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Canto a España

por Fernando García de Cortázar

Desde el punto de vista de la nación entendida al modo liberal, con la crítica a muchas de las antiguas instituciones rectoras tradicionales y citando una gran variedad de personalidades se revindica la existencia de España como proyecto civil, laico y constitucional.

Cercano el centenario del Desastre de 1898 y hecho ya camino con la Constitución de 1978 en el despliegue de un nuevo modelo de Estado es hora de alcanzar el acuerdo sobre lo que se entiende por España.

Un compromiso que responda a los interrogantes suscitados por los pensadores y ahorre el rebrote de tensiones nacionalistas populares -españolistas y periféricas- que enfrentan a los ciudadanos y desbaratan cualquier proyecto abierto al futuro europeo e integrador de las herencias culturales vivas en la península.

España ocupa de repente los titulares periodísticos, la palabrería de los políticos y el moderno arbitrismo se trasforma en dardo electoral para reprobar conductas tachadas de españolistas.

Olvidada, cuando no estigmatizada, durante la transición, la preocupación por España -hoy, con raíces en el sentimiento democrático ciudadano- ha cogido tan a contrapié a los políticos que se han dado prisa en solicitar de la asamblea de los sabios un nuevo catecismo nacional.

Los mismos que, pasada la efervescencia del cambio de régimen, arrinconaron la Historia se abrazan a Clío en estos días para cumplimentar el cuestionario patrio de los españoles.

No es la primera vez en este siglo que políticos e intelectuales se preguntan por el ser de España. En 1898 la pérdida de las colonias ya había hecho entrar en crisis la idea de España antes de que ésta hubiese logrado consolidarse como nación en el sentido romántico del término; ha bastado ahora una simple pérdida de mayoría absóluta en las Cortes y la participación de los partidos catalanistas en la dinámica del gobierno para que la crisis vuelva a reproducirse. Pura paradoja, el cierre de las heridas del 98 -la imcorporación de los nacionalismos al diario bregar de España- ha puesto en danza los viejos fantasmas y los temores de secesión.

En su origen los nacionalismos catalán y vasco representaron, ante todo, una rebelión de las clases medias contra un sistema caciquil y oligárquico y un toque de alerta de la región más industrializada, Cataluña, exigiendo el reconocimiento de su singularidad. Con el viento a favor, los recelos hacia un régimen concreto, incapaz de garantizar mercados, paz social y cultura autóctona, terminarían por trasformar los nacionalismos culturales en políticos y socavar el concepto mismo de España.

La nación que entraba en crisis era la creada por Cánovas en 1876: una España centralista, agraria, caciquil, militarista, frailuna y cerrada a las novedades del arte y la ciencia contemporáneos. Hostil para con los desposeídos pero muy rentable para las burguesías industriales y los grandes propietarios agrarios.

Inducida por una minoría despierta, la crisis noventayochista no fue más que una crisis de modernización de España, a la que intentaron curar los regeneracionistas de Costa, los catalanes de Polavieja y Cambó, los conservadores de Silvela y los intelectuales del 14 con Ortega, Azaña o Araquistain.

Porque bajo la pregunta de qué es España se escondía, en realidad, el deseo de conjugar la identidad nacional con la democracia, la reforma del Estado, el desarrollo económico y el respeto a la diferencia cultural. Desde Barcelona, los catalanistas de Cambó coincidían en sus demandas con la meditación de los pensadores y quienes hablaban de Cataluña como el gran problema nacional no se daban cuenta de que el verdadero problema era una forma de ver España que impedía el progreso catalán y el de los demás españoles.

El drama nacional se remata cuando vencido por las armas el liberalismo español de la República, la imagen más negra de España es la que triunfa en los años de Franco. En lugar de integrar a los españoles en una empresa común, la irracional uniformización totalitaria del franquismo puso en marcha el proceso desnacionalizador más importante de nuestra historia. Al identificar la nacionalidad con una confesión religiosa, al expulsar de la nación a los discrepantes, al renegar de la pluralidad cultural... dejó un inmenso vacío de identidad en los millones de españoles que despertaron de aquella pesadilla en 1975.

Habría que esperar, pues, a la Constitución de 1978 para desagraviar a los arbitristas del 98. Quedaron, no obstante dos sumarios inconclusos: definir los límites de descentralización que puede soportar la idea de España y atraer al cumplimento de las reglas constitucionales ya la política del Estado a los nacionalismos catalán y vasco. Ambos expedientes, decisivos para la estabilidad de sus propias regiones, pero sus únicas señas de identidad y legitimación, una vez reconocidas la democratización del sistema, la descentralización administrativa y la singularidad cultural.

Vuelve por tanto la pregunta sobre España y al igual que hace un siglo sigue siendo la nuestra la única nación europea que todavía se interroga en vez de tomar la iniciativa de hacerse. Por ello quiero compartir con todos ustedes la imagen de una España múltiple y diversa, rica en la variedad de las culturas que la conforman. Una España inacabada, a la que tres mil años de historia no acabaron de hacer y que no ha llegado todavía a encajar perfectamente las piezas que la componen pero que siguiendo la estela del mundo abierto y mestizo que se avecina debe huir de la tentación de sacralizar conceptos como la lengua, el territorio, la raza o la misma historia.

"Tu pasado eres tú! Y al mismo tiempo eres! la aurora que aún no alumbra nuestros campos", acertó a escribir Luis Cernuda, mientras Blas de Otero se dolía:

"A veces pienso que sí, que es imposible
evitarlo. Y estoy a punto de morir
o llorar. Desgraciado de aquel que tiene patria,
y esta patria le obsede como a mí.
Pregunto, me pregunto: ¿Qué es España?
¿Una noche emergiendo entre la sangre?
¿Una vieja, horrorosa plaza de toros
de multitud sedienta y hambrienta y sin salida?
Fuere yo de otro sitio. De otro sitio cualquiera.
A veces pienso así, y golpeo mi frente,
y rechazo la noche de un manotazo: España,
aventura truncada, orgullo hecho pedazos,
lugar de lucha y días hermosos que se acercan
colmados de claveles colorados, España."

(Blas de Otero, Que trata de España)

Un pasado, labrado a golpe de trabajo, cultura y empuje civilizador, que al alimón con la geografía se ha retratado en la diversidad de regiones, modos de vida y singularidades, que Miguel Hernández orgulloso canta:

"asturianos de braveza,!
vascos de piedra blindada
valencianos de ale gríal y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpago,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta
murcianos de dinamita
frutalmente propagada
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha...

Es verdad que distintas dolencias acompañan la historia de España, cuyo catálogo debería recoger al menos las siguientes: la excesiva compartimentación cultural y económica fruto de una geografía que parece primar el aislamiento interno; el desigual reparto de la riqueza y la negativa de los poderosos a contribuir a mantener las cargas de la administración, el ejército o las inversiones públicas; las crónicas fricciones sociales fruto del sometimiento de los más por unas minorías dirigentes; el agobiante peso ideológico de una Iglesia convencida de que su reino sí es de esta tierra y la lucha de los intelectuales o el Estado por recortar sus prerrogativas; la debilidad de éste por imponerse a otros poderes intermedios o por sustentar una idea moderna del país; el atraso económico de los últimos siglos y la sequía de empresarios emprendedores capaces de alentar la renovación, nuestra errática condición de europeos o el actual empeño en olvidar los lazos americanos.

Pero no es menos verdad que diversidad, aluvión, contagio, préstamo, mosaico, mestizaje..., son palabras de la lengua tallada por Nebrija que sirven para describir la historia de España, desnuda de cualquier ensoñación milenarista.

Condenada a ser tierra de tránsito entre Europa y África, el Mediterráneo y el Atlántico, la Península Ibérica mejoró su destino convirtiéndose encuba de sedimentación de pueblos, culturas y dioses: Hispania, Toledo, Al Andalus, Sefarad, América.

Frente a los defensores de la pureza racial y cultural, la historia de España que yo propongo quiere rescatar la fuerza aglutinadora y mestiza de lo hispano, la misma que sus poetas nos han confiado con su cántico universal de amor a la tierra, a Dios y al hombre, roto el olvido del tiempo y la disparidad de las lenguas.


España de tierra y ríos. España del mar y de la mar. Capaz de hacer de las olas que aislan camino, físico, y reflejo del discurrir de la vida y del bregar del alma. Lo que para Antonio Machado es principio, es sendero:

"Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.'

(Antonio Machado, Campos de Castilla.)

y para La Atlántida de Verdaguer es puente, para el corazón castellano de Jorge Manrique no es sino el fin:

"Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales
allí los otros medianos
y más chicos
allegados son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos."

(Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre)

El castellano es el único idioma en el que el mar tiene dos géneros, depende del que habla si es meseteño o periférico. La mar, madre, el mar algo que no conocemos. Rios caudalosos y ríos chicos. La emoción de Manuel Machado ante el río que acuna los primeros sueños de nuestra civilización-

" ¡OhGuadalquivir!
Te ví en Cazorla nacer;
hoy, en Sanlúcar morir
Un borbollón de agua clara
debajo de un pino verde
eres tú: ¡qué bien sonabas.!"

se emparenta con la del poeta granadino Abu Ya'far Ibn Sa'íd, ocho siglos atrás, desatada por las mismas fecundas aguas:

' Río de Hims (Sevilla) no nos privamos de ti
pues no hay río como tú!. Descansar en tí y embriargarse
es agradable en todo tiempo.
Toda vida sin tí!
no es tal vida."

La nostalgia de Marcial, en el siglo I, por las riberas del Jalón -"te admiras, Avito, de que yo hable con mucha frecuencia de gentes remotas, habiendo envejecido en la capital del Lacio; que sienta sed de las aguas del aurífero Tajo y que desee volver al patrio Jalón y a los campos mal cultivados de una casita bien abastada. Me gusta la tierra en que soy rico con poco y los recursos pequeños me hacen nadar en la opulencia."- se funde con las confesiones de amor franciscano de Ibn Hazm de Córdoba (siglo XI) en "El collar de la paloma":

"Yo soy de una tierra dura y pedregosa,
reacia e insumisa a toda vegetación;
pero si algunas plantas afincan sus raíces,!
no han de cuidarse de que abunden las lluvias de primavera."

Con el desengaño del 98 a cuestas, el andaluz Antonio Machado encuentra su refugio en los campos de Castilla:

"He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas de Soria-barbacana
hacia Aragón en castellana tierra"

La misma deleitosa, de templada sombra que refrescara el verso dulce y grave de Berceo en el siglo XIII:

" manaban cada extremo fuentes claras, corrientes,
en verano bien frías, en invierno calientes.
Gran abundancia había de buenas arboledas, higueras y granados, perales, manzanedas;
había muchas frutas de diversas monedas,
pero ninguna había ni podrida ni aceda."

Como en la generación romántica, Rosalía de Castro defendía, a las orillas del Sar, su Galicia, presa del hacha y la deforestación:

"Los que ayer fueron bosques y selvas
de agreste espesura! donde envueltas en dulce misterio
al rayar el día! flotaban las brumas,! y brotaba la fuente serena
hoy son áridas lomas que ostentan
deformes y negras!
sus hondas cisuras."

Y junto a los campos las ciudades. Muchas de ellas milenarias, capaces de renacer desde sus cenizas para ofrecer una imagen semita, romana, visigoda, musulmana, cristiana... En cabeza, Cádiz y acompañándola Ampurias, Cartagena, Sagunto, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Mérida, León, Lugo, Astorga, Toledo para culminar en esos monumentos a la variedad que son Córdoba y Sevilla. Cuando ya había pasado su grandeza romana y omeya y antes de que los galeones la renovasen como cuerno de la abundancia europea, la ciudad del Betis aún era capaz de encender al palentino marqués de Santillana quien le dedica la pasión de uno de sus sonetos:

"Roma en el mundo y vos en España
sois solas, çiudades çiertamente,
fermosa Ispalis, sola por fazaña,
corona de la Bética exçelente.
Noble pór edifiçios non me engaña
vana apariencia, mas juzgo patente
vuestra gran fama aun non ser tamaña
cuanto loable sois a quien lo siente.
En vos concurre venerable clero,
sacras reliquias, santas religiones,
el bravo militante caballero;
claras estirpes, diversas naciones,
fustas sin cuento; Hércule primero,
Hipán e Julio son vuestros patrones."
(Soneto del marqués de Santillana a la ciudad de Sevilla, 1455)

No se queda atrás el córdobes Luis de Góngora al referirse a su ciudad:

¡ Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡ Oh gran río, gran rey de Andalucía,
de arenas nobles, ya que no doradas!
¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡ Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas como por espadas!
¡ Si entre aquellas ruinas y despojos
que enriquece Genil y Dauro baña
tu memoria no fue alimento mío
nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tu muro, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, oh patria, oh flor de España!
(Luis de Góngora, Córdoba)

La ciudad anhelada se personifica en el romance de Abenámar, cuando el rey de Castilla corteja a Granada, cuarenta años antes de ser reconquistada.

"Si tu quisieses, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
-Casada soy rey Don Juan,
casada soy que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería."
(Del Romance de Abenámar)

Voces plurales para paisajes diversos, he aquí otra nota peculiar de España a través de la Historia. Reprimida por su orografía, la península sufrió hasta época muy reciente el acoso de una fuerte compartimentación geográfica, humana y cultural, consecuencia de las difíciles comunicaciones entre la Meseta, los Valles del Ebro y Guadalquivir y espacios costeros (franja cantábrica, Galicia, Levante...) que han favorecido el aislamiento y la comarcalización humana y cultural, cuyo reflejo político serían las fuertes tensiones centrífugas que a lo largo de la historia sobreviven a todo intento de unificación del país.

Sólo el esfuerzo de los gobernantes, de los mercaderes y de los sacerdotes y el ímpetu de la gran cultura lograron edificar los cauces de comunicación. Un esfuerzo colosal ene! que coloca su hombro generoso, la Castilla medieval, sin el cual España hubiese continuado siendo una utopía cultural, un viejo recuerdo o un mero término geográfico. Tal y como lo emplea el poeta Juan de Mena para loar al rey de Castilla.

"Al muy prepotente don Juan el segundo,
aquel con quien Júpiter tovo tal çelo,
que tanta departe le fizo del mundo
cuanto a sí mesmo se fiço del cielo
al gran rey de España, al Çésar novelo
al que con fortuna es bien fortunado,
aquel en quien cabe virtud e reinado,
a él la rodilla fincada por suelo."
(Juan de Mena, Laberinto de Fortuna)

Pero empeño castellano no fue el único. Roma derribó las primeras barreras físicas al construir las redes de calzadas y organizar el espacio económico, político y lingüístico; el cristianismo las segundas al imponer se como religión hispánica en la Edad Media; Aragón y Cataluña enseñan a romper el aislamiento al seguir la estela mediterránea, en la mejor tradición de la Córdoba islámica y precursora de la Sevilla ultramarina; el castellano colaboraría activamente tras el siglo XVI desde su condición de lengua internacional; la burocracia a partir del XVII facilitaría el engarce de territorios tan heterogéneos, mientras el mercado unificado y el ferrocarril abrían nuevos caminos en el XIX y las constituciones liberales proclamaban la igualdad de todos los españoles sin distinción de origen social o regional.

No siempre el tránsito resultó fácil, tensiones centrífugas y afán unificador conviven desde los años de Augusto hasta hoy y, hemos visto, a menudo, a los españoles de cada presente dilapidar, alguna porción de la herencia recibida, sin detenerse a pensar que ésta formaba un todo indivisible.

En los siglos del Imperio, se despreció la rica vena de la España musulmana y hebrea; en la actualidad, se olvida la vertiente americana que en 1899, en plena desilusión del adiós a las colonias, inspiró al nicaragüense Rubén Darío estos versos optimistas "el mundo aliente, mientras la esfera gire! mientras la onda cordial alimente un ensueño! mientras haya una viva poesía, un noble empeño,! un buscado imposible, una imposible hazaña) una América oculta que hallar, vivirá España".

También hoy, en plena batalla de afirmación regional, se cae con facilidad en fácio localismo que reviste de esplendor faraónico los entecos sucesos que tienen lugar junto al frontón, el campo de fútbol o a la puerta de la taberna. Y se silencia la emoción universal expresada en la lengua de Don Juan, la gran creadora de arquetipos culturales.

Hay quienes piensas que la fortaleza del idioma castellano -"latín mal hablado por norteños"- proviéne de la imposición de los poderes públicos, sin atender a la dinámica propia de las lenguas.

No se puede negar que en sus primeros avances medievales el "derecho de conquista" le asitió como al conjunto de las lenguas romances -catalán, galaico portugués.. . - a la hora de desplazar la lengua árabe. Luego su capacidad de absorción sería la responsable de que el castellano asimilase numerosas lenguas regionales, incapaces de seguir su carrera en la administración, la literatura o la cultura, coronada con la gloria de Alfonso X el Sabio o la Escuela de Traductores de Toledo. Su temprana normalización, obra de Nebrija y el poder político y demográfico de Castilla durante el Imperio harían el resto hasta convertir el castellano en la lengua franca, no solo peninsular -el Rey Fernando sería el primer abanderado al aparcar las formas dialectales aragoneses, seguido por la aristocracia de sus reinos- sino también internacional, que tiene su referendo en 1.498 cuando el embajador imperial ante la Santa Sede -el padre del poeta Garcilaso- rompe la costumbre de dirigirse al Papa en latín para hacerlo en su propio idioma. Ya con anterioridad la poesía en castellano había conquistado la erudita corte napolitana de Alfonso V el Magnánimo y a las puertas del Imperio no son pocos los poetas valencianos que hacen uso de él en el Cancionero General(15 11) mientras Gil Vicente (1465-1540) inventaba el teatro portugués en castéllano para las cortes bilingües de Manuel el Afortunado y Juan y Luis de Camoens (1525-1580), la gran gloria lusa, escribía canciones y sonetos en el idioma de santa Teresa.

Es el momento de máximo prestigio de la lengua, reforzada además por el empuje de la literatura ye! pensamiento del siglo de oro, la actividad de las universidades peninsulares o la expansión ultramarina.

Juan de la Cruz, Góngora, Lope, Quevedo, Calderón, Fray Luis, Teresa, Garcilaso, Cervantes... "Hermanos en mi lengua, qué tesoro! nuestra heredad -oh amor, oh poesía- / esta lengua que hablamos -oh belleza-.", del soneto de Dámaso Alonso.

No es de extrañar por tanto que en los siglos XVII-XV fuese el idioma del Estado o de la educación, ampliándose rápidamente el número de los españoles bilingües, sin roce alguno entre los distintos idiomas peninsulares.

El problema se plantearía a lo largo de las centurias siguientes XIX y XX, cuando los cambios socioeconómicos y culturales y la obsesión uniformizadora del liberalismo español desataron la reacción de los nacionalismos periféricos en defensa de sus idiomas.

Un ambiente de recelos mutuos que no logró apaciguar la Constitución de 1978, con su reconocimiento de todas las lenguas peninsulares, ni mucho menos las políticas llamadas de normalización de los gobiernos autonómicos.

Y sin embargo, todas ellas han servido para plasmar las inquietudes de nuestro país; si en nuestro siglo, Costa, Ganivet, Ortega, Azaña hablaron del problema de España, en la lengua de Castilla, fue en la de Ausias March y Raimon Llul, en la que Joan Maragall lanzaba sus gritos a la España de la derrota del 98:

"Escucha España, la voz de un hijo
que te habla en lengua no castellana;
hablo en lengua que me ha legado
la tierra áspera;
en esta lengua pocos te hablaron
en la otra demasiado. (...)
¿Dónde tus barcos? ¿Dónde tus hijos?
Pregúntalo al Poniente, a la ola brava;
perdiste todo, a nadie tienes.
España, España, vuelve en tí
rompe el llanto de madre!
Sálvate, sálvate de tantos males;
que el llanto te haga alegre, fecunda y viva;
piensa en la vida que te rodea
alza la frente
sonríe ante los siete colores del iris.
¿Dónde estás España, dónde que no te veo?
¿No oyes mi voz atronadora?
¿No comprendes esta lengua que entre peligros te habla?
¿A tus hijos no sabes ya entender? ¡Adiós, España!
(Joan Maragall, Oda a España)

De despilfarro en despilfarro, quedan arrinconadas imágenes y formas de ver España, aunque los sentimientos permanecen. La religiosidad con sus cargas y sinrazones sobrevive a las hostilidades de los seguidores de Jehová, Alá y Jesús, depositando en nuestra cultura una hermosa antología del alma humana desnuda ante Dios. Desde los salmos hebreos de Ibn´Ezra (siglo XI) en la misma onda de la mística del XVI-

"ansía mi alma morada de reposo,
por la fuente de vida suspira,
se consume por el lugar santo
y camina día y noche.
El deleite de su gloria con los ojos de la razón contempla
y hacia él sin alas vuela.
Ansía llegar y se anonada
en el crepúsculo,
en el ocaso, en la oscuridad de la noche."

a los agónicos soliloquios de Unamuno:

"Eres tú de la paz eterna y honda
del último reposo
el apóstol errante y misterioso
que en torno nuestro ronda
y que nos mete el alma
cuando luchando por vivir padece, la dulce y santa calma
que a la par que la agrieta la enardece"

Una sinfonía que lleva al éxtasis arrebatado al converso Juan de la Cruz en el XVI:

"Y si me gozo, Señor,
con esperanza de verte,
en ver que puedo perderte
se me dobla mi dolor;
viviendo en tanto pavor
y esperando como espero,
muérome porque no muero",

como antes había domesticado el pensamiento del murciano, musulmán Ibn Arabi. Entre uno y otro, el franciscano Raimon Llull actuaría de puente, de forma que lo que originalmente se concibió en árabe se alimentó en catalán y se desbordó con los carmelitas castellanos, algo imposible sin el renacimiento intelectual, auspiciado por Cisneros. Y al confesional desafío de Blas de Otero en el XX:

"Arrebatadamente te persigo.
Arrebatadamente, desgarrando
mi soledad mortal, te voy llamando
a golpes de silencio.
Ven, te digo
como un muerto furioso.
Ven. Conmigo
has de morir. Contigo estoy creando
mi eternidad (De qué. De quién) De cuando,
arrebatadamente esté contigo.
Y sigo, muerto, en pie. Pero te llamo
a golpes de agonía. Ven. No quieres
Y sigo, muerto, en pie. Pero te amo
a besos de ansiedad y de agonía. No quieres. Tú, que vives. Tú, que hieres
arrebatadamente el ansia mía"

Y de la pasión divina a la humana. El amor hispano se escribe con el desenfado de Marcial y el erotismo del Cancionero de Ibn Guzmán (siglo XII), con la concupiscencia del arciprestre de Hita y la zozobra del valenciano Ibn Al-Zaqqaq (siglo XII): "Más delgado que el céfiro es su aroma;! pasmo su talle de la erguida palma.! La ví pasar con dulce contoneo,! desenvainando el sable de sus ojos.!." Del erotismo mojigato de Ana Ozores en La Regenta a la melancolía premodernista de las Rimas de Becquer, del polvo enamorado de Quevedo al desparpajo de Garcilaso de la Vega " ... coged de vuestra alegre primavera/ el dulce fruto, antes que el tiempo airado! cubra de nieve la hermosa cumbre" o al intimista

"Me gustas cuando callas, porque estás como ausente
y me oyes desde lejos y mi voz no te toca
Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía
Mariposa de sueño te pareces a mi alma y te pareces a la palabra melancolía
Me gustas cuando callas y estás como distante
y estás como quejándote, mariposa en arruyo.
Y me oyes desde lejos y mi voz no te alcanza:
Déjame que me calle con el silencio tuyo…"
Pablo Neruda.

A la llamada de la carne no tardan en acudir tampoco las alcahuetas de Ibn Sa'id, las dueñas de las comedias de Lope, las correveidiles del Libro del Buen Amor, las intermediarias de las novelas de Galdós o la Celestina de Fernando de Rojas: "Gozad de vuestras frescas mocedades, que quien tiempo tiene y mejor le espera, tiempo viene que se arrepiente..." Sin término medio, el español pendulea en su atracción a la tierra; en su diálogo con Dios, pasa de la adoración a la blasfemia y en los placeres combina, sagazmente, a Séneca con Epicuro. Y hasta la música instrumental revela al alma la música de la más alta esfera, la música divina, que únicamente se percibe en la contemplación, de la que es maestro Fray Luis de León:

"El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada, Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada. A cuyo son divino
mi alma que en olvido está sumida torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida"
(Fray Luis de León, Oda a Francisco Salinas)

Como en los óleos del pintor de frailes Francisco de Zurbarán, donde la unción divina eclipsa el retrato de los personajes en un mar de rasos turquesas, rojos terciopelos y blancos, al que Alberti dedica susversos:

"Rudo amante del lienzo, recia llama
que blanquecinamente tabletea
telar del hilo de la flor en rama,
pincel que teje, aguja que tornea.
Nunca la línea revistió más peso
ni el alma paño vivo en carne y hueso..."
(Rafael Alberti, A la pintura)

Ni el amor divino ni el humano aplacaron, no obstante, el ardor guerrero que vela armas en el fondo del alma hispana, dura referencia de siglos de Reconquista y expansión ultramarina. Una tensión a menudo autodestructora que tiene su cruel imaginería en las luchas civiles del XIX XX en las que los poetas, al menos, se quedaron con la palabra. Desgarrada en Rafael Alberti y los poetas de su generación:

" difícil, madre, volver a tí? Feroces
somos tus hijos. Sabes
que no te merecemos quizás, que hoy una sombra
maldita nos desune, nos separa
de tu agobiado corazón, cayendo
atroz, dura, mortal, sobre sus telas
como un oscuro hachazo.
"Palabra muda, acallada, que recrimina en el caso de García Lorca:
"Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos! no osó mirarle la cara
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico! sangre en la frente y plomo en las entrañas…
(Antonio Machado: El crimen fue en Granada).

Pero ¿es la historia de España una crónica de la violencia? Ni más ni menos que la del -resto de las naciones más desarrolladas, no obstante la imagen pseudorromántica de un país dominado por la intolerancia, las luchas fratricidas o el ansia de conquista.

Parece perdurar, pues, en el inconsciente europeo una visión atávica, fomentada desde los tiempos de la Leyenda negra imperial y alimentada por las violencias de las guerras civiles de los siglos XIX y XX.

Ahora bien si hacemos un poco de historia comparada -sin ánimo de camuflar nuestros errores con los ajenos- ¿podríamos hablar de historia pacífica para definir la de Gran Bretaña o Francia?

En el primer caso tendríamos que olvidar las persecuciones religiosas motivadas por la Reforma durante los reinados de Enrique VIII, María Tudor e Isabel I; la mano dura empleada en la conquista y sometimiento a Escocia e Irlanda, con sus frecuentes estallidos de sublevaciones; la represión ejercida por el puritanismo de Cronwell en las islas, o por los monarcas Hannover en las colonias americanas; o la construcción "manumilitan" del orgulloso Imperio británico en el siglo XIX, amén de las dos guerras mundiales "ganadas" en el siglo XX.

Y en caso francés, olvidaríamos las guerras de religión anteriores al Edicto de Nantes, la belicosidad de Francisco 1 o de Luis XIV, capaces de extender el campo de batalla de su "grandeur" por media Europa; tres revoluciones con sus consiguientes víctimas; los sueños imperialistas de Napoleón I o el colonialismo de la República; ...

Ni en España se han matado reyes como en Francia o Gran Bretaña.

La Historia dice que la guerra es la fatal menstruación de toda política, pero ya es hora que la razón con su ciencia y su conciencia o logre curar esa crónica debilidad de la política o nos la cambie de sexo. La higiene del mundo no está en el flujo de la sangre sino en el contagio del espíritu.

En España, pues, hay una historia doliente y desengañada que seca parte de nuestras viejas raíces y grandes espacios de libertad y que obliga a muchos españoles a vivir transterrados. A veces dentro de la península -"llora, paloma, por el errante viajero! y por sus hijos ausentes,! que él sabe que no hay quien les dé de comer! no encuentra quien haya visto sus rostros/ y no puede a nadie por ellos preguntar."-, en ocasiones, a la otra orilla del mar: "español del éxodo de ayer! y español del éxodo de hoy:! te salvarás como hombre! pero no como español! No tienes patria, ni tribu. Si puedes,! hunde tus raíces y tus sueños! en la lluvia ecuménca del sol..." Moseh Ibn 'Ezra y León Felipe, un poeta hispanohebreo del siglo XI expulsado de su Granada natal, por la invasión almoravide hacia las tierras cristianas mesetañas y levantinas; y otro zamorano del XX, transterrado a Méjico luego de la Guerra Civil, unidos por la placenta del exilio.

Al calor de estos sentimientos y aparcando viejas tentaciones homogeneizadoras que sólo empobrecen y crispan, quiero compartir un nuevo concepto de España: el mismo que da latido a la Constitución de 1.978.

Una España múltiple en el pasado y también en el presente y alejada de retóricas patrioteras.

Una nación en permanente génesis, como ya la definiera Galdós, capaz de acomodar dentro de sí la variedad de lenguas y culturas, sin imposiciones ni exclusivismos y orgullosa de defender la libertad creadora.

Un país que buceando en la Historia busca armonizar los anhelos de autogobierno de las regiones y el acercamiento de la administración al ciudadano con la necesaria unidad de acción de un Estado moderno ante los complejos problemas de la sociedad actual y la integración efectiva en esa utopía que llamamos Europa, en la que nos conviene estar con la conciencia nacional alerta.

Porque llevamos dos decenios de naufragio de la idea y hasta del mismo término de España. En los débiles gobiernos de UCD prevaleció el interés por salvar el Estado, aun a costa de dejar aparcada la nación, demasiado contaminada por la retórica franquista. A Felipe González hasta tal punto le obsesionó Europa que olvidó que la conciencia nacional era la mejor baza para resguardar los intereses del Estado en la Unión Europea, al atrincherar a los españoles todos en la defensa de las fresas onubenses, el bonito cantábrico o los zapatos levantinos.

Claro que con la apelación a España no se trata de desvendar momias, sino de proteger herencias culturales compartidas. A veces de alta cultura -sólo el empuje nacional podrá preservar las lenguas minoritarias españolas del acoso de los poderosos idiomas europeos-, otras, de la cultura popular, sedimento de siglos de mestizaje, que se retratan diariamente en las formas de vida.

Con el timón de la historia, la España que divisa el fin de siglo debe superar las endémicas tentaciones centrífugas con una auténtica lealtad constitucional y un respeto a las libertades y derechos individuales.

Me gustaría que el conocimiento de la historia de España golpease la conciencia de los españoles con el recordatorio del esfuerzo invertido en consolidar las libertades y colaborase a recuperar la participación de la sociedad civil en las ágoras públicas. Así mismo las lecciones de la historia reclaman para la política de España una suave pastora de ciudades y pueblos que pueda vivir sin esquilarlos, sin sacrificarlos, que disponga de un diablo Cojuelo amigo para que levante los tejados de todas las políticas egoístas, apiñadas caseramente entre cuatro paredes, acostadas en su propio placer miserable.

Queda clara la lección del alto precio que paga el Imperio Romano, el Toledo visigodo o la Monarquía hispánica cuando se quiebra la confianza de gobernantes y gobernados que la mordacidad de Quevedo denuncia: "Toda esta vida es hurtar,! no es el ser ladrón afrenta,! que como este mundo es venta,! en él es propio robar.! Nadie verás castigar! porque hurta plata o cobre;! que al que azotan es por pobre/ de suerte, favor y trazas.! Este mundo es juego de bazas,! que sólo el que roba, triunfa y manda". Si para el Velázquez de la poesía barroca no existía más caballero que el dinero, dos siglos antes el mallorquín Anselm Turmeda urgaba en la misma herida, aunque sus cantos por desgracia sirvan para sustentar el tópico del catalán interesado:

"Dinero dicta hoy al mundo el juego,
y da honor a mucho bobalicón:
al que dice "no" le hace decir "sí"
¡ Ved qué milagro!
Dinero, pues, afánate en juntar.
Si puedes pillarlo no lo dejes escapar;
si mucho tienes podrás llegar a papa de Roma"
(Anselm Turmeda, 1352-1430) Elogio del dinero

Un país, finalmente, que a la vista de su pasado, luche por superar el atraso económico, estimulando el trabajo bien hecho y la inversión productiva por encima del subsidio y la ganancia fácil, sin olvidar tampoco la defensa de su patrimonio ecológico (duramente castigado por los años de desarrollismo a ultranza), ni la batalla contra la endémica marginación social, recrecida hoy por los empellones del paro, la inmigración y la droga, musa triste de la desolación de Luis Antonio de Villena: "La Gran Vía nocturna es un hondo pasillo de antracita! y hay cuartos por detrás de agonizantes solos, sollozos y rateros.! Bajo las casas nobles de principio de siglo -polvorientas-! africanos y yonquis, navajas, viejas putas, jovencitos oscuros, jeringuillas, travestís y camellos! cantan la gloria opaca, la cochambre sin letra de este fin de milenio macilento."

Los españoles actuales queremos la paz. Sólo la que no sea la inútil paz de los muertos. Y la queremos sin armaduras, sin otras centurias que las del tiempo. No queremos pastorear piaras de sangre, ni tener almas apolilladas entre fronteras.

La política ha venido a traer pueblos sobre la tierra y ¿qué quiere sino que convivan en mansedumbre? Convencido de la posibilidad de una España regenerada vienen en mi ayuda las palabras de una bilbaína de nacimiento, aunque madrileña de adopción y devota de los pueblos de Castilla, Angela Figuera, que dirige un canto rabioso de amor a España en su belleza:

"Con los ojos cerrados
con los puños cerrados, con la boca
cerrada, España, canto tu belleza.
Y con la pluma ardiendo y con la pluma
loca de amor rabioso canto y firmo.
Belleza sobre tí y en tus entrañas
de miel y granito, y en tu cielo, y en tus encadenadas cordilleras
y en tus encadenados hombres, canto. De siglo en siglo en olas y torrentes
de barro ibero, en sucesivas olas! de tierras y metales agregados,
de frutos madurados poco a poco! bajo tu fiero sol, me vienes madre.
Me viene tu belleza tierna y dura,
tu corazón rodando enamorado
hasta embestinne, hasta llenarme toda,
hasta romperme el miedo y la corteza."

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Fernando García de Cortázar


 

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