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[ BOE: 248 de 17/10/1977, páginas 22765 y 22766]
Indigenismo peligroso
por María Saavedra
Una introducción a una ideología que está siendo usada, relevando al marxismo, para sustituir los valores de la hispanidad, entendida como la cristiandad encarnada en el mundo hispánico.
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La llegada de Evo Morales a la
presidencia de Bolivia ha desatado muchas lenguas y plumas que se afanan por
comprender el fenómeno político del indigenismo.
Las consecuencias que este
fenómeno traerá para la vida política y económica de los países iberoamericanos
y de los grandes inversores europeos no son todavía fáciles de prever.
No se trata ahora de buscar esas
consecuencias, y mucho menos de hacer un análisis político. Mi pretensión es
mucho más modesta. Simplemente quiero hacer una cuantas reflexiones desde mi
punto de vista de historiadora y apasionada por las culturas prehispánicas de
América acerca de lo que estos días está apareciendo continuamente en la
prensa.
Precisamente porque admiro muchos
de los rasgos de las culturas precolombinas –y de manera especial las que se
desarrollaron en la región andina- me resulta duro escuchar el empleo
manipulado, sesgado e interesado que se viene haciendo de esas culturas desde
los partidos indigenistas.
No voy a entrar en las
consecuencias políticas y económicas que puede tener la llegada al poder de
estos líderes. Simplemente quiero detenerme en un análisis de algunos aspectos
en los que la carga ideológica raya lo grotesco. El problema es que lo grotesco
puede convertirse en dramático para aquellos que lo padecen más de cerca.
Orígenes políticos
A pesar de lo que en algunas
instancias se quisiera hacer creer, no podemos encontrar el origen de los
movimientos indigenistas en tiempos de lo virreinatos, y mucho menos en tiempos
de la Independencia de las repúblicas americanas. Su origen ideológico podemos
localizarlo a mediados del pasado siglo. La situación de auténtica injusticia
en la que vivían sectores de población, en ocasiones mayoritarios, de estos
países generó el nacimiento de movimientos a favor de los más desfavorecidos,
que en muchos casos coincidían con las comunidades indígenas. La orientación
marxista de muchos de estos movimientos hizo que en lugar de buscar fórmulas de
conciliación entre los distintos sectores, se abrieran brechas que cada vez
sería más difícil cerrar.
Recordemos la actuación política
de la que fue nada menos que premio Nobel de la Paz en 1992, Rigoberta Menchú.
Aquel año, que podía haber sido momento de reconciliación histórica y de
proyectos comunes entre Europa y América, fue aprovechado por algunas
instancias más o menos politizadas para reabrir viejas brechas. Nuevamente se
aprovechó la interpretación malévola de la Historia para proclamar falsas
consignas a favor de los marginados. Pero flaco favor se hace a nadie cuando se
quiebran puentes. Estas ideologías buscan siempre la opción única, que rompe
relaciones. No se trata de abrazar a todos pero dando prioridad a los más
necesitados: se busca romper para siempre todo vínculo entre el fuerte y el
débil, haciendo creer a este que aquel es su enemigo y que esta dialéctica no
tiene solución posible.
Al agradecer la recepción del Nobel,
Menchú (uno de los personajes más admirados por el actual presidente boliviano),
afirmaba:
“Reconforta esta creciente
atención, aunque llegue 500 años más tarde, hacia el sufrimiento, la
discriminación, la opresión y explotación que nuestros pueblos han sufrido,
pero que gracias a su propia cosmovisión y concepción de la vida han logrado
resistir y finalmente ver con perspectivas promisorias cómo, de aquellas raíces
que se quisieron erradicar, germinan ahora con pujanza esperanzas y
representaciones para el futuro”.
Y continúa su discurso haciendo
referencia a las manifestaciones de júbilo expresadas pro diferentes
organizaciones indígenas del mundo entero ante este premio, que constituye
“el reconocimiento de una deuda
de Europa para con los pueblos indígenas americanos; es un llamado a la
conciencia de la Humanidad para que se erradiquen las condiciones de
marginación que los condenó al coloniaje y a la explotación de los no indígenas;
y es un clamor por la vida, la paz, la justicia, la igualdad y hermandad entre
los seres humanos”.
Es decir, la relación establecida
hace 500 años entre Europa y América es considerada en su totalidad como
perjudicial para los pueblos americanos. Nada que reconocer, en el caso de la
América española, a los cientos de escuelas, colegios, hospitales, decenas de
Universidades, centenares de ciudades fundadas en tierra americana bajo el
impulso directo de la Corona española. Y para qué hablar de la imprenta en
Indias, de la evangelización, de los cientos de misioneros que arrostraron todo
tipo de peligros para llevar a aquellos nativos lo que en España se consideraba
el bien más preciado: la luz del Evangelio. Olvidemos el esfuerzo ímprobo que
realizaron los misioneros para aprender las lenguas de los indígenas americanos
y poder así hacerles más comprensible el dogma.
Los pueblos andinos, tan
orgullosos de su pasado prehispánico, ¿olvidan que a pesar de la genialidad que
demostraron los incas en política y administración eran pueblos ágrafos? ¿Que
fueron los españoles quienes les enseñaron a escribir en la bella y sonora
lengua de los quechua y de los aymara?
Aquí se encuentra la raíz de estos
movimientos. No la busquemos en tiempos de la colonia, pues solo hallaremos
algunos movimientos insurgentes, y muy pocos de ellos se realizaban contra la
Corona. Mucho más frecuente era el grito de “Viva el rey, abajo el mal
gobierno”, con el que se rebelaban frente a las autoridades delegadas que
impedían se cumplieran los verdaderos designios de la Corona para aquellos
súbditos americanos.
Y hoy están legando a la lucha
política los herederos de aquellos movimientos ideológicos del siglo pasado. La
constatación del fracaso de las diferentes propuestas políticas ha logrado que
aquellos que podrían haberse quedado en meros agitadores sociales se conviertan
en protagonistas de la vida política. El rechazo contra modelos neoliberales
que han fracasado en la gestión de estos países y que en muchos casos han
generado una política corrupta, es la principal arma de la dialéctica de
líderes como Evo Morales.
Por supuesto, la denuncia del
sistema pasa por la crítica al que es paradigma de ese sistema neoliberal: los
Estados Unidos de Norteamérica, la gran “bestia negra”, el gringo, es
sin duda el causante último de todos los males de estos países. Y en sus
apreciaciones de los norteamericanos se ponen de manifiesto esas mezclas que
tan a menudo se dan, en la que el complejo, el odio y el rencor se hacen
compañeros inseparables.
Manipulación histórica
Un análisis del discurso de estos
políticos lleva inmediatamente a comprender que se utiliza la verdad
pseudo-histórica como arma arrojadiza contra los contendientes en el ruedo de
la política. Y empleo el término verdad porque ese es el grave delito de la
manipulación histórica: no todo el discurso es falsedad. Se citan hecho que
tienen una base real, pero lo que era una realidad puntual se generaliza hasta
extremos increíbles, y parece que esos hechos se extienden a lo largo de años,
lustros, decenios e incluso siglos. Lo demás, simplemente, se omite.
En España sabemos mucho de las
consecuencias que puede producir la manipulación de la historia. Si en torno a
algún país se ha tejido consciente y pacientemente una leyenda negra, ese país
tiene un nombre: España. Leyenda difundida por los enemigos y alimentada por
los propios que, ingenuamente, creen todo lo que se dice más allá del Pirineo.
El discurso de Evo Morales
encierra en todas sus variantes una consciente utilización de algunos hechos
reales para falsear la visión de la historia del pueblo boliviano. Veamos
algunos ejemplos:
Es muy recurrente en su mensaje la
mención a “nosotros, los pueblos originarios” de América. ¿De verdad se puede
considerar originario a un pueblo porque lleve 25.000 o 30.000 años en una
superficie geográfica, y se elimina directamente al que remonta su presencia a
500 años? ¡Estamos hablando de siglos! Entonces, en España, ¿quiénes son los
pueblos originarios? ¿Tendríamos que dejarnos gobernar por aquellos que
remonten su origen a Tartessos y no hayan recibido la “contaminación” biológica
y cultural de Roma?
El Presidente Morales, en su
mensaje, engloba toda la etapa española entre dos hechos: la violencia cometida
contra los aymaras, a la llegada de los españoles, y la ejecución de Tupac Katari.
Todo lo demás se omite. Basta con estas dos referencias para dar una visión
global de la presencia española en América.
Leamos las palabras con que
Morales hace referencia a estos hechos:
“Quiero decirles, para que sepa la
prensa internacional, a los primeros aymaras, quechuas que aprendieron a leer y
a escribir, les sacaron los ojos, les cortaron las manos para que nunca más
aprendan a leer, escribir”.
En cambio, omite muchas otras realidades, como la aparición de la primera obra
impresa en Sudamérica: un catecismo escrito en lengua castellana, quechua y aymara,
cuya elaboración fue impulsada en el III Concilio Limense por el obispo Santo
Toribio de Mogrovejo, de cuya muerte se cumplen ahora 400 años.
Volviendo al discurso de Morales,
señalábamos que su peculiar recorrido por la América española se inicia con la
violencia ejercida sobre los aymaras y se cierra con la ejecución de Tupac Katari.
Es de notar que con esta breve mención, convierte a Tupac Katari en mártir de
la lucha indigenista. También aquí se busca la trampa. Este líder indígena fue
ejecutado por los gobernantes de la etapa colonial. Pero aclaremos los matices:
si bien es cierto que fue ejecutado, lo mismo que su mujer, en circunstancias
extremadamente crueles, también es preciso decir que la condena no la recibió
por ser indio. Se le condenó por rebelión contra la autoridad del rey, y esta
condena siempre se castigaba con la pena capital. Estamos nuevamente ante un
caso de verdades manipuladas. No muere por ser indio, muere por ser un rebelde,
independientemente de la tonalidad de su piel.
Los “500 años de sufrimiento”
padecidos por la población indígena. Introducir en una sola etapa la América
española y la vida de la república independiente, visión reduccionista de la
historia. ¿Qué tiene que ver la historia del Alto Perú, de la Audiencia de
Charcas, con la evolución política de la República de Bolivia a partir de 1825?
Aymaras y quechuas hermanados en
una lucha común, fruto de una historia común. Este es uno de los mensajes
recurrentes. La elección de Tiahuanaco por Evo Morales como escenario para la
“toma de posesión indígena” no pudo ser más acertada. Efectivamente, en aquel
enclave tan especial se encuentran referencias religiosas antiquísimas para la
población andina. Se trata de un santuario preinca que fue incorporado por los
propios incas a su estructura religiosa. Hasta aquí, nada que objetar. Pero esa
visión idílica en la que quechuas, aymaras y guaraníes han compartido un pasado
armonioso cuya ruptura se dio a raíz de la entrada de los españoles es otra
falacia más.
Los incas eran un pueblo de tronco
quechua que se instaló en Cuzco no mucho antes de la llegada de los españoles,
a comienzos del siglo XIV de nuestra era, e inició desde esa ciudad un proceso
de integración del Tahuantinsuyu como no se había conocido antes en el mundo
andino. Y ese proceso se realizó, como tantos, a través de la conquista armada.
Precisamente uno de los primeros objetivos de los incas será la anexión del
territorio de los collas, poblado por gentes del tronco cultural aymara. A
partir de ahí, la expansión cobra fuerza y va ganando territorios hacia los
cuatro puntos cardinales. Los Incas lograron imponer a todos los pueblos
dominados una admirable y compleja red administrativa y política. Funcionaba
como perfecta maquinaria que asimilaba todos y cada uno de los habitantes de su
imperio. Pero describir aquello como un paraíso… parece cuanto menos una alegre
e ilusa fantasía.
Mensaje racista y excluyente
Otro de los elementos preocupantes
del discurso de los líderes indigenistas es el fuerte componente racista de sus
proclamas. La afirmación de Ollanta Humala acerca de que sólo los “cobrizos”
podrán ocupar puestos de importancia en la política del país en caso de que
gane las elecciones, no permite una lectura diferente que la xenófoba.
Pero Ollanta, de momento, no es
más que un candidato. Mucho más peligroso me parece el discurso que adopta el
ya elegido presidente Morales.
En la ceremonia de Tiahuanaco,
víspera de su toma de posesión en el Parlamento, ante cerca de cincuenta mil
indígenas, realizó una serie de declaraciones que pueden tener consecuencias
verdaderamente dramáticas. Terminaba su discurso y no le tembló la voz al
proclamar: “Muchas gracias, hermanas y hermanos, esta lucha no se para, esta
lucha no termina, en el mundo gobiernan los ricos o gobiernan los pobres ”. Decir esto ante miles de
personas que viven en condiciones durísimas de pobreza, que ven correr sus días
bajo la amenaza real del hambre, es una cruel imprudencia.
La llamada a la lucha –pese a
estar matizada por afirmaciones del mismo dirigente acerca de su búsqueda de
reconciliación- nunca es camino para un buen gobernante, que debe contar con el
máximo de apoyos a la hora de sacar adelante un país que hoy es el segundo más
pobre de toda América, después de Haití.
Toda división excluye, y este
carácter excluyente propio del discurso indigenista no puede conducir sino a
una fractura social de consecuencias muy difíciles de prever, y que será aún
más difícil arreglar cuando el daño ya esté hecho.
El problema es que, frente a la
“opción preferencial” por el desfavorecido, se impone la “opción única”. En esa
dialéctica es imposible la reconciliación.
Negación de la propia identidad
Un pueblo, igual que una persona,
tiene su propia biografía. La biografía de una comunidad constituye su historia
y, al igual que la personal trayectoria compone la identidad, la historia de
los pueblos marca igualmente su identidad común.
Pues otro de los errores que
comete este supuesto indigenismo es el de pretender anular una parte de su
historia. Tarea imposible, ciertamente, pero en el intento tratarán de dejar
unos cuantos cadáveres por el camino. En este caso, cadáveres con nombre
español, y algún que otro político de la etapa republicana, pero estos serán
los menos.
Frente al cadáver español se alzan
con una inmensa altura, los nombres de personajes que nunca fueron dignos de la
talla que se les atribuye. Tal es el caso del Che Guevara, mitificado hasta la
paranoia por los seguidores de estos movimientos. Pero claro, ¿qué se puede
esperar de quien niega que Cuba hoy padece una dictadura?
El problema es que por mucho que
se reniegue de la propia historia, esta ha existido, nos guste o no. Y ha
dejado huella en el ser de los pueblos. Negarlo supone abrir el camino a una
seria crisis de identidad. ¿Qué sería hoy América si durante tres siglos no
hubiera formado parte de la Monarquía Hispánica? Sencillamente, no lo sabemos. Tampoco
sabemos qué sería hoy América sin los procesos de integración que se dieron en
el Nuevo Mundo antes de la llegada de los españoles, protagonizados por los
pueblos más poderosos, de manera especial los conducidos por aztecas e incas.
Pero sí sabemos lo que hoy es América,
fruto del paso por aquel continente de múltiples culturas. Fruto de luchas, de
conquistas, de encuentros y desencuentros, de mezclas biológicas y culturales.
Una América en la que se entienden millones de personas en una lengua común. La
Comunidad Iberoamericana de Naciones tiene un soporte común para entenderse,
que convive junto a multitud de lenguas en las que aún se comunican las
diferentes comunidades.
¿Habrá que recurrir a la “Raza
Cósmica” de Vasconcelos? Este escritor mexicano, en su obra publicada en 1925,
se dirigía a los americanos hablándoles de la necesidad de que el español de
América se sintiera “tan español como los hijos de España”. Y no sentía ninguna
admiración por aquellos que habían portado sobre sus sienes la corona española
(llama imbécil a Carlos I y pervertido a su hijo Felipe), pero
entendía la necesidad de asumir toda la herencia de un pueblo; y esta herencia,
asumida y perfeccionada, se proyectaría hacia el futuro, “sin apartarnos de la
misión común”, en un ambicioso plan civilizador que tendía por protagonista
precisamente a esa América gestadora de una “raza cósmica”, que habría
conseguido aunar en su ser lo mejor de las generaciones que intercambiaron
experiencias, amores y desamores a lo largo de tantos siglos.
·- ·-· -··· ···-· María Saavedra
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