Introducción
Recientemente Bélgica se ha sumado a la letal iniciativa
holandesa y ha despenalizado la eutanasia (a petición del paciente): las
sucesivas modificaciones de la Ley (cada vez más permisiva respecto al aborto,
la eutanasia y la manipulación o destrucción de embriones) son a la vez
consecuencia y causa del creciente desprecio hacia la vida humana que
experimenta Occidente (y muy especialmente hacia la vida, la dignidad y las
personas humanas débiles, enfermizas, dependientes o discapacitadas).
Por un lado, son consecuencia directa de la progresiva imposición de la
denominada "cultura de la muerte". La Ley se modifica bajo la
apariencia de una mera y deseable ampliación de los derechos y las libertades de
los ciudadanos; pero lo cierto es que estos cambios requieren, no sólo un
profundo cambio de mentalidad por parte de la sociedad en general, sino la
destitución previa de los presupuestos antropológicos sobre los que descansa
Occidente. No hubiera sido posible llegar a despenalizar el aborto sin negar la
condición de "persona humana" del embrión, es decir, sin asumir
que:
- No todos los seres humanos son personas
- No todas las personas son iguales en dignidad
y derechos
- Es lícito acabar con la vida de un ser humano
en determinadas circunstancias (y, lo que es más grave, que los propios
padres pongan fin a la vida de sus hijos).
- La dignidad es relativa: está sujeta a la
"calidad de vida" y a la capacidad de manifestar y desarrollar las potencias
propias de los seres humanos sanos (autoconciencia, libertad, "autonomía",
racionalidad,...).
- La dignidad es "subjetiva": depende del
juicio y la percepción que cada cuál tenga de sí mismo y de su propia
vida.
- La "calidad de vida" es el bien absoluto al
que deben servir todos lo demás bienes, de modo que es lícito acabar con la
vida de determinadas personas con el fin de garantizar el bienestar de los
supervivientes.
Es evidente que el levantar la prohibición del
aborto o la eutanasia no surge de una actitud "neutral" por parte del Estado, ya
que asume una ideología concreta e incompatible con aquellas que presuponen que
todos los seres humanos son iguales en dignidad y derechos y que es la misma
vida humana (que, dicho sea de paso, se inicia en el momento de la concepción)
la que fundamenta la dignidad.
La introducción de estos profundos cambios
en los fundamentos del Derecho y de la vida social, nos sitúa en una espiral de
pendiente descendente y resbaladiza, que conduce inevitablemente a la aceptación
de la eutanasia (voluntaria o no), el suicidio y la instrumentalización de
personas humanas (manipulación de embriones).
Pero la despenalización de
la eutanasia no es sólo un signo de esta grave crisis de valores: es también uno
de los factores que contribuyen a su difusión y consolidación. El efecto
"educador" de la Ley tiene por consecuencia que los ciudadanos perciban como
bueno y lícito aquello que está amparado, permitido o no prohibido por
ella.
Argumentos a favor de la
eutanasia Al igual que
sucedió con el aborto, el proceso que conduce a la despenalización (y posterior
legalización) de la eutanasia se inicia con una audaz campaña mediática que
tiene por objeto transformar radicalmente la conciencia social, inclinando la
opinión pública hacia la aceptación de la eutanasia (o el aborto o la
manipulación de embriones en su caso). La experiencia muestra que, para lograr
este generalizado cambio de parecer, es preciso engañar, confundir y manipular
no sólo las ideas sino también los sentimientos de los ciudadanos.
La
eutanasia se propone, por un lado, como única alternativa al ensañamiento
terapéutico y, por otro, como única salida al dolor intratable del
enfermo terminal. Es por eso que muchas personas identifican erróneamente el
rechazo al ensañamiento terapéutico con la eutanasia y el rechazo a la eutanasia
con la justificación del ensañamiento terapéutico o la insensibilidad hacia el
sufrimiento del paciente. De este modo llegan a la desviada conclusión de estar
a favor de la eutanasia. Para aclarar estas confusiones veamos, antes de
continuar reflexionando acerca del tema que nos ocupa, qué opciones hay a la
hora de atender (o desatender) un enfermo terminal y qué valoración ética merece
cada una de ellas
Conceptos
relacionados EUTANASIA (o eutanasia occisiva): acción
(eutanasia activa) u omisión (eutanasia pasiva) encaminada a
dar la muerte de una manera indolora a los enfermos incurables con la intención
de poner fin a su sufrimiento.
La eutanasia es inaceptable desde todos
los puntos de vista (ya que vulnera el imperativo universal de "no
matar") pero es especialmente perverso que se pretenda encargar su práctica
a los médicos, ya que el principio fundamental de su código deontológico es no
dañar (y, por supuesto, no matar) a los pacientes.
DISTANASIA ("ensañamiento
terapéutico" u "obstinación terapéutica"): adopción de medidas
desproporcionadas para mantener las funciones vitales de un paciente
moribundo.
Esta actitud terca y visceral es rechazada por el sentido
común y también por el código deontológico médico: se considera una mala
praxis (ya que alarga la agonía del paciente pero no permite ni salvarle la
vida ni mitigar su sufrimiento). La alternativa a la distanasia no es la
eutanasia sino, sencillamente, la no adopción de estas medidas extraordinarias
y fútiles.
ADISTANASIA: omisión o retirada de medios
extraordinarios o desproporcionados para prolongar artificialmente la vida a
un enfermo terminal. Consiste en dejar morir en paz (y como consecuencia de su
enfermedad) al paciente que no tiene esperanzas de sobrevivir de un modo
natural. Se contrapone a la distanasia (es decir: es el no tomar esas medidas
desproporcionadas que alargan sin sentido la vida del
moribundo).
EUTANASIA LENITIVA: es la situación en que
la muerte del paciente sobreviene o se adelanta como consecuencia de las
medidas adoptadas para mitigar sus sufrimientos y dolores
ORTOTANASIA: es la muerte a su tiempo (sin acortar la
vida ni alargarla artificialmente mediante medios extraordinarios o
desproporcionados).
De estas cinco opciones, las dos primeras resultan
inaceptables. La actitud médica debe tender a la ortotanasia y proporcionar en
todo momento los cuidados paliativos pertinentes (muy especialmente el
tratamiento del dolor) aunque éstos últimos puedan comprometer razonablemente la
vida y la conciencia del enfermo terminal (eutanasia lenitiva).
Hoy por
hoy, es posible (y obligado) tratar el dolor y evitar el ensañamiento
terapéutico sin recurrir a la eutanasia, de modo que me atrevo a tildar de
malintencionadamente engañosos los argumentos que se utilizan para volver la
opinión pública favorable a la eutanasia. La alternativa a la distanasia es la
adistansia (pero NO la eutanasia); y la alternativa a no tratar adecuadamente el
sufrimiento del enfermo terminal, son los cuidados paliativos (pero NO la
eutanasia).
En general, la cultura de la muerte impone sus mandatos de un
modo especialmente perverso: no es que logre que el aborto o la eutanasia sean
"males tolerados" que aceptamos con resignación; es que consigue que
sean vistos como un bien; más aún, como una exigencia moral: por compasión hacia
el que está pasando un mal momento, cualquier medio es válido con tal de aliviar
su sufrimiento (no importa que el precio sea una vida
humana).
Intentos de
fundamentar la legitimidad de la eutanasia El supuesto derecho a una "vida digna" y los
intentos de garantizarla
A menudo se defiende la eutanasia como sinónimo
de "muerte digna" y se plantea ésta última como un derecho que el
estado debe garantizar. Este supuesto "derecho a una muerte digna"
arranca del también "supuesto" derecho a una vida digna. Y digo
"supuestos derechos" de un modo insistente porque no es riguroso
afirmar que la vida, la vida digna, la salud o la muerte digna sean
derechos.
Cuando hablamos del "derecho a la vida", en realidad,
deberíamos decir "derecho a que nadie atente contra nuestra vida o nos la
arrebate". En el caso del "derecho a una vida digna" deberíamos
hablar del "derecho a que nadie atente contra nuestra integridad física,
psicológica y moral o nos someta a unas condiciones de vida indignas"; en
el caso del derecho a una "muerte digna" deberíamos hablar más bien del
derecho a ser atendidos y cuidados como personas humanas en el momento de la
última agonía.
Estas matizaciones pueden parecer impertinentes e
innecesarias ya que, por un lado, resulta ofensivo dudar de que la gente pueda
tener dificultades para entender lo que realmente se quiere decir con este modo
de hablar (es evidente que con la expresión "derecho a la salud" se
hace referencia al derecho a ser convenientemente atendidos en caso de
enfermedad ya que la salud no puede plantearse como un derecho por razones
obvias); por otro lado, parece que la rigurosidad en el lenguaje no es algo tan
trascendente como para insistir en ello de un modo tan obsesivo.
Pero lo
cierto es que mucha gente no percibe la imposibilidad de adjudicar a la vida (o
a la vida digna) el estatuto de "derecho" y que cuanto más sutiles son
los errores de partida, más graves son las consecuencias que de ellos se pueden
derivar.
La dignidad ontológica de las personas humanas se desprende del
mero hecho de ser lo que somos: seres humanos; esta dignidad es la misma para
todos, en todos los momentos y circunstancias de nuestra vida, no podemos ni
perderla ni ganarla, incrementarla o disminuirla y, por supuesto, no está sujeta
a las condiciones o la calidad de vida.
Entonces... ¿qué se
entiende por vida digna? Si partimos de la base de que todas las
personas son iguales en dignidad con independencia de todas las variables inter
o intraindividuales, no tiene sentido el hablar de "vida digna" sin más
(puesto que la persona no puede perder o renunciar a su dignidad; todas las
vidas humanas son igualmente dignas); de lo que sí podríamos hablar es de las
condiciones de vida, que pueden ser más o menos acordes y respetuosas con la
dignidad y los derechos de la persona.
Pero la mentalidad pro-eutanasia
(o, en términos más generales, la "cultura de la muerte") niega que la
dignidad de la persona humana resida en el mero de hecho de "ser": al
contrario: equipara la dignidad de la persona humana a la "calidad de
vida", al "bienestar" (es decir: a la "dignidad" de sus
condiciones de vida), de modo que no todas las personas serían igualmente dignas
(ni la dignidad de una misma persona sería constante a lo largo de su vida). Una
persona sería tanto más digna cuanto mayor fuera su calidad de vida. Bajo este
prisma, el hablar de "vida digna" tiene un significado muy distinto al
que esgrimíamos antes: ciertamente, habría vidas más dignas que otras.
Simultáneamente, establecen un nivel crítico de calidad de vida que
permitiría distinguir entre las vidas satisfactoriamente dignas (seres humanos
con dignidad o, lo que es lo mismo: "personas" dignas) y las
insuficientemente dignas (o vidas indignas, "sin valor": seres humanos
sin dignidad). El error de fondo de este planteamiento es identificar la
"dignidad de las condiciones de vida" con la "dignidad de la
persona humana" (una vez más, se trata de un sutil matiz).
Para no
escandalizar ni asustar a la opinión pública, continúan afirmando que todas las
personas humanas tienen dignidad: pero para llegar a esta conclusión partiendo
de la distinción entre vidas dignas y vidas indignas deben hacer la siguiente
afirmación: sólo son personas aquellos seres humanos cuya vida supera un mínimo
de calidad (es decir, cuya vida es digna); el resto, son seres humanos pero no
personas. En este caso, es la dignidad (es decir, la calidad de vida) lo que
fundamentaría la vida propiamente humana (el ser persona) y no la vida humana
(es decir, el ser persona) el fundamento de la dignidad.
Pero el
planteamiento pro-eutanásico va mucho más allá: establece que el "derecho a
una vida digna" es literal: todo el mundo debe poder exigir una existencia
digna (es decir, en condiciones dignas). Pero plantean este derecho al revés
(como el negativo de una fotografía) y afirman que todos tenemos derecho a no
vivir una vida indigna (que no es exactamente lo mismo que afirmar que todos
tenemos derecho a vivir una vida digna).
La diferencia estriba en que,
en este último caso, si realmente la vida digna es un derecho, es
responsabilidad de todos el lograr que las personas cuya vida se encuentra por
debajo del nivel crítico de calidad, superen ese límite establecido. Pero si lo
que hay que garantizar es el derecho a no vivir en unas condiciones de vida
indignas, entonces resulta muy eficaz el poner fin a las vidas consideradas
indignas.
En este contexto, la "muerte digna" sería aquella
muerte sin dolor que pone fin a una vida indigna (y que permite hacer valer el
derecho de vivir sólo en condiciones dignas).
Además, este último acto
eutanásico no sería considerado una vulneración del derecho fundamental a la
vida puesto que al tratarse de seres humanos sin dignidad, no se trata de
personas humanas y, por tanto no serían sujeto de derechos que fuera preciso
respetar. En este punto, el planteamiento pro-eutanásico entra en contradicción,
porque si realmente no se vulnera el derecho a la vida debido a que el ser
humano candidato a la eutanasia no es persona y, por tanto, carece de derechos,
no tendría sentido el plantear la eutanasia como un derecho.
El único
modo de garantizar a las personas que su vida siempre será digna (es decir, en
condiciones acordes a su dignidad), es privarlas de la vida en cuanto sus
limitaciones humanas les impidan superar el nivel crítico de calidad. Es un modo
muy peculiar de garantizar el derecho a una vida digna: "la vida humana, o
será digna, o no será". No siempre está en nuestras manos el proporcionar
unas condiciones de vida dignas, pero siempre disponemos de la posibilidad de
poner fin a las vidas "indignas".
Consecuencias de la despenalización y/o la legalización de la
eutanasia Como ya he dicho al
empezar, la despenalización de la eutanasia no es sólo el fruto de la imposición
de la cultura de la muerte, sino que es también semilla de grandes
males:
Por un lado, es indiscutible que adoptar la eutanasia (y el
aborto) como una opción médica legítima para acabar con determinadas
enfermedades o con el sufrimiento que éstas generan, frena la investigación y el
avance de la medicina: lo que impulsa la investigación y el desarrollo de nuevas
terapias son las enfermedades y los síntomas que todavía no sabemos curar o
paliar satisfactoriamente: si optamos por eliminar tranquilamente a los enfermos
que nuestra ignorancia no nos permite curar... ¿para qué intentar buscar medios
que nos ofrezcan alternativas a lo que consideramos una opción lícita y de
eficacia insuperable?
La eutanasia y el aborto inducen la mentalidad
eugenésica: es decir, la legitimación de eliminar a las personas enfermizas,
deficientes, discapacitadas o "inútiles", previa negación de su
condición de personas humanas, de su dignidad y de sus derechos.
La
generalización de la eutanasia (así como el hecho de que sea aceptada como un
bien) contribuye a fortalecer la percepción de que una vida con dificultades,
limitaciones y padecimientos no merece la pena ser vivida. Esto se materializa
en un incremento de la eutanasia voluntaria (percepción de que la propia vida no
merece la pena ser vivida) e involuntaria (convicción de que la vida mermada de
determinados pacientes o parientes carece de valor).
El incremento de la
demanda de eutanasia voluntaria se produce como consecuencia de la percepción de
que la propia vida no merece la pena ser vivida y también como consecuencia de
la presión social, que puede llevar a un enfermo crónico sumamente dependiente a
sentirse culpable por no solicitar la eutanasia y aliviar de este modo a los
familiares que deben hacerse cargo de él. Esta consecuencia de la eutanasia me
preocupa y me indigna de un modo especial: los efectos negativos que la
despenalización de la eutanasia tiene sobre los enfermos crónicos, incurables,
dependientes o terminales deberían constituir un motivo suficiente para no
despenalizarla.
El incremento de la eutanasia involuntaria también es
consecuencia de dos efectos: por un lado, la vida de muchos enfermos terminales
o crónicos puede ser juzgada por los familiares o los médicos como una de esas
vidas "sin valor" candidatas a la eutanasia. En caso de que el enfermo no se
encuentre en condiciones de manifestar su voluntad, pueden ser terceras personas
las que lleguen a la conclusión de que, con toda certeza, si el paciente pudiera
comunicarse, solicitaría la eutanasia. Por otro lado, el médico que ha
practicado una sola eutanasia, tiene dos opciones: o pensar que ha matado a un
paciente (cosa que no suele ser nada fácil de asumir) o que ha obrado con
rectitud: convencerse de esto último resulta mucho más satisfactorio y, además,
la presión social lo favorece en gran medida. Pero un médico convencido de que
la eutanasia es una opción médica legítima, es un peligro, porque cada vez le
costará menos reconocer, en el rostro de los enfermos, a un candidato que puede
beneficiarse de su eficaz y definitiva medicina.
La vinculación de la
eutanasia a la profesión médica corrompe la relación médico-paciente, basada en
el respeto y la confianza. Pretender que los médicos lleven a cabo la eutanasia
supone vulnerar el principio más fundamental de la medicina (primum non nocere)
y modifica sus objetivos clásicos (curar, paliar y consolar al enfermo). La
actitud eutanásica es válida en veterinaria ("muerto el perro, muerta la
rabia", ya que puede ser prioritario matar al perro para acabar con la
rabia) pero no en medicina: no es legítimo poner fin a la vida de los enfermos
para erradicar la enfermedad y garantizar la salud o la calidad de vida de los
supervivientes.
Conclusión La
cultura de la muerte le ha arrebatado al hombre su excelente y suprema dignidad.
Y lo ha hecho precisamente en la sociedad que más alardea de garantizar el
respeto a los derechos y a la dignidad de las personas. Lo más impresionante es
que nadie parece haberse dado cuenta de ello o, por lo menos, nadie parece darle
demasiada importancia. Parece irrelevante que, a fin de poder justificar el
aborto o la eutanasia, se niegue la igualdad en dignidad y derechos de todos los
seres humanos o que todos ellos sean personas.
La imposición de la
cultura de la muerte, que viene marcada por la sublimación del éxito, la
autonomía, la autoafirmación, la imposición continua de la propia voluntad y la
satisfacción inmediata de todos los deseos conduce, a medio plazo, a la
aceptación del divorcio, el aborto, la manipulación, destrucción e
instrumentalización de embriones, la eutanasia, la eugenesia y el
suicidio.
La cultura de la muerte fundamenta la dignidad de la vida
humana en el bienestar y la calidad de vida, de modo que los seres humanos cuya
vida se encuentra por debajo de un cierto nivel crítico de calidad, no son
considerados personas humanas y, por lo tanto, carecen de dignidad y de
derechos.
La cultura de la muerte no tolera la imperfección, ni el
sufrimiento, ni el dolor, ni la contrariedad, de modo que opta por erradicarlas
a toda costa, incluso al precio de eliminar a las personas que sufren o nos
hacen sufrir a causa de sus incurables limitaciones.
Admitir el aborto
conduce a la despenalización de la eutanasia, puesto que es incomprensible que
se permita acabar con la vida del propio hijo y no se permita poner fin a la
propia vida.
A su vez, la eutanasia conduce al suicidio, ya que la
justificación filosófica de la eutanasia es que una vida con poco grado de
bienestar, no es una vida digna, de modo que no se trata de una vida propiamente
humana y, por tanto, puede ser eliminada sin reparos. Otra forma de justificar
la eutanasia es alegando el derecho a la autonomía y la autodeterminación (es
decir, el derecho de hacer con nosotros mismos lo que nos plazca). En ambos
casos, no es posible limitar el "derecho a poner fin a la propia vida"
a las situaciones de grave enfermedad, porque hay muchas circunstancias que
comprometen la calidad de vida y, en último término, el único que podría juzgar
el grado de bienestar de una vida y si merece la pena o no ser vivida, sería uno
mismo.
El aborto termina con la vida incipiente; la eutanasia, acaba con
los mayores de la sociedad y con las personas más débiles y dependientes; la
fecundación in vitro y la eugenesia seleccionan a los sanos y eliminan los
"defectuosos" y el suicidio permite poner fin a la propia vida a los
que constatan su imperfección o se sienten fracasados,... ¿quien sobrevivirá la
letal peste que difunde a sus anchas por occidente?
La cultura de la
muerte no sólo amenaza Occidente por una cuestión demográfica: la persistencia
de una cultura a lo largo del tiempo, exige tres cosas: por un lado, que haya
alguien a quien transmitir esa cultura; por otro, que haya una cultura que
transmitir y, por último, que haya alguien capaz de transmitirla.
La
cultura de la muerte compromete los tres requisitos, ya que:
- Deja a Occidente sin descendencia a
consecuencia del aborto y del rechazo a la vida (en nombre del bienestar y la
comodidad).
- La eutanasia y el suicidio eliminan a personas
clave a la hora de trasmitir valores y cultura.
- Los valores implícitos en la aceptación del
aborto, la eutanasia y demás, son antagónicos e incompatibles con los
principios sobre los que la cultura occidental ha descansado y fructificado
(básicamente, con la atribución de una elevadísima dignidad a la persona
humana y con el presupuesto de que todas las personas son iguales en dignidad
y derechos por el mero hecho de ser seres humanos).
Estoy convencida de que la cultura de la muerte
causará estragos en Occidente (de hecho, ya los está causando, aunque los
verdugos y sus víctimas son muy silenciosos y los estremecedores crímenes pasan
desapercibidos). Pero también estoy convencida de que la cultura de la muerte
acabará por autodestruirse; es más, no creo que le dé tiempo a tanto, porque la
cultura de la vida surge con fuerza allí donde la vida misma está más amenazada,
mientras que la cultura de la muerte surge allí donde hay bienestar y calma.
Después de muchos años de tranquilidad y aparente seguridad (en las que nos
hemos ido olvidando de la necesidad de velar sin descanso por las vidas humanas)
la vida vuelve a estar gravemente amenazada en Occidente y, aunque la amenaza es
un mal (sobretodo cuando se lleva a cabo) permite recobrar la conciencia del
valor de aquello que puede llegar a perderse.
Además, a medida que la
sociedad se va percatando de la gravedad de la situación, surgen instituciones,
movimientos, personas y grupos de trabajo dedicados con esmero a trabajar por la
defensa de la vida y la dignidad de la persona humana. Realmente hay mucho que
hacer tanto en el campo de la medicina y la investigación como en el de la
asistencia social, la ayuda a las familias, la difusión de información y la
educación, entre otros muchos.
La seria amenaza que supone la cultura de
la muerte para el conjunto de la sociedad debe preocuparnos, pero no
desesperarnos, puesto que, así como la cultura de la vida puede persistir
eternamente, la cultura de la muerte acaba por destruirse a sí misma. ·- ·-· -···
···-·
María Valent
Recomiendo especialmente la página
http://muertedigna.org
1- La Eutanasia: un estudio general, Adolfo J. Castañeda http://www.arbil.org/(30)euta.htm
2- Cómo refutar los argumentos a favor de la eutanasia y el suicidio
asistido http://www.arbil.org/(40)euta.htm
3- Derecho a la vida y eutanasia, Pablo Nuevo http://www.arbil.org/(16)nuev.htm
4- La eutanasia, una pasión mortal, Dr. Gonzalo Herranz http://www.muertedigna.org/textos/euta211.html
5- Los médicos y la eutanasia, Dr. Gonzalo Herranz http://www.muertedigna.org/textos/euta29.html
6-
Las razones médicas contra la legalización de la
eutanasia http://www.muertedigna.org/textos/euta225.htm
7- El respeto
debido a la debilidad, Dr, Gonzalo Herranz
8- ¿Hacia una legalización de
la eutanasia voluntaria? Reflexiones acerca de la tesis de la autonomía (Dr. E.
Montero)
9- Eutanasia versus Cuidados Paliativos (Dr. J. Marigorta)
10- El "Testamento vital". Complicadas instrucciones de uso (R. Serrano)
11- Eutanasia, la muerte dulce (Card. D. Tettamanzi)
12-
Aspectos éticos en la situación terminal de enfermedad (J. Vega)
13-
Eutanasia y Distanasia- aspectos legales y deontológicos (P. Martínez Baza y J.
Vega)
14- Muerte a petición- ¿caridad o crimen? (Dr. Hans
Thomas) Reflexiones sobre la filosofía de Anselm Winfried Müller
15-
Eutanasia- ¿son igualmente legítimas la acción y la omisión? (Dr. Hans Thomas)
16- La forma holandesa de morir (ed. The Wall Street Journal) Cómo se
ha llegado en Holanda a la fácil aceptación de la eutanasia por parte de la
clase médica
17- Ayudar y ser ayudados a cualquier edad (Millán Puelles)
18- Terminología acerca de la Eutanasia (Javier Vega) Breve
explicación terminológica
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