Arbil cede
expresamente el permiso de reproducción bajo
premisas de buena fe y buen fin |
Para
volver a la Revista Arbil nº 100
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 100 |
Feliz Navidad, es decir encarnación del Verbo para, hecho Hombre, salvar a la Humanidad
Una boda contra el matrimonio
por
Luis María Sandoval
Normalmente la ceremonia de la boda debe ser la apoteosis social del matrimonio. En el caso de la elección de consorte por el Príncipe más parece lo contrario: todas las circunstacias de la elegida para Princesa llevan a devaluar lo esencial del matrimonio, como compromiso natural y como sacramento cristiano. No es alarmismo reflexionar sobre posibles escándalos y aun sacrilegios sobre los que alertar para que se eviten. Claro que como la naturaleza vulnerada se venga sola, el desprecio constitucional por el matrimonio puede poner en peligro el orden dinástico si prosperan ciertas iniciativas que se han aireado
|
Efectivamente, nos referimos a la anunciada boda del
hijo del actual Jefe del Estado, jaleada como cuestión pública, y
como tal susceptible de ser criticada. Desgraciadamente, los
detalles sustanciales del futuro enlace parecen todos destinados a
ignorar, devaluar y vulnerar elementos esenciales de lo que es
verdadero matrimonio.
Hablando sin
circunloquios, que la novia no sea virgen, y se haya hablado
públicamente de que contrajo un matrimonio civil tras largo
‘noviazgo’, así como de otra ‘relación’ con convivencia marital al
menos, no afecta directamente a nadie más que al futuro marido, que,
desde luego, está enterado. Tampoco nadie presume de él que haya
mantenido una perfecta castidad preconyugal, y en realidad sería
injusto reclamar a un contrayente lo que ninguna imaginación
cortesana exige (o censura) al otro.
De paso, sería
instructivo recordar a los modernos que mientras para la fidelidad
femenina se alegan varios fundamentos de orden natural físico (como
la certidumbre de la prole) para la absoluta fidelidad masculina
Santo Tomás alega un único fundamento natural de orden moral: que de
no ser de uno con una, y establecido que ha de ser de una con uno,
el matrimonio implicaría una desigualdad en detrimento de la mujer
(Contra gentiles III, 123). En este punto, la unidad y fidelidad,
matrimonial y previa, la exige nuestra Religión muy especialmente en
honor a la dignidad de la mujer.
No entendemos que
pueda caber escándalo acerca de las experiencias prematrimoniales de
la novia solamente. Ni tampoco, como cristianos, podemos admitir que
son normales. Más bien va siendo hora de declarar escandaloso para
los cristianos el ejemplo que ha venido dando el Príncipe, y no sólo
ahora mismo (se publicó que compartieron habitación en Praga
mientras se anunciaba su compromiso), tanto como el de la futura
Princesa.
Pero aunque sólo
afecte directamente al futuro esposo, se nos reconocerá el derecho a
los ciudadanos españoles decentes de que prefiramos evitar el
bochorno de que afloren con el tiempo detalles escabrosos de la vida
íntima de la que se titule nuestra reina.
De ningún modo hemos
de admitir que debamos tener la boda en paz.
No podemos admitir
que nada en tal boda sea normal, ni que sea conveniente (más bien
imprudente), ni que se presuma satisfactoriamente católica.
En realidad, se está
enfatizando mucho la ceremonia y el boato, sin entrar en lo
sustancial. Hay mucha boda y poco matrimonio en las consideraciones
que se han hecho.
No es normal, por
mucho que lo repita la prensa, que las parejas se amanceben antes
del matrimonio, y menos que lo hagan con distintas compañías
sucesivas. Es inmoral siempre, es escandaloso en la medida en que lo
conocen otros, más si lo exhiben personas de relevancia social, y
gravísimamente escandaloso si se enorgullecen de ello (esta materia
es en todo análoga al ‘orgullo gay’), que es a lo que equivale el
que reconociéndolo, no reconozcan al mismo tiempo que se trata
de una flaqueza incorrecta.
Los antecedentes de
los novios en materia de castidad preconyugal son escandalosos: un
pésimo ejemplo social que dejará profundos daños.
Más aún: en este
terreno se van conociendo pasos de la novia más graves que el simple
amancebamiento temporal: su matrimonio civil, y su divorcio.
Efectivamente, como a
los ojos de la Iglesia no ha estado casada, ni consta la existencia
de ningún vínculo que produjera desorden social (por su divorcio
también civil no hay apariencia de bigamia) puede solicitar
matrimonio canónico sin impedimento. Pero esa posibilidad no hace
que todo esté limpio, muy al contrario, la capacidad jurídica no
elimina el escándalo moral y exige una fuerte cautela.
No es normal, sino
escandaloso, que una bautizada atente matrimonio civil: para un
bautizado un matrimonio que excluya el sacramento no es válido. Y
tampoco es muy normal que ahora solicite matrimonio canónico en
aquella calidad de bautizada a la que no quiso atenerse hace unos
años.
Si la bautizada se
sigue sintiendo católica de alguna manera (la prensa ha dicho que se
declaró en tiempos agnóstica) cometió un gravísimo y escandaloso
desprecio del sacramento. Sin embargo, la única opción que le
conviene es declarar que hace apenas cuatro años no tenía sentido
moral cristiano, y que tampoco sus manifestaciones de agnosticismo
eran serias; es decir, que en materia de religión y moral era
inmadura. Porque si hubiera apostatado expresamente para el
matrimonio civil podríamos encontrarnos en que su matrimonio,
meramente natural, si fue válido a ojos de la Iglesia y no así su
divorcio, puesto que ninguno lo es, por lo que no podría aspirar a
contraer unas nupcias que serían bígamas. Y es que para un católico,
respetuoso con la naturaleza y el resto de los hombres, todo
matrimonio es indisoluble, incluso entre paganos y ateos.
Claro que cabe
explicar que los contrayentes del precedente fasto civil excluían la
indisolubilidad o la prole, y en ese caso no pudo haber ningún tipo
de matrimonio: fue nulo. También así se salvaría la boda de blanco
(¡por supuesto!) y por la Iglesia... Pero todo ello es triste, poco
edificante, superlativamente anormal... y poco prometedor.
Una mujer divorciada
antes del año de casada testifica contra su buen juicio al elegir
pareja, o contra su concepción de la indisolubilidad, o contra la
estabilidad de sus afectos y la firmeza del compromiso libre que
asumió, que no era temporal. Defectos todos ellos nada baladíes.
En principio,
cualquier padre, por moderno que sea, mirará con justo recelo a un
cónyuge divorciado para sus hijos, y preferirá a otros que no tengan
esa tacha. Y no digamos si es, además, hijo de divorciados (hace
años sólo esto último ya pareció eliminatorio a la Familia Real).
Una pareja con tales antecedentes es poco recomendable.
Pero si se confirmara
lo que la prensa repite: el ‘noviazgo’ (los novios cristianos son
aquellos que esperan el matrimonio, ahora la palabra se ha deformado
a los que no esperan a convivir y no piensan casarse) de doña
Letizia con su efímero marido civil se prolongó hasta diez años nos
encontraríamos que se solapó con otro matrimonio preexistente del
que fue su breve marido, del cual sí nació descendencia. Por sí sólo
esto explicaría que el matrimonio civil fuera la única opción
posible para los dos.
Ahora bien, si la
existencia de ese matrimonio (primero de los tres que nos ocupan)
permite reducir la manifestación contra las leyes de la Iglesia de
ideológica a desordenada, es para empeorar el perfil moral de los
antecedentes de la boda principesca. Si no se tratara de la futura
nuera del Rey, algunos dirían -y con términos rotundos- que doña
Letizia ya ha atentdao contra el matrimonio civil y natural de dos
maneras: primero causando, estimulando o aprovechando la ruptura de
otro vínculo preexistente, y luego abandonando a ese mismo esposo a
las primeras de cambio.
Muy poco ejemplar, y
todavía menos recomendable antecedente para un futuro cónyuge.
Desde el punto de
vista humano los antecedentes de esta boda trivializan la
singularidad de la unión conyugal, y hacen temer por su concepción
de la indisolubilidad y su estabilidad. Elegir una esposa semejante
puede convertirse de inconveniente en imprudente. Para el Reino y
para el esposo.
Religiosamente, la
boda también se presenta como una amenaza contra el matrimonio. A
todo contrayente se le debe exigir adhesión a la doctrina católica
referente al mismo. Con mayor razón a los que de obra han
manifestado anteriormente desconocerla y apartarse de ella.
Canónicamente, doña
Letizia puede solicitar matrimonio litúrgico. Pero para muchos
existirá la suspicacia, fundada, de que es insincera e hipócrita con
respecto a la Religión si no se digna aclarar su postura al
respecto. ¿Fue a la anterior ceremonia civil por agnóstica, por
rebelde, porque quería una boda y era la única forma de tenerla, o
por contentar a un marido agnóstico concediendo algo de menor
importancia? ¿Y ahora? ¿Irá a la Catedral de Madrid por evitar
dificultades y sofocos a la familia de su novio?
Para la Iglesia los
pecados anteriores no son obstáculo: está puesta en el mundo para
perdonarlos. Pero en algunos casos se requiere una reparación,
pública cuando ha mediado escándalo. Y si Doña Letizia es cristiana,
bien porque siempre mantuvo un fondo remoto, o porque se ha
encontrado con Cristo en su particular camino de Damasco -entre
Almendralejo y la Almudena-, no tendrá empacho en manifestarlo.
Si doña Letizia no se
digna tranquilizar a los creyentes, que también somos españoles, y
en cuyo templo quiere entrar con máxima pompa, la presunción, creada
por ella misma, es que a un anterior desprecio al sacramento del
matrimonio va a unir ahora una simulación sacrílega que
probablemente implicaría la nulidad del matrimonio. En esta boda
todo cuanto aparece apunta al descrédito del matrimonio, natural y
cristiano.
No creemos, ni
queremos, que nuestra desenvuelta candidata a Princesa vaya al
templo a casarse sin libertad. Si es normal estar divorciada después
de casada por lo civil, ¿por qué no lo sería casarse la segunda vez
también por lo civil? Al fin y al cabo las bodas civiles suelen ser
–mejor pretenden ser- segundas nupcias. ¿Por qué sería anormal una
boda civil del Príncipe? Los católicos no exigimos a nadie paripés,
y sí que no se entre en la Iglesia para escarnecerla o para cometer
sacrilegios.
Y aún si el deseo del
sacramento estuviera sólo en don Felipe la Iglesia les abriría las
puertas, solicitadas las dispensas oportunas. Claro es que se
solicitaría un respeto al matrimonio... y a la Eucaristía. En el
antiguo Código de Derecho Canónico de 1917 cuando un contrayente no
era católico se excluía tajantemente la celebración de la Santa Misa
en la ceremonia matrimonial. No nos gustaría ver el Cuerpo y la
Sangre de Cristo rebajados a adorno simétrico, que se administran
ante las cámaras primero a un cónyuge y luego al otro igual que los
anillos, y ello en bien del propio comulgante indebido, puesto que
nadie puede revocar las palabras de la Escritura: "quien coma el pan
o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la
sangre del Señor" (I Co 10,27).
En resumen, un
matrimonio de antecedentes anormales e inconvenientes hasta la
imprudencia es fuente de preocupación cristiana. Aunque sólo se
tratara de una gran tibieza en doña Letizia no dejaría de ser
gravísimo que el factor religioso hubiera pesado tan poco en la
elección de don Felipe. Si tan poco pesa en la elección de esposa,
¿qué educación cristiana van a transmitir entre ambos a sus hijos?
La sombra de la nulidad ronda repetidamente el anunciado enlace.
Pero la referencia a
la prole abre un insospechado capítulo de consideraciones, en que
también se manifiesta desprecio del matrimonio.
Se ha lanzado a la
palestra de la opinión la conveniencia de modificar en la
Constitución el orden sucesorio para evitar discriminaciones por
razón de sexo, si el eventual primogénito de D. Felipe y Dª Letizia
fuera una niña y quedara apeada por un varoncito posterior.
El trámite
constitucional necesario es arduo, complejo, desaconsejable mientras
las reclamaciones separatistas estén exacerbadas... y erróneo.
Por mucho que se
suprima en la monarquía hereditaria la discriminación por sexo se
mantiene en cambio la del orden de nacimiento ¿no están ambas
repudiadas igualmente por el artículo 14 de la Constitución de 1978?
¿Y, en el terreno de las hipótesis, por qué habría de ser Reina una
hija mayor incapaz y antipática en lugar de una segundogénita o un
segundogénito populares y desenvueltos?
Lo que sí necesita
urgentemente repararse en la Constitución es la omisión que del
matrimonio se hace en su artículo 57,1: “la sucesión en el trono
seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo
preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma
línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado el
varón a la mujer; y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de
menos”. ¡Entre tanto detalle falta el capital de que la sucesión sea
legítima, es decir habida en legítimo matrimonio!
No creemos que
aquella omisión constitucional fuera sino un rechazo más a cuanto se
ha heredado del antiguo orden cristiano y sensato. Por mucho que se
repita que no se puede discriminar a los hijos matrimoniales de los
extramatrimoniales –antes ilegítimos- en este caso es una necesidad
de orden público.
En este momento, si
D. Felipe tuviera algún hijo ilegítimo la letra de la Constitución
no le cerraría el paso a reclamar en cualquier momento la sucesión
en el Trono. Y como la Constitución posibilita expresamente la
investigación de la paternidad (art. 39,2) el Príncipe podría verse
expuesto a pretensiones de reconocimientos sin cuento (eso sucede
cuanto se ha llevado una vida prematrimonial ‘normal’), humillantes
para su persona y la Corona, e infundadas en la mayoría de los
casos, pero difíciles de evitar si la Familia Real se esfuerza tanto
en ser tan normal.
Más aún: la jaleada
elección de la consorte principesca podría resultar irrelevante en
cuanto a engendrar y educar al futuro heredero. Podría darse el caso
de que la Reina fuera la primera dama ceremonial pero no la madre
del sucesor.
Si alguien decide
modificar este artículo de la Constitución solicitamos que se haga,
por bien de todos, añadiendo el requisito de hijo matrimonial para
el orden sucesorio. No hace tanto ciertas revistas sugirieron que
alguna niña cuyo nacimiento se vio rodeado de extrañas
circunstancias -no hace al caso si se llama Vanessa, Melisenda o
Lucía- podía ser hija del Príncipe y alguna relación anterior. Tal
insinuación maliciosa no tiene por sí sola fuerza ninguna, pero
sirve de caso ficticio para probar cuanto llevamos dicho. Al fin y
al cabo la forma de las leyes es condicional: si se produjera tal
caso se procederá de tal modo. Y es conveniente comprobar si
determinados casos no están contemplados en la ley, o lo están
mal.
Si hoy hubiera una
hija extramatrimonial de Don Felipe, siempre a título de hipótesis y
con la Constitución en la mano, a igual grado de hipotéticas hijas
de Don Felipe, mientras Doña Letizia no alumbrara más que niñas la
existente sería siempre la mayor de su sexo, pero el nacimiento de
un varón –mientras sobreviviera- la apartaría de la sucesión; en
cambio, con la modificación de que nos hablan, cualquier hijo
ilegítimo varón o hembra, ya nacido, pasaría por delante de todos
los hijos e hijas que pudiera parir Doña Letizia. Y sólo
estableciendo el requisito de que hubieran de ser hijos
matrimoniales se cerraría el paso, inapelablemente, a desagradables
sorpresas, y los hijos de Doña Letizia, amparados por esa
institución matrimonial sobre la cual esta boda arroja tantas
devaluaciones, podrían acceder al trono. ¡No se podrá decir que nos
guía la animadversión a su persona!
Lo que sí nos guía es
el rechazo de los escándalos antimatrimoniales
Lo inmoral no es
normal porque lo perpetren personas encumbradas.
Como San Juan
Bautista, debemos denunciar, llamando por sus nombres, lo que no son
sino desórdenes en esa materia.
Y urgir la máxima
vigilancia para evitar sacrilegios (contra el Matrimonio y la
Eucaristía) anunciados y televisados multitudinariamente al mundo
entero. ·- ·-· -···
···-·
Luis María Sandoval
|
|
Para
volver a la Revista Arbil nº 100
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 100
La página arbil.org
quiere ser un instrumento
para el servicio de la dignidad del
hombre fruto de su transcendencia y
filiación divina
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y
Crítica", es editado por el Foro
Arbil
El contenido de
estos artículos no necesariamente
coincide siempre con la línea editorial
de la publicación y las posiciones del
Foro ARBIL
La reproducción total o parcial
de estos documentos esta a disposición
del público siempre bajo los criterios
de buena fe, gratuidad y citando su
origen.
|
Foro
Arbil
Inscrita en el
Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F.
G-47042954
Apdo.de Correos 990
50080 Zaragoza (España)
ISSN: 1697-1388
|
|
|