El
abordar el tema de la inmigración, podemos pararnos a considerar diversos
aspectos del asunto: las causas que provocan o favorecen los movimientos
migratorios; los problemas que supone la inmigración, tanto para los que se ven
abocados a emigrar, como para los países que los reciben: problemas de
explotación laboral; problemas de delincuencia y orden público; problemas de
marginación a la hora de encontrar empleo que afectan a compatriotas nuestros
que a veces se ven desplazados o postergados en el llamado "mercado
laboral" porque los inmigrantes están dispuestos a trabajar en condiciones
de horario y salario que muchos españoles con familias a las que mantener y
educar, no se pueden permitir...; y, por último las medidas o soluciones a tomar
ante el hecho de la inmigración.
Todo eso está muy bien y es muy
importante, pero como muchas de esas cuestiones no tienen relación directa el
tema concreto de texto, me limitaré a hablar, pues, de un problema muy
específico, que es el que nos atañe ahora, y que incumbe no a toda inmigración,
sino a un determinado tipo de inmigración. En concreto, a aquellos inmigrantes
que, por razón de sus creencias religiosas contrarias a la cosmovisión cristiana
católica -y deliberadamente digo contrarias, no sólo distintas- pueden llegar a
arruinar lo poco de cristiano que todavía pervive en nuestra tierra, y, por
supuesto, dificultar aún más la tarea de reconstrucción espiritual que España
necesita, y en la que nosotros, entre otros, estamos embarcados.
Frente a
este riesgo, la postura que debería ser compartida por todos cuantos coincidimos
en la defensa de la Unidad Católica cualquiera que sea la adscripción política
de cada uno- es inequívoca y contundente, tal como ha quedado reflejada en las
siguientes palabras: "España no es una invención. Es una de las naciones más
antiguas del mundo, tiene una esencia permanente a lo largo de siglos y
generaciones, cuyo pueblo encarna un destino universal con su propia cultura que
es occidental y su religiosidad que es católica. ... La inmigración no puede ser
de tal naturaleza que cambie, o pretenda cambiar, esa esencia cristiana y
occidental que define a España".
Conviene dejar claro, desde un
principio, que no nos oponemos, ni nadie que se considere cristiano se puede
oponer, a la inmigración sin más. Lo que rechazamos es la inmigración
incontrolada, la inmigración ilegal y la inmigración
indiscriminada.
Quede claro también que bajo ningún pretexto y en ningún
caso los criterios de control, legalización, acogida o discriminación de los
inmigrantes deben basarse en prejuicios racistas o xenófobos.
Que un
negro sudanés o un árabe perseguidos en sus respectivos países por profesar la
fe cristiana pidan asilo en nuestra Patria, no sólo no supone ningún problema,
sino que debería ser motivo de alegría para todos nosotros compartir nuestro
suelo con quienes con su ejemplo, lejos de atentar contra la esencia cristiana
de nuestra tierra, contribuirán de seguro a fortalecer nuestra fe, y a
alentarnos en la lucha contra quienes quieren borrar todo vestigio de ella en
nuestra nación.
Que vengan a vivir entre nosotros hispanos, hermanos
nuestros procedentes de cualquiera de los países que forman parte de la
Hispanidad, entre los cuales hay negros, orientales, mulatos, indios y mestizos,
siendo católicos, a veces mucho más coherentes que muchos católicos
peninsulares, ¿qué riesgo puede conllevar para la identidad católica de
España?
Y, por el contrario, ¡cuánto más peligrosos no han sido y serán
tantos europeos, acaso altos, rubios y de ojos azules, que plenamente imbuidos
de una mentalidad protestante, relativista y liberal, no dudarían en corromper
nuestras costumbres e introducir nuevas sectas o engrosar las ya existentes,
como de hecho ya ha sucedido por medio de cierto tipo de turismo indiscriminado
y del asentamiento en determinadas zonas de nuestra geografía de núcleos de
europeos que viven de espaldas a nuestra idiosincrasia!
Luego, es
evidente que la raza, etnia, lugar de nacimiento u origen, color de la piel,
etc, no son, no pueden ser determinantes, ni mucho menos lo más decisivo, a la
hora de establecer los criterios de regulación y selección de los
inmigrantes.
Aclarado esto, debemos comenzar por responder a la siguiente
pregunta: ¿es cristiano, es lícito moralmente poner limitaciones a la
inmigración?, ¿no deberíamos, como cristianos, impelidos por el mandato
evangélico de amar al prójimo, permitir que entren en España todos cuantos lo
consideren necesario, sin poner ningún tipo de barrera?
Muchos católicos,
y no sólo progresistas, sino también algunos tenidos por más tradicionales,
consideran que poner freno o restricciones a la inmigración es
anticristiano.
Sin embargo, si nos atenemos al Magisterio de la Iglesia,
tal consideración dista de ser cierta. Oigamos, por ejemplo, lo que dice Juan
Pablo II al respecto: "La Iglesia reconoce a todo hombre el derecho a
emigrar" pero "desde luego, el ejercicio de ese derecho ha de ser
reglamentado, porque una aplicación indiscriminada ocasionaría daño y perjuicio
al bien común de las comunidades que acogen al migrante" (1) .
Es
decir que, en atención al bien común, sí es lícito a la Nación receptora de
inmigrantes -y yo diría que en algunos casos no sólo un derecho sino una
obligación- reglamentar y discriminar la acogida de los mismos. Y no cabe duda
que forma parte, primordial, de ese bien común, el bien trascendente de la fe
cristiana que debe ser vivida no sólo individualmente, sino
comunitariamente.
Y en otro mensaje el Papa afirma: "Por lo que se
refiere a las características culturales que los emigrantes llevan consigo, han
de ser respetadas y acogidas, en la medida en que no se contraponen a los
valores éticos universales, ínsitos en la ley natural, y a los derechos humanos
fundamentales" (2) .
Luego, consecuentemente, si las características
culturales de los emigrantes se contraponen a los valores éticos universales,
ínsitos en la ley natural, y a los derechos humanos fundamentales, esas
características culturales no pueden ser respetadas ni sus portadores
acogidos.
En resumidas cuentas: todo inmigrante que profese ideas o
creencias o realice actos contrarios a la ley natural, a los derechos
fundamentales del hombre, al bien común (inmanente y trascendente) de la
sociedad en la que aspire a ser recibido, puede y debe ser justamente rechazado
por esa sociedad.
Tal actitud no sólo no es anticristiana, sino que es lo
más consecuente desde un punto de vista cristiano, y lo más benéfico no sólo
para la propia sociedad sino también para el inmigrante rechazado, que acaso
puede llegar a ver en ese rechazo el testimonio de una fe sinceramente vivida en
sociedad.
En realidad, se trata de aplicar a los inmigrantes la misma
medida que se debe aplicar a los creyentes de las religiones falsas, sectas y
nuevos movimientos religiosos ya residentes en nuestro país, conforme a una
recta interpretación de la hoy llamada libertad religiosa, interpretación que
los partidarios de la Unidad Católica consideramos debe ser restrictiva. Y
consideramos que debe ser restrictiva basándonos no sólo en el Magisterio
anterior al Concilio Vaticano II, sino también en las indicaciones del nuevo
Catecismo de la Iglesia Católica, que cita explícitamente las encíclicas Quod
aliquantum, de Pío VI, Quanta cura, de Pío IX, y Libertas praestantissimum, de
León XIII. A este respecto, el Catecismo enseña que: "El derecho a la
libertad religiosa no es ni la permisión moral de adherirse al error (cf
León XIII, enc. "Libertas praestantissimum"), ni un derecho supuesto al
error (cf Pío XII, discurso 6 Diciembre 1953), sino un derecho natural
de la persona humana a la libertad civil, es decir, a la inmunidad de coacción
exterior, en los justos límites, en materia religiosa por parte del poder
político" (CIC2108). Y continúa concretando: "El derecho a la libertad
religiosa no puede ser de suyo ni ilimitado (cf Pío VI, breve "Quod
aliquantum"), ni limitado solamente por un "orden público" concebido de
manera positivista o naturalista (cf Pío IX, enc. "Quanta cura"). Los
"justos límites" que le son inherentes deben ser determinados para cada
situación social por la prudencia política, según las exigencias del bien común,
y ratificados por la autoridad civil según "normas jurídicas, conforme con el
orden objetivo moral" (DH 7)" (CIC 2109)
Obviamente, esta
interpretación restrictiva de la libertad religiosa que, como veis recoge, asume
y expone el Catecismo de la Iglesia Católica, poco o nada tiene que ver con la
libertad religiosa tal como la entienden ciertos cristianos
"progresistas", ni tampoco, aunque resulte paradójico, con la praxis y
doctrina de buena parte de la actual jerarquía eclesiástica., que tiende a darle
un sentido liberal defendido, con entusiasmo por un gran número de fieles cuyo
clericalismo es muy superior a su lógica y a su sentido común.
Dicho
esto, queda sentada la premisa de que, en determinados casos y situaciones, es
moralmente lícito -además de recomendable- limitar la inmigración, y queda
rebatida la objeción de quienes sostienen lo contrario.
¿Sobre qué
inmigrantes, en concreto, recae la sospecha de ser peligrosos para la armonía
moral, espiritual y religiosa de nuestra Patria?
Se trata de una pregunta
cuya respuesta se me antoja muy compleja.
No obstante pienso que existen
criterios de discernimiento fundamentados en el examen y conocimiento de las
creencias de los inmigrantes que -sin caer en un rigorismo inflexible, porque
siempre existen casos particulares y excepciones a título individual o comunal a
tener en cuenta-, nos permiten adoptar una actitud de prevención frente a
algunos grupos muy determinados y caracterizados.
Para ser más preciso,
diré que, en estos momentos el grupo de riesgo más evidente es el integrado por
los inmigrantes de religión islámica.
Insisto en que puede haber
excepciones. De todos nosotros es sabido que muchos musulmanes lucharon durante
la Cruzada a las órdenes del Generalísimo Franco contribuyendo al triunfo de la
causa nacional que era manifiestamente católica. Sabemos también que durante el
mandato del Caudillo, los saharahuis, musulmanes, tenían sus representantes en
las Cortes, y que un musulmán llegó a ser Capitán General de la Región Militar
Noroeste, a la que yo pertenezco. Y todo ello sin que, al menos que yo sepa,
fueran motivo de conflicto o discordia.
También sabemos que hay muchos
musulmanes, por decirlo de alguna manera, moderados, que no están de acuerdo, ni
viven de acuerdo con las enseñanzas coránicas pregonadas por los vulgarmente
denominados "fundamentalistas".
Todo eso es verdad. Pero, no nos
engañemos. Estos musulmanes "moderados" son una excepción. Y lo son por
ser incoherentes. Incoherentes con su propia religión, con la literalidad de su
libro sagrado, El Corán. Literalidad que es una de las exigencias fundamentales
a tener en cuenta por todo musulmán.
Ahora bien, si analizamos
objetivamente lo que dice El Corán en lo concerniente a la relación que se ha de
tener, y al trato que se ha de dar a los cristianos, no nos queda más remedio
que llegar a la conclusión de que el establecimiento de musulmanes en nuestra
Patria es un factor de riesgo muy importante en contra de la preservación y
revitalización de nuestra religiosidad católica tradicional.
Veamos, si
no, algunas de las suras o capítulos del Corán: "Combatid a quienes no creen
en Dios ni en el último Día, a quienes no prohíben lo que han prohibido Dios y
su mensajero y -entre los que han recibido el Libro [judíos y
cristianos]- a quienes no profesan la religión de la verdad, hasta que no
paguen la prestación pecuniaria (al-djizya) con sus propias manos tras haber
sido humillados. (Corán 9, 29). ¡Creyentes! ¡No toméis como amigos a
los judíos y a los cristianos! Son amigos unos de otros. Quien de vosotros trabe
amistad con ellos, se hace uno de ellos. Alá no guía al pueblo impío. (5,
51) No creen, en realidad, quienes dicen: 'Alá es el Ungido, hijo de María'.
Alá veda el Jardín a quien asocia a Alá. Su morada será el Fuego. Los impíos no
tendrán quien les auxilie. (5, 72) No creen, en realidad, quienes
dicen: 'Alá es el tercero de tres'. No hay ningún otro dios que Dios Uno y, si
no paran de decir eso, un castigo doloroso alcanzará a quienes de ellos no
crean. (5, 73) Han tomado a sus doctores y a sus monjes, así como al
Ungido, hijo de María, como señores, en lugar de tomar a Alá cuando las órdenes
que habían recibido no eran sino de servir a un Dios Uno. ¡No hay más dios que
Él! ¡Gloria a Él! ¡Está por encima de lo que Le asocian! (9, 31) Los
que no crean, tanto gente de la Escritura como asociadores estarán, eternamente,
en el fuego de la gehena. Ésos son lo peor de la creación. (98, 6)
¡Creyentes! Los asociadores son mera impureza. (9, 28) Cuando hayan
transcurrido los meses sagrados, matad a los asociadores dondequiera que les
encontréis. ¡Capturadles! ¡Sitiadles! ¡Tendedles emboscadas por todas partes!
(9, 5)
Aclaro que asociadores son, para los musulmanes, todos
aquellos a quienes ellos consideran idólatras por politeístas. Los católicos en
particular, y todos los que adoran a la Santísima Trinidad y confiesan la
divinidad de Jesucristo, son tenidos por asociadotes (3) .
Esa es la paz
y la tolerancia que el libro sagrado de los musulmanes depara a quienes
confesamos los dogmas de la Santísima Trinidad y de la Divinidad de
Jesucristo.
Si a esto sumamos el hecho, desvelado recientemente por dos
periodistas españoles, de que existe un plan de Marruecos y Arabia Saudí para
"reislamizar" España, y que, como nos recuerda en un revelador artículo
el jesuita Samir Khalil Samir S.J. (doctor en Islamología y Ciencias Orientales
y catedrático del Pontificio Instituto Oriental de Roma) "no es un secreto
para nadie que gran parte de las mezquitas y centros islámicos de Europa son
financiadas por gobiernos foráneos, en especial por Arabia Saudí, que también
impone a sus imanes", y "que en el mundo islámico sunita Arabia Saudí representa
la tendencia más rígida, denominada wahhabita", sería de una ingenuidad y
temeridad apabullante no tomar medidas ante la afluencia cada vez mayor de unos
musulmanes cuya presencia en nuestro país reviste el carácter de invasión más
que el de mera emigración.
Conviene no olvidar que, en palabras del Padre
jesuita antes aludido, la mezquita no es solamente, como muchos creen, un lugar
de culto: "En la tradición musulmana, la mezquita (giâmi´) es el lugar donde
se reúne la comunidad (como indica el nombre de giâmi´, la raiz gm´ significa
reunir) para arreglar todos sus asuntos: cuestiones sociales, culturales,
políticas, como también para rezar. Todas las decisiones de la comunidad se
toman en la mezquita. Querer limitar la mezquita a "un lugar de oración" es
violar la tradición musulmana. El viernes (yawm al-giumu´ ah) es el día en el
que la comunidad se reúne (como indica el nombre giumu´ ha). Se reúne a mediodía
para la oración pública seguida por la kutbah, esto es, por el discurso, que no
es un pregón. Este discurso trata las cuestiones de la hora presente: políticas,
sociales, morales, etc.. Las decisiones políticas salen de la mezquita durante
la khutbah del viernes. En la historia musulmana, casi todas las revoluciones y
los levantamientos populares salieron de las mezquitas. La Jihâd, esto es, "la
guerra en el camino de Dios", obligación de todo musulmán de defender la
comunidad, es proclamada siempre en la mezquita, en la khutbah del
viernes".
Por eso no nos debe extrañar la noticia aparecida en
Italia en noviembre del año pasado acerca de una conferencia que, con el título
de Aterrorizar es un deber religioso, asesinar es tradición, el Sheik Abu Talal
al-Qassimi -destacado dirigente musulmán- dirigió a los miles de inmigrantes
islámicos que viven en Milán. Tal disertación se reprodujo y difundió
masivamente en una cinta de video que cualquiera podía comprar en el Centro
Islámico de la Calle Jenner.
Entre otras cosas, dice: "El musulmán es
terrorista por naturaleza, en el sentido que debe aterrorizar a los enemigos de
Dios. El Corán nos ordena combatir a todos los asociadores (4) , sin exclusión.
Nuestra religión no puede convivir con ninguna otra. La incredulidad no puede
alcanzar treguas definitivas con el Islam. Se equivoca quien cree que el
conflicto en el Islam y los otros se debe a problemas de frontera, o problemas
estratégicos o económicos. No es verdad, la razón está en la naturaleza de
nuestra religión. El Islam debe dominar. La sura (enseñanza del Corán) que nos
ha sido revelada en los tiempos de los 'Estados Unidos Romanos' de la época, nos
ilustra que el comportamiento que debemos seguir con la Gente del Libro (hebreos
y cristianos) es idéntico al que debemos tener con otros infieles. No están en
la verdad, en efecto, quienes asocian a Dios con otro dios, afirman que Cristo
es Hijo de Dios, que Dios es Trinidad. Hermanos del Islam veamos ahora juntos
cómo el asesinato es sunna (ley). Es sabido que si un miembro del cuerpo es
golpeado por una enfermedad que pone en riesgo al cuerpo entero, es conveniente
cortarlo. En la cirugía, el que decide realizar el corte debe ser un médico, en
la sociedad, quien decide quién debe ser eliminado debe ser alguien con
prerrogativas religiosas".
Y por último, no debemos olvidar la
advertencia lanzada el 5 de octubre de 1999, durante una de las sesiones del
Sínodo de los Obispos de Europa, por Mons. Giuseppe Germano Bernardini, O.F.M.
Cap., Arzobispo de Izmir, el cual expuso a los padres sinodales lo que sigue:
"Durante un encuentro oficial sobre el diálogo islámico-cristiano, un
reconocido personaje musulmán, dirigiéndose a los participantes cristianos, dijo
en un cierto momento con calma y seguridad: 'Gracias a vuestras leyes
democráticas os invadiremos; gracias a vuestras leyes religiosas os
dominaremos'.
Este relato debe creerse ya que el 'dominio' ya ha
comenzado con los petrodólares utilizados, no para crear trabajo en los países
pobres del Norte de África o del Medio Oriente, sino para construir mezquitas y
centros culturales en los países cristianos de inmigración islámica, incluida
Roma, centro de la cristiandad. ¿Cómo no ver en todo esto un claro programa de
expansión y reconquista?".
Así pues, amigos y correligionarios, razones
hay, e indicios más que suficientes, para pensar que realmente la oleada masiva
de musulmanes que diariamente arriban a nuestra tierra puede ser
instrumentalizada, y está siendo instrumentalizada, de hecho, por los países
musulmanes, para la reconquista de lo que ellos llaman Al Andalus.
Urge
poner freno y remedio a esta situación. Hay que reaccionar. Y para ello hay que
concienciar a todos nuestros compatriotas de que es necesario oponer a la falsa
mística combativa del Islam, la mística verdadera de la lucha cristiana. Hay que
revitalizar las raíces cristianas de España como antídoto contra la solapada
invasión islámica. Porque poco podemos esperar de un régimen como el actualmente
imperante en España, ni del Nuevo Orden Mundial, pues si últimamente hemos
podido ver cómo muchos gobiernos e instituciones vinculados a la imposición del
Nuevo Orden Mundial han opuesto cierta resistencia a algunos grupos islámicos,
como es el caso de Estados Unidos en Afganistán; de los países demoliberales en
general, cuando el triunfo del FIS en Argelia; o de la Unión Europea, al
respaldar la prohibición del Partido del Bienestar en Turquía; lo han hecho, no
en nombre de la Civilización Cristiana, de la Ciudad Católica que nosotros
deseamos instaurar y restaurar, sino en nombre de la democracia liberal, del
relativismo y del sincretismo.·- ·-· -···
···-·
José María Permuy
Notas
1 Mensaje de S.S. Juan Pablo II para la LXXXVII Jornada Mundial de las Migraciones. Vaticano, 2 de febrero de 2001
2 Mensaje de S.S. Juan Pablo II para Jornada Mundial de la Paz. Vaticano, 8 de diciembre de 2000
3 "Allah odia el Shirk. Lo contrario del mushrik, el asociador, es el muwáhhid, el unitario. Los idólatras son mushrikin. Así llama el Corán, por ejemplo, a los cristianos". (Abderrahmân Mamad Manan. Webislam. Número 141 // 28 de septiembre de 2001)
4 Asociadores son, para los musulmanes, todos aquellos a quienes consideran idólatras por politeístas. Los católicos en particular, y todos los que adoran a la Santísima Trinidad y confiesan la divinidad de Jesucristo, son tenidos por asociadotes: " Allah odia el Shirk. Lo contrario del mushrik, el asociador, es el muwáhhid, el unitario. Los idólatras son mushrikin. Así llama el Corán, por ejemplo, a los cristianos". (Abderrahmân Mamad Manan. Webislam. Número 141 // 28 de septiembre de 2001).
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