Fuentes cristianas no literarias
Este apartado nos ofrece fuentes cristianas de carácter
variado que son un complemento imprescindible para comprender y valorar mejor a
la mujer cristiana de las últimas décadas del siglo III y comienzos del IV.
Consideramos las actas de martirio, siendo muy selectivos en su utilización,
prescindiendo de las que no tienen suficiente entidad histórica o bien de las
que, aun teniéndola, deben de ser estudiadas en el período en el que fueron
redactadas, pues han quedado fuertemente condicionadas por él. Por ello no
incluimos la amplia obra de Prudencio, con los casos de santa Eulalia, santa
Engracia o santa Inés, entre otras, que sí tiene valor para un trabajo sobre la
mujer a mediados-finales del siglo IV. Sólo consideramos las actas de martirio
de Ágape, Irene y Quionia, y la de Fileas.
A esto, añadimos el análisis de una fuente canónica, el Concilio
de Elvira, de comienzos del siglo IV, con una información variada e
importante sobre la sociedad hispana de la época. También de la mujer, en
cuanto a doncella, virgen consagrada, esposa o viuda.
La epistolografía cristiana de Egipto es nuestro tercer
capítulo, en la que escriben -o se escribe a- mujeres, que nos muestra una
dimensión radicalmente diferente en algunos aspectos, mientras que en otros se
da un nuevo relieve a la importancia de las madres dentro de la familia. Éstas
aparecen como las principales evangelizadoras dentro de la misma. Esto hace que
debamos atemperar la importancia del orden de las vírgenes tal y como nos la
presentaban algunas fuentes literarias como el Symposion de Metodio o Los
Mártires de Palestina de Eusebio de Cesarea.
Por último, las inscripciones, resultan de vivísimo interés.
Hemos consignado únicamente las que nos transmiten información suficiente y no
arrojan dudas sobre su posible Cristianismo. Se nos hace más palpable el cariño
de los esposos entre sí, de los padres a los hijos, etcétera. Al igual que con
la epistolografía, encontramos un contrapunto valioso para situar mejor a la
mujer de estos años.
Actas de los Mártires
Vamos a analizar las actas de martirio que reputamos
fidedignas, de época –280/313- y con un contenido histórico mínimamente
apreciable. De ahí que consideremos únicamente las actas de Ágape, Quionia e
Irene y las de Fileas. La obra de Prudencio, muy importante,
responde a una mentalidad y a un planteamiento radicalmente diferentes, no sólo
en lo referido a la mujer cristiana, sino también por las nuevas coordenadas de
las relaciones entre cristianos y paganos en la segunda mitad del siglo IV.
Actas de Ágape, Quionia e Irene
Estas actas se aceptan unánimente, desde la publicación de
su redacción griega, más fiable que la versión latina, algo más tardía .
La historia que se cuenta es bastante sencilla. Siete hermanas de la ciudad de
Tesalónica, en Grecia, son detenidas en el mes de marzo del año 304; habían huído
a los montes al publicarse el edicto de persecución un año antes. Se les acusa
de haber guardado las Sagradas Escrituras. En la primera vista del proceso, el
juez Dulcitio condena al fuego a Ágape y Quionia. Eutiquia ha de esperar por
hallarse embarazada, mientras que las otras cuatro, Agatona, Irene, Casia y Felipa,
son perdonadas de momento a causa de su juventud. En una segunda entrevista con
el juez, se realiza un interrogatorio exhaustivo a Irene, que comparece sola.
Se han descubierto en su casa unas Sagradas Escrituras. Como Irene se niega a
sacrificar, se le intimida conduciéndola a un burdel, donde permanece desnuda.
En un tercer momento, Irene es condenada a morir quemada, como las otras.
Se ha adelantado en muchas ocasiones que nos encontramos
ante un “cosido” de actas, la de Ágape y Quionia de un lado, y la de Irene de
otro. La unidad vendría dada por ser todas ellas hermanas, e introduciendo
otras jóvenes que, además de éstas, completan el número de siete. Este es un
número perfecto que cuenta, además, con otros ejemplos célebres de martirio,
como el de los Macabeos. Otros investigadores, sin embargo, hacen de este grupo
de mujeres un grupo de vírgenes consagradas. El caso de Eutiquia, encinta, se
explicaría debido al fallecimiento de su marido. Al haber quedado viuda, podía
haber optado por este género de vida.
Vamos a comentar algunas cosas de interés: las referidas al
narrador, a su carácter racional y libre, la defensa de su Cristianismo, su
carácter de hermanas, sus padres y las violencias que reciben.
El narrador
A estas mujeres se les describe como “mujeres puras y
venerables” en la primera parte ;
en la segunda, cuando la narración se centra en Irene, aparece cuatro veces la
expresión santa, referida a Ágape y Quionia una vez, y tres a Irene .
Esta acumulación de apelativos de “santa” es un rasgo propio de los escritos de
mediados-finales del siglo IV, aunque la diferencia cronológica puede ser mínima.
Observamos algo parecido en Eusebio de Cesarea, en la redacción larga de los Mártires
de Palestina, algo posterior a la breve.
Racional e irracional
El juez califica la actitud y creencias de estas mujeres
como una “locura”, algo irracional. Curiosamente, el término empleado es
distinto en la primera y en la segunda parte .
Por su parte, las jóvenes insisten en lo razonable de su actitud. Así Felipa y Eutiquia,
Ágape e Irene. Esta última lo expresa con rotundidad: “no es locura, sino
piedad”.
Lo que no acaba de entender el juez, pagano, es cómo estas
mujeres se obstinan en algo que les va a acarrear serios problemas. Piensa que
se debe tanto a su juventud, como a su sexo. De ahí que en los diversos
interrogatorios, sobre todo en el de Irene, pretenda averiguar sus posibles
cómplices, ya que no se cree que hayan podido sobrevivir durante varios meses
en los montes sin ayuda alguna. Sin embargo, en todo momento se nos muestra a
estas mujeres actuando libremente, con una voluntad que nadie, ni siquiera el
magistrado con sus amenazas podrá cambiar .
Somos cristianas
Estas jóvenes se definen siempre como cristianas. Es lo que
les identifica. Así Eutiquia afirma que es cristiana, “sierva de Dios
todopoderoso” .
En la primera sentencia, se excluye momentáneamente de
castigo a Eutiquia, por hallarse encinta, ya que la ley romana prohibía
ejecutar a las mujeres embarazadas .
Tiene el precedente de la esclava Felicidad, a comienzos del siglo III.
Felicidad se entristece porque se acerca el día de su martirio y ella ha de
esperar. Mas el parto se adelanta, dando a luz a una niña, que confía a una
“hermana” para que la cuide. Este martirio pudo ser conocido, aunque no quita
para nada, veracidad a la información que se nos da. Sin embargo, en estas
actas Eutiquia aparece como un personaje más bien secundario
Hermanas
En la primera parte se informa al juez Dulcitio del nombre
de las siete detenidas y su razón, el negarse a comer de los sacrificios a los
dioses. Nada se dice de que sean hermanas, en sentido estricto. Ni encontramos niguna
referencia en toda esta parte. Sí en la segunda. Ahí aparecen tres alusiones,
todas en boca del magistrado, al referirse a Ágape y Quionia, ya martirizadas .
No se dice de las demás.
Tampoco las jóvenes la emplean. Sabemos, por otra parte, que
Irene, Ágape y Quionia mueren en la hoguera. Esto muestra que son de la misma
condición social, y no de los estamentos dirigentes.
Los padres
Durante el interrogatorio, el juez Dulcitio indaga sobre la
complicidad en la tenencia de las Escrituras. Comienza por los padres, y
continúa con los vecinos. Pregunta a Irene si alguien más sabía de la
existencia de esos documentos en su casa. Irene responde que no, ya que
consideraban a sus padres peor que a sus enemigos y temían que las denunciaran .
Esto recuerda la actitud del padre de la mártir Perpetua de comienzos del siglo
III, descrita como diabólica, por pretender salvar a su hija a cambio de su
apostasía. La libertad de conciencia de Perpetua, como la de Irene, demuestra
que la autoridad de los padres tiene unos límites precisos. No en vano el
pagano Celso había tachado a los cristianos de subversivos, por destruir la
tradicional autoridad del padre de familia .
Eso, que no era totalmente cierto, sí lo era en parte, ya
que se establecen unos límites dentro de los cuales el padre de familia -o los
padres en general- no tienen por qué inmiscuirse. Esto que nos puede parecer
evidente, no lo era en la antigüedad, tampoco en el Imperio romano. De ahí que
cuando Irene dice que eran cristianas a pesar de su padre, sea algo creíble. Lo
es menos el que sus padres no se hubieran enterado de su condición de
cristiana. A lo que se refiere sin embargo, es al desconocimiento que su padre
tenía de que poseyera las Sagradas Escrituras, y las leyera.
Desnuda, a un lupanar
En la primera parte de estas actas, no se nos habla de
violencias cometidas a las mujeres. En la segunda, sí. Irene va a parar a un
lupanar de la ciudad de Tesalónica, capital del distrito de Macedonia en
Grecia, donde permanece desnuda. Además se le raciona el alimento. Más tarde,
el magistrado la vuelve a llamar, a ver si con esta medida desiste de su
propósito “irracional” y deja de ser cristiana.
Pese a que el lupanar es frecuentado por todo tipo de
personas, a Irene no le sucede nada. Nadie osa molestarla, ni siquiera de
palabra. Es el Espíritu Santo, según el redactor, quien la preserva y guarda
pura para Dios .
Esto se puede decir de toda mujer cristiana, aunque de manera particular de las
vírgenes. De hecho, este tipo de ataques contra el pudor aparecen en Eusebio de
Cesarea centrados en ellas.
Lo que no se entiende es por qué se amenaza únicamente a
Irene y no a las otras. En la primera parte se condenó a Ágape y Quionia a ser
quemadas, y se dejó para más tarde el castigo a Eutiquia, encinta. A las otras
cuatro se las perdonó por su juventud. Sin embargo, en la segunda parte, solo
una de ellas aparece como responsable de la tenencia de las Sagradas
Escrituras; solo ella, Irene, es amenazada y posteriormente condenada.
* * * * *
Ello nos pone, una vez más, frente a dos partes claramente
diferenciadas. La primera, que narra el interrogatorio a las siete mujeres y la
condena de Ágape y Quionia; y la segunda, con los interrogatorios a Irene y su
castigo a un lupanar, intimidatorio o no. Será en esta parte cuando aparezcan
términos como “santa” o “santas”, o “hermanas”; también “irracional” para
calificar la decisión de Irene de no sacrificar a los dioses. O la alusión a
los padres, considerados peor que los enemigos, o bien la escena de la amenaza
con el lupanar, a donde irá a parar Irene sin que ocurra nada deshonroso. Todo
ello nos hace pensar que, existiendo un indudable fondo de verdad en todo el
relato, es más fiable la primera parte. La segunda, que afecta de forma exclusiva
a Irene, parece redactada un poco más tarde, bien por algunos vocablos
empleados, bien por la proclividad a presentarnos “jóvenes”, posiblemente
vírgenes consagradas, enfrentándose con el castigo de tener que estar en un
lupanar, sufriendo -o sin sufrir por intervención divina- toda suerte de
ultrajes.
Las Actas de Fileas
Las Actas de Fileas, obispo de Thmuis, nos son
conocidas desde el siglo XVII en su versión latina, aunque es más fidedigna la
versión griega. Esta última se corta al final, sin poner la sentencia y la
ejecución. El acta latina introduce aquí el episodio de Filóromo, que ha sido
tomado de Rufino, escritor de finales del siglo IV y comienzos del siglo V,
traductor de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea al latín.
Eusebio de Cesarea cita a Fileas y Filóromo juntos, aunque ello no significa
que fueran procesados simultáneamente. Hay quien piensa que el diálogo entre Culciano,
prefecto de Egipto, y el obispo Fileas se parece más a una catequesis que a un
interrogatorio auténtico, opinión que no es mayoritaria .
A nosotros nos interesa una parte muy concreta del proceso. Culciano,
prefecto de Egipto, pide a Fileas que tenga misericordia de sí mismo y de todos
los que le han suplicado, mostrando su talante comprensivo y humanitario, infrecuente
en actas y martirios posteriores .
En su segundo encuentro, el 4 de febrero del año 305, se repite todo ante la
mujer e hijos de Fileas.
También ellos le ruegan que deponga su actitud y sacrifique.
Esto ha hecho que algunos dijeran que tanto la mujer como los hijos no eran
cristianos .
Sin embargo, resulta sumamente improbable, tratándose de un obispo. Fileas se
casaría antes de ser ordenado, evidentemente. Pudo hacerlo con una pagana antes
de ser ordenado sacerdote, aunque resulta poco creíble. Más sencillo es el que
nos encontremos con un ejemplo de apostasía. Apostasía de la mujer y de los
hijos que resalta más la figura de Fileas. Nos decantamos por esta segunda
opción, aunque la información de las actas o la de Eusebio de Cesarea no resulte
concluyente.
Sin embargo, nos encontramos en otras actas escenas
semejantes. Así la sucedida con Ireneo, obispo de Sirmio en la primavera del
año 304. El juez Probo le pregunta: “¿Tienes mujer? - No tengo. -¿Tienes hijos?
- No tengo. - ¿Tienes parientes? - No tengo. - Pues, ¿quiénes eran aquellos que
lloraban en la sesión pasada?” .
Ireneo, obispo de Sirmio, responde de forma clara para un cristiano, pero
confusa e inextricable para el juez. También en este caso nos hallamos ante un
joven obispo en la dificil tesitura de escoger entre su mujer y sus hijos o ser
consecuente con su fe y sufrir martirio. La apostasía o el ser fiel a Dios. Del
lado de la apostasía y añadiendo dramatismo, se encuentran sus parientes; del
lado de la fidelidad, nadie, sólo Dios. Es la respuesta que da: “Yo tengo a
Dios, a quien aprendí a dar culto desde mi primera edad”.
En ambas ocasiones, la familia no es una ayuda, sino una
traba para los mártires. Su actitud sirve para que el redactor ponga su
comportamiento como modelo a seguir, máxime por su condición de obispos. La
esposa puede ser pagana o cristiana, pero resulta dificil conceder que los
hijos sean paganos. Es muy improbable que un obispo desatienda la educación
cristiana de sus hijos.
Nos encontramos ante un problema de conciencia, como apunta Culciano
y le responde Fileas. El juez procura que tenga en cuenta con su conciencia, la
situación en que deja a su mujer e hijos. Fileas se preocupa más por Dios. Ante
sí tiene una doble elección: Dios y entonces el martirio y la vida eterna, o
bien su mujer e hijos, significando esto la apostasía y la vida terrena. Hay
que escoger y no cabe una solución intermedia. No implica esto una condena al
matrimonio y la procreación. Solo si, como en este caso, se trata de un amor
desordenado a las criaturas que entraña un rechazo a Dios, la apostasía. El
cristiano ha de preferir siempre a Dios, aunque le cueste la vida o deje viuda
y huérfanos.
Ésa es una de las ideas que el
autor de estas actas pretende comunicar a sus lectores. Al igual que Eusebio de
Cesarea, que pone al obispo de Thmuis como ejemplo.
·- ·-· -······-·
Martín Ibarra Benlloch
Fileas
es arrestado a finales del año 303 o comienzos del 304, probablemente por no
cumplir el cuarto edicto. Permanece en la cárcel bastante tiempo. Eusebio de Cesarea
nos ha conservado una carta escrita por el propio obispo a sus fieles de Thmuis.
Ahí se detalla vivamente la crudeza de la persecución en Alejandría, Eus., hist.
eccl. VIII,10,2-10. Otra carta, no menos interesante, es la que cuatro
obispos de Egipto, él incluído, escriben a Melecio, obispo de Licópolis. Se
dice, entre otras cosas, lo siguiente: “Nuestros padres establecieron y
reglamentaron que ningún obispo podía celebrar ordenaciones en iglesias
extranjeras... Pero tú, sin atender a sus decisiones, sin preocuparte del
futuro, ni de la ley tradicional de nuestros bienaventurados padres gratos a
Cristo, ni del honor de nuestro gran obispo y padre Pedro, de quien todos
nosotros dependemos según la esperanza que tenemos en el Señor Jesucristo,
insensible a nuestros encarcelamientos, a nuestras pruebas, a nuestras mil
afrentas diarias, a la humillación y miseria de todos, tú has comenzado a
trastornarlo todo” (P.G. 10,1565-1568). J. QUASTEN, 1984, 443-4, hace
notar que “fue entre las filas de los melecianos donde Arrio, meleciano él
mismo, encontró en Egipto a sus partidarios más fieles” (Patrología. Madrid
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