Arbil cede
expresamente el permiso de reproducción bajo
premisas de buena fe y buen fin |
Para
volver a la Revista Arbil nº 100
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 100 |
Feliz Navidad, es decir encarnación del Verbo para, hecho Hombre, salvar a la Humanidad
La Doctrina Social de la Iglesia frente al Capitalismo
por
José María Permuy Rey
Frente a algunos liberales doctrinarios, que intentan confundir, pretendiendo compatibilizar el Capitalismo y la DSI, las encíclicas de los Papas dejan bien claro, no sólo su diferencia sino su oposición
|
Alguien
tan poco sospechoso de heterodoxia como el profesor Wilhelmsen ha escrito que en
el siglo XIX "el desfile intolerable de damas liberales y de sus maridos
que, vestidos de levita y chistera, iban a misa todos los domingos y ultrajaban
el sentido de justicia de los desposeídos" ayudó "a la propaganda
comunista, que se empeñaba en identificar el liberalismo con el
cristianismo". "Era un cristianismo muy cómodo". "El
liberalismo ya había borrado lo religioso de la vida pública". "La fe se retiró
de los rincones del alma no tocados por la vida pública. La religión se redujo a
la beatería, un fenómeno típicamente liberal. Muchas familias, cuyo bienestar
dependía del robo de los bienes de la Iglesia, no faltaban nunca a sus
devociones en la iglesia, domingo tras domingo. Como la conciencia liberal
quería engañarse a sí misma, no es de extrañar que el comunismo, por haberse
dado cuenta de esta mala fe, fuera capaz de engañar a las masas. ¡Si esto es el
cristianismo, entonces, abajo el cristianismo! Es una lástima tener que decir
que aquí el comunismo tenía razón" (Federico D. Wilhelmsem. El problema de
occidente y los cristianos. 1964)
Al igual que en el siglo XIX, también
hoy la Iglesia corre el grave riesgo de que millones de seres humanos que sufren
en el mundo el yugo de la explotación capitalista, se alejen de ella,
confundidos por la perniciosa propaganda de algunos partidarios del capitalismo
liberal que, en estos momentos en que el liberalismo económico parece imponerse
a escala planetaria, están empeñados en querer identificar el liberalismo con el
cristianismo, el capitalismo con la Doctrina Social de la Iglesia, a base de
interpretaciones retorcidas, de párrafos del Magisterio sacados de contexto, y
de medias verdades que suelen ser, realmente, las peores mentiras.
A
quienes tal cosa procuran, no les vendría mal releer aquellas duras palabras
que, ya en 1873, pronunciara el Beato Pío IX: "No faltan algunos que
intentan poner alianza entre la luz y las tinieblas, y mancomunidad entre la
justicia y la iniquidad a favor de las doctrinas llamadas católico-liberales.
Los que tal hacen, de todo punto son más peligrosos y funestos que los enemigos
declarados porque, encerrándose dentro de ciertos límites, se muestran con
apariencias de probidad y sana doctrina para alucinar a los imprudentes amadores
de conciliación, y seducir a las gentes honradas que habrían combatido el error
manifiesto". En consecuencia, un año después, el Romano Pontífice animaba a
los cristianos a "inculcar en los ánimos todo cuanto esta Santa Sede tiene
enseñado contra las perversas o cuando menos falsas doctrinas profesadas en
tantas partes, y señaladamente contra el Liberalismo católico, empeñado en
conciliar la luz con las tinieblas y la verdad con el error".
Más
reciente, pero no menos clara, es la advertencia de Pablo VI en su Octogesima
Adveniens, donde, tras rechazar el marxismo, sigue diciendo: "Tampoco apoya
el cristiano la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual
sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del
interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como
consecuencias más o menos automáticas de iniciativas individuales y no ya como
fin y motivo primario del valor de la organización
social".
Ignorando todas estas reprobaciones, algunos individuos que
se declaran católicos y al mismo tiempo fervorosos liberales, han emprendido una
especie de "cruzada" propagandística destinada a cantar las excelencias del
sistema capitalista y sobre todo su presunta afinidad con el
catolicismo.
Los valedores del "capitalismo católico", definen el
capitalismo como aquel sistema de organización económica basado en la propiedad
privada, incluso de los bienes de producción; que utiliza el mecanismo de los
precios como el instrumento óptimo para la eficiente asignación de los recursos;
y en el que todas las personas, libremente, pueden decidir las actividades que
deben emprender, asumiendo el riesgo del fracaso a cambio de la expectativa de
poder disfrutar del beneficio si éste se produce.
Partiendo de tal
definición, para demostrar -siempre según ellos- que Juan Pablo II es favorable
al capitalismo, echan mano de un párrafo de la encíclica Centesimus Annus (CA),
en el que el Papa afirma: "Si por «capitalismo» se entiende un sistema
económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del
mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con
los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la
economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado
hablar de «economía de empresa» «economía de mercado», o simplemente de
«economía libre»".
Lo que no dicen es que, a continuación, el Santo
Padre aclara: "Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual
la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto
jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere
como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso,
entonces la respuesta es absolutamente negativa". Por esta razón, advierte
el Vicario de Cristo, "se puede hablar justamente de lucha contra un sistema
económico, entendido como método que asegura el predominio absoluto del capital,
la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto a la libre
subjetividad del trabajo del hombre. En la lucha contra este sistema no se pone,
como modelo alternativo, el sistema socialista, que de hecho es un capitalismo
de Estado, sino una sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en la
participación. Esta sociedad tampoco se opone al mercado, sino que exige que
éste sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de
manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda
la sociedad".
Como se ve, la primera definición del Papa parece,
aparentemente, muy similar a la dada por los "liberal-católicos". Ahora bien,
hay que tener en cuenta que los apologistas del liberalismo económico consideran
que el capitalismo vigente en nuestros tiempos a lo largo y ancho del mundo,
aunque perfeccionable, responde a ese primer supuesto, es decir, puede
encuadrarse dentro de la primera de las afirmaciones del Santo Padre. Y aquí es
donde pienso que incurren -consciente o inconscientemente- en la manipulación de
las palabras pontificias, ya que la realidad es más bien -a mi juicio y, como
veremos más adelante, también según el criterio del Papa- que, por el contrario,
el capitalismo de nuestros días coincide con el criticado y condenado en la
segunda de las definiciones y, sobre todo, en cuanto se refiere al predominio
absoluto del capital sobre el trabajo.
Así, el mismo Juan Pablo II, en la
Solicitudo Rei Socialis (SRS), reconoce que actualmente "en Occidente
existe, en efecto, un sistema inspirado históricamente en el capitalismo
liberal"; y afirma que "se puede hablar hoy día, como en tiempos de la
Rerum novarum, de una explotación inhumana"; y que "a pesar de los
grandes cambios acaecidos en las sociedades más avanzadas, las carencias humanas
del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres,
están lejos de haber desaparecido; es más, para los pobres, a la falta de bienes
materiales se ha añadido la del saber y de conocimientos, que les impide salir
del estado de humillante dependencia". Por todo ello -entre otras razones-
"la doctrina social de la Iglesia asume una actitud crítica ante el
capitalismo liberal". Más claro imposible.
Por otra parte, no hay
más que comparar lo que los abanderados del "capitalismo católico" entienden por
propiedad privada y mercado libre, con el sentido que la Iglesia atribuye a esas
mismas palabras, para darse cuenta de que, si bien coinciden los términos, los
significados son diametralmente opuestos.
En lo referente al mercado es
claro el distanciamiento del Magisterio con respecto a las teorías liberales.
Según la Centesimus Annus "existen numerosas necesidades humanas que no
tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad
impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que
perezcan los hombres oprimidos por ellas".
"Es deber del Estado
proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son el ambiente
natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los
simples mecanismos de mercado".
"He ahí un nuevo límite del
mercado: existen necesidades colectivas y cualitativas que no pueden ser
satisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas importantes que
escapan a su lógica; hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se deben
vender o comprar. Ciertamente, los mecanismos de mercado ofrecen ventajas
seguras. No obstante, conllevan el riesgo de una «idolatría» del mercado, que
ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser
simples mercancías".
Con respecto a la propiedad privada, conviene
recordar que la Iglesia no ha dejado de denunciar que, históricamente -y más aún
hoy- han sido y son precisamente los partidarios del liberalismo quienes, en
virtud de la libre concurrencia por ellos postulada, más han contribuido a
destruir la pequeña propiedad que, ante la competencia del gran capital, tiende
a desaparecer, a ser absorbida y a concentrarse en manos de unos pocos. En la
Mater et Magistra, Juan XXIII, refiriéndose a los tiempos de Pío XI -en sus días
y en los nuestros la situación es todavía peor-, escribía: "La libre
concurrencia, en virtud de una dialéctica que le era intrínseca, había terminado
por destruirse o casi destruirse a sí misma; había conducido a una gran
concentración de la riqueza y a la acumulación de un poder económico enorme en
manos de pocos, y éstos muchas veces no son ni dueños siquiera, sino sólo
depositarios y administradores, que rigen el capital a su voluntad y
arbitrio".
Y es que, como señalábamos más arriba, media un abismo
entre el concepto de propiedad liberal y el católico.
Para la Iglesia
Católica "la propiedad de los medios de producción, tanto en el campo
industrial como agrícola, es justa y legítima cuando se emplea para un trabajo
útil; pero resulta ilegítima cuando no es valorada o sirve para impedir el
trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión
global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su compresión, de la
explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la solidaridad en el
mundo laboral. Este tipo de propiedad no tiene ninguna justificación y
constituye un abuso ante Dios y los hombres" (CA). Es por ello que el
principio cristiano del derecho a la propiedad, como bien explica la Laborem
Exercens (LE), "se diferencia del programa del capitalismo, practicado por
el liberalismo y por los sistemas políticos que se refieren a él, en el modo de
entender el derecho mismo de propiedad. La tradición cristiana no ha sostenido
nunca este derecho como absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha
entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes
de la entera creación: el derecho a la propiedad privada como subordinado al
derecho al uso común, al destino universal de los
bienes".
"Además, la propiedad según la enseñanza de la Iglesia
nunca se ha entendido de modo que pueda constituir un motivo de contraste social
en el trabajo. Como ya se ha recordado anteriormente en este mismo texto, la
propiedad se adquiere ante todo mediante el trabajo, para que ella sirva al
trabajo. Esto se refiere de modo especial a la propiedad de los medios de
producción. Desde ese punto de vista, pues, en consideración del trabajo humano
y del acceso común a los bienes destinados al hombre, tampoco conviene excluir
la socialización, en las condiciones oportunas, de ciertos medios de
producción".
"Desde esta perspectiva, sigue siendo inaceptable
la postura del «rígido » capitalismo, que defiende el derecho exclusivo a la
propiedad privada de los medios de producción, como un «dogma» intocable en la
vida económica. El principio del respeto del trabajo, exige que este derecho se
someta a una revisión constructiva en la teoría y en la práctica. En efecto, si
es verdad que el capital, al igual que el conjunto de los medios de producción,
constituye a su vez el producto del trabajo de generaciones, entonces no es
menos verdad que ese capital se crea incesantemente gracias al trabajo llevado a
cabo con la ayuda de ese mismo conjunto de medios de producción, que aparecen
como un gran lugar de trabajo en el que, día a día, pone su empeño la presente
generación de trabajadores. Se trata aquí, obviamente, de las distintas clases
de trabajo, no solo del llamado trabajo manual, sino también del múltiple
trabajo intelectual, desde el de planificación al de dirección. Bajo esta luz
adquieren un significado de relieve particular las numerosas propuestas hechas
por expertos en la doctrina social católica y también por el Supremo Magisterio
de la Iglesia. Son propuestas que se refieren a la copropiedad de los medios de
trabajo, a la participación de los trabajadores en la gestión y o en los
beneficios de la empresa, al llamado «accionariado» del trabajo y otras
semejantes. Independientemente de la posibilidad de aplicación concreta de estas
diversas propuestas, sigue siendo evidente que el reconocimiento de la justa
posición del trabajo y del hombre del trabajo dentro del proceso productivo
exige varias adaptaciones en el ámbito del mismo derecho a la propiedad de los
medios de producción".
"El mero paso de los medios de producción
a propiedad del Estado, dentro del sistema colectivista, no equivale ciertamente
a la «socialización» de esta propiedad. Se puede hablar de socialización
únicamente cuando quede asegurada la subjetividad de la sociedad, es decir,
cuando toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno título a
considerarse al mismo tiempo «copropietario» de esa especie de gran taller de
trabajo en el que se compromete con todos. Un camino para conseguir esa meta
podría ser el de asociar, en cuanto sea posible, el trabajo a la propiedad del
capital y dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios con finalidades
económicas, sociales, culturales: cuerpos que gocen de una autonomía efectiva
respecto a los poderes públicos, que persigan sus objetivos específicos
manteniendo relaciones de colaboración leal y mutua, con subordinación a las
exigencias del bien común y que ofrezcan forma y naturaleza de comunidades
vivas; es decir, que los miembros respectivos sean considerados y tratados como
personas y sean estimulados a tomar parte activa en la vida de dichas
comunidades".
Aquí vemos apuntada otra profunda diferencia entre los
que postulan el capitalismo y las enseñanzas de la Iglesia.
Aquellos
consideran que el fracaso del colectivismo marxista, y su estrepitosa caída
demuestra que no existe otra opción económica más justa y eficaz que el
liberalismo económico. Para ellos cualquier alternativa al capitalismo tiene que
ser irremediablemente un socialismo más o menos encubierto, como el comunismo,
la socialdemocracia, o el llamado Estado del bienestar. No conciben otra forma
de socialización que aquella que atribuye al Estado la propiedad de los medios
de producción, o su control por medio de la presión fiscal.
Sin embargo,
el Papa, denuncia esa postura maniquea, advirtiendo que "queda mostrado cuán
inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deje al
capitalismo como único modelo de organización
económica".
"Ingentes muchedumbres viven aún en condiciones de
gran miseria material y moral. El fracaso del sistema comunista en tantos Países
elimina ciertamente un obstáculo a la hora de afrontar de manera adecuada y
realista estos problemas; pero eso no basta para resolverlos. Es más, existe el
riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista, que rechaza
incluso el tomarlos en consideración, porque a priori considera condenado al
fracaso todo intento de afrontarlos y, de forma fideísta, confía su solución al
libre desarrollo de las fuerzas de mercado" (CA).
"Tras el
derrumbamiento del edificio ideológico del marxismo-leninismo en los antiguos
países comunistas, no se detecta tan sólo una pérdida de la orientación, sino
también un apego ampliamente extendido al individualismo y al egoísmo que
caracterizaban y siguen caracterizando a Occidente. Semejantes actitudes no
pueden transmitir al hombre un sentido de la vida y darle esperanza. Todo lo
más, pueden satisfacerlo temporalmente con lo que él interpreta como realización
individual. En un mundo en el que ya no existe nada verdaderamente importante,
en el que puede hacerse lo que se quiera, existe el riesgo de que principios,
verdades y valores trabajosamente adquiridos en el curso de los siglos queden
frustrados por un liberalismo que no deja de extenderse cada vez más" (Juan
Pablo II, Discurso a los obispos alemanes de las provincias eclesiásticas
bávaras en visita "ad limina" 4-12-92).
Es evidente, a la luz de estas
últimas palabras, que la indiscutible y evidentemente intrínseca perversidad del
comunismo no hace bueno al capitalismo liberal. Y además no hay que olvidar que,
como ya dijera Pío XI en su Divini Redemptoris, fue el liberalismo el que
preparó el camino al socialismo: "Para comprender cómo el comunismo ha
conseguido que las masas obreras lo hayan aceptado sin discusión, conviene
recordar que los trabajadores estaban ya preparados por el abandono religioso y
moral en el que los había dejado la economía liberal".
Pero además,
Juan Pablo II propugna -como acabamos de leer-, frente al reduccionismo,
escepticismo y desconfianza de los liberales, la invención y adopción de modelos
de socialización que asignen la propiedad de la empresa y de la tierra, no
exclusivamente al capital o al Estado, sino al trabajador; es decir, modelos de
socialización que no sólo no atentan contra la propiedad privada, sino que
contribuyen a su difusión y universalización; sitúan al trabajo en una posición
de prioridad frente al capital, dejando de ser una mera mercancía para pasar a
ser el protagonista de la economía; y tienden a sustituir el salariado por la
participación de los trabajadores en los beneficios, la gestión y la propiedad
de la empresa en la que aportan su esfuerzo físico, intelectual o directivo.
Postulados, todos estos, reiteradamente recomendados por la Iglesia Católica
desde León XIII.
Pío XII - y aquí también se puede apreciar una honda
divergencia entre liberalismo y catolicismo en cuanto al papel del Estado en la
economía- no tenía reparo en enseñar que "el Estado puede, en el interés
común, intervenir para reglamentar su uso, [el uso de la propiedad] o incluso,
si no se puede proveer equitativamente de otro modo, decretar la expropiación,
dando la indemnización conveniente. Para idéntico fin, deben ser garantizadas y
fomentadas la pequeña y media propiedad en la agricultura, en las artes y
oficios, en el comercio y en la industria; las uniones cooperativas deben
asegurarles las ventajas de la gran hacienda; donde la gran empresa aun hoy se
manifiesta más productiva, debe ofrecerse la posibilidad de suavizar el contrato
de trabajo con un contrato de sociedad".
"Por otra parte,
-según Juan XXIII en la Mater et Magistra (MM)- la acción de los poderes
públicos en favor de los artesanos y los cooperativistas halla su justificación,
además, en el hecho de que unos y otros son portadores de genuinos valores
humanos y contribuyen al progreso de la civilización".
"Además,
moviéndonos en la dirección trazada por Nuestros Predecesores, también Nos
consideramos que es legítima en los obreros la aspiración a participar
activamente en la vida de las empresas, en las que están incorporados y
trabajan".
"Una concepción humana de la empresa debe, sin duda,
salvaguardar la autoridad y la necesaria eficacia de la unidad de dirección;
pero no puede reducir a sus colaboradores de cada día a la condición de simples
silenciosos ejecutores, sin posibilidad alguna de hacer valer su experiencia,
enteramente pasivos respecto a las decisiones que dirigen su
actividad".
"Conviene, por último, recordar que el ejercicio de
la responsabilidad, por parte de los obreros, en los organismos de producción,
responde a las legítimas exigencias propias de la naturaleza humana".
"No
basta afirmar el carácter natural del derecho de propiedad privada, incluso de
los bienes de producción, sino que también se ha de propugnar insistentemente su
efectiva difusión entre todas las clases sociales".
¿Estarían
dispuestos los "católicos" liberales a proponer a los empresarios capitalistas
que ofrezcan a sus trabajadores la posibilidad de asociarse como copropietarios
de la empresa? ¿Qué mejor forma de defender la propiedad y la libre iniciativa?
¿Cómo reaccionarían si el Estado, -que según ellos no debe apenas intervenir en
la economía más que creando un marco jurídico adecuado para el funcionamiento
del sistema- arbitrase los medios conducentes a ofrecer dicha posibilidad a los
trabajadores, como sugería Pío XII?
Por último, en su Exhortación
Apostólica Ecclesia in America, Juan Pablo II condena severamente el
neoliberalismo con estas palabras: "Cada vez más impera un sistema conocido
como «neoliberalismo»; sistema que haciendo referencia a una concepción
economicista del hombre, considera las ganancias y las leyes del mercado como
parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto de las personas
y los pueblos. Dicho sistema se ha convertido, a veces, en una justificación
ideológica de algunas actitudes y modos de obrar en el campo social y político,
que causan la marginación de los más débiles. De hecho, los pobres son cada vez
más numerosos, víctimas de determinadas políticas y de estructuras
frecuentemente injustas".
Dos décadas antes Pablo VI ya había dado
la voz de alarma ante las primeras manifestaciones de este "nuevo" liberalismo:
"Se asiste a una renovación de la ideología liberal. Esta corriente se apoya
en el argumento de la eficiencia económica, en la voluntad de defender al
individuo contra el dominio cada vez más invasor de las organizaciones, y
también frente a las tendencias totalitarias de los poderes políticos.
Ciertamente hay que mantener y desarrollar la iniciativa personal. Pero los
cristianos que se comprometen en esta línea, ¿no tienden a su vez a idealizar el
liberalismo, que se convierte así en una proclamación de la libertad? Ellos
querrían un modelo nuevo, más adaptado a las condiciones actuales, olvidando
fácilmente que en su raíz misma el liberalismo filosófico es una afirmación
errónea de la autonomía del individuo en su actividad, sus motivaciones, el
ejercicio de su libertad. Por todo ello, la ideología liberal requiere también,
por parte de los cristianos, un atento discernimiento" (Carta Apostólica
Octogesima adveniens).
En conclusión; como dicen las Orientaciones para
el Estudio y Enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia, de la Congregación
para la Educación, el catolicismo "no se deja dominar por las implicaciones
socio-económicas de los dos principales sistemas, capitalismo y socialismo, sino
que se abre a una nueva concepción".
Por eso no es admisible la
pretensión de unos pocos de querer justificar su incoherencia, su
acomplejamiento, su falta de imaginación personal o la desesperada salvaguardia
de oscuros privilegios e intereses privados, tergiversando a su antojo el
Magisterio de la Iglesia para acercarlo a sus particulares planteamientos
político-económicos. Hay que tener en cuenta, según la Congregación para la
Educación, que "el análisis sociológico no siempre ofrece una elaboración
objetiva de los datos y de los hechos, en cuanto que, ya en el punto de partida,
puede encontrarse sujeto a una determinada visión ideológica, o a una estrategia
política bien precisa".
Es lo que ocurre con el análisis marxista,
pero "éste peligro de la influencia ideológica sobre el análisis sociológico
existe también en la ideología liberal que inspira el sistema capitalista; en él
los datos empíricos están frecuentemente sometidos, por principio, a una visión
individualista de la relación económico-social, en contraste con la concepción
cristiana".
"No se puede encerrar ciertamente el destino del
hombre entre estos dos proyectos históricos contrapuestos, pues sería contrario
a la libertad y a la creatividad del hombre".
Es evidente, pues, que
la Doctrina Social de la Iglesia no sólo no es favorable al capitalismo sino
que, como bien decía el Breviario de Pastoral Social de la Comisión Episcopal de
Doctrina y Orientación Social en 1959, "la Iglesia lo ha reprobado como
contrario al derecho natural"·- ·-· -···
···-·
José María Permuy Rey
|
|
Para
volver a la Revista Arbil nº 100
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 100
La página arbil.org
quiere ser un instrumento
para el servicio de la dignidad del
hombre fruto de su transcendencia y
filiación divina
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y
Crítica", es editado por el Foro
Arbil
El contenido de
estos artículos no necesariamente
coincide siempre con la línea editorial
de la publicación y las posiciones del
Foro ARBIL
La reproducción total o parcial
de estos documentos esta a disposición
del público siempre bajo los criterios
de buena fe, gratuidad y citando su
origen.
|
Foro
Arbil
Inscrita en el
Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F.
G-47042954
Apdo.de Correos 990
50080 Zaragoza (España)
ISSN: 1697-1388
|
|
|