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Ahí está España / mejor tierra no la hay en toda Europa (Joxe Mari Iparragirre (1877 ))
¡Oh patria! Cuántos hechos, cuántos nombres;
cuántos sucesos y victorias grandes...
Pues que tienes quien haga y quien te obliga,
¿Por que te falta, España, quien lo diga?

[Lope de Vega, La Dragontea ]


Paradójica opinión de los españoles sobre la inmigración.

por Jorge García Contell

La paz social y la armónica convivencia se ponen a prueba y en riesgo cuando una nación recibe en su seno un desproporcionado contingente de individuos ajenos a su órbita cultural y, en gran medida, procedentes de una civilización hostil con la que es inviable cualquier alianza.

El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha publicado los resultados de su sondeo mensual, denominado barómetro, el cual muestra que sigue creciendo la preocupación de los españoles por el incesante flujo migratorio que España recibe.

Hasta tal punto es así, que ya figura como el segundo mayor problema de nuestra sociedad, sólo superado por el desempleo.

En principio no deja de sorprender que el pueblo llano ose discrepar del discurso oficial unánime que predica la bondad, y hasta la necesidad, de que el tercer mundo se vacíe de población joven que es tanto como decir de fuerza productiva y posibilidades de desarrollo futuro.

Extraña que los españoles lleven su discrepancia hasta el punto de considerar el fenómeno de la inmigración masiva como un problema; un problema mayor que los que plantean el terrorismo, la vivienda, la situación económica, y la educación.

En pleno “apogeo” de la multiculturalidad y del relativismo igualitario, chirría con estridencia que un 60% de españoles crea que entre nosotros viven demasiados extranjeros y que un 85% se oponga a aceptar más inmigrantes que no traigan entre su equipaje un previo contrato de trabajo.

Los españoles, se diría, han constatado a lo largo de la década 1995 / 2005 que es absurdo acoger mano de obra que no responde a las necesidades del tejido económico español y más irracional todavía seguir recibiendo diariamente nuevos recién llegados cuando ya un tercio de los inmigrantes están desempleados, amén de 1.800.000 españoles en igual situación.

Según los datos del CIS, la mayoría opina que antes de permitir la entrada en España de un extranjero se ha de atender a determinadas condiciones subjetivas, por ejemplo: la adecuación de su capacitación laboral a las necesidades nacionales, su nivel educativo, su dominio de la lengua española y su procedencia de un país cristiano, criterios todos ellos alejados del “buenismo” solidario que hoy triunfa en las instancias oficiales y en los libros de estilo de los medios de comunicación.

En tales términos sería factible predicar de nuestros compatriotas que reprueban la verborrea multicultural, determinan que los hombres no somos exactamente iguales unos a otros y que la paz social y la armónica convivencia se ponen a prueba y en riesgo cuando una nación recibe en su seno un desproporcionado contingente de individuos ajenos a su órbita cultural y, en gran medida, procedentes de una civilización hostil con la que es inviable cualquier alianza.

Comprobamos que un 47% afirma que la inmigración determina descensos salariales y un 68% considera que los españoles humildes resultan económicamente damnificados por el aluvión migratorio, a diferencia de los acomodados.

Podríamos concluir a la vista de los datos del CIS que la opinión pública española ha comprendido finalmente la lógica de la economía liberal, fría cual hoja de cuchillo, en la que una sobreabundancia de trabajadores no cualificados deteriora necesariamente sus condiciones laborales, con independencia de su nacionalidad, y beneficia exclusivamente a las empresas que los contratan.

Por último, dado que un 50% de los ciudadanos cree que deberían de ser expulsados del territorio nacional los extranjeros que cometiesen cualquier delito y hasta el 79% en caso de delitos graves, podríamos llegar a pensar que se nos ha hecho evidente, al fin, la necesaria ilación entre deficiente capacitación laboral, imposible asimilación cultural, marginalidad y delincuencia.

Si nos detuviésemos en este punto los resultados del sondeo de opinión podrían interpretarse en clave contestataria y hasta subversiva pero, muy a nuestro pesar, las preguntas del CIS prosiguen y las respuestas de los españoles contradicen sus precedentes.

Recordemos que un 68% piensa que la inmigración empobrece más a los españoles que ya son pobres, pero paradójicamente, en proporción muy similar del 65%, repite una de las consignas oficiales: “los inmigrantes ocupan puestos de trabajo para los que no hay mano de obra suficiente” . Si esta última fuese cierta no existiría competencia y en tal caso no se produciría el efecto indeseable de la previa aseveración; ambas pueden ser susceptibles de discusión, pero evidentemente no a un mismo tiempo.

Y las incongruencias continúan: si un 60% de los españoles afirma que ya hay demasiados inmigrantes, un 73% defiende el derecho de los ya establecidos a traer sus familias. Aunque un 59% sostiene que a cualquier país conviene que las mismas costumbres y tradiciones sean compartidas homogéneamente por su población, un 72% afirma, con aparentes síntomas de esquizofrenia, que es bueno que los inmigrantes mantengan su lengua y sus costumbres.

¿Existe explicación razonable para estas reiteradas contradicciones? Aventuramos varias, todas ellas posibles y ninguna desechable a priori.

1) Los españoles formamos una nación de enajenados, sin criterios formados y ajenos a las reglas esenciales del pensamiento lógico occidental. Abona esta tesis una de las contestaciones ofrecidas a preguntas del CIS sobre otras materias: un 80% se declara creyente católico, pero un 50% jamás participa en el culto de la religión que afirma profesar.

2) El CIS ha seleccionado una extraña muestra para realizar sus entrevistas. Sólo un 19% de los encuestados responde afirmativamente cuando se les pregunta si viven en pareja, dato muy chocante cuando hay un 58% de casados frente a un 42% de solteros, viudos, separados y divorciados.

3) Una gran parte del pueblo español en la actualidad se debate entre la sinceridad espontánea y la forzada corrección política cuando se trata de opinar acerca de materias espinosas, como la inmigración.

Combínese esta posibilidad con un dato objetivo de la propia encuesta: mientras que un 40% sitúa la inmigración entre los tres principales problemas que España sufre, sólo un 13% la identifica como problema propio, personal y subjetivo. Anotamos al margen que, de ser correcta esta tercera interpretación, forzosamente admitiremos que los españoles somos más altruistas y solidarios con los extranjeros que con nuestros propios compatriotas.

Quienes estamos convencidos de asistir en España a una trágica sucesión de errores en materias muy diversas, la inmigración entre ellas, tememos que en sucesivas ediciones del barómetro del CIS se incremente el porcentaje de aquellos que se sienten perjudicados por el fenómeno.

Y, posiblemente, arreciará entonces el discurso mediático que la globalización dicta: “crece la xenofobia” , nos dirán. Malo sería que los que siempre nos han mentido permanecieran mañana contumaces en el embuste. Pero mucho peor sería que estallara entre nosotros una rebelión norteafricana y en las calles de España ardieran por doquier las hogueras de la falsa integración. Algo entienden los franceses sobre esta materia.

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Jorge García Contell



 

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