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Ahí está España / mejor tierra no la hay en toda Europa (Joxe Mari Iparragirre (1877 ))
¡Oh patria! Cuántos hechos, cuántos nombres;
cuántos sucesos y victorias grandes...
Pues que tienes quien haga y quien te obliga,
¿Por que te falta, España, quien lo diga?

[Lope de Vega, La Dragontea ]


El Amor de Benedicto XVI: Deus caritas est

por Sebastián Sánchez

Hermoso regalo nos ha hecho el Papa Benedicto, una encíclica a su medida y a la de la época que peregrinamos. Es ésta una encíclica que empieza por el principio, es decir que parte del núcleo diamantino del Amor – en tanto caritas – y desde allí se extiende en círculos concéntricos hacia las cuestiones centrales de la vida del cristiano de hoy y de la Iglesia de siempre.

No haremos aquí más que un breve comentario de Deus caritas est – no podríamos hacer más que eso – deteniéndonos en principio en el hecho de su difusión.

Una carta encíclica es llamada así porque es perfecta como un círculo y porque está realizada para “circular”. Hoy, los medios de comunicación de que disponemos nos permiten conocer un documento papal al minuto de su publicación de manera tal que tanto la velocidad como la extensión de la difusión están aseguradas. Pero el enemigo está atento y si no puede combatir la difusión del documento pontificio debe acudir a su siempre renovada argucia: la confusión.

En efecto, apenas publicada la encíclica, los diarios de gran circulación salieron - en general – a festejarla soslayando cualquier comentario auténtico acerca de la esencia del documento. De ese modo, se habló del Papa “revolucionario” que incluyó el amor erótico en la perspectiva católica, del valor social de la encíclica o de cuan poco conservador parece Benedicto XVI citando a Nietzche (aunque lo haga críticamente). Incluso, se llamó a las filas de la confusión a un personaje tan siniestro como el herético Hans Kung, quien se atrevió a sumar su aplauso sin explicar demasiado porqué. Cualquier esfuerzo es válido a la hora de oscurecer el entendimiento de los fieles y de las personas de buena voluntad.

El tema de la difusión, pues, está resuelto aún cuando entrañe los peligros que señalamos. Ahora bien, ¿el hecho de esa masiva divulgación garantiza de algún modo la lectura del documento por parte de los fieles? No. Por el contrario, sin recurrir a estadística alguna, lo cierto es que son pocos los católicos que leen los documentos pontificios. Se produce entonces la paradoja de la posibilidad ilimitada de acceder a las encíclicas combinada con el bajísimo interés por leerla. Operan para esto varias razones, como aquella idea que señala que los documentos son para el clero y éste tiene la obligación de transmitido, pero la cuestión central es más grave y profunda: la negación del magisterio de Pedro. Es lo que hace ya más de treinta años, Alberto Caturelli advertía sobre este terrible signo de nuestros tiempos que se ha acentuado de manera tal que se asiste a “una progresiva desvinculación con el Magisterio de Pedro”, como si la Iglesia fuese independiente de él.

Hay varios matices en esta terrible posición: desde el sacerdote que considera – y así se lo transmite a los fieles – que “Roma está demasiado lejos” y que los documentos del Papa “no reflejan nuestra realidad”, hasta el teólogo rebeldón que cree que su opinión es tan válida como la del Papa (o más). Así, como bien señala Caturelli, pretenden enseñar separados de la fuente que es el Magisterio Auténtico de la Iglesia del cual Pedro es ápice. Es claro que el problema es más amplio y más arduo su tratamiento pero basten estas palabras para señalar los peligros inherentes a la hora de la publicación de los documentos.

Por otra parte, es esta una encíclica de temer para los enemigos de la Iglesia de Cristo. No dice nada nuevo pero, como todo en el cristianismo, tiene la frescura de la novedad, como decía Chesterton. Explica la esencia del amor humano, sin las chapucerías puritanas que los puritanos le achacan a la Iglesia ni el mero sentimentalismo al que muchas veces se lo reduce. Y lo mismo se detiene en el eros - que sólo un espíritu envilecido puede entender como únicamente sexo – que en el agapé , ambas expresiones de un mismo Amor. Y no duda nuestro Papa en utilizar una anécdota risueña dada entre Gassendi y Descartes para explicar que el amor humano auténtico es integral, ni mero sensualismo – que conlleva el odio a la corporeidad - ni mero angelismo – que termina por corroer el alma.

Por misterioso designio del Santo Espíritu, sabe Benedicto describirnos las maravillas del amor del hombre que sólo puede ser visto a través del prisma del Amor de Dios a su criatura. Así como se detiene en el Amor del Padre y el amor del hijo que sólo ama al prójimo si ama al Padre, el Sumo Pontífice profundiza aún más y nos introduce en el valor amoroso del sacrificio Eucarístico, es decir, en el Amor del Hijo.

Pero si la primera parte es un dechado de verdad cristalinamente enseñada, la segunda es en sí misma la mejor demostración acerca de lo que la Caridad es. En efecto, allí el Papa nos enseña la verdadera caridad expresándose como el Siervo de los Siervos, como un espíritu esencialmente caritativo. Y mientras tanto avanza en los círculos concéntricos al señalar la naturaleza de la Iglesia expresada en la triple tarea del anuncio de la Palabra (kerigma – martyria) , la vida sacramental (leiturgia) y el servicio de la caridad (diakonia) de modo tal que ninguna pueda ser comprendida – ni emprendida – sin la otra. Menuda advertencia para quienes, desoyendo a Pedro, han querido hacer de la Iglesia una agencia social.

Pero el Papa no pretende reaccionar ante los ataques de los múltiples enemigos de la Iglesia, ni se mueve al ritmo de la agenda de la soldadesca del simia Dei . Si habla del liberalismo y del marxismo como potencias degeneradoras de la auténtica caridad, no lo hace más que para disipar las tinieblas que nublan el buen sentido de los fieles... para ayudarlos a salvarse, para tender puentes con el Señor. La justicia para con los impíos queda reservada para el Padre.

Pero si no es el enemigo el objeto de su encíclica, sino las ovejas que el Señor ha puesto bajo su cuidado, no por ello olvida las enseñanzas necesarias para que el cristiano santifique el mundo. Y así como previene contra el totalitarismo – recurriendo a San Agustín y la imagen de la banda de salteadores para representar al estado tirano - es rotundo a la hora de señalar los yerros en los que los cristianos podemos incurrir en la misión de caridad para con el otro.

Así como el mayor pecado es provocar la ruina espiritual del otro, para que se condene, la más grande virtud ha de ser la caridad que es propiciar su salvación.... hasta donde lleguen nuestras fuerzas.

Hasta aquí nuestro comentario – breve, sencillo, insuficiente – de esta magna encíclica. Apenas un puñado de consideraciones, embargadas por la alegría de este regalo de Benedicto XVI, y una sola recomendación: leerla, contemplarla, rezarla, acercarse al gozo que la Verdad produce

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Sebastián Sánchez



 

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