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[ BOE: 248 de 17/10/1977, páginas 22765 y 22766]
La Ley de Reproducción Asistida
por
Juan Moya
Una ley gravemente perniciosa
|
La Ley de Reproducción
Asistida aprobada por el Congreso y que ahora habrá de estudiar el
Senado no está teniendo, en mi opinión, la necesaria atención en los medios de
opinión pública, y existe el riesgo de que la mayor parte de los ciudadanos no
sean suficientemente conscientes de la gravedad de lo que está en juego. Con
mayor motivo porque los ecos que a algunos menos informados les llega son los
“propagandísticos”, con los que se pretende presentar esta Ley como la
avanzadilla de la ciencia y la panacea para curar enfermedades congénitas. Al
margen de los graves reparos éticos que comentaremos, ese “ropaje” con el que
se reviste no responde a la realidad: la ciencia no necesita recurrir a estos
procedimientos para investigar, ni hoy por hoy la terapia génica o genética es
posible. Los que sí saldrán ganando son determinadas clínicas privadas y
laboratorios, que incrementarán sus “bancos” de embriones y verán abierta la
puerta para comercializar con ellos, es decir, con vidas humanas aunque sea en
fase embrionaria.
Los dos principios de la Ley.-
La Ley en cuestión se apoya en dos principios fundamentales.
Si esos principios fueran correctos, poco o nada habría que objetar a este
proyecto de Ley. Pero si esos principios son falsos, la ley cae por su base. Y
en mi opinión, parece claro que son falsos.
El primer principio es de tipo moral: no se formula como
tal, pero se deduce directamente de su contenido. El segundo se presenta como
“científico”, pero en realidad es ideológico, y sin base científica.
El primer principio es que el fin justifica los medios. El
segundo, que el llamado por algunos “preembrión” (embrión de 14 días o menos)
no sería otra cosa que un conjunto de células, pero no propiamente un embrión
humano.
El fin no justifica los medios.
Si fuera cierto que el fin justifica los medios no existiría
ninguna otra norma moral que regulara el comportamiento humano. Bastaría con
escoger un “buen fin” y cualquier medio para conseguirlo sería válido. Así, se
justificaría el aborto para “solucionar” los embarazos no deseados; y la
eutanasia para “remedio” de enfermedades incurables, o –como en China- el
infanticidio de niñas para evitar la superpoblación. Y es que no basta que el
fin sea bueno; ha de serlo también el “medio” o acto moral que llevemos a cabo
para conseguirlo.
El preembrión.
En cuanto al concepto de preembrión, Mac Laren, la genetista
británica que lo introdujo en 1994 presionada por intereses económicos e
ideológicos ajenos al ámbito científico, se ha arrepentido de ello, porque se
ha utilizado no para designar una fase más del desarrollo embrionario –la que
abarca desde la concepción hasta el día 14 de su ciclo vital-, sino para, arbritariamente,
decir que en este periodo aún no podría considerarse que hay vida humana, sino
un simple conjunto celular del que se podría disponerse para la investigación.
Basta un mínimo de conocimientos biológicos para saber que desde el primer
instante en que el óvulo es fecundado por el espermatozoide –en la especie
humana y en cualquier otra en la que la reproducción se hace por apareamiento
del macho y la hembra- comienza una nueva vida, distinta a la de sus
progenitores, con todas los requisitos genéticos necesarios para que, si no se
interrumpe voluntariamente el desarrollo, llegue a nacer un nuevo ser al
término previsto del embarazo.
El desarrollo del óvulo fecundado.
El óvulo una vez fecundado por el espermatozoide se
desarrolla de modo orgánico, sistemático, uniforme, sin saltos cualitativos,
sin que, después de la fecundación, pueda hablarse de un momento en el que no
hay vida y otro en el que ya la hay: si en cualquier óvulo fecundado, desde el
primer instante de la fecundación, no hay un nuevo ser de la misma especie que
sus progenitores –prescindamos de los hipotéticos cruces de razas en animales-,
nunca llegará a nacer un ser vivo. Pero si nace, tanto en los animales como en
la especie humana, es porque empezó siendo un cigoto (óvulo fecundado) de 2, 4,
8, 16, 32 células, y luego –sin solución de continuidad- pasó por la fase de mórula
y luego la de blástula, y luego se implantó en la cavidad uterina, y siguió
dividiéndose, y a los 14 días comenzó el rudimento de lo que será el Sistema
Nervioso Central (la notocorda), y a las 8 semanas de vida tendrá ya las
huellas dactilares, y a las 12 semanas estará completamente formados todos sus
órganos..., pero en todos y cada uno de esos días de desarrollo es el mismo SER
HUMANO, y por tanto PERSONA HUMANA (prescindamos ahora del concepto jurídico de
persona que algunas legislaciones positivistas establecen, no conformes a la
realidad biológica y metafísica que comienza a existir desde la fecundación).
Para la biología, la antropología, la metafísica y desde luego la religión, es
persona. Y desde luego tampoco importa si el embrión se ha implantado ya o no
en el útero: tan independiente es de la madre en su estructura cromosómica
antes como después; y tan dependiente es en la alimentación necesaria para su
subsistencia antes como después. Si no es persona humana antes tampoco lo será
después. Y si lo es después igualmente lo es antes. En todo caso, ¿es que ni
siquiera se le puede aplicar el beneficio de la duda?
El embrión humano es un hijo.
Insistamos en que ese “conjunto celular” incipiente no es un
mero conglomerado de células yuxtapuestas, como realidades independientes, sino
un organismo pluricelular armónicamente unido, es un único ser, coordinado y
dirigido por una “inteligencia” que lo encamina hacia un fin “escrito” en los
genes: llegar al final de un proceso que comenzó con la fecundación, seguirá
con el periodo embrionario y fetal, después con el parto y nacimiento, y todo
el desarrollo posterior hasta su muerte..
Ante
este asombroso “misterio” podemos preguntarnos quién ha organizado esas
precisas leyes bioquímicas que rigen el origen y el desarrollo de ese vida
humana. Sinceramente pienso que es más difícil no ver ahí la mano de Dios que
reconocerle con admiración. Como es sabido, a finales de febrero ha tenido
lugar en Roma un Congreso sobre “El embrión humano antes de la implantación”,
con la participación de 350 expertos (científicos, médicos, teólogos, etc). En
su intervención el Papa ha dicho que “quien ama la verdad debería
percibir que la investigación sobre temas tan profundos nos pone en condición
de ver y casi de tocar la mano de Dios”. Y Elio Sgreccia, Presidente de la
Academia Pontificia para la Vida, resumía de modo elocuente que “el embrión
humano es un hijo”.
Qué permite la Ley de R . A
Si la realidad del preembrión o embrión –que lo mismo da- es
como hemos dicho, causa pavor todo lo que la Ley en proceso de aprobación
permite y facilita: la selección eugenésica de embriones como “bebés
medicamento” que permitirá desechar a los no “servibles” aunque estén
perfectamente sanos; la producción de embriones en número superior a los que se
implanten en los procesos de fecundación “in vitro”, lo que llevará a un gran
incremento del número de embriones “sobrantes”, que podrán conservarse o
tirarse indistintamente (no existirá la obligación de crioconservarlos); la
posibilidad de donarlos para investigación; y queda la puerta abierta a la
comercialización de embriones, como si de simples “animales de laboratorio” se
tratara; se autorizan el diagnóstico genético preimplantatorio que permitirá
elegir “bebé a la carta” (selección de sexo, bebés de determinadas
características físicas, etc); se permite la clonación llamada “terapéutica”
que, de hecho, requiere la misma técnica que la clonación reproductiva; se
permite la donación de gametos, que podría dar lugar a “bioadulterios” e “incestos
genéticos”; incluso se permite fecundar ovocitos animales con esperma humano
para crear “monstruos” o “quimeras” para investigar, etc. Además, esta Ley no
establece mecanismos eficaces de control de la legalidad, por lo que, en la
práctica, las clínicas harán lo que quieran. Las sanciones teóricamente
previstas serán en la práctica inexistentes.
La
mayor parte de los países del mundo, el Parlamento Europeo y la ONU no permiten
la producción arbitraria de embriones, ni la investigación con embriones vivos,
ni la clonación terapéutica. Esta permisividad va también contra el Código
Penal vigente en nuestro país y contra el Convenio de Derechos Humanos y
Biomedicina del Congreso de Europa (Convenio de Oviedo) suscrito por España. Y
la desprotección del embrión –que quedará menos protegido que determinadas
especies animales y otros animales que se usan para la experimentación- va
contra la Jurisprudencia del Tribunal Supremo. Pero nada de esto parece
importar a nuestro legisladores con tal de estar a la “cabeza” de la
“modernidad”, es decir, a la cola de los países avanzados y sensatos que saben
respetar la vida humana, no necesariamente por motivos religiosos, pues la
protección de la vida es patrimonio de todos los hombres de buena voluntad, y
que tienen el sentido común de saber que no se puede poner el hombre –aunque
sea aún en fase embrionaria- al servicio de la técnica y la ciencia, sino al
revés. ¡Todos hemos sido embriones!, como han recordado los Obispos. Aún
estamos a tiempo de no seguir dando pasos para la “deconstrucción” de la
sociedad. ·- ·-· -···
···-·
Juan Moya
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