Cuando se
habla de sistemas políticos surge necesariamente la necesidad de buscar un
sistema como método de convivencia política que impida los excesos totalitarios
del poder: La defensa de los derechos del hombre, que deben postularse como un
límite infranqueable para el poder del Estado: Evitar que el poder público se
autoconstituya en instancia absoluta de la verdad y del bien.
De esta
manera, se empieza a reformular el tema del poder sobre la base de unas
"exigencias éticas", que deben salvaguardarse, o mejor dicho, que la sociedad
civil tiene que salvaguardar, controlando el poder público e imponiéndole
límites precisos.
La autonomía del poder político.
¿De qué manera
el poder del Estado puede salvaguardar esas exigencias éticas?. La respuesta no
es única. Hay varias respuestas y en ellas los mismos principios éticos parecen
naufragar en la abstracción y en el relativismo.
Una de las dificultades
casi intrínsecas a la política moderna nace de que el poder político ha sido
"concebido" como autónomo de la ética y de la religión. Este es uno de los
rasgos que caracterizan la llamada "modernidad política" inaugurada por Nicolás
Maquiavelo. (1)
La política, desde esta, posición, es autónoma de
cualquier sistema normativo sea éste religioso, ético o jurídico, y también es
autónoma de la tradición y de los modos de ejercerla.
Así, la regla
fundamental de la política se centra en el poder. Maquiavelo en sus diversas
obras indicó cuáles son los mecanismos precisos de este poder. El político,
según esta perspectiva, debe centrar su perspicacia en un solo problema: la
conquista, la conservación y el aumento del poder. Este no es solo el objetivo
sino la norma suprema desde la cual se valora si una acción es "política" o no
lo es.
La política es "autónoma", ella se da a sí misma su norma, su ley;
eso significa autonomía: no estar normado por otra instancia. Y el político es
precisamente el que sabe utilizar las reglas del "arte" de la
política.
Por otra parte, Maquiavelo no es un predicador de la
inmoralidad política; si el político debe prescindir de criterios morales en su
acción como político, para conservar el poder, también debe apelar a ellos si
sirven a este mismo fin. Por ejemplo, el político debe exaltar los valores del
pueblo, porque si se fortalece la unidad moral de un pueblo, se fortalece
también el poder del "príncipe".
De esta forma, nos encontramos frente a
una situación que favorece en gran medida al escepticismo cuando se quiere
relacionar la ética y la política: los políticos, por un lado, en su discurso
intentan construir o recuperar legitimidad ante la sociedad apelando a valores
éticos (o religiosos); Hoy en el discurso político se sostiene una demanda
constante de valores inherentes a la democracia como "consenso" o
"concertación", "diálogo", "pluralismo", "respeto a las minorías"; y, por otra
parte, la sociedad civil interpreta que el recurso a esos valores no es sino
otra forma de insistir en el método maquiavélico cuya norma no es la ética sino
el poder.
El Estado como instancia ética suprema: el
totalitarismo.
La política moderna no solo asume la norma del poder como
criterio superior (maquiavelismo) sino que la "autonomía" de la política muy
pronto se transforma en la absolutización de la política.
La idea de
soberanía del Estado, junto a la autonomía del poder, constituye una de las
tesis características de la teoría política moderna.
El Estado es la
instancia política suprema, encarna la voluntad de un pueblo y determina su
destino en la historia.
Para Hegel el Estado es la manifestación del
Espíritu Absoluto (léase Dios) en la historia. (2). Por ello, el Estado es la
Razón superior y la fuente de toda razón y de toda moral. La moral viene a ser
absorbida y sometida a los intereses supremos que representa el Estado. El
Estado, así visto, se constituye en la norma de lo verdadero y de lo bueno,
obrando así una suplantación aberrante de la divinidad. De este modo también el
hombre queda reducido a "objeto" político. De esta manera, la pretensión más
radical y, por ello, más perversa de todo totalitarismo, es apropiarse de la
conciencia moral y religiosa de la persona, lo cual estrangula la dignidad la
dignidad fundamental del hombre, reduciéndolo a ser a "imagen y semejanza" del
proyecto del poder del Estado.
Con las anteriores consideraciones se
puede comprender porqué las nuevas formulaciones de la democracia se impregnan
de una carga ética (preocupación por limitar los excesos del poder, defensa de
los derechos humanos) y, al mismo tiempo, se inclinan a sostener el relativismo
en la vida pública.
Las reformulaciones de la democracia: entre
relativismo y ética del consenso.
Intentemos revisar, aunque sea
brevemente, esos modelos, que podemos de manera general reducir a tres:
(3)
1.- La democracia "formal" o relativista.
Esta concepción de la
democracia se vincula filosóficamente con el pensamiento empirista. (4) Como
tesis básicas de esta postura podemos señalar las siguientes: Rechazo de todo
calificativo a la democracia: la democracia no debe ser ni "popular", ni
"orgánica", ni "comunitaria". En particular se rechaza todo intento de fundar la
democracia sobre bases religiosas.
Si se le confieren a la democracia
razones o fundamentos de tipo religioso, ético o metafísico, se destruye la
esencia de la democracia.
La democracia es una forma de asegurar la
igualdad de todos los individuos en la vida pública y un método para alcanzar
consensos. Si alguno quiere atribuirle a la democracia una verdad, o un bien que
debe ser para todos atenta contra el espíritu democrático. Así mismo la
democracia asegura la libertad de cada uno, hasta donde sea posible realizarla
sin lesionar los derechos de otros.
No existe un "bien común" que deba
ser realizado por la sociedad, suponer lo contrario es ya un germen de
autoritarismo o de totalitarismo. Lo único válido es el consenso, esto es, la
manera como la sociedad se pone de acuerdo y los fines que ella misma se propone
en las circunstancias históricas que le toca vivir.
La democracia,
entonces, no se define por su contenido, por ejemplo, por asumir las causas
populares, o la misión histórica de un pueblo. La democracia es solo una "forma"
a través de la cual la sociedad civil se asegura de tener un control sobre el
Estado. Una sociedad democrática lo es por las leyes y las Instituciones que
ella misma crea para controlar el poder público y para remover pacíficamente a
los gobernantes cuando así convenga al interés mayoritario, Leyes e
Instituciones son siempre relativas, sujetas a las limitaciones históricas
propias de cada época y lugar.
La filosofía propia de la democracia es el
relativismo y la tolerancia. Ninguna verdad debe prevalecer sobre otras, ninguna
idea del bien debe afirmarse como el bien para todos. Cada individuo tiene "su"
verdad y "su" idea de bien, y todas son respetables mientras el individuo no
pretenda tener la verdad y el bien para todos.
Cabría señalar la
diversidad de enfoques en relación al carácter relativista de la democracia que
van del relativismo más radical, (5) al relativismo que sostiene que los valores
inherentes a la democracia se sostienen porque en la sociedad se da una fe moral
común. (6)
Otro enfoque de base relativista y que introduce un postulado
moral para la vida democrática es el de Norberto Bobbio. Revisando los
presupuestos de la democracia "formal" ha llegado a la persuasión de que la
democracia como pura "forma" no basta para garantizar el mínimo de justicia en
la convivencia social y política.
Ese mínimo de justicia no introduce una
exigencia absoluta de verdad o de bien. Se trata de una exigencia derivada de un
avance de la conciencia de una sociedad, es decir de una situación histórica. La
exigencia mínima a salvaguardarse se llama "derechos humanos".
No se
sostiene que los derechos humanos sean una "verdad". La cuestión del fundamento
de estos derechos no es relevante para esta postura. Se trata de defender, en la
praxis política, los derechos humanos, no de fundarlos teóricamente ni de
discutir si son verdadero derecho o de saber si tienen un fundamento religioso o
metafísico.
Los derechos humanos, en cuanto a su conocimiento, son
relativos, se descubren en las circunstancias históricas en las que se mueve la
sociedad. Unos derechos aparecerán y otros desaparecerán, pero siempre a través
del consenso democrático. Como ejemplos de esto podemos poner el debate político
sobre el aborto y la eutanasia.
2. La democracia: racionalidad moderna y
ética del consenso.
El contexto en el que se formula esta segunda
propuesta de refundación ética es muy amplio, podríamos - solo de paso -
señalarlo diciendo que se trata de una revisión de la "modernidad" y una
propuesta para resumirla y corregir sus errores. Y también es una posición que
se confronta con la llamada democracia "formal".
La modernidad ha
producido por desviación de sus propios ideales al totalitarismo y las formas de
injusticia social en las que se instrumentaliza al hombre. En la política, ha
generado el Estado burocrático y modelos tecnocráticos de poder. En la economía,
la explotación y la desigualdad económicas.
La Edad Moderna, por otra
parte, afirma el conocimiento científico como uno de sus logros más relevantes.
La ciencia, especialmente la ciencia natural, se dice, es objetiva, no admite
apreciaciones subjetivas, ni depende de gustos o preferencias. Por ello es "a -
valorativa", es decir, no incorpora juicios de valor, por tanto, es "a - moral"
y neutra respecto a cualquier valor o sistema de valores. En éste contexto
podemos señalar las tesis básicas de esta posición: (7)
El conocimiento
científico, en su forma moderna, consiste en la libre discusión.. Cuando se
pueden revisar libremente los modelos teóricos en las ciencias y se reformulan
críticamente, entonces hay libre discusión.
Además, la libre discusión
supone la comunicación entre personas y, a su vez, esto supone una comunidad, la
comunidad científica.
El "interés" fundamental de la comunidad es la
emancipación de los individuos; el conocimiento y la vida social se mueven por
este "interés". De hecho, la ciencia ha hecho más libres a los hombres respecto
a la naturaleza. La ciencia ha hecho factible que el hombre tenga dominio sobre
la naturaleza.
La praxis humana (y por ello la economía y la política) no
consiste tanto en producir objetos como en ir construyendo la libertad de la
comunidad. La comunidad es el sujeto de la praxis humana. Esto obliga a
reconocer que tanto la ciencia como la vida política se sostienen sobre una
finalidad esencialmente ética.
En la vida política, debe prevalecer este
mismo criterio. El fin de la vida política es la comunidad humana; la política y
la economía deben servir a la liberación de los hombres. Para que la
comunidad se convierta en sujeto de su praxis es necesaria la comunicación, que
en política se llama consenso.
Por tanto, la democracia no es solo
formal, no se reduce a mecanismos de control. La democracia es el consenso a
través del cual la sociedad decide y actúa.
Las reglas fundamentales del
consenso son imperativos morales: la igualdad de los interlocutores y el respeto
recíproco, la sinceridad en el diálogo y la atención a las objeciones de los
otros.
La democracia es así concebida como un nuevo proyecto de sociedad,
que rechaza los modelos individualistas y colectivistas que eclipsaron los
auténticos valores democráticos de la era moderna.
3. El pensamiento
social cristiano.
El problema del poder político ha recibido también un
tratamiento dentro del pensamiento social cristiano. (8) En general, podemos
identificar una amplia corriente de pensadores, algunos no católicos e incluso
no cristianos, que coinciden en reinstaurar la gobernación del estado en el
marco de la tradición greco - latina y cristiana. (9) Por otra parte, estos
pensadores se separan en el enfoque de valoración del mundo moderno: se definen
así posiciones que podríamos llamar "tradicionalistas" que rechazan rotundamente
la modernidad, porque ella se funda en la negación de la "traditio" (occidental
cristiana) y los "modernistas" aquellos que profesan cierta simpatía por valores
modernos en los cuales, incluso, descubren valores cristianos. Estos enfoques
divergentes han dado lugar en algunos momentos a fuertes conflictos, aún dentro
de la Iglesia. Desde ciertos análisis de orden político llegan a identificarse
con la polaridad derecha (tradicionalista) - izquierda (modernista).
La
presencia continua del Magisterio de la Iglesia en materia social y política ha
producido un influjo muy saludable para zanjar los puntos sustanciales de estas
tensiones y confrontamientos entre los cristianos.
No es posible, por
supuesto, exponer aquí los contenidos peculiares del pensamiento social
cristiano, ni del Magisterio de la Iglesia expresado en su doctrina social. (10)
Nuestro interés, por el momento, era presentar a los lectores de lectura
alternativa algunos aspectos del debate actual sobre la democracia.
De
cualquier manera, puede resultar útil a nuestro lector ofrecerle algunos puntos
de valoración de estos problemas que afectan, sin duda, a la conciencia
cristiana. Con este propósito, transcribimos aquí los siguientes puntos que nos
ofrece el Cardenal Joseph Ratzinger (11).
"El estado no es fuente de
verdad y de moral: no puede engendrar la verdad a partir de sí mismo... Tampoco
por el camino de la mayoría. El Estado no es algo absoluto."
La
democracia relativista puede incubar una nueva forma de totalitarismo de la
"mayoría", si no se repara que hay valores fundamentales que no son sujeto de
votación, como los derechos humanos.
"Pero la meta del Estado no puede
consistir en una mera libertad desprovista de contenidos: para fundamentar un
ordenamiento razonable y vivible de la convivencia humana necesita un mínimo de
verdad, de conocimiento del bien que no es manipulable."
Los derechos
humanos no son resultado de un acuerdo mayoritario, sino que corresponden a "la
verdad del hombre". Una verdad que debe ser reconocida, no establecida por el
Estado.
En la democracia "formal" (libertad sin contenidos), el Estado
puede quedar "rebajado, como decía San Agustín, a una banda de ladrones que
funciona bien, porque como ésta, estaría exclusivamente determinado por lo
funcional y no por la justicia, que es un bien para todos".
"El Estado...
tiene que buscar la indispensable medida de conocimiento y de verdad sobre el
bien, fuera de sí mismo, tiene que tomarlo de una instancia
externa."
"... de hecho, todos los Estados han reconocido y utilizado la
razón moral partiendo de sus convicciones religiosas previas, que era a la vez
ámbitos de educación moral... La tentación de la identificación (entre Estado y
religión), y con ello la tentación de la absolutización religiosa del Estado,
que supone a la vez la corrupción de la religión, está presente en toda la
historia. Pero hay también modelos de una relación positiva entre el
conocimiento moral fundado religiosamente y el orden político."
"La fe
cristiana se ha mostrado en general como una cultura religiosa universal y
racional que todavía hoy ofrece a la razón aquella estructura fundamental de
discurso moral que o bien conduce a una cierta evidencia o al menos a una fe
moral razonable sin la que no puede existir una sociedad."
"En
consecuencia, al Estado le viene de fuera lo que le sustenta esencialmente... de
una razón madura en la forma histórica de la fe. Es esencial que esta diferencia
no sea suprimida: a la Iglesia no le está permitido erigirse en Estado o querer
actuar como órgano de poder en él o sobre él. Entonces se convierte así misma en
el Estado, en el Estado Absoluto que Ella precisamente debe
excluir..."
"...(La Iglesia) tiene que desplegar al mismo tiempo todas
sus fuerzas para que brille en Ella la verdad moral que ofrece al Estado y que
debe llegar a ser convincente para los ciudadanos."
"Solo cuando esta
verdad tiene fuerza en la propia Iglesia y forma auténticos hombres en su seno,
puede convencer a otros hombres y convertirse en una fuerza para la
colectividad".
Podemos concluir con esta observación de nuestro
autor:
"Si no queremos caer de nuevo en las redes del totalitarismo,
tenemos que mirar más allá del Estado, que es una parte y no el todo. Desear el
cielo no significa infidelidad a la tierra, sino que es esperanza también para
la tierra. Esperando la patria definitiva, los cristianos podemos y debemos,
también en lo provisional, ofrecer esperanza a nuestros Estados."
(12)·- ·-· -···
···-·
Jorge L. Navarro Campos
Notas
1.- Dejamos por el
momento de lado la polémica sobre sí el denominado "maquiavelismo" es realmente
una posición derivada de las obras de Nicolás Maquiavelo y nos atenemos a la
interpretación comúnmente aceptada. 2.-Cfr. G. F. Hegel, Filosofía del
Derecho, México 1986. 3.- En esta exposición seguimos algunos de los
oportunos comentarios de E. Berti, Le Vie delia ragione, Bologna
1987. 4.-Cfr. David Hume y John Locke, teóricos del liberalismo Inglés.
Particularmente éste último ha resurgido como fuente de inspiración en el
neoliberalismo. Asimismo, se identifican en su postura relativista autores como
Hans Kelsen (Los fundamentos de la democracia, 1965); Norberto Bobbio (Sobre el
fundamento de los derechos humanos, 1965; Sociedad y Estado en la filosofía
política moderna, 1979); John Rawls (Teoría de la justicia, 1972); y, Karl
Popper (La sociedad abierta y sus enemigos, 1945). 5.-El relativismo tiene
como uno de sus exponentes mas connotados al jurista austríaco Hans Kelsen, para
quien la relación entre política y religión es siempre negativa. El núcleo
central de la democracia es garantizar la libertad del individuo, es decir, su
autonomía. El cristianismo, según Kelsen, enseña verdades absolutas y que el
Bien absoluto es la norma suprema que guía al hombre. Por ello, en la vida
política la libertad y el bien se oponen. El bien aparece como un peligro para
la libertad. Un autor cercano a esta posición es el norteamericano R. Rorty.
Sobre este tema véase: J. Ratzinger. El significado de los valores religiosos en
la sociedad pluralista, en: Communio, Revista Internacional de Teología, año 15,
julio - agosto de 1993, n. 4, p. p. 346 - 348. 6.- Es la postura de Karl
Popper, quien sostiene que una "sociedad abierta" (democrática) defiende la
discusión racional libre y se sostiene por instituciones que protegen la
libertad y los derechos de los ciudadanos. Cfr. J. Ratzinger, op. Cit., p.
352. 7.- Autores en esta línea son Karl - Otto Appel (Transformation der
Philosophie, 2 vols., Frankfurt 1973) y Jürgen Habermas (Teoría de la acción
comunicativa, 2 vols., Madrid 1988) 8.- Llamamos aquí "pensamiento social
cristiano" al conjunto de autores que, de una u otra manera, proponen una teoría
social inspirada en los valores del Evangelio. "Doctrina social cristiana" (DSC)
es un nombre frecuentemente ligado al anterior, sin embargo, a lo largo de
nuestras páginas circunscribiremos éste último término a la enseñanza oficial de
la Iglesia Católica en materia social y a la actividad de individuos y grupos
que de uno y otro la encarnan. Sobre el estatuto de la DSC véase: Juan Pablo II,
Sollicitudo rei socialis, n. 41; Sobre el papel de la praxis de individuos y
grupos y su relación metodológica con la DSC véase: Idem, Centesimus annus, n.
3. 9.-Podemos señalar algunos autores que, salvadas las diferencias y
peculiaridades de cada uno, muestran coincidencias en el punto que estamos
tratando: Jacques Maritain e Yves Simón (ambos católicos y de formación
tomista); R. Hutchins (protestante que manifiesta formación tomista); Max Adler
(judío simpatizante del tomismo); E. Brunner y R. Niebuhr (interesados en
reformular las bases religiosas de la democracia); L. Strauss y E. Voegelin (con
una preocupación fundamentalmente filosófica, siendo el último relevante por su
denuncia de las influencias del gnosticismo en la teoría política moderna). Cfr.
E. Berti, op. Cit., p.p. 271 y s. s. 10.- En un próximo número de nuestra
publicación nos concentraremos a la propuesta que en materia de democracia ha
realizado Juan Pablo II y que en sus términos fundamentales se encuentra
expresada en Centesimus annus, n. n. 46 y 47. 11.- Cfr. J. Ratzinger, op.
Cit., p. p. 353 - 354. 12.- Ibidem, p. 355.
|