delincuentes, que con el uso del automóvil y de la metralleta thompsom se hicieron dueños de las calles. Gángsteres famosos como Al Capone se ensoñorearon de la ciudad Chicago y se enriquecieron con el control del abastecimiento de las bebidas y del resto de actividades delictivas.
Los fuera de la ley se convirtieron en los “héroes” de la sociedad norteamericana de los veinte, y sus ciudadanos se acostumbraron a transgredir la ley, consumiendo licores en los lugares clandestinos “protegidos” por las mafias locales. Esta sería la época de los Salvatore Maranzano, Joe Massería y Lucky Luciano, protagonistas de un enriquecimiento procedente de la ilegalidad y de las luchas intestinas por el control de los bajos fondos. Uno de los hechos más violentos sería la masacre de San Valentín en 1929, donde seis sicarios fueron fusilados por los hombres de Al Capone, quien controlaba la ciudad de Chicago.
No obstante, el espíritu de aventura y del pionero se intentó recuperar convirtiendo en ídolo de la sociedad estadounidense a un desgarbado piloto de correos, Charles Lindbergh, quien en 1927 cruzó el atlántico norte en treinta y tres horas y media, desde Nueva York hasta París. La travesía realizada en solitario le llevó a la cumbre de la fama siendo condecorado por el presidente Coolidge con la medalla del congreso de los Estados Unidos. Sin embargo, esta sociedad enriquecida y orgullosa de su éxito también desarrollo un miedo xenófobo a los inmigrantes europeos que no respondiesen al modelo wasp (blancos de religión protestante). En 1921 con la Quota Acts y en 1924 con la Immigration Restriction Act el gobierno estableció cuotas restrictivas de inmigrantes. Pero la muestra del rechazo a los italianos o a los irlandeses vino con el asesinato en 1920 de un par de personas en el robo de un banco. El delito fue rápidamente esclarecido con la detención de dos inmigrantes italianos, Bartolomeo Vanzetti y Nicola Sacco, quienes por la dificultad de expresarse en inglés, fueron enjuiciados y ejecutados en 1927. Posteriormente se descubrió que eran inocentes. Del mismo modo, la defensa de la americanidad anglosajona y protestante, llevó a la reaparición del Ku Klux Klan en la década de los veinte. Su mago imperial Hiram Wesley Evans, un dentista de Tejas, consiguió aunar en torno a la vieja logia confederada, los sentimientos identitarios de los ciudadanos de los estados del medio oeste y del sur. La defensa de un modelo de vida que resultaba contrario a la aceptación de negros, judíos, socialistas y católicos. En 1925, la blanca orden reunía a cuatro millones de miembros que aterrorizaba a negros del sur e irlandeses de las grandes ciudades.
El fin de los sueños, el crac de 1929
En 1928 los republicanos, garantes de la prosperidad en la que vivía la sociedad norteamericana eligieron como presidente a Herbert Hoover. El nuevo presidente había nacido en Iowa, en el seno de una familia del campo, repetía en su persona el éxito personal del triunfador salido del anonimato y convertido en un hombre rico gracias a su esfuerzo y trabajo. Ingeniero y con experiencia en organización, había sido responsable de la ayuda alimenticia a la Bélgica, recién independizada después de la primera guerra mundial, y posteriormente de la propia Unión Soviética. Secretario del comercio con Harding y Coolidge, era el hombre que mejor podía garantizar el mantener los signos de prosperidad alcanzados durante una década de gobierno republicano.
Sin embargo, esto no iba a ser así. El 24 de octubre de 1929 la bolsa de Nueva York se colapsaba cuando más de trece millones títulos se pusieron a la venta sin posibilidad de asimilarlos. El miedo invadió a los accionistas y las órdenes de venta infestaron la bolsa produciéndose un pánico que hundió sin compasión las cotizaciones de las empresas en pocas horas. Aunque los bancos, de manera coordinada, frenaron con sus compras la debacle, el 29 se expandió el efecto con la puesta en venta de dieciséis y medio millones de acciones. Ahora ya definitivamente la bolsa de había hundido con todas sus consecuencias.
La caída de la bolsa provenía de la falsa relación de las cotizaciones con los niveles de producción. La especulación desarrollada por la facilidad con que se obtenía dinero barato, sustituyó la inversión en productividad por la especulación, según el valor subía y cotizaba al alza sin incrementar la producción. Los beneficios obtenidos en poco tiempo eran cuantiosos y volvían a ser reinvertidos, facilitando el crédito de los agentes especuladores, quienes prometían intereses de 12 e incluso del 20 %. Pero la subida de la bolsa causó el abandono de las inversiones en infraestructuras, las cuales habían sido el motor de la prosperidad estadounidense. El crac final de un sistema frágil y que carecía de una autoridad monetaria provocó una serie de quiebras en cadena, que comprometieron la capacidad del crédito y la confianza de los depositantes. El atesoramiento del dinero causó el descenso del consumo, empujando a los vendedores a no renovar existencias, pero a su vez obligó a los fabricantes a disminuir la producción y los costes. En 1929 la quiebra afectó a 22.909 empresas, el producto interior bruto norteamericano cayó en un 30 por 100 entre 1929 y 1933; la inversión privada, en un 90 por 100; la producción industrial, en un 50 por 100; los precios agrarios, en un 60 por 100, y la renta media en un 36 por 100. Unos 9.000 bancos -con reservas estimadas en más de 7.000 millones de dólares- cerraron en esos mismos años.
En el mundo rural la caída de los precios se incrementó, cuando el campesinado intentó aumentar la producción hundiendo los precios de los productos agrarios. El aumento de los costes, la ausencia de beneficios y la acumulación de las cosechas saturó el mercado hundiendo los precios. La miseria en el campo será más acuciante que en las grandes ciudades y la exportación ya no era ventajosa, con una Europa que se había recuperado y el desarrollo de un nacionalismo económico que impedía competir con ventaja a los productos norteamericanos. Los agricultores representaban el 25 % de la población estadounidense y acababan de ver como se hundía el 70 % de su capacidad adquisitiva. Para colmo, el arancel Hawley-Smoot de 1930 elevó en un 50 % los derechos de importación, blindando el mercado norteamericano a los productos europeos. La guerra económica que sucedió eliminó toda esperanza de encontrar mercados libres para los productos agrarios estadounidenses. Los almacenes estaban llenos sin posibilidad de vender y los precios hundidos. Las expropiaciones de las granjas se multiplicaron y decenas de miles de personas tuvieron que abandonar sus hogares en dirección a California para trabajar como temporeros.
Pero la crisis no iba a ser un suceso exclusivamente norteamericano, la importancia de Estados Unidos como país acreedor iba a favorecer la extensión de la depresión económica. La potencia estadounidense había exportado en 1929 7.400 millones de dólares que se sumaban a las inversiones ya realizadas en el continente europeo. Sin embargo, cuando apareció el espectro de la crisis, los Estados Unidos repatriaron los capitales invertidos para hacer frente a sus propios accionistas. La retracción descapitalizó amplios sectores económicos europeos y países especialmente dependientes del capital norteamericano como Alemania o Austria se vieron más afectados. Sus estructuras financieras y empresas más importantes se hundieron y la república de Weimar pronto vio superar en 1933 la cifra de 6 millones de parados.
No obstante, el rostro de la depresión lo mostrarían las enormes colas de ciudadanos retirando sus ahorros de los bancos. Las entidades financieras se hundieron arrastrando consigo los ahorros de millones de personas que se encontraron sin capitales por la quiebra de los bancos y cajas. Los préstamos sin devolver provocaron una oleada de impagos que obligaron a la expropiación forzosa de casas, automóviles y otros objetos, que a su vez eran invendibles por la ausencia de demanda consumista. La gente vivía del préstamo, del amigo y de la caridad, los que mantenían el trabajo, veían como su salario se veía reducido a un mínimo y su poder adquisitivo bajaba a niveles de subsistencia. En 1932 los parados norteamericanos llegaban a los 12 millones de personas. La población rural perdió en torno a millón y medio de personas ocasionado por el éxodo masivo del campesinado a otros lugares. La novela del futuro premio Nobel de Literatura, John Steinbeck, Las uvas de la ira, obra publicada en 1939, trataba precisamente de la emigración forzosa a California de una familia campesina de Oklahoma, que se había expropiada su granja por las deudas contraídas y debía buscar fortuna a orillas del Pacífico.
Sin embargo, el peligro rojo debido a una posible radicalización social que llevase a miles de ciudadanos a un compromiso político con el activo partido comunista norteamericano o con los dos partidos socialistas existentes, no existió. Aunque el presidente Hoover, en el punto más bajo de su popularidad, aludiese a un posible peligro de comunistas infiltrados en los movimientos contestatarios. Los puntos calientes más graves fueron en el medio oeste, donde la Asociación de Granjeros para la huelga requisaba los suministros alimenticios transportados a los centros urbanos; y en la propia capital estadounidense, cuando 10 mil veteranos del ejército realizaron una marcha en el verano de 1932 exigiendo un pago anticipado de sus bonos. No obstante, la concentración fue disuelta por el ejército al mando del general Mac Arthur con todo tipo de medios. La visión de una masa de excombatientes de la gran guerra, apaleados y maltratados por los soldados, terminó por hundir a la administración republicana. La popularidad del presidente estaba tan acabada, que incluso los círculos de miseria de las grandes ciudades norteamericanas tomaron el nombre de Hoovervilles. Estos hechos ayudaron a una cierta radicalidad en la intelectualidad progresista que desembocó a algunos de sus miembros en una militancia abierta en el comunismo, pero sin capacidad de movilización social de cierta magnitud.
En este sentido, las elecciones presidenciales de 1932, marcadas por la crisis económica de 1929, habría las posibilidades de una recuperación del poder por el viejo partido demócrata. Los republicanos, lastrados por su imagen del partido de los grandes negocios, eran vistos como los responsables de la depresión. Los demócratas encabezados por el gobernador de Nueva York, Franklin D. Roosevelt, consiguieron la victoria en la mayor parte de los estados, excepto los de Nueva Inglaterra, y el doble de votación popular que los castigados republicanos. Se iniciaba una nueva era con la administración demócrata.
El New Deal, la recuperación del sueño norteamericano
Franklin Delano Roosevelt será uno de los presidentes que pasará a la historia de su país por la fuerte personalidad de su mandato. Primo de otro presidente de fuerte carácter, Theodore Roosevet, Franklin D. Roosevelt reunía las virtudes de haber crecido en una de las familias patricias con fortuna de Nueva York, proveniente de una lejana familia holandesa. El nuevo presidente demócrata había sufrido la poliomielitis, quedando inválido de cintura para abajo, sin embargo, demostró su fuerza de voluntad a través de la rehabilitación y participando en su campaña electoral de pie, gracias a la ayuda de muletas. El tesón demostrado en la recuperación personal de su cuerpo fue un recurso bien utilizado en provocar la confianza generalizada del pueblo en una persona, de porte distinguido, que prometía, con un trato amable y directo, la recuperación del país.
Desde el 4 de marzo de 1933, cuando tomó posesión como presidente de los Estados Unidos, después de vencer por 23 millones de votos, al anterior presidente Hoover, quién había reunido16 millones de apoyos. El presidente demócrata inició una serie de acciones legislativas que iban a romper la imagen de un gobierno no intervencionista en la economía del país. La primera función de la nueva administración demócrata será la intervención pública para favorecer la creación masiva de empleo. El New Deal, como se conocería partir de entonces el programa de intervención económica estatal propugnado por la administración demócrata, contó desde el primer momento con el apoyo de muchos reformistas que quería reforzar la imagen de las instituciones públicas en la sociedad norteamericana.
El primer New Deal (1933-35) pensado por tres asesores del Presidente, Raymond Moley, Rexford G. Tugwell y Adolph A. Berle se propuso restablecer la confianza del país y combatir el desempleo. En los "primeros 100 días", el presidente Roosevelt, cerró todos los bancos, manteniendo abiertos sólo los bancos federales de reserva, y aprobó una Ley de Emergencia Bancaria y una Ley económica en marzo de 1933, por las cuales creó un sistema de garantía estatal de depósitos que permitió sanear al sector financiero y restablecer el mecanismo de los créditos. Ese sistema sería la Federal Deposit Insurance Corporation que garantizaba los capitales depositados y otras instituciones, como la Home Owners Loan Corporation y la Federal Farm Mortgage Corporation se encargaron de financiar las hipotecas sobre las granjas y las viviendas particulares. Una Ley de Valores, de mayo de 1933, reguló el funcionamiento de la bolsa y estableció normas para impedir las especulaciones y el fraude bursátil. Todo ello se completó con otras medidas, como el abandono del patrón oro, la legalización de la venta de vino y cerveza, y la devaluación del dólar que buscaban provocar estímulos coyunturales a la economía.
Las bancarrotas habían desaparecido y aunque las pequeñas entidades financieras hundidas no se habían reflotado, las supervivientes habían podido reabrir sus puertas y volver a contar con la confianza del ciudadano. No obstante, los empresarios empezaron a tener dudas sobre un New Deal, donde la intervención pública y la presencia de las autoridades públicas eran tan evidentes.
La intervención pública de la administración demócrata se realizó a través de la creación de agencias como: -. Agricultural Adjustement Administration -. Civilian Conservation Corps -. Civil Works Administration -. Federal Emergency Relief -. National Recovery Administration -. Public Works Administration -. Works Progress Administration
Estas agencias son las que intentaron paliar de alguna manera la crisis profunda en la que vivía Estados Unidos, iniciando un plan práctico de ayudas asistenciales, que acabo en un programa de fuertes inversiones en obras públicas. La primera de ellas, la Agricultural Adjustement Administration fue el organismo oficial que se encargo de subvencionar la reducción de cosechas para poder elevar los precios de los productos almacenados. El Civilian Conservation Corps creado en noviembre de 1933, se dedicó a la aplicación del servicio del trabajo, que en los países europeos se preocupo de reunir y organizar a los jóvenes de manera jerárquica y disciplinada para labores sociales. En el caso estadounidense, se encargaron de la protección del medio ambiente en los parques nacionales, trabajos de reforestación de bosque, campañas de vacunación de animales y lucha contra epidemias. Esta agencia proporcionó trabajo a unos 2 millones de jóvenes.
La Federal Emergency Relief se convirtió en una de las agencias más conocidas del New Deal al ser la responsable del pago de las indemnizaciones de paro. Pero estas no se hacían directamente a los parados, sino a las instituciones pública locales, las cuales pagaban según se certificase el nivel de pobreza. La ayuda económica era mínima, 6´5 dólares a la semana, pero suficiente para no caer en la indigencia absoluta. En 1934 serían 8 millones de norteamericanos los beneficiados de estas ayudas.
Pero las agencias que mayor responsabilidad tomaron fueron la Civil Works Administration y su posterior sustituta la Works Progress Administration. Ambas, de manera sucesiva, fueron las encargadas de la creación de puestos de trabajo públicos mediante obras públicas, como la construcción de carreteras, rehabilitación de edificios públicos, construcción de presas, acondicionamiento y limpieza de pistas forestales. Estas actividades facilitaron de esta manera la creación de cuatro millones de puestos de trabajo para 1934, un año después de su aplicación.
La National Recovery Administration fue la encargada de regular el trabajo, la negociación colectiva, las jornadas laborales y los salarios. Además fue la que se empeñó en devolver la confianza al sector industrial y comercial del país favoreciendo el control de los precios por las grandes empresas e imposibilitando la competencia como algo antipatriótico. El control obtenido de la producción posibilitó una ordenación de la economía que beneficiaba a las grandes empresas, aunque estas estaban bajo la supervisión de la agencia federal. Este intervencionismo público facilitó la creación de dos millones de puestos de trabajo.
Con respecto a la Public Works Administration, era la agencia encargada de paliar la caída de inversiones públicas realizadas por las instituciones estatales y locales. Sin embargo, las cantidades invertidas por las autoridades federales nunca llegaron a igualar las pérdidas obtenidas. Las inversiones se gastaron en construir y mantener infraestructuras y comunicaciones que necesitaban movilizar una abundante mano de obra y demandaban un amplio abanico de productos del sector de la construcción. Hasta su desaparición en 1942 gastó 13 mil millones de dólares y creó tres millones de puestos de trabajo.
Entre las personas que colaboraron con el presidente Roosevelt, destacará Harry Lloyd Hopkins, natural de Iowa, quién había trabajado como asistente social en Nueva York y la labor realizada en la gran ciudad llamará la atención del gobernador del Estado, quién al ser elegido presidente de los Estados Unidos, lo convertirá en uno de sus principales consejeros y responsable de la Civil Works Administration y su posterior sucesora la Works Progress Administration. Destacado protagonista del programa de legislación social desarrollado por la administración demócrata, a partir de 1938 será secretario de comercio y hombre de confianza del presidente en sus relaciones con Gran Bretaña y la URSS durante la Segunda Guerra Mundial.
El New Deal no fue un gran éxito, pero ayudó a mitigar la miseria existente. El proyecto de desarrollo regional realizado en Tennessee, se convirtió en uno de los programas estrella, cuando esta zona deprimida, fue la gran beneficiada de las inversiones federales en mayo de 1933, según una antigua idea del senador por Nebraska George W. Norris. La Tennessee Valley Authority, fue un gran proyecto regional que abarcó siete estados, y que se propuso, mediante la construcción de pantanos y el encauzamiento del río, transformar la cuenca del Tennessee mediante su industrialización con plantas para la fabricación de nitratos y centrales eléctricas. El control de las crecidas del río y la producción de fertilizantes permitió la potenciación del regadío y el fomento del turismo con creación de lagos artificiales. El Estado federal iba supliendo y asumiendo un protagonismo que hasta entonces habían tenido exclusivamente las grandes empresas y las autoridades locales y estatales. Sin embargo, estos proyectos se hacían creando un déficit presupuestario que abarcaba normalmente el 4 % del producto interior bruto de los Estados Unidos.
El compromiso social, el segundo New Deal
Sin embargo, el presidente Roosevelt no se va a retirar y en 1936 consigue su reelección presidencial sin ningún problema. La casi totalidad de los estados le respaldan en la votación y la administración demócrata en su segundo mandato reforzará el carácter intervencionista de la autoridad federal en el New Deal. El "segundo New Deal" (1935-38), será promovido por Thomas Corcoran y Benjamin Cohen, quienes acentuarán el compromiso social contraído por la administración demócrata. El nuevo gobierno aumentará la recaudación impositiva sobre los ciudadanos más acaudalados, aunque sin consecuencias llamativas. En 1935, se creará una Dirección para la Recolonización para combatir la pobreza en el campo, que en sólo dos años dio ayudas a unas 635 mil familias campesinas de cara a la creación de cooperativas y a su asentamiento en tierras de nueva colonización. Al año siguiente se autorizaba la concesión de subsidios federales a los agricultores que cultivasen productos que no erosionasen el suelo. El compromiso con la población rural de Estados Unidos que había aupado al poder al presidente Roosevelt estaba siendo cumplido.
En las elecciones de 1936 el populismo social desarrollado por Franklin D. Roosevelt consigue por primera vez en la historia del Partido Demócrata, que los afro americanos voten a su partido. Hasta entonces, el Partido Demócrata había representado los intereses de la población blanca del viejo sur confederado.
Pero la nueva administración demócrata tiene que vencer varios obstáculos, uno de ellos es la oposición del Tribunal Supremo al New Deal, deliberando en varias ocasiones en contra de la autoridad federal y poniendo en entredicho la legalidad de muchas intervenciones de los comisarios federales de las agencias del New Deal. No obstante, con el tiempo el presidente irá sustituyendo los magistrados que se jubilen por afines a sus ideas, consiguiendo finalmente el control del tercer poder de la nación.
En el campo social, el crecimiento de la oposición de los empresarios al New Deal provocará un posicionamiento del Partido Demócrata a favor de la sindicación de los trabajadores. Hasta entonces, el mundo sindical había sido marginal y las empresas habían sido favorecidas por las leyes en su intento de marginar a los sindicatos de la vida económica de la nación. El “peligro rojo” había supuesto una identificación de la actividad sindicalista con la revolucionaria de izquierdas. Además el peligro revolucionario estaba identificado con los obreros inmigrantes de reciente llegada al país, fomentándose una actitud xenófoba contra estas colectividades.
Sin embargo, la lucha de la administración contra las grandes empresas y los monopolios forjados al calor de la depresión de 1929, va a causar una legislación favorable que obligue a los empresarios a aceptar la sindicación libre de sus empleados. La Ley Nacional de Relaciones Laborales aprobada el 5 de julio de 1935 por iniciativa del senador Robert Wagner, concedió a los trabajadores el derecho a la negociación colectiva y a la representación sindical en las fábricas. En Estados Unidos aumentarán su importancia los sindicatos. La AFL (American Federation of Labor) sindicato profesional que reunía a los cuadros especializados y se creará de nuevo cuño, una nueva asociación para los obreros del metal, el Congress of Industrial Organization. La Secretaria de Trabajo, Frances Perkins, logrará aprobar en agosto de 1935 la Ley de Seguridad Social, que estableció pensiones de vejez y viudedad, subsidios de desempleo y seguros por incapacidad, y en 1938 la Ley de Prácticas Laborales, que instituía el salario mínimo y limitaba la jornada laboral a 40 horas a la semana.
No obstante, la oposición al New Deal crece al hacer eje común los republicanos de la oposición y los demócratas del profundo sur, que no se identifican con el populismo progresista desarrollado por la administración de Roosevelt, cada vez más escorada a resaltar el protagonismo del Estado federal y a fomentar su clientelismo entre la comunidad afroamericana y trabajadores de la industria. Pero el enfriamiento de la economía producido por la decisión del gobierno de aumentar las reservas del Banco federal y evitar el aumento del déficit público causó un bajón de la economía y el recorte de los gastos públicos no fue compensado por un aumento inversor del capital privado. El paro que había alcanzado su cifra límite en 1933 con más de doce millones de desempleados, volvió a repuntar con más de siete millones en 1937, sera la denominada "recesión Roosevelt”.
Las inversiones públicas en infraestructuras y obras públicas habían sido el motor del relanzamiento económico y social de la economía norteamericana. En 1939 el paro afectaba a unos 10 millones de personas. El New Deal finalmente no devolvió al país a los niveles productivos de 1929, y ni siquiera pudo eliminar el paro y la miseria causada por la crisis de 1929. No obstante, palió bastantes de sus consecuencias y reforzó el papel de la administración federal en una sociedad, como la estadounidense, donde el papel del Estado había sido casi inexistente. El intervencionismo del Estado en la economía norteamericana ayudó a la toma de confianza de la ciudadanía, salvó al sistema y devolvió al capitalismo el protagonismo económico, sin caer en tentaciones socializantes. El New Deal palió la miseria rural: la renta agraria subió de 5.562 millones de dólares en 1932 a 8.688 millones en 1935. Proporcionó trabajo temporal a millones de personas, sentó las bases del futuro Estado del bienestar, desplazó el poder social en favor de los sindicatos y favoreció socialmente a la minoría negra.
El camino de la guerra, fin del desempleo
El enrarecimiento de las relaciones internacionales en Europa dará la ocasión al presidente Roosevelt a reanudar el tutelaje que Wilson había querido para los Estados Unidos en la escena internacional. Sin embargo, la sociedad estadounidense recién salida de la crisis de 1929 volverá a soñar con mantener su querido aislacionismo. Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial incitará a la administración demócrata a hacer frente a las potencias fascistas. El 4 de noviembre de 1939 el congreso norteamericano aprobaba una ley mediante la cual Francia y Gran Bretaña podían comprar armas en el país.
En noviembre de 1940, el presidente Roosevelt consiguió su tercera reelección, frente al republicano Wendell Willkie, proveniente del mundo empresarial eléctrico y que intentaba agrupar a los empresarios contrarios al New Deal. Sin embargo, la situación de guerra mundial en Europa y la rápida derrota de Francia, primera potencia militar del momento, fue decisiva para convencer a Roosevelt de presentarse a la reelección. Cualquier otro presidente, demócrata o republicano hubiese favorecido la vuelta al aislacionismo.
El presidente Roosevelt, en su tercer mandato de 1940, lo dedicó a reforzar la posición militar de Estados Unidos, con la finalidad de respaldar a Gran Bretaña que sufría la posibilidad de una invasión a la isla. En esa actitud prointervencionista, logró del Congreso y Senado el aumento del presupuesto militar para el reforzamiento del ejército. El aumento estimado en 12 mil millones de dólares fue invertido en producción armamentística que necesitó dos millones de trabajadores nuevos. En septiembre, había obtenido de Gran Bretaña el arriendo de bases militares en el Caribe, a cambio de la venta de medio centenar de destructores viejos, necesarios para proteger los convoyes de buques mercantes. El presidente Roosevelt con el apoyo del Congreso, aprobó una ley que ordenaba el restablecimiento del servicio militar obligatorio. Pero la medida más beligerante que puso en tela de juicio la neutralidad estadounidense fue la Ley de Préstamos y Arriendos, aprobada en marzo de 1941, que permitía la venta de armas y material de guerra a cualquier país cuya defensa se considerara vital para la seguridad de Estados Unidos, ley que favoreció de inmediato a Gran Bretaña y después a la Unión Soviética.
Los Estados Unidos con un apoyo abierto a Gran Bretaña, empezó con su marina a proteger los convoyes de mercantes, de los ataques de los submarinos alemanes. Para ampliar la protección al Atlántico central instaló bases aéreas en Islandia y Groenlandia, provincias de Dinamarca, que fueron ocupadas militarmente. En el caso de la primera, irrecuperable después de fomentar su independencia en 1944. En agosto, el presidente Roosevelt y el primer ministro británico Churchill, firmaron en Canadá la Carta del Atlántico, una declaración de principios que proclamaba la voluntad de hacer del modelo democrático liberal el fundamento de un nuevo orden internacional.
Sin embargo, la sociedad norteamericana no estaba en una actitud favorable a la entrada en la guerra. La oportunidad será brindada el 7 de diciembre de 1941, cuando el Japón, aliado de las potencias del Eje, ataque la base aeronaval de Pearl Harbour (Hawai) e inicie su rápida expansión en el Pacífico. Los Estados Unidos podrán demostrar la realidad de su potencial industrial y social, con 10 millones de puestos de trabajo en la industria y 14 millones de estadounidenses movilizados en sus fuerzas armadas.<•- •-• -••• •••-• José Luis Orella Martínez
Bibliografía
La bibliografía de los Estados Unidos cada vez se va haciendo más importante, por la relevancia de la primera potencia mundial. No obstante, los libros se circunscriben a la época actual, habiendo pocos estudios en lengua española. Sin embargo, se pueden subrayar algunos trabajos como el de Jenkins y el Adams, que entran bastante al detalle en la historia de su país. De autores nacionales, no podíamos dejar de citar al gran americanista Mario Hernández Sánchez barba. Y en un sentido muy crítico, señalando los aspectos más negativos, el libro de Howard Zim. Para enmarcar el desarrollo de los Estados Unidos dentro del mundo, el estudio comparativo de Paul Kennedy sigue siendo ideal para entender el impacto que tuvo la aparición de este país-continente en los acontecimientos europeos. Finalmente la obra del economista John Kenneth Galbraith, nos introduce de una manera clara y sencilla en explicarnos las causas del crac de 1929. Su libro es un clásico en la historia de la economía .
Philip Jenkins, Breve historia de los Estados Unidos. Alianza Editorial, Madrid, 2002 Willi Paul Adams, Los Estados Unidos de América. Siglo XXI, Madrid, 1982 Carl N. Degler, Historia de los Estados Unidos, Ariel, Barcelona, 1986 Mario Hernández Sánchez Barba, Historia de los estados Unidos: De la república burguesa al poder presidencial, Marcial Pons, Madrid, 1997 John Kenneth Galbraith, El crac del 29, Ariel, Barcelona, 2000 John Kenneth Galbraith, Con nombre propio de F.D. Roosevelt en adelante, Crítica, Madrid, 2000 Howard Zim, La otra historia de los Estados Unidos, Argitaletxe, Fuenterrabía, 1997 Paul Kennedy, Auge y caída de las grandes potencias, Plaza y Janes, Barcelona, 1997 B, Rauch, The history of the New Deal 1933-1938, New York, 1975 F. Freidel, Franklin D. Roosevelt, 5 vols. 1952-1977 |