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¡Oh patria! Cuántos hechos, cuántos nombres;
cuántos sucesos y victorias grandes...
Pues que tienes quien haga y quien te obliga,
¿Por que te falta, España, quien lo diga?
[Lope de Vega, La Dragontea ]
¿Es Dios el fundamento último en la filosofía personalista de Mounier?
por
Alberto Álvarez Alonso
Mounier es una persona profundamente cristiana que despierta en todo aquel que se acerca a su vida y su obra un gran respeto y admiración. Ha sido una isla dentro del anticlericalismo francés y un personaje con un gran compromiso ético-social. No obstante, desde un punto de vista creyente, cabe hacer algunas observaciones a su pensamiento que nos plantean algunos interrogantes. Centrémonos en la categoría clave de su filosofía : su noción o definición de persona.
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Mounier comparte la centralidad e importancia del concepto
persona con la tradición cristiana, aunque en esta definición no se nombre a
Dios como fundamento último:
“Una persona es un ser espiritual constituido como tal
por una manera de subsistir y de independencia en su ser, ella mantiene esta
subsistencia por su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados,
asimilados y vividos por un compromiso responsable y una constante conversión;
ella unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla a golpes de
actos creadores la singularidad su vocación.”
Vemos como en esta célebre definición contenida en el “Manifiesto
al servicio del personalismo”, de entrada no aparece la relación con Dios como
constituyente de la realidad personal. Para un cristiano es imposible separar
la fundamentación de la dignidad personal de la relación con Dios .Es en esta
última en la que aquélla se sostiene.
Una vez constatada la ausencia de Dios en la definición de
persona, cabría preguntarse entonces qué significa que ésta sea un “ser
espiritual”. El filósofo responde a esta cuestión de la siguiente manera:
“¿Qué es, pues para nosotros lo espiritual? Esta es nuestra
jerarquía de valores: primacía de lo vital sobre lo material, primacía de los
valores de la cultura sobre los valores vitales; pero primacía, sobre todos
ellos, de esos valores accesibles a todos en la alegría, en el sufrimiento, en
el amor de cada día, y que, conforme a las definiciones de los vocabularios,
llamaremos –dando a las palabras una fuerza que las libre de su vulgaridad-
valores de amor, de bondad, de Caridad.”
Para Mounier esta espiritualidad se manifiesta cuando la persona
se adhiere libremente a un sistema de valores, siendo a la vez esta libre
adhesión la que constituye a la persona como realidad espiritual. Pero, desde
una lectura creyente que fundamenta la dimensión espiritual de la persona en la
filiación de Dios, resulta sorprendente ver como un hermano en la fe, la
fundamenta en la adhesión a una escala de valores libremente adoptada. Es más,
para nuestro autor no parece necesario que el absoluto Dios fundamente dicha
escala, afirmando en este sentido que:
“Esta escala dependerá intrínsecamente, para algunos de
entre nosotros, de la existencia de un Dios trascendente, y de unos valores
cristianos, sin que otros compañeros, la consideren como cerrada por arriba”
La escala de valores del cristiano viene definida por Cristo.
Es Dios hecho carne quién asumiendo el amor, la vida, la verdad, la justicia o
la solidaridad da valor último y definitivo a estas realidades .Dios es su
fundamento último. Desde otro punto de vista que no sea el creyente estas
realidades tienen un valor relativo, por lo que corren el peligro de
supeditarse a otros ciegos intereses que rigen la vida del ser humano.
Para el filósofo Carlos Díaz (presidente de la Fundación Emmanuel Mounier en España y una de las personas que mejor conoce el pensamiento de
este filósofo francés) que la persona sea definida como ser espiritual quiere
decir lo siguiente:
“Con su descripción de la persona Mounier se está
refiriendo a ella como un ser espiritual, es decir dotado de una vocación de
eternidad, pues todos queremos perseverar, que no nos olviden como queda
olvidada al borde del camino una flor marchita.”
Si es esto lo que Mounier quiere decir cuando habla de ser
espiritual, es decir , ser dotado de una vocación de eternidad, cabría apuntar
que el ser humano, desde un punto de vista creyente, no solamente quiere vencer
el olvido, sino también el vacío, la desaparición ontológica. Sin la referencia
a Dios, la dimensión espiritual de la persona que nos propone Mounier queda
demasiado pobre y vacía de contenido para un creyente:
“La persona es en todo hombre una tensión entre sus tres dimensiones
espirituales: la que sale de lo bajo y se encarna en un cuerpo; la que se
dirige hacia lo alto y lleva a lo universal; la que se dirige hacia lo extenso
y lleva hacia la comunión .vocación, encarnación, comunión son las tres
dimensiones de la persona”
¿Por qué la dimensión que lleva hacia lo alto no lleva a
Dios? Es paradójico que ninguna de esas tres dimensiones espirituales lleve a
Dios. Al no mencionar esta dimensión espiritual de la persona como apertura a Dios
¿no se pone en tela de juicio la religión como dimensión fundamental de lo
humano?
Mounier relega a Dios al ámbito de lo privado separándolo de
los fundamentos de la praxis personalista. Esta contiene multitud de elementos
que recuerdan al evangelio y que son acordes con la antropología cristiana,
pero a la vez parece afirmarse que no hace falta ser cristiano ni creyente para
ser personalista comunitario .Pero entonces, ¿por qué exigir a un ateo tanta “donatología” ?¿Por
qué tanta radicalidad o tanta exigencia ética, tanto desgaste por el otro? Tal
radicalidad ¿dónde radica?, ¿dónde hunde su raíz?
El sí porque sí suena a imperativo categórica kantiano, y
Kant no partía de Dios. Este era admitido como postulado, no como punto de
partida y fundamento de su razón práctica.¿Le ocurre algo parecido a Mounier ? La
sola exigencia ética ó el querer constituirme más persona o realizarme
personalmente por mero interés egoísta a través de la relación con el otro, no pueden
fundamentar la praxis personalista desde el punto de vista creyente. Es
absolutamente necesaria la relación con Dios para constituirme persona y para
abrirme al tú humano y viceversa. Es necesario el diálogo con el tu humano ya
que en el se realiza el diálogo con el Tú divino. Ambos diálogos están
ineludiblemente referenciados, el uno sin el otro son insostenibles. El
personalismo comunitario como relación dialógica únicamente con el tú humano no
se sostiene.
Es en el informe que Mounier envía de su revista “Esprit” a
la Diócesis de París donde afirma explícitamente la necesidad de Dios:
“Sin Dios la persona no halla su sentido pleno; no hay
manera de afirmar a Dios sin afirmar al hombre ni de afirmar al hombre sin
afirmar a Dios: intencionalidad agapeística del Cristo encarnado. Todo nuestro esfuerzo
doctrinal ha buscado salvaguardar el significado de la persona de los errores individualistas
y colectivistas”
Cabría preguntar a Mounier si tal salvaguarda no sería más
efectiva si desde el principio el significado de la persona estuviera
fundamentado en Dios, y Éste no quedara relegado al ámbito de la creencia individual
subjetiva, sino como condición fundamental de la antropología y praxis
personalista.
Efectivamente y a modo de conclusión, para el creyente, Dios
no sólo es quien fundamenta la dignidad humana, quien da consistencia al hombre
por su condición de imagen, sino que también es quien nos interpreta o nos
ayuda a esclarecer nuestro misterio. La encarnación de Dios en cristo, su vida
, pasión, muerte y resurrección son las claves para descifrar nuestro misterio.
Dios se convierte en clave hermenéutica o interpretativa de nuestro misterio
personal. Por esta misma razón afirma el Concilio Vaticano II en la “Gadiun et
spes” que “En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio
del verbo encarnado”.
·- ·-· -··· ···-· Alberto Álvarez Alonso
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