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Aspectos psiquiátricos en torno a los embriones congelados y la investigación con sus células troncales: Conversación con el Dr. Aquilino Polaino.

por Jesús Romero-Samper

Entrevista al Prof. Dr. Aquilino Polaino-Lorente, Miembro del Consejo Asesor de Arbil, Catedrático de Psicopatología, director del departamento de Psicologia de la Universidad San Pablo Ceu y autor de muchas de las principales obras sobre diversos aspectos de la materia

1.- En varias artículos y entrevistas publicados en “Arbil,” se ha abordado el recurso a las células troncales (abreviadamente CTE), procedentes de los embriones humanos ‘sobrantes’ congelados, desde varios enfoques: científico, bioético, biojurídico. Tanto por su brillante trayectoria profesional como por su aquilatada experiencia terapéutica, quisiéramos afrontar con usted los aportes que la Psiquiatría puede ofrecer sobre este asunto. Y para comenzar, le pediría Dr., una primera y genérica valoración.

A. P.- Considero que la psiquiatría no puede pronunciarse todavía, con toda la radicalidad que su respaldo científico exigiría, por la sencilla razón de que no ha trascurrido el tiempo necesario para estudiar de forma pormenorizada y rigorosa las múltiples consecuencias que del uso que se hace de la células troncales de embriones humanos. Las consecuencias que de aquí se sigan, con toda probabilidad, han de afectar psicológicamente a los padres que lo autorizan, a las personas “beneficiarias” de ello, y a los profesionales que, con su acción, colaboran a estos propósitos, censurables desde los más elementales principios de humanidad.

No obstante, en el presente anida el misterio de algunas de estas posibles nefastas consecuencias psicopatológicas, que ahora apenas si se avizoran y, que de seguir adelante con estos procedimientos, espero lleguen a ser clamorosas e incluso generen nuevos síndromes psiquiátricos, por el momento, poco conocidos e impensables.

2.- En “I Jornadas Universidad y Cultura de la Vida. El aborto. Perspectiva Pluridisciplinar” (Fundación Universitaria San Pablo C.E.U., Madrid, 2002) el Dr. Jesús Poveda de Agustín declaraba: “El aborto nadie lo quiere, o casi nadie. Hasta los que están a favor de su despenalización hablan de lo duro que resulta para la mujer y de que es una mala opción de una muy mala situación.” Desde luego ésta parece una realidad incuestionable, pero ¿no le parece que, en el caso del recurso a las CTE, no existe tal rechazo?

A. P.- En el caso del recurso a las CTE el rechazo es más sutil y encubierto, pero no por ello menos relevante y brutal. No ha de olvidarse que considerar al otro como si no fuera una persona, considerar al embrión humano como una sustancia “sobrante” que puede congelarse constituye el mayor de los atentados contra la dignidad humana.

El “ninguneo” del otro en este caso es manifiesto, a pesar o precisamente porque se le enmascara en un concepto nominalista y manipulador. El logicismo aparentemente racionalista de la nueva conceptualización –pre-embrión, embriones sobrantes, etc- denota los extremos a que puede llegar la humana crueldad, cualquiera que fuere la ignorancia o inadvertencia que de ella se tenga.

El “ninguneo” del otro pone de manifiesto, una vez más, la crisis de la actual cultura individualista. Un individualismo éste, mordaz y devorador de todo tejido social, que preanuncia un vuelco cultural insospechado, cuyas últimas consecuencias podría llegar incluso a la disolución de la misma sociedad.

Quienes “ningunean” al otro –poco importa la etapa evolutiva en que se encuentre esa persona en su desarrollo vital- ponen de manifiesto el olvido del otro hasta su extinción, una especie de amnesia total acerca del ser humano. Pero el olvido del ser del otro conlleva también el olvido del ser que uno mismo es. Por eso, todo lo que destroza al otro acaba a la postre por destrozarnos a nosotros mismos.

3.- Y en relación con la anterior cuestión, me permito exponerle mi personal interpretación de estas diferentes valoraciones. El aborto daña psigológica, psiquiátrica y fisiológicamente a la madre que opta por la ‘interrupción’ del embarazo. Por el contrario, los embriones desarrollados bajo técnicas de F.I.V. nunca han pasado por el útero materno, sino que son resultantes de la fertilización de gametos donados en el laboratorio. Es decir, en contra de la teoría proabortista de que el nasciturus es porción y posesión del cuerpo materno, y por tanto la gestante es libre de decidir sobre la vida de su hijo: surgen los síndromes postaborto, afloran los problemas psiquiátricos,... y, lógicamente, a las mujeres que quieren abortar no les resulta agradable la decisión, pues -al fin y al cabo- es una intervención en su cuerpo. ¿A quién le satisface ir, siquiera, al dentista? Mas en lo que respecta a los embriones congelados, no hay intervención quirúrgica alguna: unas parejas donan (cobrando o no, simplemente por el deseo de dar una solución a su infertlidad) sus gametos; lo que sea de ellos una vez efectuada la concepción in vitro no importará a la mayoría de los progenitores. Doctor Aquilino Polaino, ¿cree que esta visión de “intervención extracorporea” explicaría la diferencia de reacciones?

A. P.- Agradezco mucho la formulación de su pregunta, pero he de decir que en ella hay implícitas varias y diversas cuestiones que, para mayor claridad, conviene contestar de forma independiente.

En primer lugar, el síndrome postaborto es una realidad que ningún psiquiatra que haya atendido a personas afectadas por él, jamás pondrá en duda. En la actualidad he sobrepasado ya los 38 años de ejercicio profesional ininterrumpido como psiquiatra, y le aseguro que las personas que he atendido con este síndrome han dejado en mi conciencia una impronta imborrable.

En algunas personas este síndrome no se extingue con el pasar del tiempo. He encontrado a pacientes con más de 70 años de edad, en las que las raíces del trastorno depresivo crónico que habían padecido, durante varias décadas, hincaban sus raíces precisamente en ese hito biográfico estelar representado por el momento en que decidieron abortar. Sólo cuando se atrevieron a hablar de ese hecho, con la ayuda del especialista, y fueron capaces de afrontarlo comenzaron a mejorar.

En cualquier caso, mi experiencia aquí no es excepcional. Baste el lector con que haga una búsqueda bibliográfica sobre la abundante literatura científica disponible sobre este síndrome para que se aperciba del peso y la gravedad de los síntomas psicopatológicos generados por la acción de abortar.

En lo relativo a los embriones congelados y a su causa –la donación de gametos- he de contestar que más allá de la artificial indiferencia ahora existente, es posible que en algunos donantes emerja también una constelación de síntomas -además de los sentimientos de intranquilidad, dudas y culpabilidad-, que constituirían algo así como el “síndrome del donante de gametos”.

El donante, a poco que reflexione sobre la cuestión esencial acerca de su origen personal –una cuestión, por otra parte, elemental-, se percatará enseguida de que la donación que ha hecho, sin destinatario y con harta probabilidad condenada a la nada, en modo alguno es asumible por él. Al filo de la pregunta acerca de ¿Quién soy yo?, ¿Cuál es mi origen?, surgen otras no menos relevantes y transidas de angustia (¿Qué habrá sido del gameto que doné como co-principio de un nuevo ser?, ¿Tendrá una existencia condenada a la soledad independiente, sin unirse a ningún otro?, ¿Estará todavía congelado?, ¿Habrá llegado a fecundar o ser fecundado?, ¿Habrá dado origen a un nuevo ser, que está vivo, y lleva un no se qué de mi identidad personal?, ¿Habrá sido ese nuevo ser, por el contrario, sacrificado y empleado en la fabricación de cosméticos?

Son éstas preguntas lacerantes que barbotan en la intimidad personal, en busca de respuestas concretas que, por desgracia, casi nunca llegan. De no obtenerlas pueden llegar a causar cierta desazón e incluso algún grave conflicto psicológico en el donante.

4.- Esta despreocupación de los padres biológicos por los embriones ‘sobrantes’ manifiesta, al menos, dos posiciones diferentes: la de aquellos satisfechos por conseguir un embarazo deseado que, en su felicidad, se despreocupan por la suerte del resto de los tertium; y las de aquellos donantes voluntarios, a veces con intereses pecuniarios, que donan sus gametos sin interés reproductivo alguno. En ambos se revela un patente egoísmo; pues incluso las parejas infértiles con deseo de descendencia, entienden la descendencia como un derecho y -en fin- una posesión. ¿Cuál es su interpretación?

A. P.- Son dos actitudes bien diversas. La primera, la de los padres que optan por la fertilidad y se olvidan de los embriones sobrantes manifiestan con su comportamiento un egoísmo refinado que podría sintetizarse en la siguiente expresión: “nosotros-para-nosotros-y-para-un-hijo-y-para-nadie-más”. Pero justamente tras ese “nadie” para el que no están –toda vez que ya han satisfecho sus ansias de paternidad- hay siempre otros “alguien”, cuya existencia queda extinguida. En el fondo, quienes se comportan así les están gritando a los embriones “sobrantes” lo que sigue: “Quítate tú para ponerme yo”; “muérete tú para que nosotros satisfagamos nuestros deseos de paternidad”. Ese modo de proceder es la antítesis de la misma paternidad, que siempre afirma la existencia del otro y, por eso, desde la paternidad se afirma lo contrario: “Allí donde yo esté siempre habrá un lugar para ti; tú siempre estarás presente en mi vida”.

La segunda actitud, es la de los “mercaderes” y economicistas, la de quienes se han olvidado de todo valor –incluido el del ser-, que no sea el dinero. Es la actitud de la mera indiferencia ante lo que el otro es y significa, es decir, la peor de todas, por cuanto no se hace cargo ni siquiera de algunos –en tanto que son intercambiables por dinero-, al mismo tiempo que se olvida por completo del ser de los otros que no satisfacen este criterio.

En ninguna de las dos actitudes anteriores puede encontrarse un fundamento del pretendido “derecho a la paternidad”. El derecho en este caso está sólo de parte de los hijos –quienes naturalmente precisan de la presencia de unos padres-, pero no puede estarlo de parte de los supuestos y potenciales padres. Si la paternidad fuera un derecho, entonces se desnaturalizaría el mismo don de la paternidad.

La paternidad es un don, pero no un derecho. Y cuando de ella se hace un “derecho” –y hasta un derecho mercantil-, en contra de la naturaleza, entonces la persona deja de ser persona, lo que acaba con el tejido social e incluso extinguir la misma posibilidad de una cultura que ampare la dignidad humana.

Conviene no olvidar, a este respecto, que Dios perdona siempre, el hombre a veces y la naturaleza nunca.

5.- Y en relación con los donantes de gametos, cabe hacerse una serie de reflexiones. Generalmente se implantan 3 embriones de los que, como comentaba la Dra. López Barahona en Arbil nº 75, “en gran número de ocasiones, sólo uno se implanta y los otros dos mueren ayudando a su hermano a nacer.” Y el resto de los obtenidos en vitro y no implantados se acumulan por cientos de miles, esperando quedar disponibles para la investigación a partir (en España) de los cinco años. Los embriones creados en laboratorio se dejan morir (por desgaste respiratorio mientras están crioconservados), se utilizarán para la investigación, o bien no progresan todos en el útero. Le planteo, como estudioso del aborto (entre otros temas), si acaso no son estos también casos de aborto: dando, por supuesto, por superado el eufemismo de la ‘interrupción voluntaria del embarazo.’

A. P.- Supongo que la cuestión que plantea es decididamente muy intencionada. A nadie se le oculta que la proporcionalidad y la probabilidad de que esos embriones no lleguen a la vida es muy alta. Implantarlos –con el riesgo de que mueran ayudando a otro a nacer-, dejarlos en estado de “disponibles” para no se sabe cuándo, o abandonarlos a un destino -que le es impuesto y como tal evitable- de “dejarles morir”, son eufemismos diversos pero todos ellos convergentes en el mismo propósito: su extinción y perfecta abolición.

Este propósito –por más incruento y sofisticado que sea- se identifica con el aborto cruento, del que apenas se diferencia en sus causas y consecuencias. Puede afirmarse que la extinción o abolición absolutas de un embrión –poco importa cuánto sofisticados sean los medios de que se valgan- es siempre un absoluto aborto.

6.- Como psiquiatra conocedor del síndrome postaborto ¿cree, Dr. Polaino, que puedan existir también efectos sobre la tensión emocional de los donantes de gametos? Me refiero a si, clínicamente, se ha descrito algún caso de parejas que, una vez concluída con éxito su reproducción artificial y llegado a término el embarazo, sienten alguna clase de remordimiento por sus embriones que siguen congelados, o por los que les implantaron y no se desarrollaron. Se me hace difícil que a ninguna persona se le haya pasado por la cabeza esta “culpa”, y que no exista bibliografía científica sobre este asunto.

A. P.- Me parece haber respondido a esto en una de sus preguntas anteriores, cuando me he referido, de forma explícita, al “síndrome del donante de gametos”. Si he aludido a este síndrome es porque en la experiencia clínica –a pesar de que estos comportamientos son muy recientes- hemos encontrado algunas personas afectadas por estas perturbaciones.

Cuando estas personas consultan no sólo lo hacen urgidas por los sentimientos de culpa, sino también por la ansiedad que en forma de incertidumbre y ambigüedad acaba por instalarse en ellas. Las personas que lo padecen es como si se sintieran perseguidas por un fantasma, que es real, pero cuya presencia física no se deja objetivar y apresar.

La fantasía de los donantes que sufren este síndrome puede construir conflictos muy dolorosos de los que resulta difícil liberarse por su complejidad y ausencia de concreción y objetivación.

Hay personas que no son capaces de perdonarse a ellas mismas lo que hicieron, por lo que parecen estar condenadas a una culpabilidad inconcreta y, no obstante, espesa y de alta densidad. La única salida terapéutica para estas personas es, además del perdón, iniciar la vía de la reparación amando otras vidas, las vidas humanas de los sin poder o más desfavorecidos, como forma de restituir el daño que hicieron, muchas veces sin la suficiente deliberación, información y conocimiento.

7.- Ese egoísmo del que hablábamos en la cuarta cuestión, me hace plantearme si -acaso- no afectará, a la larga, la propia estabilidad de la pareja. Pues cuando en ambos ‘progenitores’ se manifiesta tal egoísmo, tarde o temprano los intereses de cada uno se enfrentarán. ¿No le parece?

A. P.- La vida de la pareja descansa y se fundamenta en la mutua donación y aceptación. Cualquier forma de relación de pareja, entre el hombre y la mujer, que siga la fórmula hermética e inmanente de “tú-para-mí” y “yo-para-ti” y “para-nadie-más” constituye una de las más radicales formalizaciones del individualismo.

Un individualismo en el que sólo se afirma el yo –casi siempre gigante- de uno de ellos, con desprecio del tú –un tú, casi siempre, enano- del otro. En el fondo, cada uno de ellos funda su acuerdo en el propio placer -con exclusión o no del otro- pero, en cualquier caso, sin la explícita donación al otro.

En una situación así, basta que se dé el más pequeño conflicto de intereses o placeres entre ellos para que esa interesada relación contractual -tan individual y de forma egoísta diseñada- se rompa.

8.- Lo que si parece demostrado, con bastantes casos constatados, es el síndrome que pueden sufrir los niños resultantes de las técnicas de FIV. Todos hemos visto algún caso en documentales, o leído noticias en la prensa. Adolescentes que se preguntan quiénes son sus padres biológicos. O, en Estados Unidos, “superdotados” intelectualmente, creados a partir de los gametos de progenitores con un alto coeficiente de inteligencia, preguntándose lo anterior y sintiéndose -además- fruto de una atroz eugenesia. ¿Podría, doctor, exponernos con detalle las características de este síndrome, sus consecuencias y posible tratamiento, así como algún caso real?

A. P.- No disponemos todavía de suficiente perspectiva histórica en nuestro país para hacer generalizaciones a este respecto. Las manifestaciones clínicas, conviene recordar, tienen un recorrido natural y precisan del paso del tiempo para hacerse explícitas, y aún así -por la diversidad de sus manifestaciones en la singularidad irrepetible de cada sujeto- es preciso estudiarlas en algunas personas antes de llegar a formular, a este respecto, una conclusión rotunda.

Lo que está claro es que en algunos de los niños resultantes de las técnicas de FIV, la poderosa tecnología no sólo no ha abolido el misterio humano, sino que lo ha encubierto todavía más de forma innecesaria. Y lo ha enmascarado de forma innecesaria al propio sujeto.

La persona tiene referencias irrenunciables, que son las de su propio origen, el conocimiento de los padres de quienes procede. En el caso que me cuestiona, la tecnología es tan poderosa como anónima, lo que en muchas circunstancias hace imposible la búsqueda de ese origen. Esto es lo que en verdad puede generar ansiedad, la emergencia de sentimientos de sentirse rechazado y la génesis de una autoestima muy negativa, con independencia de que sus padres biológicos dispusieran o no de buenas o malas intenciones.

Los hijos tienen derecho a saber quienes son sus padres biológicos. Este derecho se va abriendo paso en las diversas legislaciones, de forma progresiva, y llegará un día a ser aceptado de forma universal. En el caso de los hijos nacidos de forma natural y posteriormente adoptados es mucho más fácil –y menos traumático- el conocimiento de los padres biológicos. Por eso, también en ellos, es siempre más fácil ofrecerles una clara explicación acerca de lo que sucedió. Lo que sin duda alguna puede paliar el trauma que supuso tanto para ellos como para sus padres biológicos el darlos en adopción.

En el caso de los hijos surgidos de las técnicas de F.I.V., esta cuestión se torna problemática, tanto que es harto difícil ayudarles a salir de esa autoconfiguración cognitiva y emocional en que incurren acerca de ellos mismos, sobre todo si la apelación a la tecnología encubre las voluntades de quienes así lo decidieron.

Aquí, al mismo tiempo que se omiten las personas se silencian sus razones, con lo que se conculcan todavía más los derechos del niño.

9.- La Organización Mundial de la Salud demostró que, en las mujeres con aborto previo, se incrementaba significativamente el riesgo de aborto, parto prematuro o nacimiento de bebés con bajo peso. Desde luego, las intervenciones quirúrgicas que supone en una mujer el aborto causan daños fisiológicos. ¿Existen, Dr. Polaino, ciertos riesgos fisiológicos, hormonales o emocionales (desajustes, en fin) sobre la gestante, como consecuencia de la implantación de los tres embriones?

A. P.- El aborto constituye una violencia antinatural en la mujer y la mayor de las violencias posibles contra el embrión que lo padece, tanto que en ella misma le va la propia muerte. Otra cosa muy diferente es lo que sucede en el aborto espontáneo. Se confirma, una vez más, que lo natural y sencillo es único, mientras lo artificial es diverso y complejo.

El aborto voluntario es tan traumático, en sí mismo considerado, que lo frecuente es que se prolongue en un “síndrome postaborto”. Del aborto voluntario queda casi siempre en la mujer una larga y honda memoria conflictiva.

No me refiero, claro está, a la memoria psicológica, sino también a la memoria corporal. A esa memoria –todavía mal conocida- que es corporal, casi celular. Las células de nuestro cuerpo retienen y archivan la información de cualquier intervención quirúrgica o traumática.

Hoy se sostiene por algunos expertos que el cuerpo humano en su integridad no se recupera del todo de una intervención de este tipo hasta que no ha trascurrido al menos un año desde que se sufrió.

Nada de particular tiene por eso, las conclusiones científicas a que ha llegado la OMS, acerca de los numerosos desajustes sufridos en las mujeres en las que se han implantado tres embriones.

10.- Retomando la cuestión séptima, en relación a los posibles efectos psicológicos sobre los donantes de gametos, se han descrito varios síntomas del síndrome post-aborto, entre los que cabría destacar: remordimientos, culpabilidad moral y psicológica, necesidad de reparar el daño causado, depresión, tendencias a autolesionarse, alteraciones del sueño y ansiedad, ideas de suicidio, etc. En qué modo y manera podrían copresentarse estas manifestaciones, tanto en los donantes de gametos como en los padres (biológicos o legales).

A. P.- A mi parecer, esas consecuencias son más frecuentes en algunos donantes de gametos y en ciertos padres biológicos y mucho menos en los padres legales. Es posible que la razón de ello esté en que la donación de gametos constituye siempre un hecho biográfico por cuyo defecto la persona que estaba llamada a hacerse presente resulta estar ausente e incurrir en una ausencia culpable.

La donación de gametos no debiera denominarse de este modo, porque no reúne las circunstancias necesarias que son propias de la donación. La donación de gametos es una donación despersonalizada para el donante (porque se desnaturaliza y altera la constitución de la misma acción donal y del don que se regala) y despersonalizante para el aceptante (porque contraviene la ignorancia del donante y la acogida del don, lo que puede dar origen a una crisis de identidad).

11.- Stromberg, B. et all (“Neurological sequelae in children born after in-vitro fertilisation: a population-based study,” The Lancet, 2002, nº 359: 461-465) señalan que los niños nacidos por fecundación in vitro tienen un mayor riesgo de desarrollar problemas cerebrales, particularmente parálisis cerebral. Y en febrero de 2002 un equipo sueco de Uppsala, estudiando 5.680 niños nacidos por FIV, encontró un riesgo de parálisis cerebral del 3,7. Desde entonces, desde hace dos años, ¿existen estudios que corroboren este dato?

A. P.- Los datos que menciona son rigurosos y, de hecho, han sido aceptados por la comunidad científica. Esto quiere decir que esos datos satisfacen el rigor, la estabilidad y consistencia que hoy se exigen a las conclusiones científicas. Con toda seguridad, en el momento que tiene lugar esta entrevista, se estarán realizando otras investigaciones parecidas. Con independencia de que en este momento no pueda facilitarle una bibliografía más actualizada, por lo que conozco es muy posible que en breve estén disponibles otros resultados también elocuentes sobre esta misma cuestión. Lo más probable, por tanto, es que los datos anteriores queden confirmados.

12.- El psiquiatra Benoît Bayle, en su libro “L’embryon sur le divan. Psychopathologie de la conception humaine” (París, 2003) plantea los riesgos, a largo plazo, sobre la serenidad de los niños nacidos por FIV. Concretamente habla del “síndrome del superviviente”, una patología descrita en los supervivientes de los campos de concentración, con dos variantes: la culpa (sentir que otros murieron por “dejarme vivir”), la omnipotencia (sentir que se vive por ser indestructible). Ambos preocupan, pero quizás el segundo (dado el creciente egoísmo reinante en esta sociedad) más: ¿no estarán creando, los centros de FIV, niños potencialmente “omnipotentes”? Se desestructura el concepto y sentimiento familiar, se conciben niños que se sabrán no rodeados de hermanos, y “no rodeados” por el egoísmo (antropológicamente admirable e imitable) de sus padres; niños que se sienten “supervivientes superiores (seleccionados)”; niños lanzados -con esa impronta- a un mundo que -justamente- necesita lo contrario de esas anhelaciones, a un mundo que precisa amor y solidaridad... a un mundo saturado de ególatras. Doctor Aquilino Polaino, agradecería sus valoraciones.

A. P.- A mi entender, no creo que en los niños nacidos por FIV acontezca el “síndrome del superviviente” a que se refiere el referido psiquiatra. Más concretamente, me parece muy improbable que aparezcan en ellos los sentimientos de omnipotencia.

La analogía entre la vida de estos niños y la de los supervivientes a los campos de concentración me parece demasiado forzada. Incluso en aquellos niños en que los padres y los especialistas hayan sometido su proceso de decisión a una selección demasiado escrupulosa y perfeccionista, dudo mucho de que aparezcan estos sentimientos. Además, es posible que en algunos de ellos la privación de afecto y el misterio cargado de culpabilidad que rodea su origen les lleve a experimentar vivencias y sentimientos acerca de su identidad todavía más traumáticos que los experimentados por las personas que, lamentablemente, vivieron en un campo de concentración.

Es más probable, a mi entender, que esos niños se perciban como mediados por la tecnología y el egoísmo obsesivo de quienes decidieron esta forma de engendrarlos. El cálculo racionalista de sus “ancestros” a lo que se opone frontalmente es a la naturalidad espontánea del misterio de la generación humana.

De acuerdo con ello, más que de omnipotencia lo que eclosionará en ellos es el espantoso sentimiento de haber sido diseñado no según su ser natural, sino según su futura rentabilidad, tal y como otras personas concibieron y optaron por este concepto.

Este modo de proceder es lo que desnaturaliza la esencia misma de lo que es la filiación, desnaturalización que va precedida también por la de la maternidad y paternidad, de las que es mera consecuencia.

Surge así un “hombre nuevo”, tecnificado desde su origen y de espaldas a su naturaleza, condiciones éstas en las que será muy difícil sostener en el futuro el autoconcepto personal. Es obvio que si la génesis del autoconcepto se presenta como la antítesis del misterio del ser –por lo que tiene de cálculo y programación-, la autoestima del niño se quiebre. Es posible que en muchos de esos niños se oiga más tarde el grito acusador que afirma: “Por favor, haberme dejado ser quien naturalmente era. ¡Odio la tecnocracia vital que habéis hecho de mi ser! ¡Hubiera querido ser un niño normal!”

Si los niños nacidos del FIV no se sienten queridos en su origen sino seleccionados –según los criterios de la sociedad del éxito-, es muy alta la probabilidad de que tampoco se quieran a ellos mismos y, como consecuencia de ellos, no puedan querer a nadie.

Desde esta perspectiva, la emergencia del egotismo individualista y antisocial en los niños del FIV traducen tan solo el egoísmo de las voluntades de las personas que se dieron cita para decidir acerca de su origen.

El egoísmo –también en estos casos- tiende siempre a la circularidad, a repetirse a sí mismo, a cerrarse en el hermetismo de su estrecho y limitado circuito, a clausurar el estado de apertura natural que es propio de la condición humana. En definitiva, que el egoísmo constituye un perfecto y viciado bucle, que tiende a perpetuarse, y en el que el inicio y el término del mismo acaban por ser coincidentes.

13.- En El Semanal de ABC (nº 866, 30/05/04) publicaron un curioso reportaje: “La aventura de la fecundación in vitro.” En él se narra la historia de dos parejas que recurren a la FIV. Términos como obsesión, desesperación, angustia, miedo, tensión, dolor..., salpican el relato. Y quisiera transcribir el desenlace de uno de los casos recogidos: “Durante dos meses me sentí plena (Gema Ruíz se refiere al embarazo conseguido tras múltiples FIV),... iba por la calle pletórica y desafiante, como queriendo mostrar orgullosa mi embarazo... En la segunda ecografía, el médico... confirmó que el niño estaba muerto. Hubiera dado la vida por tener ayuda psicológica entonces. No sé a ciencia cierta si tuve la sensación de perder un hijo que ya conocía y quería, o si quise morirme al someterme al legrado. Lloré y lloré hasta no poder más. Era injusto... En la novena FIV, me introdujeron los cuatro embriones restantes, aunque ninguno quedó implantado en el útero y, convencidos de que el embarazo podría repetirse, pedimos un nuevo préstamo, esta vez a un banco. Nos animamos a una última fecundación, pero fue en vano. Faltaban dos meses para que yo cumpliese 40 años cuando decidimos decir: ‘¡Basta ya!’... Aquella misma noche empezamos a sentirnos libres... También hay vida sin hijos.” Como experimentado psiquiatra, imagino que conocerá casos similares, con una serie de síntomas comunes. “También hay vida sin hijos”: una frase estremecedora como colofón a decenas de embriones sacrificados por un capricho. Un capricho malogrado e “injusto”: atemoriza a qué grado puede llegar el egoísmo cuando se creé tener derecho a ser padres. ¿Qué opiniones, doctor, le merecen estos casos?

A. P.- He de manifestar que no me han impresionado los radicalizados y dolorosos relatos que ha mencionado en su pregunta. Probablemente, porque me los esperaba, tal y como los he vivido y experimentado en otras personas –doliéndome con ellas- en el escenario misterioso y realista de la consulta de psiquiatría. Sin embargo, hay muchas razones que fundamentan la fenomenología de las reacciones que transcribe.

En primer lugar, porque no se debería condicionar la paternidad hasta los extremos a que hoy se ha llegado y, todavía menos, sustituirla por un mero artificio tecnológico que hace de ella, a la postre, un artefacto añadido que no se compadece con el ser natural de la condición humana.

En segundo lugar, porque al obrar así no se recuperan los conceptos de paternidad, maternidad y filiación, sino que se enmascaran y tergiversan. Ese retorcimiento de lo que es natural, es lógico que luego a nadie deje satisfecho.

La paternidad del FIV es una paternidad-ficción, una paternidad “ad tempus”, una paternidad condicionada –por los sentimientos- y limitada –por los recursos tecnológicos-, que en su mismo principio pudo haber cambiado de trayectoria la naturaleza del nuevo ser y de la misma paternidad, como quien se cambia de chaqueta.

En tercer lugar, porque al proceder así, se sustituye la intimidad del ser de la paternidad y filiación por el gigantismo y la omnipotencia voluntarista de un “Yo” gigante –el de la persona que decide-, al que ha de someterse un “Tú” enano –la persona así concebida.

Esta alteración de la proto-relación entre el Yo y el Tú pone al descubierto que de la persona del otro, del Tú así concebido se ha hecho un medio –para satisfacer el hambre de paternidad perfeccionista y tal vez patológica de sus “ancestros”-, y no un fin.

Conviene recordar que cada persona es un fin en sí misma y tanto para los demás como incluso para ella misma; que nadie puede tomar al otro como medio, porque no es un medio sino un fin en sí mismo. Y nadie puede arrogarse el “derecho” a recuperar y reponer de nuevo el obsoleto e injusto concepto de esclavitud, aunque ahora se entienda en esta nueva edición desde la perspectiva de la mera biología y el desarrollismo tecnocrático.

En cuarto lugar, porque el don que significa la vida humana es por sí mismo suficiente para lograr la felicidad personal. Subrogar o condicionar la felicidad personal al artefacto del “don” forzado de la filiación artificial –FIV-, constituye un grave atentado a la gratuidad del don de la vida, al que se vacía de significado.

Insisto en que ese don espléndido y maravilloso que es la vida humana –único, singular, irrepetible, insustituible, incognoscible y no programado-, es suficiente para alcanzar la felicidad, para experimentarse –no sin asombro ante el misterio- como ¡un ser que se encuentra existiendo!

Por último, en quinto lugar, porque por mucho que se “produzca” de forma artificial el ser humano –aunque técnicamente se pudiera-, jamás desvelaremos el misterio que en él anida. Lo propiamente humano, lo que está más de acuerdo con nuestra condición es una actitud de asombro y reverencia ante el ser personal, como manifestación explícita de respeto y constatación de su inabarcabilidad e incognoscibilidad. Es en el misterio –y su aceptación- donde reside la grandeza del ser humano, más allá de los límites y condicionamientos en él insitos.

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Jesús Romero-Samper


 

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