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por José Luis Orella La persecución en los países comunistas y musulmanes llega hasta el asesinato, con la complicidad de los estados |
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| En este principio de año, varios sacerdotes han sido asesinados por diferentes motivos. Turquía, Burundi, Angola, India y Chile, tienen la tristeza de haber incrementado recientemente la cantidad de mártires recientes de la Iglesia. Testigos incómodos, dedicados a una labor callada de evangelización y de promoción social, han sido asesinados por su compromiso con la Fe.
Sin embargo, la evangelización es una obligación de todos, y el papel de los laicos cobra un protagonismo fundamental, que contrae una respuesta. En Paquistán, Indonesia, Arabia Saudí, China o muy recientemente en Corea del Norte, no sólo se discrimina y persigue a los católicos minoritarios de esos países, sino que se llega al asesinato fragante, para impulsar su emigración.
El comunismo totalitario en Asia mantiene una presencia monolítica que recuerda, tras el muro de bambú, la tristeza de los campos de concentración. En Navidad, media docena de cristianos fueron aplastados por una apisonadora en Corea del Norte, por no renunciar a su fe. Con respecto al Islam, la respuesta no es uniforme, los atentados a las iglesias, la discriminación social y laboral, y el rapto de adolescentes cristianas son delitos cometidos con la mayor impunidad en países, como Iraq, con profundo desorden producido por la invasión aliada. Aunque en Paquistán, Filipinas e Indonesia, los casos de violencia aumentan contra los cristianos de manera alarmante. Pero lo que resulta escandaloso es la actitud de Arabia Saudí, país con el régimen más intransigente, que molesta a los europeos occidentales, pero persigue con saña a filipinos y eritreos cristianos, que trabajan en su país. Siria y Líbano, por el contrario son ejemplo de convivencia entre cristianos y musulmanes, aunque el crecimiento de la ola fundamentalista, como el triunfo de Hamas en Palestina, no anuncia nada bueno a los escasos cristianos residentes en el próximo oriente. Una vez más, la oración es el punto de unión de una cristiandad plural, que afronta los retos de la persecución, rezando unida.
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