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¡Oh patria! Cuántos hechos, cuántos nombres;
cuántos sucesos y victorias grandes...
Pues que tienes quien haga y quien te obliga,
¿Por que te falta, España, quien lo diga?
[Lope de Vega, La Dragontea ]
Una filosofía del disenso
por
Primo Siena
Alrededor de los años setenta del siglo recién acabado, los marxistas de la Escuela de Frankfurt, con el filósofo Jürgen Habermas a la cabeza, teorizaron el recurso del consenso entre los grandes partidos políticos como el fundamento ético necesario para sortear la profunda crisis de representatividad en la que están sumidas las democracias occidentales menguadas desde tiempo por el totalitarismo partitocrático.
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El postulado del consenso teorizado por la
Escuela de Frankfurt no ha, por supuesto, beneficiado de algún modo el sistema
democrático vigente; sino mas bien ha agravado su hipocresía porque los
acuerdos entre los partidos, fruto de decisiones reservadas a sus cúpulas y tomadas
casi siempre en ámbito extraparlamentario, han expropiado de sus efectivas
atribuciones a los parlamentos electos, reduciendo de ese modo el sufragio universal
a un rito puramente formal.
Pero no se trata de algo espurio
introducido por la filosofía del consenso, siendo la hipocresía una
potencialidad genética insita en la moderna democracia indiferenciada; hipocresía
definida, pues, desde tiempo como una "lepra del espíritu" por Simone
Weil (1944)
y denunciada puntualmente por Bertrand de Jouvenel como "democracia
totalitaria" en su célebre Du Pouvoir (1945) y sucesivamente
clasificada como una "tiranía sin rostro" por el destacado
constitucionalista italiano Giuseppe Maranini (1949).
Como bien destacó el pensador español
Gonzalo Fernández de la Mora (1977), tal hipocresía no constituye un proceso degenerativo
del sistema democrático, sino que representa "la desembocadura lógica
del Estado demoliberal de partidos" heredado de la cultura ilustrada,
siendo - como reitera el citado Fernández de la Mora - "el espontáneo
producto final del sufragio universal inorgánico".
Colocándose en el surco de esa corriente de
pensamiento, pero con un enfoque original propio, Alberto Buela enfrenta la
crisis de representatividad política producida por el pensamiento democrático
ilustrado, oponiendo a la "filosofía del consenso" responsable de un
totalitarismo comunicacional que ha agotado el racionalismo radical de la
ilustración, una peculiar filosofía del disenso a la cual él llega como
conclusión de un acucioso itinerario crítico por el laberinto del pensamiento político
corriente y que él franquea como un novelo Perseo utilizando un especial hilo
de Ariadna, el hilo del Disenso.
Alberto Buela denuncia un rasgo típico del
actual conformismo, expresado principalmente por la cultura que se autocalifica
de progresista: disfrazar con la retórica del consenso los conflictos
que aquejan a nuestra sociedad, sin tener la capacidad o la voluntad de
resolverlos. Entonces la idea de disenso se constituye como un
instrumento metodológico para extender el pensamiento crítico y diferente en la
sociedad contemporánea dominada por una metacategoría de dominación: la
homologación del pensamiento correcto, único, igualitario de la
globalización planetaria. En ese contexto el disenso se afirma, además, como
una herramienta conceptual benéfica, según la significación semántica de "otro
sentido, divergencia, desacuerdo".
Desde un inicial "contrario
parecer", Buela sustrae el disenso de una caracterización
institucionalmente negativa para cargarla de un sentido esencialmente positivo
y propositivo. Para él, disentir "no es sólo negar un acuerdo, sino que
es, sobre todo, pretender otro sentido" de manera que el disenso se
transforma en una actitud de libertad personal y colectiva: la de "afirmar
otra cosa a la propuesta"; esto es, un pensar diferente que
enriquece el panorama cultural y político y al mismo tiempo contribuye, con
aportes nuevos, a tonificar una verdadera civilización plural capaz de invalidar
o por lo meno de limitar los intentos de imponer una homogenización mundialista
de nuestra sociedad según un modelo totalitario.
Toda veraz pluralidad del mundo - sostiene
Buela - se nutre de valores compartidos (lenguaje, creencias, instituciones)
que constituye como un interculturalismo cuando cada
identidad se piensa entre otras, pero a partir de su diferencia y no del solo
hecho de pertenecer a una minoría; lo que desnaturaliza sus meritos
intrínsecos, incurriendo en el grave error que hoy cometen los antropólogos
multiculturalistas del pensamiento progresista.
En el pensamiento de nuestro autor, el
disenso alcanza entonces su plenitud en la construcción de una teoría (el
pensamiento alternativo) llevada a la práctica de una acción cultural y
política que transita gradualmente desde el nivel social de un "arte
del bien común " hacia los espacios conceptuales de una "metafísica
de los principios" donde la política misma es rescatada de las trampas
utilitaristas del hedonismo economicista imperante y elevada a las cumbres de
la metapolítica concebida en su dimensión trascendente de "ciencias
de los fines últimos".
De ese modo, el disenso - nacido a
contrario sensu cual pensamiento disidente - asume dignidad y
nobleza ético-política, siendo entendida la política - en su significación
clásica y en su carácter sustantivo - como la expresión actual y viviente de la
Politeia platónica (ciudad y civilización elevadas a la cumbre
de la armonía y de la sapiencia) y de la Res pública ciceroniana
(cosa del pueblo concebido no como simple agregación accidental de
individuos, sino reunión de cives, ciudadanos asociados según consensus
iuris et communis utilitatis).
De aquí las crisis recurrentes de los
regímenes políticos erigidos sobre las elucubraciones abstractas de la
"voluntad general" y no sobre la realidad esencial de los pueblos,
sean esos regímenes de corte vetero-liberales o vetero-socialistas.
La cultura del disenso discrepa directamente de la cultura
ilustrada importada en nuestra América y según la cual la entidad básica de la
sociedad no es la persona concreta dotada de libertad y autonomía, sino el
individuo abstracto al que se atribuye una soberanía ilusoria, luego absorbida
en una "voluntad general" que anula todas las referencias sociales
concretas.
El análisis históricos, incorporado como instrumento
metodológico esencial de la cultura del disenso, nos aclara que - como enseñó
el italiano Giovanbattista Vico en su magna obra La Ciencia Nueva (Nápoles
1725) - la sociedad (y el Estado en cuanto sociedad organizada) es originada no
por contrato sino por "derecho natural eterno que transcurre en
el tiempo", siendo la sociedad conformada básicamente "por la
familia, la justicia, la religión"; es decir por elementos no pactados
y no pactables.
La crisis institucional y funcional que ha afectado la
democracia moderna, ha sido originada esencialmente por la confusión entre los
conceptos de soberanía política y de soberanía social atribuidos al ciudadano
abstracto postulado por la cultura de la Ilustración y no a la persona concreta
considerada en su doble referencia social: ser el elemento humano que integra
el Estado caracterizado por su jurisdicción en un ámbito territorial definido;
y participar, al mismo tiempo, del conjunto de entidades subordinadas e
intermedias entre las personas y el Estado, armonizando así la unidad necesaria
en el ámbito político con la variedad que reina en las estructuras sociales.
Las entidades intermedias constituyen una realidad vigente
en la sociedad contemporánea, tanto en el ámbito territorial (pueblos,
municipios distritos, provincias, regiones) como en el dominio social
(familias, gremios, colegios profesionales, asociaciones culturales,
organizaciones sociales voluntarias, etc.), pero sin ejercer el rol
participativo que les corresponde en el molde institucional de la sociedad
Por consiguiente el análisis crítico postulado por la
cultura del disenso, destaca entonces la necesitad de restituir
institucionalmente la soberanía social (de la que actualmente está despojado) al
conjunto de las entidades intermedias en el contexto de una democracia orgánica,
de la cual debe ser partícipe no el ciudadano uti singulus, como
acaece en la actual democracia individualista, sino la persona uti
socius, definida por la antropología social del
Cristianismo como un ser personal, genéticamente orientado a
relacionarse con los demás para realizar con ellos la Civitas hominum
en su máxima potencialidad.
La soberanía social resulta, pues, el necesario elemento
integrador de la soberanía política ejercida por los organismos del Estado
sustentados en el sistema representativo plural de los partidos. Y tal
integración - extendido el ejercicio de la libertad responsable y participativa
desde las personas hacia los cuerpos intermedios - rescatará finalmente el
consorcio civil desde las contradicciones liberticidas del presente, donde las
funciones específicas de la sociedad han sido usurpadas por la tiranía sin
rostro de la partitocracia.
Según la filosofía del disenso teorizada
por Buela, la democracia cesa, entonces, de ser un simple formalismo
procedimental, vaciado de todo contenido, incapaz por lo tanto de encauzar la
compleja multiplicidad social de la era contemporánea en un régimen auténtica y
dinámicamente representativo.
La cultura del disenso, mediante su vigor
crítico y su racionalidad propositiva, restituye la democracia a su sentido
clásico originario, como lo fue en el contexto de la civilización greco-romana;
esto es: cesa de ser el fetiche de la utópica declaración de principios
proclamados por la revolución francesa y regresa a ser - como para los antiguos
- una complementación de la efectiva libertad del hombre libre - el polites
eleutheros - que nutre una democracia holística donde los
valores de libertad, pertenencia y participación son los fundamentos de una comunidad
orgánica y no de individualismos e igualitarismos abstractos, come en
el caso de las democracias modernas.
El disenso según Buela expresa la
"gran delusión política" en la que se resume la crisis mundial inherente
al agotamiento de los partidos políticos tradicionales y busca al mismo tiempo una
representatividad más auténtica, capaz de enfrentar problemas específicos como
el rescate de una efectiva soberanía nacional de los Países Iberoamericanos,
soberanía caducada merced el afán de unas clases políticas para sumarse a un
mundo globalizado según un modelo neoliberal único. Y es aquí donde la cultura
crítica del disenso postulada por Alberto Buela destaca la autonomía y la
especificidad del mundo iberoamericano con respeto a la cultura anglosajona que
ha moldeado la noción de sociedad en América del Norte; una noción, esta, que -
destaca oportunamente Buela - está relacionada con una idea de la "humanidad
civilizada" semejante a aquella postulada por los filósofos europeos del
Iluminismo, mientras que, como se deduce de todo su pasado histórico, es propio
de Iberoamérica el concepto de "comunidad como unión orgánica y natural
del hombre" vinculada a su tierra y a sus raíces ancestrales, elemento
básico para "la creación de pequeñas comunidades orgánicas autónomas
que permitan la instauración de una verdadera democracia participativa",
según proponía para su mismo País un decenio atrás el italo-norteamericano Paul
Piccone, citado por Buela.
Alberto Buela denuncia el carácter
ideológico del consenso, cual simulacro que enmascara la voluntad de poder de
un grupo político o una clase social; además observa oportunamente que el
disenso es algo consustancial a la historia del continente americano que logró
su independencia quebrantando el orden colonial establecido.
Característica del ecúmene iberoamericana
es, pues, el predominio histórico (pensamos en las civilizaciones mayas e
incaicas) de instituciones comunitarias sobre el masificado individualismo
anglosajón extendido en Norteamérica.
Es a partir de los movimientos populares y de
las tradiciones nacionales que el disenso motiva su oposición a una sociedad
global sin raíces, siendo que todo pensamiento popular auténtico brota siempre
desde la tradición; es decir: desde la autenticidad y fidelidad de su origen
concebida no como una fosilización de sus principios y valores genéticos, sino
como su constante revitalización. Por eso la cultura del disenso se sitúa más
allá de las obsoletas clasificaciones ideológicas de izquierda y derecha para
arraigarse al genius loci de las ecúmenes locales que expresan de forma
permanente distintas realidades valóricas y existenciales, enriqueciendo así
todo verdadero pluralismo social y cultural. De ese modo el pensamiento disidente
entronca con el pasado y deduce de nuestro decurso histórico las sugerencias más
útiles para trazar fundamentales rumbos humanos hacia el futuro.
En el trasfondo de nuestro patrimonio clásico,
cultural e histórico, emerge la sugerencia que nos proporciona la sabiduría de
Cicerón cuando nos explica que la Res publica
siempre coincide con la Res populi, mientras que se distingue tanto de
la res familiaris (concerniente la vida privada del ciudadano encentrada
en la familia) como de las res divinae que atañen el ámbito religioso.
De la antigua historia de los Romanos
entonces aprendemos que cuando el régimen político de la República está
subordinado al bien común, este mismo régimen expresa su tendencia
esencial a buscar la armonía entre los depositarios del poder (es decir, el
pueblo orgánico, "asociado por consentimiento de derecho y por participación
de utilidad") y la conducción orgánica del Estado.
Pero la historiografía guiada por la
curiosidad crítica del disenso nos advierte que la naturaleza de la Res
publica sufre alteraciones y se deforma en la medida en la que el régimen
político se aleja de la subordinación al bien común, porque - como anotaba
oportunamente el español Gonzalo Fernández de La Mora - "El Estado no
se justifica por la gracia, al modo luterano, sino por las obras, al modo
romano. El buen Estado es siempre un Estado de obras".
De aquí, entonces, que la obra del buen
político sea resumida, como aquella de los antiguos romanos, en el acto de tueri
terram, expresada acabadamente mediante el condere urbem; esto es:
en la acción civilizadora de fomentar el pensamiento, fundar ciudades y poblar
la tierra. Lo que me induce a esperar, en la línea del pensamiento
alternativo propugnado por Alberto Buela, que un destino providencial
depare al iberoamericano de la postmodernidad, (futuro cives de una
Hispanoamérica que personalmente prefiero definir América Románica) la tarea
fundacional de condere urbem americanam, para salir de una vez de
las contradicciones que, desde más de dos siglos, apenan a nuestro continente
sumido periódicamente en un nefasto moto pendular entra anarquía y tiranía,
mientras incumbe todavía el peligro de una reductio ad unum que apunta a
una globalización totalitaria del consorcio humano.
A la amenaza del pensamiento único y globalizante
responde la riqueza variada de la cultura del disenso, que revitaliza
la lección del clásico lema: ex diversis facere unum. Sólo por
medio de las diversidades se alcanza la unión.
Pongamos, pues, bajo este lema la gran
impresa de difundir las inquietudes y las esperanzas, los principio y los
valores que conlleva el "pensar diferente" con sus reflexiones
críticas y propuestas nuevas, para propiciar en las distintas ecúmenes de
nuestra América Románica un dinámico equilibrio entre espacios sagrados e
instituciones sociopolíticas, sin preocuparnos de los matices dionisíacos de
incertidumbre que tiñen nuestra época.
Detrás del simulacro de Dionisos ya se
asoma el amanecer del sol apolíneo que anuncia una regeneración de la historia,
en un traspasar desde la sombra criptopolítica del presente hacia la luz
metapolítica del futuro.
·- ·-· -··· ···-· Primo Siena
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