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Feliz Navidad, es decir encarnación del Verbo para, hecho Hombre, salvar a la Humanidad
Los católicos en los medios de comunicación
por
Luis Losada
El objeto de este artículo es presentar la urgencia de la presencia de periodistas y de medios de comunicación católicos en nuestra sociedad española y al servicio del orden natural y el bien común.
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Comenzamos por destacar el significado papel que desempeñan los medios de
comunicación en las sociedades modernas. En nuestra breve historia democrática
podemos recordar como no lejano el papel de debate político que desempeñaron los
medios -fundamentalmente la prensa- durante la denominada transición política.
Aquel "parlamento de papel" fue el "ágora" donde políticos, intelectuales y
demás ciudadanos preocupados por el devenir de España "pudieron" expresar sus
pensamientos y opiniones. Aquella primera experiencia de "libertad de expresión"
ha marcado del desarrollo del modo en que los periodistas españoles hacemos
periodismo.
Pero sin necesidad de retrotraernos a tiempos ya pasados,
constataremos que los medios de comunicación en nuestros días desempeñan un
papel fundamental en una sociedad denominada de la "imagen".
De esta
forma, la batalla política (lamentablemente reducida a los discursos demagógicos
pronunciados en campaña y precampaña electoral) se libra básicamente ante la
pantalla, el micrófono y la linotipia, y por este orden. Así, nuestro inmaduro
sistema político ha conseguido prostituir el concepto "mítin" otrora entendido
como reunión de los seguidores de una causa y que en la actualidad se ha
convertido en un espectáculo cuyo objetivo único y casi principal es la
aparición en el telediario de máxima audiencia. "¿Para qué queremos que nos
aclamen estos cinco mil fieles si lo que queremos es que nos voten los 20
millones de personas que están viendo ahora mismo la TV?"
El argumento es
válido si aceptamos que la eficacia debe de ser el criterio que tiña nuestro
quehacer. Pero en tal caso, desterraríamos de nuestra axiología valores como
veracidad, honradez, solidaridad, justicia, caridad, etc.
Pero volviendo
a nuestro discurso, esta sociedad de la "imagen" produce comentarios como la de
aquel político que afirmó aquello tan gráfico y ahora tan conocido de "que
hablen, que hablen de mi aunque sea mal". El político en cuestión sabía que el
peor desprecio es el silencio que destierra al ciudadano de la arena política
para siempre.
Pero si para los políticos y sus partidos la imagen que
proyectan sobre la ciudadanía resulta uno de sus activos más importantes, lo
mismo puede afirmarse de las grandes compañías que destinan elevadísimos
presupuestos a salvaguardar su imagen externa ante la opinión pública o
publicada.
Porque al igual que las personas necesitamos de la aprobación
de nuestra persona y nuestras acciones por parte de nuestro entorno para
sentirnos satisfechos y ser felices, las personas jurídicas operan de forma
similar.
Así ninguna empresa puede permitirse el lujo de que se le
critique públicamente por actuaciones contra el medio ambiente o contra la
justicia social. Si una empresa despide injustamente a un número elevado de sus
trabajadores, y no ofrece explicaciones a su entorno, su actitud le pasará una
factura muy abultada en un plazo más cercano del previsible, porque su entorno
le va a dar la espalda.
Recientemente hemos vivido el caso de una
conocida compañía multinacional de refrescos sobre la que se cernía la sombra de
la sospecha de que algunos de sus productos puestos a disposición del mercado
estuvieran contaminados. La compañía se preocupó muy mucho de tratar de
tranquilizar a los operadores y clientes finales de que el problema estaba
controlado y de que no existía riesgo para la salud. Y como remate, una vez
pasado el temporal, dicha compañía emitió un "spot" con el sencillo, pero
profundo mensaje: "Gracias". Si la compañía no hubiera realizado acción alguna
frente a su crisis, las consecuencias negativas con seguridad habrían sido
multiplicadas.
En conclusión: nuestra sociedad además de ser de la imagen
es una sociedad de la información donde cualquier cosa que ocurre nos afecta
directamente y de forma inmediata. Seguimos con precisión contienda electoral en
Argentina que el verano pasado provocó una pequeña crisis bursátil que ha
desencadenado una gripe financiera mundial. La reciente decisión de Alan
Greespan de elevar los tipos de interés americano provocó una inmediata toma de
beneficios por parte de los inversores españoles.
Además, somos
bombardeados diariamente por miles de anuncios que luchan desesperadamente por
captar nuestra atención desde soportes cada vez más sofisticados.
Y
finalmente, la revolución tecnológica de internet nos permite acceso directo,
inmediato y a bajo coste de las noticias que nos interesen de cualquier parte
del planeta.
Este es el contexto de la sociedad que vive, crea, produce,
consume, ama y sueña de finales de siglo XX. Y es en este contexto en el que la
Iglesia debe plantear su mensaje.
En la Edad Media, la Iglesia demostró
una gran pedagogía para enseñar a nuestros antepasados en la fe la doctrina
básica impartida por Nuestro Señor Jesucristo. De esta forma, los capiteles de
las columnas de las catedrales resultaban un elemento educativo de primer orden
ya que los ciudadanos de entonces pasaban largas horas en el interior de
nuestras abandonadas joyas dedicados a la tranquila contemplación de cuadros,
estatuas, frisos, capiteles, etc. que representaban escenas bíblicas o vidas de
santos.
En aquella época, la Iglesia gozaba también de un práctico
monopolio ya que además de que la sociedad era naturalmente creyente, la
alternativa a la visita a la catedral era ninguna.
Hoy la oferta se
multiplica y la tentación del mundo es claramente superior. Hoy, el mundo se ha
puesto sus mejores galas para tratar -muchas veces con éxito- de engatusar a
incautos y débiles que ante la belleza de la provocación caen en
ella.
Por eso es tan importante que desde la Iglesia como Institución y
desde los hombres de Iglesia -organizadamente o a título individual- asuman el
reto fundamental de llevar el mensaje de Cristo Jesús Vivo y Resucitado a
nuestros coetáneos.
Nuestro mundo está cada vez más sediento de un
Camino firme y seguro, de una Verdad que no se tambalee con un debate superfluo,
y de una Vida plena, feliz y eterna. Todos tenemos experiencia de amigos o
conocidos nuestros que en momentos de intimidad te revelan que están sedientos,
que les gustaría agarrarse a algo firme, que "darían los dos brazos" por poder
creer, que necesitan una explicación contundente al problema del mal en el
mundo, que necesitan saber que el hombre es inmortal y la vida es para siempre,
que necesitan tener criterios de actuación válidos y firmes.
Todo esto lo
hemos escuchado, y sin embargo a todos probablemente nos de la sensación de que
el mensaje de esperanza del Evangelio no está presente en nuestros entornos. No
parece ser lo que se respira en los talleres, ni en las escuelas, ni en los
parlamentos, ni en las familias ni tampoco en las redacciones.
La
Iglesia, madre y experta en humanidad, tiene la grave responsabilidad de ofrecer
un mensaje nítido y verdadero a una humanidad doliente como nunca por la
horfandad de Dios en la que se encuentra.
La Buena Nueva del Evangelio
exige un esfuerzo de todos por buscar métodos y formas alternativas para
predicar el Evangelio a todas las gentes. El fuego de La Buena Nueva de la
Salvación y del perdón y Misericordia de Dios debe hacer quemar nuestras
instituciones e impregnar nuestros sensibles y delicados corazones.
Y
necesariamente esta tarea pasa por crear e impulsar medios propios y en formar
profesionales firmes, conscientes y comprometidos.
En los últimos años,
hemos visto como la Iglesia jerárquica ha despreciado la ostentación de la
titularidad de medios de comunicación bajo el criterio de la Iglesia no debe
entrar en terrenos mundanos. De esta forma hemos ido viendo como han ido
cerrando medios católicos dejando espacios en blanco que jamás nadie ha osado
cubrir.
En otras ocasiones, hemos visto como la Iglesia viendo los
dividendos que generaba determinadas empresas ha decidido "no arriesgar" en sus
contenidos para evitar el riesgo de la pérdida económica.
En resumen, la
Iglesia española como institución está perdiendo gravemente el tren que le
permitiría tener un megáfono con el que dirigirse a millones de personas.
Su lugar lo ocupa la TV que es consumida por más de tres horas en media
por ciudadano, y por los otros medios donde la presencia de la Iglesia o del
mensaje evangélico de forma directa o indirecta no deja de ser una
anécdota.
Nos han quitado los megáfonos y han conseguido crear una
cultura alejada del cristianismo. Nos han arrancado como pueblo lo más íntimo de
nuestra esencia y ahora "no nos reconoce ni la madre que nos parió". Han
convertido a España en un país de misión y han conseguido que ya nadie entienda
por qué somos una Nación y una Patria.
La reconquista de plataformas de
cultura y evangelización es quizás la tarea más urgente a la que nos enfrentamos
los católicos españoles de finales de siglo.
Y en esta tarea, los medios
de comunicación se presentan como el camino a seguir si queremos que nuestro
pueblo recupere la ilusión que sólo es capaz de regalar la fe.
A mi modo
de ver, esta tarea debería enfocarse desde la promoción de las instituciones,
actividades y pensamientos propios, el impulso de medios católicos y la
formación de profesionales competentes y comprometidos.
Promoción de
instituciones, actividades y pensamientos
Primeramente, la labor más
inmediata y urgente es la promoción de las instituciones, actividades y
pensamientos propios.
Muchas instituciones de Iglesia están haciendo
labores muy importantes que pasan absolutamente desapercibidas para la mayoría
de la sociedad. Bajo el mandato evangélico "que no sepa tu mano derecha lo que
hace la izquierda" muchas buenas acciones se quedan en
silencio.
Seguramente Dios pagará con creces estas acciones, pero ese
silencio es cubierto de forma inmediata por una solidaridad laica de compromiso
más limitado y de altruismo en ocasiones dudoso. Llama la atención que en los
telemaratones puestos de moda últimamente jamás se donen las cantidades
recaudadas para los misioneros de determinada orden que entierran sus vidas
entre los nativos de los cinco continentes proporcionándoles primeramente la luz
del Evangelio y posteriormente cultura, organización social, infraestructuras,
etc.
Creo que resulta fundamental dar a conocer con las mejores técnicas
de comunicación disponibles, la maravilla de las misiones católicas, la labor de
los miles de hombres y mujeres que generosamente ofrecen su vida Dios en sus
hermanos de miles de kilómetros de casa.
Igualmente es fundamental que la
sociedad conozca y reconozca la labor de las vocaciones consagradas dentro de
nuestras fronteras: Atención de niños abandonados, comedores populares, fábricas
de reinserción, acompañamiento de drogodependientes, acogimiento de ancianos, y
un largísimo etc., es la labor que desempeñan miles de hombres y de mujeres
-héroes anónimos- y de los que jamás se escucha absolutamente nada.
Por
no hablar de la educación donde millares de quijotes se parten diariamente la
lanza contra los enormes molinos de viento que pueblan nuestras aulas. Esos
chicos y chicas que cada vez desprecian con mayor solemnidad la autoridad y que
cada día saben menos, llevan dentro de su alma la impronta de la educación
recibida. Y eso es un regalo que finalmente termina apareciendo de una forma u
otra. Pero esta es otra de las ingratas tareas que pasan inadvertidas, cuyos
protagonistas deberían tener al menos el derecho de recibir un "gracias" en
recompensa por los esfuerzos realizados.
Finalmente quedan los párrocos,
que de forma abnegada se empeñan en formar una comunidad cohesionada donde los
vecinos se quieran y se respeten, y donde la parroquia pueda ser un elemento de
unión además de reunión. Se encuentran repartidos por toda la geografía
nacional, pero ningún medio hablará de ellos si el escándalo no llamara a su
puerta.
Este breve recorrido nos permite visualizar cómo las
instituciones de la Iglesia gozan del más absoluto de los anonimatos. Y esto nos
lleva a proponer a los responsables de la misma que asuman la necesidad de dar
luz y taquígrafos a sus actuaciones como una obligación más de su quehacer
diario. ¿Seríamos capaces de imaginarnos el bien que haría a nuestra sociedad
ver ejemplos vivos de seguimiento evangélico? La palabra convence, pero el
ejemplo arrastra.
Pero si las instituciones están abandonadas de la
opinión pública (o más bien publicada), no se escapa del castigo del silencio
las acciones realizadas. La convocatoria del "Día por la Vida", el encuentro
multitudinario de jóvenes con el obispo, la masiva reunión de antiguos alumnos
de determinada orden, etc. son sólo ejemplos de actos que pasan desapercibidos
por los medios.
Es verdad que muchos medios son poco afines a dar
publicidad a una manifestación religiosa, y prefieren reseñar reuniones
marginales pero políticamente correctas ("contra el racismo y la xenofobia",
"por la igualdad entre homosexuales y heterosexuales", "por la tolerancia",
etc.). Pero también es verdad que los responsables de la organización de
determinados eventos no realizan los esfuerzos suficientes para hacer presente
al resto de la sociedad el acontecimiento socio-religioso. Y de esta forma,
vamos dejando que la iniciativa cultural y mediática la tomen otros y parezca
que la sociedad es tal y como nos la cuentan.
Porque en la sociedad en
la que vivimos parece que todos tiene derecho a la libertad de expresión, menos
la Iglesia Católica que debe de permanecer en la sacristía. Es un curioso
ejercicio de contradicción que no por bárbaro deja de ser común. En el debate
social y político, intervienen no sólo los políticos sino los "intelectuales",
"los creadores de opinión", asociaciones civiles, sindicatos, etc. Todos,...
menos la Iglesia.
Y cuando la Iglesia dice algo sobre algún tema que nos
afecta más directamente como en septiembre del año pasado con la polémica de la
ampliación de la ley del aborto, entonces, todos los progres librepensadores y
abogados de la libertad de expresión señalan a la Iglesia como "culpable" de la
esclavitud de las mujeres, y deseosa de volver a ostentar el poder que tuvo en
otros tiempos... Eso es progresismo y espíritu tolerante.
La Iglesia que
es Madre y es experta en humanidad debería ofrecer con mayor frecuencia sus
criterios sobre los diversos temas sociales de forma que ni los católicos ni la
sociedad en su conjunto se vea huérfana de criterios sólidos y profundos a la
luz de la fe. El aborto es un tema de debate social donde la Iglesia debe de
intervenir, pero no debería de ser el único. Existe un serio debate sobre el
modelo de familia y la ayuda a la institución familiar. Se plantea una gran
polémica en torno al tratamiento de los inmigrantes, su legalización y una
posible apertura más generosa de las fronteras. La cultura del pelotazo, y la
escasa ética en el mundo de los negocios exigiría una declaración
pública.
En fin, podríamos hacer una lista de temas infinita. Hemos
citado algunos tan sólo a título de ejemplo. La riqueza de la doctrina social
católica permite tener criterio sobre multitud de temas de moralidad social en
los que los católicos miran a su pastor y la sociedad mira a la Iglesia como
referente de criterio moral sin intereses.
Ojalá nuestros ojos puedan ver
como normal y habitual que la Iglesia se decante por temas de interés social. En
nuestra opinión, el encierro de la Iglesia española se debe a un complejo que
empieza a superar, pero donde todavía deben hacerse muchos más esfuerzos.
En Estados Unidos la Iglesia Católica emite su opinión cuando le parece
y todo el mundo la respeta, aunque no la comparta. En este país -laico por
excelencia- cuando el presidente jura el cargo, un sacerdote protestante ruega a
Dios para que las acciones del nuevo presidente ayuden al pueblo a acercarse más
a Dios. ¿Alguien se imagina una bendición del presidente de la Conferencia
Episcopal al elegido presidente de Gobierno?
Impulso de los medios
católicos
La Iglesia que durante tanto tiempo ha mantenido la propiedad
de una parte importante del único medio de producción -la tierra- y que
actualmente conserva un patrimonio más que significativo, tiene sin embargo un
déficit en su presencia en los medios de comunicación muy
importante.
Este déficit se debe en nuestra opinión al abandono de los
medios existentes, a un deficiente planteamiento empresarial y a una velocidad
de cambios que han impedido adaptarse a quienes mantenían responsabilidades en
estas materias.
Esta carrera por el control de los medios que influyen en
la opinión y valores de los ciudadanos y ciudadanas de España ha sido tomado por
todos aquellos que en su día decidieron bajar al ruedo de la formación de
opinión.
Así lo han entendido diversos responsables eclesiásticos que en
los últimos años han impulsado diversas iniciativas mediáticas de gran éxito
social. Esto, es sólo un ejemplo de que la entrada es posible y de que lo más
importante es tener algo trascendente que decir. Y la Iglesia tiene lo más
importante que se puede decir: Que Jesucristo ha resucitado por cada uno de
nosotros y nos ha regalado la Vida eterna. O sea, casi nada...
Sin
embargo, existiendo iniciativas muy positivas, de gran éxito social, y de
contenido claro y eficaz, la Iglesia mantiene otros medios con gran éxito de
"share", pero con escaso impacto "opinático-axiológico". Urge que la Iglesia
ponga todos sus medios disponibles para la evangelización porque cada día más
jóvenes caen desesperadamente en la drogadicción porque nadie les ofrece nada,
cada día más parejas deciden romper su vínculo porque no han recibido otros
mensajes como el del valor del sacrificio para alcanzar bienes superiores, cada
día más trabajadores y empresarios piensan que lo único importante es ganar
cuanto más dinero mejor y por encima de casi todo porque nadie les ha hablado de
la concordia social y colaboración empresarial.
Con esta realidad que
avanza diariamente, la Iglesia no puede permitirse "lujos" de tener medios
inactivos por muy buenos resultados económicos que produzca.
Asimismo,
los responsables eclesiásticos deberían asumir todos aquellos retos a los que
tenga acceso y que sean viables. La televisión digital permitiría a la Iglesia
ofrecer en un canal durante 24 horas seguidas vidas de santos, practicas de
piedad, criterios sociales, debates sobre temas debatibles, etc. De esta forma,
todo el que quiera conocer la opinión de la Iglesia sabría claramente donde
acudir y de paso los católicos tendrían un punto de referencia
básico.
Por último, Internet permite a la Iglesia española ofrecer
rápidos accesos y muy baratos a cualquiera conectado a la red. Desde consejos en
la preparación al matrimonio hasta criterios sobre la moralidad pública. Muchos
grupos de Iglesia han volcado su imaginación y voluntad en la red, y también
algunos periodistas católicos han aprovechado las posibilidades de Internet y
del correo electrónico para emitir a todo el mundo de forma libre y a bajo coste
los mensajes del Evangelio.
Algunos sacerdotes incluso, utilizan el
correo electrónico para dirigir espiritualmente o atender consultas
espirituales, lo que multiplica las posibilidades de la atención religiosa, y
facilita el acceso a la Iglesia de alguien que jamás se acercaría por
ella.
La promoción de los medios propios es algo en lo que la Iglesia
debería hacer un esfuerzo importante. La prensa católica en países como Francia
o Italia tienen una importancia muy significativa, mientras que en España
siempre ha sido prensa "casi marginal". Sin embargo, es evidente que el mercado
español no es significativamente diferente al francés y que por tanto la prensa
católica en España es un mercado todavía sin explotar por nadie. Las cabeceras
vivas en la actualidad son muy dignas en contenido, pero mantienen cuotas de
presencia "testimoniales" en comparación con países de nuestro entorno. Los
dueños de dichas publicaciones deberían asumir la responsabilidad de la labor
educadora que realizan sus revistas y lanzarse a captar mercados más
amplios.
Formación de profesionales competentes y
comprometidos
El actual ejercicio profesional supone un difícil
equilibrio entre la sensatez, el rigor, el estilo y la calidad de las fuentes.
Todo ello requiere de un profesional que además de tener estas cualidades posea
también sólidos conocimientos de historia, literatura, economía y derecho. Esta
cultura general, modelada por el principio de la inquietud intelectual permitirá
formar un profesional cuya mente sea capaz de ubicar cada realidad en su entorno
con inteligencia, sentido común, astucia, etc.
Desgraciadamente este tipo
de profesional escasea. Existe, sin embargo, con más frecuencia de la debida el
profesional "indocumentado" el que escribe sin tener sólidas referencias sobre
los temas sobre los que trata y por tanto desconoce el alcance e importancia de
los datos. También tenemos los profesionales "serviles" que a la sombra del
poder o de un poder tratan de ganar su apoyo y atención a cambio de actuar de
escribano del poder.
Los profesionales que necesita la Iglesia son
profesionales de verdad, que no se dejen deslumbrar por el poder, pero sean
suficientemente inteligentes para convivir con él sin luchar por él.
Pero
la Iglesia necesita también profesionales comprometidos. Hombres y mujeres que
no se arredren ante las dificultades y que estén dispuestos a defender sus
sentimientos religiosos ante quien sea necesario. Finalmente, queda que estas
personas sean capaces de impregnar el mensaje del Evangelio en todas aquellas
realidades que como consecuencia de su trabajo les toque analizar. De esta forma
conseguiremos que nuestra sociedad vaya acogiendo los criterios de la vida, del
respeto al diferente, del amor al desvalido, del valor de la persona,
etc.
Ojalá las universidades de las diversas instituciones de la Iglesia
sean capaces de formar profesionales con el perfil antes expuesto. Una tarea
educativa llevada a cabo con ilusión y dedicación, producirá sin duda los frutos
que todos deseamos.·- ·-· -···
···-·
Luis Losada
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