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[ BOE: 248 de 17/10/1977, páginas 22765 y 22766]
El imposible de una ética sin absolutos
por
Ángel Gutiérrez Sanz
La vida de los hombres discurre entre lo que se es y lo que se quiere ser, entre lo que hacemos y lo que debiéramos hacer. Para poder hablar de Ética tenemos que situarnos en el plano del deber, una dimensión que está por encima de la pura facticidad. Los hechos son lo que son; pero lo que a la Ética le interesa es cómo esos hechos debieran ser y esto sólo lo sabremos cuando disponemos de unos principios inamovibles fundados en el Absoluto que solamente puede ser Dios, cuya voz podemos escuchar a través de las manifestaciones y exigencias de la propia Naturaleza creada por él. Solamente cuando hemos conseguido saber que es lo que Dios quiere de los hombres y mujeres estamos en disposición de descifrar los secretos del orden moral .
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Del mismo modo que la ausencia de verdades absolutas nos conduce al relativismo intelectual, la negación del Bien objetivo nos conduce al relativismo moral. Ambos discurren paralelos. Si no podemos conocer la verdad del hombre difícilmente podremos saber cual es el bien que le es propio. Si desconocemos el auténtico fundamento de la dignidad humana difícilmente nos vamos a librar de cosificar al hombre y convertirle en un objeto más.
Hacer depender el bien y el mal de la propia voluntad individual o de la conciencia colectiva es caer en la pendiente del subjetivismo. Pensar que todos los valores son invenciones humanas y que por tanto todos los códigos morales tiene igual validez es dar legitimidad a conductas averrantes, es abrir las puertas para que se sigan utilizando prácticas deshumanizadas, como pueden ser las limpiezas étnicas, dejar morir a bebés deformes, matar a personas ancianas, impedir nacer a quienes tienen todo el derecho a la vida . Si arrancamos del supuesto que no es el hombre el que está llamado a someterse a una norma moral objetiva, sino que es ésta la que ha de someterse a la voluntad del hombre entonces no sólo nos condenamos de por vida a vivir en la más absoluta arbitrariedad, haciendo posible el todo vale, sino que estamos cerrando todos los caminos a la reforma ética. Cuando prescindimos de todo principio absoluto y de referencia seguras comenzamos a cuestionar no digo ya determinadas normas morales, sino que lo que estamos cuestionando es la misma ética como ciencia fiable.
Aún con todo el relativismo ético nunca podrá impedir que el hombre sea un sujeto moral y que se siga preguntando por el bien y por el mal. En la vida todas las personas ponemos en práctica algún tipo de código moral, aunque ello no signifique que tenga que estar sustentado en un planteamiento ético consistente . Cualquier hombre sea quien sea no puede eludir permanentemente su compromiso moral. No va bien con la naturaleza humana un estado permanente de amoralidad. Hasta el más abyecto dispone de su código moral para uso personal, lo que sucede es que cuando este código no dispone de un criterio moral objetivo corre el riesgo de caer en el capricho y en el egoísmo insolidario, con lo cual no es propiamente de ética de lo que estamos hablando. Tal vez por esto el relativismo ético, consciente de este riesgo, ha introducido un nuevo elemento, basado en la crítica interna del sistema de valores y así exige que cualquier proposición moral sea susceptible de ser valorada en referencia al rigor lógico dentro de un contexto más amplio. De este modo se viene manteniendo la esperanza de que haciendo uso de la autocrítica se pueda avanzar moralmente hasta alcanzar un consenso de carácter universal .
Sucede no obstante que la esencialidad del relativismo sea de tipo moral o de otro tipo está en la versatilidad y ésta no se aviene fácilmente con el rigor y la consistencia. Dos respuestas diferentes ante la misma situación pueden resultar igualmente válidas, de modo que simultáneamente se puede defender el derecho a la vida y el derecho al aborto. Por otra parte nos podemos encontrar con posturas morales contrapuestas que en atención a contextos diferentes pueden resultar ambas congruentes. Así sucede que cuando existe un déficit de población se protege y valora la vida de las personas; pero en caso de superpoblación cualquier animal de especie protegida vale más que la vida de un hombre. Estos no serían más que dos ejemplos de los muchos que se podrían poner para demostrar la incongruencia del relativismo ético.
Si la validez de una proposición moral la hacemos depender de su coherencia interna dentro de un determinado sistema moral en el que está inserta, debiéramos tener previamente resuelta la cuestión que viene planteada en estos términos ¿de que criterios disponemos para elegir, entre varios sistemas morales igualmente coherentes y saber cual es el mejor? la pregunta en cuestión nos vuelve a colocar en situación de insuficiencia para poder fundamentar cualquier valor, incluso el de la tolerancia, que se muestra como santo y seña del relativismo moral. Podemos seguir hablando de derechos y valores básicos como el respeto, la libertad, la solidaridad; pero en tanto no se les encuentre un fundamento real y objetivo no pasan de ser meras especulaciones subjetivas. Es así como hemos llegado a una situación tal de incertidumbre, a la cual nos hemos ido acostumbrado, y que hemos aceptado como compañera de viaje sin saber muy bien hasta donde puede conducirnos.
Un largo proceso de relativización nos ha ido conduciendo a este vacío moral en el que hoy nos encontramos, que hace que cada cual vaya moviéndose en la vida como puede. Ante tal situación Callingwood, profesor de filosofía de la universidad de Oxford en tono irónico comentaba: " La única conclusión a la que pueden llegar los estudiantes cuando oyen decir a sus profesores que no pretenden darles ni ideales, ni principios es ésta: como no puedo para orientar mi vida confiar en el pensamiento , ni en los pensadores, ni en los ideales, ni en los principios, tendré que aprender de los que no fueron pensadores ( sino imbéciles), inspirarme en un proceso que no sea el pensar , sino la pasión , proponerme objetivos que no son ideales , sino caprichos, normas que no sean principios sino sólo reglas de convivencia” .
Nada de lo que llevamos dicho menoscaba el papel primordial que la conciencia personal juega en el comportamiento moral , ella es y así viene reconociéndose desde antiguo, la norma subjetiva de moralidad, también son de tener en cuenta las circunstancias cambiantes que concurren y que tanto pueden afectar a la moralidad del acto, todo ello de indiscutible importancia, pero también perfectamente compatible con la búsqueda de un criterio objetivo fundamentado en el bien moral que tuviera valor por si mismo y cuya naturaleza estuviera ligada al ser y la dignidad del hombre. Semejante planteamiento que parte de que hay que saber primero lo que se es para poder después llegar a saber lo que se debe hacer no ha gozado, todo hay que decirlo, de universal consenso, algunos, como Moore, piensan que es indebido el salto del ser al deber ser y lo han bautizado con el nombre de falacia naturalista. Si esto fuera así y estuviéramos como se dice ante una falacia, ello nos obligaría a plantearnos la cuestión en otros términos sin salirnos de la esfera moral y comenzaríamos preguntado ¿Que es lo que hace que el hombre sea más hombre? ¿Que es lo que le hace ser más libre ? ¿Que es lo que le hace más digno y más humano? En definitiva ¿que es lo que puede llevarle a su plena realización o sea a su fin último? La respuesta que diéramos a cada una de estas preguntas y a algunas más nos iría acercando a ese bien moral que andamos buscando.
Naturalmente una respuesta autorizada y suficientemente abalada a estas cuestiones no es posible sin recurrir a un Bien Absoluto , que sólo puede ser Dios , como fundamento de todos los bienes humanos, que es tanto como decir morales
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Ángel Gutiérrez Sanz
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