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Los "intelectuales" y el poder
por
Andrea Revueltas
El doble papel del "intelectual" debería ser el de ideólogo y crítico y la naturaleza de sus relaciones con el Estado de disidencia y contrapoder pero los actuales "intelectuales" en nuestro país son complices arribistas de los poderosos.
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De
generación en generación, con una frecuencia que podríamos caracterizar como
cíclica se produce la incorporación del "intelectual" al Estado. Es así como
resulta frecuente observar al joven que a los veinte años comienza a darse
a conocer con un discurso crítico de tintes radicales instalado, después de
los cuarenta, en un confortable puesto burocrático, desempeñando las mismas
funciones, realizando los mismos actos que el mismo criticó en sus años mozos.
Esta actitud parece ser la que predomina entre nuestros "intelectuales" como lo
prueba la casi total ausencia en nuestro país de intelectuales críticos e
independientes. ¿Cómo explicar esto? Para ello habría que precisar tanto la
función del"intelectual"como la naturaleza de sus relaciones con el Estado. Aquí
sólo nos proponemos enumerar algunos aspectos que deben ser tomados en cuenta si
se quiere llevar a cabo un estudio profundo y detallado de la relación
harto sospechosa del"intelectual"con el poder.
Doble papel del "intelectual": como ideólogo, como
crítico
Las funciones que
desempeña el "intelectual" lo colocan en una situación ambigua y en muchos casos
contradictoria: tanto puede volverse abiertamente un ideólogo del poder que
elabora representaciones cuyo objeto consiste en hacer que el individuo
"interiorice" las relaciones de dominación existentes, esto influye sobre el
imaginario social, instituyendo valores, creencias, signos que tienen como fin
institucionalizar la relación de poder a través de un consensus; puede asumir
como tarea el análisis crítico que impugna al poder instituido, luego denuncia
sus mecanismos enajenantes y opresivos.
Escisión entre el discurso (crítico) y la ambición personal; el
arribismo como meta.
Si por
una parte el saber sirve al "intelectual" como instrumento que le permite
enjuiciar críticamente la realidad (conocer los diversos elementos que la
conforman, la manera como estos últimos se interrelacionan, se interpenetran e
influyen recíprocamente; las tendencias implícitas así como lo esencial de lo
secundario); por otra parte, el conocimiento le sirve como medio para hacer una
carrera, labrarse un estatus. Por lo demás, el propio "intelectual" atribuye a
su desempeño una gran importancia, siente que su papel (interpretar, dar ideas y
sentido) debe trascender a la acción y no simplemente limitarse al análisis
crítico; pero siempre piensa que su actuación debe ser de dirigente (tanto de
guía, consejero, como de organizador, planificador); la elevada imagen que tiene
de sus propias capacidades lo lleva fácilmente a creer que por ello merece
honores y privilegios, buenos empleos y buenas retribuciones.
En el
camino que lo lleva al poder, al prestigio y a la consideración el "intelectual"
en ascenso necesita emplear un lenguaje, de izquierda, radical y hasta
incendiario; esto le permite irse haciendo de un nombre para ello, escribir
en la prensa sirve bastante, obtener una cierta influencia sobre un público
generalmente joven y universitario que lo escucha de buena fe, prestigio y
notoriedad que difícilmente conseguiría si prescindiera de su discurso crítico.
Sin embargo, este último poco a poco va perdiendo sus matices radicales para
convertirse más bien en consejos, advertencias que señalan las situaciones
peligrosas, los riesgos que puede correr el propio poder, hasta volverse una
crítica cortesana (loyal opposition) que jamás toca lo esencial de los
mecanismos de poder y más bien los oculta. Ahora bien, el discurso del
"intelectual" integrado también puede conservar sus matices radicales esto
contribuye a dar al poder una apariencia democrática pero el discurso se
vuelve inofensivo, usa meros "clichés", se sirve de enunciados retóricos, que
por ser tan generales no afectan al Poder. La distancia que se produce entre el
discurso (crítico) y su ambición personal llega a producir una verdadera
esquizofrenia en el intelectual.
La fascinación por el poder; el estatalismo.
Si en sus comienzos pudo haber en el "intelectual"
una indignación sincera frente a la pobreza, la corrupción y la injusticia
reinantes, en él domina la creencia de que para superar esta situación, para el
cambio deseado, sólo puede mediar la existencia de un Estado fuerte y
autoritario. Esta creencia lo induce fácilmente a integrarse a este como una
posibilidad para actuar y ser "útil y eficaz", sin embargo ya dentro del Poder
su actitud se transforma, su espíritu se obnubila, empieza a adoptar posturas
conformistas y oportunistas; autoritarias hacia los de abajo y sumisas frente a
los de arriba; el esprit de corps" (sentido de solidaridad) burocrático: como
detentadores y monopolizadores de razón y de la autoridad que emana de la razón,
termina por imponerse en él, lo que no impide, como ya hemos dicho, que en
ciertos casos siga usando un discurso aparentemente crítico.
Naturaleza
de las relaciones entre el "intelectual" y el estado; complicidad y
complementariedad o disidencia y contrapoder.
El Estado en el siglo XX ha
multiplicado sus funciones y con ellas no sólo interviene en la economía sino
pretende el control de la sociedad. Bajo una imagen protectora, el Estado
decide, dispone de la sociedad y de sus recursos, impone su poder sobre la
sociedad a la que manipula, quiere tenerla aplastada, sumisa y dependiente, para
lo cual necesita reducir los conflictos que emanan de ella (económicos,
políticos, regionales, culturales, intelectuales, etc.) asimilarlos hasta
volverlos inofensivos. La educación, la ideología, los medios de comunicación
son los instrumentos, entre otros, de los que se sirve el Estado para que las
relaciones de dominio que instituye sobre la sociedad se interioricen y sean
aceptadas como algo dado por sí, algo evidente e indiscutible. En esta tarea, la
labor del"intelectual"es esencial, este proporciona los instrumentos ideológicos
que no sólo lo legitiman y le dan un consensus, sino ocultan su naturaleza
profunda, que es la violencia. El Estado necesita, pues, del Saber, pero de un
saber institucionalizado que no mine las bases de su hegemonía; que le sirva
tanto de saber operatorio, técnico, planificador o como expresión cultural y
artística, mismas que confieren una apariencia respetable, civilista y culta.
Institucionalizado, el saber se vuelve dependiente y en consecuencia, controlado
(por las instancias burocráticas). El saber que pone en circulación el Estado,
se vuelve una mezcla conocimiento e ideología, de representaciones,
mistificaciones que políticamente le son útiles, lo consolidan y le dan
cohesión.
La disidencia y el
conocimiento crítico
El Estado
prefiere tener al "intelectual" incorporado burocratizado otorgarle puestos
directivos, honores premios, a tenerlo como opositor, como crítico
independiente. Para el Poder, el pensamiento crítico es más peligroso que la
crítica violenta a la que puede contraponer la violencia estatal, por eso
prefiere integrar al "intelectual" que reprimirlo. Los medios de los que se vale
para incorporarlo son diversos, van desde los directos, a través del desempeño
de funciones burocráticas o indirectos mediante premios y subvenciones. La meta
es la de asimilar al "intelectual" o mantenerlo en un silencio cómplice. Para
evitar que surja una crítica independiente, el Estado corrompe por múltiples
medios y de manera sistemática al"intelectual"que comienza a sobresalir, por lo
demás no hay que olvidar, como lo vimos al principio, que por su parte
el"intelectual"se deja corromper.
Los pocos intelectuales de talento se
ven condenados aislamiento, la pobreza y, en última instancia, a ser reprimidos.
El silencio que los rodea comienza a hacerse entre sus propios colegas, quienes
censuran, sin confesarlo, la actitud crítica y sin compromisos del primero, pues
esta posición es ya en sí misma una acusación contra su propio conformismo y
oportunismo. Por fortuna, estos intelectuales independientes, aunque escasos,
existen. El germen de un pensamiento independiente y crítico no ha desaparecido,
entre los universitarios encontramos intelectuales íntegros y modestos que no
han abdicado y que intentan hacer el análisis lúcido de nuestra
realidad.
Frente a los mecanismos de control, las tácticas de seducción,
las mordazas reales o figuradas que el poder impone y que el "intelectual"
acepta de manera cobarde y cómplice, urge crear, fortalecer una corriente de
pensamiento independiente, contestatario, disidente, capaz, teóricamente sólido;
que sepa analizar y denunciar las lacras del poder que nos ahoga y corrompe, que
sea un verdadero contrapoder al poder asfixiante del Estado, que denuncie los
mecanismos a través de los cuales este mantiene a la sociedad explotada y
sometida, muda y embrutecida. Evidentemente, su tarea debe comenzar por el
enjuiciamiento crítico de la función del intelectual y de sus privilegios, a fin
de volverse una crítica radical y sin compromisos con los poderes que oprimen y
explotan.·- ·-· -···
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Andrea Revueltas
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