Tal vez como nunca, nuestra época se encuentra obsesionada por la belleza corporal, que en muchos casos viene a ser el “leit motiv” de no pocas personas. Se la desea afanosamente, se envidia a quien la posea, y se hacen esfuerzos casi sobrehumanos por alcanzarla, a veces a un costo francamente increíble y usando cualquier medio: dietas, cirugías o incluso magia. Es por eso que podría hablarse de una verdadera idolatría a su respecto, puesto que se ha transformado en un auténtico dios ante el cual casi todo lo demás debe postrarse.
Quienes se ven favorecidos con este don tendrían en principio, una enorme ventaja comparativa respecto de aquellos que han sido privados del mismo. El problema no es sólo que no existe mérito o culpa alguna de parte de unos y otros, sino además, que pueden acabar produciéndose discriminaciones tremendamente injustas, puesto que muchas veces se dejan de lado, se pasan por alto o no se ponderan adecuadamente otros atributos o defectos mucho más importantes para medir la calidad de una persona.
Sin embargo, si se mira con atención, no deja de ser paradójico que muchas veces esta misma belleza pueda transformarse en una verdadera maldición. En efecto, es muy común que las personas dotadas de una belleza excepcional, terminen siendo tratadas, a la postre, casi entre algodones, precisamente en razón de su belleza; es como si existiera una especie de adoración y pleitesía hacia ellas, de tal forma que continuamente se les van quitando una serie de obstáculos o favoreciendo de alguna u otra menear en su camino. El problema es que en no pocas ocasiones, sabedoras de lo que les ocurre, estas personas terminan siendo tremendamente caprichosas y egoístas, al ver, por decirlo de algún modo, que el mundo gira a su alrededor, o bastante cómodas y poco sacrificadas, al terminar creyendo que casi tienen derecho a un trato diferente por ser quienes son.
Con todo, el problema es más profundo, porque suele ser muy común que las personas especialmente atractivas se conviertan, sin quererlo, en objeto de deseo por parte de otras, por regla general, de tipo sexual. De ahí que como indudablemente recibirán presiones de todo tipo, honestas y no tan honestas muchas veces para ser, en el fondo, literalmente poseídas por otros, requieran de una fuerza de voluntad y de unos valores muchas veces excepcionales para mantenerse firmes, para asentar cabeza, para no dar tumbos por la vida, precisamente por esa belleza que en el fondo, las hace más vulnerables a los deseos de otros. Es cosa de repasar la vida de una persona de estas características en su funeral: en no pocas ocasiones, haciendo un balance, uno puede darse cuenta de que sumando y restando, su existencia fue bastante atormentada y amarga, precisamente por esa belleza que ya comienza a desaparecer y de la cual en pocas horas no quedará nada.
No se trata, por cierto, de hacer un culto a la fealdad: a fin de cuentas, a todos nos viene bien un poco de preocupación por nuestro aspecto, tanto por caridad hacia el resto como por autoestima. Pero parece prudente saber que por regla general los extremos son malos. “Ni bonita que encante, ni fea que espante”, decía alguien refiriéndose a las mujeres. Parece un consejo útil para lograr lo óptimo, ubicado como bien decía Aristóteles, en el justo medio.
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Max Silva Abbott
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